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dionisiogomezcarvajal_casa_puertosantamariaDomingo López de Carvajal vivió y murió en El Puerto, aunque nace en el pueblo gallego de Santa María de Duancos en 1697, emigra tras la muerte de su padre a México, regresando a finales de la década de los 30, para establecerse en nuestra ciudad, donde desarrolló su actividad comercial como Cargador a Indias.

Ya en El Puerto se casó con Margarita Carrión Benavides, perteneciente a una familia de la nobleza media urbana de caballeros de hábito. Domingo López asciende socialmente y solicita la hidalguía. Pasó la mayor parte de su vida en El Puerto, donde es recibido como 'hijodalgo' por el Cabildo local. En cuanto a su residencia en nuestra ciudad ocupó la casa que se encuentra junto al actual instituto de Santo Domingo, donde hasta hace poco se ubicaban unas oficinas del Área de Bienestar Social del Ayuntamiento. Perteneció a la alta burguesía de negocios, constituida por cargadores a Indias, aunque de una manera peculiar pues se interesa en la inversión en propiedades inmobiliarias y bienes muebles, siendo propietario en El Puerto de un buen número de fincas. /En la imagen, casa blasonada de Domingo López de Carvajal, en la calle Santo Domingo, donde en el siglo XX estuvo la Academia de Bellas Artes, los Juzgados y el Área de Bienestar Social.

Aunque su actividad comercial apenas ha sido investigada, el profesor Juan José Iglesias dice de él que "estaría entre los tres únicos cargadores que superan o igualan la cantidad de 100.000 reales", comparándolo con Diego Vizarrón. De la documentación consultada no parece que Domingo López fuese naviero además de cargador, más bien tienden a corroborar que cargó las mercancías en barcos que no eran de su propiedad.

domingolopezcarvajal_expediente_puertosantamariaFUNDACIÓN DE ALGAR.

López de Carvajal, vizconde de Carrión y marqués de Atalaya Bermeja funda en 1773 la villa de Algar con el nombre de Santa María de Guadalupe. Dicho noble adquirió las tierras al Ayuntamiento de Jerez por 155.000 ducados. Se dice que lo hizo para cumplir una promesa al naufragar durante un viaje desde México a España. La donación se establecía con arreglo al reparto de 25 fanegas de tierra, una yunta de vacas y casa para cada uno de los 90 pobres de solemnidad reclutados entre las poblaciones de Bornos, Ubrique, Benaocaz y Villaluenga del Rosario. Los favorecidos habrían de abonarle al fundador la octava parte del producto anual, incluyendo ganado, y sembrar la mitad cada año. Algar significa cueva en árabe, y es posible que ello derive de las muchas que existen en su dominio. El pueblo de Algar mantiene una relación especial con el virreinato, ya que ostenta el patronato, único en España, de la Virgen de Guadalupe de México. /En la imagen, portadilla de su expediente de nobleza que se conserva en el Archivo Histórico Municipal.

Aunque la leyenda relaciona la creación de Algar con una promesa realizada por su fundador a la Virgen de Guadalupe, lo cierto es que la iniciativa de López de Carvajal coincidió con la política de colonización y explotación de nuevas tierras, emprendida por la administración.

Sea como fuere, decidido López de Carvajal a establecer una nueva población, compró en 1757 las dehesas de Algar y Mesa de Sotogordo al Concejo de Jerez. Poco después, en 1766, solicitó permiso al gobierno para instalar a 90 colonos con sus familias. El proyecto, que contemplaba la cesión de una casa y un lote de tierra a cada colono -que debería entregar a cambio una octava parte de la cosecha-, fue aprobado por Real Provisión de 13 de octubre de 1773.

virgenguadalupe_puertosantamariaEl nombre está compuesto del artículo 'al' y el lexema 'gar' que significa concavidad o cueva en árabe. Este sustantivo puede deberse a la cantidad de cuevas que existen en sus proximidades. En Algar, el proyecto de López de Carvajal fue haciéndose realidad, siendo completado por sus sucesores, que dotaron al pueblo de casas capitulares, pósito, cárcel, carnicería y posada. Desde un primer momento, sus habitantes se dedicaron a tareas agrícolas y ganaderas, actividades que se combinan en la actualidad con otros sectores económicos como la industria de la piel, el trabajo de la madera y las cooperativas agrícolas y ganaderas. Fue artífice también de la fundación del municipio gallego de Castro de Rei, en 1776.

VIRGEN DE GUADALUPE.

López Carvajal dejó la impronta de su viaje a México fundando Algar y extendiendo en la ciudadanía portuense su admiración por la Virgen de Guadalupe azteca. De muestra, las representaciones guadalupanas de los conventos de las Concepcionistas o Capuchinas o los desaparecidos Monasterio de San Miguel Arcángel o de las Madres Agustinas. Octogenario, vital y perseverante, fallece en El Puerto un hombre que se debatió entre sus universos mentales y materiales, dejando a medias el sueño por cumplir, la consolidación del municipio de Algar, buen ejemplo de la aportación portuense al entorno más cercano. /Texto: Enrique Bartolomé.

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En 1914, mientras el mundo se levantaba en guerra, era alcalde de El Puerto de Santa María, Manuel Ruiz-Calderón y Paz. Los militares porteños se negaban a participar en los desfiles procesionales de aquel año.

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Anuncio en el carné de verano de El Puerto de Santa María, donde se hace un símil entre el bar llamado Verdún, en la calle Ganado y la Antigua de Cabo. En la Batalla de Verdún, los alemanes resultaron vencidos en dicha localidad francesa durante la I Guerra Mundial. /Ilustración: Archivo Municipal.

La Primera Guerra Mundial, también llamada la Gran Guerra, se iniciaría el 28 de julio de 1914 finalizando el 11 de noviembre de 1918, que involucraría a todas las grandes potencias mundiales enfrentadas en dos bandos: los Aliados de la Triple Entente y las Potencias Centrales de la Triple Alianza.

En los años de la Gran Guerra, nuestro país sirvió de sustento a las potencias que intervenían en el conflicto, exportando productos de primera necesidad, lo que elevó los precios del consumo interior, desestabilizando el poder adquisitivo de los trabajadores, dificultando el acceso a los mismos. En El Puerto se vivió una gran agitación social: la clase trabajadora solo veía como beneficiados a los patronos, tomando un fuerte impulso el asociacionismo sindical, pasando de 9 sociedades obreras en 1914, a más de 20 al finalizar la década.

José-Font-y-de-AntaEn 1914 Pedro Muñoz Seca estaba ya consolidado como autor teatral, colaborando con diversos autores, entre los que destacan Pedro Pérez Fernández y Enrique García Álvarez con quienes, ese año, estrenarían ‘Fucar XXI’, obra escrita en común por los tres autores.

En 1914 el pintor Joaquín Sorolla visita El Puerto de Santa María, buscando la inspiración para el que sería su sexto panel para la decoración de la biblioteca de la Hispanic Society of America, una de las cinco obras dedicadas a Andalucía, ‘El encierro’.

El pintor Enrique Estévez Ochoa, más conocido por su firma ‘Enrique Ochoa’ se traslada a Madrid en 1914, con 23 años y, desde su primera exposición el año de la primera conflagración mundial, hasta la Guerra Civil, llegará a realizar una veintena de exposiciones en España, Francia e Italia, además de concurrir a otros certámenes y exposiciones colectivas, como los Salones de Humoristas, la Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, los Salones de Otoño... /En la imagen foto dedicada (4/12/1914) a la Academia de Bellas Artes de Santa Cecilia del violinista y compositor José Font y de Anta que a los 22 años conquistó el primer premio del Conservatorio de Bruselas, y que fue miembro de una generación de músicos -todos muy conocidos en su época- por sus importantes contribuciones sobre todo a la música cofrade y procesional. /Foto y pie: Academia BB.AA. Santa Cecilia.

El fundador de la Revista Portuense, Dionisio Pérez Gutierrez había resultado elegido diputado a las Cortes españolas en 1910, de la mano de Canalejas por el distrito de El Puerto de Santa María, por el partido liberal, causando baja el 2 de enero de 1914. Volvería a ser elegido diputado en las elecciones de 1918, --el año que finaliza la Gran Guerra-- también por El Puerto (obteniendo 2.787 votos de 4.632 votantes), cargo que mantuvo hasta el dos de mayo de 1919.

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Año 1914, en el Colegio de los Jesuitas. José Francisco Añino Gil, quien tuviera el taller de motos y bicicletas en la calle Albareda, es el primero por la izquierda en la segunda fila, con camisa blanca y corbata.

Aquel año de 1914, el Estado cedía al Ayuntamiento de El Puerto de Santa María los terrenos del solar y edificio de la basílica de San Juan de Letran –calle San Juan arriba, esquina con Santa Fe— pero con la condición de su reversión al Estado si al cabo de cuatro años no se edificaba en ellos.

En 1914, el Athletic Foot-ball Club, de El Puerto, recibía la invitación para participar en el Campeonato de Andalucía ‘Copa del Duque de Santo Mauro’, organizado por la Escuela Naval Militar Sporting de San Fernando, según recogía la revista decenal ‘Deportes’, dedicada a los aficionados a las Cienteas, Artes, Literatura, Sports y de Sociedad, que se editaba en Cádiz.

El que fuera Obispo de Kansas (EE.UU.) de la Iglesia Metodista Episcopal e inspector de las misiones de esta confesión religiosa en Europa, conservaba en su archivo privado sendas fotografías monumentales de El Puerto fechadas en 1914.

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Estación de Ferrocarril de El Puerto.

La Compañía Belga de los Ferrocarriles Vecinales de Andalucía, que tenía en servicio la línea Jerez – El Puerto de Santa María, puso en circulación en dicho tramo en 1914, un automotor térmico de dos ejes, motor de gasolina de 50 CV, que disponía de 8 plazas de 1ª clase, trece de segunda y 21 de tercera y furgón. El primero que circulaba con esas características por la vía ancha española. Había sido construido en Francia dos años antes.

Natalicios y óbitos: Nacía el Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz Lozano, cuya abuela materna, era de El Puerto de Santa María; nacía, también, el industrial de frutas y verduras Agustín Vela Mariscal. Nos dejaba el músico Rafael Taboada Mantilla.

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La tragedia de Don Pelayo.

En mi casa, de toda la vida, ha habido una fotografía de la visita Alfonso XIII a las cuevas-cantera de El Puerto, acompañado de un personaje que siempre me llamó la atención. Era Don Pelayo Quintero Atauri.

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Joaquín Calero Cuenca (2º por la Izquierda), Eduardo Ruiz Golluri, alcalde de la Ciudad, (5º por la Izquierda), el arqueólogo Pelayo Quintero Atauri (con barbas 6º por la Izquierda), Luis Perez Pastor editor de la Revista Portuense (1º por la izquierda abajo), Federico A. Sanchez Pece, secretario del Ayuntamiento (tirado en el suelo con bastón). El de la mano en el pecho junto a Ruiz Golluri puede ser Piodela (corresponsal de la Revista Portuense) A finales de la década de los años 20 del siglo XX. /Identificación de V.G.L.

Pelayo-QuinteroEn mi casa pude leer su Compendio de la Historia de Cádiz y un Catálogo de documentos históricos gaditanos, además de tal o cual artículo sobre arqueología, turismo e historia. Para  mí que Don Pelayo era gaditano. Pero me he enterado que era de Uclés. En estos días se le está festejando en su pueblo natal. Don Pelayo estudió Derecho en Madrid, Dibujo en la Escuela de Bellas Artes y la carrera de Archivero Anticuario Bibliotecario, que después se llamaría Licenciatura en Historia. Mi ignorancia ha sido no saber que Don Pelayo, cuando llega a Cádiz, en 1904,  tenía ya una larga y nutrida trayectoria como arqueólogo e historiador. En Cádiz, es Delegado de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades. Académico de la Real de Bellas Artes, Vocal de la Comisión de Monumentos, Cónsul de Colombia, etc., etc.

En 1880, de forma fortuita, se halló en Cádiz, en Punta de Vaca, el  impresionante sarcófago antropoide, masculino, que indicaba a las claras la presencia fenicia en esta zona. Don Pelayo siempre soñó con encontrar el sarcófago femenino. Porque mantenía que obras de esta importancia eran encargadas por el matrimonio para su muerte. Don Pelayo murió en 1947.

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«Quintero Atauri tuvo, en fin, un sueño, pero nunca supo que dormía sobre ese sueño.. Jamás se nos ocurre mirar la tierra que pisamos cada día de nuestra existencia, aunque la mayoría de las veces esa tierra pisoteada es el único tesoro accesible: un lugar insignificante en el universo» /Felipe Benítez Reyes.

En 1980, el 26 de septiembre, en unas obras de excavación para construir unos cimientos, se halló el sarcófago femenino. Pero no en cualquier lugar, sino precisamente donde estuvo la casa de Don Pelayo, en la calle Ruiz de Alda, debajo de donde tenía la cama, donde dormía y soñaba con su Dulcinea gaditana. Esa fue su tragedia. En 1988, en el patio del Palazo Grassi, en la Plaza de San Samuel de Venecia, ante la Dama de Cádiz, allí expuesta, en la exposición I Fenici, oí esta historia trágica de boca de Sabatino Moscati. ¿Qué habría hecho Don Pelayo para merecer esto? No parece sino que alguna flamenca de Cádiz, Rosa La Papera misma,  lo hubiera engafado cantándole aquello de “No te deseo más castigo/ que estés durmiendo con otra/ y estés soñando conmigo”.  /Texto. Luis Suárez Ávila.

 

rafaelalberti_lasvinas_puertosantamariaSe cumplen hoy 732 años de la fundación de El Puerto de Santa María por Alfonso X 'el Sabio' y 111 años del nacimiento del poeta universal Rafael Alberti Merello. El historiador Enrique Pérez Fernández nos hace un recorrido por las seis casas en las que vivió nuestro paisano en El Puerto antes y después del exilio. /Rafael Alberti en su casa de la calle Albarizas, en la urbanización Las Viñas.

17 de diciembre de 1902. En el Teatro Principal de la calle Luna, tras la actuación de Antonio Flores, “célebre transformista rival de Frégoli”, la compañía que dirigía el actor Manuel Correjel representó la comedia en un acto Marinos en tierra, del gaditano José Sanz Pérez (1818-1870), impresa en 1882. ¿Casualidad? Pues sí, pero parece un presagio.

El día anterior nació Rafael Alberti Merello en el número 46 de la calle del Palacio (en singular, por el de los duques de Medinaceli), entonces nombrada José Navarrete, en homenaje al militar y escritor portuense que meses antes falleció en Niza, también nacido en esta calle, esquina a Micaela Aramburu, en la que fue Aduana de los Medinaceli. 1902, año en que en Madrid murió otro escritor portuense, sainetista de éxito en su época: Javier de Burgos, al tiempo que Dionisio Pérez publicaba La Juncalera, novela que refleja en calles y personajes el ambiente de la ciudad de entonces.

