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Hosteleros de El Puerto en la década de los sesenta del siglo pasado, durante la visita a la Fábrica de Cervezas Cruzcampo, de Sevilla, delante de la maqueta de las instalaciones cerveceras, que fueron fundadas por dos portuenses, los hermanos Roberto y Tomás Osborne Guezala (ver nótula núm. 333 en GdP).


De izquierda a derecha, desconocido, Isidoro Obregón, Manuel Rodríguez Ceballos del Bar La Placilla, José Sánchez Rodríguez 'El Nene' de Los Tres Reyes, Luis Palomo del 'Bar Palomo', José Cressi, Guillermo García de Leániz, Luis Osborne representante de la Cruzcampo en El Puerto, un directivo de la Cruzcampo de Sevilla, desconocido, Tadeo Sánchez Rodríguez del Bar Tadeo, Manuel Moreno y el 'Pobre Pepe' del Bar Cádiz. /Foto Colección José Sánchez.

Una imagen publicitaria de 1960 que hoy sería considerada 'políticamente incorrecta' e incluso llevada al Defensor del Menor y otros organismo que vigilan el consumo de alcohol y su publicidad.

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Agustín Castro Merello, nacido en El Puerto de Santa María, ingresó en la orden religiosa de los Jesuitas en 1941. Gran parte de su vida religiosa y docente la realizaría en Las Palmas de Gran Canaria. Durante varias décadas fue colaborador de la edición dominical del rotativo grancanario ‘La Provincia’, publicando ensayos de diversa índole y comentarios de pastoral religiosa.

En 1981 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo, convocado por el ayuntamiento onubense de Moguer, por un trabajo dedicado al Nobel y alumno de los jesuitas de El Puerto, Juan Ramón Jiménez. También, durante su etapa como Superior en la Residencia de los Jesuitas de Huelva, fue colaborador habitual del periódico onubense ‘Odiel’. Está en posesión de otros premios de poesía a nivel nacional. Fue autor de otras publicaciones: poesías, artículo y ensayos, así como de investigación.

Superior de la Orden Jesuita en Las Palmas de Gran Canarias, ciudad de la que fue Hijo Adoptivo y en la que falleció en 2003. Allí ejerció como profesor de Literatura Española donde, todavía, es recordado por quienes fueron sus alumnos, no solo por la calidad de sus enseñanzas, sino también por la amplia dimensión humana de nuestro protagonista.

Agustín Castro Merello con su primo, Rafael Alberti Merello.

ALBERTI, COLEGIAL Y MARINERO.
En 1994, editado por la Unión Eléctrica de Canarias, publicó el libro ‘Alberti, Colegial y Marinero. Historia y Poesía’. El volumen sería presentado por la viuda del poeta, María Asunción Mateo y el colaborador de GdP, Luis Suárez Ávila, en la Fundación que lleva el nombre del poeta de la Generación del 27. Ambos primos, Rafael Alberti Merello y Agustín Castro Merello estuvieron presentes en la misma.

La investigadora Mercedes García Pazos hizo en 1995 una recensión sobre la obra a la que nos referimos, de la que destacamos: «El hilo conductor de ‘Alberti, Colegial y Marinero (Historia y Poesía)’ que se centra fundamentalmente en los años escolares de Rafael Alberti, es el colegio de San Luis Gonzaga de El Puerto. Su autor, que también ha publicado otros trabajos relacionados con la imagen personal y literaria del poeta de ‘Marinero en Tierra’, aúna en una misma personal el ser portuense, primo de Alberti, sacerdote jesuita y alumno y profesor de ese centro escolar. A través de las páginas de este libro realiza una aproximación a la historia del colegio, apoyándose en interesantes aportaciones documentales, a la vez que realiza un acercamiento biográfico al poeta mediante el que refleja el cariño albertiano por el colegio de su infancia y desvela, a su juicio, algunos errores, poetizados ya en su madurez, y conservados en la memoria de Alberti. […] Añade algunas aportaciones fundamentalmente a la historia del colegio que Rafael Alberti conoció, vivió y recordó, así como una completa recopilación literaria albertiana a la que se suman análisis e impresiones muy personales de Castro Merello».

