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franciscopenaortega_puertosantamariaFrancisco Peña Ortega, aunque nacido en Jerez el cinco de marzo de 1938, vivió en El Puerto mas de la mitad de su vida. Desde 1957 estuvo vinculado con nuestra Ciudad de la que sería Jardinero Mayor, hasta su jubilación en 1983. Antes, durante casi nueve años, había trabajado como jardinero en el ayuntamiento de su ciudad natal, pero no sería hasta 1962, cinco años después de vivir aquí cuando se trasladó para ser un porteño más, de forma permanente, con su mujer y sus cuatro hijos: Victoria, Pepe, Mercedes y Francisco.

Aún se recuerda como, con mas imaginación y voluntad que medios, organizaba los trabajos de exhorno y mantenimiento de parques y jardines, la creación de nuevos espacios… los Juegos Florales de la Hispanidad, la nueva plaza del Polvorista, las alfombras florales en la plaza de Isaac Peral, los exhornos de la Prioral o el antiguo Ayuntamiento por la Patrona o el Corpus, la Feria.

En el libro homenaje a su memoria que se editó en 2002 a instancias de su hijo José Peña Argudo, se recoge que «reunió un buen plantel de colaboradores y, entre sus éxitos destacan la adquisición de la finca conocida como ‘El Perneo’, situada a la entrada de la carretera de Sanlúcar [donde hoy está el espacio conocido como ‘Angelita Alta’ y donde una plaza lleva su nombre: ‘Jardinero Mayor Francisco Peña’], allí se instaló el Vivero Municipal, de plantas y árboles, de donde se obtuvieron la mayor parte de los trasplantados en la Feria de Primavera en la finca denominada de ‘Las Banderas’, así como también para otros jardines y palmeras resembradas en las playas, plazas y paseos, que dieron a El Puerto una nueva fisonomía».

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Paco, en el centro con boina, en el Vivero existente en el Paseo de la Victoria, con los trabajadores de Parques y Jardines, en la década de los cincuenta del siglo pasado, donde hoy se encuentra el Instituto Muñoz Seca.

Trabajó con 10 alcaldes desde 1957: Luis Caballero, Miguel Castro, Luis Portillo, Juan Melgarejo, Fernando T. de Terry, Manuel Martínez Alfonso, Javier Merello, Enrique Pedregal, Antonio Álvarez y Rafael Gómez Ojeda hasta su jubilación en 1983 y con todos supo estar a la altura de las circunstancias, manteniendo El Puerto en un estado de exhorno donde se notaba su mano. Lo mismo viajaba a Valencia a la Feria de Interflora.

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Paco Peña, a la derecha con una bicicleta, con trabajadores de Parques y Jardines, transportando plantas para la plaza de Isaac Peral. Década de los cincuenta del siglo pasado.

Para Luis Suárez Ávila, los jardines de El Puerto «espacios a la francesa, ‘salones’ o plazas, permanecieron con muy diversa suerte, hasta la llegada a El Puerto de un hombre providencial, una gran enamorado de la jardinería, que fue Francisco Peña Ortega, que diseñó y realizó, de nueva planta, espacios tan familiares hoy como la plaza del Polvorista y la antigua concepción de la plaza del Castillo, la reordenación del Parque de la Victoria y el mantenimiento de todos los demás espacios públicos de nuestra Ciudad. Desde El Perneo autoabastecía a la Ciudad de plantas, árboles y arbusto que que reponer y rogar en los espacios públicos en todas las épocas del año.

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Cuerpo de Guardas de Parques y Jardines, con el encargado, José Luis Cárdenas Domínguez, en la Plaza de Isaac Peral. 1 de enero de 1974.

Y, sobre todo, creó un cuerpo de guardas de parques y jardines, con uniforme, sombrero ancho con escarapela y bandolera que fue ejemplar. Aunque solo fuera por su intervención en el terragal de la plaza del Polvorista, ya Paco, el Jardinero Mayor de El Puerto, debiera pasar a la historia. Es cierto que siempre contó con la confianza de los sucesivos concejales de Parques y Jardines. Pero esa confianza se la ganó a pulso, por su profesionalidad, por su buen gusto, por su manera de ordenar a su gente, a su cuadrilla. Paco, siempre estuvo solícito a dar el consejo botánico a quien lo paraba por la calle, fuera quien fuera; siempre colaboró desinteresadamente con sus compañeros los jardineros de las bodegas y de las casas particulares.. Por eso Paco siempre tuvo las puertas abiertas en todas partes».

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La construcción de la Plaza del Polvorista. 6 de abril de 1970. A la derecha, la Casa de las Cadenas.

Recuerda Antonio Muñoz Cuenca: «De los oficios transmitidos en el tajo, grandes maestros han sido el maestro Cantero Santilario, el maestro de maestros que fue Francisco Dueñas Piñero, el inolvidable Maestro Arjona, los maestros zapateros de El Puerto como Osorio y Santilario, los maestros barberos y de la navaja Antonio y José Muñoz, el inolvidable maestro que fue Juan Botaro y el maestro inolvidable de parques y jardines que fue, el Maestro Paco Peña. Era un creativo y era tal su conocimiento y su mimo hacia la materia que trataba, que cualquier erial lo convertía en el Jardín del Edén. Cualquier idea, cualquier sugerencia, cualquier inquietud de sus superiores en el Ayuntamiento, en manos y fantasía de Paco Peña se transformaba en arte, creación: ‘Dígame usted que quiere y no se preocupe. Eso lo deja usted en mis manos’. Tal vez Paco Peña con sus gafas de concha, su mirar penetrante, su calva enhiesta, su fuerte voz no destemplada, sus ilusiones, su alma de artista de frágiles y bellísimas criaturas, su siempre estar en su sitio, ha dejado huella en cuantos le conocimos».

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En la imagen, alfombra floral para la procesión del Corpus Christi. Plaza de Isaac Peral, antes de la remodelación de Díaz Cortés. Año 1970.

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Acaba de cerrar El Cafetín, la cafetería-churrería de La Placilla, esquina a Santa María. Un clásico y centenario establecimiento hostelero de los ‘de toda la vida’ por el que han parado todas las generaciones de portuenses desde su apertura a fines del siglo XIX.

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Fotografía de enero de 2013. /Foto. J.J.Pérez

Ya estaba abierto como taberna en 1895, entonces propia de los hermanos Sinforiano y José Molleda Colosía, llegados a El Puerto desde el valle cántabro de Herrerías en 1874, cuando eran niños. Antes, un pariente, Eladio Díaz Colosía,  en su solar tuvo instalada, en las décadas de los 70 y 80, una fábrica de fideos; industria que ya se había establecido como tal, en una primera etapa, el año 1800. Acaso a ella pertenecieron las grandes vasijas que en los años 50 se descubrieron en el subsuelo (donde siguen), seguramente reutilizadas como aislantes de la humedad.

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La sucursal del Café Moderno. 1913. /Archivo Municipal.

En 1913 el negocio, ya con el nombre de Café Moderno, estaba en manos del portuense Juan Carvajal Vázquez, quien lo mantuvo abierto hasta fines de los 30. Célebres fueron su gramola, instalada en 1926 y, al año siguiente, su “aparato de radiotelefonía”.  El negocio contó con una sucursal de quita y pon montada al estilo de las casetas de feria bajoandaluzas que de cuando en cuando se instalaba en el Parque Calderón y, durante las ferias, en el paseo de la Victoria.

Concluyendo la década de los 30, probablemente tras la guerra, el Café Moderno lo tomó José López Herrera, aunque por poco tiempo, pues en 1941 pasó a ser del montañés, también del valle de Herrerías, de Camijanes, Ángel Sordo Díaz,  hermano de Maximino (que se había hecho con El Resbaladero en 1936), y de Vicente (que haría lo propio en 1950 con Los Pepes).

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Tras la barra, de izquierda a derecha, Juan Pérez (repartidor en isocarro de cerveza), Ángel Sordo y Luis Jurado (dueño del frontero bar La Liebre). Delante, Luichi Alcántara Torrent y Enrique Gago (dueño en Santa María del bar El Pescaíto). /Foto Colección A.F. G.

Quienes tengan edad para ello recordarán los seis barriles del Café Moderno-El Cafetín. A un lado, cuatro: de amontillado El Caballo (Osborne), de fino Menesteo (Osborne), de fino C (Cuvillo) y de moscatel de la bodega de Manuel Rodríguez Garrido, el de Los Caracoles de la calle Sierpes; y al otro lado los de manzanilla Argüeso y el fino Tambor de la taberna La Burra de Ramón Sordo (ver nótula núm. 489 en GdP). Muy solicitado fue también un estupendo tinto, de un tal Nicanor, de Cádiz, establecido en la calle Sacramento, que lo traía “el Tragelia” en el Vapor. Y aquellas botellas, alargadas, de casi un litro, de la cerveza Cruz Blanca (cuyo depositario en El Puerto era Ezequiel Cortínez, el de la taberna La Lucha (ver nótula 147 en GdP) de la plaza de la Pescadería), envasadas en cajas pesadísimas.

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El Cafetín en 1958. Tras el mostrador, Maximino y Ángel Sordo. Clientes, de izquierda a derecha, 'Aguilocho', Juan 'el Pirata', Antonio Guerra, Juan Villarreal, 'el Rubio', Rafael 'el de las Aguas' y Antonio 'el Gallo'. /Foto, familia de M. Sordo.

Desde 1968, cuando murió Ángel, continuó llevando el establecimiento su hijo Maximino, hasta su fallecimiento hará una década, quedando el negocio hasta su cierre en manos de su viuda. Gran tipo Maxi,  de quien guardo un gratísimo recuerdo. De las buenas gentes de La Placilla, de las que en estas páginas ha dado buena cuenta, con una sensibilidad muy de agradecer en estos tiempos que corren,  María Jesús Vela (ver nótulas 684 y 1.030 en enlace al pié de este texto).

El Cafetín se reformó en 1965, cuando perdió el cuarto reservado que tenía junto a la casapuerta de Santa María, por donde entraban las mujeres -sólo las mujeres- tras tocar un timbre, objeto de deseo de algunos traviesos chavales, los puñeteros, que sabían que el camarero, para abrir la puerta, tenía que dar un rodeo cruzando el salón interior y la cocina. Fue en 1975 cuando el establecimiento adquirió el aspecto que hemos conocido hasta su cierre.

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En la imagen, El Cafetín, tras el incendio del Teatro Principal ocurrido en 1984 (ver nótula núm. 937 en GdP). Vemos las máquinas derribando los muros del desaparecido Teatro que inauguró Críspulo Martínez. (ver nótulas núm. 311 y 319 en GdP). A la izquierda la frutería de Agustín Vela Mariscal (ver nótula núm. 326 en GdP). y, frente al puesto del Vela, la barbería de Manolo Cordones, cuyos recuerdos recrea Antonio Collantes en la nótula núm. 366, en GdP, referida a la Placilla en la década de los cincuenta del siglo pasado. /Foto: Colección A.F.G.

