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El churro es una obra de arte de la repostería popular española. Esta masa frita con forma alargada, bañada en algunos casos en azúcar blanco, que tantas y tantas mañanas alegraba los desayunos de muchas familias.

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Delante del puesto de churros del Mercado. /Foto: Roberto Michel.

El churro, ese gran olvidado en su propio país. Mientras en China o Estados Unidos se mueren por ellos, los españoles se han visto invadidos por los cupcakes o los macarons. El churro, considerado el lumpem de la gastronomía española.

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En la imagen, Miguel Angel Romero, uno de los hijos de Charo Salguero Venegas (ver nótula núm. 350 en Gente del Puerto)  sirve una rueda de churros recien hechas en el perol. Su madre se prepara para cortarlos y servirlos en un papel de estraza como el que tiene en su mano. El papel de estraza se usa para que chupe el aceite sobrante de los churros y estos queden más crujientes. El papel, a diferencia del plástico, evita que los churros se ablanden. /Foto: Cosas de Comé

¿Y el oficio del churrero? Una especie en peligro de extinción que habita en nuestro país churrerías antiguas y casi desérticas, menos en El Puerto, la de Charo Salguero en la Plaza. Churros con chocolate siempre de la mano, el binomio perfecto. Y es que nadie se ha atrevido a innovar, a darle un empujón a uno de los manjares españoles con más tradición y que endulza fiestas, desayunos y meriendas. /Texto: Eva Fernández.

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Típica cola de gente que se forma para comprar los churros en el puesto de Charo. Mientras se espera hay que estar atentos a la conversación de Charo porque no tiene desperdicio. /Foto: Cosas de Comé

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Carlos Besteiro, en la cafetería La Ponderosa, con una fuente de churros.

El churro, esa obra de arte de la repostería española, brilla de nuevo y con más fuerza con los nuevos establecimientos que van abriendo en El Puerto, --atrás quedó el cierre de El Cafetín y tantos otros en el entorno del Mercado-- no solo en los puestos móviles o kioskos fios estratégicamente situados por el extrarradio de las urbanizaciones, como los que funcionan llevados por la familia Basteiro, junto a la Cervecería El Puerto y en La Ponderosa.

Vídeo de Charo Salguero Venegas, subtitulado, realizado por Trinity School.

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Tres ex trabajadores de la extinta empresa Delphi:  Manuel Comino, Cristóbal Pérez y José M. Quetal, --dos de la planta de producción y unos de la planta de cogeneración de Abengoa-- son los creadores de la cerveza artesanal ‘Volaera’, su primera cerveza gourmet, a la que seguirá otra 'más rubia'. Los tres decidieron darle una vuelta a sus vidas y reinventarse creando una sociedad, MCJ Cerveceros Portuenses, S.L., que comercializa la bebida. Tienen intención de instalar la fábrica para el próximo noviembre en uno de los polígonos industriales de El Puerto, en el Vivero de Empresas municipal. Tecnología andaluza.

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Manuel Comino, Cristóbal Pérez y José M. Quetal, en el despacho del alcalde, Alfonso Candón, presentándoles el producto local, de fabricación totalmente artesana.

La cerveza, que salió al mercado a principios de julio, se puede encontrar distribuida en más de 40 puntos diseminados en el arco de la Bahía de Cádiz. Nuestros protagonistas comenzaron a finales de 2011 con la elaboración totalmente artesanal de la cerveza y tras probar, ensayar y afinar con 40 recetas diferentes, buscando una que se diferenciara de las demás existentes en el mercado, dieron con una bebida que ellos califican de «un producto distinto». La primera remesa ha sido de 3.000 litros que esperan ir multiplicando exponencialmente según se produzca la demanda de su público.

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Una carta náutica con las costas de El Puerto, en la etiqueta de 'Volaera'.

 

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Se nos fue pronto, muy pronto, pero parece que aún lo veo toreando de salón detrás de la barra, delante de ella, junto a su hermano Pepe, con un lito en el hombro, con la camisa blanca, con su cadenita al cuello, con los movimientos precisos del director de orquesta.

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Daba la mano firme a la par que sonreía con la seguridad de un hombre íntegro al que nunca le faltó la sencillez. Su casa, la de todos, Casa Flores, que tomó el pulso hace cuarenta años desde la Ribera del Río, la ribera del Guadalete, en los tiempos en que la democracia poco a poco se podía alcanzar con la mano. Y su espíritu el de un genuino y valiente innovador, que no perdió nunca la perspectiva de sus orígenes. Francisco Flores Herrera, Paco Flores, ha sido uno de los mejores embajadores que hemos tenido. Y si alguien lo duda, que le eche un vistazo a las fotos colgadas en las paredes del restaurante; toreros, artistas, políticos, cantantes…

Paco Flores pertenecía a esa generación de líderes que invocaban a diario a la santa trinidad; trabajo, trabajo y trabajo. Debía conocer la sentencia que el escritor colombiano Gabriel García Márquez dejó de forma prosaica en El amor en los tiempos del cólera; “los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga otra vez y muchas veces a parirse a sí mismos”. Ahí queda.

Hombre que amaba El Puerto, a ese barquito tan típico, a los caldos salidos de sus bodegas, a los pescados salidos de su mar, a la pintura costumbrista del paisano Juan Lara, a la música del compositor jerezano Manuel Alejandro y al manejo de la capa del “Faraón de Camas”, el genio de Curro Romero. Hombre que amaba a su familia, con una prole de seis hijos fruto de su matrimonio con Ángeles Lobo; Francisco, Miguel Ángel, Noelia, Jesús, Álvaro y María de los Ángeles, que se mantienen estoicos y sin rendirse.

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El restaurante Casa Flores, ayer viernes, como siempre, una marca para El Puerto.

Y la vida sigue y la marca también, porque para la historia de esta ciudad Casa Flores es eterna. No lo olvidemos. /Texto y Fotos: José Antonio Tejero Lanzarote.


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Angel León y Mauro Barreiro, los dos cocineros de la provincia que han obtenido estrella Michelín cocinarán juntos por primera vez en el Castillo de San Marcos. Ofrecerán una exhibición de cinco platos de su cocina acompañados con vinos de las bodegas Caballero que finalizará con este espectáculo su ciclo cultural veraniego en el que también intervendrá el enólogo Manuel Lozano, uno de los más premiados del mundo

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Manuel Lozano, Angel León y Mauro Barreiro en el cartel que anuncia el evento.

Los dos cocineros gaditanos en activo que han obtenido la estrella Michelín, Angel León de Aponiente y Mauro Barreiro, de La Curiosidad de Mauro, que la obtuvo cuando estuvo de jefe de cocina en el restaurante Skina de Marbella, cocinarán juntos por primera vez en su carrera. Lo harán en el Castillo de San Marcos de El Puerto de Santa María y en un espectáculo de cocina y vino organizado por las bodegas Caballero de El Puerto dentro del ciclo cultural  que organiza todos los veranos y que alcanza ya su vigésimo cuarta edición.

El espectáculo está convocado para el próximo jueves 21 de agosto a las ocho de la tarde y para el cada uno de los cocineros ha preparado dos tapas, a lo que habrá que sumar un postre diseñado por Barreiro. Los cinco se combinarán con cinco vinos del grupo Caballero en una cena maridaje inédita hasta el momento. Para reforzar el caracter extraordinario del acontecimiento los comentarios de los vinos correrán a cargo del enólogo del grupo Caballero y uno de los profesionales más premiados del mundo en su campo, Manuel Lozano.

Manuel Lozano ofrecerá, además,  dos espectáculos en solitario. El día 7 de agosto a las ocho de la tarde ofrecerá lo que se conoce como una cata vertical y que consiste en analizar un vino en diferentes estadios de su vida. Lo hará con el fino Pavón que se irá viendo desde que es un mosto hasta que llega a su plenitud. Asimismo el 14 de agosto, también jueves, el mismo Lozano hará una cata de jereces de cierta complejidad y en la que se podrán probar el amontillado Cuevas Jurado, el amontillado Botaina de Lustau, el palo cortao Península, el oloroso Río Viejo y el oloroso abocado Añada 1997.

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El brindis en la Bodega del Castillo de San Marcos, tras la presentación del Ciclo. De izquierda a derecha, Luis Enrique Caballero, Mauro Barreiro, Alfonso Candón, Ángel León, Emilio Romero Caballero y Manuel Lozano. /Foto: José Antonio Tejero Lanzarote.

Aunque los cocineros aún están dando los últimos toques a sus menús para este día, Mauro Barreiro tiene previsto ofrecer su ya famoso gazpacho de jalapeños con tortillitas de camarones, una particular versión de este clásico andaluz que ha vuelto a introducir en su nueva carta y una versión creativa de un guiso de rabo de toro, ahora que se está en temporada taurina. El primer plato irá acompañado con la manzanilla Papirusa y el segundo con el oloroso Emperatriz Eugenia. Barreiro, también ofrecerá el postre, y este será su “chocolatuna” un postre realizado con sandia y que simula que es un trozo de sashimi de atún. El acompañamiento será el cream Solera India.

Por su parte Angel León, aunque todavía está trabajando en los platos que va a ofrecer y puede haber algunos cambios,  tiene previsto dar a degustar una original butifarra de boga, un pescado de los de segunda categoría con los que el cocinero viene trabajando para demostrar sus virtudes, así como un plato con un producto que ha marcado su biografía gastronómica, el placton, en esta ocasión como relleno de unas empanadillas que nada tienen que ver con las de “La Cocinera”. El primero irá acompañado con amontillado Escuadrilla y el segundo con el fino Puerto Fino.

El precio de esta cena cata será de 40 euros por persona y para las dos catas de vinos de Manuel Lozano de 15 euros. Las plazas disponibles son 150. La bodega ofrece también un precio especial de 50 euros al comprar una reserva para los tres eventos. /Texto: Pepe Monforte. /Diseño del Cartel: Aguirre Oceja.

La Casa del Jamón inaugura junto a la plaza de toros de El Puerto una espectacular tienda gourmet de 180 metros cuadrados en la que combina el jamón al corte con un amplio surtido de chacinas, quesos y conservas. También venden panes gourmet y bocadillos de jamón. El nuevo espacio también se caracteriza por su apuesta por los productos de la provincia

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Pero todavía hay más. A la calle se abren 4 ventanas desde donde el público puede comprar. Una está dedicada a panes especiales que ellos mismos hornean, una selección de empanadas que vienen desde Toledo, algo de bollería y una pequeña representación de dulces. La segunda tiene quesos y una tercera está dedicada a los bocadillos de jamón y unos cartuchitos, como los de los puestos callejeros de camarones, pero que llevan taquitos de jamón o de chicharrones de Paterna. La cuarta apertura está dedicada por completo al jamón y en ella un empleado corta el jamón a poco más de un metro de las personas que pasan por la calle…espectáculo en directo.

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Una vitrina refrigerada de nueve metros de largo y en la que el propio cliente puede coger los productos preside el local.

Hasta cinco personas, y ampliaremos para las fiestas, señala Juan Carlos Amado, atienden al público. Todos van exquisitamente vestidos de negro con un delantal de mismo color hasta los pies y el nuevo logotipo recien estrenado de la firma. Para que no falte de nada sirven a domicilio, cortan los jamones enteros y te los envasan en sobres al vacío y venden por internet a todo Europa. No cabe duda de que están a la vanguardia y tiendas como estas es difícil encontrarlas en España. Pero este empresario, afincado en El Puerto de Santa María desde la década de los 90, sabe lo que es crear tendencia. En 1995 abrió en El Puerto de Santa María la primera jamonería que se ponía en marcha en la zona. El principal atractivo era que el jamón se cortaba a cuchillo delante del cliente. El éxito fue tal que en la ciudad ha llegado a haber hasta una decena de tiendas bajo la misma idea y las “jamonerías” se han extendido por la provincia.

Ahora casi veinte años después quiere volver a revolucionar el sector. En la tienda, calcula, hay unos 1500 productos diferentes, con una amplia presencia de artículos de la provincia. “Siempre trato de impulsar todo lo bueno que se hace aquí. Si hay un producto que me gusta y que se elabora en la provincia lo pongo en la tienda. Ahora, eso sí, todo lo pruebo antes porque para mi y para que mis clientes confien en lo que vendemos, es fundamental que haya calidad”.

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Otra vista de la tienda, con la exposicón de conservas y chocolates. Detrás las cuatro ventanas por las que se atienda al público directamente en la calle.

En la tienda, que se inauguró el pasado 4 de julio, hay de todo. El diseño lo ha reliazado por el propio Amado “después de recorrer con mi mujer toda España viendo cosas. Al final, fijaté que un punto importante para nosotros fue cuando visitamos el nuevo mercado de Cádiz, porque allí vi muchas de las cosas que quería, que al público se le metieran los productos por la vista, que los tenga cerca”. Es verdad que la tienda tiene ese espiritu de mercado e incluso eso le quita “el miedo” que le da a muchas personas entrar en este tipo de establecimiento por temor a encontrarse productos caros.

Para evitarlo el empresario saca la tienda a la calle con tres ventanas a través de las cuales se expenden desde pan hasta bocadillos de jamón cortado a cuchillo. A un euro los de jamón serrano y a 1,90 los de ibérico.

Uno de los apartados más llamativos es el de los quesos, con una amplia presencia de quesos gaditanos. No faltan El Bosqueño, Los payoyos o la quesería de Pajarete, pero también firmas menos habituales y que están despuntando por su calidad, como la quesería de hermanos Mangana de Benaocaz o Andazul de San José del Valle, la primera de Andalucía en elaborar quesos azules.

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Una de las empleadas prepara los bocadillos de jamón delante del público.

Hasta 250 están llegando a vender al día, asegura Juan Carlos Amado.De todos modos el apartado que se lleva todas las miradas es el jamón cortado a cuchillo. Permanentemete tienen al corte una decena de variedades, pero en una especie de inmensa vitrina acristalada se apegotonan más de 1000 piezas de jamón de diversas procedencias. Entre los productos más llamativos las patatas fritas de San Nicasio o las croquetas de “Ameztoi”, muy conocidas por su calidad a pesar de ser de las congeladas. Vienen directamente del País Vasco y se hacen con leche de vaca de caserío. Tienen también algo de comida preparada como algunas ensaladas de ahumados o empanadas, además de los bocadillos que preparan ellos mismos.

