D. Enrique Bartolomé López-Somoza nació, circunstancialmente, en Málaga el 29 de enero de 1926 y falleció el 16 de marzo de 1998, hace mañana lunes once años. Pero D. Enrique nace oficialmente para El Puerto en 1952, año en el que es nombrado Profesor Titular del Ciclo de Geografía e Historia en el Centro de Enseñanza Media y Profesional en nuestra Ciudad, aunque ya le era familiar El Puerto desde un tiempo anterior, cuando conoció a la que sería su mujer, Elisa, haciendo las milicias universitarias. Es aquí donde contrae matrimonio con la porteña Elisa López-Quevedo con quien tuvo tres hijos, Enrique, Santiago y Juan Ignacio. A su llegada a El Puerto vivió en el Egido de San Juan, junto a la finca del Manco Guindate, en la casa conocida como de Santa Ana, propiedad de D. Manuel Rubín de Celis -paralítico que usaba un carrito de madera de caoba y que tenía una gran biblioteca, donde por cierto vivió también a su llegada Manuel Martínez Alfonso-. Con posterioridad ocupó uno en los chalecitos de los profesores del Instituto de la Rotonda de La Puntilla, hasta su fallecimiento. El mayor de sus hijos, Enrique, abogado en ejercicio y colaborador habitual de Diario de Cádiz, está terminando la biografía que D. Enrique dejara inacabada por su triste desaparición. (En la fotografía, D. Enrique en un acto en el Colegio de Espíritu Santo, del que fue organizador y benefactor).
Enrique Bartolomé López-Somoza was born, circumstantially, in Malaga on the 29th of January 1926 and passed away on the 16th of March 1998, eleven years ago tomorrow. But Enrique was officially born for El Puerto in 1952, the year in which he was named Associate Teacher of the Cycle of Geography and History in the Centre for Secondary and Vocational Education in El Puerto. He was already familiar with the town from before, when he met his future wife, Elisa, while he was carrying out University Military Service (training as officers for university students). It is here where he married Elisa López-Quevedo, from El Puerto, with whom he had three sons: Enrique, Santiago and Juan Ignacio. When he arrived in El Puerto he lived in Egido de San Juan, next to Manco Guindate’s property, in the house known as Santa Ana, belonging to Manuel Ruiz de Celis. The latter was paralysed and used a mahogany trolley to get around and also had a great library. Manuel Martínez Alfonso also happened to live here on his arrival in town. Enrique later moved to one of the little secondary school teachers’ villas at the La Puntilla roundabout, until his death. The eldest of his sons, Enrique, lawyer and regular collaborator of the Diario de Cádiz (newspaper), is finishing the biography which his father Enrique left unfinished due to his sad departure.
D. Enrique con sus padres, en una foto de estudio a principio de la década de los años 30 del siglo pasado.
Hiijo de Abelardo Bartolomé del Cerro y de Adela López-Somoza Álvarez, nació como hemos dicho de forma circunstancial en la capital malagueña, y fue así porque su madre padecía una enfermedad respiratoria y debía pasar los inviernos en el sur de España, donde el clima más seco permitía que el embarazo se desarrollase con normalidad. Según decía, su amigo Paco Viseras Alcolea --ginecólogo porteño fallecido recientemente-- en Málaga tenía su consulta uno de los mejores tocólogos de la época, el doctor Gálvez, que poseía clínica propia. En ella nació D. Enrique. Y el doctor Gálvez tiene un monumento erigido en su ciudad y sus discípulos continúan la labor médica en la capital andaluza.
EL PADRE DE D. ENRIQUE Y LA INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA.
Su padre Abelardo Bartolomé nació en Madrid en 1874, estudió en la Institución Libre de Enseñanza, donde entre otros compañeros tuvo a Julián Besteiro, con el que cultivó siempre una gran amistad. Doctor en Ciencias Naturales, fue desde 1899, profesor auxiliar de la Facultad de Ciencias de la Universidad Complutense de Madrid. En 1912 obtiene por oposición la Cátedra de Ciencias Naturales de la Universidad de Salamanca donde entabló amistad con el que fue su rector Miguel de Unamuno, hasta que fue depurado. En 1920 obtuvo la cátedra de Biología en la Universidad de Valladolid en la llegó a ser decano de la Facultad de Ciencias, falleciendo en esta ciudad castellana el 4 de febrero de 1.947, contando nuestro protagonista con 18 años de edad. La vida del abuelo de D. Enrique, de su padre y de sus ascendientes y familiares es interesantísima. Desde haber sido su abuelo, Eugenio secretario personal de la Reina Isabel II, precursor de los Jardines de la Infancia (la Universidad de Alcalá ha publicado un libro sobre su vida) hasta tener un primo hermano: Rafael López-Somoza que fue el actor preferido de Pedro Muñoz Seca. (En la ilustración, el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza).