EL MERCADO
En una ordenanza dictada en 1835 por el gobernador civil, leemos: “Se entiende por plaza de Abastos desde las cuatro esquinas de las calles San Bartolomé y Luna hasta la del Ganado, y desde el sitio en donde se hallaba el Almotacén  en la calle del Vicario [donde se contrastaban los pesos y medidas de las mercancías] hasta las esquinas de la del Ganado.”

Un siglo antes, en 1735, los “hacendados en viñas, arboledas y cohombrales”, al estar cubiertos los sesenta puestos de pilón con los que contaba la Plaza, solicitaron al Ayuntamiento que les permitieran instalarse en la ‘plazuela de San Bartolomé’, a lo que el Cabildo –en todo tiempo atento a las peticiones de los ciudadanos- accedió.

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Calle Sierpes: Un detalle del callejero antiguo en el entorno de la Plaza de Abastos y Placilla.

No obstante de estos dos ejemplos, la existencia del Mercado Público en el entorno de la Plaza y la Placilla debe remontarse a la propia fundación de Santa María del Puerto en 1264, y probablemente antes, en la época de la andalusí Al-Qanatir. Aquí, en paralelo a Ricardo Alcón (la antigua calle del Muro), se levantaba la muralla que circundaba la población y una de sus puertas de entrada, la que comunicaba con la campiña a través de la calle del Ganado, que hasta el primer tercio del siglo XVIII fue un camino rural que transcurría junto al arroyo que llamaban de la Zangarriana, que nacía en El Caracol.

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Vista parcial de la muralla (cerca o tapia) de El Puerto en 1567, dibujada por Antón van Wyngaerden, contemplada desde la carretera de Sanlúcar.

Por él llegaban las reses al Matadero Municipal (al exterior de la muralla de Ricardo Alcón, el anterior al que se construyó en 1699, hoy sede del Imucona), y cuyas carnes abastecían a la Carnicería Pública del Rey  (donde está el Bar Vicente). Y por donde también llegaban las frutas, legumbres y hortalizas de la campiña para su venta pública, antes de que en tiempos más recientes la entrada al Palenque se hiciera por las calles San Juan y Santa María.

restaurante_alegria_puertosantamariaUn lugar en todo tiempo siempre bullicioso, de pregones y vocerío, de hortelanos y arrieros, de bueyes y borricos, de cuadras y posadas. Y de tabernas donde cerrar tratos comerciales, descansar, hablar con los paisanos y echar más de un trago.

DE TABERNAS Y BARES. 

Estaba cantado que en un espacio tan populoso y popular como La Placilla se abrieran no pocas tiendas de bebidas y comidas. Como una letanía, nombraremos algunas de las que existieron entre los últimos años 30-60:

En Ricardo Alcón, el restaurante La Alegría (ya abierto como taberna en 1899, que cerró en 1961) y el despacho de vinos Verdad, que luego fue Los Caracoles, en sus últimos años llevado por José Luis González Obregón. /En la imagen de la izquierda, publicidad de La Alegría en el Carnet de Verano de 1910. /Archivo Municipal.

En plena Placilla, Las Flores, finalmente de José Florido, que después su viuda lo convirtió en el tabernón de Encarna. La Bombilla, que luego fue el Bar Pérez, La Manzanilla y La Valdepeñera. La Liebre. Donde estuvo la oficina del Palenque, el freidor-cervecería de Genaro (Arias) que Manuel Rodríguez Ceballos convirtió en el ‘restaurant económico’ La Placilla, nombre que también llevó otra casa de comidas, de Manuel Muñoz Jaén. La Braña, de Prudencio Rábago de Celis. La Concha.

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El bar La Concha, en los bajos del Teatro Principal, en 1957.

En Santa María, frente a El Cafetín, el Bar La Riojana, de José Sánchez Sousa (el de Los Pepes, que luego fue el almacén de Leopoldo Pérez Castiñeira). El Pescaíto, de Enrique Gago. El Túnel, que también fue Las Dos Calles (por el postigo de la muralla que comunicaba Santa María con Vicario). El Caracol. Los 48. El Clavo. Y La Sacristía.

Los 22 establecimientos citados vivieron su inauguración, su apogeo más o menos mantenido en el tiempo, acaso la decadencia y su fin, como ahora El Cafetín, el viejo Café Moderno. Como la vida misma.  (Texto: Enrique Pérez Fernández)

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Caricaturas en El Cafetín, realizada por Ruiz Cuevas el 30 de diciembre de 1985. En ellas aparecen, de camareros de sala, a la izquierda Rafael Troncoso y Julio Barcia; en la Barra, de verde oscuro, hablando con éstos, el propietario  Maximino Sordo Alonso. En la cocina/churrería Juan Pauyata; y detrás del mostrador, a la derecha, Eduardo Mora y Juan Angulo, de verde claro.

Nótulas de La Placilla y su entorno en Gente del Puerto:

366. La Placilla en la década de 1950.
684. Motes en la Placilla.
1.030. La Placilla. ¡Ay, cuanto te añoro!

 

Manuela Callealta Sara, nacida en El Puerto, en 1959, es la primera de cinco hermanos, hija del recordado oficial de Notaría Pepe Callealta y Gloria Sara, está casada con Kiko Tejada y tiene dos hijos, Belén y Pablo.

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Manuela Callealta, durante un certamen organizado por la Academia de BB.AA.

El año de su nacimiento era alcalde Miguel Castro Merello y, mientras en Buenos Aires Rafal Alberti publicaba las partes I y II de ‘La Arboleda Perdida’, en El Puerto el poeta José Luis Tejada pregonaba la Semana Santa y se refundaba la Hermandad del Rocío. Santiago Montoto sacaba a la luz una edición limitada ‘El Puerto de Santa María en la liberación de Fernando VII’ y se ponía, por parte del cardenal arzobispo de Sevilla, Dr. Bueno Monrreal, la primera piedra del que sería el Colegio de La Salle. Abría en la calle Misericordia el Bar ‘er Beti’.

manuelcallealta_ninia_puertosantamariaEse año nacen, también, el jugador de fútbol Carmelo Navarro Careaga, empresario de Vinagres de Yema; José Ignacio Delgado Poullet, presidente de la Asociación de Amigos de los Patios. La desaparecida activista de izquierdas Soledad Ibález Gándara y el músico de tambor, Fernando Hernández Gil, ‘Fernandito’. /En la imagen de la izquierda, la pequeña Manoli, 'la niña de los lápices' que ya apuntaba maneras.

Manuela cursó desde muy pequeña estudios de dibujo, en la Academia de Bellas Artes Santa Cecilia. Es Diplomada en Magisterio, especialidad de Humanas y Sociales, estudiando en este periodo Historia del Arte, lo que reforzó aún más su pasión por el arte. Funcionaria municipal desde 1981, desempeña su labor en el Departamento de Compras del Ayuntamiento.

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Manuela, con el uniforme del colegio de las Carmelitas, posando con una obra de juventud.

Durante la edad escolar y universitaria, principalmente, dibujaba a con lápiz, rotring y bolígrafo, siendo esta técnica su preferida durante aquella etapa. Su trabajo en solitario durante años, se abre a partir del contacto con Espacio Crea, entidad gaditana, dirigida por el pintor Julián Delgado, en la que, realizan actividades de grupo, cursos intensivos, exposiciones, etc., retomando con más intensidad  su actividad pictórica, al disponer de  más tiempo libre, al haberse hecho mayores sus hijos.

Podemos decir que Manuela se encuentra en formación continua para el aprendizaje de distintas técnicas pictóricas: óleo, acuarela, acrílico… Ha sido alumna de reconocidos pintores de la provincia de Cádiz, quienes le han ido aportando a su pintura distintos aspectos y le han hecho profundizar y crecer cada día.

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En la cúpula de la Catedral de Cádiz, con los 'Urban Sketchers'.

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El Vapor 'Adriano III', en uno de sus cuadernos sketcher.

Miembro activa de distintos grupos de Arte de la provincia, entre ellos, el ‘Urban Sketchers Bahía de Cádiz”, con quienes, precisamente participó el pasado viernes en El Puerto en la convocatoria celebrada con motivo del 27S, Día Mundial del Turismo. Este grupo, se dedica a dibujar in situ y a recoger la vida de las ciudades, con trazo rápido, tinta acuarela, collage, de forma que la obra realizada, tiene la frescura del momento y se ofrece y se comparte, entre otras vía redes sociales.

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Manuela, pintando del natural en un concurso del Club Nazaret, de Jerez.

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En un concurso de pintura al natural en La Caleta, Cádiz.

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Pintando en el Caserío Ossorio de San Fernando, en enero de 2013.

Ha realizado algunas exposiciones colectivas como miembro de algún curso, exposiciones en Jerez patrocinadas por Acoje y el Ayuntamiento de Jerez. En El Puerto, en Larga, 70 a beneficio de los niños enfermos de cáncer, ANDEX. También, se ha presentado a distintos concursos de pintura rápida en distintas ciudades, resultando ganadora del cartel para la fiesta de los Patios 2012 y finalista en el Concurso ‘Quila’ de la Caleta, en Cádiz. Realizó en 2.011 el cartel para la Feria de Primavera para la Peña Madridista Portuense.

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'Converses', acuarela de Manuela Callealta.

En la actualidad tiene una pequeña exposición permanente de acuarelas de  ‘Imágenes de El Puerto y El Puerto Marinero’, en la sede de la Concejalía de Turismo, en el Palacio de Araníbar.

Tiene previsto inaugurar el próximo viernes 4 de octubre una exposición en el Centro Cultural Alfonso X,  ‘el Sabio’, bajo el título genérico de ‘Reflejos’, ya que en palabras de Manuela, «--Exponer es como desnudar el alma, reflejar el interior». Seguro que Manuela agradecerá la visita y la opinión de la gente de El Puerto.

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Me he dejado caer con cierta y feliz asiduidad por El Puerto de Santa María a lo largo de estos días de calorina y ajetreo. Uno se monta en Los Amarillos en Sanlúcar y aparece al cabo de veinte minutos cerca de la plaza de toros portuense. Sí, aquella de la que dijo Joselito tal y tal.

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Regli Reyes Alcedo, en la cocina del Bar 'El Brillante'.

Y se deja ir con el arrullo de los viejos vinos, de todas las soleras, de los olores a bodega con nombre de historia: Colosía, Osborne, Caballero, Lustau. Se aprovecha para echar un ojo y un paladeo al Gourmet de Manolo y Paquita, se cruza después la calle Zarza y se recala en Bodegas Obregón a masticar el oloroso que cría con mimo Manolo, se pasa uno por La Cata Ciega a descubrir algún que otro tinto secreto, se va después a despacharse a gusto a la barra o a una mesa de Los Portales, a la de Casa Paco, al Colmao que ha reabierto Antoñín -el de Ca'Antoñín-, a la Bodeguilla del bar Jamón... y luego decide uno comer, si es que no ha tenido suficiente con lo anterior.