(viene de la nótula núm. 1.609 en Gente del Puerto).

EL TÍO JOSÉ, FALANGISTA A LA FUERZA.
José Cristo Charneco (Vila Nova de Cácela, 1908 - El Puerto, 1961). Casado con una tarifeña, de nombre Marina León, tuvieron cinco hijos, cuatro varones y una hembra. Redero de profesión y armador de barcos de Diego Piñero, empresario que estuvo muy de moda en la baja Andalucía, hay una copla de Juan Valderrama, que dice:

Diego Piñero,
con sus barcos de pesca
y sus marineros,
aquí lo dejo.

Participó en la Guerra Civil, se lo llevaron para el frente, por el sistema ordeno y mando. Se encontraba mi tío con cuatro amigos tomando copas en un bar del pueblo de Tarifa. Se presentó un jefe de la falange, con cuatro camisas azules, en el local citado. El jefe falangista, se dirigió a mi tío y le preguntó: «--¿De dónde eres chaval?». «--Soy portugués, señor». «--¿Con quien trabajas?». «--Con Diego Piñero». «--Vente con nosotros a luchar por España», a lo que mi tío le contestó: «-Señor soy portugués»; respondiéndole el falangista: «--Tu donde vives, donde trabajas, donde comes es en España, así que ¡al frente por la patria!».  No tuvo más remedio que alistarse e incluso llegó a terne mando en la falange. El abuelo Juan, intento por todos los medios, rescatar su hijo, y llevárselo para casa. Contó el abuelo, que estuvo a punto de que lo expulsaran de España. De la guerra vino condecorado para toda la vida con una enfermedad crónica incurable, de la cual falleció. En los años cincuenta, con la muerte del empresario Diego Piñero, los herederos llevan a la empresa una verdadera hecatombe, y mi tío decide marchar a El Puerto, con su familia. Trabajó de redero en varios barcos, en nuestra ciudad, durante unos diez años.

EL TÍO MANUEL, CHATARRERO Y ARMADOR.
Manuel Cristo Charneco, (Lagoa,1918 - El Puerto, 1991). Se caso con una portuense de nombre María Aparicio, hija del conocido Juan Aparicio ‘el Mamarrosca’, de este matrimonio nacieron  tres hijos varonesy una fémina. Tuvo una caída en un barco, quedo inválido de una pierna, se la dejaron inflexible y sin  movimiento. Tuvo la mala fortuna de caer en mano de un mal facultativo, que solo tenía de doctor, el diploma, colgado en la pared de su despacho. Por sus condiciones, físicas, dejo la mar y puso el negocio de la chatarra.

Tuvo un amigo  muy conocido en El Puerto, Antonio de los Santos ‘Antoñito el Tonto’, el tiempo que estuvo convaleciente con la pierna, le acompañaba tres o cuatro horas diarias hasta que se repuso; mi tío le quería mucho, fue de los primeros portuense que conoció. Le toco la lotería en los años cincuenta, y se compró un barco, con el nombre de ‘Nuestra Señora de La Cinta’, nombre de la patrona de Huelva. Este barco lo mandó un portugués, de nombre Filiberto Barrientos, tenía fama de ser uno de los mejores patrones de pesca de esta zona, muy amigo de mi padre y de la familia. En este pesquero trabajo mi tío José, de redero.

En la Plaza de Isaac Peral mediados los años sesenta del siglo XX, de izquierda a derecha, Lourdes Cristo Aparicio, María Aparicio, Manuel Cristo Charneco y “Chati” hermana de María Aparicio.

Le ocurrió a mi tío Manolo, una anécdota con Antoñito “el Tonto’. Delante de las gentes, solía decirle a mi tío: «--Manolo, déjame tres mil pesetas, que tengo un plan con una gachí estupenda», mi tío se echaba mano al bolsillo y le ponía el dinero en la mano, Antoñito, se marchaba y al rato volvía y le devolvía el dinero; lo hacía para presumir. Una de las veces que le pidió dinero, lo llamaron para un recado y se olvidói entregarle el dinero. Mi tío decía: «--Estoy seguro que Antoñito, no se ha llevado el dinero, algo le ha pasado». A las tres horas llega con el dinero y con lágrimas en los ojos, Manolito, «--Perdón picha mía, se me olvido traerte el dinero, por culpa de la hija de la gran puta de la Juana». Era un poco tartajoso, y cuando nuestro convecino el viento de Levante, bufaba se atascaba más. Tres mil pesetas en los años cincuenta era mucho dinero. Antoñito, era primo por parte materna de José de los Reyes ‘el Negro’. Le tenía mi tío asignado un sueldo de una peseta y cincuenta céntimos diarios, por amigo. Creo que hay un cuadro al óleo de Antoñito, pintado por Juan Lara.