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CALLE PALACIO 

El padre de Rafael, Vicente A. Sánchez-Bustamante, comerciante de vinos de la bodega familiar y después de otras, al nacer su quinto vástago tenía 40 años; María Merello Gómez, la madre, 33, y sus hermanos, Vicente 6, María 4, Agustín 2 y Milagros un año. En diciembre de 1905 nacería Josefa, ‘Pipi’.

Convivía con ellos la sirvienta Josefa Álvarez Balduino, viuda de 63 años. La familia comenzó a habitar la casa en 1900. Sus anteriores inquilinos fueron Enrique de Echávarri, recaudador de impuestos, y María de las Nieves Silva, viuda con cuatro hijos. Los padres de Rafael nacieron en inmuebles contiguos de la calle Fernán Caballero, núms.  7 y 9.

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/Rafael Alberti, en la sillita, con sus hermanos. Foto, Justino Castroverde.

El domingo 21 era bautizado en la Iglesia Mayor por el sacerdote Ricardo Luna, siendo los padrinos sus tíos Agustín Merello y Milagros Alberti. “Concluida la ceremonia fue llevado el pequeño al camarín de Nuestra Amantísima Patrona, y colocado bajo su real manto. De la iglesia se trasladaron todos los concurrentes al domicilio de los señores de Alberti, donde fueron espléndidamente obsequiados con selectos vinos, fiambres, pastas y dulces”, contaba en los ‘ecos de sociedad’ la Revista Portuense.

Casa lindera con los Alberti, a la izquierda vivía José Molleda Colosía, que con su hermano Sinforiano era propietario en La Placilla del Café Moderno (el posterior y recientemente cerrado Cafetín). En el inmueble de la derecha vivía María Teresa Martínez Colom con cuatro hermanos. Uno de ellos, José María, se trasladó con su esposa Eloísa Gobantes a fines de 1904 al inmueble que habitaran los Alberti, instalados ya en otra residencia.

En el nº54 de Palacio vivía Paquillo, aquel amigo de la primera juventud de Rafael a quien recordara en La arboleda perdida –“compañero de pecado”- y en el poema ‘Retornos de una tarde de lluvia’: “Saldría yo con Agustín, con José Ignacio / y con Paquillo, el hijo del cochero, / a buscar caracoles por las tapias / y entre los jaramagos de las tumbas, / o por la entretramada arboleda perdida / a lidiar becerrillos todavía con sustos / de alegres colegiales sorprendidos de pronto”. Fue Paquillo –fallecido a comienzos de los años 90- el hijo menor de Vicenta Simeón y José Manuel Buhigas, el cochero de José Merello –tío de Rafael- y recadero en casa de su tío-abuelo Vicente Merello Alberti, en la calle Pagador nº1.

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Calle del Palacio, nº46. 1859. Archivo Municipal.

Más arriba de Palacio --nº60-- estaba la segunda escuela a la que asistió Rafael, la de Nuestra Señora de Guadalupe, inmueble propio de las hermanas Gumersinda y Antonia García Guilloto que regentaba aquella señora de la que escribió: “…mi madre me mandó al colegio de doña Concha, de la que recuerdo más que nada su odio a las Carmelitas y demás escuelas de párvulos, por considerar esta vieja señora, muy económicamente pensando, que todos los niños del Puerto debían ser sus alumnos”.

CALLE SANTO DOMINGO

ALBERTI-7En 1904 la familia Alberti-Merello se mudó de Palacio al número 21 de la calle Santo Domingo, hoy sede de la Fundación Rafael Alberti. Casa que parcialmente describió en 1959, en La Arboleda: “Vivíamos por estos años en una de la calle Santo Domingo, con un patio de losas encarnadas y un gran naranjo en el centro. Tan alto era, que siempre le conocí podadas sus ramas superiores. Así, el toldo contra el sol del verano no sufría, al extenderse, sus desgarraduras. El pie del tronco lo abrazaban varios círculos de macetas, todas de aspidistras oscuras y jugosas. Bajo la escalera que arrancaba del patio y subía al primer piso, se agachaba la carbonera, el cuarto lóbrego de los primeros castigos y terrores. Enfrente, pero siempre cerrado, estaba el del Nacimiento, que sólo podía abrirlo unos días antes de Navidad quien guardaba durante todo el año la llave: Federico.”  /La casa de Santo Domingo, hoy Fundación Rafael Alberti.

Personajes populares como éste, arrumbador en la bodega familiar, Paca Moy, la nueva sirvienta y confidente, Pepilla la lavandera, la gitana Milagros Maya, costurera de la familia, María la cocinera o Andrés ‘el Beato’, compartieron con el joven Rafael vivencias cotidianas entre los muros de la casa de Santo Domingo, algunas revividas en sus memorias.

CALLE LUNA 40 y 52

alberti_luna40_puertosantamariaDe nuevo los Alberti cambiaron de casa, a la vez que los negocios y el dinero iban menguando, trasladándose a la calle Luna. Así, en La arboleda perdida escribe: “…he pasado por mi casa de la calle de la Luna, y he recordado el gran Teatro Principal, ya desaparecido. La parte alta del teatro, la de las buhardillas, daba a unas ventanas que caían sobre la azotea de mi casa. Desde allí se veía todo, y muchas veces, cuando niño, mis hermanos y yo subíamos a escuchar a los actores, cuyas voces nos llegaban clarísimas desde el escenario…”. El edificio, de sobrio y elegante empaque, fue derribado hacia 1970. Su fachada había sido reconstruida en 1859 por su entonces propietario, Críspulo Martínez, que también lo era del Teatro Principal. /En la imagen, la calle Luna hacia 1960. Junto al Teatro, la casa de los Merello. Foto, Rasero.

Según los padrones vecinales que consulté en el Archivo Municipal (desde 1906 sólo se han conservado por estos años los de 1911 y 1916), el inmueble, el nº40, pertenecía a Isabel Ribera López, viuda que vivía con sus hijas Cecilia y Carmen Álvarez Ribera. Otra de las hijas, María, se encuentra en el padrón de 1920 viviendo aquí con sus once hijos y su marido, Jesús Merello Gómez, tío de Rafael.  rafaelalbertimerello_ninio_puertosantamaria

En  cambio, el padrón de 1911 indica que Rafael y su familia se hallaban establecidos en la casa número 52 de Luna, indicándose al margen que para la confección del empadronamiento de 1912 constara que ya no residirían en ésta. Es de suponer que sería entonces cuando se mudaron a la casa de los Merello, la lindera al Teatro. En ella volvió a alojarse unas semanas durante la visita que giró a la ciudad en 1928. Tuve ocasión de preguntarle a Rafael sobre esta segunda casa de Luna, pero no la recordaba (la habitó unos meses cuando tenía 9 años), y por eso no la rememoró en La Arboleda.

Pero los documentos cuentan –y a ver quién le dice lo contrario a un papel oficial- que al menos durante unos meses de 1911 (recoge el padrón que la casa de Santo Domingo se encontraba ya vacía) la familia Alberti-Merello vivió en Luna 52. Hoy el inmueble se encuentra completamente reformado. Compartieron el inmueble con Pedro Urri López, viudo de 76 años, de oficio el alquiler de carros para el transporte de vino y que compartía techo con tres hijos solteros. Enfrente vivía el historiador Juan Cárdenas Burgueto, y un poco antes, aunque después en el tiempo, Hipólito Sancho.

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Luna en los años 40. En la segunda casa vivieron los Alberti en 1911. /Imagen cedida por Miguel Sánchez Lobato.

En esta calle Luna transcurrió una de las vivencias que jalonan La arboleda perdida, que evocó en junio de 1993 en el discurso que ofreció al nombrársele doctor honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid: “Incluso recuerdo cómo Manolillo, el barbero de la calle Luna, llegó a dejarme crecer una coleta que con gran dificultad y orgullo torero llevé escondida bajo la gorra durante un tiempo”. Existiendo entonces otras dos barberías en Luna, probablemente fuera la de Manuel García Ramos, en el nº38, junto a la casa de los Merello.

CALLE NEVERÍA

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Plantas y alzado de la casa de Nevería en plano de 1841. Archivo Municipal.

Durante los últimos años de su estancia en El Puerto, la familia residió en el nº28 (hoy 34) de la calle Nevería (frente al antiguo Centro de Acogida de la Cruz Roja), inmueble que se derribó hace unos años y que sigue en alberca: “Mi padre seguía de viaje por el norte de España, y la familia, mamá con sus seis hijos y Paca Moy, nos habíamos mudado de casa y vivíamos ahora en una de la calle Nevería, calle de los helados y refrescos durante las noches de verano”. Tuvieron por vecino, en el nº30, a Pantaleón Sánchez Robledo, joven médico natural de San Vicente de la Barquera asentado en El Puerto desde 1903 y casado con la lebrijana –también de origen montañés- Anastasia Sánchez Cossío. Miembro del Partido Republicano Radical, desempeñó desde su cargo de concejal, entre 1910 y 1917, una firme y honesta labor pública. En el nº32 vivía con ocho hijos Justino Castroverde, el popular fotógrafo de la época. Más arriba, en el 44, en 1879 nació Pedro Muñoz Seca, donde entonces vivía su hermano Francisco, médico, casado con Elisa Bela y con cuatro hijos.

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Patio principal del Colegio de las Carmelitas en 1925.

De su primer colegio, el de las hermanas Carmelitas de la Caridad, radicado en esta calle, contaba Rafael: “De mi infancia en aquel colegio de monjas, recuerdo más que nada un jardín enchinado en el que había un retrete –diminuto lugar conocido por ‘el cuartito’- a donde la preciosa hermana Jacoba y la finísima hermana Visitación llevaban a los niños más chicos, volviendo ambas muchas veces a la clase rociados de pis los feos zapatos”. Se apunta en el padrón de 1911 que eran Jacoba de Alba Martínez, vallisoletana de 39 años con seis de residencia en El Puerto, y Visitación López Elgnezábal, madrileña de 30 años asentada en la ciudad hacía dos.

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La casa de Nevería poco antes de su derribo. /Foto, Fito Carreto (Diario de Cádiz).

En mayo de 1917 Vicente Alberti, María Merello y sus seis hijos marchaban definitivamente a Madrid. Al joven Rafael Alberti, entre añoranzas y recuerdos, se le abrieron nuevos caminos en la capital.

CALLE ALBARIZAS (LAS VIÑAS)

Pasaron 75 años para que el anciano Alberti volviera a tener un hogar en El Puerto. Fue en 1992, cuando el Ayuntamiento en pleno le cedió una casa en Las Viñas (construida en el 81 para que la habitara el Secretario municipal), en el solar que hasta entonces ocupó la casa del último guarda del Coto de la Isleta y Valdelagrana, Manuel Orellana.

oramaritima copiaNo le era extraño el entorno de su nueva casa, porque desde su más tierna infancia en el Coto de la Isleta vivió algunas de sus correrías infantiles, que evocó en La Arboleda, en terrenos que durante siglos fueron de los señores de El Puerto, como apuntó en el libro primero: “Aquellos bosques eran del duque de Medinaceli, como muchos palacios y casas del Puerto. ¡El duque de Medinaceli! ¡Qué misterio para nuestra imaginación en pañales!” Pinar que certeramente llamó “viejo bosque sucedido”, porque lo fue desde 1643, cuando se plantó por primera vez para fijar las arenas y evitar en lo posible la sempiterna barra del Guadalete. /Los azulejos de su casa ORA MARÍTIMA en Las Viñas.

De aquellos recuerdos suyos en el Coto me quedo –por estos días que están a punto de llegar- con éste: “Cuando se acercaba la Nochebuena, Federico, los ojos bien repicados por el jerez, acudía a casa para llevarnos a los bosques de la orilla del mar en busca del enebro, el pino y el lentisco que luego habían de arborear los montes y los valles empapelados por su fantasía. También nos acompañaba la Centella, una perrita negra, moruna, nacida el mismo día que yo en el rincón de una alberca sin agua. Aquellos bosques eran del duque de Medinaceli... 

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En primer término, el pinar del Coto de la Isleta, hoy Las Viñas. Foto, Rasero. Archivo Municipal.

Aquí pasó Rafael los últimos años de su vida, en la compañía de su esposa, María Asunción Mateo. De su vida en su última casa, hoy que se cumple el aniversario de su nacimiento, extraigo algunos fragmentos del último volumen de sus memorias: “Hoy contemplo mi mar desde un balcón de El Puerto de Santa María, en espera de poder trasladarme con María Asunción a una hermosa casa, con frondosos árboles, con seis chopos altos y prolongados como los mismos castellanos de Antonio Machado, un árbol de la pimienta igual que otro que se alzaba en el jardín de mi abuela aquí, en El Puerto, con sus ramas como tramados de encaje, pinos parasoles como los viejos del pinar de Valdelagrana, dos palmeras: una muy alta, que semeja a un cocotero, y otra más baja pero frondosa. […]

rafaelalberti_gato_puertosantamariaNuestro gato Juan Gris ya ha hecho varias visitas a su próximo hogar, acaba de pasar de nuestra terraza madrileña al íntimo y umbroso jardín de la nueva casa. […] a  nuestra casa de El Puerto queremos darle el mismo nombre que el escritor latino Avieno dio a su relato, Ora marítima, cuyas letras estoy dibujando en azules para que la maestra mano de Pepita Lena traslade a la cerámica […]

A mis 89 años vivo en esta bahía, incansablemente cantada por mí, una espléndida etapa sólo comparable a las mejores de mi vida, rodeado de auténtico afecto y de marítimo color, con esa joven araucaria recién plantada traída desde Alicante que comienza a erguirse en mi jardín, con esas ramas de álamos machadianos derramándose sobre la ventana frente a la que acostumbro a trabajar.

Ya las últimas hojas de mi Arboleda perdida están cayendo, ya van neblinándose los últimos renglones de mi vida, aunque mis ojos siguen conservando la suficiente luz para distinguir las flores que brotan en este sencillo y tembloroso jardín, gracias a una mano celestial que, siempre junto a mí, hace el diario milagro de que todo parezca estrenado. 

Todo es belleza a mi alrededor, lianas perfumadas me rodean y arrebatan de los aterradores y oscuros abismos de la vejez, de la muerte. Me voy con los ojos llenos de los acontecimientos de un siglo. Un siglo de horrores, de enfrentamientos, de dolorosísimas separaciones, de hechos que habitan en mis bosques interiores y en los que, casi a mis 94 años, aún puedo caminar sin perderme entre su frondosidad.  /Texto: Enrique Pérez Fernández.