Y aquí se pueden tomar varias decisiones; muchas de ellas, correctas. Si se quiere experimentar con la imaginación que es capaz de desarrollar un alquimista de la cocina, basta con acercarse a A Poniente, el acudidero de Ángel León, un mago del mar, o dejarse caer en el clasicismo renovado de El Faro de El Puerto, que no falla así le pongas a prueba... O irse a por Regli, María Regla Reyes Alcedo en los papeles del seguro, la mano bruja que mece la olla del bar El Brillante. Cuenta en su deliciosa página en la Red José María Morillo (El Puerto de Santa María, sus gentes y sus habitantes) cómo don Eugenio Mena abrió un despacho de vinos a comienzos del siglo pasado en lo que eran las cuadras de la pensión Las Columnas, junto al hoy afamado mercado de abastos.

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Antonio Mena Rodríguez, nieto del fundador del Bar 'El Brillante' y actual regente del mismo.

Hoy es su nieto Antonio quien lo regenta. Es un bar peculiar, angosto, sabroso e inalterable, como gordo es el propietario, cargado de gracia y de contundencia, al igual que el vino que cría en su casa y que sirve generosamente frío. Antonio (ver nótula núm. 132 en GdP), casó con una chipionera que o bien venía enseñada en cosas de cocina o bien aprendió por aquello de que a la fuerza ahorcan. En cualquiera de los dos casos, yo me la llevaría a dar clases a todas las escuelas del mundo y obligaría a los mejores chefs a encerrarse con ella una mañana en el cubículo mínimo que hace de cocina y al que se asoma El Gordo desde la barra pronunciando las palabras mágicas con su vozarrón de barítono acatarrado: «--Regliii, ¿qué hay hecho por ahííí?». Es inútil elegir. El bacalao al pilpil es, de largo, el mejor que he tenido el gusto de degustar. Los caracoles, a decir de los aficionados --yo no lo soy--, no tienen competencia y cualquier pescado que se oferte tiene la garantía del mercado colindante. En realidad tiene esa garantía y la del ojo de Antonio, que criado puerta con puerta sabría distinguir incluso aquellos pescados con los que algunos placeros quisieran tangarte, cosa que puede ocurrir en cualquier parte.

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Dos de los 20 dibujos de 'El Pantera de Cádiz', fallecido hace cinco años, expuestos en el salón del Brillante. 'El Pantera' era un escafandrista que dibujaba en el Bar de Antonio, junto a Eugenio, su padre, y entre los efluvios del vino, salió una singular colección de viñetas humorísticas que permanecen impertérritas, a lo largo del tiempo.

Regli fríe con un portento desusado hasta los ostiones, reboza la merluza como si se acabara de descubrir, elabora guisos marineros de antaño, como los hacía Pomares, el cocinero de alta mar cuya fama cruza los mares de medio mundo y que no hace mucho cruzó las últimas aguas del adiós. Y cuando ya uno cree que nada hará crecer su asombro, cuando han sido comidos el menudo, las albóndigas, el adobo o las manitas, llega el atún de almadraba en manteca, inesperada combinación de pez y cerdo -más alguna especia- que deja perplejo a cualquiera. Después de Regli es muy difícil otra cosa que CARLOS-HERRERAno sea la satisfacción por trastear en su barra, escuchando a su parroquia y preguntándose qué tienen unas manos como esas para conseguir el milagro de lo inalcanzable. De nuevo a Los Amarillos y vuelta a la desembocadura del Guadalquivir (cualquiera conduce después de todo eso). Y que sea lo que Dios quiera. /Texto: Carlos Herrera.

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 El verano de 1975 fue el primero que pasamos en la casa nueva. Casi sin darme cuenta, dejé de ser un niño del centro, pegado con harina y agua a la falda de mi madre como un cromo al álbum de fútbol, y me convertí en un pequeño salvaje en las perdidas arboledas de Crevillet.

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De las dos habitaciones con servicio compartido del número 17 de la calle San Sebastián, nos fuimos a un piso entero para nosotros solos en la barriada Francisco Dueñas, Bloque 8, 3º B. De un cierro de rejas a ras de suelo, a una ventana abierta al mar por la que se colaba el horizonte cada mañana. Del aroma a incienso de la Iglesia Mayor, al olor indómito a retama y salitre de las Dunas de San Antón. De la casapuerta nido en la que veía pasar la vida, a la plazoleta abierta a los peligros del mundo en la que era la vida la que me veía pasar a mí. Aquel traslado fue, sobre todo, una mudanza interior. En las radios George Dann nos animaba a bailar El Bimbó, que estaba causando sensación, y también sonaba Peret, que un año después de ir a Eurovisión seguía empeñado en que cantáramos y fuéramos felices.

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La antigua calle Crucero Baleares, a medio hacer, sin asfaltar y con la barriada Crevillet a la derecha, en 1970. /Foto: Rafa.

Pronto comprobé que Crevillet era lo que el libro de Naturales definía como un ecosistema: "una unidad compuesta de organismos interdependientes que compartían un mismo hábitat". Un pedazo de ecosistema, la verdad, pues de la plaza de toros para adelante todo era Crevillet, probablemente porque fue la primera barriada de la periferia sur, allá por los años 50, aunque su verdadero nombre era Marina Española, cuyas calles aún conservan las rótulas de los barcos de guerra con los que combatió el ejército franquista durante la guerra civil. Así que Fermesa, San Francisco Javier, Estrella del Mar, Francisco Dueñas y la barriada de la Playa, entre otras, formaban parte de un biotipo en el que la fauna y la flora eran muy ricas a pesar de que sus nativos eran muy pobres. En verano, la biodiversidad alcanzaba unos niveles de integración extraordinarios. La infatigable Lolilla, por ejemplo, estrenaba el día sacando a tomar el sol a miles de caracoles que vendía por las calles en un vaso de duralex siempre muy bien despachao. Los jóvenes más arriesgados formaban parte del ecosistema marino del Canal: cruzarlo sin titubear era una de esas pruebas de fuego que había que pasar para llegar a ser alguien en la pandilla.

antoniadelasflores___puertosantamariaPero el ejemplo más claro de mimetización en el ambiente era Antoñita la de las flores, la vendedora de iguales a la que, tal como su propio nombre indicaba, le prendió una mañana, una cuarta más arriba del roete, una selección de la vegetación más característica del entorno. También el ecosistema humano era un ejemplo de convivencia. Macario y Bruce Lee se hermanaron en el Cine Playa, en aquellas dobles sesiones en las que el maestro de kung fu nunca se caía de la cartelera por muchos saltos que diera. Ardían los juanillos y las penas en las fiestas de San Juan en la genuina Crevillet. A mediados de julio, los hijos pobres del mar nos recibían en su semana grande, que también encendía las noches de Los Marineros, y el día de la Virgen del Carmen la banda del músico que daba nombre a mi barrio nos despertaba a las del alba con la marcha Reina del Mar. Eran las dos grandes citas festivas de la zona, cuando existían aquellas verbenas populares en las que todavía se estilaba esa cosa tan antigua de salir a la plaza juntos, de trabajar juntos, de sufrir juntos, de celebrar juntos.

joaquinsabina-puertosantamariaComo canta Sabina, aquellos veranos duraron lo que tardó en llegar el invierno. El invierno helado y tenebroso de la droga, que asoló la vida y la esperanza de tantas familias portuenses en los primeros 80. Satanás andaba suelto, y empezó a abrir franquicias, la más importante en mi barriada, que de pronto dejó de llamarse Francisco Dueñas y pasó a ser conocida como el Distrito 21. Los chavales caían como chinches de un caballo llamado muerte que Miguel Ríos recomendaba no montar, el torbellino del tiempo, del negocio y del poder, te empujan sobre unos cascos hechos de sangre y de hiel. Nos hicimos mayores viendo como muchos jóvenes se hicieron directamente viejos antes de convertirse en cadáveres andantes con los brazos taladrados a pinchazos y la mirada ya tomada por la muerte.

Los que sobrevivimos supongo que hemos seguido cantando e intentado ser felices, tal como recomendaba el rey de la rumba en el verano de 1975, el primero que pasé en aquel pedazo de ecosistema con casi todo incluido que olía a retama y salitre. Si cierro los ojos, aún puedo ver aquella antigua luz reverberando sobre una pandilla de pequeños salvajes que corretean, libres y despreocupados, por las arboledas perdidas de Crevillet. /Texto: Pepe Mendoza.

 Al anochecer, en este clima que respiró Rafael Alberti en El Puerto de Santa María, José Manuel Caballero Bonald dice, hablando del aire y de la manzanilla de Sanlúcar: «—Es como si te bebieras el aire que viene de Doñana». El aire de Alberti viene de ahí, y de la bahía de Cádiz, y su cuna, y su arena y su luz es El Puerto de Santa María.

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Pescando en el Río del Olvido. /Foto: Jorge Roa.

Dice Eduardo Mendicutti, que nació en Sanlúcar y vivió los primeros años de su vida respirando aquí: «—Le pasó a Alberti, nos pasa a todos. La bahía es el aire, la luz. El Puerto es una mezcla muy sensorial». Lees La arboleda perdida y hallas la respiración de Alberti.

eduardomedicutti_2_puertosantmariaDice Mendicutti que este pueblo ha cambiado. Pero el aire no se lo han podido cambiar. El aire de Alberti. Huele el sol. “Te ataca los sentidos. No lo controlas. Influye sobre el olfato y por tanto sobre la memoria”. Estanislao Merello, que ahora tiene 91 años y está entre los parientes que han sobrevivido a Alberti, vive en el vértice de la bahía. Se asoma (con el olfato de su memoria) a esos olores; queda poco de lo que él vio, pero queda esta inmensa bahía. El Puerto es como un barco: desde este promontorio que hay en Vistahermosa ves lo que veía Alberti. San Fernando, Cádiz. La bahía de sus poemas. Me llevó por los lugares por donde el niño y el adolescente que fue el poeta paseaba cuando hacía rabonas y se fugaba de la disciplina feroz de los jesuitas. Ya no están las dunas cuya arena se metía entre sus ropas. Las playas ya no son el desierto que curtieron de mar su Marinero en tierra, pero el aire es de Alberti, lo respiras desde que llegas. /En la imagen de la izquierda, Eduardo Mendicutti.

cballerobonald_psm_puertosantamariaEse espacio es mental, aunque existan el colegio y aunque esté el mar intacto como paisaje de su memoria, El Puerto es un lugar que ahora se lee en La arboleda perdida como una invención de Alberti, dicen Luis García Montero y Caballero Bonald. Dice Caballero: «Lo vi en Colombia cuando él estaba en el exilio, en 1960. Me dijo, nada más oírme: “¡Me has traído El Puerto de golpe!”». /En la imagen de la izquierda, Rafael Caballero Bonald.