Pero las ideas de Amado no se paran aquí. Además de esta tienda en los próximos meses abrirá un nuevo despacho en Vistahermosa, que se une al que ya tiene en aquella zona. Será un puesto de autoservicio que estará situado en el centro comercial y donde se venderá jamón y otras chacinas, además de quesos y otros productos listos para consumir. /Texto y fotos: Pepe Monforte.

Más de Juan Carlos Amado en Gente del Puerto
503. Y el jamón se hizo tienda.
1.274. De El Puerto a toda Europa.

 

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Rastreamos la única destilería española que usa el método London Dry Gin, el más puro. Situada en El Puerto de Santa María desde 1880, Rives se enorgullece de su capital 100% nacional y de conocer la medida del gin tonic perfecto. Se la contamos. Y catamos también su versión mini, el medio, aperitivo de moda por estos lares.

Se sabe si una ginebra es buena o mala «al día siguiente» de beberla. O lo que es lo mismo, si lo suyo es «cero resaca». Y así es cómo actúan las que salen de la destilería Rives, la culpable de la ginebra más mediterránea de todas. Es la sentencia que suelta convencido Augusto Romero Haupold, nieto del fundador de esta empresa familiar de capital 100% español. O 100% andaluz, como le gusta reseñar.

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Augusto Romero Haupold, nieto del fundador de la empresa.

Por algo se ubica, desde 1880, El Puerto. De ahí su carácter mediterráneo y su historia, que arrancó con la llegada a Málaga de don Augusto, cónsul de Alemania en aquel entonces y abuelo de Romero Haupold. Pronto fundó una de las bodegas de vino y brandy más revolucionarias de la época. Ahora, en cambio, la firma elabora 40 productos diferentes, desde los conocidos licores Rives (con el original y azuloso Blue Tropic a la cabeza) al vodka King Peter, la bebida energética Locura, el ron Conde de Cuba o el primer mojito sin alcohol del mercado.

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La enóloga Concha de Antonio, junto  a un pequeño alambique de cobre que se conserva en la Sala de Catas que tiene la destilería. /Foto: Cosasdecome.

PREMIUM, TRES VECES DESTILADA.
La joya de la Corona es, sin embargo, la ginebra, con cuatro tipos en sus filas: la Gin Rives Premium Tridestilada, entre las seis mejores del mundo; la Gin Rives 1880 (galardonada con la Medalla de Oro en la última edición de la San Francisco World Spirits Competition); la premium negra y la clásica Gin Rives, la de toda la vida. El cuarteto se elabora de forma artesanal bajo el método London Dry Gin, siendo la única compañía en España que puede decirlo. No en vano, es el que más calidad y pureza da.

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Los legendarios --y fotogénicos-- alambiques de cobre.

Para ello, Rives tiene la torre de rectificación más alta de Europa, de 30 metros. Traducción: a más altura, más transparencia, de forma que se obtiene un alcohol más puro. Y, por tanto, una ginebra mucho mejor. Por si fuera poco, cada botella se enjuaga con la propia bebida. Rives también hace gala de los dos legendarios (y fotogénicos) alambiques de cobre que dan la bienvenida en la destilería, fabricados por John Dore, lo más de lo más en el mundo de los maestros destiladores.

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Un combinado de ginebra Rives Especial.

UN MEDIO GIN TONIC, POR FAVOR.
Eso sí, antes de iniciar el proceso de destilación, los ingredientes se maceran durante 24 horas. Y éstos incluyen 11 botánicos naturales distintos, desde el cilantro de Marruecos al regaliz de China, la piel de naranja amarga de Sevilla, las almendras del Mediterráneo, los limones de Valencia, la semilla belga de Angélica o la cassia (parecida a la canela) de Filipinas, similar a la canela. Sólo la parte central de la destilación, la única que reúne las premisas de calidad necesarias, es seleccionada. Luego se mezcla con el alcohol tres veces destilado y con el agua depurada.

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La sala de cata en plena degustación académica.

Siguiente paso: almacenamiento en tanques de acero inoxidable. Y embotellamiento. Para hacerse una idea, Rives produce 18.000 botellas a la hora, lo que le permite llegar a mercados como Estados Unidos, Francia, Holanda, Alemania, China, México... Ya sólo quedaría la cata, obligatoria (y muy ilustrativa) en la sala de degustaciones de la destilería, de impecable aire andaluz. Apunte el secreto de Rives: la medida para lograr el gin tonic perfecto es cinco centilitros de ginebra por un botellín de tónica. O lo que es lo mismo, un parte de ginebra por dos de tónica. Y ya puestos, tome note también del aperitivo de moda por estos lares: el medio gin tonic. Su nombre dice lo que es. Y lo suyo es servirlo en el típico vaso de una caña de cerveza. Tal cual.  [También está el ‘chiribiqui’, en un vaso de una 'chiquita', la antigua medida equivalente a media copa de vino fino] /Texto: Isabel García.

www.rives.es Las visitas para grupos se deben concertar previamente.

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Aunque el local existía antes con otro nombre, el cocinero vasco Juan Antonio García Hernández, natural de Guetaria (Guipuzcoa) abrió el establecimiento en el número 21 de la Avda. de la Paz, en el año 2010. Antes ya había tenido también en la urbanización de Valdelagrana, donde llegó hace 8 años, “La Caleta”. Este Bar Restaurante es un elegante establecimiento con barra y después un pequeño salón comedor completamente acristalado. Está situado a escasos metros de la playa de Valdelagrana. En todo el establecimiento tienen la misma carta en la que hay algunas tapas, también pinchos al estilo vasco, medias raciones y raciones. De todos modos se puede comer perfectamente por 15 euros, una relación calidad precio excelente teniendo en cuenta el nivel gastronómico del establecimiento.

García Hernández, que atiende personalmente a los comensales,  tiene algunas especialidades de cocina vasca como la merluza del Cantábrico a la bilbaína, la porrusalda (una especia de sopa que tiene el puerro como ingrediente principal), las alubias de Tolosa guisadas o el ajo arriero. También hay especialidades madrileñas, los callos, ya que el cocinero estuvo también allí muchos años. Lo demás variado y original. Tienen también tostas y cordero lechal. Los postres son también caseros. La carta varía por temporadas y tienen también sugerencias con productos frescos.

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ENSALADILLA DE COLIFLORES.
Ya teníamos informes coincidentes de varios tapatólogos sobre la calidad de este establecimiento situado en Valdelagrana. Uno de ellos hacía mención a esta original tapa que te conquista desde el primer contacto porque tiene ya un olorcillo que alimenta y porque las coliflores adornadas con los pedacitos de pepinillos y alcaparras ya le dan su toque. La composición es bien sencilla. Unas coliflores cocidas con un magnífico punto y luego un aliño compuesto por mayonesa, en porción bastante generosa y luego un picadito que lleva alcaparras, pepinillos, aceitunas, perejil y unos trocitos de otra tapa a probar en esta casa, el bonito en escabeche. El primer gran punto es la temperatura a la que se sirve la tapa, fresquita, pero sin caer en el “heladismo” de esas ensaladillas que parace que vienen del Polo Norte de los frías que están. Esta se sirve a la temperatura perfecta y luego la armonía en la que la coliflor se deja ver pero no manda en el plato. Los piquitos se pueden mojar incluso en la mayonesa y los tropezones, a modo de “divertimento” tapatológico.

Recomendamos, además, las papas alioli, la tortilla de cebolletas, el pinchito de cordero, el bonito (o albacora si es temporada) en escabeche  y la tarta de manzana. Abre todos los días en horario de almuerzos y cenas. Cierra los domingos por la noche y los lunes completos. En el mes de noviembre cierra por vacaciones. /Texto y fotos: Pepe Monforte.

Entrebares, un establecimiento de tapas que ya sacó también una colección de salmorejos, presenta un surtido de cinco minihamburguesas con panes de diferentes colores y sabores elaborados por la pastelería Momentos (ver nótula de Jesús María Fernández Ruiz, núm. 1.724 en GdP), también de El Puerto.

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Jesús Matilla con sus hamburguesas de colores.

Las hay verdes, negras, colorás, amarillas y…hasta color pan. Se han utilizado colorantes alimentarios y diversos condimentos para darle un color diferente a cada pan. Luego en el interior, cada hamburguesa es de un sabor diferente y lleva guarniciones distints. Es el último arranque creativo del cocinero Jesús Matilla (ver nótula núm. 1.721 en GdP), el propietario de Entrebares que ya sorprendió a la clientela cuando abrió su establecimiento en el centro comercial de Vistahermosa con una colección de salmorejos diferentes que ha ido ampliando y de los que tiene permanentemente 20 en carta de un total de 50 sabores que tiene su recetario y que va variando todas las semanas.

Lo de las hamburguesas se le ocurrió viendo el interés que hay ahora en el público por estos productos. Así que diseñó cinco tipos de hamburguesas diferentes, fijó para cada una de ellas su guarnición y luego se fue a ver a su amigo el maestro pastelero Jesús María Fernández de la pastelería Momentos para que le diera el toque final que han logrado con una serie de panes de colores.

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Las minihamburguesas de colores de Entrebares

La que está teniendo más éxito es una hamburguesa de carrillada ibérica que va condimentada con pimentón de la Vera para darle un llamativo color rojo. Por encima una capa de cebolla caramelizada y para cubrilo todo un pequeño pan aromatizado con tomate. Todos los panecillos llevan por encima un poco de sésamo. La más clásica de las hamburguesas, la de carne de buey, también tiene muchos adeptos, según relata Matilla. Esta lleva un pan normal, sin ningún sabor especial y dentro un poco de cebolla y pimiento a la plancha.

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Jesús María Fernández Ruiz, de Pastelería Momentos.

Todos los panes son realizados por la pastelería Momentos. El más llamativo es uno de color verde. Lleva albahaca en su composición, una hierba muy aromática típica de la cocina italiana. Dentro acoge una hamburguesa hecha con atún, además cebolla pochada en salsa de soja y una mayonesa de wasabi, un condimento japonés con un toque picante. No le va a la zaga en exotismo la de cordero que lleva como condimento un curry de inspiración india, unas finas láminas de puerro frito y un pan también aderezado con curry. La colección la completa una hamburguesa de chocos con cebolla confitada y alioli que va con pan hecho con tinta de calamar.

No son hamburguesas para bañarlas de kepchup y mostaza ya que llevan sus propios condimentos. Matilla señala que “hemos escogido el formato mini con la idea de que se puedan probar más de una o incluso compartir las cinco”. Todas se venden a un precio de tres euros.

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Chicharrones de Atún que hizo famosos en El Puerto el desaparecido Bar El Rempujo.

La carta de Entrebares, un bar que se inauguró en el año 2013 tiene también otras sorpresas como un gallo frito cuya harina de fritura se mezcla con un polvo de algas de Suralgae, la empresa gaditana que se dedica a la recolección de este producto, o unos chicharrones de atún, una tapa que en El Puerto de Santa María hizo famosa el bar El Rempujo (ver nótula núm. 1.610 en GdP). De todos modos la estrella de la casa son los salmorejos que se sirven en copa de cocteles y con sabores muy llamativos. Así, además del típico cordobés, sin vinagre, aclara Jesús, que es natural de allí, une sabores éxoticos como el de tinta de chocos o algunos que se complementan con frutas. /Texto y Fotos: Pepe Monforte.

 

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Aurelio Díaz García, aunque natural de Cádiz, lleva afincado en El Puerto desde 1970, donde se casó con Dolores Dandi y con quien tiene tres hijos, ya criados. Profesional de la hostelería, trabajó durante 20 años con Alexis Ruiz –hoy presidente de Discotecas y Salas de Fiestas de Horeca Andalucía--, en sus negocios de April Discoteca en Rota, el Bora-Bora en Jerez, y en El Puerto, en las Discotecas Safos del Hotel Puertobahía y Eclipse, en el Centro Comercial de Vistahermosa. Antes de montar el Bar ‘La Señora’ regentó el Bar Tiburón, en la Barriada de las Nieves.

El Bar ‘La Señora’ en la calle Vicario, --en una accesoria de la casa de los Monge Reinado-- fue durante muchos años un negocio regentado por Juanito Ceballos, que hoy conserva en sus paredes una estética cofrade, pues son fotografías y composiciones de todas las vírgenes de las cofradías y hermandades portuenses las protagonistas que dan razón de ser al nombre del establecimiento hostelero, muy concurrido, por cierto.

ALEVANTE.

Aurelio es un virtuoso de la cocina. Con muy pocos ingredientes y con poquísimos medios, organiza, a puerta cerrada, todos los miércoles unas cenas pantagruélicas, con entradas, dos platos y postres. Se han hecho proverbiales sus degustaciones gratuitas de guisotes,  de tortillitas de camarones, de cartuchitos de camarones…Su gazpacho, todo el año, tiene fama en el barrio alto y, en Navidad, lo anuncia como “gazpacho migado con polvorones” todo un plato de vanguardia.. La mojama, el queso variadísimo, la chacina de Manolo Ortega, de la Sierra de Cádiz, de Badajoz o de Burgos campan por sus respetos en el local. Este miércoles, sin ir más lejos, puso mano a la obra de un bacalao a la vizcaína que resultó para chuparse los dedos.

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Su cocina es clásica, de andar por casa, asequible para los que tienen levante y telarañas en los bolsillos, por eso a su  sección de cocina la ha llamado “ALEVANTE”, como un antónimo de “APONIENTE”, que siempre ha habido ricos y pobres. Su política es poner los platos llenos. Es decir, que no pone una cosita en el centro y santas pascuas. Por eso la prestigiosa firma de Ricardo el de las Gomas, “Vulcanizados Ricardo”, le ha galardonado con cinco estrellas. La noticia de este reconocimiento le ha valido gran afluencia de  clientes y curiosos que, dado el aforo de ocho personas humanas que tiene el local, Aurelio se ha visto obligado a frenar. A su fama han acudido verdaderas avalanchas de público de diversas regiones españolas. Precisamente del País Vasco, con la fama que tiene de cocina, Aurelio mantiene a familias fijas todo el año y por temporadas. De Alemania, de Hungría, de Holanda, de Francia, del Reino Unido, de China y hasta de Andorra tiene clientes asíduos, no sólo en el interior, sino en la calle., porque es que no se cabe. Desde esta página, felicitamos a tan ingenioso industrial y a la firma otorgante de las cinco estrellas.

