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En los primeros días de febrero --el 2 de febrero-- se cumplen ochenta años de la última expulsión de los jesuitas de nuestra ciudad. Naturalmente, no era un hecho aislado, sino la consecuencia de un Decreto de ámbito nacional para nacionalizar los bienes de la Compañía de Jesús, sin indemnización, publicado en la “Gaceta de Madrid” del 29 de enero de 1932, fecha en la que presidía el gobierno de la II República, Manuel Azaña, constituyéndose un Patronato encargado de  administrar los bienes incautados.

CENTROS EN ESPAÑA.
En esa fecha los jesuitas gestionaban en España 8 colegios de segunda enseñanza con casi cinco mil alumnos de pago. Además del San Luis portuense estaban los colegios de Chamartin, en Madrid; los de San José en Valencia, Villafranca de los Barros y Valladolid; Orduña e Indauchu, en Bilbao y El Palo, en Málaga. Y a niveles más superiores, la Escuela de Ingenieros y Operadores Industriales, la Universidad de Deusto, el Seminario Pontificio de Comillas, el instituto químico y laboratorio de Biología de Sarría (Barcelona), la estación meteorológica de Cartuja (Granada), el observatorio astronómico del Ebro, en Tortosa (Tarragona)  y varias escuelas apostólicas y noviciados.

Aula de Gimnasia

Llevaban más de medio siglo instalados de forma ininterrumpida, desde que retornasen en 1877, después de una década alejados de la ciudad tras el triunfo de “La Gloriosa”, en 1868. Podría pensarse que el anticlericalismo de los republicanos propició esta grave decisión. Sin embargo,  el hecho de que en un periodo de cien años sufrieran estas o similares medidas hasta en cinco ocasiones, de manos de autoridades civiles y eclesiásticas, nos debe orientar hacia otros motivos que no es el caso analizar aquí.

CINCO EXPULSIONES.
Esta secuencia que cito la inició en 1767 Carlos III, con la “Pragmática Sanción” que expulsaba de los reinos de España y sus colonias de Ultramar a los miembros de la Compañía. Tuvo su continuidad con la bula papal “Dominus ac Redemptor” promulgada por Clemente XIV en 1773, suprimiendo la orden (restaurada después por Pío VII en 1813). El general Riego en 1820 la suprime nuevamente y Fernando VII, cuando es liberado en 1823 la restablece, volviendo a ser repudiados jesuitas y, en general, todas las ordenes en 1835, después de la conocida matanza de frailes en Madrid y el comienzo de las desamortizaciones de bienes eclesiásticos de mano muerta. Se regulariza la situación con la firma del Concordato en 1852 hasta la revolución que destrona a Isabel II, antes mencionada, que supondrá la quinta incidencia relatada.

...continúa leyendo "1.278. LA ÚLTIMA EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS. Hace 80 años."

El día 20 es San Sebastián. Y esta Ciudad no lo celebraba desde por lo menos hace más de un siglo y medio, aunque es su Copatrón, hasta el año pasado. Desde el siglo XV tuvo ermita cercana al Castillo y, luego, otra ermita con hospital en el llamado Ejido de San Sebastián, donde permanece la Cruz, aunque bien mermada de base, en la esquina de Santa Fe y Durango, y, donde estuvo un Hospital de Nuestra Señora del Amparo y San Sebastián que yo alcancé a conocer de pequeño.

El culto a San Sebastián decayó en esta Ciudad hace bastante tiempo, de tal forma que, aunque era Copatrón, no había imagen ninguna del Santo, hasta que hace muy poco se descubriera, en las labores de restauración que el Cristo de Flagelación, era una reconversión de una imagen de San Sebastián con una cabeza nueva del siglo XVIII.

                          

La Cruz de San Sebastián, en lo que fué el Egido del mismo nombre.

En pintura, hay un buen lienzo que se conserva en la Parroquia de San Joaquín y un óvalo, en que están la Virgen de los Milagros, junto con San Francisco Javier -el otro Copatrón--, y San Sebastián que está en una casa particular de la calle Santa Fe, pero que, según Hipólito Sancho figuraba en un estandarte de la Esclavitud de Nuestra Señora de los Milagros. Fuera de eso, solamente recuerdo un San Sebastián de pequeño tamaño, del XVII, en cedro policromado que es propiedad de Camilo González Selma y otro, también pequeño, obra de Ángel Pantoja, que tiene la Hermandad del Dolor y Sacrificio.

...continúa leyendo "1.265. SAN SEBASTIÁN. Copatrono de El Puerto."

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Hoy 18 de enero hace 234 años que el portuense Juan Ignacio de la Rocha fue consagrado Obispo de Michoacán en la bella catedral de la Arquidiócesis de Morelia, en una solemne ceremonia a la que asistieron personas de todos los estamentos sociales y gran número de autoridades clericales y civiles, entre ellas el virrey Bucarelli.  Estaba próximo a cumplir los 63 años y, de hecho, hacía año y medio –desde mediado agosto de 1776- que había sido asignado para este cargo por el rey, que era el que nombraba a los obispos, entre una amplia lista de nada menos que 73 candidatos. Aceptó la mitra el 27 de diciembre de ese mismo año,  jurando fidelidad a las normas de la corona y recibió las reales cédulas de su nombramiento. Sin embargo, las bulas pontificias que debían ratificarlo, pasaban los meses y no llegaban. Debieron extraviarse por el camino de Roma a la Valladolid mejicana, capital de la diócesis, tomando posesión sin ser consagrado, dadas las circunstancias, en abril de 1777. Finalmente, como si de un regalo de Reyes se tratase, las bulas llegaron a su destino el día de la Epifanía de 1778, celebrándose en la fecha antes citada su consagración, ocupando con todos los requisitos y trámites cubiertos la silla episcopal de una de las más grandes y prósperas ciudades de Nueva España. (Según el censo de Revillagigedo, superaba por poco las 17.000 almas).

LOS BIZARRONES.
Como era tradición y costumbre, algunos nuevos prelados solían hacer un regalo, generalmente suntuoso, a la iglesia en la que habían desempeñado sus labores anteriormente. Así, nuestro paisano, Juan Antonio Vizarrón, arcediano y canónigo de la catedral hispalense antes de ser nombrado arzobispo de Méjico, donó  media docena de gigantescos blandones,  de 1,85 m. de altura y  que tienen cada uno, nada de un baño de plata, sino 200 libras de la mejor plata mexicana, candelabros que son conocidos popularmente como “los bizarrones”. Desconozco si hoy en día pueden admirarse en la catedral de Sevilla, en el lugar en el que estaban instalado no hace muchos años, el presbiterio bajo de la Capilla Mayor,  probablemente desde que los donara en 1752 el arzobispo y virrey.  Su paje, discípulo y protegido, Juan Ignacio De la Rocha cuyo cargo anterior al nombramiento de obispo había sido el de Comisario de Cruzada del Arzobispado mejicano, siguiendo el ejemplo de su mentor, regaló a la catedral de México un incensario con la naveta de oro y dejó a la parroquia del Sagrario, que forma parte de la misma, un legado de cuatro mil pesos.

CEREMONIA.
Como no había obispos consagrados en 25 leguas a la redonda, asistieron con mitra, realizando la labor de obispos oficiantes dos doctores que ejercían de Chantre y Maestresala en dicha iglesia. Los antiguos ritos previstos se fueron sucediendo: Eucaristía, invocación al Espíritu Santo, lectura de la Bula Papal, homilía, enumeración de sus compromisos con la feligresía, letanía de los Santos… y a continuación, sus cansados huesos se extendieron sobre la alfombra que cubría el mármol del pavimento, repitiendo la sumisa postura, boca abajo, “besando el polvo” tal como lo hiciera el día en que fue consagrado sacerdote. En esta postura, que en cierto modo le aislaba de todo lo que le rodeaba no pudo por menos que evocar a su mentor y paisano, el arzobispo Juan Antonio Vizarrón, del que fue  capellán caudatorio. (Esta denominación, debido a su desuso, no aparece ya en los modernos diccionarios de la lengua. Se denominaba así –y también porta-cola- al eclesiástico doméstico del obispo o arzobispo destinado a llevarle alzada la cauda o cola de la capa consistorial).

...continúa leyendo "1.263. JUAN IGNACIO DE LA ROCHA. Obispo de Michoacan (Méjico)."

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Por la puerta principal del edificio de la imagen -la Casa de los Sancho- se accedía, en la primera planta al Colegio de Infantil de La Divina Pastora. Allí ejercieron Doña Francisca González Sousa y Doña Lola Sancho.

A continuación, en la misma calle Luna se encontraba la Barbería de “Pichilín” y , frente a la Farmacia de Fernández-Prada, ‘El Único’ tienda de Vinos Finos, abierto entre 1920 y 1974.  Luego, a finales del siglo pasado se instalaría en esa misma tienda la Cuchillería Navarro. Un poco más arriba la tienda de moda ‘Lolita y Serafina. En primer término a la izquierda, acceso a ultramarinos 'La Giralda'. /Foto: Colección de Vicente González Lechuga.

Llevaba  algún tiempo, oyendo, lo bien que  lo iba a pasar en el  colegio. Cada  día veía desfilar a mis hermanos, y la verdad, era que  ellos perecían contentos,  así que esa mañana  cuando la cálida voz de mi madre, me decía que me levantara, que había que arreglarse para el cole, el corazón me dio un vuelco. «--Qué no mamá, que no quiero ir», «--Que sí tonta, vas a estar con muchos niños».  Lo mejor de ese día era que por fin iba a estrenar ese bonito uniforme de tonos azules y camisa celeste, que  desde hacía algunos días colgaba en mi armario; y ese vaso tan raro, de anillas plegables de color naranja, sin olvidar los recios zapatos Gorila, que venían con una pelota verde.

Cuando llegué  al colegio,  salió a recibirme, la señorita Lola Sancho, su cara dibujaba una amplia  y agradable sonrisa, mi madre me acompañó hasta  la clase, pero  al primer descuido,  desapareció. Ni Tita, protagonista de ‘Como agua para chocolate’ lloro tanto!. Para calmarme me pusieron con mis hermanas,  así pasé varios días hasta que por fin, empecé a acostumbrarme,   y  cesaron las lágrimas.