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(Continuación). El centro urbano de El Puerto de Santa María se fue quedando sin habitantes. Los grandes palacios se van quedando vacíos. Pero ni la Administración puede, ni debe, retomar todos esos edificios para convertirlos en oficinas y espacios públicos, ni  puede haber tanta demanda de centros oficiales.

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El Palacio de Vizarrón, --la Casa de las Cadenas-- donde se hospedaron en 1729 y 1730, los reyes de España, Felipe V e Isabel de Farnesio, hoy en estado ruinoso y apuntalado. /Foto: V.G.L.

Muchas entidades bancarias han derribado edificios singulares y se han establecido en otros construidos de nueva planta sobre sus solares. El centro sestea entre bancos, bares y algún comercio, pero sin habitantes. Algún palacio se convierte en hotel, en apartotel, o es dividido en apartamentos de uno o dos dormitorios. Nada se ofrece en el centro para una familia con tres o cuatro hijos.

Y, mientras tanto, a nuestras autoridades, se les llena la boca afirmando que El Puerto es Ciudad de Historia y Turismo; que es Conjunto Histórico-Artístico; que es la Ciudad de los Cien Palacios. Y no ponen remedio, ni coto con la Ley de Patrimonio Histórico-Artístico en la mano, que pueden ponerlo legítimamente. A veces hemos tenido a patuleas de inservibles vitaminados por mandatarios y así nos luce el pelo.

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El palacio de los Montes de Oca, en la calle Nevería, restaurado por el arquitecto Rafael Manzano, que fuera restaurado por los Melgarejo-Torrecillas. /Foto: F.R.L.

Alguna iniciativa particular digna de todo elogio, sin embargo, aflora: es el caso de Fernando Melgarejo Osborne y su mujer, mi prima Quiqui Torrecillas (q.e.p.d.), que, luego de haber vendido su finca de Vista Hermosa,  emprenden la labor titánica de restaurar –bajo la batuta de Rafael Manzano--, el palacio que fuera de los Sánchez Montes de Oca, en la calle Nevería. Para ellos mi aplauso.

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Casa Palacio de los O'Ryan, en la calle Larga, propiedad de Tomás Terry, arrendada a unos extranjeros. /Foto: F.R.L.

Tomás Terry mantiene el palacio de O’Ryan, en la calle Larga, aunque lo tiene dado en arrendamiento a unos extranjeros. Palacio, como el único con portada gótica que nos queda, el llamado de Torrejón, en la calle Larga, es restaurado por mis amigos José Mari Lazcaray y su mujer, Gloria Moreno, y lo mantienen espléndidamente amueblado. Pizca Romero Caballero, restaura la gran casa, con torre, que fuera de Eligio Pastor, y la amuebla y alhaja con verdaderas piezas de museo.

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La Casa de Pavón, en Larga, 23, tiene su protagonismo histórico dado que albergó al Duque de Angulema durante la ocupación francesa de 1823 y por la prolongada estancia del Infante Francisco de Paula Antonio y su familia en el verano de 1832. /Foto y pié de foto: AGR - Puertoguía.

El palacio de Pavón, en la misma calle Larga, ha sido restaurado y lo vive Juan Luis Menacho Moscoso; María Soto Osborne ha restaurado con mimo la casa neoclásica que fuera de Don Agustín del Toro, en la calle Cruces.

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Esta casa, esquina de Larga con Ángel Urzáiz fue labrada en los primeros años del siglo XIX en una parcela segregada de la finca colindante de calle Larga por Joseph Bellido, Factor de las Reales Provisiones y Víveres de la ciudad de Cádiz y Comisionado de Guerra de los Reales Ejércitos. A destacar de ella, aparte su armonia y belleza arquitectónica, que fue cuna de Angel Urzaiz. Al que ostentó en varias ocasiones la cartera ministerial, lo parió entre esos muros doña Maria Dolores de la Cuesta Nuñez, una joven viguesa, en 1856. Y la corporación local, sesenta años después,en 1916, coincidiendo con el nombramiento de este portuense de nacimiento Ministro de Hacienda, acordó poner su nombre a la calle donde está ubicada la casa, antes denominada Curtidores, Sarmiento, Puerto Chico y Plata. En 1930, al reestructurarse el callejero se ratificó esta denominación que continúa vigente. /Foto y pié de foto: AGR - Puertoguía.

El americano Mr. Thorpe, ha restaurado y vive la casa de Osborne Tosar, Larga esquina y vuelta a Plata, o Ángel Urzaiz;  Mariano Bobo y su esposa Reyes Aritio viven, han consolidado y restaurado la magnífica casa, con patio de columnas toscanas, lindera a la antigua del Marqués de Arco Hermoso, en la calle Durango; Antonio Sánchez Cortés mantiene con mucha dedicación y exquisito gusto la muy bien pertrechada casa antigua de Bish;  Milagros Osborne Domecq (q.e.p.d.) y su esposo Carlos Martell mantienen la llamada “casa de tía Joaquina”, en la calle Fernán Caballero en perfecto estado de revista y amueblada con exquisito gusto; los hermanos Osborne Domecq, las suyas en Fernán Caballero y Jesús Nazareno que, aunque de nueva planta, han utilizado materiales nobles y están repletas de obras de arte y mobiliario suntuoso; o Serafín Álvarez-Campana y su esposa Elisa Osborne Domecq, con casa en la Plaza de la Iglesia, con patio con columnas toscanas, muy luminosa y llena de objetos artísticos, cuadros y mobiliario  procedentes de sus familias, en particular de los Oneto, los Álvarez-Campana, los Osborne y los Domecq; o Catherine Lacoste, (sí, la de “les chemises Lacoste” del cocodrilo) que se ha labrado en la calle Espíritu Santo su espectacular casa, con torre, donde vive grandes temporadas.

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Patio de la calle San Juan 19, casa del matrimonio Suárez Ávila y Lena Terry. /Foto: F.R.L.

Todos, incluso mi mujer y yo mismo, somos unos pertinaces, empeñados en vivir en el centro, en nuestras casas, como un único lujo; yo, en la que nací y en la que fue de mis bisabuelos, de mis abuelos y de mis padres, como unos “últimos de Filipinas”, empeñados todos en no dejar el centro la ciudad, salir a la calle y dar los buenos días a personas que siempre has visto, o cerrar el portón de la calle y aislarnos del mundanal ruido. /Del Prólogo del Libro de Fátima Ruiz de Lassaleta ‘La Ciudad de los Cien Palacios’, por Luis Suárez Ávila.

Ver nótula núm. 1.831 en GdP del libro de Fátima Ruiz de Lassaleta 'La Ciudad de los Cien Palacios' pulsando aquí.   Palacio.

(Continuación). Es para echarse a temblar cuando un arquitecto mete mano y se pone a crear con un ordenador y un par de revistas extranjeras de arquitectura que no sabe leer, porque desconoce el idioma.

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Vista aérea de la Plaza de Toros. Año 1940.

O cuando te plantan una cosa “clásica”, a escala de la Señorita Pepis. Los arquitectos deben tener la cautela de saber nadar por las aguas de las invariantes arquitectónicas locales, mirar y admirarse de lo que han hecho otros. Incluso crear, como los músicos, “variaciones” sobre un tema arquitectónico local y enraizado. Pero sobre todo pasar desapercibidos por donde actúen. Eso es pedir mucho, lo sé.  Yo les temo como a una vara verde. Tanto como Séneca, cuando escribió en  la Epístola moral a Lucilio: «Créeme, yo era feliz en aquel tiempo en que no había arquitectos». Y esa frase ha merecido estar escrita, en una lápida de mármol, en el Instituto del Restauro de Roma.

Sin embargo, las prestigiosas y amplias familias bodegueras, instaladas en la zona desde principios del XIX y aun a finales del XVIII, se dotaron de suntuosas viviendas y palacios. Unos, heredaron palacios que habían quedado inhabitados; otros los adquirieron y mimaron, los dotaron con ricos muebles, plata, pinturas, porcelana y pareció que las casas  volvieron a tener su anterior esplendor.

tomasosbornebolhdefaber_puertosantamariaUnos, heredaron las notables casas y fincas de recreo que fueron, por ejemplo, del hispanista Juan Nicolás Bölh de Faber, e incluso adquirieron otras muchas; otros, fueron comprando palacios y fincas que tuvieron, en otro tiempo, gran lustre. Criadores y exportadores de vinos generosos, también  fueron generosos con sus conciudadanos. El empleo de una gran mano de obra y la benéfica influencia que tuvieron en todos los órdenes de la vida, los hizo gente singular. Brillaron, unos, en el mundo de la diplomacia, de la literatura, de la arqueología, del toro –no sólo como ganaderos de bravo, sino siendo los promotores de la construcción en 1880, de la Real Plaza de Toros, sociedad que presidió Don Tomás Osborne Bölh de Faber--,  y, otros, en el mundo de las relaciones humanas, de la historia,  el arte, de los caballos y los enganches: entre los primeros, los Osborne; entre los segundos, los Cuesta, los Sancho de Sopranis, los Jiménez Loma, los Merello, los Terry y los Caballero. Y, todos en la beneficencia. /En la imagen de la izquierda, Tomás Osborne Bölh de Faber, presidente de la sociedad promotora de la Plaza de Toros.

felipe_V_puertosantamariaSi en el XVIII y en el XIX, los palacios de don Juan Vizarrón acogieron durante dos veranos (1729 y 1730) a Felipe V y a toda su  fastuosa corte, con los infantes que después fueron Luis I, Carlos III y Fernando VI; o el del Marqués del Castillo de San Felipe, al felón Fernando VII, que allí, en 1823, derogó la Constitución de Cádiz; o el Marqués de Villarreal de Purullena, en 1862, recibió, en su palacio a Isabel II y al infante Don Alfonso, luego Alfonso XII; no se quedaron atrás, Don José Moreno de Mora, que acogió en el suyo, de la calle de los Moros, a los Duques de Montpensier;  ni los Pavón recibiendo en su palacio de la calle Larga (luego de Tosar) al Infante Don Francisco de Paula de Borbón y a sus hijos, en 1832, para tomar baños de mar por prescripción de los médicos de la Corte; ni los Osborne, recibiendo a mucha nobleza de la Baja Andalucía con la que entroncó y, desde Bölh de Faber, dando cobijo y amistad a toda la intelectualidad de la Ilustración y el Romanticismo.

josecabaleirodolago_puertosantamariaO los Caballero --sobrino-nietos de Juan Ramón Jiménez, el poeta de Moguer, Premio Nóbel de Literatura--, que mantuvieron los lazos con la monarquía destronada y eran sus huéspedes los Infantes de Sanlúcar, Don Alfonso y Doña Beatriz y realizan una gran labor de mecenazgo con el castillo de San Marcos—el Santuario alfonsí de Santa María do Porto la de las Cantigas--, con la Cátedra Alfonso X y con las publicaciones sobre el Rey Sabio que van poblando los anaqueles de las universidades españolas y extranjeras; o los Terry, que hicieron ejercicio del mecenazgo y del apoyo de las bellas artes, enriqueciendo sus fincas y casas con la dirección de Don Juan José Bottaro y Palmer (ver nótula núm. cxx en Gente del Puerto) pintor, escultor orfebre, jinete, preceptor, fotógrafo, cámara aficionado y un verdadero hombre del Renacimiento, y tuvieron sus puertas y sus caballerizas abiertas a toda la nobleza de la zona y, en las grandes batidas de perdices, en El Pedroso, o en El Montañez, o en La Micona,  a Ministros del Reino y al anterior Jefe del Estado… /En la imagen de la izquierda, José Cabaleiro do Lago, fundador de Bodegas Caballero.

luismigueldominguinTambién la gente de la farándula,  la aristocracia o la de papel couché. Me vienen a la memoria Jacqueline Kennedy, la Duquesa de Alba o Bo Derek montando los caballos del hierro del bocado de los Terry, o los toreros, que se vestían de luces en las casas portuenses. Recuérdense a Currro Romero que se vestía en el Cerrillo de Rafael Osborne Macpherson o a Luis Miguel Dominguín en el palacio de Oneto, cuando lo vivió Miguel Castro Merello.

Hasta los años 1920, el veraneo portuense no era de playa, a menos que estuviera usted raquítico y que el Doctor Joaquín Medinilla Bela o el Doctor Tolosa Latour le hubieran recomendado los quince baños de mar terapéuticos, desde luego después que la Virgen del Carmen hubiera bendecido, en su día, las aguas.

El veraneo era en el campo, en los recreos. La Julia, Las Banderas, Fantoba, El Cerrillo, el Palomar, Villa Magdalena, Las Marías (que nosotros llamábamos “Ravina”), La Belleza, El Caserón, El Caracol, Wenceslao, la Carlota , La Lusiana...

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Y otros como el Recreo de los Trapos (Nuestra Señora de los Dolores), Villa Ángeles, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, Crevillet, el Recreo de Haro, Los Pinos, El Pinar,  La Hacienda San Martín, Vista Hermosa, la Granja de la Misericordia, La Manuela, La Torre, La Rufana, Nuestra Señora de los Milagros (conocido como Recreo de Monís), El Almendral,  Mazzantini, El Camaleón, El Levante, Micateco,  el Recreo de Rioja, el Manantial, San José, la Huerta de Quijano, la Granja de Tejada, la Sericícola, las Huertas de Romero, de Alcántara, del Granado, de Cuesta, de Malacara, de Vinagre... y un sin fin de fincas, amén de las casas de viñas, eran el lugar de bucólico esparcimiento, durante el verano, de muchas familias portuenses que, abandonaban sus casas urbanas y se trasladaban al campo. Por el contrario, durante todo el año, los mayetos, hortelanos y viticultores, tenían en la ciudad sus “paraderos”, en algún partido de casa alquilado con su cuadra corrida para alojar a las bestias con las que se trasladaban para hacer la compra de la semana o recoger la “muda” limpia.  /Pedro y Francisco Muñoz Seca, en el portuense Recreo de los Trapos.

Sin embargo, en 1968 se produjo la urbanización de la finca de Vista Hermosa y otras adyacentes que se le incorporaron.  Con ser un proyecto urbanístico sin parangón, numerosas familias portuenses abandonan sus casas y se van a vivir allí y toda Sevilla se vuelca  construyendo sus “segundas residencias” en  Vista Hermosa. Algunas familias portuenses ya habían abandonado sus casas del centro y se habían trasladado, definitivamente a las fincas de recreo, que acondicionaron  como verdaderos palacios.

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La Casa Grande data de principios del siglo XX, erigida por miembros de la familia Osborne que residían en Sevilla, cuando fundaron la cervecera La Cruz del Campo.