Estaba pendiente de ese sonido; por eso escribió aquel libro, para no olvidarse, y para eso regresó, tras la muerte de Franco, y luego se instaló aquí, en sus últimos años, con su segunda esposa, la profesora y escritora María Asunción Mateo. Ahora todos los recuerdos de Alberti (la niñez en El Puerto, la vida en Madrid, la guerra, el exilio, la vida con María Teresa León, la bruma de su desolación) están en la Fundación Rafael Alberti, en la casa donde él pasó su infancia, en la calle de Santo Domingo.

rafaelaberti_camisa_puertosantamariaLa arboleda era, dice Caballero, “un pinar de pinos prietos, un bosquecillo”, pero para Alberti era el paraíso que quiso recuperar describiéndolo. Estanislao nos llevó por los senderos perdidos de la arboleda. También nos llevó al patio aireado de los jesuitas que tanto hicieron sufrir al poeta “con su disciplina militar”. Están también todos esos lugares que ya solo existen en la memoria escrita, pero nadie ha podido tocar la mar. La señala su primo Merello: “La bahía es el sueño de Alberti”. Se huele, se ve, tan tranquilo este paisaje que huele. “¡Excepto si viene el Levante!”, dice Carmen, una de las hijas de Merello. “El Levante enloquece; a lo mejor es ese viento el que a veces ponía melancólico a Alberti”. /Rafael Alberti luciendo una de sus vistosas camisas.

Era un chico díscolo, hacía cosas raras con las manos, era un poeta; luego, dice Merello, fue sabiendo que aquel muchacho que discutía con su hermano mayor, José Ignacio, era un escritor, que todo lo que hacía y que le parecía raro era lo que había detrás de Marinero en tierra. “Y cuando ya tuve hijos me aprendí esos versos”. Ahora él mira la bahía y las playas y el bosquecillo que ya solo está en la memoria como si escuchara recitar a Alberti.

luisgarciamontero_puertosantamariaPara Rafael, dice García Montero, “El Puerto de Santa María fue una construcción literaria”. Merced a ella siguió respirando en el exilio; El Puerto era, dice el secretario de la fundación Alberti, Enrique Pérez Castallo, que nos llevó por toda la memorabilia (“está abierta y está todo”, nos recalcó Enrique), “la nostalgia del paraíso perdido de su infancia”. De allí lo arrancó el padre, en medio de vicisitudes económicas que él cuenta en La arboleda perdida; en Marinero en tierra, su poema de amor a la bahía, le reprocha al padre por qué lo arrancó del aire del Puerto. “Esa es”, para Montero, “la metáfora de la libertad del mar, el relato de su inocencia, la simiente de su propia biografía”. /En la imagen de la izquierda, Luis García Montero.

Con Benjamín Prado que, como García Montero, habita en verano por estos aires, volvió a El Puerto en 1979. “Él estaba recuperando sus lugares de la infancia, y le gustaban tanto estos pueblos marítimos como los pueblos blancos”. “Recorrí el mundo”, le dijo Alberti ante la bahía, “pero Cádiz es otra cosa”. Tenía memoria de pintor. Era playero de tarde. “Mira”, decía, “cómo la luz se queda en la arena”.

benjaminprado_puertosantamariaAntes de ir a El Puerto de Santa María a encontrarme con esa luz que buscaba Alberti arañando en la memoria que hay en su arboleda perdida, fui a hablar en Madrid con dos sobrinos suyos, que son matrimonio de primos: Luis Docavo Alberti y María Alberti Aznar, hijos de María y de Vicente, dos hermanos de Rafael. Conservan correspondencia, dibujos, memorias del tío Cuco. Un día fue a verlos, ya en España de nuevo, y de la casa familiar se fue con una virgen de El Puerto, que es la Virgen de los Milagros. Ahí están, en los manuscritos que vinieron del exilio romano, sobre todo, los dibujos caprichosos, los peces en que convertía las tachaduras en las cartas donde relataba su más personal arboleda, la del exilio. “Añoraba el mar por encima de todas las cosas”. Cuando cumplió 70 años lo fueron a ver a Roma. Luis es hijo del hermano mayor, Vicente, al que Alberti protegió en la guerra. “Vicente, te tienes que ir, van a bombardear Madrid”. Y allí estuvo, escondido Vicente en la casa de Rafael y María Teresa, en el mismo sitio donde se preparaban los mítines del Frente Popular. /En la imagen de la izquierda, Benjamín Prado.

El Puerto es la memoria de “unas casas preciosas, de jardines grandes y frondosos, no había gente ni había coches; el mar era la orilla de los bañadores decentes, del cochecito de caballos, de la playa de La Puntilla, de las dunas preciosas, de los pinos...”. Era, dice María Alberti Aznar, “una especie de sueño, que era el que añoraba el tío Cuco cuando nos vio en Roma”.

Volvió, paseó por la bahía sus camisas alegres. María Asunción Mateo dijo en una entrevista: “Murió casi sin darse cuenta, como se merecía: en su casa, muy cerca del mar, en nuestra cama, junto a mí y a los 97 años”. La arboleda ya se había perdido; él regresó a respirar la infancia, a morir, como él quería, en paz, ante la bahía de la que nunca se fue el aire de Alberti. /Texto: Juan Cruz

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botones1_puertosantamariaCuando recuerdo algunos de los juegos de mí niñez en El Puerto de Santa María, me río para mis adentros pensando  a quien  le puede interesar en estos tiempos los juegos simples de cuando éramos pequeños, más o menos sesenta años atrás; pero bueno,  era lo que había y si lo analizamos, podemos comprobar que tenía bastante mérito nuestra forma de divertirnos; cualquier material servía para poder desarrollar nuestra inventiva y distraer el tiempo que teníamos libre.

Por ejemplo, con la cáscara de media nuez, un trozo de hilo de coser y un mondadiente, se podía fabricar un artilugio, que con la habilidad de nuestros dedos podía servir como acompañamiento musical. Con las pinzas de madera de tender la ropa, con dos de ellas se podían fabricar pistolistas, la munición empleada eran  las semillas de algarrobas. Los huesos de damasco se guardaban para jugar con ellos, también se podía utilizar las semillas de nísperos, el juego del aro, el mocho y la billarda; pero bueno podemos dejar estos juegos para desarrollarlos en otra ocasión y centrarnos en el botón, que es el protagonista de esta nótula.

El botón en sus comienzos no era utilizado, para abrochar los vestidos de hombres y mujeres;  sino que fue utilizado como elemento decorativo cosido a los vestidos.  Si pensamos la trascendencia que el botón ha tenido en la evolución del vestido tanto en hombres como en mujeres, ha sido increíble; el botón se ha fabricado en cantidad de materiales, como maderas de ébano, marfil, hueso, bronce, metales nobles, con incrustaciones de piedras preciosas, etc.;  eran trabajos de orfebres y plateros muy cotizados cuyas piezas eran muy solicitadas por los coleccionistas.

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Bien, a partir de mil novecientos treinta, los botones empezaron a fabricarme de forma generalizada  de resina sintética,  de dos y cuatro agujeros, en cualquier hogar las señoras en sus “avíos de costura”, tenían y tienen en una caja metálica bellamente litografiada que antes había contenido azafrán  “El Aeroplano”, galletas, caramelos, o carne de membrillo  llena de botones de todas clases; corchetes, imperdibles, hebillas, broches y cachivaches que casi no tenían utilidad; pero que estaban ahí.  Podíamos decir que esta caja era una gran hucha que se guardaban todos los botones que sobraban de  arreglos de ropa, casi no se tiraba nada y cualquier botón de la caja podía ser utilizado en cualquier momento, las ropas demasiado usada, se troceaban y  le quitaban los botones para poderlos utilizar cuando fuera menester, el botón era un artículo de gran rotación en el costurero de la mujer.

botones3_puertoantamariaY ahí empezábamos los niños a escoger los botones para hacer nuestro equipo de fútbol. La condición indispensable del botón para jugar bien,  es que se deslizara perfectamente por la mesa, por eso había que escoger el adecuado, algunas veces al poner el botón sobre la mesa no quedaba suficientemente plano, por lo que había que lijarlo,  hasta dejarlo a nuestro gusto, El botón que se utilizaba de defensa central debía ser un buen botón con peralte, un tanque,  vamos de esos que estuvieron cosidos a un abrigo o una buena pelliza de esas que vendían Julio Cristóbal o Muro. El equipo se componía sobre una mesa lisa, primero se delimitaba la portería que servían dos botones a una distancia uno de otro de veinte o veinticinco centímetros, de portero se utilizaba el tapón de un tintero, a continuación se colocaba la defensa que eran tres botones en línea, a continuación la media compuesto por dos botones y al final la delantera compuesta de cinco botones, el balón utilizado era un botón de nácar chiquitito de camisa. El equipo contrario disponía sus botones igual. Para impulsar los botones utilizábamos otro más fino, con el cual presionamos en borde del mismo que queremos desplazar hacia delante y dándole al botón pequeño que utilizamos como balón.

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'El campo de juego'

Empezaba el encuentro, sacando el delantero centro de cualquiera de los equipos,  impulsando el balón hacía delante de forma que éste ya estaba introducido en campo contrario, a continuación le tocaba al equipo oponente, según estaba situado el balón (recuerden el botón de nácar pequeñito), disparaba con el botón más cercano al balón y que tuviera en dirección a la portería contraria. Cuando uno de los equipos estimaba que el balón estaba en dirección a la portería, y podía marcar un gol,  tenía que decir “marca”, entonces el contrario tenía que utilizar el portero (tapón de tintero) y ponerlo frente al balón para intentar pararlo, algunos expertos conseguían picar el balón y colar un gol. El partido  de fútbol con botones era bastante fácil  de jugar y divertido, había una liguilla  muy  competitiva que todos se esforzaban en ganar. /Texto: Francisco Bollullo Estepa.

Las gentes de El Puerto, las que forman la geografía humana de El Puerto, conocida de vista y al paso, a veces solo por el apodo, son las gentes que hacen «esa humilde enumeración de los aconteceres cotidianos que Don Miguel de Unamuno llamó intrahistoria, no albergan otra ambición que la de desplegarnos la crónica rutinaria de las gentes, los vaivenes de los personajes populares». (Luis Benvenuty. Del prólogo del libro de Antonio Muñoz Cuenca ‘Paisajes y Paisanaje’. /Fotografías: Carlos Pumar Algaba.

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Domingo Rosado Ramírez, en su puesto de La Placilla, delante del Bar Vicente.