...continúa leyendo "1.260. COLEGIO LA DIVINA PASTORA."

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Antonio Jiménez Salguero, nació en El Puerto, el 2 de Abril de 1902. Este hombre marcó unos años de los treinta a los sesenta, en esta Ciudad, donde muchos porteños o portuenses recordamos su arte y le reconocemos como parte de nuestra historia y patrimonio de El Puerto. Poco hablador, de profesión limpiabotas o betunero, de talla media para aquella época. Lo recuerdo con su caja en la mano y su banquito debajo el brazo, camino de la cadena de bares, que en aquellos tiempos arropaban a la plaza de Abastos: Bar los Dos Pepes, Bar Casa Pancho, Bar los Milindris, Bar Rueda, Bar El Nº 3, Bar la Burra, y Bar Juan Rabago, entre otros. Esta fue su ‘zona de caza’ zapatos. En algunas ocasiones visitaba los Casinos de la calle Larga, y algunos establecimientos de la zona centro. Cuando sacaba el dinero, que el creía que era suficiente, marchaba para casa, y siempre decía: «--Mañana el Pare Dios dará». Vamos a relatar una buena colección de anécdotas de su vida. /Foto: Colección LSA.

Nunca bebía metido en faena, siendo muy responsable en su trabajo, aunque algunos digan lo contrario. En sus buenos tiempos, vestía chaqueta oscura y calzaba botas de tacón cubano, y pañuelo al cuello, tocado con una gorra, siempre aseado. En verano cambiaba chaqueta, por una camisa cubana, y las botas, por alpargatas.

Como buen calé, supersticioso, el día que salía a la calle y veía algo raro o extraño, volvía a su domicilio, se encamaba hasta la mañana siguiente. Tenia muchos clientes y amistades tales como, Ramón Insua, dueño de varias carnicerías, Federico Sanchez Pece, secretario del Ayuntamiento, Natalio Jiménez, oficinista de Osborne, amigo y un monárquico defensor de los derechos del Conde de Barcelona.

Y Luis Bootello, jefe de estación de El Puerto, gran aficionado, por su casa pasaron grandes artistas, como fueron Caracol, Lola Flores, Ramón Velez, El Beni de Cadiz, y José Brea ‘Breita’, decía del Caneco: «fue un hombre que no le gustaba cantarle y bailarle a cualquiera, tuve que rogarle mucho, para poder verlo actuar». Podría mencionar machas mas personas relacionada con el, pero creo dejarlo aquí, porque sería interminable.

La calle Sierpes, en el lateral de la Plaza de Abastos.

En estos tiempos los mayetos de Rota, y camperos de El Puerto, exponían y vendían sus producto de frutas y hortalizas, en la Placilla; los días de venta para Antonio, eran su salvación, betunaba muchos pares de botas y zapatos de los señores camperos, de este rincón. Cuando entraba tiempo lluvioso y no podía trabajar, miraba al cielo exclamando, «Pare, déjame trabajar un poquito».

...continúa leyendo "1.252. ANTONIO JIMÉNEZ SALGUERO. ‘El Caneco’, duende y gracia."

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Cabalgata de Reyes Magos, interior de la Plaza de Toros en los comienzos del siglo XX

LOS REYES DE LA CRISIS.

No sé por qué me querrán
tan poco los Reyes Magos.
Si les pido videojuegos
me escriben que son muy caros,
les pido el mejor balón
y me traen el más barato,
llevo queriendo una bici
desde los dos o tres años.

¡Mira que me porto bien,
mira que les hago caso!
Estoy pensando en volverme
canalla, pegón y vago.

          Ángel Mendoza, diciembre 2011

Cabalgata de Reyes, a su paso por la Plaza de Isaac Peral. Década de los cincuenta del siglo pasado. En primer plano, a la izquierda, borroso, uno de los organizadores del evento, Repeto. /Foto: Academia Bellas Artes.

Desde 1952 a 1977, en unos muy difíciles años, la Academia se embarcó en la organización de la Cabalgata de Reyes Magos. Fueron años en los que el desfile alegraba a los más pequeños, y, después, se repartían obsequios en los centros asistenciales y entre las familias más necesitadas. Para conseguir todo esto se organizaban rifas, festivales musicales, taurinos, deportivos, teatrales, cualquier idea era buena para conseguir los medios necesarios para llevar ilusión a los menos favorecidos de la ciudad.  (BBAA)

...continúa leyendo "1.251. REYES MAGOS EN EL PUERTO (IV)"

El diputado por Burgos, Francisco Mateo Aguiriano y Gómez, Obispo de Calahorra y la Calzada, fue un destacado diputado absolutista partidario de que sólo unas Cortes que comprendieran la reunión de los tres estados, serían las únicas capacitadas para dictar las leyes. Muy remiso a admitir el principio de soberanía nacional, defendió constantemente los intereses del Papa frente a la potestad de los obispos, exponiendo la necesidad de un Concilio Nacional, dado que consideraba como una verdadera corrupción de costumbres la situación por la que atravesaba el clero. Partidario de la Inquisición como valladar contra herejes y masones , mantuvo la tesis de que, gracias a ella se habían evitado muchos más conflictos mayores en España.

Murió en El Puerto de Santa María, el 9 de septiembre de 1813. Según su partida de defunción, se le celebró "un funeral con la suntuosidad correspondiente y asistencia de las Reverendísimas Comunidades y del Ilustre Ayuntamiento Constitucional, dándole sepultura en el panteón de la capilla de Nº Padre San Pedro Apóstol". (Texto: José María García León).

...continúa leyendo "1.246. FRANCISCO AGUIRIANO Y GÓMEZ. Constituyente de 1812 en El Puerto."

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Martín Delgado Mariscal es un profesor extremeño que lleva muchos años en la docencia en El Puerto de Santa María. Seguidor del Camino Neocatecumenal, ha sido presidente de la Comisión del Cincuentenario del Colegio La Salle, con cuya institución ha estado vinculado desde 1954 de diversas maneras.

Tiempo escolar en Huerta de Ánimas.

Martín nació en 1944 en Huertas de Ánimas, una aldea o arrabal de Trujillo, situada a 1 kilómetro de dicha población perteneciente a la provincia de Cáceres. Es el mayor de tres hermanos del matrimonio formado por Atilano y Emilia. De pequeño, además de en su pueblo natal, vivió en Tielmes de Tajuña (Madrid). Martín se formó en los centros de La Salle de Griñón (Madrid) y Granada

De izquierda a derecha, Martín, su madre Emilia con su hijo Juan Luis en brazos, el abuelo Tomás Mariscal (Mariquito) y Agustina Mariscal Moreno, en 1959.

El año de su nacimiento era alcalde de El Puerto, Ignacio Osborne Vázquez. Rafael Alberti publicaba ‘El Adefesio’ y ‘Pleamar’. Nacían también, ese año, el abogado Luis Suárez Ávila, el actor aficionado Federico Arjona Acá, el político popular Aurelio Sánchez Ramos, el músico del grupo de rock andaluz, Juan José Palacios Orihuela, ‘el Tete’, el abogado y escritor Luis Alba Medinilla. En a parroquia de San Joaquín era colocado, en su fachada, un azulejo del Cristo de la Flagelación. Miguel del Pino confirmaba su alternativa en el mundo del toro.

El equipo de profesores en La Salle. Fila superior Hno. Taudiano Prieto Palacios, Eusebio Espinar, Sánchez Romate, Hno. Jose María Martín,  Martín Delgado,  Juan Bautista Moragues. Agachados, José Luis Corbacho Gallart, el Hermano Segismundo, Vicente Juan Selma, el Hermano Gonzalo y Hno. Jose Navarro. Imbatibles.

...continúa leyendo "1.245. MARTÍN DELGADO MARISCAL. Maestro."

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María Luisa Cárave García nació el 19 de octubre de 1940 en la calle Pozuelo, 47, donde vivió toda su vida. Segunda hija del matrimonio formado por Juan Cárave Carrasco --fundador de la desaparecida Droguería Cárave de la calle Ganado, junto a la Divina Pastora-- y María García Escazúa, ambos de El Puerto. Milagros, Juan y Mari son sus otros hermanos. A los 7 años se quedó huérfana de padre, quien fallecería en 1947, con apenas 35 años, no así su madre que nos dejó hace ahora tres años. Luisa fallecía el 26 de diciembre de 2010, hace hoy un año.

Estudió en el Colegio de las Esclavas. Pronto empezaría a trabajar, primero en la Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE) en la calle Larga, junto a Las Novedades y luego en Gráficas Andaluzas, primero en la calle Alquiladores y posteriormente en el número 27 de la calle Larga, a donde se trasladó la empresa, precisamente donde se alojara el Duque de Angulema, durante la ocupación francesa de 1823 al frente de los ‘Cien Mil Hijos de San Luis’; también en 1832 fue casa del prolongado veraneo del infante Francisco de Paula Antonio y su familia. Trabajaría, pues María Luisa, en una casa que había sido alojamiento de gente muy principal, vecinos de El Puerto por un tiempo.

María Luisa, tercera por la derecha, en la Feria de Primavera de 1968. /Foto: Rafa. Archivo Municipal.

Paseaba por todos los rincones de la Ciudad que recorría de punta a punta. Prueba de su interés por la vida y su tesón fue que, cumplidos ya los 65 años, asistía a la Academia de Bellas Artes ‘Santa Cecilia’ para recibir clases de pinturas, llegando incluso a exponer sus creaciones, con gran éxito. Fue militante del Partido Popular, en cuyas listas electorales figuró no en puestos de salida aunque si testimoniaba con su presencia la pertenencia al mismo. Perteneció a la Archicofradía y Esclavitud de los Milagros y era, también, hermana de la cofradía del Resucitado.

...continúa leyendo "1.240. MARÍA LUISA CÁRAVE GARCÍA. Cooperante."

