Ya ves, después de tantos años, tu recuerdo sigue anclado, en este corazón mío, como huella indeleble de lo mucho que te hacías querer.
Y es que eras un niño adorable con muchas ilusiones y proyectos, pero a la vez con los pies en la tierra sabiendo tus limitaciones. Tu mayor logro era poder levantarte cada día pletórico de facultades, para felicidad de los tuyos, entre los que me encuentro. No, no teníamos una sola gota de sangre en común, pero…es que acaso eso es importante? Yo sé bien que no, porque no solo éramos dos familias amigas, de eso nada! Había lazos invisibles de sincero y fraternal cariño. /Paquito, delante de su casa de Pozos Dulces; detrás, la iglesia del Convento del Espíritu Santo.
Muchos fueron los momentos que compartimos, durante esos veinte dos años, y nunca un enfado, a pesar de que ambos teníamos, nuestro poquito de genio. Y es que tenías lo que se dice ‘mano izquierda’ --símil taurino-- a la hora de saber darle su sitio a cada uno de tus muchos amigos. Como no ibas a hacerlo, si tenias una claridad mental, envidiable.
Querido Paquito, está claro que estabas genialmente dotado para las artes, pero el caprichoso destino, hizo diana en ti y no te permitió cumplir todos tus sueños, ni a mi poder tener la dicha de verte realizarlos. Eras muy grande, y por tanto sé que allá en el cielo, seguro que estas deleitando a toda la corte celestial, con tu prosa, tu alegre y colorido trazo y con el armonioso y sentido sonido de tu guitarra.
De izquierda a derecha, Antonio Morión Monge, Capataz de Williams & Humbert Ltd., de Jerez; José Lobato Peralta, Capataz de Fernando A. de Terry, padre de Mari Carmen Lobato, casada con Javier Benjumeda; Luis Moreno Paz, Capataz de Fernando A. de Terry padre de Juan Luis, Tatín, Mila y Paquito Moreno; y Manuel Camacho Cala, Capataz de Osborne y Cía., hermano de Milagros, la segunda mujer de Pepe Romero Zarazaga, de Romerijo. A estos capataces de la fotografía les dieron un homenaje en una Fiesta de la Vendimia de Jerez, en la década de los sesenta del siglo pasado.
¿Te acuerdas, como me ganabas en todo? Yo, si y nada, no había nada que hacer, puñetero, que hábil eras dejándome ganar alguna vez, para que no me sintiera mal. Y es que las cosas en su sitio, no era rival para ti, ¿ambos dos lo sabíamos verdad? No sabría por dónde empezar, si tuviera que enumerar todos los gratos momentos pasados en tu compañía, pero si te parece, ¿te acuerdas de cómo me invitabas a jugar con tus vecinos y amigos a la puerta de tu casa? Bien a la pelota, a las cuatro esquinas, al pañuelo etc. Tu pobre madre, requiriéndote y con el “¡Ay! en la boca” atenta para que no te cansaras, ni sufrieras ningún rasguño, ni caída. Escucha, todas las madres, somos ‘un poquitín pesaditas’, ahora lo sé, pero era lógico, tú eras su niño de su alma, y sabía que cualquier esfuerzo era perjudicial para ti, pero claro tú querías seguir jugando. Yo alucinaba con tu habilidad con el Mecano, los juegos de construcciones y con esos estupendos juguetes, que aunque nuevos siempre compartías.
De izquierda a derecha, Milagros Moreno Acosta, Conchita, María Jesús y Kika Vela Durán, hermana y amigas de Paquito, respectivamene.
Todo te parecía poco para agradarnos. Recuerdo como me explicabas que vino contenía, cada uno de tu amplia colección de botellines. A mí me gustaban los que tenían mallas, me parecían muy bonitos, además me viene a la memoria como se reunían en la azotea de la casa de una amiga- a la hora de la radio novela: Ama Rosa, Esmeralda, Lucecita etc. Que habilidosas eran. ¡Anda que no se lo pasaban bien, ni nada! Fíjate, que más de una vez, creo haber acompañado a algún sitio donde se las recogían, solo que no lo pongo en claro. Así, como al Colegio de las hermanitas en la calle cielo, a por leche el polvo... La primera vez que mi amiga me dio una cucharadita, casi me ahogo, pero la verdad es que estaba buenísima, y más de una vez le puse la mano, y aunque este feo decirlo, más parecía un gato que una niña.
Paquito, delante de su casa en Pozos Dulces. Detrás la desaparecida bodega de Pedro Domecq, derrumbada para hacer el ensanche de la entrada a El Puerto por dicha vía.
Y es que así era nuestra ciudad en aquellos años, bulliciosa y alegre.