La instantánea está tomada en el desaparecido Bar ‘La Concha’ situado en los bajos del también desaparecido Teatro Principal, en la esquina de La Placilla, donde hoy se encuentra una entidad Bancaria, la Caja Rural. Era una Navidad en El Puerto.

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En primera fila a la izquierda sentado el maestro de cocina, Torres Higuera; Soriano; el camarero Campuzano;  Vicente Devesa simula servir agua con un botijo en un vaso; de blanco Prudencio Rábago y a su lado con un vaso en la mano y detrás de Campuzano, Manolo Carrillo; detrás de éste Pepe López Herrera y junto a éste de pié, Salvador Sánchez de la Ferretería. A la izquierda de pié, Enrique Garrucho Laural y a su lado, tras el botijo, Antonio Alejo, operario de la barbería de Barcala en la calle Larga. 25 de diciembre de 1952.

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blas_simon_enrique_puertosantamariaComo introducción a mi reflexión sobre la Hostelería y  Restauración debo de transcribir el comentario que me dijo, uno de los tantos directores, con los que he tenido el placer de aprender y trabajar. Decía así “En la Restauración lo más importante es tener y aplicar el Sentido Común” ya que podemos desarrollarla prácticamente sin conocimientos, (de ahí el intrusismo dentro de la misma) pero no sin Sentido Común.

Esta reflexión va dirigida sobre todo a los nuevos hosteleros. Cada vez mas en una ciudad como la nuestra, El Puerto de Santa María, donde la industria brilla por su ausencia, se abren nuevos establecimientos, algo que hay que agradecer por lo menos por parte de los que nos dedicamos a ello, estos nuevos establecimientos en la mayoría de los casos sus propietarios son personas que han sido ajenas a la Hostelería. Tienen lo mas importante que es el dinero para montarlos y en algunos casos también buenas ideas, los montan y decoran perfectos otra cosa es que después sean fáciles para trabajar y llega lo importante la “apertura” y ahí empieza el calvario.

Cuando he empezado hablando de la importancia Sentido Común es por lo siguiente: El Sentido Común nos dice que lo que es pequeño para mí es pequeño para el Cliente, que si la carne está dura para mi está dura para el Cliente, que si el mantel está mal tirado, arrugado, las copas sin repasar etc.. para mí también lo están para los Clientes, lo que pasa que los Cliente son prudentes se callan y no vuelven, cuando tenemos un plato que funciona ese plato tiene que estar siempre igual, lo que se llama estandarizar las recetas para que, esté quien esté, siempre sea igual para el Cliente.

Los camareros tienen que estar informados de todo lo que hay y de lo que no hay. La cocina tiene que tener suficiente preparación (mise en place) para tener bastante autonomía de trabajo. Que no se pude pasar dos veces por delante de un Cliente y no hacerle ver que sabemos que está a través del saludo.

Que las funciones de los camareros tienen que estar bien definidas para agilizar el servicio y así un mayor rendimiento. Que es mejor que un Cliente insatisfecho nos lo diga en el establecimiento a que lo cuente fuera de el. Que los que pagan las nóminas son los Clientes, sin Clientes no hay negocio por muy buena que sea la gestión.

Alguien tiene que tomar la responsabilidad tanto para cuando hay un problema con un Cliente o entre los propios trabajadores. Al Cliente hay que darle el máximo de información posible a través de las cartas, pizarras e indicadores. Bueno al final nos damos cuenta que el Sentido común es el menos común de los sentidos. El Camarero es la imagen del establecimiento. La Hostelería son Señoras y Señores al servicio de Señoras y Señores. Un Cliente se tarda en fidelizar meses y se pierde en segundos. /Texto: Simón Blas Martín.

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Salvo los jóvenes nacidos a partir de la última década de los 90, todos conocimos durante toda nuestras vidas, apostado frente al paseo central del Parque Calderón y a la fuente de la Canastilla, el Kiosco de Pasage (donde hoy está un tiovivo), aquél que tenía un zócalo de azulejos sevillanos y el cuerpo, con estructura de hierro fundido, acristalado; que se instaló en 1933 y en sus últimos años fue la sede del Club Taurino Portuense.

En 1991, el Ayuntamiento, en razón a que hacía años que estaba cerrado y que presentaba un pésimo estado de conservación, siendo ocupado por drogadictos, decidió desmantelarlo. Medida, a mi parecer, apresurada y equivocada dado su interés patrimonial –se construyó en Sevilla para ser un establecimiento de bebidas durante la Exposición Iberoamericana de 1929- y sentimental, porque se tiende a tener querencia y apego por los locales que se han pisado y por los que se ha pasado toda la vida, nosotros y quienes nos precedieron. En aquel venerable establecimiento el Ayuntamiento entró como un elefante en una cacharrería. Dijeron entonces que lo almacenarían para recuperarlo el día de mañana, pero me juego el millón de euros que no tengo que el Kiosco de Pasage desapareció para siempre. Pero ha quedado en nuestras retinas y recuerdos, también para siempre.

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La Mezquita y su terraza en los años 40. Enfrente, la taberna Los Maeras. A la derecha, el espacio que en 1949 ocuparía el Bar Santa María. A la izquierda, no visible, el Bar Buenavista. La farola central se instaló en 1914.

LA MEZQUITA

El kiosco que recordamos fue el segundo que la familia Pasage estableció en el Parque.  El primero se inauguró en abril de 1914, ahora hace un siglo. Ambos fueron sucursales de La Mezquita, el bar que con el mismo nombre, transformado, sigue abierto en la calle Luna esquina a Jesús de los Milagros, que antaño –con sucesivos arcos dispuestos al modo de una mezquita- se prolongaba hasta la plaza de las Galeras. 2

fernandopasagesanchez_puertosantamariaViejo establecimiento, pues se conoce que el 5 de agosto de 1897 se hizo con el negocio, ya existente con el nombre de La Aurora, Miguel Llamas, cocinero que había sido de La Alegría, el popular restaurante que existió en la calle Nevería esquina a Ricardo Alcón, cerrado en 1961. Lo de Aurora se le puso por la inmediata calle así nombrada, cuando se prolongaba hasta las Galeras, rebautizada en 1922 como Micaela Aramburu en homenaje a esta señora entonces fallecida, benefactora que fue del frontero Hospital de San Juan de Dios.

Pero los mejores años del local comenzaron a partir del 4 de agosto de 1905, cuando reinauguró el negocio, bautizado como La Mezquita, Fernando Pasage Blandino, que antes, en 1902, había abierto el Bar La Española en Larga esquina a Palacio. Al paso de los años, hacia 1932, Fernando dejó el negocio a sus hijos Manuel y Fernando Pasage Sánchez, quienes lo mantuvieron, especialmente Fernando, toda la vida. Eran sucesores del primer Passage  (con dos ‘s’) que se asentó en El Puerto en 1742, italiano, pese al apellido francés.

Mediados los 60, Fernando Pérez Pasage, sobrino de los hermanos Pasage, abrió en la parte del local frontera a las Galeras la Cervecería Marítima, que de inmediato se convirtió en el centro de reunión de la marinería porteña. Al paso de unos años se derribó el inmueble, y en el nuevo, José Álvarez, yerno de Fernando Pasage, abrió otra cervecería también llamada Marítima, que cerró a fines de los 70.

LA CASETA DE MARTÍNEZ (1896-1909) 

En 1895, cuando se creó el Parque Calderón, el arquitecto que lo diseñó, Miguel Palacios (atinado apellido para un arquitecto), habilitó un espacio entre la Herrería y Javier de Burgos (entonces Sardinería) para ser ocupado por un establecimiento de bebidas, donde al paso de los años se ubicarían los kioscos de los Pasage.

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El Parque Calderón en el proyecto de Miguel Palacios (1894). En rojo, el espacio reservado para un ‘café’. / Archivo Municipal.

Entonces, el industrial Manuel Martínez García, un burgalés que de niño se asentó en nuestra ciudad en 1878, solicitó al Ayuntamiento, y se le concedió, ocupar el espacio con una cervecería-restaurant: cuadrangular, de 6 metros de longitud por 3’10 m de altura, de madera, con techo de cotonía (lona de cáñamo con trama de algodón) y rodeando el local 12 paños de barandas con 20 pedestales para macetas.

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Alzado del salón de la Caseta de Martínez (1902). / Archivo Municipal.

El local abrió sus puertas en febrero de 1896 y las cerró una vez concluyó el verano de 1909. Fue conocido por todos como ‘la caseta de Martínez’, siendo costumbre que cuando la Revista Portuense se refería a ella, que lo hacía frecuentemente,  intercalara el epíteto de popular: ‘la caseta del popular Martínez’ (sobre su hermano Daniel, ver  nótula 656 en Gente del Puerto).

Durante esos años se convirtió en un popularísimo centro social, donde se celebraron  numerosas reuniones políticas, familiares, deportivas..., y en su salón fue habitual que se ofrecieran audiciones de gramófono, conciertos de música, que actuaran artistas de variedades, prestidigitadores, agrupaciones carnavalescas, cantaores y bailaores flamencos...  Como botón de muestra, por su singularidad, citaré el concierto que el 10 de agosto de 1901 ofreció el virtuoso joven -25 años- Esteban Juez, anunciado como ‘el Sarasate de la guitarra’, que además de ser ciego de nacimiento tenía el mérito añadido de que posicionaba el instrumento sobre las rodillas y al revés, con el mástil a la derecha. Desde Almería, donde residía, media vida se llevó recorriendo España tocando música española: piezas de zarzuelas, pasodobles, guajiras, rondeñas…

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Acceso al Parque por el Vergel en 1903, con el paseo flanqueado de plátanos. A la derecha de los pedestales que daban acceso a la fuente de la Canastilla, apenas perceptible su cubierta, la Caseta de Martínez. / Foto, archivo de Luis Suárez.

Tras cerrar la caseta del Parque en 1909, al año siguiente Martínez abrió una cervecería en la calle Larga –junto al hoy Bar Vega- a la que llamó Sin Nombre. En el solar que su popular caseta ocupó en el Parque Calderón, cinco años después la familia Pasage establecería su primera sucursal de La Mezquita.

kioskopasage7_puertosantamariaEL PRIMER KIOSCO (1914-1932)

El 25 de abril de 1914, mientras se realizaban reformas en el Parque Calderón, que comenzaron en enero y culminaron en junio, Fernando Pasage Blandino solicitó al Ayuntamiento y se le concedió en detrimento de otras ofertas, “establecer –decía en el escrito- en la parte izquierda de lo que fue paseo del Vergel, hoy prolongación del Parque Calderón, entre el primer grupo de jardines y el limitado por las palmeras que forman un cuadrado, frente a la fuente que el pueblo llama Canastilla, un kiosco permanente para la venta de refrescos, vino y café”. Un pequeño kiosco, añado, de madera, confeccionado por el carpintero Antonio Reina y pintado por Julián Suárez, “que es sin temor a equivocarnos -decía la Revista Portuense- el primer kiosco de esa clase que se instala en el Puerto, y aun en la provincia, dando mucho atractivo al paseo, que en nada perderá con su colocación; antes al contrario, embellecerán las obras en él realizadas.” /En la imagen, el primer Kiosco de Pasage en el Parque, anunciado sobre el tejadillo, hacia fines de los años 20. / Foto, colección de Miguel Sánchez Lobato.

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A la izquierda, tapado por el arbolado, el kiosco, con un porche delante, en 1917. A su lado, la caseta La Sombrilla que entonces instaló Pedro Morro Jiménez. El paseo, desde 1914, ya con las palmeras. / Foto, Centro Municipal de Patrimonio Histórico.

Y de inmediato el kiosco se convirtió en centro de reunión de propios y extraños. Su espléndida ubicación lo propició. Y también que el Ayuntamiento organizara durante los veranos, los jueves y domingos,  frente al local, en los jardines de la Canastilla, conciertos de la Banda Municipal (la que entonces dirigía José Joaquín Barba Rocafull). Pero en 1917, cuando la Corporación decidió trasladar a la Rotonda de La Puntilla los conciertos, Fernando Pasage, para paliar la falta de música y de ambiente que giraba en torno a su kiosco, decidió ofrecer por su cuenta algunas actuaciones musicales. Como las que entre el 23 y el 31 de julio de aquel año dieron, entre las 9 y las 11 y media de la noche, un terceto de violín, bandurria y guitarra dirigido por el violinista portuense Lorenzo Luna, quien también actuaría durante todo el mes de agosto formando dúo con el paisano y pianista José Luis Benítez, tocando piezas de zarzuelas, óperas, operetas y valses. Actuaciones del dúo que volverían en 1918 y que se interrumpieron al siguiente, cuando falleció Luna, mientras daba recitales en el malagueño pueblo de Arriate.

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Sede de la Academia de Santa Cecilia en 1901, calle Larga nº61. Sentado a la derecha, José Luis Benítez. En el centro, el presidente de la institución, Adolfo Barra. A la izquierda, el maestro Caballero, Francisco Javier Caballero y Maldoqui (1853-1933), excelente músico y compositor que murió en la indigencia.  / Foto, Academia de Bellas Artes Santa Cecilia.

En el Paseo de la Victoria 

José Luis Benítez Rey, que de oficio era profesor de piano en la Academia de Santa Cecilia desde su fundación en 1900, continuó en solitario ofreciendo conciertos en el Kiosco de Pasage del Parque, y también en el Paseo de la Victoria, donde se instaló algunos años el kiosco al celebrarse la Feria de la Victoria, durante la segunda quincena de agosto. En la siguiente foto, tomada hacia 1923, vemos el precioso local apostado junto a la verja de la Avenida de Rodrigáñez (donde hoy pasa la carretera), el piano de Benítez y creo que al propio Benítez, que parece ser quien está sentado al fondo junto a dos músicos de la Banda Municipal.