Don Enrique, el segundo por la izquierda de la fila superiror, entre un compañero con corbata y otro en camisa, en el Colegio de los Marianistas de Madrid donde estudió Bachillerato. En la foto también aparece su compañero, expresidente de gobierno fallecido, Leopoldo Calvo Sotelo. ¿Adivinan cual es?
En las memorias que D. Enrique dejó a medio escribir –y en las que su hijo Enrique está trabajando y recopilando, base importante de esta nótula-, describe sus primeros años estudiantiles aprendiendo a leer con su padre cuando le enseñaba con los periódicos ‘La Voz’ y El Sol’. Comenzó su andadura estudiantil en el Colegio de ‘Las Francesas’ de la Calle Santiago de Valladolid, cuando contaba cinco años de edad y con su madre recién fallecida. En ese colegio estuvo hasta los siete años, que se fue a vivir con su tía Eloisa (hermana de su madre) que ejercía de maestra en Madrid, y se matriculo en el colegio ‘Ruiz Zorrilla’ en la Ronda de Toledo. Un año después pasa al Instituto-Escuela en los Altos del Hipódromo, al final de La Castellana, donde hoy se encuentra el ‘Ramiro de Maeztu’. Con veinte años se matricula en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense, licenciándose en Geografía e Historia (Sección de Historia de América) en el año 1951.
Fue condiscípulo de otro enamorado de El Puerto, D. Diego Catalán Menéndez-Pidal; por cierto que entre D. Enrique y D. Diego hubo cruce de sables, de pequeños, por el amor de una dama pelirroja de 6 años llamada Tuti, resultando que la dicha Tuti dejó plantados a los dos por un Benlliure. En recuerdo de aquella rompecorazones una gata perteneciente a la familia de D. Diego Catalán, se llama Tuti.
En 1951 es contratado por un curso en el Instituto Laboral de Puertollano. (En la fotografía, D. Enrique con un año, la mañana de Reyes de 1927, en Madrid).
D. Enrique, el primero por la derecha, en el Cuartel de la Granja de San Ildefonso, donde hizo las Milicias Universitarias, licenciándose como Alférez de Complemento.
SU LLEGADA A EL PUERTO EN 1952
Si bien su llegada oficial a El Puerto la podemos constatar en el año 1952, previamente ya le era familiar la Ciudad donde había conocido a su novia, Elisa, cuando cumplía destino en una población cercana como Alférez de Complemento en las Milicias Universitarias; algunos porteños recuerdan a D. Enrique vestido con el uniforme de paseo de las milicias, con dos cordones, botas de caña alta y espolines de plata, paseando por las calles de El Puerto. en compañía de su novía, lo que determinaría que D. Enrique, una vez terminada la carrera, solicitara El Puerto como destino profesional.
En la Feria de Ganado en 1956, con su novia Elisa López-Quevedo.
Como decimos es en 1952 cuando es nombrado Profesor Titular del Ciclo de Geografía e Historia en el Centro de Enseñanza Media y Profesional de El Puerto de Santa María, donde se afianza como Catedrático de Historia y se jubila, tras 39 años ejerciendo la docencia en los Institutos Santo Domingo y Muñoz Seca de nuestra Ciudad. Compaginó sus clases a los bachilleres con enseñanzas en el Colegio de las Hermanas Carmelitas y Colegio de ‘San Estanislao’ (La Pescadería) durante algunos años. Fue director del Instituto ‘Pedro Muñoz Seca’ desde 1977 hasta 1983. Era fumador de 'Bisontes'.