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Antonio Rodríguez García, ‘el Bicho’, con su puesto ambulante en el Parque Calderón. Febrero 2008.

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Manuel Jarque Martínez, ‘Chicharito’, ya jubilado de su puesto de conserje del Ayuntamiento. 1998

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‘El Cote’, colaborador habitual en la Taberna de Obregón, en calle Zarza.

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Luis Pinto Corzo, ‘Luichi’, cocinero. Noviembre 2004.

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Ángela, en la calle Larga. Noviembre 2004.

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Adelina La O Lage, con su hijo Joaquín Suárez La O, ‘Manzanita’.

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Juan Vargas, ‘el Salinero’.

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‘Malahechura’ entrevistado por el ganador de Gran Hermano 1, en el año 2000, Ismael Beiro, en la calle Luna.

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Paco ‘Poa’, enterrador. Octubre 2006.

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Una oferta laboral real que cuesta dinero: consta de una jornada de 11 horas diarias, sin transporte ni comida por 350 euros al mes. Es una oportunidad, le dijo su padre, una oportunidad, insistió su madre, una oportunidad, concluyó ella misma.

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Hace seis años, Isabel trabajaba en una tienda de ropa de una gran cadena, en un centro comercial de El Puerto de Santa María. Aquel trabajo se le daba tan bien, y le gustaba tanto, que compensaba con creces los 90 kilómetros, casi dos horas en cuatro trayectos de ida y vuelta entre Rota y El Puerto, que tenía que hacer a diario. Entonces, un buen día, empezó a oír hablar de la crisis como de un animal mitológico, un país lejano, una tormenta que apenas se insinuaba en el inmaculado horizonte de un cielo azul y veraniego. ¿Qué pasó después? Todavía no es capaz de explicárselo. Todavía no ha cumplido 30 años y ya lleva cinco en el paro.

Durante cinco años, el paro ha sido para Isabel un desierto plano e infinito, sin forma y sin relieve, un paisaje absolutamente estéril donde, por no haber, ni siquiera subsiste el espinoso esqueleto de algún matorral seco. Nada por delante, nada a los lados, nada por arriba y nada por abajo, nada. Y no será porque no lo haya intentado. Todos los supermercados, todas las oficinas, todas las tiendas y hasta las farolas de su pueblo, han dispuesto muchas veces de su nombre y su teléfono. Lo demás, que está dispuesta a hacer cualquier cosa, lo que sea, se sobreentiende. Por eso, cuando la llamaron de un hotel de Costa Ballena para ofrecerle una plaza de animadora, ni siquiera se paró a pensar que nunca había hecho nada parecido, que no tenía experiencia para entretener a un montón de niños. Era una oportunidad, así que se arregló, respiró hondo, le pidió prestado el coche a su padre y se fue a hacer la entrevista. Cuando entró en aquella oficina, seguía creyendo que estaba dispuesta a todo. Aún no sabía lo que significaba exactamente esa palabra.

Isabel es joven, atractiva, tiene buena presencia, una voz agradable, así que todo fue sobre ruedas hasta que llegó el momento de pactar las condiciones económicas del trabajo. Después, durante un rato, tampoco pasó nada, porque necesitó algún tiempo para procesar lo que estaba escuchando, y sumar, y restar, y comprender al fin qué clase de oportunidad le habían puesto entre las manos.

–Pero… Si entro a las nueve y media, y salgo a las nueve y media –recapituló en voz alta–, no puedo venir en autobús porque no me encajan los horarios. –Ya, pero me has dicho que conduces y tienes coche. –Sí, eso sí, pero… Claro, son doce horas… –Once –su interlocutor seguía impertérrito, una sonrisa tan firme como si se la hubieran tatuado encima de los labios–, porque tienes una para comer. –Claro –volvió a repetir ella–, pero en una hora, entre ir y volver… No me merece la pena comer en Rota, así que tendría que tomarme aquí un bocadillo. –Claro –el hombre sentado al otro lado de la mesa pronunció aquella palabra por tercera vez–, o lo que quieras. Podrías traértelo de casa, porque el empleo no incluye la comida. –Claro –y nada estuvo nunca tan oscuro–. Pero entre lo que me gasto en gasolina, en comida… –antes de llegar a una conclusión definitiva pensó que todavía le quedaba un clavo al que agarrarse–. ¿Y la Seguridad Social? –Una hora. –Una hora… ¿Qué? –Te aseguramos una hora por cada día trabajado.

Isabel recapituló para sí misma. La oportunidad que le estaban ofreciendo consistía en trabajar 11 horas diarias, sin transporte y sin comida, por 350 euros al mes y una cotización 10 veces inferior a la que le correspondería. No se lo podía creer, pero todavía le quedaba una pregunta.

–Perdone, pero… ¿Esto es legal? Su interlocutor se recostó en la butaca y se echó a reír. –Por supuesto que sí. ¿Qué te creías?

(Esta es una historia real. Isabel existe, y la oferta de empleo que no aceptó, porque trabajar 11 horas diarias casi le habría costado dinero, existe también. Costa Ballena está en la provincia de Cádiz, a un paso de Sanlúcar de Barrameda, que mira a Doñana desde la otra orilla del río Guadalquivir. Para llegar a la ermita del Rocío desde allí, sólo hay que atravesar el Coto, y por eso tengo el gusto de dedicarle este artículo a doña Fátima Báñez, devota rociera, autora de la reforma laboral en vigor y ministra de Trabajo del Gobierno de España). /Texto: Almudena Grandes.

fcamacho_foto_adrian_morillo_puertosantamariaFernando Camacho Moreno es natural de Sevilla. Nació en 1950 y pertenece a la etnia gitana. Llegó a El Puerto con 18 años con su familia, y aquí permanece cuando está a punto de cumplir 63 años. Casado con Carmen Navarro Torres, tienen cuatro hijos.

Fernando, que ha trabajado también en la construcción, es un recolector/vendedor de frutos de la tierra, cuando la tierra los da: en temporada. Lleva mas de 25 años en la Placilla, vendiendo varias clases de productos perecederos, empezando la temporada en primavera con los caracoles, para luego vender higos --chumbos y malagueños o mal llamados ‘moscatel’ que no tienen espinas-- en verano, a continuación en otoño vendrán las castañas, y después echan el invierno con las tagarninas y los espárragos. Y vuelta a empezar. /Foto: Adrián Morillo.

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En 1950 era alcalde de la Ciudad, Eduardo Ciria Pérez.  La población de hecho era de 28.300 habitantes, la de derecho 28.368 con un número de 5.595 de hogares censados. El poeta José Luis Tejada refunda junto a otros escritores la revista gaditana de poesía ‘Platero’. Rafael Tardío expone en el Círculo de Labradores de El Puerto. El anterior Jefe de Estado, el dictador Francisco Franco visitaba El Puerto. Nacía María del Carmen Asensio, nadadora profesional y ganador de los pesos pluma de boxeo amateur en 1972, Paco García Serrano. El músico de carnaval Manuel Albaiceta Revuelta.

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En primavera, con los caracoles y las cabrillas. Año 2007, con el inicio de la crisis. /Foto: Fito Carreto.

Su mujer, Carmen, que permanece junto a él en puesto que tiene frente a una de las puertas del Mercado Municipal, la de la Placilla, está deseando intervenir: «--El alcalde tenía que dar más licencias para que se pudieran poner, como antes, más puestos como los nuestros. Hay familias que pueden subsistir con este trabajo, duro pero digno». Y tercia Fernando: «--Pero es que los fruteros se quejan, porque pagan mas impuestos que nosotros». Y continúa su mujer: «--Aquí pagamos 50 euros por un metro de ocupación de la calle, mientras que en Jerez se ponen a vender en la vía pública lo mismo que nosotros, sin costarle una moneda. Que diferencia --o que injusticia-- en tan pocos kilómetros de distancia», sentencia. /Texto: José María Morillo.

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En la actualidad, Fernando y Carmen, delante del puesto de higos chumbos y malagueños (que no 'moscatel' como le gusta afirmar al recolector), en su puesto de la calle de la Placilla, frente a la puerta del Mercado Municipal.

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Fachadas del palacio de Uriarte y Borja, en Fernán Caballero (portada) y calle Comedias.

Palacio del Capitán General Francisco Javier de Uriarte y Borja (ver nótula núm. 169 en GdP), nacido en El Puerto de Santa María en 1753, hijo de un vasco de Azpeitia y de una riojana. Fue marino, llegando a la mayor dignidad de su carrera, es decir Capitán General de la Real Armada Española en 1836. Asistió a la famosa batalla naval de Trafalgar, al mando del navío Trinidad, que fue el que puso fuera de combate al buque almirante inglés en el que Lord Nelson halló la muerte.

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Patio interior del Palacio, cuando era escritorio de Bodegas Osborne.

En 1822 Uriarte y Borja se retiró a vivir en nuestra Ciudad, donde falleció en noviembre de 1842, sin dejar descendencia. En 1983, sus restos mortales, como Capitán General, fueron trasladados desde el Cementerio de El Puerto hasta el Panteón de Marinos Ilustres de  la vecina localidad de San Fernando, en un acto organizado por el colaborador de estas páginas, Luis Suárez Ávila (ver nótula núm. 128 en GdP).

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Planta alta de escritorios de Osborne.

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Otra imagen del Palacio de Uriarte y Borja.

En dicho palacio, donde estuvieron los escritorios de Bodegas Osborne (entre las calles Comedias y Fernán Caballero), se encuentran en la actualidad, tras su destrucción, la sede central de Bodegas Osborne, un edificio moderno para su época, hoy sobredimensionado para el personal que trabaja en las mismas.

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Solar del desaparecido palacio tras el derribo, sobre el que se construirían las actuales oficinas de Osborne.

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Actual sede del Grupo Osborne. /Foto Mata. Año 2002.

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Hotel Doña María, en la calle Don Remondo. Sevilla.

La portada del Palacio Uriarte y Borja, tras el derrumbe, se encuentra en Sevilla, sirviendo de puerta de acceso al Hotel Doña María, en la calle Don Remondo.

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Patio porticado del Colegio de las Esclavas, antiguo Hospital de la Santa Misericordia

Soy portuense nacido en la calle Misericordia, hermano de "Los  Afligidos" con sede en la capilla del Hospital de San Juan de Dios y desde 1981 vivo en Granada, vinculado a la Orden Hospitalaria. ¡Qué cantidad de coincidencias! Estas coincidencias, mi curiosidad y ser médico, me han llevado a indagar el paso de la Orden Hospitalaria por el Puerto.