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El primer Kiosco de Pasage en el Paseo de la Victoria. /Foto, colección de Carlos Pumar Algaba.

En un rincón tan bonito y acogedor como éste, un servidor hasta se tragaría un concierto de piano, a cuatro manos, de Richard Clayderman y Mari Cruz Soriano. (¡Ay, Paseo de la Victoria, quién te ha visto y quienes no te ven! Aprendan quienes tengan que aprender cómo se conforma un parque, a la inglesa, no eso que hoy tenemos, un espacio fantasmal y un agujero negro que parece que no existe, un pequeño desierto que no se atrevería a cruzar -para qué- el mismísimo Lawrence de Arabia.) 

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Otra imagen del kiosco tomada el mismo día. En la mesa, tras una jornada de caza. Apoyados en la verja, los paneles de cierre del establecimiento. /Foto, colección de Carlos Pumar Algaba.

El kiosco de música de la Canastilla 12 y 13

kioskopasage_12_puertosantamariaLa música, como vemos, tal como lo fue para la Caseta de Martínez, fue un ingrediente importante para que el Kiosco de Pasage y su terraza tuvieran la afluencia de público que tuvieron, un aliciente más de las veladas y las Ferias celebradas en el Parque Calderón y en el Paseo de la Victoria. Destacaría también los conciertos que la Banda Municipal –tras el paréntesis de 1917- daban junto a los parterres de la fuente de la Canastilla y, especialmente, las que como marco escénico se ofrecían en el llamado ‘kiosco japonés’ o ‘caseta de la Canastilla’, el original kiosco de música de quita y pon que se construyó en 1905 y que desde entonces se instalaba en ‘las cuatro esquinas’ de las calles Larga y Luna –espacio para el que se diseñó- y junto al restaurante de la Rotonda de la Puntilla, en el Paseo de la Victoria y en el Parque Calderón; aquí, en ocasiones –consta que al menos en 1927- elevado sobre la misma fuente de la Canastilla, como el pueblo bautizó, en referencia al kiosco de música, al espacio ajardinado frontero al Kiosco de Pasage.  /En la imagen, el kiosco de la Canastilla en el crucero de las calles Larga y Luna al comienzo de los años 20. / Foto, archivo de Luis Suárez.

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En la esquina izquierda, en los jardines de la fuente de la Canastilla, la cubierta del original kiosco de música. Enfrente, el Kiosco de Murga y en la Ribera una parada de coches de caballos y puestos ambulantes junto al caserón que a mediados del siglo XVIII levantó Juan Carlos de Rivas (hoy Romerijo). / Foto, archivo de Luis Suárez.  

Lo habitual era que se tocaran –por tradición, los jueves y domingos- fragmentos de zarzuelas, pasodobles, habaneras, valses, polcas, chotis, aires regionales, marchas triunfales... Y a fines de los años 20, la música de la radio, que comenzaba entonces a escucharse en los domicilios de algunas privilegiadas familias y en algunos establecimientos públicos, como el Kiosco de Pasage, donde en 1927 se instaló un receptor superheterodino Grillet de ocho válvulas, marca que en nuestra ciudad representaba Severiano Ruiz-Calderón Pulito, sobrino del alcalde fundador del Parque.

En otro lugar y otras manos 

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El antiguo kiosco de Pasage, emplazado frente al Kiosco de Murga (el que se levantó –después del primero que se instaló en 1922- en 1927, que antes estuvo en el muelle de Cádiz). La pérgola, construida en 1935, la derribó un temporal en 1965. / Foto, archivo de Luis Suárez.

La familia Pasage llevó el pequeño kiosco del Parque Calderón durante 18 años, hasta 1932, cuando presentaron un proyecto para levantar en su lugar otro de más porte. El primero, el establecido en 1914, continuó siendo propio de la familia pero explotado en régimen de alquiler por otros industriales, hasta comienzos de la década de los 60, cuando por último fue un puesto de venta de helados. A partir del año 32 cambió de ubicación, instalándose en el tramo del antiguo paseo del Vergel, entre el Kiosco de Murga y el Bar Santa María.

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El kiosco, frente a la terraza del Bar Santa María. Las farolas del paseo se instalaron en 1935 y se quitaron en 1960. A la derecha, entre el Vergel y el Parque, el tablado de música de la Banda del maestro Dueñas. / Foto, archivo de Luis Suárez en copia de J. M. Nieto. 

EL SEGUNDO KIOSCO (1933-1991)

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La fachada principal del segundo kiosco en dibujo que en 1932 levantó José Maure Cerquero. Frente a la puerta, el mostrador central. / Archivo Municipal.

El Kiosco de Pasage que todos conocimos se inauguró el 2 de julio de 1933. Fue adquirido por los hermanos Pasage en Sevilla, donde prestó la misma función de kiosco de bebidas durante la Exposición Iberoamericana de 1929, acontecimiento para el que se construyó. La Revista Portuense se hizo eco de su apertura en estos términos: “En la tarde del pasado domingo tuvo lugar la inauguración del artístico kiosco que han instalado en el paseo del Parque Calderón nuestros estimados amigos los acreditados industriales señores don Manuel y don Fernando Pasage Sánchez. El citado kiosco, que constituye en sí una muy bonita instalación, viene a hermosear aquella parte del paseo, dándole una hermosa perspectiva. Al dar la noticia de esta nueva instalación y felicitar a dichos señores por el gusto artístico que preside la misma, hacemos voto porque el éxito más lisonjero corone su empresa.” Y ciertamente, dada la longevidad que tuvo el establecimiento y su raigambre en la ciudad, así fue. En planta tenía 10 metros por 6 m, estructura a la que se añadió, a la espalda de la fachada principal –donde se instaló la cocina- otra de mampostería (6m x 2m).

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Fernando Pasage  desgranó en 1976 en el Diario de Cádiz algunos de sus recuerdos del kiosco: “Aquello tuvo un éxito impresionante. Don Jesús Arbilla me decía que yo era el dueño del Parque. Ponía ciento cincuenta mesas y tenía doce camareros, más dos que sólo se dedicaban a servir café y dos chiquillos encargados exclusivamente de ir llenando de agua las cantarillas de barro que había en cada mesa. Siempre estaba lleno. Había familias que mandaban a la muchacha o a los niños para coger sitio hasta que llegaban todos. Entonces el café costaba quince céntimos. Fíjese cómo sería la cosa que tuvimos que hacer un sótano debajo del kiosco para guardar las gaseosas, que era lo que entonces se tomaba. Tenía seis metros de largo por dos de alto; lo llenábamos hasta arriba y lo cubríamos de hielo y todos los días se vaciaba. En aquel kiosco instalé la primera gramola que hubo en El Puerto para que la oyera el público. Todavía conservo aquí su armazón, que es de caoba. La gramola era de manivela, claro. También la primera radio, que era de baterías. Allí también trabajé lo mío. Siempre ha sido así, porque he tenido mucho amor propio y una gran fe en todo lo que he hecho.

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Los jardines de la fuente de la Canastilla y el kiosco al fondo. 

El Club Taurino 

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El local, atiborrado de ambiente taurino, con el joven José Luis Galloso como protagonista. / Foto, colección de Miguel Sánchez Lobato.

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El kiosco de Pasage como tal permaneció abierto durante 36 largos años, hasta que en 1969 se reconvirtió,  por iniciativa de Fernando Pasage, Manuel Almagro y Luis Prieto, en la sede del Club Taurino Portuense, inaugurada el 25 de noviembre. Cerró sus puertas, después de unos años de decadencia, a comienzos de los años 80.

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29 de marzo de 1970. Sentado, segundo a la derecha, Fernando Pasage Sánchez. A su izquierda José Cuevas ‘el Aguja’. Al otro lado de la mesa Luis Prieto. De pie, entre otros no identificados, Rogelio Sánchez, Fernando Camacho, Francisco Bernal ‘Paco Ragel’, Tadeo Sánchez, Victoriano Martínez  y Francisco Abadía. / Foto, Rafa; copia de Vicente González Lechuga.

Aquí lo dejo, no vaya a ser que mi amigo José María Morillo me diga, con razón, que me alargo mucho. En sus propios recuerdos, lector y lectora, continúa la historia del entrañable Kiosco de Pasage, el que desapareció, porque así lo quiso el Ayuntamiento, hace 23 años. /Texto: Enrique Pérez Fernández. Dedicado a Cristina y Manolo Pasage.

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Enrique Garrucho Laural ha desarrollado toda su vida profesional en el mundo de la hostelería. A sus 86 años, de formación autodidacta, con la mente muy bien amueblada, nuestro protagonista quiere compartir un sueño que ha tenido, y que desea ver hecho realidad en El Puerto.

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1928.
En 1928 era alcalde de El Puerto, Alfonso Sancho y Mateos. Pedro Muñoz Seca estrenaba ocho obras de teatro, entre ellas ‘El Teniente de Alcalde de Zalamea’. El 10 de febrero de dicho año se fundaba el Racing Football Club de El Puerto, celebrándose los primeros encuentros en la Plaza del Polvorista. El maestro Antonio de la Torre González era aquel año Secretario de la Sección Juvenil de la Cruz Roja de Medina Sidonia.

enriquegarrucholaural_joven_puertosantamariaEl 2 de abril de ese año es nombrado Hijo Adoptivo el benefactor local Elías Ahuja y Andria. Antonio Cruzón Moreno, patrón del Vapor ‘Cádiz’ se cayó al agua desde el cantil del del muelle a primeros de junio. Nacía en Cuba el banderillero Paco Cossío ‘el Mejicano’ o ‘el Escayolista’.

Enrqiue es hijo de Manuel Garrucho y de Laura Laural , nació en 1928. Empezó a trabajar desde muy niño, lo que no le permitió estudiar y lo que sabe lo aprendió por su interés y por su cuenta. Sabe hasta un inglés coloquial. Con apenas 10 años empezó a trabajar en El Cafetín, propiedad de Angel Sordo, quien le, en sus palabras, «le salvó de la calle» al fallecer su madre. Aquella circunstancia le hizo prometer un difícil juramento para alguien que ha estado durante tantos años en la hostelería: no probar nunca ninguna bebida alcohólica, algo que mantiene en la actualidad. En aquel entonces vivía en la calle San Sebastián número 18. Con 16 años entraría a trabajar en La Concha --el bar del desaparecido Teatro Principal-- con Prudencio Rábago de Celis, que antes había sido encargado en El Cafetín. /Enrique, en una imagen de 1953.

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Enrique, en el Bar La Concha. Vemos una máquina de hacer helados. La fotografía está fechada en 1963, año en el que Juan Lara pintó uno de los carteles de Feria que aparece en la imagen.

Y de ahí montó en sociedad con Rábago de Celis el Bar La Braña, en La Placilla, entre la tienda de calzados Heredia y donde hoy se encuentra Marcos Selma, local que en la actualidad es una tienda de ropa. Se jubilaría en 1975, no sin antes haber sacado un buen pellizco en la lotería, que le permitió afrontar de mejor manera la vejez que hoy disfruta. Estuvo casado con María Marroquín Sanchez, hasta el fallecimiento de ésta, con quien tuvo un hijo de nombre Enrique.

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Dos imágenes del Bar La Braña, en La Placilla. En la imagen de la derecha, aparece Enrique junto a su hijo, asomado a la ventanilla.

EL SUEÑO TAURINO.
Enrique que no se considera aficionado a los toros, pero si amante de lo español, ha tenido un sueño que ha querido compartir en Gente del Puerto y que ha trasladado a representantes de las Bodegas Osborne, a algunos miembros de la corporación porteña, así como a la presidencia de la Real Plaza de Toros. Pero quiere comunicarlo organizando en El Puerto un encuentro de la Unión de Criadores de Toros de Lidia así como de la Federación de Escuelas Taurinas. Para ello ha solicitado a los anteriormente citados señores con los que ya ha mantenido una reunión, que insten al alcalde de la Ciudad a propiciar dicho encuentro.

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Enrique quiere contar una nueva forma de hacer la tauromaquia, con algunos cambios de sus elementos, que el público no vería, pero que cambiaría sustancialmente los modos del arte del toreo. Algo tan revolucionario como cuando se le pusieron los petos a los caballos y evitaron la muerte trágica de tantos caballos destripados en las plazas. Algo que Enrique se reserva, pero que avanza en secreto a sus contertulios, porque considera que el sueño que ha tenido le ha sido revelado por una instancia superior, que será bueno para la Fiesta Nacional, y que quiere presentarlo en El Puerto. Dicho queda. /Texto: José María Morillo.

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josefasanchezllebret_puertosantamariaDe la familia marinera compuesta por el matrimonio entre José Sánchez Romero (1852), de profesión de la mar y guarda del Vapor, como consta en el padrón de habitantes de 1911, y Dolores Llebret Pellicer (1858), nacieron siete hijos, que relacionamos a continuación por orden de fechas de nacimientos: Manuel (1864) José Benito (1866),  María Dolores (1871-1956), Josefa (1874-1935?), los gemelos Manuel y Ramón (1877) y José Joaquín, (1883-1958), todos nacidos en El Puerto de Santa María.

María Dolores Sánchez Llebret, estuvo casada con Fernando Pasage Blandino, (dueño del Bar “La Mezquita” y del kiosco de bebidas del Parque,  que luego fue Club Taurino). Tuvo tres hijos: María Dolores,  Manuel y Fernando Pasage Sánchez. Este último, contrajo matrimonio con María Martínez Dopeso y tuvieron cuatro hijos: Asunción, Fernando, María Cristina y Manuel, que viven aún en nuestra ciudad.

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El kiosko de Fernando Pasage Blandino, que luego fue Club Taurino, y que despareció por el expedito método de la piqueta en la última década del siglo XX.