D. Enrique, presentando a un pianista en el Instituto Santo Domingo.
También dirigió la Fundación Municipal de Cultura entre los años 1978 a 1981. Llegó a ser académico electo de la de Bellas Artes Santa Cecilia de nuestra Ciudad y ejerció durante más de 20 años como profesor tutor de Historia de América en la Universidad Nacional de Educación a Distancia. El Obispo de Jerez, Rafael Bellido Caro lo nombra mediante decreto de 6 de julio de 1987 vocal de la Comisión Local del Patrimonio Artístico de la Iglesia Católica.
Acto de la Academia de Bellas Artes, en el Salón de Actos del Instituto Santo Domingo. De izquierda a derecha, el poeta Guillermo Portillo Scharfhausen, el profesor Manuel Martínez Alfonso, el presidente de la Academia, a la sazón, Francisco Arníz Sanz, el Doctor Adolfo Vidal Benito y Enrique Bartolomé, quien actuó como conferenciante.
PERIÓDICOS Y PUBLICACIONES.
Hasta su fallecimiento el 16 de marzo de 1998, colaboró con los medios de comunicación local, participando en las tertulias de Radio Puerto (Instituto Laboral) y SER Jerez y publicó numerosos artículos en los periódicos: Diario de Cádiz, ABC, La Voz del Sur, El Puerto Información, Diario de Extremadura, El Periódico del Guadalete y Cruz de Guía. Fue fundador y miembro de los Consejos de Redacción de los periódicos locales Cruzados, La Voz de la Bahía y de la revista Pliegos de la Academia. (A la izquierda, el libro 'El Viento de Levante en El Puerto', publicado por la Biblioteca de Temas Portuenses -BTP-).
"De ningún modo los alumnos de don Enrique podemos olvidar cómo analizaba el Levante en sus aspectos geográficos y físicos, la influencia del mismo sobre el paisaje y las actividades humanas, como por ejemplo las alteraciones y trastornos fisiológicos más o menos pasajeros que provocaba en las personas y, naturalmente, la disminución de la humedad atmosférica a causa de este viento. Por ello, a pesar del calor sofocante y de la ventolera que desata, apuntaba el profesor, es posible vivir en la costa atlántica de la provincia de Cádiz. Los hijos de pescadores que estudiábamos con don Enrique, disfrutábamos del trato cordial y educado, así como de las conversaciones amenas del profesor. Sin embargo podemos destacar que poníamos toda nuestra atención cuando explicaba la acción del Levante sobre el mar y la amplitud de estados que producía en el mismo, ni decir cabe que nos tocaba de lleno, porque sus consecuencias eran desfavorables para la economía familiar y muy peligroso para los barcos si salían a pescar." (Antonio Carbonell. La Meridiana. Diario de Cádiz. 19 marzo 2003).
Entre sus publicaciones se encuentran: ‘El viento de levante en el Puerto’, ‘Orígenes histórico legendarios de los núcleos de población de la Bahía de Cádiz’ y ‘La Carta Puebla de El Puerto de Santa María’, entre otros. En la Revista de Historia de El Puerto del Aula de Investigación Histórica 'Menesteo', publicó: “Diario del viaje del piloto mayor Diego Thomas de Andia y Varela a las costas de Patagonia (1745-1746)” y “Notas para una historia de El Puerto de Santa María en el siglo XIX” (El periodo 1800-1814), “Documentos y libros relacionados con América (1560-1899) de los fondos del Archivo Municipal y de la Biblioteca Pública Municipal de El Puerto de Santa María”, «Apéndice a "Documentos y libros relacionados con América (1560-1899) de los fondos del Archivo Municipal y de la Biblioteca Pública de El Puerto de Santa María”», «Medidas higiénico-sanitarias de la administración municipal de El Puerto de Santa María en la prevención y tratamiento de la viruela (1805-1891)». Además tiene escritos numerosos textos inéditos sobre política, sociología, geografía e historia. (En la ilustración, Carta Puebla del Gran Puerto de Santa María. D. Enrique hizo la transcripción de la copia del S. XVI del privilegio rodado por el cual Alfonso X otorga a Santa María del Puerto carta-puebla fundacional, fechado en Sevilla, 16 de diciembre de 1281. Papel 310x210 mm. 2 folios completos y medio. Archivo Municipal de El Puerto de Santa María. Curiosidades nº 2.)
La Plaza Enrique Bartolomé López-Somoza, en las inmediaciones de la Plaza de Toros.