De izquierda a derecha: María León, Luciano Cristo Charneco, Carmen Ruiz Camacho y Lino Cristo Charneco (padres del autor de esta nótula) y  Manuel Cristo Velazquez.

EL TÍO LUCIANO, MARINERO Y MÚSICO.
Luciano Cristo Charneco, (Lagoa, Portugal, 1920 - El Puerto, 1999). Se casó con una jerezana de nombre Gertrudis Velázquez, de esta pareja nacieron dos varones y dos hembras. Trabajó siempre en la mar, de marinero, contramaestre y patrón, llego a tener su propio barco, con la mala fortuna, que lo embarranco un patrón de costa joven, junto a la costa Marroquí, según me contaron. Era aficionado a la música, tocaba el acordeón, conocía algo del folclore de la zona sur de Portugal. Amante del fado y de la música portuguesa y  muy aficionado al ciclismo. (Texto: Antonio Cristo Ruiz). (continuará)

El investigador Antonio Gutiérrez Ruiz ha editado en estos días, a través de la Asociación Cultural ‘Puertoguía’  el cuarto volumen de la serie ‘Mansiones y Linajes de El Puerto de Santa María’, con el título ‘Los Winthuyssen’, parte 1 dedicado en esta ocasión a las familias de origen hispano-flamenco de los Winthuysen, cuyo subtítulo es: “Tres generaciones de clérigos, comerciantes y militares”.

Partiendo de tres hermanos: Roberto, Mathías y Dionisio Winthuysen Van de Mortel que contraen matrimonio con tres damas portuenses, nace y crece una saga o clan familiar de este apellido, de cuyas tres primeras generaciones, miembro a miembro, ofreciendo cumplida información en las 260 páginas de que consta este IV volumen de la serie, pensada para difundir fragmentos de la historia local y datos biográficos de los personajes que la protagonizaron, algunos de los cuales alcanzaron  notables relieves, tanto profesional como humano, dignos de ser conocidos y recordados.

Se estudian diversos personajes y ramas que fueron cargadores a indias, frailes, predicadores y picarones, militares con vocación de héroes, contadores de temporalidades, tapados, inquisidores fiscales, aventureros, políticos, … los Winthuysen van de Mortel,  Winthuyssen Gallo, Winthuyssen Porro, Winthuysen La Haya, Hernández Winthuysen, Winthuysen Cañas, Winthuiysen Ticio, Winthuysen Pineda, Winthuysen Garracín y Winthuysen Conti.

Desde Gente del Puerto, su autor, Antonio Gutiérrez «les invito a su lectura, especialmente a los que gusten de conocer temas y personajes inéditos de nuestra historia local,  agradeciéndoles el interés dispensado y la buena acogida de los volúmenes precedentes».

FRAGMENTO.
«Directa e indirectamente decenas de vecinos de la ciudad portuense estaban relacionados con el tráfico mercantil. Esta última flota llevó hasta Veracruz (Mejico) mas de dos mil arrobas de vino de El Puerto, entre ellos 62 barriles embarcados por cuenta y riesgo del clérigo Crisanto Miguel Winthuysen Ticio, el cual fallecería meses después de zarpar la flota, ese año de 1776. Esta mercancía de carácter perecedero, no se llevaba para su venta en Jalapa (Méjico) Se realizaba en el mismo Veracruz, prácticamente en la bodega del barco, encargándose los consignatarios --generalmente personas de confianza del propietario de la mercancía-- de realizar esta operación y liquidar con los administradores. Algunos de estos consignatarios eran criollos o españoles establecidos desde hacía tiempo allí, y otros naturales y vecinos del sitio de origen de la mercadería como era el caso del portuense Antonio Vicuña Goenaga. Desde hacía una década estaba en Veracruz, volviendo con cada flota para de nuevo partir con la siguiente, actuando de consignatario de muchos de estos comerciantes y exportadores de El Puerto».