El hermano pequeño de Josefa se llamaba Jose Joaquín, fue tipógrafo y realizaba los carnés de propaganda veraniega, patrocinados por el Ayuntamiento del El Puerto. Se casó con Eloísa Artola Ortiz y tuvieron seis hijos: Alberto, Carlota, Josefa, Dolores, Joaquín y Eloísa. Aún viven Dolores,  Eloísa y sus descendientes.

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Carnet oficial del Verano de 1927.

La protagonista de este escrito, Josefa María de los Dolores Sánchez Llebret, como consta en su partida de bautismo,   nació nuestra ciudad en la calle Los Bolos nº 2, el día 22 de Octubre de 1874.

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En el número 2 de la calle Bolos, en el entorno de las Siete Esquinas, nació nuestra protagonista.

Sus primeros comienzos artísticos  los realizaría muy joven en la provincia de Cádiz, actuando en cafés cantantes. Posiblemente,  emigró a finales del siglo diecinueve a Sevilla. En estas fechas partían a la ciudad de la Giralda, todas las jóvenes que soñaban con ser artistas, como lo hicieron nuestras paisanas “Las Coquineras”. Pudo tener como profesor de baile a  Manuel Díaz Rueda, portuense nacido en 1807. Este maestro de la danza  era familiar por parte materna de Las Coquineras. (Ver nótula núm. 1.042 en GdP). 

Josefa partió  de El Puerto con el oficio  del cante y del  baile bien aprendido. Según su nieta Josefa Cárcamo Sánchez, también tocaba la guitarra y en muchas ocasiones se acompañaba con ella. En el padrón de habitantes de Madrid en 1914 figuraba como corista y en el de 1925 tenía la profesión de artista.

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Café Cantante a finales del S. XIX en Sevilla.

Estuvo unida sentimentalmente a un guitarrista flamenco de nombre Antonio Moya, andaluz de nacimiento, probablemente sevillano,  con el que tuvo dos hijas,  a las que no inscribieron en el registro civil,  cuyos  nombres eran  Pilar y Julia. He buscado a Antonio Moya en los padrones de la capital de España,  desgraciadamente sin ningún resultado.  Como última opción me dirigí a los amigos artistas y a algunos aficionados mayores, muy ligados al flamenco de esta ciudad, pero no me dieron datos aclaratorios, aunque sí habían oído hablar de él.

A principios del siglo XX,  Antonio Moya acompañó con su guitarra a Josefa durante diez años por cafés cantantes y representando  sainetes cómicos andaluces por  los teatros de la Península Ibérica. Su fecha de fallecimiento podría haber  tenido lugar entre los años 1927 y 1930, pues en 1926  Josefa y Antonio habían visitado a su hija Pilar con motivo del nacimiento de su nieta Josefa, mientras que en 1930 cuando nace otro nieto, Luis, la abuela Josefa ya era viuda.

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Ilustración de un Café Cantante en Madrid. 

Josefa actuó en muchas ocasiones como actriz y corista, fue una mujer que tocó todos los palos de los espectáculos escénicos. Su óbito no he podido tampoco localizarlo en Madrid, donde creo que dio su último suspiro de vida. Me informó su nieta Josefa de que su abuela falleció cuando ella tenía 5 ó 6 años, por lo que creo que esto pudo ocurrir entre los años 1932 a 1935. Fue una mujer que pisó los escenarios durante cuarenta años de carrera artística.

En el padrón del año 1925 se hospedada en una pensión de la calle Jardines nº 14, con su hija Julia Moya y un grupo de artistas. En esta rúa madrileña tuvieron Pepa Oro y Antonio El Macareno, una casa de huéspedes  en el primer tercio del siglo veinte.

CALLE JARDINES.

Según los estudiosos del arte flamenco la calle de los Jardines, número 21, albergó el mejor y más conocido de los cafés de cante tanto de la Villa como del resto del país. El café de la Marina fue escenario del inicio y presentación en Madrid de muchas carreras profesionales con proyección internacional de baile, cante y toque de guitarra con sus diferentes estilos o “palos”.

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Calle de los Jardines en Madrid, donde estuvo el Café de las Marinas y, posteriormente el cine Bello. Hoy es un restaurante. Como podemos apreciar en cuestión de cables en las fachadas: "en todas partes cuecen habas"

Josefa les metió el veneno del artisteo a sus dos hijas, las preparó para vivir de la farándula, fueron a academias de baile flamenco y de escuela bolera,  en estas fechas  muy de moda en nuestro país.

En la Ciudad del Gato, moraron muchos artistas del El Puerto, entre los años 1880 a 1920. Alguno de estos fueron: Antonia y Josefa Gallardo “Las Coquineras”, María del Carmen Gallardo “La Gaditana”, bailaora, cantaora y tía de las Coquineras y madre de la bailarina y bailaora Amparo Pozo Gallardo; Rafael Bermúdez Castro Rivas, el gran actor portuense y galán del teatro de su tiempo, José Talavera Gabriel polifacético actor, director de teatro, cantor de zarzuelas y cantaor conocido en El Puerto, por Talavera o Julepe, Los Monge Antúnez, conocidos por Los Chaquetas, artistas del flamenco y Teresita Mazzantini, nombre artístico de Teresa Ros Uceda o Teresa Uceda, nacida en El Puerto en los años setenta del siglo XIX a la que  he buscado en los archivos de Cádiz, Jerez, Sanlúcar de Barrameda, Madrid y también en nuestra ciudad sin ningún resultado. Hay mucha leyenda detrás de esta dama del cante. He escuchado comentarios de viejos aficionados portuenses que dicen falleció en Sudamérica y fue trasladada a España y enterrada en Madrid, ¡vaya usted a saber!

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Pilar Moya Sánchez (o Pilar Sánchez Llebret) durante una actuación en Méjico.

Pero volvamos a Josefa Sánchez Llebret. Ésta fue una mujer valiente y liberal, pues tener cinco hijos naturales en aquellos tiempos era una verdadera locura y estaba mal visto por la sociedad.

La primera de sus hijas fue Salvadora Sánchez Llebret,  de la que no conocemos el lugar de nacimiento, aunque suponemos que pudo ser en El Puerto. Falleció de tuberculosis en nuestra ciudad el 23 de noviembre de 1914, con tan solo 21 años en El Puerto de Santa María. La noticia sobre su sepelio aparece en las páginas de Revista Portuense de 25 de noviembre de 1914.  Su acompañamiento estaba formado por todas las clases sociales y presidieron el duelo Manuel y Fernando Pasage Sánchez, sus primos, y sus tíos José Joaquín y Manuel Sánchez Llebret. Se dio la circunstancia de que  Salvadora, que aparece en la prensa con los apellidos Tey Sánchez, se había comprometido y tomado de dichos el 22 de agosto de ese mismo año 1914 con el joven empleado de los Ferrocarriles del Norte Manuel García Robiou, con el que desgraciadamente no pudo llegar a celebrar su matrimonio.

María Sánchez Llebret, fue la segunda, pero no se ha localizado la fecha de nacimiento ni tampoco la de su óbito. Por la información obtenida a través de las nietas de Josefa, conocemos que estuvo internada en un convento de monjas donde se dedicaba a bordar un manto para la Virgen. Allí le sobrevino la muerte.

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En la imagen, las dos hijas de Josefa: de izquierda a derecha Pilar, su marido Antonio Cárcamo y Julia Sánchez Llebret (o Moya Sánchez).

Pilar Moya, nombre artístico de Pilar Sánchez Llebret, fue su tercera hija,  nacida en Zaragoza, el 25 de Abril del 1903. Falleció muy joven en Madrid  en 1933. En la calle Gravina nº 11, según el padrón de 1925 de Madrid, vivía con su esposo e hijos. De profesión artista, recorrió con su madre y su hermana Julia, los teatros de todos los rincones de la Piel de Toro y del Norte de África. Estuvo casada con el artista de teatro Antonio Cárcamo Cañizares, nacido el 21 de Julio de 1899, en La Laguna, estado de Santa Catalina (Brasil). Tuvieron tres hijos: Antonio Cárcamo Sánchez,  Josefa Cárcamo Sánchez y Luis Cárcamo Sánchez.

En los años 1922 y 1923, actuaron Antonio Cárcamo y Pilar Sánchez por varias provincias mejicanas. En 1926 cuentan que se produjo un incendio en el Teatro Pavón mientras actuaba Antonio con su esposa, interviniendo éste en la extinción del fuego.  En el año 1927 actuaban en  el Teatro Alcázar de Madrid.

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El Teatro Pavón, en la Revista de la Construcción Moderna. Año 1925.

Julia Sánchez Llebret, cuarta hija de Josefa,  también tomo el apellido de su padre, Antonio Moya, como nombre artístico. Fue una estupenda bailaora. Nació en la villa de la Línea de la Concepción, el 11 de Julio de 1904 y  muere el 3 de Noviembre del 1968 en Madrid. Esta mujer en sus comienzos artísticos fue bailaora, bailarina y corista, acompañó a su madre y formo dúo con su hermana Pilar. En sus diez últimos años de vida fue actriz de teatro. Julia Moya conoció a su esposo el actor Manuel Trujillo, trabajando en la compañía de Lola Flores. Hay personas mayores que la recuerdan como una gran bailaora y en el mejor momento de su carrera artística abandonó el baile, pasándose a la interpretación. También formó parte de la compañía de El Niño Marchena y  de Valderrama. Del matrimonio  nacería una niña  que recibirá el  nombre de  Julia y será también actriz, de ella hablaremos más adelante.

El quinto y último hijo de Josefa y de Antonio Moya fue José Sánchez Llebret, madrileño que nace el 20 de Mayo de 1914 en la calle Ruda nº 14.  Su muerte ocurrió en 1995 en Dreux, Francia. Estuvo casado con Leonor Quel Martínez, nacida 1924 en Ambite de Tajuña (Madrid). Tuvo tres hijos: Ángel (1945 en Orusco de Tajuña, Madrid) Maria de los Ángeles (1947 en Orusco de Tajuña, Madrid) y María Dolores (1954 en  Madrid).

Josefa, llego actuar con sus hijas Pilar y Julia en  numerosas ocasiones.  Las dos hermanas formaron un dúo conocido como Las Hermanas Moya. También fueron coristas de la compañía de teatro de Celia Gámez, la gran vedette de revista de los años treinta y cuarenta. En la Revista Baleares de 20 de Agosto de 1918, pagina nº 8, dice literalmente: “Todas ellas hicieron las delicias de la escogida concurrencia, pues con gracia sin igual las hermanas Moya y la señorita Pazzi Pons, bailaron unos boleros con grandes aplausos de los asistentes”.

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Pilar Moya aparece actuando en la compañía de Celia Gámez, en su revista musical 'Las Leandras'. Mundo Gráfico. 17.11.1931.

La joya de la corona, Julia Trujillo Sánchez, nieta de Josefa Sánchez Llebret, es una de las grandes cómicas del teatro de este país. De casta le viene por parte de sus abuelos,  Josefa Sánchez Llebret y Antonio Moya, y de sus padres Julia Sánchez Llebret y Manuel Trujillo Carrasco, actor de teatro y guionista. Se dejó caer por la capital del reino un 3 de Mayo de 1923 y se fue con los que no vuelven el 27 de Agosto de 2013. Es una de las grandes actrices española, del siglo veinte. Sus actuaciones son numerosísimas en el cine, en el  teatro y en la  televisión. Debutó en el teatro de la mano de sus padres con tan solo 14 años de edad.

En 1980 fundó junto a Manuel Canseco, la Compañía Española de Teatro Clásico, estrenó obras de Calderón, John Murrel, Salom, Paso y Miras, representó también  a Mihura y a Valle Inclán y ha fallecido a los 81 años en la capital de España. Fue expuesta su capilla ardiente en el Teatro la Victoria,  del mismo modo en el que son despedidas las grandes actrices de la escena de este país.

juliatrujillomoya_o_sanchezllebret_puertosantamariaLa Trujillo, tenía el premio a la mejor actriz de habla Hispana de Estados Unidos, entre otros reconocimientos. En televisión, entre los años 1965 y 1980, llego a los hogares españoles actuando en los “Estudio Uno”. /En la imagen, Julia Trujillo Sánchez (o Sánchez Llebret).

Durante dos décadas fue una de la protagonista de la Compañía Nacional de Teatro de María Guerrero, que bajo la dirección de José Luis Alonso, estrenó obras de Valle Inclán, Pirandello, Gorki, Bertolt Brecht y Galdós. Fue presidenta de la casa del actor, a la que dedicó sus últimos años de vida. En muchas ocasiones visitó y actuó en la tierra de su abuela. Recuerdo haberla visto en el hotel Los Galgos de Madrid en 1988 durante la presentación del Diccionario Enciclopédico Ilustrado del Flamenco, de Editorial Cinterco,  allí estaba charlando con el poeta granadino Luis Rosales, presentador del libro de José Blas Vega y Manuel Ríos Ruiz. Fue una noche muy bonita para todos los que colaboramos en esta obra.

Esta breve semblanza de las vidas de la portuense Josefa Sánchez Llebret  y de su saga, hubiera sido imposible sacarla a la luz sin la aportación de tres mujeres, a las que hay que agradecerles su ayuda, principalmente,  a Josefa Cárcamo Sánchez, hija de Pilar Sánchez Llebret, a María de los Ángeles Sánchez Quel, hija de José Sánchez Llebret,  y a mi amiga Ana Becerra Fabra.  /Texto: Antonio Cristo Ruiz.

 

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A Vicente Sordo Gómez, con
mi amistad.

Es una inacabable algarabía,
donde todo es posible e inaudito:
desde la tapa insigne al numerito,
que vende silenciosa “La Alegría”.

Una alegre y flamenca bulería
en la barra ... Se bebe Fernandito
su quinto “valdepeñas”, como un rito
solemne, alrededor del mediodía.

Todo tiene un acento costumbrista:
en la puerta la foto de un artista
se cuelga del cristal, calladamente.

Y el tiempo que parece se ha quedado,
al pie de La Placilla ensimismado,
colgado en la pared del “Bar Vicente.

Todo tiene el sabor recio y añejo
de aquel Puerto de ayer, tan aldeano,
donde imperaba el trato campechano
no falto de sapiencia y de gracejo.