Rótulo de la Plaza, que en la actualidad comparte nombre también con dos de las tres calles que en ella confluyen: Golondrina y San Bartolomé. (Foto Vicente González Lechuga).
EL AYUNTAMIENTO, AGRADECIDO.
El Ayuntamiento de nuestra Ciudad rotuló en su homenaje el nombre de una plazoleta en las inmediaciones de la Plaza de Toros, en un lugar rehabilitado donde anteriormente había existido un bloque de infraviviendas habitado por gente muy pobre, denominado 'Patio Valdés', en la confluencia de las calles Golondrina, San Bartolomé y Valdés y le concedió la medalla de la Conmemoración de Centenario de la Plaza de Toros, como muestra de afecto y reconocimiento por su dilatada trayectoria profesional y humana en nuestra ciudad.
Saludando a la Infanta Cristina, en la inauguración de la Fundación Rafael Alberti.
Durante toda su vida se dedicó en cuerpo y alma a estudiar y divulgar el rico patrimonio cultural, e histórico de nuestra ciudad y a enseñar con su gran humanidad a multitud de generaciones, habiendo dejado una profunda huella del buen hacer profesional y de la generosidad y humildad a la hora de impartir sus sabios conocimientos, siendo muy apreciado y recordado por los porteños. Precisamente mañana día 16 de marzo hace ya once años de su fallecimiento. . Murió en el Hospital de Puerto Real a la hora que el sol se ponía por los esteros de San Fernando, desde la habitación 323, junto a la ventana desde donde se divisaba con claridad la última hora del día.
SU TESTAMENTO EN PALABRAS.
Como muestra de su ser de hombre de bien, estas fueron las últimas frases que pronunciara el día que fue homenajeado por su jubilación en 1991, hace ahora, 18 años, publicándose el libro que se muestra a la izquierda de este texto:
«…ahora, al doblar la última esquina de mi vida, advierto que la suerte, en la que creo, y la ayuda de Dios, en la que creo también me han acompañado, y a ellas les debo gran parte de lo que soy.
Por ello debo agradecer a la Providencia la familia que me asignó al nacer. A ella le debo, además de la vida corporal, el ejemplo de independencia, tolerancia y comprensión que he procurado seguir. Gracias a mis profesores y compañeros de estudios de los que aprendí y con los que aprendí. Gracias por la suerte de venir a El Puerto donde ha brotado mi nueva familia, esposa e hijos y nieto, cuyas cualidades de cariño y abnegación me han sido decisivas. Gracias por la suerte de mis compañeros de Instituto y de la UNED. Gracias por y para los alumnos antiguos y nuevos y por todos vosotros.
Tal vez pequé de ilusionado, pero creo vislumbrar a través de vuestra presencia y vuestro calor que mi vida no ha sido del todo inútil, y que cuando llegue el día en que la postrera sombra cierre mis ojos, acaso pueda pensar –como mi poeta más admirado- que ‘mis cenizas serán cenizas, más tendrán sentido»
Don Enrique en la Playa de El Manantial, con sus hijos: de pie Enrique, a la izquierda Chico (Juan Ignacio) y Santiago a la derecha, a finales de los sesenta del siglo pasado.
EMÉRITO PROFESOR.
"Recordar es volver a vivir. Recordar a D. Enrique es hacer que volvamos a tenerle presente, si es que en algún momento se nos fue de la memoria, siguiendo sus enseñanzas y su ejemplar proceder.
Es una constante que los discípulos valoren, de superior manera, a quienes tuvieron por tutores y docentes años después de la época de estudiante. La forma de enseñar, los conocimientos que nos transmitieron, la personalidad, la humanidad desprendida, son los valores que tintaron una relación positiva, que es echada ciertamente de menos en el caso de nuestro D. Enrique.
Asociado a otra época, en algún cajón de nuestra memoria, permanecen no sólo las materias que con tanta liberalidad impartía, sino el recuerdo intachable de una bondad que la adolescencia, inconsciente, no nos permitió valorar en su momento.