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Entre el rico patrimonio con que cuenta la Ciudad, testigo del peso, brillo y oropel de antaño, se encuentra una interesante colección de cuadros --de propiedad pública y privada, especialmente pertenecientes a la Iglesia Católica-- distribuidos por diferentes inmuebles y templos porteños.

Este  cuadro navideño que traemos aquí, la Adoración de los Ángeles al Niño, es un óleo pintado sobre cobre, realizado en Méjico en 1754, que se encuentra en el mueble de la Sacristía de la Capilla del antiguo Hospital Municipal, sede de la Hermandad de Los Afligidos.

Hoy 3 de diciembre  se cumplen 322 años  de la formalización oficial en El Puerto de Santa María del culto a San Francisco Javier, quien, junto con San Sebastián (ver nótula 631 en Gente del Puerto) y la Virgen de los Milagros, completan la nómina de patronos de la Ciudad. Pero la existencia y vinculación de estos santos varones con El Puerto pasan desapercibidos hogaño de la feligresía, creyente o no. En 1679 empezó una epidemia de peste -unidas a otras calamidades padecidas en el siglo XVII- que asolarían la Ciudad, con una mortandad de un quinto de la población. La medicina y demás remedios naturales no funcionaban y se recurrió a lo sobrenatural: plegarias al otro co patrón anterior, a San Sebastián y también a la Virgen de los Milagros, a San Roque, San Ruperto, el arcángel Rafael, la Soledad de la Victoria o la Santa Cruz no dieron resultados. Pero hete aquí que se recurrió al misionero jesuita, San Francisco Javier y el 3 de diciembre de 1681 la epidemia empezó a remitir. Así, el Cabildo eclesiástico aprobó celebrar cada 3 de diciembre la festividad del apóstol de las Indias, en la Iglesia Mayor creándose un culto a su figura. Pero poco duró la alegría en la casa del pobre.

A poco la mejoría que experimentó El Puerto tras la epidemia, se vino abajo y la situación empeoró y con ello el culto al jesuita, por lo que los fieles, cada vez menos convencidos del papel intercesor del santo, hicieron que la celebración de dicha efemérides fuera considerada una fiesta menor y hoy se encuentra prácticamente desaparecida. Si consolidaría, aunque de forma intermitente en El Puerto a los Jesuitas, quienes ya contaban en la Ciudad con una compañía para la propagación de la Fé. Así fundarían un oratorio público y posterior colegio en la calle Luna esquina con Nevería, donde se encuentra la torre hexagonal que todavía, cosa rara, hoy se puede ver en pie. La imagen de este co patrono, obra de Juan de Mesa, se puede ver en la Iglesia de San Francisco. La última procesión en honor al patrón, se celebró, de forma excepcional junto a la Virgen de los Milagros el 8 de septiembre de 1991. (Texto José María Morillo.)

CRÓNICA DE UN DESCUBRIMIENTO.
El profesor e investigador Francisco González Luque ha estudiado la talla ubicada delante del presbiterio de la iglesia de San Francisco en la calle del mismo nombre: «En 1924, en el transcurso de una restauración de la talla de San Francisco Javier que llevó a cabo José Bottaro, apareció un documento (¿autógrafo de Juan de Mesa?) en su interior que atestiguaba la autoría y cronología de la imagen. Dicho manuscrito, que celosamente custodian los PP. Jesuitas de El Puerto, está muy bien conservado y la claridad de su letra lo hacen perfectamente legible. Entre otros datos aporta el precio (1000 reales la hechura de la talla y 500 reales su dorado), su paternidad (Juan de Mesa, “discipulo de Juan Martinez Montañes natural de la ciudad de Cordoba”) y fecha (en 1622, “a los primeros de mayo de dicho año”). También se incluyen los nombres de los clientes (los caballeros Veinticuatro de Sevilla), el Papa, el Rey, el Arzobispo y el Rector del Colegio de San Hermenegildo de Sevilla, para donde fue realizada

Será el propio Bottaro quien dé a conocer en 1930 la autoría de Juan de Mesa respecto a los santos jesuitas “que desde los últimos tiempos del Colegio, siendo rector el R.P. Nicolás Campos, se veneran en la iglesia de San Francisco”. El artículo que publicó la Revista Portuense incluía el texto que aquí reproducimos e indicaba que el documento lo entregó a los Padres Jesuitas de El Puerto, “que lo conservan en estima”. Se trató en aquella época de una auténtica revelación, pues la mayoría de las obras de Mesa se atribuían entonces a su maestro Montañés. Se ha calificado el hallazgo de verdadero “bautizo artístico” del imaginero cordobés, eclipsado hasta comienzos del siglo XX por aquél. A partir de este testimonio se disiparon dudas, se aclararon muchas atribuciones gratuitas y, sobre todo, se reconocía por primera vez la ciudad natal de Mesa y el nombre de su maestro. Poco después fueron apareciendo otros documentos igualmente reveladores, como fueron su partida bautismal, el contrato de aprendizaje con Montañés y la autoría de muchas imágenes.

LA IMAGEN.
La imagen conservada en El Puerto es una escultura de talla completa de 172 cm. de altura (sin contar la peana) que representa al santo jesuita navarro todavía joven, de pie, vestido e interpretado con algunos símbolos clásicos en su iconografía. La cabeza es pequeña, cubierta con cabellera corta y mechón central, escasa barba negra, grandes ojos de mirada penetrante bajo cejas finas, nariz recta y boca entreabierta por la que asoman los dientes. Pienso que la actual fisonomía, aunque de facciones que acusan el realismo de Juan de Mesa, no responde a la original del imaginero, pues en la desafortunada restauración que efectuó Botaro, desfiguró algunos rasgos y policromía del rostro, aunque éste mantuviera que apenas alteró el estado primitivo de la talla. Basta comparar con los rasgos faciales de otras representaciones de santos, incluso con la otra figura pareja, San Ignacio de Loyola, en la misma iglesia portuense de San Francisco, que no fue retocada, para percatarnos de la errónea restauración. La belleza y expresividad del rostro de San Ignacio, con facciones típicamente mesinas, han desaparecido en el de San Francisco Javier, que se nos ofrece ahora mucho menos expresivo, más anodino y con menor interés artístico».

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Luis Bellido Salguero nació en Jerez en el Arroyo, el 1 de noviembre de 1924. De haber vivido ahora, el pasado día de los Tosantos hubiera cumplido 87 años. Hijo de  Antonio Bellido Troncoso,’Guerrerito’ banderillero de la cuadrilla del torero ‘Venturita’,  y de Trinidad Salguero, tenía cuatro hermanos: Antonio, Carlos, Encarna y Javier.  Entró en el Seminario en 1938, con 14 años. /En la imagen, Bellido en 1999, poco antes del homenaje que le tributaron. Era un fumador empedernido.

CURA EN EL PUERTO.
Se ordenó sacerdote el 23 de octubre de 1949, siendo apadrinado por Juan Miguel Pomar García y esposa quien, por encontrarse indispuesta, fue representada por Trininad del Pino, viuda de García Mier. Estuvo tres años en su primer destino: El Puerto de Santa María, entre la Iglesia Mayor Prioral de El Puerto de Santa María, ciudad donde le pusieron el apodo de 'Padre Bicicleta' por ser ese su medio de locomoción, tanto para desplazarse desde Jerez como para circular por las calle de El Puerto (vivía en la calle San Juan arriba y cogía carrerilla bajando la cuesta abajo); y no por decir la misa más rápido que nadie -que también-, como algunos creían. Dejó muy buena huella. Y la bicicleta, a su amigo Pepe Morillo, que estuvo en la calle San Juan, núm. 20 durante muchos años.

Luis Bellido, en su primer destino, El Puerto de Santa María, en esta ocasión en el escritorio de la Parroquia de San Joaquín.

Luis Bellido fue cura consiliario de Acción Católica. De pie, de izquierda a derecha, en la superior, José Bononato Sáez, Rafael Felices Morro, Pepe Morillo León, Jacinto Cossi Mora, Luís Jiménez González-Nandín, el Presbítero D. Luis Bellido Salguero, Francisco Rábago Vega, Antoñito Sampalo “El Aceitunero”, Pedro Crespo Blanquer, Andrés Alarcón Cañones, Luís Fernández-Sanz Blanco. Los tres de la fila de en medio: Francisco Basallote, José Luís López Franco, Antonio Pineda Crespo. Y en la fila de los que están sentados en el suelo Enrique Rodríguez primo de Juan Luís de los Santos, Antonio de la Torre González, Guillermo Benvenutty, Alarcón, Manuel Barba y Juan Luis de los Santos. /Foto Colección Vicente González Lechuga.

LA PRIORAL Y SAN JOAQUÍN.
De la Prioral, pasaría también a la parroquia de San Joaquín portuense siendo luego destinado a la iglesia de la Magdalena de Sevilla en 1953, donde nosotros le visitamos una vez, acompañando a su hermano Javier. Y luego el destino sería Jerez en 1956, como coadjutor de San Marcos y encargado, a su vez, de las iglesias de San Lucas y de San Juan de los Caballeros, donde tenía su vivienda, en la cual también recuerdo haberle visitado, en alguna ocasión. Posteriormente pasaría a su último destino, como párroco del templo del patrón de la ciudad, San Dionisio, en cuyas habitaciones anexas vivía con su anciana madre desde 1957.

En El Puerto, en la casa parroquial, con sus amigos Pepe Morillo, Manuel Ortega y Pepe Valiente.

SAN DIONISIO EN JEREZ.
En esta parroquia se entregó en cuerpo y alma, tanto a su labor espiritual, como a la restauración del templo, que le costó la mitad de su vida y su salud. Una obra que duró desde el día de Reyes de 1964, hasta la fiesta de la Inmaculada, de 1977, teniendo nosotros ocasión, por entonces, de entrevistarle sobre las mismas, con motivo de la visita que realizara a la misma un ministro, acompañado de diversas autoridades nacionales, locales y provinciales.

