Miles de soldados españoles, combatientes en la guerra colonial de Filipinas, quedaron cautivos de los tagalos después del desastre de 1898, padeciendo sufrimientos durante muchos meses, a miles de kilómetros de sus casas y familias y además, lamentablemente, cuando fueron liberados y retornaron a su país muchos de ellos ni siquiera recibieron la comprensión de las autoridades, sino que, incluso, le fueron regateados sueldos, atenciones y honores.
Este es el caso de un paisano, miembro de la Armada, Carlos Pineda Soto, que nació y vivió su infancia en la casa número 90 de la calle de las Cruces, donde vivían sus padres, el teniente de Navío Carlos Pineda Rivera, que había vuelto enfermo después de estar 7 años de servicio en el Apostadero de Filipinas, su esposa Cayetana María Soto Péndola y los hijos de ambos. El marino, que había obtenido licencia absoluta en 1872, era el propietario del inmueble, cuyo piso alto ocupaba. Para ayudar su estrecha economía tenían alquilado el bajo a un viudo con tres hijos mayores, carretero de profesión, llamado Ramón David Valle.
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