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barberia_laplacilla_1_puertosantamariaQuiero suponer que aún hay personas que aún la recuerdan esta barbería en La Placilla, regentada por Manolo Cordones Serpa ‘Barberito’. Estaba entre la Zapatería Ortiz, y la pescadería de Manolito Gutiérrez ‘el Cochino’ (ver nótula núm. 284 en Gente del Puerto). Actualmente es una tienda de artículos de peluquería. Parecería que no podía ser de otra manera.

No puedo por menos que esbozar una sonrisa al acordarme de aquella Barbería, porque todos los trabajadores y sus dueños fueron siempre encantadores. Más de una vez, siendo una cría me asomé a ver  como  acicalaban a la clientela. Y más de una vez pensé al verlos manejar las navajas que alguno perdía la oreja, pero que va:  eran todos my buenos profesionales. /En la imagen de la izquierda, Juan Lojo Barea 'Lele', Lolete, Felipe Romo y Sevillita.

Con quienes más trato tuve fue con los hermanos José y Manolo Rodríguez  Barcia, ‘los Sevillita’, apodo heredado del segundo apellido de  su bisabuelo.  Ellos eran los empleados más jóvenes  y además, Joselito permaneció  en la barbería hasta el cierre. Su dueño fue Manolo Cordones Serpa ‘Barberito’.

manolocordones_festival_puertosantamariaAlgo más que aficionado a los toros, porque tengo entendido que  aunque nunca hizo el paseíllo vestido de luces, si figuró en algún festival tal como lo acredita, Manuel Martínez Alfonso (ver nótula núm. 1.051 en Gente del Puerto) en su libro Plaza Real. /En la imagen de la izquierda, cartel del Festival Taurino del 25 de diciembre de 1944, donde actuaron Francisco Guilloto 'Orteguita' y Francisco Paradela del Pino, con los sobresalientes Manuel Cordones 'Barberito' y Manuel Bermudez, 'Anzonini'.

EMILIO BOOTELLO.
Se dio el caso que Emilio Bootello, Jefe de Estación, acostumbraba a frecuentar la barbería  junto a la Posada de la Fruta, sita en la calle del Ganado, frente al Bar Rueda. tienda de bebidas felizmente reabierta. Manolo Cordones, a la sazón uno de los  empleados de esta barbería que seguramente atendió eficazmente,  más de una vez a Bootello, por lo que éste le  ofreció montarle una barbería en La Placilla, a cambio de un alquiler razonable. Los dos eran hombres de bien y de palabra, por lo que la cosa llegó a buen puerto. La barbería si mis datos son ciertos, se puso a nombre de: Milagros Bootello Tardío, hija del anterior y abrió sus puertas al público en los primeros años de la década de los cincuenta del siglo pasado. Estaba bien equipada y contaba con unos sillones tipo americanos, que   a los niños nos encantaban. Y es que para que perdiéramos el miedo, nos invitaban a  algún caramelo y a  dar una vueltecita en el sillón, y así se ganaban nuestra confianza,  para que estuviéramos quietos a la hora del corte de pelo. Recuerdo como a los más pequeños nos ponían una banqueta encima del sillón, y  el peinador para que no nos entrara pelo. Manolo Cordones Serpa era muy buena persona y  un jefe estupendo para sus empleados, al igual que Manuela su mujer. Con su hija la menor, Loli tuve mayor trato.

JOSÉ FEU GONZÁLEZ.
Su primer empleado fue Pepín. Lo recuerdo perfectamente, porque además fue buen amigo de mi padre, pero quizás tenga más recuerdos de él, en su barbería de la calle Nevería, frente al Bar la Liga. Otro de los empleados fue José Feu González. Un hombre  rubio y apuesto,  que vino al Puerto, procedente de Ronda en 1958. En seguida se colocó en la barbería y es algo que siempre le agradecerá  a Manolo Cordones, al que considera una de las mejores personas que ha pasado por su vida. Cosa, que dice mucho de él, pues como no podía ser de otra manera, a jefe bueno, empleados igual de buenos. Ambos dos, compaginaban su labor, en la barbería de la Placilla y  en  la Base de Rota.

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José Feu González, los hermanos Pérez y Antonio Collantes, el niño con la camisa blanca que empezó su oficio en la barbería.

José, aun hoy se sigue acordando de su gente de La Placilla, por las que guarda un sincero cariño. Así, recuerda con afecto a Agustín Vela (ver nótula núm. 326 en Gente del Puerto) y Carmela Durán (ver nótula núm. 1.536 en Gente del Puerto), Ángel y Maximino Sordo (ver nótula núm. 1.884 en Gente del Puerto), Luís Jurado, de la taberna de La Liebre; Enrique-, del Refino de los Muertos (ver nótula núm. 150 en Gente del Puerto); Manolito ‘el Cochino’, Enrique Gago, --por aquel tiempo pescadero-- (ver nótula núm. 585 en Gente del Puerto);  Juan, de las Tres BBB, y tantas  y tantas personas que desgraciadamente ya nos dejaron y sin dudas ellos y el resto de comerciantes eran la alegría de La Placilla.

JUAN LOJO BAREA, ‘LELE’.
Después de la salida de José Feu, entró en la plantilla Juan Lojo Barea ‘Lele’. Había estado trabajando en  Alemania, y a su regreso se incorporó a las órdenes de Manolo Cordones. Gran aficionado a la música y sobre todo a Doña Concha Piquer.  Había traído de Alemania un magnetófono,  y una noche se disponía tranquilamente  a  grabar  a su ídolo, cuando  de pronto su reloj  de péndulo empezó a sonar... No se había dado cuenta de que eran las doce de la noche, y que él  reloj  daba inclemente  y puntual, la hora. Otra de sus aficiones eran las radio novelas. Por aquellos años las sobremesas estaban distraídas, con  novelas como: Ama Rosa y otras. No, no era solo cosas de mujeres, aunque es cierto  que muchas se reunían a esa hora para hacer labores y sobre todo para hacer las mayas de Terry. Algunos hombres también las oían mientras desempeñaban sus trabajos.  No todo iba a ser fútbol, o toros o boxeo.

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Juan Lojo Barea 'el Lele', Antonio Vela Durán, Manuel Mata Domínguez y Listones.

Lele tenía  una gracia innata y buena mano izquierda con los niños, porque a todos nos encantaba que nos diera vueltas en esos asientos giratorios que usaban en la barbería y nunca un mal gesto ni regaño. Se ve, que mi nombre de pila no debió de gustarle porque de un día para otro comenzó a llamarme: Marusela- Maruzella-. Según él, yo me parecía a cierta actriz o cantante de ese nombre  y demás era el título una canción de Renato Carosone  y  se escuchaba en esa época en  la radio. Desde entonces,  jamás me  volvieron a llamar por mi nombre, ni aún hoy.

LOS HERMANOS JOSÉ Y MANUEL R. BARCIA.
Con  los que realmente  tuve una buena  amistad, prolongada a través  de los años, fue con los hermanos José y Manolo Rodríguez Barcia, ‘los Sevillita’. Entró en la empresa como oficial  en 1959-60 con apenas dieciséis años. Tenía carácter, pero era muy noble y cariñoso.  Más de una vez, recurrimos para que nos arreglara algún desaguisado, en nuestros juguetes, para que nos dijera, en que fecha estábamos, o  que películas estaban  en cartel e incluso el numero  de los ciegos. Un hombre todo terreno con mucho arte y mucha humanidad.

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Juan Lojo Barea 'el Lele', 'Vivi' el electricista (por confirmar), José Rodríguez Barcia 'Sevillita', niño desconocido.

Manolo era un chaval de lo más servicial y  amable. Tendría que pensar mucho, para acordarme de verlo con el ceño fruncido o de mal humor. Por el contrario,  yo diría que su eterna sonrisa y su  buen carácter, le han granjeado la simpatía y el cariño de cuanto le hemos conocido y tratado. Aquel verano de 1962 y con solo doce años, ingresó como aprendiz, a las órdenes de  Manolo Cordones.  Como era muy espabilado, en poco tiempo se hizo un gran profesional. Era increíble verle manejar la navaja  a la hora de rasurarles la barba a los clientes, siendo apenas un chiquillo. Y no menos asombroso, la rapidez que tanto su hermano José, como él mismo imprimían a las tijeras al  cortar el pelo. Muchos chavales de su generación y anteriores, apenas pudieron ir a la escuela, por necesidades de las familias, pero el poder tener un oficio era la mejor de las garantías  en aquellos difíciles tiempos.

En 1966,  llamaron afilas a Joselito  el hermano de Manolo.. Como fue destinado en  La Almoraima, en el Campo de Gibraltar, ello y le permitía incorporarse al trabajo los fines de semana, ya que las barberías no cerraban ni los domingos.

Manolito, con tan solo 16 años, tuvo que hacerse cargo de la barbería: la clientela continuo fielmente, y no los defraudó. Algunos días el dueño echaba una mano. Sobre las seis  o seis y media  llegaba a El Puerto el autobús  que traía a los trabajadores de la Base de Rota. Bien porque  hubiera quedado con algún cliente de los que siempre  acostumbraba a atender, por ejemplo a Pepe Basteiro o para comprobar que todo marchaba bien. Manolito se colocó,  durante los años 1968-70- en la barbería Vicente, en calle Chanca, para pasar después a la que había junto al Resbaladero los años 1974-77. Fue en 1978, cuando su vida pegó un giro inesperado y se colocó en la Bodega de Terry, en San José del Pino creo, como vigilante de seguridad permaneciendo en ella hasta su feliz jubilación, transcurridos  treinta y seis años.

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A las puertas de la barbería.

No  sé, si me dejo algún nombre en el tintero, quizás a Antonio Collantes, pero, mentiría si dijera que lo recuerdo con nitidez. (Ver nótula núm. 303 en Gente del Puerto) y que recuerda como era La Placilla en 1950 (ver nótula núm. 366 en Gente del Puerto). De la misma manera, sé que  Julio, cuñado de Fernando Aldana, del bar Tendido Cuatro,  también estuvo en la empresa, pero no lo recuerdo, debí ser muy pequeña.

Esta barbería, cerró definitivamente sus puertas, sobre el año 2000. Y  lo hizo a causa de la enfermedad de José Rodríguez ‘Sevillita’. .Lastimosamente le siguieron otros comercios emblemáticos de La Placilla, con lo que ésta quedó huérfana  de la presencia  y la alegría de sus comerciantes más queridos, entre los que siempre se encontraran todos los que pasaron por aquella entrañable barbería. Si, se apagaron las voces de sus pregoneros, pero nunca su entrañable recuerdo  ni el cariño que tan generosamente nos hicieron sentir. /Texto: María Jesús Vela Durán.

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Las peleas de gallos, una costumbre sanguinaria que todavía funciona por medio mundo, tuvo en El Puerto sus días de gloria, contando con varios cosos a la medida, que todavía se recuerdan e incluso alguno que está todavía en pié en la calle Santa Clara arriba, junto a la que fue bodega de González Rico.

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El conocido chatarrero 'Churrasca', pesando gallos de pelea en una gallera de El Puerto. /Foto: Colección Luis Sánchez.

Y no es de extrañar que se sigan celebrando, en algún ‘deaconocido’ lugar, riñas clandestinas, donde se mueven altas cifras en apuestas que, además, no tributan a Hacienda. La legislación en España, por comunidades autónomas, es bastante irregular en este mundo de navajazos y espuelas gallísticas, que guarda cierto parecido a la política local. Una gallera, el lugar donde pelean los gallos, donde se azuzan a los gallos e incluso se les ponen espolones artificiales para hacer mas daño e infligir la muerte a su oponente, es una tradición de toda la vida en El Puerto.

También en la política local de los últimos años. Algunos productos de nuestras bodegas han llevado asociado a sus marcas nombres relacionados con este ¿deporte? que, al igual que los toros despierta pasiones encontradas. En la calle la Arena existía otro afamado Reñidero de Gallos al que asistían famosos de la época, entre otros el torero Rafael Ortega quien, metido en el ambiente, casi se olvida de cumplir con la corrida que tenía contratada: “Maestro que son las cinco menos cuarto” y Ortega se fue corriendo a la pensión Loreto a cambiar su ropa de paisano por el traje de luces.