MISA ENTRE ESCOMBROS.
Por cierto que sabemos que hay quien guarda viejas fotografías en la que se ve a Bellido diciendo misa, con la iglesia llena de escombros, montones de arena y paraguas abiertos, en días de lluvia. Porque, en los trece años que duraron aquellas primeras obras de restauración, en las que se acometió la más profunda de las intervenciones, desde los cimientos, al artesonado nuevo, nunca se cerró la iglesia. Decía el sacerdote que si se cerraba el templo, jamás se restauraría. Y para sacar fondos para las obras se las ingeniaba de mil maneras, con carteles en los que aparecía montado en un camión de materiales, vestido con su inseparable sotana. Otras veces compraba cupones y, otras, lotería, pensando siempre en que podría pagar si le tocaban, aunque la diosa Fortuna no fue muy generosa con él. Y pidiendo y dando sablazos a unos y a otros, especialmente a determinados amigos y feligreses adinerados, a los cuales solía ir a buscar incluso a los bares donde paraban, para pedirles dinero para las obras. /Fachada de la iglesia de San Dionisio en los cincuenta.

En una visita, precisamente del ministro jerezano Manuel Lora Tamayo, también está el alcalde Miguel Primo de Rivera y el arquitecto Fernando de la Cuadra (también Rafael Manzano Martos), mostrándole las obras de San Dionisio. Bellido era cura de sotana perenne, afirmando que no gastaba en pantalones ni tenían que estar planchados.

MINISTRO LORA TAMAYO.
Una Semana Santa, cuando el ministro de Educación y Ciencia, Lora Tamayo, jerezano de nacimiento, vino a dar el pregón, al pasar delante del humilladero de San Dionisio, desfilando en la presidencia de una cofradía, Bellido se acercó a él, pidiéndole respetuosamente que le echara una mano en las obras de su templo; a lo que el ministro le contestó que iglesias en ruinas, había muchas en España; saltando inmediatamente el cura, contestándole que sí, «pero que ministros de Jerez solo hay uno» y, sin más, se marchó dejando plantado al ministro.

En 1974, durante la celebración de sus Bodas de Oro sacerdotales, con el Obispo Rafael Bellido Caro.

BELLIDO BARATO.
Bellido Salguero tenía una personalidad muy especial y, sobre todo, mucha gracia de la espontánea; sin perder nunca su seriedad; ya que era un sacerdote muy responsable y comprometido. Una vez dijo al Obispo Bellido, compañero suyo de seminario, que si don Rafael era el Bellido Caro, él era el Bellido ‘Barato’. Otra de sus características principales fue el gran amor por los pobres, socorriendo generosamente a cuantos acudían en masa a su despacho; repartiendo lo mucho o poco que tenía. Y en época de inicio del curso escolar, tenía un convenio con la Papelería Consistorio, de su amigo Pablo, para que diera los libros de texto a muchos niños de familias que no podían adquirirlos; pasándose luego él para pagarlos.

RUIZ MATEOS.
A otro amigo feligrés, dueño de una bodega, acudía de vez en cuando a pedirle dinero, en momentos en que las limosnas no le llegaban; se tomaba un te con él y se iba más que contento, porque ya podía aliviar los problemas de alguien. Sabemos que sufrió enormemente, cuando encarcelaron a José María Ruiz-Mateos, a quien estimaba muchísimo. Y cuando éste quedó libre, mandó repicar a gloria las campanas de San Dionisio, formando un gran alboroto; pues le decía a los monaguillos que tocaran «más fuerte, más fuerte, que se enteren en Madrid». /Con el Obispo Auxiliar de Jerez, José María Cirarda Lachiondo.

A LA INTEMPERIE.
Era tal su delicadeza, que cuando murió su madre, Trini Salguero, a la que amaba con locura, y ya vivía completamente solo, una noche tuvo que salir para llevar los últimos auxilios espirituales a un enfermo, olvidándose las llaves; y cuando volvió, ya de madrugada, para no molestar a nadie, se sentó en los escalones de su vivienda, anexa a la iglesia, donde se quedó dormido y allí pasó, en la puerta de la calle, el resto de la noche. De salud delicada, desde 1984 tenía instalado un marcapasos y sufrió, en total siete operaciones.

LE CURÉ DE SAN DENÍS.
Y algo que muchos desconocen: Luis Bellido Salguero era un extraordinario pintor, en la línea del gran paisajista José Montenegro Capel, al que imitaba perfectamente, firmando sus cuadros, que solía regalar a sus amistades y bienhechores, con el seudónimo de 'Le Curé de San Denís'. Fallecía a las cuatro de la tarde del domingo 5 de marzo del año 2000. (Textos: J.de la P.)

Iglesia Mayor Prioral, puertas de las Campanas, a la izquierda y del Sol a la derecha.

Hace 100 años, el 24 de noviembre de 1911, se celebró un curioso y solemne bautizo en la Iglesia Mayor, siendo la receptora del sacramento una mujer adulta de nombre Lucía Cauly, amadrinada por la dama portuense doña Manuela Zurutuza, Vda. de Tosar. En la ‘Revista Portuense’ cuenta con todo detalle el inusual acto: «Ayer, a las 7,30 de la mañana, concurso numeroso de fiel es que presenciaron la ceremonia que tuvo efecto en la iglesia Mayor Prioral del acto solemne de abjurar de sus errores protestantes e ingresar en nuestra sacrosanta religión católica la antigua y respetable convencían, doña Lucía Cauly, procedente de secta anglicana».

En la puerta de las Campanas le esperaba el arcipreste Sr. Barreda, revestido con  pluvial morado, bordado en oro que actuaba como oficiante del acto, por concesión especial del Arzobispo de la diócesis. Allí, siguiendo las oraciones contenidas en el Ritual «hizo la abjuración de sus errores y prácticas protestantes, diciendo con voz firme y clara que creía y confesaba cuanto cree y confiesa la religión católica, apostólica, romana, en cuyo seno quería vivir y morir.»  Tras esta renuncia de sus anteriores creencias solivió ser bautizada y, «tras besar el crucifijo que le acercó el celebrante» se trasladó a la capilla bautismal, exornada especialmente para dicho acto «recibiendo al mismo tiempo que sobre su cabeza corría la regeneradora agua, los nombres de María de los Milagros, Lucía, Luisa.»

Pila bautismal de la Iglesia Mayor Prioral.

Foto de una ceremonia similar de abjuración del Protestantismo y conversión al catolicismo de cuatro alemanas, celebrada en la iglesia de Igeldo (San Sebastián) el 30 de septiembre de 1914, 3 años después de la celebrada en El Puerto.. De izquierda a derecha, delante: P. Martínez, superior de los Jesuitas de S.S.; Felipa Horn; Margarita Werthe; Luisa Peters; Emma N.; Braulio Iraizoz, párroco de Igeldo. En segundo término las personas que apadrinaron el acto.

Fueron testigos los presbíteros Julián Carril y Ricardo Luna los cuales se ocuparon previamente, comisionados por el arcipreste, de instruirla en los conocimientos necesarios para ser bautizada. Posteriormente, en la capilla del Sagrario recibió por primera vez la Sagrada Eucaristía, «escapándose de sus pupilas abundantes lágrimas, visibles señales de gozo que inundaba su alma». Finalmente, subió al camarín de la Patrona, Ntra. Sra. de los Milagros, orando bajo su manto. (Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz. A.C. Puertoguía).


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Con motivo del primer centenario de la inauguración de la Parroquia de San Joaquín de El Puerto, se va a presentar en breve un libro recordatorio de esta efemérides cuyo autor es el porteño Luis Alba Medinilla (con nótula 822 en GdP). Para despejar el camino  a esa presentación, hoy, traemos a esta web unos pequeños apuntes extraídos de la amplia recopilación de datos realizada por su autor de cómo se gestó el nacimiento de la popular Parroquia.

En el encabezamiento del Libro 1º de Bautismos figura una nota manuscrita del primer Cura Párroco que la dirigió, el Reverendo Salvador Martín Rodríguez, que dice textualmente: Se inauguró la Parroquia en el día 1 del mes de noviembre de 1911. Salvador Martín’. Y esta misma nota se repite en el encabezamiento del Libro 1º de Matrimonios, en el de Defunciones y en el de Confirmaciones.

Los antecedentes a la misma se sitúan en el 4 de septiembre de 1728, día en el que se celebró la primera misa en una sala baja de unas casas cedidas al efecto en la calle Cielos frente a la de Ginés de la Fruta, constituyéndose como Ayuda de Parroquia de la Iglesia Mayor Prioral. Los promotores de la construcción de la Iglesia de San Joaquín fueron Francisco Moreno, Vicario de la Prioral, y el Reverendo Pedro Ambrosio Rodríguez Villarello, Capellán del Convento de la Reverendas Madres Capuchinas. Ambos personajes solicitaron licencia de construcción al, todavía en aquellas fechas, Conde de El Puerto de Santa María, Nicolás Fernández de Córdoba y de la Cerda, Marqués de Priego y Duque de Medinaceli, que la otorgó en Madrid el 21 de diciembre de 1728. La construcción de esta primitiva iglesia se sufragó a costa de limosnas, y se inauguró en el año 1737 según publica en su Historia de El Puerto Anselmo José Ruíz de Cortázar. Durante casi dos siglos se mantuvo la labor de esta Iglesia Auxiliar del Señor San Joaquín hasta el momento en que fue elevada al rango de parroquia independiente el día 1 de noviembre de 1911, año en el que se inició su actividad pastoral. /En la imagen, el paso de la Veracruz procesionando, cuando ya estaba su sede en San Joaquín.

Boceto del retablo de San Joaquín, obra de María F. Lizaso.

Las nuevas instalaciones nacían con un impedimento de envergadura que a la postre resultaría definitivo para su posterior desarrollo. La vieja iglesia auxiliar de la que apenas existen datos contrastados tenía una característica bien conocida, y era la de su pequeñez, heredada de sus primeros tiempos; era poco más que una ermita que la hacía inviable como nueva institución parroquial destinada a la atención religiosa de la mitad de la población de El Puerto.

Interior de la Parroquia de San Joaquín, al fondo el retablo en el altar mayor realizado por el porteño José Ovando.