Los interesados en adquirir este nuevo volumen, que mantienen el mismo precio de toda la serie: 20 Euros, pueden solicitar su envío por correo, sin gastos adicionales o entrega domiciliaria (en El Puerto) mediante e-mail a sedtel@hotmail.com o llamando a los teléfonos 956056076 y 646908273.  También está a la venta en cinco papelerías locales en que se distribuyen habitualmente: Papelera Portuense, Librería Zorba, Librería Ferla, Papelería Bollullo , Papelería y Librería Vistahermosa, Acanto, Casiopea, El Águila y El Juncal.

Copa de confraternización que ofreció el Ayuntamiento a los empleados del Palacio Municipal, cuando se encontraba en la Plaza de Isaac Peral en la década de los sesenta del siglo pasado, siendo alcalde Luis Portillo Ruiz.

01.- Joaquín Picazo Gutiérrez; 02.- Manuel Gallardo; 03.- Federico Jiménez Hernández; 04.- Antonio Torres Santiago; 05.- Juan Ignacio Pérez Salas; 06.- Francisco Lara Izquierdo; 07.- Frrancisco Rábago de Celis; 08 y 10.- 2 desconocidos (sólo se les ve un poco la cabeza); 09.- Eugenia Mena; 11.- Campos; 12.- desconocido; 13.- Ana María Fernández; 14.- Díaz Vance; 15.- Juan Manuel Martín Vélez; 16.- Jerónimo Yeste Wenseslao; 17.- desconocido; 18.- Elisa Solís Muñoz Seca; 19.- Luís Almansa; 20.- Manuel García Sánchez; 21.- desconocido; 22.- desconocido; 23.- desconocido (sólo se le ve un poco la cabeza); 24.- Toto; 25.- José Luís Calderón; 26.- Miguel Gómez; 27.- Vicente Terrada; 28.- Brotón; 29.- María del Carmen García de Cos; 30.- Francisca Cerdá Cossi; 31.- Juan Melgarejo Osborne; 32.- Ana; 33.- Luís Portillo Ruiz (Alcalde de la Ciudad); 34.- Fernando Arjona Cía; 35.- José Almagro; 36.- Manuel Rebollo Laínez; 37.- Manuel Jarque Martínez “Chicharito”; 38.- Francisco Dueñas Piñero “Maestro Dueñas”; 39.- Manuel Astorga; 40.- Jesús Nogués Ropero; 41.- Francisco Sara Zampalo; 42.- Chonita Lassaleta; 43.- Luis González Dominguez “Poniqui”; 44.- Antonio Guerrero Aldana “Enero”;   45.- José Valiente Moreno; 46.- Antonio Romero Castro; 47.- José María Amosa Muriel; 48.- desconocido; 49.- José Puente García; 50.-  Francisco Martínez Montenegro; 51.- Eduardo Brea; 52.- Antonio García Terrada; 53.- Francisco Raya; 54.- Pedro Rives Ferrer; 55.- Juan Valiente Moreno; 56.- Gabriel Ullen García de Quirós. (Foto Martínez, de la colección Vicente González Lechuga, quien ha identificado a los integrantes de la misma).

Antonio Sánchez López delante de un azulejo del Vapor. /Foto: Pepe Monforte.

Hoy 10 de enero cierra sus puertas uno de los establecimientos de hostelería más veteranos de la ciudad, el bar Playa-El Rempujo, situado en la plaza del Polvorista. La jubilación de su propietario y el descenso generalizado del consumo han sido las razones que han llevado a la decisión de cerrar el negocio · En los buenos tiempos el establecimiento llegó a servir 700 cafés diarios

La calle de la Aurora, a la izquierda la Plaza del Polvorista, a la derecha la Casa de Roque Aguado, donde hasta hoy estaba el Bar Playa-El Rempujo. El establecimiento se fundó en la década de los 30 del siglo XX.