En El Puerto, incluso se criaban y exportaban gallos de pelea con el marchamo nuestra Ciudad, a países latinamericanos donde esta afición permanece viva; hoy, de seguir existiendo, hasta tendrían página web y pondrían el logotipo del vapor en su publicidad. Pero en esto de las peleas de gallos, de las apuestas, si había algo que merecía la pena: el valor de la palabra y del apretón de manos. No hacía falta que se firmaran contratos ni adquirir boletos. Si en el previo al combate se acordaba una apuesta –o durante el desarrollo del mismo- la palabra bastaba para que, el perdedor, cumpliera con su compromiso de satisfacer la deuda.

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Reunión en la Bodega ‘La Gallera en la calle Ganado arriba casi esquina con la calle Yerba’. Reunión de algunos funcionarios del Ayuntamiento. Arriba de izquierda a derecha, podemos ver a Manuel González, Francisco Domínguez, Antonio González Rivera, el Maestro Dueñas, con nótula propia en Gente del Puerto, núm. 197, a su lado, Francisco Lara, funcionario de Aguas y desconocido. Abajo, Pablo Cerdá, Antonio Torres, Juan Ignacio Pérez Salas, Vicente Terrada, que vivía junto al Bar Manolo y y José Luis. La fotografía está tomada el 27 de diciembre de 1961. (Foto Rafael, Cruces, 27). /Foto: Colección Javier González.

En la gallera de la política local, (donde ya se confunde la parte con el todo y el dedo con la luna), perdón, quise decir de la calle la Arena, cuando un gallo ‘cantaba la gallina’, le retorcían el pescuezo y Milagros lo guisaba con arroz. Ese era día de fiesta en el Reñidero, donde José de los Reyes, ‘El Negro’ cantaba por martinetes, ese palo del flamenco que, dicen, era tan genuino en El Puerto. Y es que las gallinas no deben  jugar a ser gallos, ni soltar un cacareo a destiempo, no vayan a confundirlas con cualquier otro tipo de animal menos… noble. Sobre todo ahora, que están próximos los días de arroz y gallos muertos. /Texto: José María Morillo.

 

 

Puesto del Caimán, 8 hijos, trabajó  Ayto

A mediados del siglo XX existía adosado al mercado central, un puesto de frutas y verduras que era conocido como el ‘Puesto del Caimán’, regentado por Vicente Sánchez --con el tiempo funcionario municipal, casado con Manuela Arenas, padre de 8 hijos, entre ellos del querido y desaparecido Vicente Sánchez Arenas, ‘el policía de la calle San Juan’--, y que era conocido como Vicente Loliti.

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Las llamadas Cuatro Esquinas de El Puerto de Santa María forman parte de la más añorante historia portuense. Ya sé que todas las confluencias de dos calles tienen cuatro esquinas pero en El Puerto hay una llamada así, por antonomasia. La formaban, entre Larga y Luna,  la Cervecería, el Refino, los Tejidos de D. Mariano Gutiérrez y la Confitería La Campana.

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Tres de las Cuatro Esquinas, con la calle Larga y la Sierra de San Cristóbal, en lontananza.

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La Campana, en primer término a la derecha.

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Una imagen del famoso crucero de Larga y Luna, tantas veces fotografiado.

Igual que “el patio de mi casa” las Cuatro Esquinas del Puerto son enclave peculiar, cuando allí sopla el Levante, sopla más que en las demás.  Y es que el Levante se frena cuando llega a la Fuente de las Galeras, forma cauce en la Calle Luna, se reconforta en las Cuatro Esquinas y espera , todavía hoy, qué antiguo, poder refrescarse en el Pilón de San Juan, calle arriba...

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El mismo sitio, fotografiado en la actualidad.

La Cervecería, en la Calle Larga, luego Bar Central de Maximino Sordo, era aledaña a la casa de los Grant, y más allá estaba la Zapatería de Juanito Gilabert. Esta zapatería no era una tienda de venta de zapatos, como son ahora, sino que los fabricaba, con una gran categoría y fama del fabricante y de los clientes. Gilabert no era un zapatero vulgar sino un señor con su correspondiente categoría social, que surtía a la más distinguida clientela del Puerto, de Jerez y hasta de Sevilla.

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El interior del Bar Central, ante de su remodelación realizada por el arquitecto de Los Santos, hoy Banco de Andalucía.

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La cafetería Central, hoy Banco de Andalucía, en febrero de 1978. /Foto: Rafa. Archivo Municipal.

juanignaciovarelagilabert_puertosantamariaYo recuerdo a su sobrino Juan Varela Gilabert, en la imagen de la izquierda, (ver nótula núm. 1.047 en GdP) que heredó la tienda y que no era zapatero sino fino poeta e inigualable conversador, cuando todavía tenía clientela en Sevilla, de lo más rancio y aristocrático, por cierto.  Juan se desplazaba a Sevilla para “tomar medidas”. Para dicho cometido, se estaba algo así como una semana en la recordada Pensión San José, en la sevillana calle del mismo nombre, nido de estudiantes y residente ocasional de los grupos de “vicetiples” que actuaban en el Teatro Cervantes. Juan, repito, deleitaba a los huéspedes de dicha Pensión, con divertidísimas y cultas historietas. En la Zapatería Gilabert, por cierto frente a la histórica Casa Lucas, trabajó Tobío, que luego fue ordenanza en el Instituto Laboral, que afable y cumplidor, compartía con su compañero Manolo Camacho, el toque de la famosa campana del Instituto para anunciar el final y el comienzo de cada hora de clase.  Manolo fue Conserje en dicho Instituto una vez que finalizó su aventura comercial en su Refino de la Calle Larga, lindando con la que fue  Farmacia de Pernía, en donde trabajó Domingo Monge Atalaya (ver nótula núm. 1.941 en GdP),  y luego de José María Viqueira.

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Donde hoy se encuentra Talgo Boutique, se encontraba el Refino de Piñero, frente a Tejidos Lerdo, donde vivieron sus sobrinos, los Lerdo de Tejada. La imagen es de  febrero de 1978. / Foto: Rafa. Archivo Municipal.

En la acera de enfrente a la Cervecería estuvo el Refino de Piñero, que en últimos años lo recuerdo regentada por dos señoras, que traspasaron el negocio a Pepe Sánchez Cossio, que abrió en su lugar lo que fue muy moderno establecimiento llamado Auto-Radio, que obró con la colaboración técnica de Luís Babiano. Luís, compañero y colega de D. Juan Villar ejerció como Ayudante de Obras Públicas en lo que entonces se llamaba Obras del Puerto, cuyas oficinas estaban la Calle Nevería.

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La calle Nevería, en 1926, cuando se llamaba Castelar. A la derecha, el edificio donde luego estaría, de nueva construcción, Tejidos López, mas adelante, Obras de El Puerto.

manolocarrillolucero_puertosantamariaEn esas Obras del Puerto, en cuya Dirección hay que citar a D. Antonio Duran, a D. Juan Machimbarrena, a D. Manuel Álvarez Aguirre y a D. José Antonio Español (ver nótula núm. 1.892 en GdP), prestaron sus servicios, entre otros conocidos amigos, como chóferes de grato recuerdo, Sánchez, padre del que llegó a ser muy buen futbolista local Sánchez Escalante, y Rafael, ceremonioso y educadísimo en los gestos de su oficio.  En dicho Refino de Piñero, trabajó mi buen amigo Manolo Carrillo --a la izquierda de la imgen-- (ver nótula núm. 076 en GdP), entre polifacéticos quehaceres, con el buen humor que le caracterizó. Recuerdo que un día Manolo anunció a las dueñas, con gran aspaviento y escándalo,  que un “viajante en cueros” se empeñaba en visitarlas, consiguiendo alarmarlas antes de poner en claro la situación. El chiste es viejo, pero Manolo  consiguió la escenificación adecuada.

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Tejidos Mariano Gutiérrez, en la calle Larga esquina a Luna.

En la otra esquina de las Cuatro, estaba la Tienda de Tejidos de D. Mariano Gutiérrez, sesudo paseante en los días festivo, del brazo de su mujer y acompañados por su ahijada la Srta. Lora.  Don Mariano era muy aficionado a la cacería y salía a las tórtolas con una escopeta “de siempre”, que no tenía “papeles”. Un mal día lo interceptó la Guardia Civil y un uso de su más elemental obligación, se los requirió. Don Mariano se extrañó, fue al coche y los que encontró no fueron de la satisfacción de dicha Guardia, rechazándoselos.  Entonces D. Mariano, azorado, pronunció la famosa frase: “--Pues eso es lo que hay y con eso hay que apañarse”.  Por supuesto que se quedó sin la escopeta.

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Casa Lerdo, vista desde la calle Larga, a la derecha, confitería La Campana.

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Tejidos Lerdo, vistos desde la calle Luna.

Los Tejidos Gutiérrez fueron traslados a José Lerdo de Tejada, sevillano que se afincó El Puerto, y que fundó los conocidísimos, en su día, Tejidos Casa Lerdo, modernizando el negocio con la colaboración de su mujer Pepita Labat, también de Sevilla, y otras colaboradoras entre las que quiero citar, como no, a Milagros Cristóbal.  También recuerdo a su hijo Pepito Lerdo, que hizo sus pinitos como torero y que cuando declinó, se dedicó o dedica, en Sevilla, a apoderamientos y asuntos taurinos y que aparece en la imagen de la izquierda. Al Puerto vinieron también sus sobrinos, los hermanos Lerdo, amigos nuestros hasta el presente, que vivieron en  Luna esquina con Larga, precisamente frente a la Tienda de Tejidos.

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La confitería La Campana a la derecha, frente a Tejidos Mariano Gutiérrez.

Cerrando el esquinerío de las Cuatro, en la otra estaba la Confitería La Campana, atendida por el bueno de Juan Luís Hernández, con sus desplazamientos en bicicleta. De la Campana he comido los más inimaginables y ricos merengues de fresa, con aquel almíbar inigualable del que todavía me relamo. En el piso alto de La Campana dando con la calle Luna, en el martillo que formaba el edificio,  vivieron los Castilla, entre los que recuerdo a Federico (poeta y músico que escribió, por ejemplo, el himno del Racing Club Portuense. Pregunto ¿qué ha sido de la obra musical y poética de Federico?), a Marina, a Santiago (amable siempre en su cometido como empleado en el Banco Hispano) y, sobre todos, a Elías, entrañable amigo y compañero en la Academia Poullet, sobre el que todavía tengo pesares de lejanía, desaparecido prematuramente. A Elías, que tan pocos recuerdos mundanos dejó, salvo su tímida sonrisa premonitoria de muchos sufrimientos que creo que luego padeció, le envío, donde quiera que esté, que puede que yo lo sepa, al cabo de muchos años de recuerdo, mi sentimiento de la oración persistente.

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El Banco Hispano Americano, el 23 de febrero de 1978. /Foto Rafa. Archivo Municipal.    

El edificio de La Campana fue derribado, creo que a comienzos de los cincuenta, y  allí el Banco Hispano Americano erigió el edificio que hoy ocupa el Banco de Santander. Su segunda planta la estrenaron nuestros amigos Carlos Cuvillo Jiménez y Charo Arias Molleda, antes de trasladarse a su chalet en la Hijuela del Tío Prieto.

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Las Siete Esquinas, antes y ahora.

Quiero finalizar recordando que nuestro pueblo/Ciudad –Muy Noble y Muy Leal Ciudad del Gran Puerto de Santa María, que no se le olvide a nadie; ni hoy-- es peculiar en muchas cosas, por ejemplo en la existencia de la antonomásica, citada y descrita someramente, Cuatro Esquinas, además de tener el otro característico enclave de las Siete Esquinas, adornadas éstas, por cierto, con el oloroso aroma de los vinos que se crían en sus alrededores; las Bodegas Osborne  y la que regenta mi querido amigo Edmundo, que acoge ese delicioso patio florido, que es enjundia de familiares reposos portuenses.

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La plaza de las Galeras, el Vergel del Conde, el Parque Calderón y, al fondo, la calle de la Luna.

Pero en este manojo de Esquinas del Puerto, yo quisiera ¿por qué no?, fundar otra: Mi Esquina. Esa es, la que forma la Calle Luna abajo con el llamado Vergel del Conde, que tantas veces doblé camino de mi casa, entre la de Bish y el garaje de Pepe Bononato.  Ni Cuatro, ni Siete; Una, la mía. Permiso. Y esta es la historia, más o menos --seguramente menos-- que yo recuerdo de las Cuatro Esquinas del Puerto. Otro día, si D.q., las otras. /Texto: José López Ruiz.