Bulliciosa, porque las calles tenían vida, cierto es que prácticamente casi todos vivíamos en el centro, y que apenas empezaban a construirse las primeras barriadas. Alegre, porque al haber tan pocos coches, por la tarde a la salida de los colegios, los niños nos adueñábamos de ellas con nuestros juegos y era pura alegría. Ahora han cambiado mucho las cosas, apenas si se ven niños jugando, y los pocos que hay, no siempre son cívicos y respetuosos. Una pena, pero así es, a nosotros nos reñían y agachábamos la cabeza sin chistar. Ahora es un poquito……complicado.
Muchas de las cosas que hemos perdido, sin lugar a dudas, es la familiaridad entre vecinos, y no saben los que se pierden, porque nosotros lo pasábamos muy bien juntos. ¿Te acuerdas de los largos paseos --éramos muy pequeños, y todo parecía muy lejos-- los domingos por la tarde con nuestras tías Lalo y Tata? Cruzábamos el puente San Alejandro, y llegábamos hasta una pequeña Venta Pacorro, --creo-- y allí descansábamos un poquito, nos tomábamos una Mirinda y como estaba en pleno campo jugábamos de los lindo y de vuelta a casa, cansados pero muy contentos, y nuestras madres más, porque caímos rendidos y no dábamos guerra. ¿Y de los guateques de nuestros hermanos mayores? Ahora en la distancia, me parecen entrañables. Aunque a nosotros los pequeños, no nos dejaban entrar --normal-- nos colábamos y echábamos nuestros bailecitos Tenían la música más en boga del momento como: La casa del sol naciente de The Animals, Noche de blanco satén de The Moody Blues, Desencadenando Melodías de The Righteous Brothers, Yesterday de los Beatles y tantas canciones bonitas. La cosa se animaba con el Twist, y la Yenka, esperando siempre, que no viniera algún patoso y sin querer moviera el tocadiscos y rallara los discos de vinilo. Que agradable era todo, ¿verdad?
En la imagen, El Puerto anegado por las lluvias, delante de casa de nuestro protagonista. Con delantal a la derecha, María Acosta Higueas, prima de María Torres Higuera, conocida modista de La Placilla.
Como agradable y entrañable, era el reunirnos las dos familias para hacer las tortas de Navidad. Recuerdo que mi padre nos traía naranja agria y si no la encontraba, se la pedíamos al guarda de la Plaza Peral. Un par de ellas, nada más, porque tampoco había que abusar. Todos disfrutábamos mucho, con los preparativos, y tú con ese salero que tenías nos hacías pasar una tarde inolvidable con tus chistes y gracietas. Y es que estabas sembrado!
Unos estirábamos la masa con rodillos, otros con botellas, y los más pequeños solo nos limitábamos a hacer la forma redondeada de las tortas con vasos. Todos echando una manita y animando el cotarro y hasta haciendo música con la botella de Anís del Mono, con las panderetas, matracas y zambombas, hasta con las tapaderas de las ollas si venia al caso. Cuando alborotábamos en demasía, tanto tu tía Lalo, como mi tía Emilia, nos ponían firmes en un segundo, y todos más buenos que el pan.
La casa donde vivía Paquito, en la actualidad (entre la entrada principal a El Cortijo y el desaparecido Economato de Terry). En la planta baja vivían los Moreno Acosta y en la superior los Ameneiro Rodríguez.
El colofón era el día de reyes, todos deseosos de ver lo que SS.MM. los Reyes de Oriente habían tenido a bien dejarnos a cada uno. Dudas había, porque más de una vez nos habían dicho, que nos podían traer carbón, pero nunca fue así. No, no es que no hubiera carbón, claro que lo hubo pues uno de los reyes magos, debía ser un poquito guasón y nos gastó la broma, pero. menos mal que era de caramelo. Nuestras caras eran unos poemas todos alucinados preguntando…. ¿a ti que te han traído? Pues a mí esto o aquello y claro nuestros mayores poniendo caras de circunstancias para no descubrirse.
Ves querido Paquito, ¿como tus veintidós años, han sido muy ricos en vivencias y en bonitos recuerdos? Pasaste por este mundo, dando muchas alegrías, y lecciones de vida. Alegrías porque todo tú eras, un día radiante y esplendoroso, de risas contagiosas, de calidez y cariñoso magnetismo, porque irremediablemente, te llevabas de calle a cuantos te conocíamos. Y lecciones, por la dignidad y entereza, al afrontar tu enfermedad, contagiándonos de optimismo y dándonos el alma, en cada uno de esos benditos veintidós años, de un ser humano maravilloso y excepcional.
Querido Paquito, gracias, por el privilegio de tu valiosa amistad. /Texto: María Jesús Vela Durán.