Baja de La Angelita el Puerto viejo,
campesino y sufrido, al par que humano.
Gesticula al hablar su recia mano,
dando al ambiente un aire de festejo.

“Los Dos Pepes” ayer ... Hoy, padre e hijo,
en un constante y cálido amasijo
de lealtad y servicio a sus clientes,

escriben, sin saberlo, lo que historia
mañana habrá de ser ... Que en la memoria
del Puerto han de quedar los “Dos Vicentes”.

Paco del Castillo

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Quienes conocieron al Vista Alegre contaron que fue un establecimiento de reconocido prestigio dentro y fuera de El Puerto, una de las ofertas hosteleras más sólidas que una ciudad como la nuestra, abierta y volcada al turismo, ofreció a sus visitantes entre los años 40 de los siglos XIX y XX.

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En la Bajamar, frente al Hospital de San Juan de Dios, el Hotel Vista Alegre. Con una altura menos que por Micaela Aramburu, su amplia terraza ofrecía una espléndida vista del río y las marismas del Guadalete, las salinas, el pinar del Coto de la Isleta, la Sierra de San Cristóbal…. En el muelle del Vapor, los Adriano I y II.

hotelvistalegre2_puertosantamariaComo muchos portuenses recuerdan, se ubicaba en un sobrio y elegante inmueble de la calle Micaela Aramburu esquina a la de Guadalete, con la fachada posterior mirando al río, desde donde se contemplaría una hermosa panorámica que le dio nombre al local. Así lo percibió en 1840 uno de los célebres personajes que conocieron sus estancias, el escritor y viajero francés Théophile Gautier, que en su Viaje por España (1843) anotó: “Después de almorzar a toda prisa en la fonda de Vista Alegre, que merece su nombre a las mil maravillas...”. En la imagen de la izquierda, Théophile Gautier (1811-1872).

LOS BADANELLI: APOGEO Y DECADENCIA
Cuando Gautier recaló en El Puerto en septiembre de 1840, la fonda estaba recién inaugurada. Una jerezana –Manuela Vega- y luego un gaditano –Joaquín Sánchez- fueron sus primeros propietarios, desde su origen nombrada Vista Alegre. Pero no pudieron o no supieron consolidar el negocio, permaneciendo en sus manos poco tiempo, al contrario que pasaría con el tercer propietario, un italiano residente en El Puerto que adquirió el inmueble a fines de 1846: Tomás Badanelli Guidotti.

Bajo su dirección, dilatada en el tiempo, la posada conoció su primera época dorada. Ya fuera por ser un avispado hombre de negocios, o bien por suerte, fue todo un acierto hacerse cargo del establecimiento entonces, pues en el verano de 1846 el Ayuntamiento comenzó a organizar, con el fin de atraer la llegada de forasteros y hacerles más grata su estancia en la ciudad, diversos actos festivos y lúdicos durante la temporada veraniega, siendo el paseo del Vergel –que se prolongaba desde Micaela Aramburu esquina a Palacio hasta la perpendicular con la plaza de la Herrería- el principal marco donde se celebraron los festejos.

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El paseo del Vergel en su tramo de Micaela Aramburu hacia 1910. A la derecha, el Hotel Vista Alegre. Las acacias blancas se plantaron en 1870, reemplazadas por palmeras en 1914. Los bancos se instalaron en 1908. / Foto, archivo de Luis Suárez Ávila.

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Un mapa de Lombardía y Venecia de1859 como éste fue el que Baroja vio en el patio del hotel. 

Tomás Badanelli había nacido en 1797 en alguna localidad italiana que no he podido determinar. Al respecto, Pío Baroja (ver nótula núm. 1121 en Gente del Puerto), que se alojó en el Vista Alegre hacia 1910, escribió en la novela El mundo es ansí (1912): “Hemos ido a una fonda próxima a la ría, que se llama de Vista Alegre. Esta fonda debió de ser de un italiano; yo lo supongo al ver las paredes llenas de litografías y de grabados con vistas de Italia; probablemente el dueño era algún lombardo o veneciano, porque hay en el patio el plano del reino lombardo-véneto hecho el año 1859.

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Pío Baroja asomado al balcón de su casona ‘Itzea’, en Vera de Bidasoa (Navarra).

Y continuaba describiendo, en boca de uno de los personajes de la obra, el paisaje que contempló desde su habitación: “Desde el balcón de mi cuarto se ve la entrada del Guadalete. En el barro del río hay un casco viejo de un barco que están componiendo; un poco más lejos, al lado de una barraca, se ven las costillas de otro barco sostenidas por puntales. Sobre el muelle de la Ribera, unos cuantos hombres y chicos hacen cuerda con cáñamo; los hombres marchan hacia atrás con una madeja de estopa a la cintura y los chicos dan vuelta, mientras tanto, a una manivela que retuerce la maroma. Cerca, a la izquierda, hay junto al río una antigua fuente, pintada de rojo, que se llama la Galera. [...]

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La Ribera que conoció Baroja, junto a la plaza de la Pescadería.

Antes de acostarme he estado un momento en el balcón. La noche estaba tibia, la marea alta, la ría brillaba bajo el cielo lleno de nubes plateadas, iluminadas por la luna, las barcas se levantaban en la ribera y, enfrente, en la otra orilla, sobre una lengua de tierra, se destacaba en el cielo el perfil de unos pinos.

Y en su biografía novelada Juan Van Halen, el oficial aventurero (1933), Baroja añadía nuevas impresiones del local que conoció y de su antiguo propietario: “Luego fui al Puerto de Santa María y paré en el hotel Vista Alegre. El hotel, ya viejo, descuidado, con cierto aire extranjero, tenía gracia. En las paredes de los pasillos colgaban cuadros, estampas con vistas y escenas de los Alpes y un mapa del reino lombardo-véneto. El hotel, según se decía, había sido fundado en 1846, época de prosperidad del Puerto, por unos italianos caldereros. Por entonces daba impresión de abandono, las puertas cerraban mal, los suelos estaban alabeados, los pestillos se caían. Todo me parecía ruinoso, desolado y decadente.

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Sobre el oficio de calderero atribuido por don Pío a Tomás Badanelli, nada puedo afirmar, ni desmentir. Sus actividades profesionales en Italia las desconozco. No obstante –y no parece que sea una coincidencia- consta que en 1853 residían o trabajaban en una accesoria de la posada dos hermanos de profesión caldereros, nacidos en el municipio italiano de Maratea, Juan y Domingo Moya Blando, lo que hace pensar en un error de quienes le transmitieron los orígenes del local a Baroja.

Tomás Badanelli se había asentado en El Puerto en 1825, cuando tenía 28 años, siguiendo los pasos de su padre, Bartolomé, quien ya en 1812 regía una posada –no sé cuál- en nuestra ciudad, ejerciendo entonces de diputado del gremio de posaderos.

Tomás, ya viudo cuando se hizo cargo del Vista Alegre, vivió con sus tres hijos, Lucas, Pedro y Luisa, de segundo apellido Noli, que desde el principio trabajaron con su padre, y cuando falleció continuaron rigiendo el negocio. Al paso de unos meses de que Tomás abriera el establecimiento, de Italia llegó su hermano Bernardo para trabajar con él.

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Imagen de 1889. A la izquierda, el Vista Alegre, mientras un gentío embarca en el vapor Emilia (1883-1895) o el Puerto de Santa María (1888-1921), de la flota de Antonio Millán que entonces cubrían la travesía entre El Puerto y Cádiz. 

Junto a la familia Badanelli, siete trabajadores fueron los primeros que se ocuparon de atender la posada: dos asturianos, dos gallegos y tres sanluqueñas, Gertrudis Girón y sus hijas Dolores y Concepción. En 1849 la plantilla de trabajadores se incrementó a diez, cifra que número arriba o abajo se mantendría en las siguientes décadas.

Desde el comienzo, en una accesoria del inmueble Badanelly estableció una tienda de vinos y comidas también llamada Vista Alegre, que a juzgar por el número de seis trabajadores que conformaban su plantilla, todos montañeses, debió de tener cierta entidad.

Señal de la consolidación y prosperidad que por estos años gozaba la posada es el hecho de que su dueño abriese una tienda de vinos en la Ribera –ya abierta en 1859- nombrada Las Delicias (esquina a Javier de Burgos, donde tras la guerra civil abrió la taberna Tetuán, por último llevada por Manuel Arniz).

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La calle Guadalete (antigua callejuela de los Baños): a un lado el Vista Alegre; al otro, el Hospital de San Juan de Dios. / Foto, colección de Vicente González Lechuga.

En el verano de 1857 Badanelli solicitó al Ayuntamiento la enajenación a su favor de la callejuela de los Baños (hoy calle Guadalete) para cerrarla con verjas y transformarla en un salón ajardinado de la fonda. La Corporación, en razón a que la calle era de escaso tránsito, ocupada por las noches por ‘gente de mal vivir y por haberse convertido en un vertedero de basuras, acordó aprobar lo solicitado.

Unos años antes, en 1851, el neoyorquino John Esaías Warren –agregado cultural de la embajada de Estados Unidos en España- dejó escrita esta escueta opinión del establecimiento en su obra Notes of an Attaché in Spain in 1850: “el viajero puede encontrar [en El Puerto] un confortable aunque modesto hotel, el Vista Alegre”. Y del mismo modo, un joven granadino que con los años se afianzaría como escritor, Pedro Antonio de Alarcón, recordando su paso por El Puerto en 1854, dejó en su libro Viajes por España  (1883) esta otra breve impresión del local: “...allí, la fonda de Vista Alegre, que es un modelo en su clase.

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A la izquierda, el diplomático norteamericano John Esaías Warren (1827-1896). A la derecha, Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891).

Después de estar al frente del negocio durante tres décadas, Tomás Badanelli falleció a mediados de los 70. Sus hijos continuaron su labor, especialmente el mayor, Lucas, casado con la italiana Devota Cavallari. Cuando Lucas murió, en 1886, se hicieron cargo de la posada -ya con el calificativo de hotel- su viuda e hijos, Bernardo y Filomena, que lo mantuvieron en sus manos hasta 1913.

Tres años antes, en 1910, así se anunciaba al local en la Revista Portuense: “Gran Hotel y restaurant de Vista Alegre. Paseo del Vergel, 9. Luz eléctrica en toda la casa. Amplias habitaciones para familias. Hospedaje desde 5 ptas. Montado a la moderna con todas las comodidades apetecibles. Gran confort. English spoken. Cocina a la española y a la inglesa. Servicio esmerado. Gerente: Julio Tardío.” (Éste, de profesión cosario, fue el abuelo de nuestro paisano el pintor Rafael Tardío Alonso.Ver nótula 736 en GdP)

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Rafael Tardío, José Luis Tejada y Carlos Scat, mediados los 40 del siglo pasado, con el río de fondo.

En esta última etapa, como complemento a un negocio que comenzaba a flaquear, al menos desde 1902 una accesoria de la parte posterior del edificio se habilitó para el alquiler de carruajes de cuatro caballerías. Pero al Vista Alegre, por entonces ruinoso, asolado y decadente -al decir de Baroja-, tras permanecer en manos de la familia Badanelli durante 67 años, le había llegado el momento de encarar el futuro con ánimos renovados y nuevas perspectivas. La familia Badanelli, o al menos parte de ella, pasó entonces, tras cerrar el hotel en 1913, a residir a Sanlúcar.

Dª ROSARIO RODRÍGUEZ,  LA SEGUNDA ÉPOCA DORADA
En abril de 1914 –ahora hace un siglo- adquirió el negocio una inquieta emprendedora portuense, doña Rosario Rodríguez (que también llevó el Hotel Portuense en la calle Luna, el Hotel París en Larga, el restaurante de la Rotonda de La Puntilla y el aún abierto Hostal Loreto en Ganado; y en Sevilla el Hotel Emperador, en Córdoba el Vista Alta y en Chiclana el Balneario de Fuente amarga). En 1914 también se remodeló –buena cosa para el hotel- el paseo del Vergel, cuando se plantaron las palmeras que hoy, a cuenta del picudo, están a punto, las pocas que se salvaron, de desaparecer (ver nótula núm. 1761 en GdP).

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Anuncio del Bar-Restaurant La Puntilla, a cargo del Hotel París, propiedad deRosario Rodríguez. Almanaque de Verano 1927.

Profundamente transformado el Vista Alegre en sus habitaciones y mobiliario, comenzó a anunciarse como “Gran Hotel de Vista Alegre, montado al estilo de los de las mejores capitales de España”. En 1915, la dirección del hotel regalaba a cada cliente –decía la Revista Portuense- “una elegante carterita de viaje, con espejo, peine, gancho para botones y limpia uñas”, y al año siguiente un abanico con un anuncio del hotel.

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Publicidad del Vista Alegre en la Revista Portuense, en 1915.

Por entonces, doña Rosario, siguiendo una recomendación de la Revista, vendía en el hotel, con vista a ser consumidos en la playa, unos tentempiés contenidos en cestas. Así lo contó el periódico: “Ayer se han empezado a expender las cestas que con un lunch ha confeccionado la inteligente propietaria del Hotel de Vista Alegre doña Rosario Rodríguez. Es verdaderamente delicada la preparación de los alimentos que forman el menú de dichas cestas. La de ayer contenía lo siguiente: tortilla, emparedado de salchichón, mayonesa de langostinos, dulces y pan. El precio fijado es de 2 pesetas y con media botella de vino 2,75 ptas. De seguir el Hotel vendiendo esas cestas, no ya sólo para la playa, sino para muchas casas particulares, se han de vender como pan bendito. La presentación es también muy cómoda y adecuada al objeto que se destina.

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La playa de La Puntilla a comienzos del siglo XX. A la derecha, los Baños El Porvenir, de la familia Neto, instalados por vez primera en 1885.