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Una 'conchinchina' en Bodegas Grant. /Foto: Silvia Guzmán.

Estos días he escuchado una expresión, hoy bastante en desuso, pero que se guarda como habla específica del mundo de la vitivinicultura: la ‘conchinchina’. Este es un artefacto en forma de caseta de playa, de no más de medio metro, con su tejadito a dos aguas y la abertura en el lugar de la puerta, con una vela dentro. Se usaba, hasta no hace muchos años para ver la pureza, la claridad de los vinos. Se colocaba la copa en el interior, delante de la vela y se podían apreciar los aspectos visuales de los vinos que se estaban criando y ensolerando en nuestras bodegas. Habitualmente, este mueble bodeguero se situaba en el sitio más oscuro de la bodega –para realzar el contraste a la luz de la vela- y también en el más lejano de cualquier dependencia de las naves de crianza. De ahí que se le llamara la ’Conchinchina’; aquí siempre la dijimos con una letra ‘ene’ de más).

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Mapa de la Cochinchina. /Foto: Manhhai.

Porque la Cochinchina geográfica es el nombre que los franceses le pusieron hace un par de siglos a la zona del sur de Vietnam, a la altura de Saigón y el delta del Mekong. Cuando los vecinos franceses se adueñaron completamente del Vietnam, le cambiaron la denominación pasando a ser Indochina (los actuales Vietnam, Laos y Camboya). Y como España participó con desigual fortuna en la conquista de Cochinchina a partir de 1859, aquí nos quedamos con el nombre arcaico. Y ya se sabe que el ingenio, la asociación de ideas, y el habla de nuestra zona es único a la hora de poner nombres, sobrenombres y motes. Y así motejaron al artilugio para ver algunas de las cualidades organolépticas del vino, que estaba tan lejos como la Cochinchina.

Por eso, cuando aquí mandamos a alguien lejos lo mandamos a ese sito, de forma despectiva: a la oscuridad, a la soledad, a donde las moscas del vino custodian el silencio bodeguero. Al ostracismo de los políticos griegos. Y es que eso tiene la política, y detentar cargos de cualquier clase y condición, que lo mismo pone que quita, mediante los votos y el mandato del poder ejercido mediante éstos. Que lo mismo estás en la zona noble, en todo el cogollo, con mando en plaza, que te mandan a semejante sitio, a la ‘conchinchina’. Y eso es de agradecer.

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Explicación se semejantes palos de barco. /Foto: Ignomano.

Imaginen si no, cuando en Cádiz mandan a alguien a hacer guardia a cierto palo de los grandes veleros. A la ‘verga’ –la mayor del palo de mesana que no lleva vela- también conocida como ‘carajo’, con la despectiva frase hecha de: “Vete al carajo y dile a tu madre que te has caído” de donde, por cierto, parece provenir el término carajote. Y es que tenemos un habla tan alambicada… /Texto: José María Morillo.

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Fundada nuestra ciudad en 1264, este año se cumplen 750 de la ubicación del Mercado en el espacio donde hoy sigue. / Foto, Joaquín Cordero.

El Bar Vicente es algo más que uno de los establecimientos comerciales más queridos y entrañables de El Puerto, por el que han parado varias generaciones de propios y foráneos. Porque además de ofrecer –como decían los antiguos- un esmerado servicio en un grato ambiente, conserva entre sus paredes la solera que sólo el paso del tiempo deja en los espacios cargados de historia. Como éste, ubicado frente a la Plaza de Abastos (1874), donde siempre, desde la misma fundación de la ciudad a mediados del siglo XIII estuvo, al raso y en linde al recinto amurallado medieval, el Mercado.

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Reconstrucción por Juan José López Amador de El Puerto en el siglo XIII. Arriba, la situación del Mercado.  

El mismo bar ocupa parte de lo que fue la Carnicería Pública, la que se construyó en 1692 seguramente sobre otra anterior, donde se agrupaban los tablajeros con sus ‘tablas’ para abastecer a la población. Su huella pervive en las columnas y arcos cegados del bar  y en la fachada, que es la de la vieja Carnicería, que tenía su acceso principal por la calle Sierpes, en la casapuerta de la casa lindera al bar. Sólo se cambió, en 1881, la actual esquina achaflanada, que originariamente se cortaba en ángulo recto. Y enfrente, entre las calles Ricardo Alcón y Ganado se encontraba el Matadero, el anterior al que en 1699 se edificó a las afueras de la ciudad (exsede del Imucona).

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Columnas y arcos tapados de la Carnicería del siglo XVII. / Foto, Javier Nucete Alba

En el interior de la Carnicería se estableció, en fecha incierta, una capilla en la que los tablajeros ofrecían misas y donde en 1750 se dispuso el cuadro de la Inmaculada Concepción (de origen franciscano) que hoy se custodia y venera en el Mercado de la Concepción.

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La capilla del Mercado de la Concepción con el cuadro de la Inmaculada.

Al inaugurarse éste, el 29 de octubre de 1874, el inmueble dejó de cumplir su tradicional función. Después, durante algunas décadas sus paredes albergaron algunos puestos para la venta de diversos productos, convirtiéndose en una prolongación de la Plaza. Por ejemplo, en 1896 había un ultramarinos de Manuel Quevedo, una lechería de José Pavón, un puesto de lozas entrefinas de Manuel Ortega, dos tablas de carne de Antonio Castro y José Vázquez y un despacho de vinos, El Tiro, de Bonifacio González.

Entre 1904 y 1916 se estableció en una parte del local un ultramarinos de Genaro Molleda Colosía, un montañés del valle de Herrerías que se asentó en nuestra ciudad siguiendo los pasos de sus hermanos Sinforiano y José, propietarios de una taberna en La Placilla esquina a Santa María, que por último fue El Cafetín del reciente cierre (ver en GdP nótula núm. 1884). 

LAS MELLIZAS.
Pero lo que yo quería –que me voy por las ramas- era compartir con el lector y comentar una vieja imagen que Miguel Sánchez Lobato gentilmente me facilitó, de cuando el Bar Vicente era Las Mellizas, tomada hacia el año 1928 desde el acceso al local por San Bartolomé hacia la actual cocina, que es la que muestra a continuación.

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Foto núm. 5. /Colección Miguel Sánchez Lobato.

Apoyado en el mostrador de caoba y cubierto con boina montañesa está el propietario del establecimiento, José Ruiz Sordo, apodado ‘el Rubio’, un metro noventa de montañés nacido en la aldea de Camijanes en 1885 y que a El Puerto llegó, tras estar un tiempo en Cuba, en 1917, un año después de que su paisano Genaro Molleda cerrara el ultramarinos.

Hacia 1919, tras desmantelar las accesorias de los antiguos puestos que dividían el solar, abrió el establecimiento de vinos, café y licores que bautizó con el nombre de Las Mellizas, también conocido por su apodo. Una vez asentado el negocio, en 1922 vinieron de La Montaña para quedarse su esposa y paisana, Nieves Linares, y sus dos hijas, las mellizas Paquita y Nieves, de cuatro años, de quienes tomó el nombre el bar. Están en el centro de la foto, junto a un primo y dos primas, Luisa y Efigenia, ‘Nena’, que son  quienes también aparecen en esta otra imagen tomada entonces.

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Foto núm. 6. De pie, las mellizas, Nieves y Paquita. / Foto, Francisca Ruiz Linares.

barvicente_epf7_puertosantamariaLos dos chicucos situados a la izquierda en la vieja foto, --que aparecen en la foto 5 en detalle a la izquierda de este párrafo-- por la edad que aparentan, deben ser Remigio Valle Rubín y Daniel González Escandín, también de Camijanes, donde nacieron en 1905 y 1906, que continuaron trabajando con El Rubio hasta bien avanzados los años 30.

Detrás de ambos, colgado en la pared está el comandero, donde se anotaban las consumiciones de las mesas, que hoy se conserva en el bar, al igual que el bandejero y los anaqueles de las botellas, elementos que formaron parte de un mismo lote adquirido por El Rubio (la misma madera y los mismos apliques decorativos). Y también se han conservado  de tiempos de Las Mellizas las dos bolas metálicas (fotos 5 y 6) donde los camareros guardaban las aljofifas, los paños o bayetas de limpiar las mesas, que son las mismas –más pequeñas- que tenía La Fuentecilla, como veremos en una fotografía más abajo.

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El comandero y bandejero de los tiempos de El Rubio. / Foto, María Antonia Álvarez Oreni. 

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En la pared, los viejos anaqueles conservados desde la época de Las Mellizas. Tras el mostrador, el desaparecido Manuel García Gómez ‘el Tabique’, con nótula propia en GdP núm. 655,

Volvemos a la foto 5. Quienes están detrás de las niñas deben ser los otros dos dependientes de Las Mellizas en sus primeros años, Ceferino Gutiérrez (Carmona, Santander, 1901) y José Noriega Espinosa (Camijanes, 1894), que pronto se abrió camino llevando negocios propios: que yo sepa, un almacén de comestibles y bebidas en Larga esquina a Ángel Urzáiz y otro en Zarza-Santa Clara, Las Américas (que terminó siendo el Bar Victorino).

Destacan en la foto los dos reservados que se ubicaban donde hoy la cocina del bar -más otros dos que existieron junto a la fachada de Sierpes- y delante de ellos –en el espacio que hoy da paso al salón interior- el habitáculo donde se guardaban los enseres del establecimiento. Camarotes que eran parecidos a los del restaurante La Fuentecilla (en Larga esquina a Ricardo Alcón y Ganado, cerrado en 1952), según se aprecia en la imagen que ofrecemos a continuación.

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Al fondo, dos de los seis reservados de La Fuentecilla en una imagen tomada el 19 de enero de 1930, con el personal (33 cuento) antes de servir un banquete organizado por Luis Suárez Cofiño en homenaje al industrial Daniel Martínez García (con nótula en GdP núm. 656), recién elegido, en Barcelona, presidente de la Confederación Gremial Española. /Foto: Francisco Sánchez Pérez ‘Quico’, cedida por Ángel Lozano Sordo.

Nada que ver estos reservados de La Fuentecilla y Las Mellizas con los célebres de La Burra: aquéllos industriales y con prestancia; los de la emblemática y añorada taberna, rústicos y populares, como buena parte de los parroquianos que la frecuentaron desde que abrió sus puertas mediado el siglo XIX.

También compartieron Las Mellizas y La Burra -en ésta al interior de algunos de los camarotes y en el pasillo que los enfilan- los azulejos que a media altura aún decoran las paredes del Bar Vicente, facturados en la sevillana fábrica de Mensaque.

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Al interior y exterior de los camarotes de La Burra (ver en GdP nótula núm. 489) los mismos azulejos de Las Mellizas-Bar Vicente. /Foto: Fito Carreto.

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La Fuentecilla (ver en GdP nótula núm. 1061) hacia 1942, junto a la mampara que dividía el bar de el comedor. Sujeta a la columna, la  bola donde se guardaban las aljofifas. / Foto, Francisco Sánchez Pérez ‘Quico’, cedida por Emilio Sánchez, hijo del hasta entonces propietario del restaurante, José Sánchez Gil. 

LOS DOS PEPES
José Ruiz Sordo ‘el Rubio’ falleció en octubre de 1948. En el 45 había traspasado el negocio al portuense José Sánchez Sousa, que lo llamó Los dos Pepes (él y su hijo), nombre que ya tenía desde comienzos de los años 30 la panadería que tenía abierta entre Las Mellizas y la Casa de los Leones, ampliada a confitería y tienda de comestibles en 1940. Ambos locales se comunicaban entre sí desde los tiempos de ‘el Rubio’. Continuó llevando el ultramarinos durante años, hasta que pasó a manos de la familia Ojeda, la de la confitería La Perla, cerrando en los 80, cuando era el autoservicio Los dos Pepes.

