La ética periodística ha salido dinamitada por la ventana. Se ha ido lejos, muy lejos de El Puerto, no sabemos si para volver o no. El código deontológico periodístico —ese que los hace profesionales de rigor— yace al fondo del cajón sin demasiadas esperanzas de que lo saquen a pasear.
Es normal, la cosa está achuchada y hay que comer; allá cada uno con sus principios, sus otros principios y sus principios por si todos los anteriores no han convencido.
Algunos diarios locales son algo así como un foro de contenido para todo aquel que quiera decir cualquier disparate, independientemente que sea verdad o no. Un lugar de encuentro en el que, además, las noticias vienen redactadas con intención, propaganda y alevosía. Y no, no me hablen sobre el cuento de la libertad de expresión, que eso es otra cosa bien distinta. La libertad de expresión desde los periódicos se defiende con veracidad, rigor y ética, no se malversa ni se deforma.
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