Tras algunas vicisitudes de localización por mor del poco espacio (estuvo hasta 1917 en la entonces Iglesia de San Juan de Dios, sita en la calle Luna núm. 11, donde hoy día se ubica la Congregación de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús), volviendo ese mismo año a su sede en la llamada calle Federico Laviña (hoy Cielos) que fue remodelada a través de la iniciativa de un parroquiano que costeó las obras, aunque su espacio vital no quedó con la capacidad que realmente se requería para la ocasión.Finalmente y bajo los auspicios del Cardenal Eustaquio llundain Esteban (en la imagen de la izquierda), arzobispo de Sevilla, el día 23 de mayo de 1927 se cierra nuevamente la Parroquia para realizar las obras de ampliación definitivas que con más o menos reformas ha llegado hasta nuestros días. Durante el periodo de obras se habilitó para Parroquial la Iglesia del Convento de las Reverendas Madres Capuchinas, teniendo lugar la inauguración de la nueva Parroquia un año más tarde –el domingo 9 de junio de 1928- sin el retablo que actualmente luce el altar mayor.

Luis Bellido Salguero, quien fuera durante muchos años párroco de San Dionisio en Jerez, estuvo destinado en El Puerto y, como se aprecia en la imagen, imponiéndole en San Joaquín la insignia de Acción Católica al niño Enrique Pedregal Valenzuela, (con nótula núm. 841 en GdP), en presencia de Luis Almansa.

Con la guerra civil de por medio y una posguerra que marcó a sangre y fuego el devenir de varias generaciones de españoles, es en 1945 cuando se empieza a tener noticias del proyecto de retablo mayor que el párroco de la época –Don Manuel Salido- tenía anotado en su hoja de ruta, amén de aumentar en cuanto pudiera el valor patrimonial y artístico del recinto parroquial. El escultor elegido fue el porteño José Ovando, formado en la Academia de Bellas Artes de Santa Cecilia y discípulo del afamado escultor Castillo Lastrucci.

En la fotografía, tomada en 1952, aparece el equipo de monaguillos de San Joaquín: de izquierda a derecha, Manolo Girón ya por entonces sacristán (con nótula 110 en GdP), Manuel Salido, Cura Párroco, Antonio Espinosa de los Monteros, ayudante de Sacristía, y los monaguillos Gabriel Núñez, Diego Oviedo, Fernando Bueno y el niño Antonio.

José María Rivas Rodríguez, párroco durante 38 años de San Joaquín sucedió a Manuel Salido Gutiérrez, párroco igualmente de  dicho templo, cuando el segundo marchó a la Iglesia Mayor Prioral. En la imagen con el alcalde Miguel Castro Merello, en el ágape que siguió al pregón de la Semana Santa el 16 de marzo de 1959

El retablo fue costeado en buena medida por la Hermandad de la Vera Cruz y por suscripción popular que se abrió en la ciudad, quedando inaugurado el 19 de marzo de 1947 con una Misa solemne oficiada por el propio cura párroco y con la asistencia de las autoridades civiles y militares de la época, así como por una amplia representación de las Hermandades de Penitencia.

Guillermo Camacho Negreira, actual párroco de San Joaquín, durante esta semana siendo recibido por el alcalde de la Ciudad, Enrique Moresco, con motivo de la efemérides del centenario del templo portuense. Fueron coadjutores del templo Juan Luis Calvo Guerrero y Eduard Mc'oi.

Según palabras del profesor de Historia del Arte Francisco González Luque, la obra de Ovando funde los elementos arquitectónicos, escultóricos y ornamentales con gran acierto, logrando el ennoblecimiento del altar mayor de San Joaquín. Un siglo da para mucho o para poco, según se mire, pero no cabe duda que la Iglesia de San Joaquín ha estado inmersa y formando parte muy activa de las historias y vicisitudes de nuestra ciudad y sus habitantes en la última centena de años vividos. (Texto: Manolo Morillo).

Fachada principal del Monasterio de la Victoria (Iglesia). Año 1935.

En un vistazo general a la zona del Ejido de la Victoria  allá por los años cuarenta del siglo XIX nos llama la atención el viejo monasterio que tiene tres siglos y ha sido abandonado por la comunidad de los franciscanos Mínimos que lo habitaron hace apenas un lustro. Él sería uno de los novecientos conventos exclaustrados en España en 1835 por el chiclanero Juan de Dios Álvarez Mendizábal, en su calidad de ministro de hacienda y presidente del Consejo de Ministros de España por esas fechas con la Desamortización que lleva su nombre. En años venideros, ya secularizado y formando parte de los bienes estatales, sufrirá vicisitudes, transformaciones y gran parte de sus instalaciones usos de utilidad pública: hospicio, centro penitenciario y sala de congresos el propio edificio del convento y un paseo romántico y las instalaciones de Renfe que ocuparon parte de las huertas monacales.

En esta fecha, aunque hacía casi una década que Niepce había experimentado con éxito la captación de imágenes por medio de una cámara obscura, se tardará aún dos décadas más para que las imágenes capturadas se reproduzcan en un soporte de papel. A falta de este material gráfico de esa época, voy a intentar confeccionar para los lectores de GdP un breve retrato literario de la iglesia del Monasterio. /A la izquierda, proyecto de Retablo para el Convento de la Victoria. Año 1675. Archivo Fundación Medinaceli. Sevilla.

Aun están las campanas en su torre: tres medianas y una pequeña.  Nos situamos en el amplio atrio de la iglesia y vemos en su costado derecho la capilla casi terminada que levantó la hermandad de la Soledad, que nunca pudo cubrir y que acabarían por derribar años después las autoridades,  al frecuentar sus abandonados muros, rufianes y prostitutas. Sigue el almacén y la sala de sesiones de dicha hermandad. Después un jardín cercado de tapia, con árboles y plantas que aún están cuidadas, un pozo y una noria con canjilones nuevos que apenas se han usado al emigrar la comunidad de  Mínimos poco después de su construcción  La sólida puerta principal de dos hojas, adornadas con trabajados herrajes está ahora cerrada.

El Monasterio de la Victoria visto desde la parte trasera.

Si pudiéramos penetrar en el interior de la iglesia, veríamos una filigrana de luces proyectada sobre los escalones de mármol negro del presbiterio procedente de los ventanales altos, cuyas cristaleras aún se conservan y,  posiblemente,  nos resultase un tanto deprimente mirar los retablos vacíos, las cortinas empolvadas,  los deslucidos banco de pino y los deteriorados candelabros de madera repintada desechados por los frailes escuchando de fondo el rítmico sonido de un reloj de péndolas colgado  en la pared de la nave central que acentuaba la soledad casi sepulcral del recinto recientemente secularizado.

En la capilla que fue sagrario solo quedaba la balaustrada de hierro cuyas perillas, de reluciente metal antaño, mostraban una roñosa costra. Un confesionario y el púlpito, recordaba el culto de otros tiempos, así como las imágenes que permanecían en sus retablos y pedestales, pertenecientes casi todas ellas a las hermandades de la Soledad y Humildad que en dicho recinto tenían su sede. En la primera capilla de la derecha, la talla del Cristo de la Humildad y Paciencia en un retablo de madera con altar. En otra más adelante,  la imagen de San Francisco de Paula, fundador de la orden que habitó el monasterio, también en retablo de madera pintada con altar.

En la fotografía superior izquierda, talla del Stmo. Cristo de la Humildad y Paciencia. 

En la fotografía de la izquierda talla de Ntra. Sra. de la Soledad.

En la parte contraria, un retablo nuevo con las efigies de un crucificado, la Virgen y San Juan, pertenecientes a la Humildad y en la última capilla de ese mismo lado otro altar con retablo de madera en el que estaba instalada la Virgen de la Soledad.  Colgados de las paredes quedaban dos cuadros: uno, de una Dolorosa y otro, de mayor tamaño, con la figura de santo Tomás de Villanueva y en el coro de atrevida arcada, al que se accedía por una estrecha escalera de caracol habían dejado los monjes un órgano portátil pequeño, tres bancos, un facistol, un ataúd y en un nicho de pared, una imagen de la Virgen de Belén.

(Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz. A.C. Puertoguía).

14

Yo no sé si Vd. se piensa morir, pero, por lo general, todo el mundo se muere, a menos que Vd. haya concluido que se va a quedar para simiente de rábano o siga a algún Guru que le haya metido en el caletre que se va a reencarnar. A todo el mundo le llega su día, como a todo cerdo le llega su San Martín, que dice el refrán. Dicho de otro modo, o "expressione latina", que diría el Papa: "Hodie mihi, cras tibi", que era el letrero que campeaba en la puerta del cementerio de esta Ciudad y que una tata Antonia que hubo en mi casa traducía libremente: "Por aguantar un peo, aquí me veo".

"Este está para Santa Clara" o "Este está para que se lo lleve Carrurra" son dos frases que indican lo mismo: que se está en las últimas. Porque Santa Clara es el barrio donde está el cementerio de Santa Cruz--que así se llama el de nuestra Ciudad-- y Carrura un sepulturero portuense, que ha quedado en los dichos populares. Pero, además, el barrio de Santa Clara, siempre se ha conocido como "El Otro Mundo". Así, si Vd. recuerda, cuando se llegaba a la aserradora de Pastor, que estaba en la calle Misericordia, y preguntaba por alguien, seguro que se sorprendería, porque le dijeran que ese alguien estaba "en el otro mundo". Y es que "el otro mundo" era el almacén de maderas que tenían en una nave de bodega frontera con la carretera del cementerio "en el quartel de Santa Clara" que dicen los padrones, que es lo mismo que el barrio de "el otro mundo".

Así que si Vd. tiene tragado que se va a morir como todo bicho viviente, no ha pensado quedarse para simiente de rábano, ni cree en la reencarnación, debe saber, también, que, para el caso, está totalmente contraindicado comer carne de grulla. La carne de grulla produce una larga y penosa agonía en quienes la han comido alguna vez en su vida y exhalar el espíritu supone un largo proceso, a menos que sus deudos y familiares caigan en la cuenta y llamen a especialistas, que los ha habido--no sé si ahora los hay-- que, en la escalera de la casa donde se encuentra el moribundo, imite a la perfección el canto de la grulla, con cuya armonía, muere placidamente el agonizante.