Y la propietaria del hotel continuó desempeñando una lúcida tarea de reformas y mejoras del servicio que prestaba el negocio. En la temporada veraniega de 1917, según  informaba la Revista, se montó en la fachada principal, la de Micaela Aramburu, una marquesina y una terraza, desde entonces “punto de reunión de numerosas personas, que elogian la iniciativa realizada”; a la vez, y dado que los tiempos avanzaban una barbaridad, se instaló “una cámara frigorífica que conserva los alimentos y produce nieve que se utiliza en las necesidades del Hotel, cuyo mecanismo se mueve con un motor eléctrico”. El hospedaje costaba entonces a partir de 10 pesetas; las comidas desde 5 ptas; los almuerzos desde 4 ptas y el té o el lunch desde 3 ptas. Año también el de 1917 en que el Vista Alegre, siempre con fama de contar con un espléndido servicio de cocina, se hizo cargo del restaurante del Tiro de Pichón.

El salón-comedor del hotel, con vistas al río, fue habitual lugar donde se celebraron numerosos actos de sociedad y banquetes familiares, sociales, políticos, de negocio..., de los que daba detallada y buena cuenta la Revista Portuense.

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Tertulia en el patio del Vista Alegre, hacia 1920.

También fue el Vista Alegre un tradicional lugar donde se reunían aficionados taurinos antes y después de las afamadas corridas celebradas en el coso portuense. Como muestra de ello, valga este testimonio fechado en agosto de 1928, si bien la fuente en que bebió el texto se escribió en la propia fonda de Vista Alegre por un anónimo visitante en 1889: “...Hojeando papeles, tropiezo con chistosa revista de una de esas animadas corridas lidiadas a fines del siglo XIX. Era costumbre en la aristocracia jerezana apearse a su llegada al Puerto en aquella célebre e inolvidable fonda de Vista Alegre donde se apuraban sendas cañas de la manzanilla sanluqueña y las damas cubrían con airosa mantilla blanca, negra o de morillas, la alta peina y en su cobija pendían la ligera malvaloca, flor de moda en aquellos tiempos.

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Aficionados taurinos en el patio del hotel en torno a Manuel del Pino, ‘Niño del Matadero’. / Foto de Manuel Pico en copia del Centro Municipal de Patrimonio Histórico.

hotelvistaalegre_16_puertosantamaria[...] Concluida la corrida, era de nuevo invadida la fonda de Vista Alegre por el elemento aristocrático, donde en bien servidas mesas cada reunión de amigos y señoras formando una pequeña peña alegremente cerraban en animada charla sobre los accidentes de la corrida”. Ciertamente, la inmediatez a la posada de la parada de coches de alquiler y del muelle del Vapor, tradicionalmente empleados por los aficionados taurinos de la bahía, propició que fuera habitual lugar de reunión de quienes asistían a las corridas. Circunstancia que debían propiciar los propios dueños del establecimiento a fines del XIX, pues Lucas Badanelli, en la década de los 80, era consejero y secretario de la Compañía que regía la Plaza de Toros. /En la imagen de la izquierda, factura del 13 de agosto de 1937 por 9 raciones de fiambres vendidas al ‘hospital musulmán’, el ‘hospital de sangre’ que al inicio de la guerra se estableció en el Colegio San Luis Gonzaga para la cura de los legionarios y moros de las tropas franquistas.  

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La fachada principal del inmueble, entonces Casa del Sindicato, a fines de los 50. / Foto, Mesa.

LOS ÚLTIMOS AÑOS
Después, o quizás un poco antes, de que doña Rosario Rodríguez se hiciera cargo, hacia 1928, del Hotel París de la Calle Larga (donde estuvo el Círculo de Labradores), el Vista Alegre permaneció un tiempo cerrado. Reabrieron el negocio –“aquella acreditadísima casa portuense que tan justa fama y prestigio gozó no ya solo en Andalucía, sino en otras muchas regiones de España”, decía la Revista-  Gabriel Simeón, hijo de doña Rosario, y un cuñado de éste, Manuel Moreno Moreno, celebrándose en aquella jornada, el 21 de junio de 1931, un banquete en homenaje al presidente del Círculo de Labradores, Antonio Rives Bret (con nótula núm. 1257 en GdP). Luego Manuel llevó, entre otros locales, La Antigua de Cabo en Larga esquina a Ganado –a partir de 1941- y en la Ribera abrió en 1962 el Échate pa’ yá. Su hijo, Manolo M. Simeón  (con nótula núm. 981 en GdP) –que nació en el Vista Alegre-, querido amigo y excelente profesional, se jubilaría el año 2000 llevando, desde 1972, el Bar La Solera, lindero al Hostal Loreto de su abuela Rosario.

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La fachada de la Bajamar a comienzos de los 70, poco antes del derribo. / Foto, colección de Vicente González Lechuga.

Durante la guerra civil, el Vista Alegre fue requisado para servir de alojamiento a los oficiales italianos presentes en El Puerto. Reabrió sus puertas el hotel tras la contienda, pero por poco tiempo, cerrando –la dura posguerra- hacia 1941. Se convirtió entonces el edificio en la sede de la Delegación Sindical, hasta que en septiembre de 1972 se derribó. Hoy, en su solar se levanta un bloque de viviendas que conserva el nombre que durante un siglo llevó la posada y hotel Vista Alegre, el que, como dijo Gautier, merecía su nombre a las mil maravillas. /Texto: Enrique Pérez Fernández. 

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Las llamadas Cuatro Esquinas de El Puerto de Santa María forman parte de la más añorante historia portuense. Ya sé que todas las confluencias de dos calles tienen cuatro esquinas pero en El Puerto hay una llamada así, por antonomasia. La formaban, entre Larga y Luna,  la Cervecería, el Refino, los Tejidos de D. Mariano Gutiérrez y la Confitería La Campana.

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Tres de las Cuatro Esquinas, con la calle Larga y la Sierra de San Cristóbal, en lontananza.

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La Campana, en primer término a la derecha.

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Una imagen del famoso crucero de Larga y Luna, tantas veces fotografiado.

Igual que “el patio de mi casa” las Cuatro Esquinas del Puerto son enclave peculiar, cuando allí sopla el Levante, sopla más que en las demás.  Y es que el Levante se frena cuando llega a la Fuente de las Galeras, forma cauce en la Calle Luna, se reconforta en las Cuatro Esquinas y espera , todavía hoy, qué antiguo, poder refrescarse en el Pilón de San Juan, calle arriba...

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El mismo sitio, fotografiado en la actualidad.

La Cervecería, en la Calle Larga, luego Bar Central de Maximino Sordo, era aledaña a la casa de los Grant, y más allá estaba la Zapatería de Juanito Gilabert. Esta zapatería no era una tienda de venta de zapatos, como son ahora, sino que los fabricaba, con una gran categoría y fama del fabricante y de los clientes. Gilabert no era un zapatero vulgar sino un señor con su correspondiente categoría social, que surtía a la más distinguida clientela del Puerto, de Jerez y hasta de Sevilla.

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El interior del Bar Central, ante de su remodelación realizada por el arquitecto de Los Santos, hoy Banco de Andalucía.

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La cafetería Central, hoy Banco de Andalucía, en febrero de 1978. /Foto: Rafa. Archivo Municipal.

juanignaciovarelagilabert_puertosantamariaYo recuerdo a su sobrino Juan Varela Gilabert, en la imagen de la izquierda, (ver nótula núm. 1.047 en GdP) que heredó la tienda y que no era zapatero sino fino poeta e inigualable conversador, cuando todavía tenía clientela en Sevilla, de lo más rancio y aristocrático, por cierto.  Juan se desplazaba a Sevilla para “tomar medidas”. Para dicho cometido, se estaba algo así como una semana en la recordada Pensión San José, en la sevillana calle del mismo nombre, nido de estudiantes y residente ocasional de los grupos de “vicetiples” que actuaban en el Teatro Cervantes. Juan, repito, deleitaba a los huéspedes de dicha Pensión, con divertidísimas y cultas historietas. En la Zapatería Gilabert, por cierto frente a la histórica Casa Lucas, trabajó Tobío, que luego fue ordenanza en el Instituto Laboral, que afable y cumplidor, compartía con su compañero Manolo Camacho, el toque de la famosa campana del Instituto para anunciar el final y el comienzo de cada hora de clase.  Manolo fue Conserje en dicho Instituto una vez que finalizó su aventura comercial en su Refino de la Calle Larga, lindando con la que fue  Farmacia de Pernía, en donde trabajó Domingo Monge Atalaya (ver nótula núm. 1.941 en GdP),  y luego de José María Viqueira.

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Donde hoy se encuentra Talgo Boutique, se encontraba el Refino de Piñero, frente a Tejidos Lerdo, donde vivieron sus sobrinos, los Lerdo de Tejada. La imagen es de  febrero de 1978. / Foto: Rafa. Archivo Municipal.

En la acera de enfrente a la Cervecería estuvo el Refino de Piñero, que en últimos años lo recuerdo regentada por dos señoras, que traspasaron el negocio a Pepe Sánchez Cossio, que abrió en su lugar lo que fue muy moderno establecimiento llamado Auto-Radio, que obró con la colaboración técnica de Luís Babiano. Luís, compañero y colega de D. Juan Villar ejerció como Ayudante de Obras Públicas en lo que entonces se llamaba Obras del Puerto, cuyas oficinas estaban la Calle Nevería.

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La calle Nevería, en 1926, cuando se llamaba Castelar. A la derecha, el edificio donde luego estaría, de nueva construcción, Tejidos López, mas adelante, Obras de El Puerto.

manolocarrillolucero_puertosantamariaEn esas Obras del Puerto, en cuya Dirección hay que citar a D. Antonio Duran, a D. Juan Machimbarrena, a D. Manuel Álvarez Aguirre y a D. José Antonio Español (ver nótula núm. 1.892 en GdP), prestaron sus servicios, entre otros conocidos amigos, como chóferes de grato recuerdo, Sánchez, padre del que llegó a ser muy buen futbolista local Sánchez Escalante, y Rafael, ceremonioso y educadísimo en los gestos de su oficio.  En dicho Refino de Piñero, trabajó mi buen amigo Manolo Carrillo --a la izquierda de la imgen-- (ver nótula núm. 076 en GdP), entre polifacéticos quehaceres, con el buen humor que le caracterizó. Recuerdo que un día Manolo anunció a las dueñas, con gran aspaviento y escándalo,  que un “viajante en cueros” se empeñaba en visitarlas, consiguiendo alarmarlas antes de poner en claro la situación. El chiste es viejo, pero Manolo  consiguió la escenificación adecuada.

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Tejidos Mariano Gutiérrez, en la calle Larga esquina a Luna.

En la otra esquina de las Cuatro, estaba la Tienda de Tejidos de D. Mariano Gutiérrez, sesudo paseante en los días festivo, del brazo de su mujer y acompañados por su ahijada la Srta. Lora.  Don Mariano era muy aficionado a la cacería y salía a las tórtolas con una escopeta “de siempre”, que no tenía “papeles”. Un mal día lo interceptó la Guardia Civil y un uso de su más elemental obligación, se los requirió. Don Mariano se extrañó, fue al coche y los que encontró no fueron de la satisfacción de dicha Guardia, rechazándoselos.  Entonces D. Mariano, azorado, pronunció la famosa frase: “--Pues eso es lo que hay y con eso hay que apañarse”.  Por supuesto que se quedó sin la escopeta.

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Casa Lerdo, vista desde la calle Larga, a la derecha, confitería La Campana.

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Tejidos Lerdo, vistos desde la calle Luna.

Los Tejidos Gutiérrez fueron traslados a José Lerdo de Tejada, sevillano que se afincó El Puerto, y que fundó los conocidísimos, en su día, Tejidos Casa Lerdo, modernizando el negocio con la colaboración de su mujer Pepita Labat, también de Sevilla, y otras colaboradoras entre las que quiero citar, como no, a Milagros Cristóbal.  También recuerdo a su hijo Pepito Lerdo, que hizo sus pinitos como torero y que cuando declinó, se dedicó o dedica, en Sevilla, a apoderamientos y asuntos taurinos y que aparece en la imagen de la izquierda. Al Puerto vinieron también sus sobrinos, los hermanos Lerdo, amigos nuestros hasta el presente, que vivieron en  Luna esquina con Larga, precisamente frente a la Tienda de Tejidos.

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La confitería La Campana a la derecha, frente a Tejidos Mariano Gutiérrez.

Cerrando el esquinerío de las Cuatro, en la otra estaba la Confitería La Campana, atendida por el bueno de Juan Luís Hernández, con sus desplazamientos en bicicleta. De la Campana he comido los más inimaginables y ricos merengues de fresa, con aquel almíbar inigualable del que todavía me relamo. En el piso alto de La Campana dando con la calle Luna, en el martillo que formaba el edificio,  vivieron los Castilla, entre los que recuerdo a Federico (poeta y músico que escribió, por ejemplo, el himno del Racing Club Portuense. Pregunto ¿qué ha sido de la obra musical y poética de Federico?), a Marina, a Santiago (amable siempre en su cometido como empleado en el Banco Hispano) y, sobre todos, a Elías, entrañable amigo y compañero en la Academia Poullet, sobre el que todavía tengo pesares de lejanía, desaparecido prematuramente. A Elías, que tan pocos recuerdos mundanos dejó, salvo su tímida sonrisa premonitoria de muchos sufrimientos que creo que luego padeció, le envío, donde quiera que esté, que puede que yo lo sepa, al cabo de muchos años de recuerdo, mi sentimiento de la oración persistente.

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El Banco Hispano Americano, el 23 de febrero de 1978. /Foto Rafa. Archivo Municipal.    

El edificio de La Campana fue derribado, creo que a comienzos de los cincuenta, y  allí el Banco Hispano Americano erigió el edificio que hoy ocupa el Banco de Santander. Su segunda planta la estrenaron nuestros amigos Carlos Cuvillo Jiménez y Charo Arias Molleda, antes de trasladarse a su chalet en la Hijuela del Tío Prieto.

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Las Siete Esquinas, antes y ahora.

Quiero finalizar recordando que nuestro pueblo/Ciudad –Muy Noble y Muy Leal Ciudad del Gran Puerto de Santa María, que no se le olvide a nadie; ni hoy-- es peculiar en muchas cosas, por ejemplo en la existencia de la antonomásica, citada y descrita someramente, Cuatro Esquinas, además de tener el otro característico enclave de las Siete Esquinas, adornadas éstas, por cierto, con el oloroso aroma de los vinos que se crían en sus alrededores; las Bodegas Osborne  y la que regenta mi querido amigo Edmundo, que acoge ese delicioso patio florido, que es enjundia de familiares reposos portuenses.