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A los cinco años de hacerse con el bar, en 1950, asfixiado por problemas económicos, decidió cambiar de aires y se estableció en Cádiz, donde en 1960 abriría una panadería-confitería-charcutería  en la calle San Francisco y después una sucursal en la plaza Mina, donde elaboró sus célebres picos brasileños, tan célebres como su Mini (versión furgoneta) en el que hacía los repartos acompañado como copiloto por una muñeca hinchable vestida según la ocasión: en verano, con traje de baño; en feria, de gitana; en Semana Santa, con mantilla…

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Fue Pepe Sánchez Sousa, al que llamaban Machaquito (no sé si por el torero o por el anís), un tipo simpático y de buen carácter, muy trabajador, algo extravagante y siempre vestido con gorro y guayabera o chaqueta blancas. A pesar de los pocos años que llevó el bar, dejó huella en sus parroquianos por su buen hacer y su peculiar manera de ser, y de hecho aún el bar se nombra también por su antiguo nombre, por economía de lenguaje, Los Pepes.

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LOS TRES VICENTE 
En 1950 concluyó la segunda etapa del local como bar y comenzó la que ha llegado a nuestros días. El 27 de mayo de aquel año se hizo con el local otro montañés de Camijanes, Vicente Sordo Díaz, que a El Puerto llegó en septiembre de 1937, cuando tenía quince años, para trabajar con su hermano Maximino, que días antes de estallar la guerra civil comenzó a llevar El Resbaladero y que antes ya había trabajado, con su hermano Cosme, en Las Mellizas. En el 42 Maximino tomó La Fuentecilla, trabajando con él su hermano Vicente, a quien le subarrendó el negocio en julio del 48 en aparcería con José Terrazas ‘el Balilla’. Luego Vicente tuvo  el Bar Pavoni, también en la calle Larga, hasta que se independizó para llevar Los dos Pepes, al que rebautizó como Bar Vicente. Retomó así el local la familia Sordo, pues José Ruiz Sordo, ‘el Rubio’, era primo de su padre, Francisco Sordo Rubín.

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Vicente Sordo y su hijo Vicentín cuando era Vicentín. La pared cegada entre las columnas cerraba lo que hoy es la cocina. Al fondo, el comandero de Las Mellizas. / Foto: Bar Vicente.

Aquí permaneció Vicente durante 62 años, toda una vida, que es la que lleva su hijo Vicente, mi amigo y hermano, de quien hace veinte años escribí y ahora lo reitero que es todo un experto en el difícil arte de saber estar detrás de un mostrador; y delante, añado ahora. Y con él su hijo Tito, la tercera generación de los Vicente Sordo, que sigue el camino que comenzó su abuelo, el montañés que con el merecido respeto y el afecto de todos los portuenses se quedó para siempre con nosotros y del que el próximo 28 de mayo se cumplirá el segundo aniversario de su fallecimiento, que es lo segundo, además de mostrarles la vieja foto de Las Mellizas, que yo quería destacar, y decirle desde el recuerdo al patriarca que por el bar, aunque en El Puerto andan las cosas como andan, todo va bien. Sabe que lo dejó en buenas manos y que en ellas seguirá durante muuuucho tiempo. / Texto: Enrique Pérez Fernández.

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Vicente Sordo en su tierra, junto a la ermita de San Antonio del Monte Corona, en el municipio de Valdáliga. Hasta siempre, Vicente.  

Más información del Bar Vicente en Gente del Puerto:
Nótulas, núm. 14, 977, 1.225, 1.891.

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En la imagen, rederos al final de la zona portuaria, en la que fue Avda. de Enrique Martínez hoy de la Bajamar, en una configuración actual bastante cambiada, en los años 70 del siglo pasado. /Foto: Rafa.

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La Bajamar, la Avenida de la Bajamar, fue buque insignia de la marinería pesquera portuense. La conocí, no hace muchos años, como Avda. de Enrique Martínez. El Sr. Enrique Martínez y Ruiz de Azúa, bajo la Presidencia Provincial de Puertos  de D. Julio Merello, fue, en los alrededores de 1899, el urbanizador de tan importante –social y económicamente- calle portuense. Ha sido olvidado, ejerciendo ingratitud no justificada.

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Vicente González Lechuga, en 1944, en un coche de caballos, con su madre, su abuela Milagros Bruzón, su tata Milagros y su hermano José Ignacio. /Foto Colección V.G.L.

LOS COCHES DE CABALLOS.
A la Bajamar la he conocido cuando su principal misión circulatoria estaba alrededor de los veraniegos coches de caballos que nos llevaban y traían de la playa de la Puntilla, única entonces en El Puerto, previos “purgantes”, para los preceptivos y rigurosos baños de 10 minutos, y quince días cada temporada. Los coches del Piriñaca, Mancera, Salmerón, Felipe, Ariza etc. han formado parte de la historia del verano portuense, que ya pocos tenemos edad de recordar, con sus breaks, jardineras, milords, etc. Es de mencionar el placer inigualable que a los adolecentes de aquella época nos proporcionaba el ir a la Puntilla en el pescante de uno de aquellos coches.  Luego, la Bajamar ha sido testigo de las idas y venidas del celeste autobús de Bootello, con mi buen amigo Gabriel en su estribo, organizando los viajes, dando fin (¿) a la entrada de viajeros, que apretadamente, nos acomodábamos felices –-qué tiempos-- en su interior.

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El Hospital San Juan de Dios, y la capilla de los Afligidos. /Foto: Hda. Afligidos.

HOSPITAL SAN JUAN DE DIOS.
A la Bajamar daba su espalda –-todavía hoy cadavérico-- el Hospital de San Juan  de Dios, siendo su Director, D. Plácido Navas, padre de Carmen Navas, vecinos míos en el  Parque (claro que me refiero al Parque Calderón), en los bajos de la casa donde nací y viví muchos años. Carmela, soltera,  me dedicó especial cariño y me inició, junto con mi cuidadora Teresa, en mis primeros paseos por el Parque. A ambas, ya en feliz y eterno descanso, dedico emocionado recuerdo.

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El Parque visto desde las azoteas. /Foto F. Pérez.

El Hospital de San Juan de Dios vivía bajo escasísimos recursos del patrocinio municipal, acogiendo a los que ya entonces, desprovistos de la menor ayuda social, estaban a merced de la llamada Beneficencia. Se sostenía por el nunca bien ponderado sacrifico de las Hermanas de la Caridad, que aún en aquello tiempos de absoluta indigencia, sostenían con alegría y esperanza, la pesada carga de sus impolutas tocas. Benditas sean. El Hospital aparecía engalanado y alegre, con repiqueteo de la campana de su Capilla, cada 8 de marzo, festividad de su Patrono, San Juan de Dios. Como otros tantos sonidos portuenses, ya adormecidos, yo todavía tengo presente el alborozo de dicho campanario. Seguro que las Srtas.  Bish,  Antonio Ruiz de Cortázar,  los Riva y los Salmerón, también.

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Febril actividad en el cantil del muelle: cajas, porteadores y estibadores, hielo, ...

LA PESCADERÍA.
En la Bajamar estaba nada menos que la Pescadería, en los tres asentamientos que creo recordar en la banda portuense del Rio, por iniciativa de D. Juan Machimbarrena, D. Manuel Álvarez y D. Juan Villar. La Pescadería fue fuente inagotable --parecía serlo-- de riqueza portuense, aunque para algunos marineros, significó un esfuerzo inasumible hoy. De allí salían los camiones cargados de cajas de madera, acondicionadas (¿) con hielo para la subasta madrileña de las primeras horas de la mañana; a toda mecha para llegar a tiempo. Debe hacerse constar las precarias condiciones que tenían que sortear dichos camiones  --todavía no se sabe cóm-o- para soportar la durísima carretera hasta Madrid, pasando por el tremendo Despeñaperros. Loor a aquellos temerarios y abnegados conductores, de cuyo esfuerzo fue beneficiaria la lonja portuense.

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Tras la barra del Restaurante ‘El Resbaladero’, propiedad de Maximino Sordo en 1960, podemos ver, de izquierda a derecha a Pepe Ríos, Elías a la sazón encargado del Restaurante, oriundo de la Montaña, el maestro repostero Pepe Mesa González, el niño es Guillermo Salas que hoy trabaja en APEMSA y Florencio. Al fondo, el cocinero José, ‘de toda la vida en el ‘Resbalón’.

Los armadores de entonces, señores de la Pescadería, era gente importante, tales como José Agarrado, Juan Hernández, los Tripa, la Abuelita, etc. Yo recuerdo, anecdotariamente, los “zafes” después de la subasta de lo pescado. Por ejemplo, presencié muchas en aquel pequeño local que tenía el armador conocido como la Abuelita, en el Resbaladero, esquina a Pozuelo. Allí, mi abuelo Paché, por supuesto que sin calculadora y antes de haberse inventado el bolígrafo, con lápiz de mina en mano, ajustaba las “partes” que de la subasta del pescado,  correspondía al armador, al patrón, a los marineros, etc. Éstos, tomada la suya, se iban indefectiblemente a la taberna más de su agrado. Y allí era ella. Quiero decir que “ella”, la esposa del marinero, con débitos de todo el mes en Serafín, en Los Caballos, en Suárez, en Casimiro, etc, veían impotentes cómo sus maridos se resarcían, a su modo, de las angustias pasadas en la mar. Porque a las mujeres les estaba vetada la entrada en los “tabernones”. Y con muy poco ya, a casa, y vuelta a empezar. Tremendo, pero así fue.

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La desaparecida casa-palacio que hoy ocupa el edificio de Romerijo.

CASAS DE PESCADORES.
La Bajamar era residencia modesta de los pescadores y marineros. Sus hogares llegaban, con el salto de Buenavista y el Parque, hasta la Plaza de la Herrería, incluido aquella especie de gueto que constituyó lo que hoy es bloque de viviendas en donde está Romerijo. Por la Bajamar, sus casas llegaban hasta la Fábrica de Productos Químicos y Enológicos de D. Augusto Haupold. Yo recuerdo, a este respecto, desde mi cierro del Parque, que en las tardes de bonanza, como un rito, después de la jornada laboral en la Fábrica de Haupold, presenciaba que caminando por la Bajamar hasta sus hogares, regresaba ceremoniosamente el trío formado por D. Antonio Haupold, que vivía en el comienzo de Micaela Aramburu, D. Antonio Pérez, contable de la empresa, que vivía en la plaza de la Iglesia, y D. Emiliano Cristóbal, madrileño, director técnico de fabricación de dicha empresa,  que era vecino mío en el Parque, como muy bien recuerda su hija Milagritos.

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Actividad comercial en la Otra Banda y, en esta, pesqueros abarloados. /Foto: Rafa.

FUNCIONES Y SONIDOS.
La Bajamar, marinera y salina, siempre ha sido importante brazo aledaño del Puerto de Santa María. Ha sido soporte del puente, asidero del Parque, aculadero del Vapor –-nada de Vaporcito--, sostén de la flota pesquera, aspirante a puerto comercial, reposo del Ario que transportaba la sal,  posibilitación del Club joselopezruiz_Gente-del-Puerto_puertosantamariaNáutico, cuna de la Puntilla y fin urbano de la Ciudad. En la conciencia más soñadora y extrema del Puerto siempre se tendrá presente su Bajamar, anclada en el río salino que es el Guadalete del Puerto, y se oirán los pitidos del Vapor, el bullicio de la Pescadería y sus barcos, la campanadas del Hospital anunciando ingresos, el sordo rumor de las vagonetas del embarcadero de la sal, etc. Sus ecos pasaron a la Historia pero su recuerdo nada puede borrarlo. /Texto: José López Ruiz

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Hubo un tiempo, mediado el siglo pasado, es decir en la década de los años cincuenta del siglo XX, en el que cenar ‘pescao del freidor’ era un hábito más que extendido, obligado, para la generalidad de las familias portuenses. Bien es cierto que, como todo en la vida, en el consumo nocturno de esta modalidad gastronómica, había clases y clases; mientras  los pudientes solicitaban cazón, frito o en adobo --bienmesabe--, y esas pescadillitas enroscadas de tan exquisito bouquet y sabroso gusto, los menos favorecidos económicamente o con muchas bocas que mantener debían conformarse --debíamos conformarnos-- con un papelón de ‘memejuelas meonas’ –así denominadas por el fuerte olor, similar al del orín-, una especie de sucedáneo del más popular y de mayor consumo de los diversos productos comestibles del freidor: las rodajas de pescada.

joseluis_freidor_puertosantamariaTodo lo que no fueran las ‘tajaítas’ --que así también se designaban en lenguaje coloquial a los trozos de raya rebozados y fritos-- y esos medallones dorados procedentes de las merluzas al trocearlas transversalmente, debía considerarse delicatessen (chocos, tapaculos, acedías, huevas, etc.), aunque tal carácter tenía igualmente para los pequeños las denominadas ‘mijitas del freidor’, las migajas de toda la fritanga en una deliciosa rebujina que más que alimentos eran golosinas dentro del cartucho grasiento de papel de estraza. «--Deme usted un cartucho de militas». /En la imagen de la izquierda, José Luis, el último gallego de la desaparecida Freiduría Apolo.