Lo de toda la vida, en las familias de orden y de concierto, ha sido llamar al cura. No debe dejarse para el final, porque el moribundo debe ir bien preparado. Eso de ir simplemente "aliñado", esto es, con el "Santólio", aun con ser loable, no es lo más conveniente. El enfermo debe confesar y recibir el viático, recoméndarsele el alma y, finalmente, ser responseado con los convenientes hisopazos y gori-goris.

Ser un Don Guido --el de Antonio Machado-- y tener, al final, "un punto de contrición", cono Don Juan Tenorio, no está mal tampoco. Pero lo de cajón, para poder ponerlo en las esquelas y, en particular para la salvación del alma, es irse al otro barrio "después de haber recibido los Santos Sacramentos y la bendición apostólica de S.S.". Porque, si no, solo se puede poner "auxiliado con los Santos Sacramentos", lo que es lo mismo que bien "aliñado".

Santos óleos.

Por cierto, que caso de ocurrir el fatal desenlace, lo mejor, si es que no disponía de sillería, ni isabelina, ni imperio, ni chipendale, ni victoriana, ni tan siquiera de Benamahoma, es acudir , como toda la vida, a alquilarlas a Pasaje, que las tenía almacenadas en la antigua capilla de Jesús de los Milagros; hacer una buena olla de caldo, tener previsto el aguardiente y, sobre todo, el agua de azahar, por si ocurriera, que casi siempre ocurre, que alguna señora se priva, en pleno duelo, con la aflicción de la pena.

Temible es, en estos casos, la presencia de alicantinas, que se ponen, con la mejor intención y en aras de la salvación del alma del difunto, a entonar padrenuestros por cada clavo del Señor, por las cinco llagas y hasta por los pelos que le arrancaron de la barba, con una vehemencia y tenacidad encomiables, pero también tocantes a la risa. Ya se sabe que los mejores chistes del mundo se cuentan en los velatorios y duelos.

Velatorio. /Foto: Eugene Smith

Pero, atención, mucha atención, muy saludable y de particular interés es echar, de cuando en cuando, una miradita al muerto. Con el parpadeo de la llama de los cirios, con el reflejo del cristal de la tapa del ataúd, y con la sugestión que cada uno tenga, a veces, parece que el difunto ha movido los párpados o la boca. Casos se han dado, que el muerto no era tal. Así, quien tenga edad que lo recuerde, Carmen Vila, la portera de Acción Católica, pudo haber sido enterrada hasta dos veces viva. Sucedió que con la entonación de los latines del cura y del sochantre se reanimó, ante el pasmo general. A la tercera, fue la vencida. Y es que  algunos humanos, por la razón que sea, hacen lo que yo llamo "el ensayo general" para comprobar cómo se portarían, en ese trance, los herederos y parientes.

Lo normal, es que llegado el caso, en la casa doliente, lo primero que ocurría era la entrada de Luis Muñoz, diligente agente funerario, que tomaba cartas en el asunto. Lo segundo, la entrada de Ruperto, para tomar medidas. Lo tercero, el encargo de la caja a Enrique , el de los Muertos (aunque es de notar que si el entierro era en el hospital, de caridad, o en en Asilo de las Hermanitas de los Pobres, el ataúd lo hacía, de pino, teñido de nogalina y con una cruz de cinta morada, Teodomiro Alcántara, que tenía su taller frente por frente al Hospital y, era ,además, un gran ebanista).

Gente prevenida, como Angelito Martínez García, el artesano de los muñequitos de nacimiento, ha habido pocos. Ángel Martínez tenía, hecho de su propia mano --pues era, también, carpintero--, su ataúd, de madera de ciprés, colocado bajo la cama y, con su diseño, un panteón, en el primer patio del cementerio, ejecutado por el célebre marmolista sevillano Rovayo.

Curiosa inscripción en una lápida del cementerio.

Dispuesto todo eso que digo, hora era de ponerse los lutos. El luto riguroso, consistía en todo negro y, en las mujeres, además, las medias y el velo, el corto y el largo, llamado "la pena". Se revolvían armarios, roperos y arcas en busca de ropas de ese color y, caso de no hallarlas, se recurría a los consabidos tintes "Iberia" o a que familiares y amigos la proporcionaran.

Acto seguido, alguien allegado, se dirigiría a los balcones de la casa, si los hubiera, y alzaría los rodapiés, signo inequívoco de que la familia habitante estaba de luto. Otro que tal, se encargaría de poner en la casapuerta, cerrada a media hoja, una mesa con una bandeja, para las tarjetas y pliegos para las firmas de pésame. Fulanita de cual, proporcionaría el hábito de San Francisco para amortajar al difunto, el cordón y el escapulario de la Orden Tercera, la cera para sellarle los ojos y el pañuelo para forzarle a apretar la boca, de tal manera que algún recién fallecido parecía más padecer de un flemón que ser un verdadero muerto.

Los amigos le dedicaron una original esquela a su presidente.

Conviene que alguien, con buena caligrafía, rellene los nombres, apellidos y direcciones en las esquelas, de acuerdo con la lista que entre todos los circunstantes se preparaba, no bien llegaran las esquelas de la imprenta de Pérez, porque, del temprano y buen reparto, dependía la afluencia de gente a la casa y, luego al entierro. Y un entierro, bien poblado, es signo del singular afecto que el difunto y la familia gozan en la ciudad y fuera de ella.

Así que, durante toda una noche y, una mañana, discurría el velatorio, entre entradas y salidas, llamadas telefónicas, telegramas, rezos, ayes de dolor, llantos incontenibles, palabras de pesar, chistes verdes y marrones, más rezos, tazas de caldo, de café y copas de aguardiente, según los casos, pero siempre, ante el cuerpo presente del muerto, beatíficamente quietecito, con el crucifijo y el rosario en las manos entrelazadas, y, por lo que se oye comúnmente, el más bueno de la tierra, porque no hace falta más que morirse para ser bueno.

Monumento funerario de Enrique O'Neale Ybray, entrando en el cementerio, a mano izquierda.

A la hora señalada, a la vez que de la Iglesia sale el clero, con la cruz alzada, el sochantre, para dirigirse a la casa mortuoria, en la propia casa se organiza la cabecera del duelo. En la habitación más capaz, o en el patio, se forman los hombres más allegados, como en media luna y van recibiendo la "cabezada" de todo aquel que, por curiosidad, o por cariño al difunto o a la familia va entrando y saliendo. En la calle se forma un grupo, grande o pequeño --que, escrito quede-- hay entierros que dan pena verlos de poco público, y al poco se ve llegar al clero, con uno dos, tres y hasta ocho caperos revestidos con ornamentos negros, (según fuera de primera, de segunda o de tercera) con la Cruz alzada, los ciriales, el sochantre, el monaguillo con el libro , el acetre y el hisopo, y todos entonando, por lo alto o por lo bajo, latinajos, más o menos familiares para los asiduos a estas manifestaciones, de los que se pegan al oído, lo de"A porta inferi, erue, Domine, anima eius", y "Requiescant in pace, Amén", aparte de alguna otra palabra suelta de cuyo significado no queda constancia, y "Pater noster", al rociar de agua bendita, con el hisopo, el cadáver que, a manos de los más próximos, se acerca a la casapuerta, ante escenas de dolor. Luego, una dos, tres cuatro... posas, es decir paradas, desde la casa al cementerio, según se haya concertado, y en cada posa, un responso: otra vez latines inteligibles con la voz perruna del Padre Lobo, cánticos de Dueñas, agua bendita, y andando.

Traslado a pie de los féretros de las víctimas del accidente de la calle San Juan, ocurrido en febrero de 1963, desde la Iglesia Mayor al Cementerio Campal.

Por lo común, cualquiera que fuera el domicilio de donde partiera el entierro, a hombros --porque aún no se había establecido la moda del coche-- siempre se subía la cuesta de la calle Santa Clara hasta el cementerio. Al entrar, recibido por Carrurra, por Cándido, el Conserje, y por don Tomás o don Anastasio, sacerdotes capellanes de la Ciudad, se procedía a la cristiana sepultura del cadáver.

Tapia derruida del antiguo Cementerio Inglés. (Foto: AGR).

Si el difunto era disidente, moro, suicida o cosa parecida, nada de esto es aplicable. Para eso había un cementerio contiguo, detrás, con un letrero de caracteres arábigos, en donde se enterraban, además del llamado cementerio de los ingleses, que estaba justo donde el "CARREFOUR" [antes PRYCA y mas antes HIPER)], que acogió a muchos de los primeros bodegueros que se instalaron en la zona.

Y, aunque lo que valen son las oraciones y sufragios por los difuntos, había quienes le encargaban coronas de flores a Antonio "Carabina", a Macías, el de la "Cerería" o a "Paco Teleras" que hacían verdaderas obras de arte y le añadían perifollos y cintas con letreros laudatorios y recordatorios del difunto.

Curioso enunciado en la esquela de Doña Petra XX XX.

Dije antes que por la calle Santa Clara pasaban todos los entierros. No he dicho que, inmediatamente detrás del féretro iba la cabecera de duelo. Pues lo digo. Y quiero recordar a aquel hijo doliente que, calle Santa Clara arriba, detrás del cadáver de su padre se quejaba: «Ya lo llevan a donde no se vive; ya lo llevan a donde no se come; ya lo llevan a donde no se bebe…» Y "Saldiguera" que, borracho, estaba apoyado en una ventana exclamó: «--Vamos, a que lo llevan a mi casa». (Texto: Luis Suárez Ávila).

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Manolo Figueroa, retratado delante del Mercado de Abastos en 2004.