Al calor de todo ello, se urbanizan El Manantial, Valle Alto y Valdelagrana. Pero surge un fenómeno mimético al que no ha habido voluntad alguna de poner coto: las parcelaciones y construcciones ilegales que han roto todo el equilibrio de nuestro paisaje rural  y causan un desagradable impacto medioambiental, pues todo el término municipal se ha convertido en  pobladitos sin infraestructura urbana, y, lo que es más grave, han contaminado, con los pozos negros, los abundantes y ricos acuíferos. (continuará). /Del Prólogo del Libro de Fátima Ruiz de Lassaleta ‘La Ciudad de los Cien Palacios’, por Luis Suárez Ávila.

Que el Gran Puerto de Santa María fue “la Ciudad de los cien palacios”  es lugar común y dicho que corría de boca en boca, que utilizaron como título para dos artículos, por los años 1950, en “ABC” de Sevilla, Pepe de las Cuevas y mi padre, Luis Suárez Rodríguez.

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Cartel promocional de la Ciudad de la temporada veraniega de 1896. Obsérvese en la esquina superior izquierda el escudo de la Ciudad con la estrella en lugar de la imagen de la Virgen de los Milagros, sobre el torreón.

Ciertamente, por aquellos años, comenzó un periodo de decadencia que terminó en los años 1960 y siguientes hasta la actualidad, en una pérdida absoluta del respeto, no sólo por los edificios notables, sino, lo que es más grave, por nuestro urbanismo en damero que fue modelo para el trazado de las ciudades que  fueron fundando “los españoles de ambos hemisferios”.

En nuestra novela picaresca del XVI y el XVII, los pícaros llaman con motes a cada carta de la baraja, para entenderse furtivamente. Al seis le llamaban “las calles del Puerto”, por la forma en que estaban dispuestos los palos y los espacios –calles--, que quedan entre ellos. Las calles de El Puerto  que, trazadas a cordel, en la parte de la bajamar, forman abanicos que lo defienden del viento de Levante. El abanico más notorio es el de la Plaza de la Herrería que tiene sus varillas en las calles Misericordia, Ganado, Curva, Ribera y Jesús de los Milagros, que, a su vez entroncan, en damero, con las demás; o la Cuesta del Carbón –la Plaza de Cristóbal Colón--, que distribuye  y amaina el Levante por Jesús de los Milagros, Alquiladores y la Plaza del Castillo; o la Plaza del Polvorista a la que le entra el Levante por la Calle de las Cadenas y el Callejón de Aguado y se abre en abanico entre Aurora, Ximénez de Sandoval, Fernán Caballero o Sol… para, luego,  volver al damero.

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Figuras de espadas de la baraja española.

El haber sido Capitanía General de la Mar Océana y Capitanía General de las Costas del Andalucía, antes, y, luego, con la Casa de Contratación en Cádiz, en el XVIII, lugar donde sentaron sus reales muchos cargadores a Indias y la llegada de irlandeses, sobre todo, que se apercibieron de las posibilidades de criar vinos para exportar que, antes,  estuvieron en manos de montañeses, hacen de El Puerto de Santa María una ciudad singular. Montañeses, genoveses, flamencos, francos, irlandeses, germanos…, constituyen, con los naturales, un sustrato demográfico enriquecedor para la Ciudad.

Poco a poco, emerge la riqueza que requiere labrarse un palacio, dotarlo de mobiliario nobilísimo y ajuar de ricas telas, bordados y brocados, tapices, reposteros, vajillas de la Compañía de Indias, cristalerías, colecciones y hasta galerías de pinturas y estampas, esculturas, plata, porcelana, gabinetes de arqueología, colecciones de numismática y grandes bibliotecas que llaman la atención de los escritores viajeros. Casos paradigmáticos de ello son los de Don Guillermo Tirry, Marqués de la Cañada o Don Agustín Ramírez Ortuño, Marqués de Villarreal y Purullena, o los varios palacios de los hermanos Vizarrón, o el del Marqués de Cumbre Hermosa, o el del Almirante Valdivieso, o el de Don Juan de Aranibar,  el de Barrios, el de Vos, el de Winthuyssen, el de O´Neale,  el de O´Ryan, el del Marqués del Castillo de San Felipe, o el de Moreno de Mora, entre otros muchos, con oratorios devotos, con caballerizas y guadarneses,  con amenos jardines, a la francesa, o botánicos aclimatadores de plantas exóticas de las Indias, o con embarcaderos propios, en la Ría del Guadalete, a las espaldas de sus palacios.

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Vista desde la plaza de Colón.

Pero no se crea que solamente la nobleza dispuso de casas equivalentes a un palacio. El paisaje urbano estaba poblado de edificios domésticos ciertamente singulares y sus interiores eran ricos y muy bien amueblados. Yo he conocido en mi niñez, magníficas casas residuales, de señoritas “prolongadas”, esto es, que nacieron solteras y murieron solteras, últimos bastiones de familias ricas, que, venidas a menos, conservaban la dignidad de sus ampulosos muebles, ajuares, galerías, cortinajes, relojes, porcelana, plata…, y tapaban los desconchados de las paredes, poniendo un valioso cuadro. Cuando murieron dejaron todo, generalmente, a la fiel sirvienta que las atendió, con empleo pero sin sueldo, que, viéndose rica, se apresuró a vender en almoneda todos aquellos tesoros. Los años 1960 fueron idílicos para toda clase de anticuarios, chamarileros, almonedistas, derribistas, casas de subastas… que ofrecieron lo mejor de lo que había  amueblado y alhajado muchos palacios portuenses.

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Calle Palacios abajo, esquina con Micaela Aramburu.

Casas de familias acabadas o de familias numerosísimas, aventadas a otros lugares, luego fueron convertidas en casas de vecinos, divididas en “partiditos”, pero con techos y bóvedas pintados, con grandes artesonados, con yeserías, a los que se accedía por patios con columnas toscanas y por escaleras con barandales de palosanto y grandiosas fresqueras semicirculares. “Partiditos” de sala y alcoba con puertas de cuarterones de cedro o de caoba y guarnición de pino de Flandes; con ricas solerías de mármol de Italia; con cerámica trianera del XVII o del XVIII, o de Delf, en algún caso… El Texto Refundido de la Ley de Arrendamientos Urbanos de 1964, con las prórrogas forzosas, ha prolongado hasta nuestros días muchos contratos de rentas verdaderamente miserables, aun actualizadas en 1995, para “partiditos” de casas también miserables. Las declaraciones de ruina, muchas veces puniblemente provocadas,  terminaron con esos contratos eternos y con el desahucio de los inquilinos molestos para los compradores, generalmente promotores inmobiliarios de fuera, que dejaron muchos palacios convertidos en solares. Pero es que, además, hicieron su agosto con los materiales de derribo. Molesta ver en revistas de decoración chalets en Marbella o en Sotogrande, por ejemplo, en que las chimeneas de mármol, o los barandales de escalera de caoba o palosanto, o las puertas de casetones, o las rejas de forja del XVII o del XVIII, dicen, en los pies de fotos, que fueron de  palacios de El Puerto de Santa María, o en catálogos de subastas, por ejemplo, los gruesos ladrillos de portabla , pintados a mano en cobalto y vidriados en los hornos de Triana del XVIII, todos distintos, que fueron expoliados del Palacio de Purullena…

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Mobiliario y pinturas del Palacio de Purullena, antes de su expolio.

Hace unos meses, en Madrid, sonó a bombo y platillo, la exposición que la Fundación Juan March hizo de diez óleos de Tiépolo que había adquirido en los años 60 procedentes de una antigua colección de El Puerto de Santa María. (ver nótula núm. 1.288 en GdP). Y, suma y sigue.

Mi padre, con mucha carga de verosimilitud, llamaba “paracaidistas” a los que aparecían por estos lares, de improviso, sin saberse de dónde, siniestra e inesperadamente, y se instalaban, bullían, apabullaban, trepaban, derribaban uno o varios palacios, construían, o no –que alguno permanece todavía en alberca--, uno o varios estafermos, hacían caja y, adiós-que-me-voy, que-ahí-os-quedáis. Los promotores y los arquitectos están casados con la Ley del Suelo y divorciados de la Ley de Patrimonio Histórico-Artístico.  (continuará).

/Del Prólogo del Libro de Fátima Ruiz de Lassaleta ‘La Ciudad de los Cien Palacios’, por Luis Suárez Ávila.

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Fue uno de los establecimientos hosteleros más populares con los que contó El Puerto. Se ubicaba arriba de la calle Luna, al fondo, entre las calles Santa María y Vicario, en un inmueble que se derribó en agosto de 1946 para dar más amplitud a Luna y crear la plaza Juan Gavala.

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El edificio (que lindaba con el que alojó a la Ferretería Zaragoza) era, como reza en los antiguos callejeros, el primero de la calle San Juan. /Foto: Colección Miguel Sánchez Lobato.

En 1873 era una hostería (con las habitaciones de hospedaje en el piso superior) de Severiano Ruiz Calderón, quien, andado los años, en 1895, llegó a ser alcalde de la ciudad. A fines de los 80 pasó a ser, ya como taberna, de José Clement González (que también llevó Casa Clement, en la plaza del Castillo, en una accesoria del palacio de Araníbar, donde está la Oficina de Turismo), al comienzo de los años 10 de José García Fernández (después dueño de Las Columnas), desde 1915 de Victoriano Gil Sánchez (de la familia de ‘los Giles’), entonces llamada Antigua Sacristía, en la década de los 30 e inicios de los 40 de Antonio y Enrique Garrido y en sus últimos años, hasta su derribo, del montañés Enrique Conde.

severianoruizcalderon_p_puertosantamariaSu nombre hacía referencia, no a la inmediata sacristía de la Prioral, como tal vez podría suponerse, sino al lugar específico de una bodega –su ‘sancta sanctorum’- en donde se conservan, como auténticas reliquias, las soleras más antiguas. /En la imagen de la izquierda, el que fuera propietario de la hostería en 1873 y  alcalde en 1895, Severiano Ruiz Calderón.

Desconozco quién captó la imagen que ilustra estas líneas y que generosamente me ha facilitado Miguel Sánchez Lobato, pero por su calidad sospecho que bien pudo ser Francisco Sánchez Pérez ‘Quico’ o Justino Castroverde, los más destacados fotógrafos portuenses de la época. Tampoco sé cuándo se tomó. Estimo que fue a fines de los años 20, cuando llevaba la taberna Victoriano Gil. Convendrá el lector conmigo en que es una escena coral espléndida pese a su imperfección por el fogonazo de luz que entra por la puerta de Vicario y que nubla el mostrador y el rostro del dependiente, que más que restarle valor le proporciona encanto y cierto aire espectral.

tabernasybaresconsolera_portada1_puertosantamariaEsta es la imagen que he elegido para la portada del libro ‘Tabernas y bares con solera’ cuya segunda edición actualmente preparo (la primera, ed. Hospor, 1999). Recientemente he tenido ocasión de consultar un inventario de los enseres con los que contaba la taberna en 1926, facilitado por Antonio Gil de Reboleño Insúa. Algunos de sus elementos (los tipos de mesas, de sillas, la ubicación del salón con sus ocho camarotes…) me hacen dudar si el establecimiento en verdad se corresponde con La Sacristía. Sigo creyendo que sí, pero no tengo la certeza, y no quiero errar en un elemento importante como la portada de un libro. Por ello, si algún amable lector tuviera la convicción de su identificación o no con La Sacristía, le agradecería que lo hiciera constar en un comentario en esta nótula. /Portada de la primera edición de 'Tabernas y Bares con Solera'.

Para su identificación me parece determinante el arco con el contundente y legendario letrero del ‘SE PROHIBE EL CANTE’, que me hace recordar,  por cierto, esta noticia que publicó la Revista Portuense en julio de 1925:  “Anoche a las diez se encontraba una reunión de siete individuos en la tienda de bebidas La Sacristía, tomando unas copitas, originándosele a alguno de los concurrentes lanzar una coplita. El sereno del distrito llegó imponiendo silencio, argumentando los juerguistas para proseguir cantando que debía ordenarse que cesaran de funcionar los gramófonos [como el que aparece en la foto] que poseen diversos establecimientos del centro de la población. Observando el empleado que no eran obedecidas sus órdenes, y juzgando poco prudente imponer su autoridad contra siete individuos, hizo mutis para buscar refuerzos. Efectivamente a poco, cuando los juerguistas ya en la calle comentaban escandalizando el caso de que no se les dejara cantar, entonces aquel sereno y dos compañeros más se llevaron a tres de los escandalosos a dormir la mona en la Prevención.”  /Textos: Enrique Pérez Fernández.

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La calle Luna al comienzo de los años 40. Al fondo, La Sacristía. En el acceso de la puerta visible fue donde el fotógrafo captó la imagen de arriba que ilustra el inicio de esta nótula. /Foto: Centro Municipal de Patrimonio Histórico.

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Reproducción del anverso de una moneda con la cabeza de la diosa Tanit --la más importante de la mitología cartaginesa, asociada a la Luna y la fertilidad--, aparecida en un tesorillo de 56 monedas cartaginesas procedente del poblado de Doña Blanca.

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El original se exhibe en el Museo Provincial de Cádiz, en la plaza de Mina.

La diosa Tanit era la equivalente a la diosa fenicia Astarté. También fue una deidad berebere y era considerada, en la antigüedad, la diosa de Ibiza, venerada en otros lugares del mediterráneo.

Las monedas originales son siclos/shekels de cobre aleado con mucho plomo. (Siglo III a.C.) Son monedas ‘de necesidad’, probablemente acuñadas en Cartago durante la II Guerra Púnica y distribuida en momentos de escasez monetaria por las tropas Cartaginesas.

 Son varios los lugares donde aparecen tesorillos de este tipo: Bujía (Argelia), Saldae (Túnez), isla de Parentelleria, Costura, Cartago, Argel, Trípoli y Sabrata.

 En la península Ibérica en Garciaz (Cáceres); en El Puerto de Santa María en los poblados de Doña Blanca y Las Cumbres, este último en la Sierra de San Cristobal; Carteia, Jaén, Velez-Málaga, Alicante, Albacete, Valencia, Ampurias, Mahón, Ibiza y Melilla.

La reproducción artesana es de Paula Vega Joyas. Más información pulsando aquí

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Fotos: Fernando Alda y Vicente González Lechuga.

Los terrenos sobre los que se asienta el Ayuntamiento de El Puerto de Santa María formaron parte de los que, en su día, pertenecieron al Convento de San Antonio de Padua de los Franciscanos Descalzos. La Orden adquirió estos terrenos en el año 1630, levantando el convento entre los años 1632 y 1684. Será en 1868, tras el pronunciamiento de Topete y Prim en la Bahía y el triunfo de la “Gloriosa”, cuando la Junta Revolucionaria Provincial ordene su desalojo y demolición, argumentando la carencia de espacios públicos en el centro de la ciudad.