En la época que les cito, que es la de mi niñez, creo que había tres o cuatro freidores, regentados todos ellos por gallegos. El más popular e importante ocupaba la escuadra de las calle Ganado y Nevería propiedad de la familia Villar, frente a la confitería de Ojeda ‘La Perla’ --ambos edificios han desaparecido, sustituidos por otros de moderna construcción--, seguido de otro en esa última  calle, cerca del cruce con Palacios, lindando con el popular Bar Apolo, que cerró no hace mucho, cuyo último propietario fue José Luis, apodado ‘el Rape’, (ver nótula núm. 016 en Gente del Puerto).

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Fachada de la calle Postigo, a la derecha la calle Cruces, del edificio en un pésimo estado de conservación, que albergó las instalaciones del freidor de La Gloria.

Existía otro en calle Luna, esquina con Jesús de los Milagros y un cuarto en la calle Cruces esquina con Postigo junto al desaparecido bar ‘La Gloria’, aunque tanto en volumen de ventas como en la amplitud de sus instalaciones los dos primeramente citados se llevaban la palma. 

cruzados_16-jul_1966_puertosantamariaEstos hábitos gastronómicos que fueron diluyéndose hasta casi desaparecer a medida que pasaban las décadas tenían una tradición de siglos. Pascual Madoz en su diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar, editado en 1846,  reseña en su volumen 5º los establecimientos con puerta abierta a la calle de la ciudad de Cádiz y al referirse a los freidores de pescado añade: “cuyo número es prodigioso”, asombrado de la cantidad de freidurías existentes, y completa su ilustración al respecto con este comentario: “La especie de pescado que más abunda en la pescada pequeña que puede decirse constituye el principal alimento de la generalidad del pueblo, pues los muchos freidores públicos que se encuentran repartidos por toda la ciudad, viven y aún hacen capitales, sin más giro ni ocupación que esta tan mezquina al parecer; la misma gente rica la usa generalmente en sus cenas.” /En la imagen de la izquierda, suelto publicado en la revista Cruzados  el 16 de julio de 1966, sobre los malos olores y los freidores.

Siendo un negocio popular y rentable no es de extrañar que por esa misma época --mediados del siglo XIX-- en El Puerto, con una población mucho menor que Cádiz, hubiese más de una docena de freidores públicos. Cinco de ellos estaban situados en la calle Ganado, una arteria muy comercial. Eran sus propietarios Francisco de la Vega, Juan Marchena, Juan Bautista Bula, Andrés Chosenz y Rosa Martínez.  En la plaza --el Mercado-- había un freidor  cuyo propietario era José Iñigo y en su entorno, aparte los citados de calle Ganado, otro en Vicario, propio de José Muñoz y en Cielo, de José Genís. En esta última calle se ubicaban otros dos freidores más: uno, en la esquina con Santa Clara, propiedad de Luis Cuevas González, y otro en la esquina de Lechería --actual Cervantes-- del que era dueño Pedro Palma. En la parte opuesta del casco antiguo, en la esquina de San Bartolomé con Pozuelo (Federico Rubio) había otro, propiedad de Pedro González y, finalmente, José Morro regentaba dos establecimientos, uno en calle Luna y otro en la pescadería.

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En el freidor propiedad de la familia Villar, en la calle Ganado esquina con Nevería, existía un puesto aparte para despachar aceitunas aliñadas. En la imagen, de izquierda a derecha, Miguel Pérez Sánchez; Antonio Ramírez Alejo 'el Peana'; Sebastian Marroquin Gómez; Diego López Romero; y el propietario de la freiduría de pescado, Daniel Villar. 30 de marzo de 1963.

Los bares --como La Galera en su última etapa con un puesto de freidor-- y restaurantes y la única freiduría existente --la de Romerijo-- deberán coger el testigo y ser los que mantengan el prestigio y popularidad alcanzado por esta modalidad siglos atrás para que las nuevas generaciones no se priven de este placer culinario tan peculiar. ¡Viva el pescaíto frito! /Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz. A.C. Puertoguía.

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Una fotografía reciente de Manuel de Jesús, que es su primer apellido, pero conocido por todos como 'Poli'.

Manuel de Jesus Viñas, 'Poli' nace el 25 de julio de 1950 en la calle Caldevilla --o de la Fuente--, siendo el mayor de cuatro hermanos del matrimonio formado por Manuel de Jesús Benítez de 91 años --el pintor que trabajó en el Taller de Cerruti, en la calle Larga, frente a los desaparecidos Muebles Pantoja-- y Milagros Viñas García de 87 años. Estudió en el Colegio existente en la misma calle donde nació y en el de la plaza del Polvorista.

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Clásica fotografía escolar tomada en el Colegio de El Polvorista.

EL MUNDO DEL TRABAJO.
Pronto entró en el mundo del trabajo, con 10 años como aprendiz de hilador de cuerdas de cáñamo, profesión artesanal ya extinguida, redero de artes de pesca, contrabandista de tabaco y café de Ceuta --algo que no oculta--, peón de albañil y por último, comerciante con un puesto propio de Recova en el Mercado de Abastos de Puerto Real, desde 1973, donde sigue, esperando su pronta jubilación, apenas dos años le restan.

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Un joven Poli, en La Arboleda Perdida, entre retamas.

LA ZONA NORTE.
En la denominada Zona Norte de la Ciudad, nace la asociación de vecinos ‘Barrio Obrero’ en el año 1976, por pura necesidad de arreglar los problemas de aquella barriada. Alcanzó la presidencia de la misma en 1985 habiéndola dejado en 2011, donde permanece como colaborador. Y es a raíz de varios accidentes de tráfico acaecidos en el cruce del Cuartel de la Guardia Civil con la antigua carretera N-IV cuando solicitan la puesta de semáforos en dicho punto negro. En un principio la asociación abarcaba toda la Zona Norte, desde la barriada de Los Milagros hasta la de Los Madrileños, segregándose mas tarde para formar cada una asociaciones propias.

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Con unos amigos en la Feria: Antonio Acal Salado, que vive en América; Antonio Ceda García que vive en Barcelona, Álvaro, Villar, Sánchez Zampaña 'el Cheque', y 'el Jerezano', que tenía un puesto de patatas fritas en el Parque Calderón.

EL MOVIMIENTO VECINAL.
Poli se  implica por las necesidades sociales de infraestructura, servicios, sanidad, colegios inexistentes en la zona... «--Antes, hace mas de 30 años,  se reivindicaban mejoras y servicios dentro de los barrios ante la inexistencia de éstos y ahora se fijan mas en la convivencia y el recreo, siendo mas parecidas las asociaciones vecinales  a peñas y entidades recreativas mas que reivindicativas». Manuel reconoce que desde su Asociación y él mismo han sido críticos con los diferentes gobiernos locales, aunque ahora están venidos a menos y sin meterse en tantos compromisos como se hacia en los años 70 y 80 del siglo pasado.

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Durante la inauguración de la calle que lleva su nombre, entre la dirigente vecinal Milagros 'Uchi' Muñoz Gil (ver nótula núm. 404 en GdP), otro vecino y la concejala Ángeles Mancha. 

CALLE MANUEL JESÚS VIÑAS.
El Ayuntamiento ha querido reconocer la labor desempeñada durante años por algunos de sus vecinos más comprometidos. A finales del pasado enero, en la nueva urbanización situada en el Camino del Juncal se inauguraron seis calles que llevan nombres de representantes vecinales de la Zona Norte: Fernando Navarro, Manuel Jesús Viñas, José Gutiérrez Vaca, Milagros Muñoz Gil, Enrique Valle y Rosario García son las personas que dan nombre a estas seis nuevas calles del entorno de las recién entregadas viviendas construidas por la constructora Rochdale.  Numerosos familiares y vecinos arroparon a unos portuenses que siguen dedicando gran parte de tiempo y sus esfuerzos para mejorar la Ciudad, entre los que se encontraba el presidente de la Flave, José Rodríguez y miembros de distintos grupos políticos del gobierno local.

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Poli, en su puesto del Mercado de Puerto Real, acompañado por su mujer, Lourdes Valiente Pérez, con la que tiene dos hijos.

Manuel Jesús Viñas, es uno de los vecinos que da nombre a una de las nuevas calles, acaso uno de los mas reivindicativos y que ha tenido algunos desencuentros con diferentes dirigentes municipales de diferentes grupos políticos, manifestó su satisfacción y recalcó la necesidad de seguir luchando para conseguir más reivindicaciones vecinales.

SEÑALES DE QUITA Y PON.
De muchas anécdotas, recuerda una en especial, en relación con el movimiento vecinal: «--Nos llevamos un año colocando carteles reivindicativos por toda la antigua N-IV en todas las farolas y señales de tráfico desde los viernes hasta los domingos; luego, los lunes, desde el Ayuntamiento ‘se distraían’ quitándolas todas. Un grupo de vecinos ‘robabamos’ esos mismos carteles de la Jefatura de la Policía Local, que se ubicaba en el antiguo Penal y al viernes siguiente las volvíamos a colocar de nuevo, con la complicidad de los propios policías».

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En la Cabalgata de Reyes de 1982 encarnó a S.M. el Rey Gaspar, acompañado en las tareas regias por el dirigente vecinal de Sericícola, Manuel Fernández Rodríguez que aparece en la imagen a la derecha y la periodista Tily Santiago (ver nótula núm. 219 en GdP), que encarnó a S.M. el Rey Baltasar. 

Poli, destaca el ejemplar comportamiento cívico y social de todos los vecinos de la Zona Norte. «--Ha sido un empeño de todos haber conseguido que, durante 20 años, la práctica totalidad de los niños de las barriadas Luis Caballero y Pinillo Chico hayan participado en competiciones deportivas de toda índole, principalmente fútbol sala».

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Eleuterio Sánchez Rodríguez, El Lute , en la actualidad. /Foto: Canal Extremadura.

Eleuterio Sánchez Rodríguez, El Lute (Salamanca, 15 de abril de 1942) es un escritor español, anteriormente fue un famoso delincuente, que aprendió a leer y escribir en la cárcel y cursó estudios en la UNED,  célebre por sus fugas, como la protagonizada desde de la cárcel de El Puerto de Santa María, en la Nochevieja de 1970, hace 43 años. Es autor de un libro autobiográfico titulado Mañana seré libre. En la actualidad reside en Niebla (Huelva). Así nos lo retrata el articulista Pepe Mendoza:

Quiso mejor estar muerto que verse pa toa la vía en ese penal, y aquella nochevieja, como Karina en el festival de Eurovisión, soñó un mundo nuevo y se fugó de la prisión criminal en la que los presos "miraban siempre hacia abajo como burros, sin ninguna esperanza". Para entonces, la calle ya le había enseñado que cuando la vida se pone terca sólo hay dos alternativas: caminar o reventar. Así que relevó a Gento, que ese mismo año había dejado el fútbol activo, y corrió por la España simple de Simplemente María que guardaba debajo de la mesa camilla un millón para el mejor.

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El Lute, con perilla, sonríe en la comisaría --y con él, sus captores-- tras ser detenido en Sevilla en 1973, tras permanecer dos años y medio huido tras su fuga del Penal del Puerto.

Fue el delincuente más buscado, el Bin Laden sin turbante y con caspa del tardofranquismo, sólo que él no delinquía para honrar a Alá, sino a su estómago. Analfabeto pobre, portada de El Caso con la chaqueta raída y el brazo en cabestrillo, cara de Bélmez que aparecía y desaparecía misteriosamente, bandido experto en fugas que saltaba de los trenes en marcha como un Indiana Jones con hambre y sin glamour.

¡Que viene El Lute!, nos asustaban los mayores. Y todos corríamos, muertos de miedo, más que Ángel Nieto, Luis Ocaña y Mariano Haro juntos. “Dicen que anda por la calle Larga, preparando fechorías con El Arropiero”, susurraba mi abuela. Eran las crónicas de un pueblo angustiado. Los telediarios decían que había sido visto el mismo día en Sevilla, en Madrid y en Salamanca, su ciudad y la de Santiago Martín, El Viti, un torero que mi padre decía que era tan serio que citaba a los toros en el Juzgado.