En el Puerto en el siglo XV existían entre siete y diez Hospitales, uno de ellos era "La Santa Misericordia" dependiente de la "Hermandad de la Misericordia", encargada -al menos desde 1492- de enterrar a los cadáveres abandonados. Un poco después, en Granada en 1539 Juan Ciudad (San Juan de Dios) crea la Orden Hospitalaria al abrir su primer Hospital en la calle Lucena, separando en distintas salas, por primera vez, a los enfermos según la patología. Dicha Orden llega al Puerto, en distintas fechas -entre 1587 y 1605- para llevar tres de los Hospitales portuenses (Santa Lucia, Real de las Galeras -militar- y Santa Misericordia). A finales del siglo XVI de todos los Hospitales que habían en el Puerto quedaron sólo estos dos últimos. A mediados del siglo XVII la Hermandad pasa a llamarse "De la Misericorida y San Carlos Borromeo" situándose -el Hospital y la Ermita- en la calle Juan Canela, entre las actuales Luna y Misericordia.

Cuando el Duque de Medinaceli en 1660 adecentó la Santa Misericordia, lo cede a la Orden Hospitalaria. Tras unos años de convivencia, entre la Orden y la Hermandad, esta última decide marcharse y cambiar de nombre por "la Santa Caridad", con el fin de crear un nuevo Hospital situado en la ribera del río con donaciones de algunos cargadores de indias (Vizarron, Eguiarreta, Valdivieso y Winthuissen). La Orden continuó su labor en el Hospital de la Santa Misericordia en graves momentos para el Puerto, como la Peste de 1819 y fueron el consuelo y el amparo de los portuenses, dentro y fuera del Hospital. Con el gobierno de Mendizabal se ven obligados a abandonarlo en 1835.

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Hospital de San Juan de Dios en desuso. En primer término la Capilla de los Afligidos.

Después de la desarmotización de Mendizabal, el primer Hospital de la Santa Misericordia será Biblioteca y Escuela, hasta que en 1923 fue donado a la Congregación de Esclavas del Sagrado Corazón para crear un colegio, está rehabilitación la costeó el Conde de Osborne y en su capilla yo hice la primera comunión. ¡Otra coincidencia! Y el Hospital de la Caridad, pasó a la Junta Municipal de Beneficiencia, llamándolo "Hospital General de San Juan de Dios" estando al cuidado de la enfermería las Hijas de la Caridad desde 1874. El Dr Federico Rubio lo dotó de material quirúrgico, y años más tarde en 1914 fue rehabilitado por doña Micaela Aramburu. Este Hospital se clausuró hace unos años por el mal estado del edificio. Esperemos que dicho Hospital vuelva a ser una realidad no muy lejana.   /Texto: Pascual Vicente Crespo Ferrer

 

Pascual Vicente Crespo Ferrer

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A la izquierda de la imagen aparece Celestino de Serdio, el que fuera propietario del Bar Las Cadenas, (hoy lo regenta su hijo), situado en la calle perpendicular al río que parte desde la plaza del Polvorista. En su flanco izquierdo se encuentra el Palacio de Vizarrón o Casa de las Cadenas que da nombre a la calle, donde existen dos accesos secundarios al citado Palacio (hoy semiruinoso y con la parte trasera destruida por la piqueta, la incuria y el abandono secular porteño) una portada sencilla con arco rebajado sin elementos decorativos y otra, más importante, adintelada, con pilastras de sillares de orden rústico sobre esbeltos pedestales, dintel con dovelas en derrame y escultura en la clave. En el flanco de la derecha se encuentra la Casa de Roque Aguado, donde se ubicaba hasta primeros de este año el Bar Playa ‘El Rempujo, regentado por Antonio Sánchez López. Vemos en la imagen también a Cuevas, Sánchez Alonso y Oviedo, entre otros.

elpajarito_traje_puertosantamariaAntonio Flores Morera, 'el Pajarito' nació el 2 de abril de 1954 en la calle de la Rosa esquina con Lechería (hoy Cervantes), cuarto de los ocho hijos que tuvo el matrimonio formado por José Luis Flores Zarzuela --de profesión albañil-- y María Antonia Morera de los Reyes. Con dos años la familia se fue a vivir a la barriada José Antonio y, en la actualidad vive en la Barriada de los Romanos, así llamada por pasar por allí la Vía Augusta o ‘Camino de los Romanos’. /La fotografía de la izquierda es de Miguel Sánchez Ivars (Si Quiero Bodas).

1954.

Ese año de 1954,  caía el 3 de febrero una gran nevada en la Bahía de Cádiz y en El Puerto, propiciando el espectáculo de ver las playas cubiertas de blanco. Era alcalde de la Ciudad, Luis Caballero Noguera. Se inaugura la Base Naval de Rota, construida parcialmente sobre suelo de El Puerto. La población reclusa en la Prisión Central portuense era de 1050 penados. Mientras volvían a España los prisioneros de la División Azul.

Rafael Alberti publicaba el año del nacimiento de nuestro protagonista ‘Baladas y Canciones del Paraná’. Se constituye el Grupo de Empresas Luis Caballero, S.A. Llegan a la provincia de Cádiz los ‘chicucos’ Domingo Marcos Cuevas, Eladio Gutiérrez Quevedo y José María Ruiz Mantilla, fundadores de Eco del Puerto. José Luis González Obregón abría la  taberna en la calle Zarza, en el bodegón de una antigua carbonería. Un grupo de trabajadores de Fernando A. de Terry inician gestiones con la Orden Tercera, para que les sea cedida la imagen de los Afligidos, constituyéndose en cofradía al año siguiente. El 8 de diciembre de ese año procesionó en El Puerto la única Procesión Magna Mariana que se había celebrado, hasta la fecha, en nuestra ciudad.

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La Virgen de Fátima que se custodia en la parroquia de San Joaquín procesionó en la Magna Mariana de hace 59 años, en 1954, el año del nacimiento de 'El Pajarito'.

EL PAJARITO.

El mote de ‘El Pajarito’ viene dado a la familia por su padre, quien, trabajando en una bodega, al hacer los encargos los hacía con mucha rapidez: "--Eres más rápido que un pajarito" y Pajarito se le quedó a él y a su hijo.

De pequeño estudió en el colegio de La Salle y en Cristóbal Colón, cuando era conoció como el  ‘Palenque del Mercado’, allí recuerda a los profesores Heliodoro del Campo Sánchez, José María García Pichel, Manuel Pacheco Albalate, Jorge Ostenero Rivas y otros como D. Victor, D. Jaime, D. Ángel, D. Pedro…

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Patio del colegio de La Salle.

Empezó a trabajar muy joven, su padre tuvo que sacarlo para ayudar a la familia y porque no podía pagar la ‘permanencia’ (un sobrecoste que se le pagaba al profesor por quedarse mas tiempo en el colegio) de tantos hijos. Así, empieza a trabajar en la chatarrería de José Vila Segrellés, en la esquina de la cale San Francisco de Paula con la calle de la Rosa; en la construcción; en el cartón, recogiendo cartones con su padre entre 1963 y 1972; en la fábrica de piensos que existía en La Otra Banda; en Cementos El Carmen; en el campo: cogiendo algodón, castrando la remolacha, en la vendimia y otras labores de viña y con Francisco Peinado Vila en el desguace y chatarra y palés de la Avda. de Valencia. Como podemos comprobar, ‘actividades diversas’ como a él le gusta definir a su dilatada trayectoria profesional.

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Una imagen actual de Antonio Flores Morera 'el Pajarito'.

De joven tuvo el pelo largo, la melena le llegaba a media espalda, pero tuvo que cortarse al hacer el Servicio Militar en Córdoba. Vive solo, aunque ha tenido dos relaciones sentimentales largas, una de ellas con una muchacha marroquí, pero como él afirma «no congeniábamos y para eso es mejor vivir solo», por lo que permanece soltero, y eso que han querido llevarlo al programa de Canal Sur de Juan y Medio.

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Accidente de helicóptero de la calle San Juan, el 18 de septiembre de 2011, en el que intervino nuestro protagonista auxiliando a los heridos y, posteriormente, en un programa de la televisión alemana, concretamente el canal ZDF

En la actualidad se busca la vida como mandadero, recadero o chicuco, que de las tres formas lo llaman: ayuda a las amas de casa a llevar la compra, hace recados o de ‘criado desinteresado’ como le tilda el letrado Serafín Álvarez Campana y Gaztelu.

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Aún recuerda muy ufano su útil colaboración rescatando a los pasajeros del helicóptero siniestrado el 18 de septiembre de 2011 en la calle San Juan --entre ellos a Hugo Müller--, que vio caer. Lo entrevistaron en la televisión alemana ZDF a los pocos días y se presentó enchaquetado en el lugar donde sucedió el accidente, por lo que tuvo ser advertido por los periodistas que se presentara con otro atuendo más informal. /Jocoso cartel que se colocó en una de las ventanas siniestradas tras el accidente de helicóptero de la calle San Juan, a los pocos días del accidente.

Se le puede ver por el Bar Aurora, donde aparca su bicicleta --instrumento de trabajo-- enjaezada con dos banderines de España, y desde allí ejerce sus colaboraciones: cuida la terraza del dicho bar a medio día, entre café y refresco que le ofrece la propiedad; allí come atendido por Carmen Fernández, la mujer del anterior regente del bar, Juan Izquierdo, la cual le trae a diario la comida, menos los domingos cuando nuestro protagonista hace el cuerpo de casa en su vivienda de la calle Habana, en la barriada de Los Romanos. Un hombre feliz entre sus actividades diversas.

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Dos vistas, diurna y nocturna de la Prioral, desde el Bar Aurora.

Otros porteños nacidos el mismo año que ‘El Pajarito’ son Juan Gómez Benítez, Doctor en Ciencias Químicas que ha sido presidente de los Enólogos de España; el ecologista Juan Clavero Salvador; el futbolista internacional Enrique Montero Rodríguez; José Enrique Paloma García, diácono adscrito a la parroquia de San José Obrero; el torero Curro Luque.

Con motivo del centenario de la proclamación por su santidad el papa Pío IX del Dogma de la Inmaculada, el 8 de diciembre de 1854, a través de la Bula ‘Ineffabilis Deus’, se celebraron en nuestra Ciudad las solemnidades del Año Mariano.

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El paso de la Patrona, con su templete, a su paso por el Ayuntamiento.

En la fecha en que se culminaba dicha conmemoración religiosa, el 8 de diciembre de 1954 , hace 59 años, El Puerto asistió a un acontecimiento único que hoy dejará de serlo: una procesión magna mariana con la presencia además de numerosos estandartes y una nutrida representación de fieles y cofrades.

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La imagen de la Purísima de las Congregaciones Marianas, de la Iglesia de San Francisco.

La hasta hoy única magna mariana en El Puerto partió en la tarde de la festividad de la Inmaculada desde la plaza de España, donde se reunieron los ocho pasos integrantes del cortejo, procedentes a su vez desde sendos templos de la localidad.

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La Virgen que se conserva en ela capilla del Colegio de las Carmelitas.