Una imagen de la Casa de Roque Aguado, donde estaba prevista una promoción inmobiliaria.

La decisión viene motivada por la jubilación de su propietario, Antonio Sánchez López, que comenzó en el negocio hace 55 años con tan solo diez años de edad, junto a sus padres Luis Sánchez y Milagros López Alejo. La familia trabajó antes en otro establecimiento también llamado El Rempujo en la calle Aguado, muy cerca del local actual, pero el padre de Antonio lo trasladó a la casa de Roque Aguado y rebautizó el establecimiento con el nombre de bar Playa, al no haber otro local similar ya hasta La Puntilla.

El rempujo es, según la terminología marinera, una manopla de cuero con refuerzo metálico en la palma para empujar la aguja de coser velas, nombre recogido de la nomenclatura martítima que ha dado nombre al establecimiento de hostelería.

BAR DE MARINEROS.
En sus inicios El Rempujo fue un bar de marineros. No hay que olvidar que en los años 50 en El Puerto la flota local contaba con unos 170 barcos y el sector daba mucho trabajo al bar, que abría entonces a las cuatro de la madrugada. Después llegaría la puesta en marcha de la parroquia del Carmen y San Marcos (al principio de forma provisional en la plaza del Polvorista), luego el impulso de la actividad bodeguera, con varias firmas del sector ubicadas en las inmediaciones como Osborne, Rives o Cuvillo.

En la imagen, el porteño José Manuel Domínguez Verano, que ha trabajado en El Rempujo desde el año 2004 --con anterioridad, desde 1977 a 2002 trabajó con Eugenio Quilimaco, como encargado en sus establecimientos en Carrefour-- Manolo Troncoso Pérez, que entró en la casa con 11 años y ya lleva 47, y Ramón Borja Arníz, trabajador de la casa desde 1993. Sin olvidar al ya desaparecido Diego.

Una instantánea de la cocina, que en su origen era atendida por la mujer de Antonio, Milagros Farfán y en los últimos tiempos por el cocinero Juan Ortiz.

EL AYUNTAMIENTO, EN POLVORISTA.
Y finalmente, lo que terminaría de darle al bar el empuje definitivo, el traslado del Ayuntamiento al actual edificio de la plaza del Polvorista, en los años 70. "Eso fue para nosotros una lotería", recuerda Antonio, que ha trabajado mucho durante toda su vida junto a su mujer, Milagros Farfán, que se encargaba de la cocina cuando el establecimiento amplió su actividad. Debido a su proximidad con la casa consistorial todos los políticos portuenses han pasado muchas horas en El Rempujo. "He conocido a diez alcaldes", dice Antonio, para quien su primer lema ha sido siempre la discreción: "ver, oír y callar".

Sin duda su especialidad más aplaudida son los chicharrones de atún, una receta propia que solo se puede probar en El Rempujo. En sus buenos tiempos en el bar Playa-El Rempujo se llegaban a servir hasta 700 cafés al día, unas cifras que quedan ya muy lejanas, ahora que la caída generalizada del consumo no respeta ni a los establecimientos más señeros.

Aunque hace unos años llegó a adquirir un nuevo local junto a la plaza de Peral, el retraso que arrastra el traslado del Ayuntamiento le ha hecho desistir, ya que a su inminente jubilación se ha unido la caída de las ventas en los últimos tiempos, algo a lo que casi ningún negocio está siendo ajeno.


JUBILACIÓN VIENE DE JÚBILO.
Sus tres hijos se ganan la vida al margen de la hostelería y tras 55 años de muchos sacrificios, Antonio está deseando estar libre para disfrutar de sus nietos, Carlos de 8 años y Martín, de tres meses. Aunque echará de menos a sus compañeros de trabajo, tiene claros su planes: "Voy a dedicar mi tiempo a mis nietos y a pasear por la playa, algo que no he podido hacer nunca porque siempre he estado trabajando", afirma. (Texto: Teresa Almendros Edeso).