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Cuadro del antiguo Convento de Descalzos, en el lugar que hoy ocupan la plaza y el Ayuntamiento. 

Entre los años 1869 y 1874 se sucederán una serie de propuestas tendentes a la ordenación del espacio resultante del derribo, la Plaza de la Libertad, intentos todos ellos de regularizar el perímetro de las fincas colindantes y formalizar este nuevo espacio urbano. Finalmente, se desarrollará un proyecto redactado por Adulfo del Castillo, consistente en la construcción de una edificación singular destinada a Juzgados y una Escuela Superior de Niños, como fondo de la nueva plaza.

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En fachada, el edificio de los Juzgados presentaba un orden apilastrado que reunía las dos plantas superiores, descansando sobre una planta baja basamental en la que los huecos son rematados por arcos de medio punto. El cuerpo central de acceso, escalera y balconada, sería coronado por un frontón en el que se sitúa el reloj y las alas laterales por balaustradas. Encima del frontón se dispuso el escudo de la ciudad. Este mismo tratamiento apilastrado recibirían las fachadas laterales en sus ocho metros de fondo. Podríamos decir que se trata de un edificio ecléctico, riguroso en su composición, que retoma elementos y formas del pasado neoclásico. No obstante, el conjunto nunca fue ocupado por los Juzgados ni por la Escuela de Niños. Sería inaugurado el año de su terminación, 1897, como Palacio Municipal.

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Foto: Fernando Alda.

En cuanto a la Plaza, el proyecto de Adulfo del Castillo proponía un modelo de fachada a repetir en los frentes regularizados de la plaza, así como el trazado de unos jardines románticos proyectados finalmente por Miguel Palacios.

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Foto: Fernando Alda.

Durante los años cuarenta, el Ayuntamiento ampliaría la edificación con la compra de unos inmuebles situados en sus traseras y con accesos desde las calles Descalzos y Jesús Cautivo, ocupando el edificio hasta el año 1974 en el que su deficiente estado de conservación y falta de espacio obliga a su traslado a la Plaza del Polvorista. En 1999 se convoca el concurso para la rehabilitación y ampliación de la antigua Casa Consistorial. El proyecto que presentamos planteaba una intervención heterodoxa sobre la edificación a conservar, en el sentido de que se dirigía más a la consolidación y recuperación de aquellos elementos considerados esenciales, que a la restitución minuciosa de su estado original.

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Último Pleno Municipal celebrado en el ayuntamiento de la Plaza de Isaac Peral, el 13 de diciembre de 1975. /Foto: Archivo Municipal.

La edificación histórica una vez rehabilitada se destinaría a las áreas más representativas, es decir, la alcaldía, con su asesoría jurídica y secretaría general, salón de recepciones y despachos de los grupos políticos. La ampliación, que ocuparía la totalidad del solar disponible, albergaría los diferentes servicios municipales y el nuevo Salón de Plenos, disponiendo de accesos y vestíbulos independientes, tanto desde la plaza como desde la calle trasera de Jesús Cautivo.

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Dibujo de alzado y sección de las nuevas Casas Consistoriales.

El nuevo Salón de Plenos se situará a caballo entre la vieja y nueva edificación, de forma que la alcaldía y los concejales accederán desde el edificio rehabilitado mientras que el público en general lo hará desde los vestíbulos de la ampliación. Esta se plantea mediante la construcción tras el edificio histórico de un cuerpo lineal de seis plantas que, en los niveles inferiores (planta baja, primera y segunda) se extiende, mediante la incorporación de nuevas crujías ajustadas a las medianeras, hasta ocupar el resto del solar y alcanzar la calle trasera. Toda esta nueva edificación se proyecta sobre una planta de sótano destinada básicamente a archivo, almacenes e instalaciones.

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Nuevo salón de plenos en la planta baja del edificio. /Foto: Fernando Alda

El ala de seis plantas recibe luz y ventilación desde su fachada sureste, paralela a la de la edificación rehabilitada. Una fachada neutra, como plano de fondo que enmarcara al antiguo edificio, hace resaltar por contraste su composición y elementos ornamentales; una fachada ésta, no exenta de un cierto clasicismo, planteada en dos órdenes, uno que engloba las plantas baja y primera, coincidiendo en altura con el basamental del edificio histórico, y otro que, con su tratamiento neutro, oculta y agrupa las plantas superiores.

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Espacio que ocupó el antiguo Salón de Plenos, mas espacioso que el que ha tocado en el rehabilitado edificio, en la planta principal./Foto: Fernando Alda

Su extensión o fondo de tres plantas iluminaría y ventilaría sus dependencias a través de patios, más bien vacíos que, en función de esas necesidades, arrancan de distintos niveles en la sección.

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Los miembros de la Corporación que ayer viernes por la mañana asistían a la inauguración y reapertura del edificio municipal, tras la rehabilitación. Solo faltaron representantes del Grupo Municipal Socialista. /Foto: JMM.

Los autores de la rehabilitación son los arquitectos José Antonio Carbajal y José Luis Daroca, con las constructoras Sacyr, Sau, habiendo finalizado la obra el 10 de marzo de 2012. Texto: Jesús Granada. 

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Cuando el mago apaga la vela, la oscuridad amedrenta al rey. El oráculo, la adivinación, las justas medievales, la moneda al aire, la dirección del viento o la iluminación divina, juegos físicos o juegos mentales, el diálogo con lo oculto, la alucinación de la seta, los fantasmas y los espíritus; ¡espera, espera que le pregunto a los dioses qué debería hacer! Los juegos de mesa proceden de ese galimatías en el que la humanidad siempre se ha visto inmersa; el ajedrez no es ajeno a este origen y su aparición en Europa, en la península ibérica, en los tiempos de los reinos cristianos y musulmanes, recoge sin duda esa antorcha de los tiempos arcanos. A finales del siglo trece nos imaginamos el siguiente diálogo entre Alfonso X el Sabio (ver nótula 1000 en Gente del Puerto), fundador de El Gran Puerto de Santa María  y Moisés, uno de sus desconocidos traductores:

—Mi Rey. ¿Qué queréis? —Quiero algo que llene mis días, algo que me recuerde que hay vida más allá de las persecuciones y las guerras. —Tengo lo que me pedís. Lo he visto en Fez y en las soleadas tardes de Marrakech. Puede verse, también, bajo la luz blanca de la luna en las noches claras del desierto, a gentes embelesadas, embrujadas por la atracción fatal de su geometría, desde el Atlas hasta la misma Persia. —¿De qué me habláis, traductor? —Os hablo de un maravilloso juego que es como la vida misma, como el alma de la tierra. De un juego que simula las miserias y la astucia de la gente, que enfrenta a reyes y guerreros y estimula el seso, más allá de la ventura. De un juego que puede absorber todas las horas del día, tal es su profunda complejidad. De un juego cuya belleza es inigualable, pues la simplicidad de la simetría de su tablero y las reglas sencillas de los movimientos de sus piezas dan paso a una explosión de tácticas y sacrificios y movimientos como jamás hayáis visto. –¿Y cómo se llama este juego tan peculiar? ¿Por qué no lo conozco? ¡Habla, traductor, en nombre de tu fe hereje!

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Moisés, el traductor desconocido, suspira ante la insistencia de Alfonso; sabe que tarde o temprano, él o sus descendientes volverán a marchar a otras tierras. Los reyes cristianos ponían las guerras en la península ibérica; ellos y sus reinas y sus consejeros y sus ejércitos con sus caballos y caballeros. Y en cada castillo una torre que parecía inexpugnable dominaba el paisaje; la península era un tablero jugado a varias bandas: cristianos contra musulmanes y judíos que aún podían establecer relaciones con la corte cuando no eran perseguidos, instigados por las proclamas papales o de los reyes de turno. En medio de tan desolador paisaje, Ramon Llull, un adelantado de su tiempo, escribía sus filosofías y sus artes magnas y sentaba unas bases lejanas, pero ciertas, para la teoría de la información computacional de donde beberá la incipiente ciencia de la inteligencia artificial a mediados del siglo XX.

ramonllullEl ajedrez trajo consigo un modelo de sociedad, un modelo de conocimiento y un pasatiempo que se tornó a llamar «real» (de la realeza, por supuesto) que reflejaba una gran metáfora de la situación del momento. Lo habían dejado los árabes en la Europa meridional y lo jugaban tropas y cortesanos y reyes. Frente a los otros juegos, era paradigma de la razón, de la inteligencia y así lo entendió el rey Alfonso. En ese diálogo entre un rey que busca conocimientos de sus vasallos herejes, en medio de esas guerras que se hacían en nombre de la fe, el rey y sus traductores terminaron, hacia 1283, el Libro de los juegos, ajedrez, dados y tablas, una recopilación, podríamos decir, de actividades ociosas permitidas por la gracia divina. El libro, como muchos otros que salieron de manos de los traductores de la corte alfonsina, procedía de obras árabes hechas tiempo atrás. Los traductores transmitían la cultura y el conocimiento que traían los árabes del norte de África y más allá hacia oriente, de Persia y la India y hasta de la antigua China, a una península que se había pasado demasiado tiempo absorbida en las guerras y en las inopinadas consecuencias de la misma gracia divina que permitía algunos juegos.

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andressotocarrera_puertosantamariaAndrés Anastasio Soto Carrera, fraile capuchino con el nombre de Gil de El Puerto de Santa María, nació el 29 de junio de 1883. Fueron sus padres Andrés Soto y Genoveva Carrera. siendo bautizado el 26 de julio de 1883 en la Iglesia Mayor Prioral, recibiendo los nombres de Andrés Anastasio Marcelo Pedro de la Santísima Trinidad.  Siendo aún niño ingresó en el Seminario Seráfico, de donde pasó, una vez finalizados los estudios de humanidades, al noviciado, vistiendo el hábito capuchino con 15 años de edad , el 5 de julio de 1898 y emitiendo su profesión simple el 27 de julio de 1899 y la solemne el 5 de enero de 1905; fue ordenado sacerdote el 21 de diciembre de 1907.

Ocupó  diferentes cargos  de relevancia tanto en la orden como el de profesor y director del Colegio Seráfico, Lector, Vicario, Guardián, Maestro de Novi­cios, doce años secretario provincial y Definidor Provincial.

El P. Jerónimo de Málaga afirmaba que era un religioso "muy humilde, obediente, observante de la pobreza; tenía en gran estima el buen uso del tiempo y cumplía, muy diligentemente, con sus deberes a la hora de preparar las predicaciones o las cla­ses..." Casi todos los que lo conocieron destacan su espíritu de obe­diencia, su total disposición para aceptar las órdenes de los supe­riores puesta de relieve en el hecho de que "siendo Secretario Provincial, debería residir en Sevilla, pero estaba en Antequera por obediencia y para ser más útil a la Orden como Profesor" (P. Sebastián de Villaviciosa). Tenía también una gran capacidad de trabajo.

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El municipio de Antequera, durante la contienda civil.

GUERRA Y ASESINATO.

La Guerra Civil le sorprendió en el convento de Capuchinos de Antequera (Málaga) junto a otros compañeros suyos. Según el relato que se conserva, «el 6 de agosto de 1936 por la tarde, milicianos mandaron al P. Gil y a sus compañeros salir del convento. En sus palabras y Fray Gil, nervioso, trasladó a sus otros seis compañeros frailes con los que llevaba unos días en el Convento de Capuchinos, asediados: ‘Mandan que salgan todos los Padres, que si no va a ser peor’. Andrés Soto fue el pri­mero en salir fuera. Mientras se dirigía hacia el monumento de la Inmaculada con sus compañeros, rezando el Libro de Horas, cayó abatido por las balas de sus ase­sinos».

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Momento del mensaje del Papa, durante la beatificación. / Foto: José Luis Sellart.

BEATO Y MARTIR DESDE EL 13 DE OCTUBRE.

Uno de los 522 mártires del siglo XX beatificados por la Iglesia el pasado domingo 13 de octubre de 2013 en Tarragona ha sido Andrés Soto Carrera. El vicario de La Prioral, José Luis Oca, en su misa en las Concepcionistas recordó el domingo 13 a este, según sus palabras, ‘Mártir del Siglo XX'. En estos días se han estado repartiendo en La Prioral estampas devocionales alusivas a la beatificación, en la que el sacerdote capuchino aparece junto a un grupo de religiosos antes de su muerte en el año 1936. 77 años después, la Iglesia culminaba su proceso de beatificación, entre comentarios a favor y en contra con motivo de las heridas de nuevo abiertas, de los que recuerdan a sus fallecidos de uno y otro bando de la contienda civil.

Se han cumplido 190 años desde que, el 1 de Octubre de 1.823, desembarcara Fernando VII en El Puerto, tras su liberación por “Los Cien Mil Hijos de San Luís” de la prisión a la que le tenían sometido los liberales en Cádiz.

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“Desembarco de S.M. el Rey Don Fernando VII en El Puerto de Santa María, el 1 de Octubre de 1823.” José Aparicio. Óleo. El original (*) desapareció en un incendio. Esta es una copia del mismo autor (1,10 x 0,82), que se conserva en la Sala del Museo Romántico, de Madrid, propiedad de Mariano Rodríguez Rivas en 1959.

(*) El cuadro a gran tamaño estaba en el Convento de las Salesas Reales, de Madrid, donde estaba situado el Tribunal Supremo. Ardió completamente por efecto de un devastador incendio.

Poco después, el ‘malajoso’ rey del paletó derogaba la Constitución liberal, en el número 74 de la calle Larga. Un lugar, al parecer maldito, pues los comercios que alberga el actual Centro Comercial allí instalado (solo se conserva la fachada con una placa que recuerda la efemérides), no suelen tener, salvo excepciones, una larga singladura.

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Número 74 de la calle Larga, donde hoy se encuentra un Centro Comercial, (solo se conserva la fachada), donde se derogó la Constitución liberal.

Hay que recordar que cuatro años antes, aquí, en las afueras de El Puerto, se reprimió un intento de revolución el 8 de julio de 1819. Su propósito era imponer un régimen constitucional a Fernando VII, previo al ‘Trienio Liberal’, que fracasó por diversas circunstancias, siendo conocido como ‘El Pronunciamiento de El Palmar’. 

Pero volvamos a 1823. Así relata Santiago Montoto el suceso reflejado en la reproducción del óleo que acompaña estas líneas: «La hermosa ciudad, un día Capitanía General del Mar Océano, reunía en su seno lo más selecto del ejército francés y de los personajes del gobierno realista: el embajador de Luís XVIII, los de la Santa Alianza, el Presidente de la Regencia, Duque del Infantado, el ministro don Víctor Sáez, el Duque de Angulema, el Duque de Guiches… El muelle de El Puerto se hallaba engalanado con banderas y gallardetes; por las aguas de la bahía surcaban barcos empavesados. […]"

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Vista de El Puerto de Santa María, desde el Castillo de San Marcos. Los soldados al mando del Duque de Angulema, en el Patio de Armas del Castillo, al fondo Cádiz y los barcos que traían libre a Fernando VII, para llegar a los muelles de El Puerto. (Colección L.S.A.)