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La concejala de Patrimonio Histórico, María Antonia Martínez, recibe a El Lute en el interior del Monasterio de la Victoria --lo que queda de aquel tristemente famoso Penal del Puerto-- junto a un equipo de TVE quienes rodaron un documental de la serie Crónicas de la cadena pública. /15 enero 2014.

Mi primo Antonio vivía muy cerca del Penal y yo no quería ir a verlo nunca. Me imaginaba al peligroso quinqui saliendo de detrás de un rematojo, arrancándome de la mano de mi madre y retorciéndome el pescuezo como a las gallinas que robaba.

Eleuterio Sánchez estuvo hace unos días en el penal de El Puerto, ese pudridero de hombres en el que tuvo que arrastrar los pies durante seis años, para contar la verdadera historia de aquel bandolero que caminó hasta reventar. “Cuando entraba, os juro que he estado a punto de volver a escaparme”, confesó. No pude acudir a escucharlo. Me hubiera gustado decirle que le tuve tanto miedo como a los hermanos Malasombra, unos tipos que, ellos sí, eran malos de verdad. /Texto: Pepe Mendoza.

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De izquierda a derecha, el escritor Paco Candel, desconocido, Eleuterio Sánchez y el crítico portuense Paco Arniz. La fotografía está tomada en la terraza Martini, la coctelería de moda en Barcelona en los setenta, hoy desaparecida.  /Foto: Colección Francisco Arniz.

EL LUTE, EN EL CINE Y LA CANCIÓN.

Su historia fue llevada al cine en los años 1980 con El Lute: camina o revienta, film que tuvo su secuela El Lute II: mañana seré libre. En 1979, su historia fue relatada en un tema del grupo Boney M en su álbum Oceans of Fantasy. En 2004 Estopa le hizo una canción, «La del Lute» en una edición especial de La calle es tuya. En 2001 Haze tituló una de sus canciones como «El Lute, libre o muerto», con la participación de José Mercé.

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«‘El Lute’ es la canción que ahora canta media Europa, y que ha puesto de moda el cuarteto Boney M. Eleuterio Sánchez cobró 3.500.000 de pesetas por derechos de utilización de su apodo y de su historia delictiva». /Revista Lecturas, 14 de diciembre de 1979.

El cantautor Joaquín Sabina lo menciona en la canción «Así estoy yo sin ti»: «lascivo como el beso del coronel, furtivo como el Lute cuando era el Lute, así estoy yo sin tí». En el capítulo 77 de la serie de RTVE Cuéntame cómo pasó, emitido en la 5ª temporada durante el mes de abril de 2004, aparece información referente a su fuga en 1965 durante un traslado a prisión. El duo español Estopa lo nombra en una de sus canciones pertenecientes a la maqueta, y luego en un single conocido como El Lute "voy a ser más famoso que el Lute" reza en una de sus estrofas. El grupo de rap español Los Chikos del Maíz lo nombran en la canción Spain is diferent "Rollito Corleone no, me quedo con el Lute". /Texto JPS

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Quiero recordar a una serie de personajes populares, éstos no pertenecían a la raza gitana (ver nótula núm. 2.001 en Gente del Puerto), que conocí a lo largo de mi existencia entre los años 30 y 60 del siglo pasado.

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En la fotografía, Cándida ‘la Negra’ con Juan Durán, ‘Juanito Malete’, quien era encargado general de las subastas de frutas y verduras, en el Palenque de La Placilla; era el padre del que fuera propietario de Electrodomésticos ‘La Placilla’, según información que nos facilitaba Manuel Pacheco Albalate.

Alemania. Lañador y latero que dormía en la cascada de la fuente norte en el Paseo de la Victoria. Por las mañanas, pasaba por mi casa con su hornillo de calentar el soldador, una caja de herramientas en bandolera y un hato al hombro. Soldaba cacharros de lata y arreglaba las tinajas y los lebrillos de lavar con las lañas y cemento. Si caminaba desde la Victoria hace el centro de la ciudad, iba fresco. Cuando volvía, estaba como una cuba. Los niños, naturalmente, nos metíamos con él: "Alemania, buen paletón con la picha de papel y los huevos de cartón".

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Gabriel 'el Mulo', con un gato en brazos.

Gabriel Mulo. En apariencia, un enfermo mental. La gente se metía con él, y cuando se desesperaba ponía cara de loco agresivo, e incluso simulaba ir al ataque. Pero frenaba mucho cuando le invitaban a un vaso de vino. Podía fingir tal dulce sonrisa que parecía ser tu mejor amigo.

el_chumi_psm_puertosantamariaEl Chumi. Manuel Quintero García, uno de los mejores cantores de flamenco que El Puerto ha tenido. Cantaba muy bajito, pero los verdaderos entendidos gustaban de oír los matices de todos los palos del cante jondo. Lo calificaban como uno de los mejores. De ahí que, en honor a su arte, hay una peña flamenca con su nombre artístico. No tenía la cabeza en su sitio: casi siempre, aparte de adornos, llevaba colgada en la solapa de la chaqueta o del abrigo, una malla de seda amarilla de botella de coñac. (ver nótula núm. 1.110 en Gente del Puerto). /En la imagen de la izquierda El Chumi.

Luis Agacha. Caminaba muy rápido a pesar de que no iba a ninguna parte. Al verlo le gritábamos: "--"Luis, agacha... que viene un bando (de pájaros)!" Se agachaba y ponía una mano formando visera en la frente, como oteando el horizonte. Inmediatamente, pedía efectivo para un vaso de vino.

romualdopeniamontes___puertosantamariaRomualdo [Remujardo]. A Romualdo Peña Montes lo ingresaron en un asilo para ancianos y no lo he vuelto a ver. Empleó toda su vida en acarrear agua potable hasta su clientela. Unas veces iba al Hospitalito, otras a las Capuchinas y la mayoría de los grifos del mercado. Cuando llegaba a su casa, soltaba el dinero que había ganado por la junta de un cajón de la cómoda. Nunca se lo dio a su madre directamente. Pero ella se lo gastaba sin que Romualdo exigiera explicaciones. El hombre siempre iba descalzo. (Ver nótula núm. 1.310 en Gente del Puerto). /En la imagen de la izquierda, Romualdo.

Pituvera, el del bulto. Señor que ni estaba loco ni era tonto. Le decían ‘el del bulto’ porque tenía un quiste en la cara, una bola del tamaño del huevo de una gallina. Entre otros negocios, montaba una tómbola portátil, más conocida como una reclina en la plaza de abastos. A las marías les gustaba tocarle el quiste porque pensaban que acariciarlo atraía la suerte.

Julián, hijo de Cagalerna el Ciego. Se buscaba la vida de mandadero entre los placeros del mercado de abastos. El padre vendía lotería. Julián se trasladó a Cádiz cuando su padre falleció.

ansonini___puertosantamariaAnsonini. Manuel Bermúdez Junquera tenía como actividad laboral trasladar en un carro especial las carnes del matadero a los comercios de carnicerías. Le gustaba el baile flamenco. ¡Casi no movía las piernas! Para las bulerías tenía un son que hacía sólo con el cuerpo. Tan peculiar era su danza, que los grandes flamencos siempre le reclamaban para sus fiestas privadas. Se enamoró de María. La chica era de estatura normal y él, en cambio, muy alto. Todas las tardes pasaban ante la puerta de mi casa, en Santa Clara 5, muy amartelados. Él con el brazo derecho por encima del hombro de María,  insinuando acariciar el seno contrario. La hembra, aparte de guapa, podía presumir de hermosos pechos. Era una de esas parejas a las que parece que nunca se le acaba el amor. Una vez casados, y con hijos de por medios, el porteador de carnes se volatilizó. Se dice que fue amante de ricas extranjeras. Se dice que tuvo en sus brazos a Ava Gardner. Y que para siempre se quedó a vivir entre bellas mujeres. Que yo sepa, nunca regresó a El Puerto. Pensaría que los gitanos las guardan. (Ver nótula núm. 524 en Gente del Puerto). /En la imagen superior izquierda, Ansonini. En la imagen inferior izquierda, la Tula.

la_tula__puertosantamariaLa Tula. Mujer sonriente y de carácter muy dulce. Le gustaba el pirriaque (vino malo). Los niños nos burlábamos de sus estados de embriaguez.

Cándida la Negra (ver nótula núm. 214 en Gente del Puerto). Se ignora su lugar de procedencia. La conocí desde que tengo uso de razón. Primero, porque en su casa y la mía estaban muy próximas. Segundo, porque cuando yo tenía 6 o 7 años mi madre padeció eccema en las manos y el médico le recomendó, entre otras terapias, que no introdujera las manos en el agua. En aquella época no había guantes protectores, de manera que mi madre debió recurrir a otra personas para las labores de lavado y fregado. Cándida no conocía su edad ni la tierra que la vio nacer. No sé que trazas me doy que siempre acabo especulando. ¿Cómo fue el caso de Cándida la Negra? Tal vez llegó con los píos, los segadores portugueses; ella para hacer la comida y el lavado de ropas. Si fuera cierto, podría ser guineana, angoleña o mozambiqueña. /Texto: Francisco Artola Beuzón.

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Ramón Masats (1931), uno de los grandes cronistas del costumbrismo de posguerra y de la fotografía española, Premio Nacional de Fotografía 2004 concedido por el Ministerio de Cultura estuvo en El Puerto de Santa María en 1965. Sus reconocidas fotografías en blanco y negro son como él dice «muy instantáneas y poco reflexivas» sin embargo en todas ellas predomina una composición armoniosa que el artista es capaz de captar intuitivamente. Masats fotografió la España en blanco y negro, la de los años que la vieron pasar de la mísera posguerra al primer respiro del desarrollismo.

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A su paso por El Puerto en 1965, Masats tomó esta imagen de la calle Misericordia, cuando estaba asentada sobre adoquines bien escuadrados --típicos de El Puerto, que desaparecieron con la última remodelación del llamado urbanismo comercial--, delante del Colegio de las Esclavas y ‘La Bodeguita’ de González Rico, hoy cafetería de la familia Besteiro. La imagen se encuentra en el Centro Nacional de Arte ‘Reina Sofía’ (Madrid), según documenta José Antonio Tejero.

Masats interrumpió su etapa de fotógrafo para dirigir documentales de televisión: Conozca Vd. España, La Víspera de Nuestro Tiempo, Los Ríos, Si las Piedras Hablaran, Yo Canto, ..., así como spots publicitarios y el largometraje ‘Topical Spanish’, con guión propio y del humorista Chumy Chumez. Fue producido por Mario Camus, en ‘El que enseña’, premio Miquelendi de Plata en el Festival de Cinematografía de Bilbao. En 1981 regresaría a la fotografía.

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De pie, de izquierda a derecha, Manolo Morillo, Juan Ferrer, Antonio Reina, Paco Trillo, Alfonso Sevilla, José Antonio Torres y Juan Luis Arévalo Espinosa. Agachados:  José María Sevilla, el desaparecido Juan Manuel Castrelo, Álvaro Aguado, Villanueva y Javier Neva Magrañal. Década de los 80 del siglo pasado, en la pista al descubierto de la Ciudad Deportiva.

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Competían a nivel provincial con el equipo de La Salle-Viña de Cádiz, Los Sindicales, de Puerto Real, La Salle-Mundo Nuevo de Jerez, Ubrique, Adesa 80 de Sanlúcar, ... Formaban un equipo que copiaban fielmente ‘lo del tercer tiempo’ del Rugby.

En un principio se creó el Club solo para chicos y, con el tiempo, se dio entra da a las chicas que, con posterioridad han seguido hasta estos días manteniendo el pabellón femenino en lo más alto del deporte andaluz, ahora también, con la Gymnástica Portuense.

Esta imagen que viene a continuación es de unos años antes, también compitiendo en la liga provincial, donde aparecen, más jóvenes, varios jugadores de la fotografía superior. En este caso en las pistas del Colegio Mundo Nuevo en la Salle de Jerez.