TAPAS Y RACIONES.
Al mediodía y por la noche tapitas en la barra o medias raciones y raciones en la terraza. La carta es de platos clásicos con especialidades como el gallo empanao, los chocos a la plancha o guisos marineros como los fideos con almejas. Una de las últimas incorporaciones a la carta, los chicharrones de atún, se han convertido en su tapa más famosa. Se trata de trozos de atún fritos con los mismos ingredientes que los chicharrones de carne. Se comen fríos.


CHICHARRONES DE ATÚN.
Las obras de arte también pueden aparecer en las barras de los bares no sólo en los museos que, la verdad, los visita mucha menos gente. La imaginación humana no tiene límites y un buen día al equipo de cocina del Bar Playa El Rempujo de El Puerto en una acción coordinada, según narra Antonio Sánchez López, el propietario del local, se les ocurrió coger unos trozos de atún y aliñarlos como si fueran chicharrones de cerdo. Así les pusieron un poquito de orégano, un chorrito de vino fino de El Puerto, sal, laurel, ajo picaito, pimienta negra y los frieron en aceite. Luego dejaron que se enfriaran y los pusieron de tapas, el invento no salió nada mal porque cuatro años después estos chicharrones de atún, como bautizaron al invento tapístico, son la tapa de más éxito del establecimiento. Lo cierto es que el atún parece haberse disfrazado de cochino porque el guiso sabe al adobo de chicharrones, pero clavaito. Sin embargo, el atún no queda enmascarado y su sabor también se deja ver en la preparación. Para colmo la carne queda jugosita y llega a la mesa con un poquito del aceite de la fritura donde se puede mojar pan sin ningún tipo de remilgos, procurando coger un poquito del aliño para darle más gracia a la cosa. (Texto: Pepe Monforte).

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Contar la vida de un padre y de su familia es un poco complicado por muchas razones, creo que lo entenderán la gran mayoría de las personas que lean este texto. Mi padre y familia --los Cristo Charneco-- proceden de la provincia /distrito de Faro, en el Algarve, (Portugal). Fueron seis hermanos:  José, Cecilia, Lino, Manuel, Luciano y Juan. Todos vivieron y fallecieron en El Puerto, excepto mi tía Cecilia Cristo Charneco, (Vila Nova de Cácela 1911 - Vila Real de Santo Antonio, 1999). Estuvo casada con Antonio Gómez, hombre muy conocido en esta ciudad, era el encargado de Fomento en esta localidad fronteriza en 1947. Pasaron muchas temporadas de su vida en El Puerto, con sus tres hijos varones.

En la feria de Ganado (década de los 50 del siglo XX). De izquierda a derecha y de arriba a abajo: 1ª Fila: Lino Cristo Charneco; Juan Cristo Ruiz; Carmen Ruiz Camacho; Luciano Cristo Charneco; Gertrudis Velázquez; Juan Cristo de los Martyres; Cecilia Cristo Charneco; Carolina Charneco Gabana; delante de ella, Antonio Cristo Ruiz; María Aparicio; Manuel Cristo Charneco. 2ª Fila: 5 niños desconocidos; Manuela Álvarez; María del Carmen Cristo Ruiz .

LA VIDA EN LA FREGUESÍA.
La vida en aquella freguesía (pedanía) de pescadores dependiente de Vila Real de Santo Antonio, en el primer tercio del siglo veinte, según mi abuelo,  era dura, dedicada a la pesca y salazones de pescados azules, y a la agricultura, tenían un terruño de arena de sílice, improductivo, de unos cuatro mil metros cuadrados de secano.  Hoy el terreno valdría mucho dinero por tener la playa muy cercana. Corrían malos tiempos a principio del siglo veinte en Portugal.

Mariscando en Vila Nova de Cacela, pedanía de Vila Real de Santo Antonio (Portugal).

El abuelo, Juan Cristo de los Mártires (Vila Nova de Cácela, Portugal 1887 - El Puerto, 1961). Tuvo que emigrar en busca de nuevos horizontes con sus dos hijos mayores, José de 20 años y Lino, de 14 años, deciden cruzar el río Guadiana, en busca de mejoras, con destino a Tarifa, pueblo marinero por excelencia, con un gran movimiento en la pesquería y conserveras de pescados de aquellos años.