"La falúa real atracó al muelle… Una lluvia de flores cayó sobre Fernando y su familia. El Rey dio a besar su mano a las personas más significadas y ostensiblemente mostraba su alegría al pisar la tierra de El Puerto. Abrazó al Duque de Angulema, […] y se apresuró a buscar descanso en la hermosa casa que le habían señalado en la calle Larga, número 74, propiedad a la sazón de la familia Reinoso Mendoza de las Panelas, constituyendo el desembarco, según el Marqués de Miraflores, una de las escenas más interesantes que ofrecen los siglos»

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“Llegada de Fernando VII en una falúa al muelle de El Puerto de Santa María”. Litografía. (Colección de Antonio Osborne Vázquez en 1959)

El Puerto, por aquella época, se emperifollaba feliz por la presencia de tantos y tan principales personajes de toda índole, con repique de campanas en la Prioral. Los portuenses de 1823 vivieron en primera persona los agitados acontecimientos, violentos unos, diplomáticos otros; las conspiraciones y las traiciones, que han quedado reflejadas en tan triste momento de la historia de España: unas tropas extranjeras venían a liberar a un torpe rey de infausta memoria, que vino a derogar en nuestra Ciudad –por segunda vez- la primera carta magna que provenía del pueblo, fruto de la convulsa España de principios del XIX,  dando paso  a la que sería conocida como “Década Ominosa” (1823-1833). Autoridades y potentados, diletantes y militares, residentes o sobrevenidos se erigieron por unas fechas en protagonistas en torno a ese momento que finaliza con el desembarco real y subsiguientes decretos de anulación de lo actuado en el anterior periodo de política constitucional. A partir de ese día se produjo una fuerte represión, con especial depuración de oficiales del ejército, jueces, funcionarios y cuantos hubiesen colaborado con el gobierno liberal, faltando el rey a su palabra/manifiesto de un ‘olvido general’ para los protagonistas del periodo liberal.

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Grabado que representa una escenas del episodio de la liberación por el Duque de Angoulême y los “Cien Mil Hijos de San Luis ” del Rey Fernando VII, retenido en Cádiz por los liberales por sus veleidades absolutistas.  J.P. Wagner sobre dibujos de Andreas Rossi. Siglo XIX. (Colección J.S.A. Bruselas).

Texto del Grabado: «LLEGADA DE S.A. EL S. DUQUE DE ANGULEMA AL QARTEL GENERAL DEL PUERTO DE SANTA MARÍA EL 16.DE AGOSTO.
Al Excmo. S4. José Aznarez Navarro Sanchez y Fuertes. Consegero de Estado. Academico de honor de Nobles y bellas artes de San Luis de la Ciudad de Zaragoza, individuo de la Real Sociedad Aragoneza de Amigos del Pais. Socio honrífico de la de Sevilla y Asistente de esta Ciudad. Yntendente general de Facto de los quatro Reynos de Andalucia y de la Provincia en Comicion.

Y el portuense de a pie asistía, desde calles y plazas a un incesante ir y venir de carrozas, compañías de militares, servidumbre distinguida, acopio de avituallamientos, movimientos económicos y zarandeo a la monotonía. Era un reality show, en vivo y en directo.

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“El Puerto desde la Otra Banda”, con el puente colgante sobre el Guadalete. Litografía utilizada como cubierta del libro de Santiago Montoto ‘El Puerto de Santa María en la liberación de Fernando VII’. 1959. Edición Limitada de 500 ejemplares.

La  medalla que luego otorgara el rey al ayuntamiento de la Ciudad, como agradecimiento por los servicios prestados, venía con una cinta amarilla y hojas de laurel. Con posterioridad serviría de inspiración para los colores amarillo y verde de la Hermandad del Rocío, en el segundo tercio del siglo XX y mas tarde para definir los colores de la Ciudad. Unos colores basados en un momento indigno de la historia española. Ya hay quien aboga por el carmesí del pendón de los Duques de Medinaceli, señores de El Puerto hasta su incorporación a la corona, o el sugerido, previamente, en colores alfonsíes por su vinculación con la fundación por el rey Sabio. Que son, por otro lado, los colores del Racing Club Portuense junto con el blanco.

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Explicación de los personajes que aparecen en el cuadro de José Aparicio, que aparece al inicio de esta nótula.

Lo cierto es que el suceso, reproducido en un óleo de José Aparicio depositado en el Museo de Arte Romántico de Madrid (ojo al linnun crucis reproducido, cruz que se conserva en el tesoro de la Prioral), marca de forma clara a la Ciudad. Un lugar donde la Constitución es abolida, donde los principios de soberanía del pueblo venían a ser pisoteados por alguien que no supo interpretar su papel, en el escenario de una España que quería caminar hacia la modernidad. Se cerraron universidades y periódicos; se restableció la censura; se expurgaron bibliotecas y librerías, y no se restableció la Inquisición abolida en el Trienio Liberal, de puro milagro, valga el contrasentido. Un rey bajito de miras, corto de alcances y que pasó a la historia con semejante baldón, permaneciendo en las coplas por usar aquel gabán afrancesado, de paño grueso, largo y entallado: el paletó. Vaya prenda para un tío malaje. /Texto: José María Morillo.

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The_Battle_of_Trafalgar-puertosantamariaEn los días que sucedieron al nefasto 21 de octubre de 1805 (se cumplen hoy 208 años), penúltimo desastre naval, una decena de barcos derrotados, con sus bodegas llenas de heridos, la mayoría desarbolados y con graves averías,  fueron zarandeados a placer por la tormenta que azotó el Golfo de Cádiz, desde el cabo Trafalgar al de Santa María, desde Tarifa hasta Faro, terminando por arrojarlos, desencuadernados unos, varados otros, a las costas gaditanas y onubenses. /En el folleto inglés, se relatan las hazañas victoriosas del almirante Horacio Nelson en Trafalgar, quien pereció en la batalla naval.

Cercano a nuestra ciudad, según relata magistralmente la historiadora gaditana Lourdes Márquez Carmona en su artículo “Naufragios de la Batalla de Trafalgar y El Puerto de Santa María”, publicado hace una década en el número 30 de la “Revista de Historia de El Puerto”, zozobraron cuatro embarcaciones; dos francesas: El “Indomptable”, navío de 80 cañones al mando del capitán Hubert que se fue a pique pereciendo casi toda su tripulación, y el “Aigle”, de 74 cañones, capitaneado por Courrége que también se hundió, posiblemente frente a la Punta de los Saboneses, entre El Puerto y Puerto Real, y dos españolas: El “Neptuno” del porte de 80 cañones, mandado por el Brigadier Cayetano Valdés, el mismo que dieciocho años después dirigiría la falúa en la que Fernando VII viajó de Cádiz a El Puerto, liberado por los Cien Mil Hijos de San Luis Y el segundo barco de línea de la Armada española naufragado fue el “San Francisco de Asís”, de 74 cañones, comandado por Luis Antonio de Flores.

Cayetano_valdes_puertosantamariaHace unos años, - en 2005- con motivo de la celebración del segundo centenario vieron la luz infinidad de libros, artículos y reportajes en los que se analizaban y desmenuzaban todas las circunstancias y detalles de la efeméride. En estos días en que estas trágicas jornadas vividas por nuestros antepasados cumplen 208 años desde que se produjeron voy a relatar dos anécdotas de salvamentos de náufragos, de entre las muchas que conforman esta página de la historia moderna de España./ En la imagen de la izquierda, retrato de Cayetano Valdés y Flores capitán general de la Real Armada. Pintado por José Roldán y Martínez, realizado en Sevilla en 1847, por encargo del Museo Naval.

El “Neptuno”, que tenía 55,6 metros de eslora (largo) por 15 de manga (ancho) debió encallar en alguna de las escolleras naturales que rodean al fuerte de Santa Catalina. Podemos hacernos una idea del encaje que debió tener entre las rocas al mantenerse allí varado sus restos durante al menos dos años, tiempo que se tardó en rescatar toda su artillería. Con el mar embravecido resultaba imposible organizar el rescate de la tripulación. El método empleado en estos casos era armar una “jangada”, una especie de balsa construida con los propios restos del naufragio y con troncos de árboles, en la que se incluían numerosos asideros y dos postes, a proa y a popa, a los que ataban cabos para remolcar en las dos direcciones. A esta operación de tirar –jalar- desde el barco naufragado hacia él, y la contraria, desde tierra, cuando los náufragos se situaban encima de la balsa, se la denominaba “alar la jangada”.

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Alzados y perfiles del 'Neptuno'.

Los marineros valencianos que formaban un curtido gremio en El Puerto  intentaron acercarse con sus barcas, valiéndose de su experiencia e intrepidez, pero les resultó imposible, pudiendo llegar tan solo a voz del barco. Desde la distancia, preguntado los tripulantes, que animales vivos llevaban a bordo, dijeron que gallinas y una pareja de cerdos. Siguiendo las indicaciones de los marineros arrojaron al mar uno de los cerdos al que habían atado a una de las patas traseras una cuerda robusta, aunque fina, que a su vez enganchaba a otra más gruesa que pudiese servir de cabo a la jangada. El cerdo, a pesar del fuerte temporal, alcanzó tierra nadando y de esta forma se pudo, alando la jangada, llevar a tierra gran parte de la tripulación, siendo rescatados los heridos, entre los que se encontraban el propio Valdés, el segundo comandante Joaquín Somoza y el resto de supervivientes, días después, al amainar el temporal, por parte del capitán Ayalde, Ayudante General de la Escuadra.

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Plano y perfiles del Castillo de Santa Catalina.

El otro navío, al que simplificadamente llamaban “Asís”, debió varar frente a Vistahermosa o Fuentebravía, en mejores condiciones para poder enviar un cabo a tierra que el “Neptuno” si no hubiera sido por la furia del mar que impedía que nadie pudiera acercarse a tierra, donde estaban preparando la jangada de rescate. En esas circunstancias, se le ocurrió al comandante Flores arrojar un tonel vacío con el cabo atado y esperar a que el oleaje lo llevase a tierra. Y así fue, aunque no acababa de llegar a la orilla por el reflujo del oleaje, ante la desesperación de un nutrido grupo de militares del Regimiento de Zaragoza, que estaban de guarnición del fuerte de Santa Catalina, del Departamento marítimo y de los Carabineros Reales que esperaban en la playa poner en marcha la jangada para el rescate. Rompiendo la impotencia pasiva de sus camaradas, un carabinero, azuzó a su caballo y ambos se internaron entre las olas con gran valentía y riesgo hasta alcanzar el barril, permitiendo el inicio  del rescate de los tripulantes del “San Francisco de Asís” que estaban ya en tierra en la madrugada del día 25, contabilizándose como una buena cifra que no pasasen de treinta el número de ahogados, lo que vendría a suponer un 5% de los tripulantes, y casi todos debidos a intentos fallidos de llegar a tierra a nado.

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Combate entre el San Francisco de Asís y tres fragatas el 25 de enero de 1797

A todos los que participaron y colaboraron en el rescate y cuidado de los náufragos se les realizó público reconocimiento de su labor, y a la oficialidad se le elevó un grado, siendo especialmente elogiados el capitán de Fragata Pedro Cabrera, el teniente de Fragata Francisco Michelena y el coronel del Regimiento de Zaragoza,  el Brigadier Narciso de Pedro, que fue ascendido a Mariscal de Campo y como tal participó en la Guerra de la Independencia.

Como habéis visto, tanto el cerdo como la montura del carabinero, dos animales, fueron parte importante en el feliz rescate de numerosos náufragos. / Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz.- A.C. Puertoguía.

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Acaba de cerrar El Cafetín, la cafetería-churrería de La Placilla, esquina a Santa María. Un clásico y centenario establecimiento hostelero de los ‘de toda la vida’ por el que han parado todas las generaciones de portuenses desde su apertura a fines del siglo XIX.

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Fotografía de enero de 2013. /Foto. J.J.Pérez

Ya estaba abierto como taberna en 1895, entonces propia de los hermanos Sinforiano y José Molleda Colosía, llegados a El Puerto desde el valle cántabro de Herrerías en 1874, cuando eran niños. Antes, un pariente, Eladio Díaz Colosía,  en su solar tuvo instalada, en las décadas de los 70 y 80, una fábrica de fideos; industria que ya se había establecido como tal, en una primera etapa, el año 1800. Acaso a ella pertenecieron las grandes vasijas que en los años 50 se descubrieron en el subsuelo (donde siguen), seguramente reutilizadas como aislantes de la humedad.

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La sucursal del Café Moderno. 1913. /Archivo Municipal.

En 1913 el negocio, ya con el nombre de Café Moderno, estaba en manos del portuense Juan Carvajal Vázquez, quien lo mantuvo abierto hasta fines de los 30. Célebres fueron su gramola, instalada en 1926 y, al año siguiente, su “aparato de radiotelefonía”.  El negocio contó con una sucursal de quita y pon montada al estilo de las casetas de feria bajoandaluzas que de cuando en cuando se instalaba en el Parque Calderón y, durante las ferias, en el paseo de la Victoria.

Concluyendo la década de los 30, probablemente tras la guerra, el Café Moderno lo tomó José López Herrera, aunque por poco tiempo, pues en 1941 pasó a ser del montañés, también del valle de Herrerías, de Camijanes, Ángel Sordo Díaz,  hermano de Maximino (que se había hecho con El Resbaladero en 1936), y de Vicente (que haría lo propio en 1950 con Los Pepes).

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Tras la barra, de izquierda a derecha, Juan Pérez (repartidor en isocarro de cerveza), Ángel Sordo y Luis Jurado (dueño del frontero bar La Liebre). Delante, Luichi Alcántara Torrent y Enrique Gago (dueño en Santa María del bar El Pescaíto). /Foto Colección A.F. G.

Quienes tengan edad para ello recordarán los seis barriles del Café Moderno-El Cafetín. A un lado, cuatro: de amontillado El Caballo (Osborne), de fino Menesteo (Osborne), de fino C (Cuvillo) y de moscatel de la bodega de Manuel Rodríguez Garrido, el de Los Caracoles de la calle Sierpes; y al otro lado los de manzanilla Argüeso y el fino Tambor de la taberna La Burra de Ramón Sordo (ver nótula núm. 489 en GdP). Muy solicitado fue también un estupendo tinto, de un tal Nicanor, de Cádiz, establecido en la calle Sacramento, que lo traía “el Tragelia” en el Vapor. Y aquellas botellas, alargadas, de casi un litro, de la cerveza Cruz Blanca (cuyo depositario en El Puerto era Ezequiel Cortínez, el de la taberna La Lucha (ver nótula 147 en GdP) de la plaza de la Pescadería), envasadas en cajas pesadísimas.