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De izquierda a derecha, Deconocido, Juan Ferrer, Lázaro, Álvaro Aguado, Desconocido, Manolo Morillo, Camacho, Eugenio Flor, Pepe Pérez Enriquez y Javier Delgado Poullet. Agachados: Manolo Lojo Lozano (2º entrenador), Javier Dandy, Juan Manuel Castrelo, Jesús Valle, Juan Flor (1er entrenador) - Ignacio Bueno y Neva.

El equipo era de la SAFA, siendo los entrenadores Juan Flor y Manolo Lojo Lozano, ubicada en el colegio del mismo nombre. La cancha era de tierra batida (batida por los propios jugadores que antes de los partidos le quitaban las piedras y pintaban las líneas del terreno de juego con cal). En aquella época se hacía el deporte de forma rudimentaria ¡una pista de baloncesto con pelotes! /Fotos: JAAJ

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En la desaparecida discoteca El Jardín, al principio de la carretera de Sanlúcar, aquel septiembre los periodistas se reunieron para despedir el verano, un verano cargado de actividades y trabajo, en el que los medios de la zona se volvieron a ver, mas relajados. Eran los contadores de la realidad de El Puerto hace más de 20 años.

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De izquierda a derecha, Rafael Tardío, Alejandro Benito Pachón, semi oculto Manolo Borne Caraballo, Pipi Gago Fornells, el Delegado Comercial del Diario de Cádiz Paco Soto Tundidor, Paco Crespo Perles, Francisco Andrés Gallardo Alvarado,Teresa Almendros Edeso, el desaparecido Adolfo Álvaro y Pedro Ríos Cote. Agachados, el fotógrafo municipal Jorge Roa, Sol Duro, David Cossi, Alicia Martínez de Zuazo, el alcalde Hernán Díaz que vivía el primero de sus 15 veranos como tal, e Ignacio Gago Fornell.

Han pasado 23 años y algo... Rafael Tardío continúa ligado al mundo de la comunicación privada, asesorando a empresas y en proyectos culturales de diversa índole. De Alejandro Benito poco se sabe, que partió a su Valladolid natal donde creemos reside. Manolo Borne, tras su paso por la SER y dirigir Radio Puerto FM junto a Victor Martínez Guerra, ahora colabora comercialmente con la Radio Municipal, recientemente inaugurada. Pipi Gago ha pasado por diversos medios: Diario de Cádiz, El Periódico del Guadalete, Radio Ubrique y por los gabinetes de prensa de El Puerto y Jerez, donde trabaja en la actualidad, en el Área de Medio Ambiente. Paco Soto --organizador de aquel evento septembrino-- continúa como responsable comercial del Diario. Paco Crespo ha encaminado sus pasos por el mundo del teatro y la interpretación. Francisco Andrés Gallardo, tras su paso por la SER, Delegación de El Puerto de Diario de Cádiz, que dirigió, es ahora el responsable de TV y Sociedad de los 9 periódicos del Grupo Joly. Teresa Almendros, que aquel año hacía sus primeras prácticas en Diario de Cádiz, continúa, ahora como Delegada de dicho medio en El Puerto. Adolfo Álvaro, que llegaría a dirigir Cádiz Información tras su paso por el Diario, nos dejó tras una cruel enfermedad. Pedro Ríos disfruta de la jubilación, tras su etapa como cronista deportivo. Jorge Roa sigue como fotoperiodista municipal, surtiendo a los medios de las imágenes mas relevantes del Ayuntamiento. Soledad Duro permanece alejada de los medios tras su paso por la COPE y el Grupo Información; desconocido; Alicia Martínez de Zuazo tras dejar los servicios informativos de la SER en El Puerto, montó un gabinete de asesoramiento de medios en su Vitoria natal, para dirigir en la actualidad Radio Utebo, en Zaragoza. E Ignacio Gago trabaja como asesor de medios en la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid.

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cartelera_principal_puertosantamariaHoy se presenta a los medios de comunicación y a los potenciales visitantes la I Ruta de la Tapa Erótica en El Puerto, actividad gastronómica que, además de tapas y menús, también tiene en su oferta  pasteles, combinados y cócteles, y que no solo en El Puerto está dando que hablar. Algo que pretenden sus organizadores. Esta nótula de nuestro colaborador Enrique López, navega entre el erotismo y la infidelidad en El Puerto.

Dicen los expertos que la infidelidad ha existido siempre. Claro, de un tiempo acá, con las nuevas tecnologías, todo es más fácil, pues cualquiera puede quedar y tener una relación amorosa fuera de la pareja, sea hombre o mujer, rico o pobre.

Pero, ¿cómo era antes? Pensemos en El Puerto de hace 40 - 50 años ¿Quién sospecharía que una mujer entregada a su hogar, sus hijos y su marido pudiera tener una aventura con otro? ¿Quién dudaría de su confianza? Pues bien, a pesar de que la infidelidad antes se ocultaba y pasaba más desapercibida, recuerdo alguna situación de descuido de aquellos años y de los lugares para liarse.

El Teatro Principal era uno de esos lugares. Yo tenía 10 años y como otros chiquillos para ver las películas gratis ayudaba a vender chucherías. Mi destino el patio de butaca, platea y palco. En la bandeja llevaba caramelos y chocolatinas. Pude ver en palco, en plena función de cine, más de una escena de enamoraos infieles. Aprovechaban la sesión de la tarde de un día laborable y el maromo a la hora de abrir las taquillas pedía dos entradas de palco. Primero entraba la dama y posteriormente, cuando comenzaba el Nodo, entraba el amante al palco, dando riendas sueltas a sus inquietudes amorosas. Estas infidelidades no trascendían por aquel entonces debido a la discreción y profesionalidad de porteros, acomodadores, taquilleras conserjes y personal del ambigú del recordado Teatro Principal. De esto hace aproximadamente 50 años, tan real como la vida misma. Menudo chasco me llevé con un vecino…

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En marzo se cumplen 30 años de la desaparición del Teatro Principal pasto de las llamas.

Además, iniciados los años 80, en una ocasión, sacando sutilmente a relucir el tema, una allegada a los conserjes del Teatro Principal, que pasaba muchas horas con ellos y que conocía los entresijos del Teatro, me contaba que a mediados de los años 60, un célebre portuense se daba cita en uno de los palcos con una señora de postín de la ciudad, pero que él entraba y salía por la puerta de la placilla, utilizando el mismo acceso a la vivienda de los conserjes y por donde entraban los artistas para las representaciones teatrales y que las entradas las conseguía con antelación suficiente, recibiendo la dama, en su propio domicilio por las mañanas, en sobre cerrado la entrada de palco e instrucciones con excelente caligrafía, delegando esta misión el célebre portuense, en uno de los integrantes del personal a su cargo, indiscutiblemente de toda confianza y discreción.

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Otro lugar y hecho, corría el año 1973, cuando escuché a uno que decía que se lo montaba en la Iglesia Mayor Prioral, aprovechando por la mañana cuando la amante iba a la Plaza de Abastos y se pasaba a visitar al “santo”. El don Juan contaba con pelos y señales todos los pasos que tenían que dar para el encuentro, incluido los datos de afiliación de la amante. Contaba que era ex vecina que llevaba casada varios años y que siendo solteros se había dado algún que otro revolcón.  Aquello me pareció irrespetuoso por el lugar y con un valor a prueba de bombas, más que nada por la época. Han pasado más de 40 años y tengo dudas si ocurrió así o no. Si bien, imagino a veces la escena, acordándome del atrevimiento de los amantes de la Iglesia. /Texto: Enrique López. 

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El alcalde Fernando T. de Terry en su despacho de la plaza de Isaac Peral y el hijo de La Bilili. 8 de julio de 1974 /Foto: Rafa. Archivo Municipal.

Entre los años 30 y 60 [del siglo pasado], El Puerto contó con un buen ramillete de seres humanos muy singulares.

Si empezamos por los gitanos no hay que olvidar la colonia de herreros que vivía de su arte y destreza de la fragua. En aquella época se usaban muchos utensilios en el campo que, de cuando en cuando, requerían alguna reparación. Así, pasaban por sus manos escardillos, soletas, azadas y aperos de labranza en general. Además, todos los oficios artesanos recurrían a estos hábiles herreros. Los albañiles también  lo hacían.

jeromaladelplanchero_puertosantamaria copiaCuando la faena decaía, hacían agarras para los arcos de vasijas de madera, maceteros con patas salomónicas en forma de tirabuzones terminadas en volutas y, sobre todo, planchas para quitar arrugas a la ropa, que eran unas piezas de hierro colado, con asa y en forma de triángulo alargado.

 detrás de mi casa [en la calle Cielos], podía verse un patio en donde residían El Planchero y Tomasa la Planchera. Estas personas tenían las yemas de sus dedos desgastadas, debido seguramente al fuego que manejaban para fundir el metal. Algunas noches, iba con mi madre a la azotea de casa,m entraba en el lavadero, y desde allí podía ver a los gitanos en torno a una luz de candil, bordando cante jondo bien regado con buen vino. /En la imagen de la izquierda, Jeroma la del Planchero.

el_veneno_puertosantamaria copiaHabía otras fraguas de flamencos y cabe recordar a la de los hermanos Canales, la de Frascuelo y, por último, la del hijo de éste, muy conocido en El Puerto como Veneno.

Incluso si no había parentesco ente ellos, los gitanos de El Puerto, se decían entre sí primos. Su modo de buscarse la vida, aparte de lo que he descrito antes, podía consistir en acercarse a las playas buscando lo que el mar arrojaba: leña o carbonilla. También trabajaban en el campo, como fue el caso del marido de Juana la Tormenta, padre de mi amigo  José García el Conejo. /En la imagen de la izquierda, Veneno.

Según fueron desapareciendo las generaciones mayores, sus descendientes se fueron incorporando al sistema de producción habitual, al corretaje de animales o a la venta ambulante de tejidos.

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 Los que se ven deambular actualmente por el pueblo no tienen nada que ver con los que he mencionado. Muchos están viviendo aquí en relación con la existencia del Penal en nuestra ciudad. /En la imagen de la izquierda, Antoñito ‘el Tonto’, óleo pintado por Juan Lara en 1959. Foto: Colección LSA

Tenían fama en El Puerto La Macarrona, siempre con un pañuelo al cuello terminado en punta por la espalda y con extremos sobre los senos; siempre con la colilla en la boca. El Picha, cuñado de La Bilili y padre de El Cocó; el Rufoni, Antoñito el Tonto y Estropajo, amén de otros de menos edad cuyo nombre no recuerdo bien.

El Cocó y El Rufoni desaparecieron por los años 40 de esta ciudad, al igual que la mayoría de los ‘delincuentes’, porque el régimen los perseguía con saña. Robaban para comer. Dadas las circunstancias parecía lógico que lo hicieran.

la_bilili_busto_puertosantamariaAntoñito el Tonto se buscaba la vida con dos cubetas y un aro, acarreando agua potable a las casas que carecían de grifos, es decir, la mayoría. Recitaba barbaridades, parodiando el parte vespertino de Queipo de Llano (ver nótula núm. 1.992 en GdP), introduciendo algo de su invención. Decía que en el muelle del vapor habían aparecido dos ahogados y que se suponía que eran italianos «porque llevaban unos pelitos en la boca». Y continuaba diciendo «¡que lindos colores, tinte Gébil son los mejores!». Lo de los pelitos en la boca venía a cuento porque los italianos tenían fama de galantes y melosos con las mujeres, y les gustaba lamer sus partes más sensibles. /En la imagen de la izquierda, La Bilili.

caneco_limpiabotas_puertosantamaria3 copiaJosé el Negro, hijo de La Bilili y primo de Antoñito el Tonto, nunca se pudo ganar la vida con su arte del cante jondo con toda su pureza. No hay quien borre su figura de la historia portuense. El Caneco, (ver nótula núm. 1.252 en Gente del Puerto) que no tenía hijos ni medios, perro con su buen sentido humano adoptó a uno, al que tanto a él como su compañera querían más que si hubieraguaria sido hijo propio: Antoñito. [Antonio Jiménez Salguero] El Caneco era capaz de gastase las manos con su caja y banquillo de dar betún al calzado para que a su niño ‘no le faltara gloria bendita’. Cagancho y su inseparable compañero Luis el Canuto. Estos dos salvaron la vida en los años 40, gracias a que no fueron escrupulosos a la hora de alimentarse de lo que encontraban en la basura. /En la imagen de la izquierda, el betunero Antonio Jiménez Salguero, 'el Caneco'.

chato_guarigua__puertosantamariaLos Guariguas. Cuatro hermanos. Tres varones y una hembra. El padre, pecoso de viruela, enfermedad muy extendida en la época. Los tres hermanos se buscaron la vida como vendedores ambulantes. La hembra se casó con Ruperto, hijo del sacristán de las Capuchinas. Entre ellos, el mas popular por un defecto facial era [Manuel García Berciano] El Chato Guarigua. (ver nótula núm. 932 en Gente del Puerto).