Las crónicas del cambio de siglo, no recogerán a un D. Enrique investigador, en el archivo municipal. Tampoco al alto profesor que publicaba artículos en medios locales o especializados. Ni siquiera al conferenciante que fue de múltiples foros y reuniones, por no mencionar la ausencia de este emérito profesor, en cualquier caso, hasta su partida. Que dos años han transcurrido ya desde que su cotidiana presencia se diluyera, como era él, humilde, hasta la evocación presente de su obra, el cariñoso saludo a sus hijos en ese recuerdo y el cotidiano pasar o pasear por la plaza Profesor Enrique Bartolomé.
La impronta de este educador forma parte del bagaje humano, cultural y social de quienes fuimos sus alumnos. No solo supo enseñar Historia intentando que la comprendiéramos, que la analizáramos, que extrajéramos moralejas de los hechos, sino que además le preocupaba inculcar el sentido de la justicia y la bonhomía que siempre iban con él.
En el amanecer de un siglo que D. Enrique no conoció, se perpetúan sin embargo, moléculas de sus conocimientos repartidas entre los habitantes de El Puerto; partículas de bondad en los caracteres de quienes fueron sus discípulos; átomos del sentido de la justicia anidando entre quienes fueron sus compañeros de profesión; y grandes dosis de una actitud positiva ante la vida, para aquellos que supieron valorar el escepticismo, la curiosidad y cierta capacidad de asombro que supo mantener hasta sus últimos momentos nuestro D. Enrique." (J.M.M. Diario de Cádiz, jueves 16 de marzo de 2000, con motivo del segundo aniversario de su desaparición). En la fotografía, D. Enrique con su nieta Ana Bartolomé Pastor, en Las Lagunas de Ruidera en el verano de 1994.
Nuestro agradecimiento a Enrique Bartolomé (Jr), por la documentación que nos ha facilitado, tanto gráfica como por escrito, y que nos ha permitido recordar la gran dimensión humana de su progenitor a quienes tuvimos la suerte de ser sus discípulos. También, a los que no tuvieron ese privilegio, esperamos que les haya permitido poder conocer que un hombre de la gran envergadura humana de D. Enrique, enterró y fructificó en El Puerto la semilla de la bonhomía, la tolerancia y la curiosidad por el pasado porteño.
QUERIDOS PADRES.
"A sólo unos días de la desgraciada y manipulada celebración del día del padre, no quiero sustraerme de la importancia que, estoy convencido que para todos, supone exteriorizar lo que sentimos por nuestros progenitores.
Hace justamente hoy tres años, que mi padre, sin que nos pidiera permiso, y de una manera callada, abandonaba este mundo. Una repentina enfermedad hizo irreversible lo que no nos parecía tal. Y en sólo unos meses, mis hermanos y yo, pasamos de tener padre a no tenerlo.
En sólo dos frases, y si me apuran en una, pudieran contarse el paso de una persona, por este mundo. Algo más difícil supone tratar de explicar la trayectoria humana de ese mismo ser, que ya no se encuentra entre nosotros. Y resulta imposible narrar, ni siquiera en un libro, que ha supuesto para cada uno, nuestro padre o nuestra madre.
Trato de dirigir estas líneas a aquellos que disfrutan aún de la compañía de sus padres. Sin que pase un día más, y sin que excusas peregrinas afloren al exterior, deberían acercar posturas y disfrutar, por los años que sean, de la inigualable y sincera compañía de sus ascendientes más directos.
Desde que perdí a mi padre, y sin que un solo día se despiste, recuerdo el tiempo que inutilicé en no tratarlo y conocerlo a fondo. Como será, que cuando supe de su enfermedad intenté exprimir mi relación con él hasta extremos insospechables. Acompañé sus últimos meses como si de su sombra se tratase, e intenté quedarme con lo que pudo dejarme de ese indeterminado equipaje con el que nos marchamos de este mundo.
Decía René Descartes que dos cosas contribuyen a avanzar: ‘ir más deprisa que los otros, o ir por el buen camino’. Yo me quedo con esta última. Y desde luego, que mejor sendero a seguir, que el que un buen día emprendieron nuestros padres. Aquellos seres humanos que en las difíciles y complicadas noches invernales, o en las tórridas estivales, supieron dar el consejo adecuado o aceptar de buen grado nuestros caprichos y nuestros desplantes." (Enrique Bartolomé (Jr). Diario de Cádiz. 16 de marzo de 2001, en el tercer aniversario de su desaparición).