La representación de aquella magna  se iniciaba con la Virgen Inmaculada que se encuentra en la capilla del colegio de las Carmelitas; seguida por la Virgen del Carmen, titular de su cofradía, desde la iglesia de la Concepción; el Sagrado Corazón de María, que se venera en San Francisco y cotitular del Apostolado de la Oración; la Virgen de Fátima, de la iglesia de San Joaquín, y que se encuentra en una capilla lateral de este templo; la talla de los Milagros del Asilo de Huérfanas, hoy colegio de Luisa Marillac, en otra ubicación; la imagen de Nuestra Señora del Pilar que se hallaba en la iglesia del antiguo convento de las Capuchinas de la calle Larga (hoy Hotel Monasterio); la Purísima de las Congregaciones Marianas , también de la iglesia de San Francisco; y cerrando, como presidencia del cortejo, la Patrona de la ciudad, la Virgen de los Milagros, en su templete y que durante la mañana había presidido desde el altar mayor las funciones religiosas de la festividad del día 8 con la llamada "misa del trabajador" a la que asistían cientos de operarios de las bodegas y comercios del centro.

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La Virgen del Carmen del Convento de las Concepcionistas.

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El Corazón de María, también de la parroquia de San Francisco.

La Corporación municipal, que entonces tenía como alcalde a Luis Caballero, desfilaba bajo mazas y por supuesto, en tal cita festiva, clausuraba el cortejo la histórica Agrupación Musical Portuense.

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La Virgen de Fátima de la parroquia de San Joaquín.

La procesión  recorrió Palacios, Larga y al llegar a Peral el primer edil procedió a leer desde el balcón del consistorio la oración oficial del Año Mariano , prosiguiendo el cortejo por Nevería, Luna, Vicario y regreso a la plaza de España. Un momento emotivo fue la llegada a su templo de la Virgen de los Milagros mientras el resto de pasos la flanqueaban en la plaza mientras ascendía la Patrona por la rampa.

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El párroco de la Prioral, Antonio Cías Leiva, a su izquierda con bonete el padre Lobo, Ignacio Osborne Vázquez y el alcalde, Luis Caballero Noguera, colocando la primera piedra. 8 de diciembre de 1954.

Con motivo de la festividad de la Inmaculada de ese año también se colocó la primera piedra del monumento de la plaza de España, que a muchos le recuerda el existente en las proximidades de la Catedral de Sevilla, erigido en la Plaza de España a “Nuestra Señora en el misterio de la Asunción”, según  indica  la publicación local “Cruzados”.

Más información en Gente del Puerto.
221. Bendición del Monumento a la Inmaculada

 

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fatimaruizlassaleta_puertosantamariaFátima Ruiz de Lassaletta nació en Jerez de la Frontera en 1948. Sus primeros veinte años de vida profesional los dedicó a la comunicación y promoción internacional en el sector del vino de Jerez y su brandy. Más tarde, dirigió durante un cuarto de siglo la Fundación del Antiguo Hospital de la Resurrección de Utrera. En ambas etapas se ocupó de restaurar y decorar edificios antiguos: iglesias y capillas, bodegas y casas señoriales. Es desde 2009 miembro de número de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras de Jerez de la Frontera.

Antes de La Ciudad de los Cien Palacios, de cargadores a Indias del XVII a bodegueros del XX, había publicado los libros Casa de abuela (1988), Fogón y bodega (2000), Casas señoriales, bodegas y sabores de Jerez (2006), así como unos cuatrocientos cincuenta artículos publicados bajo el epígrafe "Costumbrista y gastronómico" en el Diario de Jerez.

Viajera, ha recorrido Europa, América y parte de Asia y África, estando especialmente interesada en la gastronomía provincial y del norte de España y de Francia, país este último donde recibe cursos de alta cocina en las diferentes regiones vitivinícolas desde hace una década.

libro_ciudad_100_palacios_puertosantamariaLa Ciudad de los Cien Palacios, de cargadores a Indias del XVII a bodegueros del XX no es un libro de Historia. Más bien es un libro con historias. No es tampoco un libro sobre Arte. Más bien es un libro con arte. En compañía de su autora, Fátima Ruiz Lasaletta recorremos los palacios, las casas señoriales y los recreos de El Puerto de Santa María, "la ciudad de los cien palacios", desde la época de los Cargadores a Indias, en el siglo XVII, a la de los Bodegueros del siglo XX.

Libro de evocaciones y recuerdos, de tiempos idos y de  juventud revivida que servirá al lector para evocar un mundo de sedas y bordados de las  Colonias, de maderas nobles y con olor a  especias, a café de las Indias y a vino Fino. Un libro que da gusto y regusto leer y releer despacio por ser ameno, por recordar el pasado e invitar a los más jóvenes a esforzarse por un presente y un futuro digno de nuestra historia.

Luis Suárez, explica en el prólogo. «Que el Gran Puerto de Santa María fue ‘la Ciudad de los Cien Palacios’ es lugar común y dicho que corría de boca en boa, que utilizaron como título para dos artículos, por los años 1950, en ABC de Sevilla, Pepe de las Cuevas y mi padre, Luis Suárez Rodríguez.»

«Esta obra de cariño --afirma la autora-- a El Puerto de Santa María no ha pretendido ser exhaustiva. Es el fruto de tres veranos de paseos matutinos por el centro histórico de la ciudad fotografiando y estudiando cada uno del medio centenar de palacios y casas-palacios o señoriales aquí recogidos. También es el fruto de horas de lectura frente al mar, en las que me iba empapando de las obras y artículos publicados por historiadores recopilados pacientemente. Y es el resultado, como no, de reflexionar sobre cada fotografía, sopesar mi criterio y mis conocimientos y recordar las pequeñas historias de cuando los habitaron los bodegueros a mitad del siglo pasado, toda vez que mi padre fue bodeguero jerezano --su marca principal fue el Ponche Español-- y decidir que no podía contar y que sí, sin caer en la indiscreción.»

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Luis Suárez, Fatima Ruiz-Lassaleta, el Conde de Osborne y José Mateos de la editorial, durante la presentación anoche en el Salon San Miguel, de la bodega de Mora..

«Para todas las casas y palacios --abunda Luis Suárez-- Fátima tiene palabras halagüeñas y alguna censura por el estado lamentable en que están en la actualidad. Porque Fátima no es sólo una diletante de nuestros nobles edificios y paisajes rústicos y urbanos, sino una activista cabal en su defensa y conservación. Y, en esta ocasión, yo le he prestado mi hombro para llorar juntos nuestra desolación, como los judíos, super fluminem Babiloniae.»

Pedidos a la Editorial Libros de Canto y Cuento, pulsando aquí.

 

 

David regenta la Frutería Virtudes de la calle San Bartolomé, un pequeño establecimiento cercano al Mercado de Abastos de la Concepción. Lleva 15 años con el establecimiento abierto y dice conservar clientes desde su apertura. En el rótulo se anuncia como productos de Conil. Y es que él es de allí. Ahora vive en El Colorao.

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Este es otro ejemplo de esas pequeñas cosas que hacen que vuelvas. Un gesto tan cotidiano como hacer la compra en una tienda como ésta se puede convertir en otra extraordinaria experiencia cuyos protagonistas son las gentes de esta tierra.

David tiene frutas y verduras de buena calidad, de la tierra cuando estamos en época, y yo muero por estos productos, me los llevaría todos. Se me iluminan los ojos con los colores de frutas y verduras, con sus aromas. A mí me ha ganado con dos cosas: avisándome de que no lleve esto o aquello porque ya no está en su mejor momento y no “colándome” nunca una pieza en mal estado, como me ha ocurrido en otros establecimientos, ocultándola entre el resto.

Ahora viene el plus. Aquí no sólo se compra, aquí se respira un poquito de vida portuense auténtica. David tiene charla para todo el mundo. Destila un sano e insuperable humor mientras atiende a sus clientas (en su mayoría), de estar contento con lo que hace. Allí se habla un poco de todo: de la compra, de lo que se va a poner hoy de comer, de la salud, de los hijos, de los novios, del tiempo. En el año y poco que llevo yendo puedo decir que he vivido situaciones puramente surrealistas. Pero da igual; por muy rocambolesca que sea la situación, David sale al paso con una naturalidad pasmosa. Yo me pregunto que cómo lo hace. Las atiende, las escucha, las invita a sentarse en el taburete si ellas no lo han hecho ya por su cuenta, y hasta creo que ellas están encantadas por el ratito que han echado. David no pierde la sonrisa, las anima, las pica para que sigan hablando y se crea un ambiente tan particular que, al rato de estar allí, he olvidado lo que iba a comprar.

Por cierto, la Virtudes que da nombre a la frutería es su mujer, o como él dice con orgullo, la patrona. /Texto y foto: Alberto Reina Blanca

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De izquierda a derecha, Domingo Rosado Ramírez (nótula 290 en GdP) con un vestido de 'Lo que el viento se llevó';  Luis del Pino Robles ‘Luis el de los Huevos’ (nótula 203 en GdP) vestido de 'Carmen Miranda' y Francisco Rodríguez ‘Paquito’, vestido de cabaretera casual.

Nunca mejor que ahora este palabra coloquial de nuestra Ciudad, --recogida por primera vez en el Diccionario de la Lengua en 1970 y en 2010 en el Palabrario Porteño--, define mejor a este trío de transformistas: ‘coloquialmente, parecido a  una mujer en su persona y en sus maneras’. U.t.c.s.m. (Usado también como sustantivo masculino). Otros sinónimos, unos mas políticamente correctos que otros son: de la otra banda, de la piompa, que cosen pa la calle, vagoneta, tiene una vena/venazo, sarasa, chai, ...

 

 

 

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linocristocharneco_puertosantamariaLino Cristo Charneco, (Lagoa, Portugal, 1915 -El Puerto, 2009). Estando en Vila Real de Santo Antonio, le llamaron para servir en el ejercito portugués, en aquellas fechas mi padre estaba de visita en su tierra y no tuvo más remedio que incorporarse a filas. Cuando cumplió sus obligaciones con el ejército, como cabo corneta, volvió a El Puerto de Santa María, donde estaba toda su familia. Trabajó de marinero, redero y contramaestre en barcos de arrastre y traíñas, durante treinta años. Cuando fue por su vida laboral, había cotizado tan solo diez años, hay que fastidiarse ante la impotencia de no poder solucionar nada. Los dueños de barcos, en aquellos tiempos, hacían lo que les daba la real gana, porque las autoridades se lo permitían, en esto se asemejan a los políticos corruptos que se llevan lo que no es suyo.