Manuel Figueroa Rueda, nació en 1918 perteneciente a una familia con una larga raigambre en nuestra Ciudad, por mas de 10 generaciones. Muy conocido en los ambientes taurinos y cofrades, fue un trabajador incansable para sacar adelante a una familia muy prolífica con 12 hijos. Fue herido en la Guerra, que le cogió con 18 años y le dejó metralla en el cuerpo. Tenía los pies curtidos de trabajar en las Salinas, en la Fábrica de Harina, arrumbador en Bodegas Terry… y por afición o por religiosidad popular, arrimaba a su casa unas pesetas como capataz de pasos de Semana Santa cuando las cuadrillas de costaleros se ganaban un jornal llevando la carga de los pasos, entre copa y chicotá, por las calles de El Puerto.

Pero su afición estaba en el planeta de los toros. De todo hizo en la Plaza Real, responsable de la cuadra de caballos, aunque especialmente prestó sus servicios auxiliares ‘con la camisa roja’, como monosabio ayudando y socorriendo a los picadores o varilargueros, llegando a pertenecer a las cuadras de caballos de Belmonte, Romualdo y José Almodóvar y también a la de Antonio Peña. Colaboró con muchas figuras del toreo que pasaron por la Plaza, entre ellas el mítico Manuel Rodríguez ‘Manolete’. Preocupado por ‘sus’ caballos, llegó a pasar noches con ellos para no dejarlos solos o si alguno andaba enfermo. /En la imagen de la izquierda, estudio que hizo Arturo Michelena del monosabio para su pintura 'La Vara Rota'.

En el año 2000, la Tertulia Taurina ‘La Garrocha’ le tributó un mas que justo homenaje por su dilatada labor,  en el mundo del toro, setenta años ligado a la Plaza, donde su sabiduría de años, su intuición, y sus consejos eran bien recibidos de cuantos participaban en la Fiesta. En aquel homenaje el veterinario Antonio Ruiz le dedicó entre otras, estas cariñosas palabras: «Y gracias al final Manolo, de ‘Jardinero’ tordo vinoso, por aguantar a su lado cuando la vida se le escapaba durante cuatro días y cuatro noches de vela, insomnio y vigilia cuando Guardiola traicionero, de astas certeras y afiladas, le echó las tripas afuera. Nunca olvidaré la expresión de tu cara quebrada por el dolor y las lágrimas de los ojos agotados, cuando al final ‘Jardinero’ se te fue para siempre. Y gracias Don Manuel, de cinco generaciones de afición a los toros, porque sin ti la grandeza y emoción de la suerte de picar en esta Real Plaza, ya no será igual». /Junto al cronista taurino Manolo Herrera, de 'En el Albero'. 

 Manolo nos dejó con 84 años, el 18 octubre de 2002. Muchos recordamos su figura con su gorra y su puro. Previamente a su sepelio, la comitiva fúnebre pisó, con el féretro a hombros, el albero de la Real Plaza, en póstumo homenaje.

Manolo Figueroa, flanqueado por dos picadores, Guillermo Rosales y Romualdo Almodóvar el día de su homenaje celebrado en Bodegas Osborne.

Su nieto, Jesús Ramírez Figueroa, portuense en la diáspora y director de una boutique de lujo en Londres, en la zona de Mayfair recuerda que «Mi abuelo era un porteño cabal, de los pies a la cabeza y reconocido en El Puerto por muchas cosas. De herencia no nos dejó ni una gorda, pero la sabiduría taurina, de nuestra Semana Santa, de trabajar a destajo, … era herencia vale mas para mí que todas las gordas y perras chicas que pueda cualquiera juntar. Recuerdo un caballo de las cuadras de Sevilla de nombre ‘Fregená’ con el que perdía el sentío; era un percheron cruzado de al menos 400 kilos con un pecho como un armario empotrado, pero tan dócil como un borrego. De muy chico me llevaba a La Burra (ver nótula núm. 489 en GdP) y entre aroma de puro habano, Ponche Caballero, coñac y vino porteño, yo absorbía la cultura de El Puerto».  El nieto de Figueroa, además de hablar castellano, inglés, griego, francés, portugués e italiano y defenderse en árabe, intenta con todo su afán conservar y defender el habla de El Puerto que practica siempre que puede.

3

Federico Rubio y Galy había nacido en El Puerto de Santa María el 30 de agosto de 1827, de familia de escasísimos medios económicos más que nada por el talante liberal inquebrantable que sostuvo su padre, precisamente durante el periodo absolutista. Era hijo de un abogado que había sido compañero de Riego y pinta en sus memorias los años niños de su vida empañados por persecuciones políticas y destierros que sufre su padre por mor de su ideología liberal exaltada.

Sus primeros estudios los realiza en ‘amigas’ y escuelas portuenses, alguna, como la de la Aurora, que daba títulos válidos ‘ante el Rey y ante el Papa’. Cuando decide ser médico, tropieza con la estrechez económica que agobia a su familia, y no duda en costearse su carrera dando clases de esgrima --era especialista en florete-- en el colegio gaditano San Felipe Neri.

DE LA DISECCIÓN A SU PRIMER LIBRO.
De estudiante, destacó pronto como disector. [Persona que diseca y realiza las operaciones anatómicas] Todas las horas que podía las dedicaba al anfiteatro, donde pasaba muchas noches a la luz de una vela, descuartizando cadáveres y preparando lecciones de anatomía para sus compañeros. En 1850 termina su carrera. Un año antes había publicado su primer libro: ‘Manual de Clínica Quirúrgica’. Prepara enseguida oposiciones a la cátedra del Hospital Central de Sevilla que no consigue, por causa de su ideología política, a pesar de sus brillantísimos ejercicios. /En la imagen de la izquierda, segundo cuaderno de su primer libro editado en la gaditana Plaza de las Viudad de Cádiz en 1850. Figura su autor como Bachiller en medicina y cirugía, ayudante de disector de la Facultad de Medicina establecida en Cádiz de la Universidad Literaria de Sevilla.

Vista parcial del Hospital de las Cinco Llagas, hoy Parlamento de Andalucía. Los alumnos de la Escuela Libre de Medicina y Cirugía recibían sus lecciones en sus dependencias.

ESCUELA LIBRE DE MEDICINA Y CIRUGÍA.
Ejerce su profesión durante algún tiempo en Sevilla y funda, en 1865, la Sociedad de Medicina y en 1868, al margen de toda oficialidad, la Escuela Libre de Medicina y Cirugía, donde imprimió a sus enseñanzas tal carácter práctico y objetivo que resultaron verdaderamente innovadoras sus maneras pedagógicas.

EMBAJADOR EN LONDRES.
Al poco tiempo, marcha a Inglaterra como Embajador de España. En Londres, asistió a los cursos del célebre Ferguson y allí lució más como médico que como político el ilustre portuense. En el campo de la política, aparte de Embajador, fue Senador, Presidente de la Comisión de Reformas Sociales y Diputado a Cortes. /En la imagen de la izquierda, cartel anunciador del Congreso celebrado en nuestra Ciudad en septiembre de 2002.

A su vuelta a España, Federico Rubio se reveló genial operador, rompiendo antiguas prácticas y viejas y tradicionales teorías. Realizó, por primera vez en España, operaciones tales como la ovariotomía y la extirpación de la matriz. Fue el primero que, en todo el mundo, extirpó un riñón con feliz resultado y espectaculares logros consiguió operando laringes cancerosas.

RAMÓN Y CAJAL.
Ramón y Cajal dijo de Federico Rubio que «se adelantó a todos en disipar el supersticioso temor que inspiraban las cavidades orgánicas, sobro todo el peritoneo, arca santa ante cuyas paredes se detenía miedoso el bisturí». De estos atrevimientos quirúrgicos fueron aventajados seguidores los doctores Salado, en Sevilla; Creus, en Granada; Toro y Díaz Rocafull, en Cádiz y luego, un sin fin de cirujanos.

RENUNCIA AL MARQUESADO DEL PUERTO.
Lo nombraron Académico de la Real de Medicina, Miembro Honorario del Real Colegio de Cirujanos de Londres, fue Director-fundador de la ‘Revista Iberoamericana de Ciencias Médicas’,  la más avanzada publicación de este carácter que contribuyó en su tiempo a crear un verdadero estilo quirúrgico español. Recibió las Grandes Cruces de Alfonso XII y del Cristo de Portugal. La Reina Regente, Cristina, le ofreció el título de Marqués del Puerto de Santa María, que rehusó cortésmente, fiel a sus ideas políticas.

ESCUELA PRÁCTICA DE ENFERMERAS.
Comprendió que la sola vocación religiosa no facultaba para atender debidamente a los enfermos, entonces confiados a manos monacales. Se propuso capacitar a las mujeres, monjas o no, para llevar a cabo tan delicada misión. Para ello fundó la Escuela Práctica de Enfermeras de Santa Isabel de Hungría. Su idea fue mal interpretada por la opinión pública ya que se pensó que lo que don Federico pretendía era eliminar y sustituir a las monjas en esta labor. Nada más opuesto a su sentir, ya que si era católico ferviente, no era peor amigo de los enfermos. /En la imagen, sello conmemorativo del 175 Aniversario de su nacimiento, celebrando su primer día de circulación el 8 de mayo de 2002.

Instituto Rubio. Pabellón de Dispensarios. /Foto: Laurent.

INSTITUTO RUBIO.
Pero su obra cumbre, en la que más empeño puso, fue la creación del Instituto Quirúrgico que llevó su nombre. El Instituto Rubio fue fundado para cumplir, por un lado, fines humanitarios y, por otro, docentes. Se atendían en él gratuitamente a los enfermos y se impartían enseñanzas de cirugía. El 4 de julio la Reina Regente ponía la primera piedra del Instituto Rubio, construcción que costeara don Federico. Tenía en su fundación un presupuesto anual de sostenimiento de 120.000 pesetas de las que sólo 50.000 eran aportadas por el Estado. El resto, se cubría con dotaciones que para camas hacían varios particulares.