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El Cafetín en 1958. Tras el mostrador, Maximino y Ángel Sordo. Clientes, de izquierda a derecha, 'Aguilocho', Juan 'el Pirata', Antonio Guerra, Juan Villarreal, 'el Rubio', Rafael 'el de las Aguas' y Antonio 'el Gallo'. /Foto, familia de M. Sordo.

Desde 1968, cuando murió Ángel, continuó llevando el establecimiento su hijo Maximino, hasta su fallecimiento hará una década, quedando el negocio hasta su cierre en manos de su viuda. Gran tipo Maxi,  de quien guardo un gratísimo recuerdo. De las buenas gentes de La Placilla, de las que en estas páginas ha dado buena cuenta, con una sensibilidad muy de agradecer en estos tiempos que corren,  María Jesús Vela (ver nótulas 684 y 1.030 en enlace al pié de este texto).

El Cafetín se reformó en 1965, cuando perdió el cuarto reservado que tenía junto a la casapuerta de Santa María, por donde entraban las mujeres -sólo las mujeres- tras tocar un timbre, objeto de deseo de algunos traviesos chavales, los puñeteros, que sabían que el camarero, para abrir la puerta, tenía que dar un rodeo cruzando el salón interior y la cocina. Fue en 1975 cuando el establecimiento adquirió el aspecto que hemos conocido hasta su cierre.

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En la imagen, El Cafetín, tras el incendio del Teatro Principal ocurrido en 1984 (ver nótula núm. 937 en GdP). Vemos las máquinas derribando los muros del desaparecido Teatro que inauguró Críspulo Martínez. (ver nótulas núm. 311 y 319 en GdP). A la izquierda la frutería de Agustín Vela Mariscal (ver nótula núm. 326 en GdP). y, frente al puesto del Vela, la barbería de Manolo Cordones, cuyos recuerdos recrea Antonio Collantes en la nótula núm. 366, en GdP, referida a la Placilla en la década de los cincuenta del siglo pasado. /Foto: Colección A.F.G.

EL MERCADO
En una ordenanza dictada en 1835 por el gobernador civil, leemos: “Se entiende por plaza de Abastos desde las cuatro esquinas de las calles San Bartolomé y Luna hasta la del Ganado, y desde el sitio en donde se hallaba el Almotacén  en la calle del Vicario [donde se contrastaban los pesos y medidas de las mercancías] hasta las esquinas de la del Ganado.”

Un siglo antes, en 1735, los “hacendados en viñas, arboledas y cohombrales”, al estar cubiertos los sesenta puestos de pilón con los que contaba la Plaza, solicitaron al Ayuntamiento que les permitieran instalarse en la ‘plazuela de San Bartolomé’, a lo que el Cabildo –en todo tiempo atento a las peticiones de los ciudadanos- accedió.

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Calle Sierpes: Un detalle del callejero antiguo en el entorno de la Plaza de Abastos y Placilla.

No obstante de estos dos ejemplos, la existencia del Mercado Público en el entorno de la Plaza y la Placilla debe remontarse a la propia fundación de Santa María del Puerto en 1264, y probablemente antes, en la época de la andalusí Al-Qanatir. Aquí, en paralelo a Ricardo Alcón (la antigua calle del Muro), se levantaba la muralla que circundaba la población y una de sus puertas de entrada, la que comunicaba con la campiña a través de la calle del Ganado, que hasta el primer tercio del siglo XVIII fue un camino rural que transcurría junto al arroyo que llamaban de la Zangarriana, que nacía en El Caracol.

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Vista parcial de la muralla (cerca o tapia) de El Puerto en 1567, dibujada por Antón van Wyngaerden, contemplada desde la carretera de Sanlúcar.

Por él llegaban las reses al Matadero Municipal (al exterior de la muralla de Ricardo Alcón, el anterior al que se construyó en 1699, hoy sede del Imucona), y cuyas carnes abastecían a la Carnicería Pública del Rey  (donde está el Bar Vicente). Y por donde también llegaban las frutas, legumbres y hortalizas de la campiña para su venta pública, antes de que en tiempos más recientes la entrada al Palenque se hiciera por las calles San Juan y Santa María.

restaurante_alegria_puertosantamariaUn lugar en todo tiempo siempre bullicioso, de pregones y vocerío, de hortelanos y arrieros, de bueyes y borricos, de cuadras y posadas. Y de tabernas donde cerrar tratos comerciales, descansar, hablar con los paisanos y echar más de un trago.

DE TABERNAS Y BARES. 

Estaba cantado que en un espacio tan populoso y popular como La Placilla se abrieran no pocas tiendas de bebidas y comidas. Como una letanía, nombraremos algunas de las que existieron entre los últimos años 30-60:

En Ricardo Alcón, el restaurante La Alegría (ya abierto como taberna en 1899, que cerró en 1961) y el despacho de vinos Verdad, que luego fue Los Caracoles, en sus últimos años llevado por José Luis González Obregón. /En la imagen de la izquierda, publicidad de La Alegría en el Carnet de Verano de 1910. /Archivo Municipal.

En plena Placilla, Las Flores, finalmente de José Florido, que después su viuda lo convirtió en el tabernón de Encarna. La Bombilla, que luego fue el Bar Pérez, La Manzanilla y La Valdepeñera. La Liebre. Donde estuvo la oficina del Palenque, el freidor-cervecería de Genaro (Arias) que Manuel Rodríguez Ceballos convirtió en el ‘restaurant económico’ La Placilla, nombre que también llevó otra casa de comidas, de Manuel Muñoz Jaén. La Braña, de Prudencio Rábago de Celis. La Concha.

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El bar La Concha, en los bajos del Teatro Principal, en 1957.

En Santa María, frente a El Cafetín, el Bar La Riojana, de José Sánchez Sousa (el de Los Pepes, que luego fue el almacén de Leopoldo Pérez Castiñeira). El Pescaíto, de Enrique Gago. El Túnel, que también fue Las Dos Calles (por el postigo de la muralla que comunicaba Santa María con Vicario). El Caracol. Los 48. El Clavo. Y La Sacristía.

Los 22 establecimientos citados vivieron su inauguración, su apogeo más o menos mantenido en el tiempo, acaso la decadencia y su fin, como ahora El Cafetín, el viejo Café Moderno. Como la vida misma.  (Texto: Enrique Pérez Fernández)

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Caricaturas en El Cafetín, realizada por Ruiz Cuevas el 30 de diciembre de 1985. En ellas aparecen, de camareros de sala, a la izquierda Rafael Troncoso y Julio Barcia; en la Barra, de verde oscuro, hablando con éstos, el propietario  Maximino Sordo Alonso. En la cocina/churrería Juan Pauyata; y detrás del mostrador, a la derecha, Eduardo Mora y Juan Angulo, de verde claro.

Nótulas de La Placilla y su entorno en Gente del Puerto:

366. La Placilla en la década de 1950.
684. Motes en la Placilla.
1.030. La Placilla. ¡Ay, cuanto te añoro!

 

espiralesdeincienso_2_puertosantamariaLuis González Campos, redactor corresponsal de El Mundo, escribía en Cádiz el 2 de febrero de 1915 --hace 98 años-- un interesante artículo sobre las posibilidades turísticas de El Puerto, que fue publicado con el título ‘Espirales de Incienso’ en la Revista Portuense, el 4 de marzo de dicho año. /Pulsando sobre la imagen, se puede leer el artículo completo.

Hoy, que se celebra en El Puerto de Santa María el Día Mundial del Turismo con más de 100 actividades y colaboraciones tanto pública como privadas, no está de mas echar la vista atrás y recordar como veía un periodista de aquella época nuestra Ciudad y su vocación turística, que se hacía para atraer el turismo tanto desde la iniciativa pública como privada, que medidas adoptaban las autoridades para atraerlo o ahuyentarlo, que propuestas, en fin presentaba la ciudadanía, tras las loas barrocas habituales en un periódico de comienzos del siglo XX.

El autor sostiene que «Del Puerto se cuidan poco las autoridades portuenses en el sentido de avalorar esta época del año confeccionando buenos programas de festejos. ¡Claro que en esta labor deben colaborar con el Municipio, la industria y el comercio y aún el vecindario!» A partir de aquí, Luis González hace una extensa exposición de ideas para mejorar la actividad turística, algunas muy curiosas como podrán comprobar: Concurso de Higiene Popular, la Fiesta de los Cántabros, Experimentos de Aviación, Precios únicos de camas para dormir una sola noche, Reducción de los billetes de ida y vuelta a Cádiz en trenes y vapor, y muchísimas otras que podrán leer, pulsando sobre la ilustración que acompaña esta nótula. A El Puerto, que ya no vive ni de la pesca ni de las bodegas, ambas en crisis permanente, solo le queda la alternativa del Turismo. Todas las acciones, pues, han de ir encaminadas a promoverlo, dinamizarlo, ordenarlo, estabilizarlo, haciendo cómodo a hosteleros, visitantes y vecinos este fenómeno económico convertido en industria, que no deja de ser un vehículo de comunicación entre los pueblos. /Texto: José María Morillo.

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CARA Y CRUZ DE LA VIDA. En febrero de 1852 la sociedad española se conmocionó al conocer el fallido intento de un  sacerdote de apuñalar a Isabel II, a su salida de la iglesia de Atocha, a la que solo consiguió herir levemente en el costado.  El cura regicida se llamaba Martín Merino, tenía 63 años y era natural de Arnedo (Logroño). Conocido o apodado como “El Apóstata” al haber renunciado a sus órdenes sagradas a los siete años de ser ordenado sacerdote en Cádiz, en 1813, fue ejecutado a garrote vil días después del intento de homicidio a pesar de estimársele trastornos mentales y de la opinión contraria de la víctima, la reina Isabel II.

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Los glacis de Puerta Tierra de Cádiz.

Apenas iniciado el verano de ese mismo año de 1852, el miércoles 23 de junio, tuvo lugar otra ejecución, menos sonada y más próxima, la ejecución por fusilamiento en los glacis de la derecha de las Puertas de Tierra, en Cádiz, de dos delincuentes prófugos, uno de ellos, José Otero Pérez, nacido en El Puerto de Santa María en 1820 y avecindado en Utrera. En esta última población había iniciado su carrera delictiva con diversos robos en despoblados, agravados con una primera fuga cuando era conducido de tránsito por la Guardia Civil. Sobre él pesaba una condena de veinte años de cadena en el momento en que, junto con otros dos reclusos, logró fugarse nuevamente el 18 de marzo de ese año. A uno de los fugados, llamado Antonio Segovia, lo detuvieron a cien metros de la cárcel. Hacemos un pequeño inciso para referir el delito de este último, un crimen de los llamados pasional, que en su día se cantaría en romances como el “Crimen de la Gallina Ciega”.

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Óleo sobre lienzo 'La gallina ciega' de Francisco de Goya (1789). 269 cm x 350 cm. Museo del Prado. (Madrid).

Años después de romper noviazgo con una mujer y tener ésta nueva pareja, el sujeto, aparentemente,   mantenía relación de amistad con ambos con los que alternaba socialmente. En una fiesta a la que asistían los tres, propuso jugar a la “gallina ciega” y cuando le toco el turno de actuar como tal al nuevo novio, y tuvo los ojos vendados, apagó Segovia la luz y asestó numerosas puñaladas a su indefenso rival hasta matarlo. Aunque fue sentenciado a muerte por ello, le fue conmutada la pena por 20 años de cadena, la misma que padecía el portuense Otero Pérez. El otro, llamado Manuel Torres, cuyo historial delictivo desconozco, parece que no fue localizado en los días que siguieron a la fuga, mientras que José Otero, que tiró para su tierra, haciendo alguna “visita” en algunas de las cortijadas del camino, donde se proveyó de dinero metálico, una escopeta y un caballo, fue reconocido y detenido con estos pertrechos por la partida de la renta de Consumos, siendo trasladado a la cárcel de Cádiz.

La pena de muerte se les impuso por el delito de atropello al centinela y fue aprobada por el Capitán General de Andalucía. Se  leyó la sentencia a los condenados 24 horas antes de su ejecución, quedando en capilla bajo la custodia de un batallón del Regimiento de Almansa. Las crónicas periodísticas indican que ambos mostraron una gran serenidad durante todo este tiempo, “comiendo con apetito y hablando con los circundantes, especialmente Otero, que salpicaba la conversación con dichos agudos y chistosos, convidando a comer con ellos a cuatro presos de la misma cárcel y al Sr. Alcaide.” José Otero tuvo el detalle, antes de ser fusilado, de llamar al Ayudante de Guerra y declarar que dos personas presas en la cárcel de Utrera por robos en despoblados eran inocentes, pues “aquellos crímenes lo había cometido él solo”.

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La antigua cárcel, o Cárcel Real de Cádiz.

Los condenados hicieron el “paseíllo” desde la Cárcel Real, edificio proyectado por el arquitecto portuense Torcuato Benjumeda, hasta las murallas de Puerta de Tierra, que habían sido remodeladas por su antecesor municipal y padrino de bautismo, Torcuato Cayón, escoltados por treinta granaderos. A las once de la mañana del 23 de junio, un piquete de la brigada de Artillería del Regimiento de Almansa realizó la descarga mortal, en cumplimiento de la sentencia dictada.

LA OTRA MUERTE, ANTAGÓNICA.

Dos días después, caía herido mortalmente  en la arena del que sería el sexto coso taurino local, inaugurado en 1845, propiedad de una sociedad anónima, el picador Carlos Puerto,  consagrado como  figura estelar en su arriesgado oficio, -entonces los caballos no tenían el peto de protección- como puede comprobarse revisando las publicaciones de mediado el siglo XIX, donde  son innumerables las citas que de él se hacen en  periódicos de la capital y provincias, dando fe de su excelente cualificación y prestigio como varilarguero.

Por el escritor y documentalista taurino José Carralero, autor de “Los toros de la muerte”,  hemos conocido los detalles de este dramático suceso, ocurrido durante la lidia del quinto toro en la tradicional corrida de San Juan, que en esta ocasión se celebró el 25 de junio de 1852.  Carralero firma un artículo en la Revista Portuense del 2 de julio de 1932,  titulado: “Una corrida célebre en El Puerto hace ochenta años. La muerte del picador Carlos Puerto Sarto”  de la que reproducimos parte de su contenido:

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'A los Toros'. Grabado en madera de Froment.