CRUZANDO LA FRONTERA.
Me contó mi padre, Lino Cristo Charneco, que pasaron el río ya mencionado en una balsa de madera grandísima, en la que entraban carros tirados por mulas y animales cargados con todo lo que se puede vender, comprar y trocar. Esta embarcación iba arrastrada desde tierra, por un grupo de hombres en la margen hispana y equivalente en la orilla lusitana. Esto le impactó mucho a mi padre, lo mencionaba en muchas ocasiones, nos describía estos hombres con el torso desnudo, se semejaban a los esclavos egipcios, como nos relata la  cinematografía.

Me informó que no pasaron el río por la frontera de Villa Real de Santo Antonio-Ayamonte, fue una zona interior de la provincia de Huelva, que no describió. Recorrieron mucho camino a pie, antes de llegar a su destino. En el viaje mi padre, le comentaba continuamente a mi abuelo: «--¿Papa dónde vamos?» Dejar la tierra donde uno emerge y crece, para emigrar a otra comarca siendo un niño, tiene que ser muy doloroso. Yo lo digo por experiencia, me fui de El Puerto, con veinte y nueve años, con destino a Tarragona, y mi salida fue angustiosa. /Portada de la Pensión Las Columnas, hoy en desuso, donde vivieron a poco de llegar a El Puerto.

Se instalaron en Tarifa, el pueblo de Guzmán “El Bueno”, y  posterior en Barbate, trabajaron de marineros y rederos, y mi padre como grumete en los barcos de pesca durante varios años. Conoció mi abuelo a un portuense, dueño de barcos, este le aconsejó que se afincaran en El Puerto, que había más vida y oportunidades de trabajos.

LLEGADA A EL PUERTO.

En 1933, se trasladaron el abuelo y mi padre a Alcanatif, el nombre árabe de mi ciudad. Mi tío José se quedo como redero en Tarifa. Dormían en los barcos donde estaban enrolados o embarcados, o sea, hasta que no hubo presupuesto para poder hospedarse por primera vez en la posada de Las Columnas.

La calle Sierpes, en la década de los sesenta del siglo pasado. Como se puede observar en primer término a la izquierda, los puesos de verduras se encontraban adosados y al aire libre, con el toldo de protección plegado. A la derecha, la ristra de bares de la calle en aquellos años.

Otra vista, mas reciente de la calle Sierpes.

Con posterioridad alquilaron una vivienda en el número 5 de la calle Sierpes. Toda una vida junto a la Plaza de Abasto. Tenían de vecinos el Bar de ‘Milindri’, dirigido por Simón e Ignacio. ‘El Lengue’, padre y Rafael, hijo carnicero de profesión, creo que fue novilleros sin caballos. Cristóbal, el de ‘El Baratillo’, comparsista y hombre inteligente. Pancho Rábago, dueño del bar del mismo nombre, creo que tuvo el cargo de teniente alcalde.

El Bar Milindri, en la década de 1950, contemporáneo en sus inicios de la Carpintería Lobo. Manuel e Ignacio Simón, los primeros a la izquierda. (Fotografía del libro ‘Tabernas y Bares con Solera’ de Enrique Pérez Fernández).

Recuerdo al cantante Antonio Machín, cuando venía a actuar al Teatro Principal, siempre visitaba la casa de Pancho, la mujer era cubana y creo de la misma ciudad del genial cantante de color. Los carpinteros hermanos Lobo, (ver nótula núm. 159 en GdP) su taller daba junto a la casa de mis abuelos. Eloy Fernández Moro,(ver nótula núm. 059 en GdP) dueño de la tienda de comestibles, esquina en la confluencia de calle Vicario y Sierpes. Parece que le estoy viendo, se cubría con la clásica boina negra, y con una bata de color garbanzo, como describía mi abuela el color, de esta prenda: comprábamos en este comercio. Tomás el del ‘Metro’, tenía una tienda de tejidos y ropas, estaba situada en frente del  establecimiento del mencionado Eloy. /En la imagen de la izquierda, el cantante cubano afincado en España, Antonio Machín.

LA ABUELA: SASTRA Y CULTA.