En 1939, se casa con Carmen Ruiz Camacho, (Badalona, 1918 - El Puerto, 2009), con la que tuvo cinco hijos, dos varones y tres hembras.  Tuvieron varios domicilios:  calle Fernán Caballero, casa “La Gatona”, Santa Lucía, Capillera, Cervantes y Plaza de Agustín Fernández. Sus suegros y cuñados: Carmen Camacho y Antonio Ruiz, eran originarios de La Isla de León, siendo sus hijos: Agustín, Charo, Maruja, José “Pepe El Landa”, Angelita y Salvador “El Petaca”. Mi abuelo Antonio, antes de la guerra fue funcionario de penales, posteriormente trabajó en el Ayuntamiento del Puerto.

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José Ruiz Camacho, ‘el Landa’. (Foto Colección Miguel Sánchez Lobato).

Me contó mi tío Pepe Ruiz Camacho “El Landa” (ver nótula núm. 001 en GdP): «--En el año cuarenta y dos, estaba tu padre embarcado, e iban a pescar en aguas marroquíes, cuando entraban en Casablanca, a repostar gasoil, solía tu padre comprar setenta barras de pan blanco, y dos latas grandes de kilo de mantequilla Holandesa, lo metía en la nevera del barco, para que no se pusieran duras. Cuando llegaba a El Puerto, yo iba recoger el pan y la manteca, y aquel día me comía  dos barras de pan con manteca, con el moho verde que criaba el pan, por la humedad de la nevera».

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Carro delante de la chatarrería existente en la calle de las Cruces, en el Palacio de Purullena, con la calzada empedrada de chinos y las aceras con losa de Tarifa. /Foto: Centro Municipal de Patrimonio Histórico.

Mi padre trabajó con mi tío Manolo, en la chatarrería, varios años. Este local estaba situado en la calle de las Cruces, local junto al palacio del marqués de Purullena, donde está ubicada la cruz, de madera. Tiempos perjudiciales por la escasez de alimentos, esta es la herencia que nos dejó la guerra: hambre, destrucción, muertes y no me canso de reafirmarlo, ¿para que  sirven estas confrontaciones, en la que siempre pierden los más débiles?

En el año cincuenta y ocho del siglo pasado, monta una chatarrería, en sociedad con Alonso Jiménez, hijo de Luis Churrasca, en el número 45 de la calle de la Rosa. La verdad, trabajar en esta zona de El Puerto, que en aquellos años, la gran mayoría de las casas no tenía alcantarillado, y las aguas sucias corrían por el centro de la rúa, como podéis comprobar en la fotografía de mas abajo. El mal olor, que con el tiempo te acostumbra y terminas siendo amigo. Mi padre decía del barrio y de sus gentes: la gran mayoría eran muy buenas personas y mejores vecinos. Ya quisieran otras zonas de El Puerto, con más poder social y económico, apoyarse como estos se auxiliaban, entre ellos. Está comprobado, que por las zonas pobres siempre llegan las mejoras más tardes, lo digo por el alcantarillado de la Calle de la Rosa.

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Calle de la Rosa en los años sesenta del siglo pasado. A lo largo de la historia fue, junto a las calles Lechería y Rueda, así como Espelete y otras del Barrio Alto, lugar de residencia de familias gitanas. La chatarrería está señalada con la flecha a la izquierda, justo sobre un caparazón de tortuga.

Voy a recodar los obreros que trabajaron con mi padre en la chatarrería: Manuel de los Reyes “El de la Monjita, Diego Cortes “El Alpiste”, Antonio Gatica “El Cuca”, Bernardo Morón “El Pastillita”, Juan “El Gordo Agujeta”, José de los Reyes ‘Bocanegra’, hijo del ‘El Negro’, Miguel Benítez, Miguel Jarana y José ‘El Negro’. Tenían el caparazón de una tortuga, encima de la puerta de la chatarrería, donde estaba escrito: «Se compra Papel, Cartones, Cristales, Huesos, Trapos, Lanas, Gomas de alpargatas, Botellas, Hierros, Cobre, y Metales». 

En los años sesenta rompen la sociedad, por el motivo que ‘Churrasca’, se dedica a exportar pollos de peleas a Venezuela, y el baratillo de la plaza de El Castillo,  se lo cede a su hijo Alonso, aparcero de mi padre. Estos años fueron duros para la familia, porque había que pagar al socio la mitad de la finca. Recuerdo que para mas exaspero, mi padre había comprado meses antes un corral en la calle Cervantes nº 4, a un señor que trabajaba en obras públicas, de apellido o apodo Lunita. En esta finca hicimos nuestra casa con muchos sacrificios, y la frase que siempre empleamos, trabajo, sudor y lagrimas.

Por aquellas fechas en El Puerto existían los siguientes chatarreros: Alonso Jiménez, José Vila, Antonio Lobo, Manuel Amador, Manuel Cristo, Alonso Suárez “El Cepillo”, Juan Jiménez ‘Churrasca el Gordo’ de la calle Santa Clara, este señor cambiaba globos por botellas y chatarra, era hermano de Luis ‘Churrasca’, el de la plaza del Castillo.

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Otra vista de la calle de la Rosa en los sesenta del siglo pasado.

Junto al  almacén, había una zona, en las que vivían dos familias, José Suárez Paradela, su mujer la Perla, y una hermana de esta soltera de nombre Ángeles, las dos eran jerezanas. La otra familia estaba compuesta por el matrimonio Rafael Luque “El Caga” y Soledad de los Reyes “La Mona”, y  ocho hijos por orden José, Magdalena, María, Rafael, Soledad, Felipa, Antonio y Javier. Yo puedo dar fe, que en muchas ocasiones mi padre ayudo a estas familias en momentos de necesidad. Hay familias que lo pueden atestiguar y confirmar, sin que esto sirva de halago, esto hay que realizarlo siempre que puedas.

Mi padre decía: «--¿Como le vas a cobrar dinero por las habitaciones a estas personas, con el olor que sale del Baratillo?». Nunca recibió ni una peseta en aquellos años, por los dos cuartos, ni tampoco pagaron luz y agua. Cuando compró la finca, hacían tres años que ellos vivían en este corral, por llamarle algo.  Diego de los Reyes “El Mijita”, Rafael Luque, más conocido por El Monstruo y su hermano Antonio Luque, comían en mi casa frecuentemente, en aquel tiempo de necesidad. Rafael y Diego, no lo pueden confirmar, porque se no fueron con los que no vuelven. Antonio, si porque está entre nosotros y es muy buen amigo, de nuestra familia y sus hermanos. Recuerdo a Soledad “La Mona” cuando me la encontré en la calle Luna. Hacia unos cinco años que no nos veíamos, por mi trabajo fuera de El Puerto: se abrazó a mí y rompió a llorar, pronunciándose: «--Que me acuerdo de ti, Antonio». Yo sé, que Soledad me quería,  ¡que gitana más guapa y cariñosa!

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Bautizo de Juan Manuel Cristo Álvarez. De izquierda a derecha: el oficiante Carlos Román Ruiloba; María Aparicio; Lino Cristo Aparicio; niño desconocido; Cristóbal Álvarez; Carolina Charneco Gabana; Carmen Cristo Ruiz; Lina Cristo Ruiz (bebé).

Me viene a la memoria, un bautizo de uno de los pequeños de esta familia, que tuvo como padrino a Eliseo del Puerto, este hombre estuvo cantando, hasta las seis de la mañana, y los gitanos de barrio, no cabían en el patio, no he visto una cosa igual, en mi vida, hay que decir que Eliseo, no era gitano.  Por cierto mi primo Juan Cristo, hijo de mi tío José, está casado con una hermana de “La Mona”, es la pequeña de los hermanos, apodada ‘La Mora’.

En frente del Baratillo, hay un bloque para los empleados de las bodegas de Terry, de los años sesenta, también conocido por “El Ajuguerito”, significado que no se me apetece explicar, piensa en malo y acertarás. En este edificio vivió y se crío un hombre, que ha dejado huella en el carnaval, gaditano como es Manolo Albaiceta Revuelta, (ver nótula núm. 1410 en GdP) desde pequeño se le vía su afición carnavalesca. Le recuerdo que con un grupo de niños de su edad, formaba ya su comparsa, utilizaban de bombo y tambor, latas de carne de membrillo y de atún, que cogían del la chatarrería.

ceciliaylinocristocharneco_puertosantamariaMi padre fue un hombre que, sin ser político, sonreía a la izquierda, era un gran admirador de Adolfo Suárez y de Felipe González. En los años sesenta, pusimos una droguería, perfumería, en la calle Cervantes, en una zona de la finca donde habitábamos. Esto salió muy mal, nos dejaron a deber dinero y tuvimos que darle carpetazo. /En la imagen de la izquierda, Cecilia y Lino Cristo Charneco, en la Feria de Ganado, década de los sesenta del siglo pasado.

Amigos de mi padre en el barrio. Juan Lara, José Vila, Alonso Suárez ‘El Cepillo’, Alonso Jiménez, hijo de Churrasca, Antonio Jiménez ‘El Caneco’, Manuel de los Reyes, Diego Cortes, ‘El Alpiste’, Francisco Suárez, Don José María Riva, José de los Reyes ‘El Negro’, Juan Feria, José Torre ‘El Chico’, Antonio Torre, Paco Barranco, Miguel Jarana, José Vila y Manuel de los Santos, Agujeta El Viejo. Yo se que faltan muchos, la verdad no me acuerdo de sus nombres.  Tenía amigos en Portugal, Tarifa, Bárbate, Barcelona, Huelva y Francia, perdón, no los recuerdo.

Fue socio del Racing Portuense, le tenía un gran cariño a este equipo, fue amigo de Rafael García Carretero ‘Rafaelín’ y  de Juan Tarro. Recorrió con este Club muchos campos de fútbol andaluces. Para mi padre no había ciudad más bonita que El Puerto. Siempre comentaba que en pocos lugares, se vivía como en esta tierra. Nunca olvidó a su madre tierra, como buen hijo. Concretaba que «como el vino fino, no había otro vino». Era muy cariñoso con sus nietos, cuando estaban todos reunidos, se los llevaba de paseo al campo o a la playa. Tuvo ocho nietos y siete bisnietos. Todos sus nietos recuerdan a los abuelos, con un gran cariño, se pasaban con sus nietos en amor. Como curiosidad, todos están bautizados en la Iglesia de San Joaquín, aunque hay muchos de ellos no nacieran en El Puerto. Presumía de barrio, iglesia  y de sus gentes. Hablar  de mí padre cuesta, pero os voy a decir: fue un buen padre, con algunos defectos como todos tenemos, a ninguno de sus hijos le puso una mano encima, para esto estaba mi madre. Un gran luchador y trabajador. Doy gracias por los padres que me han tocado. Su óbito le ocurrió sin sufrimiento, a los noventa y cuatro años, sin padecer ninguna enfermedad crónica, y con su familia a su vera. A esto le llamo yo, subir al cielo. /Texto: Antonio Cristo Ruiz.

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