“…Van a correrse ocho toros escogidos de la ganadería de don Anastasio Marín, de Coria del Rio. Pica Carlos Puerto, el hijo adoptivo de la Ciudad, el amigo de todos, el que viene a justificar ante sus paisanos la gran reputación adquirida en las plazas de la Península y de América, a fuerza de constantes alardes de valor y destreza… Salta a la arena el quinto toro, de nombre Media Luna, de pelo colorado, careto y ojo de perdiz. Sale abanto y con muchos pies, consiguiendo parárselos el (diestro) Salamanquino con cinco lances, y emprende una faena dura con la gente montada, dejando seis caballos en la arena a cambio de nueve puyazos. Se aploma un tanto el toro y trata de obligarle Carlos Puerto, citándolo muy en corto. En ese crítico instante, cuando todo el concurso admira la serenidad del lidiador, que se estrecha de un modo magistral con la fiera, el Gobernador Civil de la provincia, que en mala hora ha ido a presidir  la fiesta, (aunque no lo indica, se trataba de Martín de Foronda que pasaba sus últimos días en la provincia pues poco después pasaría a ejercer  como gobernador de Barcelona, ignorando si este incidente y sus posteriores consecuencias tuvieron relación con el cambio de destino) hace una seña enérgica a un salvaguardia para que arree al caballo del picador.  Castigado al animal con un fuerte latigazo en sus cuartos traseros, se atraviesa delante del toro, que arremete con espantosa violencia; saca de la silla a Carlos Puerto, llevándoselo clavado del cuerno derecho y, campaneando por espacio de varios segundos, le arroja con furia sobre la tierra.  Se escucha entonces en todos los ámbitos de la plaza una exclamación de horror, mezclada con gritos y denuestos a la Autoridad, que se acentúan y suben de punto hasta tener que intervenir la fuerza armada y desalojar la plaza. ”

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Pepe-Hillo salva al picador Ortega, obra de José María Chaves Ortiz. (1886). Litografía Palacios. Serie 'La Lidia'.  (Madrid).

...continúa leyendo "1.874. CARLOS PUERTO Y JOSE OTERO. Dos muertes violentas, casi paralelas, aunque antagónicas, en el XIX"

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Algo raro se respira en el ambiente del Instituto Santo Domingo en estos primeros días del mes de septiembre. Entre los exámenes de recuperación y las visitas de los nuevos alumnos y alumnas para ir haciendo cuerpo a nuevas costumbres, el curso próximo a comenzar se antoja algo diferente porque don Emilio Flor, director y enseñante durante años y años por aquellas celdas del antiguo Convento de Dominicos reconvertidas en aulas, deja su labor docente oficial para gozar de un merecido descanso activo.

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Y digo descanso activo porque los que conocemos a este profesor ya jubilado sabemos que no va a parar quieto ni un instante de su vida por venir ni aunque lo aten. Emilio es un buen amigo al que admiro y aprecio desde que tuve la suerte de conocerle trajinando en quehaceres que los dos amamos sobre manera.  "La gota de agua horada la roca cayendo no dos veces, sino siempre", es la frase que con mayor claridad simboliza la perseverancia con la que el profesor Emilio Flor ha pretendido siempre conquistar las voluntades de sus alumnos: con la palabra y con la escena, singularidades estas de las que es un maestro consumado.

Nació el 26 de septiembre de 1952. Su infancia la vivió y la revive cada día entre el número 14 de la calle Los Moros, Las 7 esquinas y la Plaza del Polvorista. En su memoria selectiva aún perduran los aromas a vinaza de vino y a la esencia de olor a mar que destilaban las artes de pesca en la ribera del río y en los cuartos de redes.  Los chinos pelúos de nuestras calles le enseñaron a sortear las carencias de una época con la inestimable ayuda de sus padres y la solidaridad desprendida por su numerosa familia incrustada en las casas vecinales de mediados del siglo pasado.

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En el XXIII Pregón del Fino Quinta y la Feria. Año 2004.

Su cátedra de latín nunca estará vacía. Ahora tendrá más tiempo para ejercer como académico de la de Santa Cecilia de nuestra ciudad. Personalidad reconocida en el mundo grecolatino de nuestro país con innumerables premios y distinciones, e impulsor del teatro clásico entre el alumnado portuense, es por encima de todo un humanista convencido, enamorado de su gente y de su tierra, enamorado de El Puerto de Santa María. /Texto: Manolo Morillo.

GRUPO BALBO.

Teatro Balbo, es un grupo de teatro independiente, configurado como grupo de formación en Artes Escénicas y donde sus componentes aprenden Interpretación, Voz y Dicción, Expresión Corporal, Canto e Historia del teatro y Cultura Grecolatina. Están especializados en el teatro de la Antigua Grecia y Roma.

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Emilio, junto al Grupo Balbo, es recibido en el Salón de Plenos por al alcalde y la concejala de Educación, Enrique Moresco y María Antonia Martínez, respectivamente.

Balbo es el nombre elegido como recuerdo de la ilustre familia que tuvo tanta importancia en las reformas romanizadoras de la antigua ciudad de Gades, siendo el último eslabón de una cadena de grupos de teatro creados por Emilio Flor, profesor y catedrático de latín, como instrumento pedagógico para la enseñanza de dicha asignatura.

En el curso 1974-75 Emilio Flor crea el grupo, que a lo largo de los primeros años, y debido a las características del propio grupo, utilizaría varios nombres, Histrión, Baco y Antinoe y desde entonces nunca han dejado de realizar un montaje relacionado con el mundo grecolatino.

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Miembros de Balbo, con sus responsables actuales al frente, Jesús Pecho y Paco Crespo.

El nombre de Balbo lo emplearon por vez primera el 17 de Mayo de 1991 en una representación en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida con el espectáculo "Phersu, paseo por la literatura grecolatina" de Emilio Flor; espectáculo creado expresamente para la conmemoración del Día Internacional de los Museos. Se convirtieron, de esta forma, en el primer grupo o compañía que actúaba en dicho museo.

El motor generador de sus montajes son la ilusión, el empeño, el tesón y especialmente el estudio y análisis del texto, la creación de los personajes, el ritmo, la precisión corporal, empleando la disciplina actoral como mecanismo indispensable para llevarlo a cabo, siendo su principal objetivo  divulgar la cultura grecolatina para que los espectadores conozcan y aprendan a distinguir en nuestra propia sociedad los orígenes de nuestra cultura.

balbo_logonaranja_puertosantamariaY que sus alumnos-actores aprendan a hacer teatro. Creen en el lenguaje dramático como un valor importante en el proceso educativo. Retoman el propósito del ilustre gaditano Balbo el Menor y continúan con su mismo objetivo, difundir el teatro pero esta vez con piedras de espectáculo y pasión. Y transmiten su eterno deseo: el teatro como educación, risa, desenfado y fiesta. Y siempre buscando evocar palabras de reencuentro con el pasado que hagan esponjar piedras y rocas antiguas con el aire de la brisa gaditana.

luissuarezavila_f_puertosantamariaPoco después de las nueve de la noche del miércoles, 7 de septiembre de 2001 daban comienzo los cultos anuales en honor de la Patrona, Titular de la Ciudad y Alcaldesa Honoraria Perpetua de El Puerto, la Virgen de los Milagros. Según rezaba la convocatoria tradicional, se los dedicaban su Archicofradía y Esclavitud, el Venerable Clero y el católico vecindario de esta Ciudad.

El primero de los actos fue el pregón pronunciado por el abogado portuense y colaborador de Gente del Puerto, Luis Suárez Ávila, que fue presentado por el académico de Santa Cecilia, Enrique García Máiquez, quien dijo del atípico pregonero que era un ilustrado, artista por herencia familiar, erudito en múltiples disciplinas, generoso en el tiempo que le dedica a amigos y a cuantos se le acercan; que ayuda de muchas formas a la raza gitana, y que tiene la gracia gaditana de decir las cosas en serio.

Fue un pregón intimista, histórico, y mariológico, con un toque poético que incluía varios sonetos de Luis Suárez Rodríguez, padre del pregonero, quién avisó que «--Pregonar, es proclamar algo que conviene que otros sepan», y quiso dejar bien sentada la diferencia entre la historia y la leyenda que envuelven la historia de Nuestra Señora de los Milagros, por otro nombre Santa María del Puerto.

alfonso_x_F_puertosantamariaAPARICIÓN O ENCUENTRO.

Así, Suárez se refirió a las redacciones tardías de la leyenda que dicen de Nuestra Señora se apareció a Alfonso X y le instó a conquistar la ciudad. El pregonero abogó por  la tradición más antigua. Y es que la imagen fue escondida por los cristianos que ya habitaban Alcanate, sobre 1253. Encontrada la imagen con posterioridad, entre 1255 y 1257 por los repobladores en el Pozo Santo, donde luego se construiría el Santuario Mariano que es hoy la Iglesia Mayor, se produjo una tremenda convulsión en la ciudad, -lo cuenta en la Cantiga 328 Alfonso X- que pasó a llamarse Santa María del Puerto, en lugar del pactado nombre a conservar con el alguacil moro,  de Alcanate. La aparición de la imagen cambió la vida y hasta el nombre a la puebla. Fueron tantos los prodigios, acontecimientos excepcionales, y ‘milagros’ que se trocaría el nombre de la imagen de Santa María de El Puerto a Nuestra Señora de los Milagros. Con esa doble advocación se habla de Ella en los primeros estatutos que conserva la Archicofradía de la Esclavitud, extendiéndose Suárez en los orígenes de la hermandad y sus títulos.

virgenmilagros_camarin_F_puertosantamariaLA MÁS CANTADA.

Abundó el pregonero en que  la Virgen de los Milagros ha sido la más cantada de todos los siglos, de todas las épocas, en el Cancionero Marial más importante de la Edad Media, las Cantigas, pasando por los Siglos de Oro, el de las Luces, el XIX y el XX. Y se explayó con la nómina de trovadores que fueron de la Gran Dama en los últimos siete siglos, que hasta en el British Museum se conservan epigramas latinos dedicados a Milagros. /En la imagen de la izquierda, pintura situada en el remate de la escalera de acceso al Camarín de la Patrona, en la Capilla de la Virgen de los Milagros.

Trajo a colación Suárez que “Joseph Snow, profesor de Literatura Española de la universidad de Michigan, que vino aquí, al camarín, a conocer a la Señora, cuyos milagros había estudiado tantas veces en las Cantigas, escribió que El Gran Puerto de Santa María es un exvoto de Alfonso X a la Virgen. Toda la Ciudad”. 

virgenmilagros_exvototaurino_F_puertosantamariaY es que “la Ciudad es, genitivamente, propiedad de María: El Puerto de Santa María. Sus hijos somos de su propiedad. Y ella nos mira “como a cosita propia”, que dice el verso rotundo de una siguiriya gitana.” /En la imagen de la izquierca EXVOTO que se encuentra en las escaleras de acceso al Camarín de la Virgen, único, que se conozca, referido a una cogida en una corrida de toros.

El vecino de la calle San Juan, se rebuscó, se recreó y se renovó, meditando, recitando, unos sonetos que su padre compuso a Milagros, con los que medió y terminó su brillante y nada convencional pregón: “Si para Él te escogió, negarte nada/ podría quien de sí te fue donado./ Hija, Madre y Esposa en un trazado,/ dejó la Trinidad en ti trazada.” Dejó dicho Luis Suárez.

alberti_vm_F_puertosantamariaRAFAEL ALBERTI Y MILAGROS.

Recordó el pregonero los cantores a la Virgen, entre los que destaca Rafael Alberti Merello, “que además de hacerle versos, la pintó, nostálgico de su crianza y de su pueblo, en una puerta de su casa de Punta del Este, en Uruguay: La Virgen de los Milagros, sobre una barca, en el Guadalete, bajo una guirnalda de grímpolas que van desde una a la otra banda”. /En la imagen de la izquierda, dibujo de Rafael Alberti sobre la Virgen de los Milagros.

Suarez se refirió también a que “Rafael Alberti le decía a José Ignacio Buhigas en una entrevista, que la Virgen es la destinataria del más importante cancionero del XIII, las Cantigas, y la imagen mariana española más cantada por los poetas, de todos los siglos. Y, ante la Virgen, en el camarín, añadía Rafael Alberti a José Ignacio: «Y esto debe saberse»”

Poema de Rafael Alberti dedicado a la Virgen de los Milagros; pulsando AQUÍ, se accede a un enlace con el texto del poeta y la voz de Nuria Espert.

PREGONERO A ESPALDAS DE SU MUJER.

Luis Suarez desveló que, por razón de su contrato de matrimonio con la Hermana Mayor de la Esclavitud (le afecta el impedimento de vínculo o de afinidad, que diría el Derecho Canónico), se había negado a pronunciar el pregón; y que la Junta de Gobierno de la citada hermandad fue a verle en comisión y le instaron a que no le participara su propuesta, que se hizo a espaldas de Pepita Lena. Tuvo recuerdos para el poeta José Luis Tejada: “casi como un hermano mayor que yo tuve. Poeta redondo, entroncado con los clásicos, con las vanguardias y con la poesía popular, que llamó a María de los Milagros ‘requeteinmaculada’ ”.

patrona_juanlara_F_puertosantamariaCURIOSIDADES DEL PREGÓN.

Solo cuatro miembros, de la Corporación Municipal asistían al acto: el alcalde, Hernán Díaz; el delegado de Fiestas, Fernando Gago, y los concejales populares Rafael Vallejo y Juan Ramón Castillo. ¿Para cuando una celebración civil del Día de El Puerto, conmemorando la fundación por Alfonso X, el 16 de diciembre de 1281? La expectación que produjo el anuncio del pregonero, atrajo a más fieles que de costumbre al Templo, mayoritariamente femenino: 70% frente al 30% masculino. /En la imagen de la izquierda, óleo sobre lienzo de Juan Lara Izquierdo, que se conserva en la Academia de Bellas Artes, Santa Cecilia.

Entre los asistentes, el párroco de la Prioral Diego Valle; la Hermana Mayor de la Archicofradía, Pepita Lena; el Presidente del Consejo Local de Hermandades, Gonzalo Ganaza; el otrora pregonero Francisco del Castillo; la mezzo-soprano Merche Valimaña. Como en un viaje por el tiempo, nos transportó Suarez, empezando su erudita alocución en latín, como los sermones antiguos, que luego tradujo a la lengua del común, para alivio de los asistentes. No  podía ser menos. El pregonero vestía elegante terno de color gris oscuro, con corbata de seda, y gemelos. Por tres veces se emocionó Suarez, al recordar a los ausentes: Juan Luis Bermudez, José Luis Tejada, y a su padre. /Textos: José María Morillo

Más información de Luis Suárez Ávila en GdP. Nótula núm. 128.
Más información sobre la iconografía de la Virgen de los Milagros, aquí.

El pregón de la Patrona, completo, pulsando aquí

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