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La plaza de las Galeras, el Vergel del Conde, el Parque Calderón y, al fondo, la calle de la Luna.

Pero en este manojo de Esquinas del Puerto, yo quisiera ¿por qué no?, fundar otra: Mi Esquina. Esa es, la que forma la Calle Luna abajo con el llamado Vergel del Conde, que tantas veces doblé camino de mi casa, entre la de Bish y el garaje de Pepe Bononato.  Ni Cuatro, ni Siete; Una, la mía. Permiso. Y esta es la historia, más o menos --seguramente menos-- que yo recuerdo de las Cuatro Esquinas del Puerto. Otro día, si D.q., las otras. /Texto: José López Ruiz.

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Fundada nuestra ciudad en 1264, este año se cumplen 750 de la ubicación del Mercado en el espacio donde hoy sigue. / Foto, Joaquín Cordero.

El Bar Vicente es algo más que uno de los establecimientos comerciales más queridos y entrañables de El Puerto, por el que han parado varias generaciones de propios y foráneos. Porque además de ofrecer –como decían los antiguos- un esmerado servicio en un grato ambiente, conserva entre sus paredes la solera que sólo el paso del tiempo deja en los espacios cargados de historia. Como éste, ubicado frente a la Plaza de Abastos (1874), donde siempre, desde la misma fundación de la ciudad a mediados del siglo XIII estuvo, al raso y en linde al recinto amurallado medieval, el Mercado.

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Reconstrucción por Juan José López Amador de El Puerto en el siglo XIII. Arriba, la situación del Mercado.  

El mismo bar ocupa parte de lo que fue la Carnicería Pública, la que se construyó en 1692 seguramente sobre otra anterior, donde se agrupaban los tablajeros con sus ‘tablas’ para abastecer a la población. Su huella pervive en las columnas y arcos cegados del bar  y en la fachada, que es la de la vieja Carnicería, que tenía su acceso principal por la calle Sierpes, en la casapuerta de la casa lindera al bar. Sólo se cambió, en 1881, la actual esquina achaflanada, que originariamente se cortaba en ángulo recto. Y enfrente, entre las calles Ricardo Alcón y Ganado se encontraba el Matadero, el anterior al que en 1699 se edificó a las afueras de la ciudad (exsede del Imucona).

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Columnas y arcos tapados de la Carnicería del siglo XVII. / Foto, Javier Nucete Alba

En el interior de la Carnicería se estableció, en fecha incierta, una capilla en la que los tablajeros ofrecían misas y donde en 1750 se dispuso el cuadro de la Inmaculada Concepción (de origen franciscano) que hoy se custodia y venera en el Mercado de la Concepción.

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La capilla del Mercado de la Concepción con el cuadro de la Inmaculada.

Al inaugurarse éste, el 29 de octubre de 1874, el inmueble dejó de cumplir su tradicional función. Después, durante algunas décadas sus paredes albergaron algunos puestos para la venta de diversos productos, convirtiéndose en una prolongación de la Plaza. Por ejemplo, en 1896 había un ultramarinos de Manuel Quevedo, una lechería de José Pavón, un puesto de lozas entrefinas de Manuel Ortega, dos tablas de carne de Antonio Castro y José Vázquez y un despacho de vinos, El Tiro, de Bonifacio González.

Entre 1904 y 1916 se estableció en una parte del local un ultramarinos de Genaro Molleda Colosía, un montañés del valle de Herrerías que se asentó en nuestra ciudad siguiendo los pasos de sus hermanos Sinforiano y José, propietarios de una taberna en La Placilla esquina a Santa María, que por último fue El Cafetín del reciente cierre (ver en GdP nótula núm. 1884). 

LAS MELLIZAS.
Pero lo que yo quería –que me voy por las ramas- era compartir con el lector y comentar una vieja imagen que Miguel Sánchez Lobato gentilmente me facilitó, de cuando el Bar Vicente era Las Mellizas, tomada hacia el año 1928 desde el acceso al local por San Bartolomé hacia la actual cocina, que es la que muestra a continuación.

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Foto núm. 5. /Colección Miguel Sánchez Lobato.

Apoyado en el mostrador de caoba y cubierto con boina montañesa está el propietario del establecimiento, José Ruiz Sordo, apodado ‘el Rubio’, un metro noventa de montañés nacido en la aldea de Camijanes en 1885 y que a El Puerto llegó, tras estar un tiempo en Cuba, en 1917, un año después de que su paisano Genaro Molleda cerrara el ultramarinos.

Hacia 1919, tras desmantelar las accesorias de los antiguos puestos que dividían el solar, abrió el establecimiento de vinos, café y licores que bautizó con el nombre de Las Mellizas, también conocido por su apodo. Una vez asentado el negocio, en 1922 vinieron de La Montaña para quedarse su esposa y paisana, Nieves Linares, y sus dos hijas, las mellizas Paquita y Nieves, de cuatro años, de quienes tomó el nombre el bar. Están en el centro de la foto, junto a un primo y dos primas, Luisa y Efigenia, ‘Nena’, que son  quienes también aparecen en esta otra imagen tomada entonces.

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Foto núm. 6. De pie, las mellizas, Nieves y Paquita. / Foto, Francisca Ruiz Linares.

barvicente_epf7_puertosantamariaLos dos chicucos situados a la izquierda en la vieja foto, --que aparecen en la foto 5 en detalle a la izquierda de este párrafo-- por la edad que aparentan, deben ser Remigio Valle Rubín y Daniel González Escandín, también de Camijanes, donde nacieron en 1905 y 1906, que continuaron trabajando con El Rubio hasta bien avanzados los años 30.

Detrás de ambos, colgado en la pared está el comandero, donde se anotaban las consumiciones de las mesas, que hoy se conserva en el bar, al igual que el bandejero y los anaqueles de las botellas, elementos que formaron parte de un mismo lote adquirido por El Rubio (la misma madera y los mismos apliques decorativos). Y también se han conservado  de tiempos de Las Mellizas las dos bolas metálicas (fotos 5 y 6) donde los camareros guardaban las aljofifas, los paños o bayetas de limpiar las mesas, que son las mismas –más pequeñas- que tenía La Fuentecilla, como veremos en una fotografía más abajo.

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El comandero y bandejero de los tiempos de El Rubio. / Foto, María Antonia Álvarez Oreni. 

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En la pared, los viejos anaqueles conservados desde la época de Las Mellizas. Tras el mostrador, el desaparecido Manuel García Gómez ‘el Tabique’, con nótula propia en GdP núm. 655,

Volvemos a la foto 5. Quienes están detrás de las niñas deben ser los otros dos dependientes de Las Mellizas en sus primeros años, Ceferino Gutiérrez (Carmona, Santander, 1901) y José Noriega Espinosa (Camijanes, 1894), que pronto se abrió camino llevando negocios propios: que yo sepa, un almacén de comestibles y bebidas en Larga esquina a Ángel Urzáiz y otro en Zarza-Santa Clara, Las Américas (que terminó siendo el Bar Victorino).

Destacan en la foto los dos reservados que se ubicaban donde hoy la cocina del bar -más otros dos que existieron junto a la fachada de Sierpes- y delante de ellos –en el espacio que hoy da paso al salón interior- el habitáculo donde se guardaban los enseres del establecimiento. Camarotes que eran parecidos a los del restaurante La Fuentecilla (en Larga esquina a Ricardo Alcón y Ganado, cerrado en 1952), según se aprecia en la imagen que ofrecemos a continuación.

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Al fondo, dos de los seis reservados de La Fuentecilla en una imagen tomada el 19 de enero de 1930, con el personal (33 cuento) antes de servir un banquete organizado por Luis Suárez Cofiño en homenaje al industrial Daniel Martínez García (con nótula en GdP núm. 656), recién elegido, en Barcelona, presidente de la Confederación Gremial Española. /Foto: Francisco Sánchez Pérez ‘Quico’, cedida por Ángel Lozano Sordo.

Nada que ver estos reservados de La Fuentecilla y Las Mellizas con los célebres de La Burra: aquéllos industriales y con prestancia; los de la emblemática y añorada taberna, rústicos y populares, como buena parte de los parroquianos que la frecuentaron desde que abrió sus puertas mediado el siglo XIX.

También compartieron Las Mellizas y La Burra -en ésta al interior de algunos de los camarotes y en el pasillo que los enfilan- los azulejos que a media altura aún decoran las paredes del Bar Vicente, facturados en la sevillana fábrica de Mensaque.

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Al interior y exterior de los camarotes de La Burra (ver en GdP nótula núm. 489) los mismos azulejos de Las Mellizas-Bar Vicente. /Foto: Fito Carreto.

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La Fuentecilla (ver en GdP nótula núm. 1061) hacia 1942, junto a la mampara que dividía el bar de el comedor. Sujeta a la columna, la  bola donde se guardaban las aljofifas. / Foto, Francisco Sánchez Pérez ‘Quico’, cedida por Emilio Sánchez, hijo del hasta entonces propietario del restaurante, José Sánchez Gil. 

LOS DOS PEPES
José Ruiz Sordo ‘el Rubio’ falleció en octubre de 1948. En el 45 había traspasado el negocio al portuense José Sánchez Sousa, que lo llamó Los dos Pepes (él y su hijo), nombre que ya tenía desde comienzos de los años 30 la panadería que tenía abierta entre Las Mellizas y la Casa de los Leones, ampliada a confitería y tienda de comestibles en 1940. Ambos locales se comunicaban entre sí desde los tiempos de ‘el Rubio’. Continuó llevando el ultramarinos durante años, hasta que pasó a manos de la familia Ojeda, la de la confitería La Perla, cerrando en los 80, cuando era el autoservicio Los dos Pepes.

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A los cinco años de hacerse con el bar, en 1950, asfixiado por problemas económicos, decidió cambiar de aires y se estableció en Cádiz, donde en 1960 abriría una panadería-confitería-charcutería  en la calle San Francisco y después una sucursal en la plaza Mina, donde elaboró sus célebres picos brasileños, tan célebres como su Mini (versión furgoneta) en el que hacía los repartos acompañado como copiloto por una muñeca hinchable vestida según la ocasión: en verano, con traje de baño; en feria, de gitana; en Semana Santa, con mantilla…

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Fue Pepe Sánchez Sousa, al que llamaban Machaquito (no sé si por el torero o por el anís), un tipo simpático y de buen carácter, muy trabajador, algo extravagante y siempre vestido con gorro y guayabera o chaqueta blancas. A pesar de los pocos años que llevó el bar, dejó huella en sus parroquianos por su buen hacer y su peculiar manera de ser, y de hecho aún el bar se nombra también por su antiguo nombre, por economía de lenguaje, Los Pepes.

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LOS TRES VICENTE 
En 1950 concluyó la segunda etapa del local como bar y comenzó la que ha llegado a nuestros días. El 27 de mayo de aquel año se hizo con el local otro montañés de Camijanes, Vicente Sordo Díaz, que a El Puerto llegó en septiembre de 1937, cuando tenía quince años, para trabajar con su hermano Maximino, que días antes de estallar la guerra civil comenzó a llevar El Resbaladero y que antes ya había trabajado, con su hermano Cosme, en Las Mellizas. En el 42 Maximino tomó La Fuentecilla, trabajando con él su hermano Vicente, a quien le subarrendó el negocio en julio del 48 en aparcería con José Terrazas ‘el Balilla’. Luego Vicente tuvo  el Bar Pavoni, también en la calle Larga, hasta que se independizó para llevar Los dos Pepes, al que rebautizó como Bar Vicente. Retomó así el local la familia Sordo, pues José Ruiz Sordo, ‘el Rubio’, era primo de su padre, Francisco Sordo Rubín.

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Vicente Sordo y su hijo Vicentín cuando era Vicentín. La pared cegada entre las columnas cerraba lo que hoy es la cocina. Al fondo, el comandero de Las Mellizas. / Foto: Bar Vicente.

Aquí permaneció Vicente durante 62 años, toda una vida, que es la que lleva su hijo Vicente, mi amigo y hermano, de quien hace veinte años escribí y ahora lo reitero que es todo un experto en el difícil arte de saber estar detrás de un mostrador; y delante, añado ahora. Y con él su hijo Tito, la tercera generación de los Vicente Sordo, que sigue el camino que comenzó su abuelo, el montañés que con el merecido respeto y el afecto de todos los portuenses se quedó para siempre con nosotros y del que el próximo 28 de mayo se cumplirá el segundo aniversario de su fallecimiento, que es lo segundo, además de mostrarles la vieja foto de Las Mellizas, que yo quería destacar, y decirle desde el recuerdo al patriarca que por el bar, aunque en El Puerto andan las cosas como andan, todo va bien. Sabe que lo dejó en buenas manos y que en ellas seguirá durante muuuucho tiempo. / Texto: Enrique Pérez Fernández.

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Vicente Sordo en su tierra, junto a la ermita de San Antonio del Monte Corona, en el municipio de Valdáliga. Hasta siempre, Vicente.  

Más información del Bar Vicente en Gente del Puerto:
Nótulas, núm. 14, 977, 1.225, 1.891.

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En el desaparecido Bar Guadalete, regentado por Eugenio Espinosa Morales, patriarca de la estirpe de restauradores locales, vemos de izquierda a derecha a Joselete —masajista del equipo de fútbol San Javier, Alfonso Terry Muñoz, Eugenio Espinosa y José Simeón. Década de los cincuenta del siglo pasado. /Foto: Colección V.G.L.

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Durante la Vuelta Ciclista a Andalucía, agasajo que ofreció la firma Osborne y Cía a los directivos del evento, en el restaurante Guadalete. 12 personas comieron por 786 pesetas de hace... 38 años. Interesante la carta-factura, en la que figura ese plato típico de El Puerto, difícil de encontrar hoy día, como es el ‘Caldillo de Perro’. Año 1966.

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