La Farfolla. Aires de marimacho. Se ganaba la vida vendiendo lotería nacional. Siempre que circulaba [Dolores Herrera] por la calle, llevaba una cartera colgando de una correa puesta en bandolera y un cigarro en la boca. /En la imagen de la izquierda, Manuel García Berciano, 'el Chato Guarigua'.

la_farfolla__puertosantamariaRecalco lo del cigarro: en aquella época fumaban poquísimas mujeres, sólo las de vida fácil, las cigarreras del tabaco de contrabando y las supuestas hijas en lugares de lujo. /En la imagen de la izquierda la lotera Dolores Herrera 'La Farfolla'.

La Guachi. [Catalina Santos]. (Ver nótula núm. 021 en Gente del Puerto). Otra mujer popular. Casi sobran comentarios. Si no era gitana bien, estaba muy identificada con la raza, con la que finalizamos esta primera entrega de personajes populares que conocí a lo largo de mi existencia. /Texto: Francisco Artola Beuzón.

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La calle Larga, a la izquierda la Confitería 'La Perla' hoy Edificio Centro y, pasando la calle Ganado, el Banco Central, donde luego estaría la Caja de Ahorros de Madrid, luego Bankia.

... También cuentan que el cliente del Bar la Perdiz, con nótula propia en Gente del Puerto, núm. 1965 , al que llamaremos Frasquito, a pesar de las lindezas que soltó por esa boquita cuando se convenció que el décimo de lotería nacional que poseía no era el premiado, fue objeto posteriormente de varias bromas pesadas. Una de las veces en el propio lugar de trabajo, situado en la calle Larga, del que no daremos mas pistas, para no dejar en evidencia al burlado.

Las oficinas donde Frasquito se ganaba el jornal cerraban las puertas para el público a las dos de la tarde, teniendo otra puerta que se encontraba en la parte posterior y en distinta calle, por donde los empleados salían y entraban cuando sus estómagos requerían un alivio. Esto acontecía entre las dos y tres de la tarde. Del mismo modo, la puerta trasera, la utilizaban clientes conocidos, que por distintas circunstancias, durante la jornada de la mañana, no habían tenido tiempo para realizar operaciones de ingresos y pagos, siendo la apertura de la puerta manual.

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Otra vista de la anterior fotografía, sin público, tomada entre las tres y las cinco de la tarde.

La función de abrir y cerrar la puerta, con el transcurso del tiempo, fue realizada por varios empleados. Cuando Frasquito, cambió de lugar dentro de las oficinas, la dirección le encargó, por estar su mesa próxima a la puerta, la tarea de control de la misma, teniendo que levantarse de su silla, abandonando por un instante sus tareas administrativas, cada vez que vez alguien pulsaba el timbre.

Habida cuenta de la actual coyuntura, uno de sus compañeros, cómplice de la broma del bar la Perdiz anteriormente recordada, se las ingenió, colocando otro pulsador en el interior de las oficinas, en uno de los laterales de su  mesa. Así que cuando sonaba el timbre anunciando la llegada de alguien, el bromista, sin ser visto, pulsaba varias veces, dando lugar con ello a timbrazos largos seguidos que no solo molestaban a Frasquito, sino también a sus compañeros que en plena faena de trabajo, revisando las cuentas, le exigían más rapidez en levantarse y abrir la puerta, debido al ruido ensordecedor que fastidiaba al oído, perdiendo por ello la concentración en el trabajo.

Frasquito, ante este panorama desalentador, abría la puerta advirtiendo  que con una sola vez que pulsara el timbre era suficiente, causando gran extrañeza en los clientes y compañeros que no daban crédito a lo que les decían, dado que, efectivamente solo había pulsado una vez y las otras por el compañero bromista.

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La calle Larga, desde la Plaza de Isaac Peral.

Al día siguiente, el bromista, visto el éxito que cosechaba, comunicó a sus compañeros la broma que le estaba gastando a este particular personaje, evitando con ello cualquier revés, haciéndoles a la vez participes de la misma. Al mismo tiempo, informaba de todo ello a los clientes asiduos que utilizaban la puerta trasera, con el fin de que no se tomaran a mal las salidas de tono de Frasquito.

La broma a Frasquito fue comentada por parte de los compañeros y clientes en los bares próximos, La Perdiz y La Solera y, como ocurriera con el décimo de la lotería nacional, el mismo vendedor de la ONCE, conocido por “Pandereta”, lo divulgó de nuevo por la Plaza de Abastos y puntos de ventas.

El colofón de la broma vino a suceder cuando aparece en escena el polifacético artista local  Manuel Bejarano Armario, con nótula propia en Gente del Puerto, núm. 795, cliente de las oficinas donde trabajaba Frasquito, que regresaba a su tierra tras cosechar varios éxitos en la capital hispalense.

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La calle Larga, desde la calle Luna, donde hoy se encuentra un banco que ha pasado por distintas fusiones y denominaciones y, donde estuvo la afamada confitería 'La Campana'.

Llegó a la Estación de Ferrocarril, minutos antes de las dos de la tarde, en el ferrobús que hacía el trayecto Sevilla-Cádiz, dirigiéndose inmediatamente al Bar La Perdiz, para dar cuenta a los parroquianos de los éxitos conseguidos. Uno se los presentes, compañero del bromista, pidió a Bejarano que se acercara a las oficinas que estaban deseando conocer sus triunfos, no sin antes advertir telefónicamente que el polifacético artista iba para allá.

Pulsó Bejarano el timbre una sola vez y desde el interior rápidamente pulsaron seis veces seguidas, provocando los timbrazos unos ruidos más atronadores que nunca, lo que dio lugar a que Frasquito saltara como un resorte hacía la puerta, soltando broncos insultos al encontrase con Manolito Bejarano, que se quedó atónito, todo confundido, pensando que Frasquito se había vuelto loco.

El incidente entre el inocente y el polifacético artista local dio lugar a que la dirección de la entidad donde trabajaban aquella pandilla de cachondos pusiera punto y final a la guasa, sin percatarse Frasquito, en esta ocasión, de que había sido objeto de otra broma durante una semana.

En cuanto a Manolo Bejarano, después de lo sobrevenido, dicen que en la vida utilizó la puerta trasera de las oficinas, refunfuñando y afirmando que «--Frasquito tenía envidia de su arte». Texto: /Enrique López.

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La calle Luna, como dicen en El Puerto, o calle de la Luna, forma parte del núcleo comercial portuense. Me voy a referir a esta calle por dos motivos: uno sentimental, en esa calle nací a mediados del siglo XX,  y la otra pragmática pues ha sido la calle comercial por excelencia de El Puerto y ello la hace estar enclavada en el proyecto municipal de “El Puerto comercial. "Plan de activación comercial del centro histórico"

La calle Luna,  tiene 63 casas 28 en los impares y 35 en los pares.   Existen 18 comercios en el margen derecho y 23 en el margen izquierdo. Hay un total de 21 locales cerrados de los que antes eran comercios. (34% de los negocios posibles)

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Esta falta de eficiencia comercial a pesar de las aplicaciones que se le han venido poniendo a lo largo de los últimos años, como la peatonalización de la misma, las diferentes acciones de  rehabilitación por parte de la asociación de comerciantes, etc. no han dado sus frutos. Este hecho es reconocido por el propio Ayuntamiento que, entre otras medidas, ha puesto en marcha últimamente el llamado Plan de Activación Comercial.

A pesar del crecimiento demográfico de El Puerto es paradójico que el número de comercios hoy abiertos es muy parecido al que tenia esta calle en la mitad del siglo pasado. Alguien se ha preguntado ¿por qué razón el metro cuadrado de alquiler en esta calle  es  casi el 40% por ciento menor que en la Avenida del Ejército también en El Puerto?

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Se podría responder –-quizás por conveniencia--, que se trata de la siempre tatareada crisis. Es posible  que esta haya afectado,  como le ha ocurrido a la propia Avenida del Ejército donde hoy existen 6 locales cerrados, pero la proporción entre ambas  resulta  abismal.

Sostengo que la razón de la deficiente densidad comercial se debe a causas estructurales: una de ellas la falta de población en este área  y la otra la dificultad de montar negocios atractivos para el consumidor y todo ello por las limitaciones impuestas en el PGOU vigente  y en el PEPRICHE  “aprobado inicialmente”. Por el primero,  existen 27 casas que tienen  un cierto  nivel de protección (integral, global, estructural, ambiental o visual) representando el 42% de las casas en esta calle y por el segundo 41, lo que representa el

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¿Qué quiere decir esto?: Fundamentalmente, dos cosas: a) Que resulta muy complicado y costoso poner en valor tanto viviendas, que sean  “habitables” a las necesidades de hoy,   como locales comerciales que sean  atractivos  b) Que si consideramos que un local comercial tiene que seguir y reunir aquella máxima  de “antes de entrar tienen que verte”, con las restricciones que comentamos, resulta muy complicado llevarla a la practica. Por todo ello, el promocionar para convencer a potenciales comerciantes que se instalen en esta calle no es nada fácil.

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Señalar que si no  atacamos la raíz del problema --y comprendo que se trata de asuntos de política de gestión tanto con instituciones provinciales como autonómicas--,  los recursos públicos que gastemos en reactivar comercialmente esta calle serán inútiles. En este sentido,  sería de interés que los gestores en la materia  analizaran bien el problema antes de dilapidar el dinero que siempre es escaso y susceptible de otros usos. /Texto: Leopoldo Jiménez Ruiz. Octubre 2012

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Últimamente ando un poco pensativo sobre una cuestión local y social que veo en El Puerto y a la que no se da solución, aunque todos los porteños la conocéis bien. Es una lástima que en el siglo y en la era en la que estamos pasen este tipo de cuestiones, os hablo del ‘problema Juan Garrucho’ en la calle Luna, que ya va para mas de tres años.

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Vamos a verlo noche tras noche y en estas fiestas que te incitan a meditar y reflexionar sobre nuestra humanidad. Veo que no hay solución a este problema… pasa el tiempo y nada, el frío, la lluvia, sus paisanos pasan; le dan para un café, un cartón de leche, todo el mundo le da lo que puede, incluso se de buena tinta que particulares han intercedido por él para ingresarlo en una Residencia para que este bien. Pero ¿que pasa? que el sujeto se niega a vivir en la comodidad, en la decencia y la dignidad humana y prefiere vivir en un cajero de La Caixa de la calle de la Luna…

Bueno esto puedo entenderlo, porque esta persona tiene un problema, está enfermo, supongo que no estará en sus cabales. Pero lo que no me cabe en la cabeza, es ¿que se pregunta la administración local? A que esperan para ayudar a esta persona, ¡es un ser humano! Si él no quiere la ayuda habrá que mover el estado de derecho para ingresarlo en un sanatorio, en alguna institución que lo acoja para que le quite ese calvario que es su vida, ¿por que el área de Bienestar Social no actúa de oficio? Es muy fácil, pongo un ejemplo: hay fortunas que se ven mermadas cuando los propietarios no están en plenas facultades psíquicas y físicas, hijos que se han visto sin ver las propiedades de sus seres queridos por que se le han “inhabilitado de voluntad” jurídicamente...  Ya está bien, a ver si de una vez la Administración  toma cartas en el asunto y le da a este hombre cobijo;  es un ser humano, aunque él no quiera su cabeza esta inerte, ha perdido su capacidad de raciocinio, su evasión es el alcohol. Échenle una mano. Cualquier noche de estas será demasiado tarde y todos nos lamentaremos y Diario de Cádiz tendrá una página más que cubrir. Es  una pena vivir lo que tiene que estar viviendo esa persona, que se ponga el Equipo de Gobierno de el Ayuntamiento de El Puerto en sus zapatos y camine un solo cuarto de hora de su  vida... sin demagogia porque creo que se puede hacer mas de lo que se rumorea en los mentiremos de la Ciudad...  /Texto: Kiko González Fuentes.

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