En 1897,después de varios años en los sótanos del Hospital de la Princesa,el Instituto Rubio inauguró nueva sede en los altos de la Moncloa.Su estructura de pabellones por especialidades (Urología,Cardiología,Oftalmología y Ginecología) funcionaba como centro docente,asistencial y de investigación.Y la ubicación fue paradigmática,pues situándose junto al asilo de Santa Cristina anunciaba la emergencia del futuro polo sanitario de la Moncloa,luego completado con el Instituto de Higiene Alfonso XIII y el futuro Hospital Clínico,además de las facultades de medicina,farmacia y odontología.

Como dato curioso en la junta administrativa del Instituto formaban parte un enfermo y una enferma, con voz y voto con que el doctor hacía verdad su idea directriz: ‘Hacer de un hospital una familia de enfermos atendidos y cuidados por una familia de sanos’. 

PINTOR Y COLECCIONISTA.
Fue Federico Rubio pintor de exquisito gusto y esmerado coleccionista de pinturas. En lienzos poseía, entre otros, cuatro Murillos de sus dos épocas y un Greco y su colección ocupaba varios salones de su vivienda.  El deporte de la caza fue una de sus aficiones favoritas. Había adiestrado para ello a su perro ‘Gante’, fiel compañero de sus correrías cinegéticas.

Monumento a Federico Rubio en el Parque Oeste, de Madrid, obra de Miguel Blay.

CALLES EN EL PUERTO, SEVILLA Y MADRID.
Murió Federico Rubio el 31 de agosto de 1902, a causa de los estragos que una arterioesclerosis reumática había hecho en su organismo. Fue enterrado en la capilla del Instituto que fundara y su epitafio redactado por Menéndez y Pelayo. Al finalizar la última guerra civil, los restos del Instituto Rubio yacían entre obuses y bombas. Los nietos de don Federico, con paciencia reverencial, lograron rescatar sus huesos que reposaban en las ruinas de la Capilla.

A Federico Rubio se le dedicaron calles en El Puerto [la antigua calle Pozuelo y el ambulatorio de la Seguridad Social de la calle Ganado que aparece en la imagen de la izquierda], en Sevilla [donde también tiene un busto sin rotular en el dintel de una puerta en la calle Madre de Dios], en Madrid donde tiene una avenida y plaza [y un colegio público en la zona de Cuatro Caminos] y donde, en el Parque del Oeste, se le erigió un monumento obra de Miguel Blay. [También tiene calle en Torrelavega (Cantbria) y en otros municipios españoles]. (Texto: Luis Suárez Ávila).

FRAGMENTO DE SUS MEMORIAS.
«Nosotros continuamos hasta la calle de las Neverías, apeándonos ante un portal oscuro de una casa de la acera de la derecha. Esa casa era de mi abuela materna, o por mejor decir, de su tía doña Francisca Gil. Abierto el portón, tirando de un cordelillo que por el zaguán levantaba el picaporte, entramos en un patio enchinado y limpio, si no lo afeara un caño descubierto que, siguiendo el zaguán, corría a morir en otro caño mayor que iba por la calle. El patio, cerrado por sus cuatro frentes, en cada uno ofrecía una puerta: la de entrada, que pasamos; la frontera, al lado opuesto, y en los muros de izquierda y derecha otra puerta, respectivamente, y una ventana de reja a uno y otro lado de ellas. El patio carecía de corredores y arriates: la planta baja solo».

7

En la imagen de la izquierda, la niña Carmen López Llopis, con un año, en Elche (Alicante), ciudad donde nació accidentalmente.

Carmen López Llopiz nació en Elche de casualidad, porque su padre —mi abuelo— estaba destinado allí. Enseguida se volvieron a Murcia, de donde se sintió siempre.

Hija única, en todos los sentidos, de padres amantísimos, rodeada, además, de tías y de tíos solteros, tuvo una infancia muy alegre y un tanto mimada, hay que reconocerlo, aunque se lo merecía. Estudió con brillantez en el Colegio de Jesús-María

Notas de sexto curso de Bachillerato en 1956, Murcia.

Hubiese preferido hacer la carrera de Filosofía y Letras, pero su padre la empujó a la de Farmacia (eran otros tiempos), y ella se lo tomó con filosofía (y letras)

Carmen, en sus años universitarios.

Comenzó la carrera en Madrid, viviendo en casa de su tío el psiquiatra Bartolomé Llopis. Aquella era una casa de locos, no porque su tío pasara allí consulta, sino por sus numerosos hijos, súper cultos, hiper cosmopolitas y extravagantes. Hija única y niña de provincias, disfrutó mucho con sus primos madrileños . Y en cuanto pudo, escapó a Granada.

Acto de licenciatura en la Facultad de Farmacia. Universidad de Granada.

No hemos dicho que era muy guapa, pero lo era. Cuando llegó a Granada, el portuense Enrique García Máiquez, entre otros, le echó el ojo. Comentándolo con sus compañeros de Colegio Mayor, fue respondido: «--Más quisiera el gato/ lamer el plato». Sin embargo, aquello le salió bien y se hicieron novios.

Unos jóvenes Carmen y Enrique, en sus primeros tiempos de noviazgo.

El 6 de abril de 1968 en la Iglesia de Nuestro Padre Jesús, delante de la Dolorosa de Salzillo, en Murcia, se casaron Carmen y Enrique.

El estupor de su hazaña no se le quitó a Enrique García Máiquez en 41 años de matrimonio. Tras dos años en Sevilla, se instalaron para siempre en El Puerto.

En una cena con Elito González y Mamen e Ignacio Osborne.

La cosa tuvo su ironía, porque quince años antes, en un viaje por Andalucía con sus padres, Carmen había preferido pasar la mañana leyendo (y fumando) en la playa de Cádiz a ir de excursión al Puerto de Santa María con sus padres (que no le dejaban fumar). A la vuelta, mis abuelos le recriminaron su decisión, diciéndole, literalmente: «--Es un pueblo precioso, hija, y ya no lo conocerás nunca”.

De izquierda a derecha: Jaime, Carmen, Enrique; y en la fila de abajo, Enrique hijo, María y Nicolás.

Desde El Puerto, volvía a Murcia a tener sus hijos, cuatro, al abrigo de su madre. Por entonces se puso gravísima, con una leucemia letal. Los médicos perdieron toda esperanza, pero precisamente eso fue lo único que no perdieron ni ella ni mi padre ni sus amigos. Se curó. En el ínterin se hizo miembro del Opus Dei, demostrándose una vez más que no hay mal que por bien no venga

En Roma, con motivo de la beatificación de Josemaría Escrivá de Balaguer con todos sus hijos, el 17 de mayo de 1992.

Reanudó su vida familiar, profesional —como boticaria y como ama de casa— y social. Tuvo siempre tiempo para todos, y cuando digo todos, es todos, empezando por Dios, eje de su vida, siguiendo por su marido, por mis hermanos y un servidor, y acabando por sus conversaciones inacabables con sus incansables amigas

Carmen, con Cruz Pérez de Eulate.

No creo que ninguno se sintiera desatendido nunca. Cómo lo conseguía, no lo sé. .

Sófocles sentenció que nadie puede considerarse feliz hasta su muerte. A pesar del profundo respeto que debemos sentir por Sófocles, se diría que Carmen fue feliz desde muchísimo antes.

Otra foto de familia con los hijos ya mayores.

Enferma otra vez de cáncer, murió de camino al hospital, cuando pasaba justo por Elche. Habrá quien vea en esto sólo una curiosa coincidencia, aunque a uno más bien le parece el símbolo de una vida redonda, perfecta. (Textos: E.G-M.L.)

LA "SEÑÁ" GABRIELA
«Gabriela Ortega fue, como dijo el poeta, un "molde de fundir toreros". La"señá" Gabriela, bailaora de fuste, de la estirpe gaditano-sevillana de los Ortega, se casó con el torero Fernando Gómez "El Gallo" y fue madre de José Gómez Ortega "Joselito" y de Rafael "El Gallo". O sea que la "señá" Gabriela parió toreros a pares. A más, la "señá" Gabriela fue suegra de Ignacio Sánchez Mejías, torero, dramaturgo y mecenas de la Generación del 27.

Yo tengo una especial admiración por mi amiga Carmen López Llopis. Por eso la vengo apodando cariñosamente la "señá" Gabriela, porque, por derecho propio, se lo tiene merecido. Carmen, además de tener un marido que hace versos, es un molde de fundir poetas y los funde a pares, tal cual la "señá" Gabriela. Despuntó primero Enrique García-Máiquez López, hijo mayor de tan ilustre matrona y copó los premios y puso en la calle dos magníficos libros de poemas. Pero la sorpresa fue mayúscula cuando  nos enteramos de que Jaime García-Máiquez López había obtenido el premio "Luis Cernuda" de poesía y empezaba a ser gente en el mundo de las letras.

Yo todavía no sé por qué llamo a Carmen la "señá" Gabriela, cuando podría haber echado mano de Doña Ana Ruiz, madre de Manuel y Antonio Machado, para ponerle el mote. Pero lo de la "señá" Gabriela es más entrañablemente racial y más gráfico. A mí, la verdad, se me cae la baba viendo a esos dos hijos de mis amigos Enrique y Carmen triunfar y hacerse sitio en el hostil y espinoso campo de minas de los poetas, donde han plantado, con pie firme, sus reales. Y yo no tengo más remedio que acordarme de la madre de "Joselito" y de Rafael "El Gallo", esposa de Fernando Gómez y seguir llamando a mi amiga Carmen López Llopis la "señá" Gabriela, como un timbre de gloria. (Texto: Luis Suárez Ávila).

Carmen, paseando por un parque...

IN MEMORIAM
Ahora entre los muertos una voz
está hablando de mí. Quizá les cuente
mi último artículo o mis memorables
—para ella— poemas del colegio
o les enseñe fotos en smoking,
cuando estaba delgado e iba a fiestas.
Ignoro qué, pero de mí hablará
pintándome mejor de lo que soy,
más ocurrente, listo, guapo, bueno,
más valiente, más hondo, más honrado,
exactamente igual que supo verme.
Les convence seguro —la conozco—
de que vayan haciéndome algún hueco,
de que tenerme allí con ellos les conviene.

[Enrique García-Máiquez López,
Con  el tiempo (Renacimiento, 2010)]

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