La abuela, Carolina Charneco Gabana, (Vila Real de Santo Antonio, 1892 - El Puerto, 1976), mujer culta para su tiempo, estudió corte y confección, conocida por ‘la Portuguesa’, llegó con el resto de la familia en los años treinta y algo. Costurera de ropa de hombre, por cierto muy buena sastra. La primera chaqueta que vistió Manolo Bermúdez Junquera ‘Anzonini’ (ver nótula 524 en GdP), se la confeccionó mi abuela. Solía asesorar y leerles las cartas a los lusitanos analfabetos, que trabajaban en embarcados en El Puerto. La gran mayoría de los portugueses, se desplazaban en bicicletas de España, a Portugal y viceversa,  tardaban en el viaje tres o cuatro días. /En la imagen de la izquierda, Carolina Charneco Gabana, (Vila Real de Santo Antonio, 1892 - El Puerto, 1976).

Lo que hace la necesidad, para poder ahorrar algún dinero para su familia. Aquellos tiempos fueron durísimos. Conocí a un portugués de nombre Manuel de Ana que solía  viajar  en bicicleta y, con el tiempo, se compró una motocicleta;  era muy amigo de la familia y del mismo pueblo de Lagoa, trabajó en El Puerto, más de veinte y cinco años, en la mar, era un ser muy agradable:  lo que llamamos por aquí muy buena gente. /En la imagen de la izquierda, el portugués Manuel de Ana.

EL ABUELO: POLIFACÉTICO, INTELIGENTE Y ANALFABETO.

El abuelo, Juan Cristo de los Mártires estuvo de joven en Macao, colonia portuguesa en China. Mi abuelo fue un trabajador incansable, tuvo muchos oficios: barbero-sacamuelas, capador de cochinos, marinero, agricultor, en los veranos venía con una cuadrilla de portugueses, a la siega del trigo, a España.

Hombre que no sabía leer, ni escribir, pero les puedo asegurar que podía sobrevivir en cualquier sitio donde le dejaran. Diestro en la pesca desde tierra y en el mar, elaboraba muy bien los salazones, extraordinario mariscador, experto en la caza en todas sus modalidades, conocía las plantas medicinales, y como utilizarlas. En la imagen de la izquierda, Juan Cristo de los Mártires (Vila Nova de Cácela, Portugal 1887 - El Puerto, 1961).

Era amante de los pájaros, tenía siempre colgados en la fachada de casa, tres o cuatro jaulones con alondras, le encantaba el cante de estas aves, eran muy difícil mantenerlas en cautividad;  recuerdo que había  que coger cigarrones (saltamontes), para la dieta alimenticia de estos pájaros. Contaba el abuelo, que estuvo segando en una finca cerca de Arcos de la Frontera, a principio de los años treinta, se quedo asombrado, viendo como pelaban los novios la pava, en esta zona. Se echaban al suelo y se veían por el ojo de las gateras de los portones, ubicados en la zona baja de dichas puertas.

Era un ser bueno, inteligente y educado, no lo digo porque fue mi abuelo, lo digo porque es verdad. Fue el espejo donde mirarme, en esta vida clasificada por mí, de tiempos perniciosos y de momentos buenos. Por muchos años que pasen le sigo recordando y echándole de menos, sin olvidarme de la abuela. (continuará). (Texto: Antonio Cristo Ruiz).

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Rematando las fachadas de muchas casas de El Puerto, sobre las azoteas, se encuentra en ocasiones una torre vigía o torre-mirador que, a menudo decoradas, adoptan modelos variados: terraza, sillón, garita... Estos vigías arquitectónicos oteaban el movimiento de las embarcaciones y configuraban desde el mar, la silueta de la ciudad. Un buen sitio para mirar el futuro de El Puerto en el año 2013 que comienza mañana.

Torre mirador de la casa de los O'Neale, en la confluencia de las calles Larga y Santo Domingo, propiedad de Bodegas Caballero.

Desde los orígenes de la empresa americana, la Ciudad de El Puerto de Santa María desempeñó un papel destacado que iría aumentando en intensidad hasta los siglos XVII y XVIII. A ello contribuiría en gran medida el ambiente marinero de la ciudad bajomedieval. Pero sería a lo largo de la Edad Moderna, cuando El Puerto  se prolongaría hacía el Atlántico, convirtiéndose en importante puerto exportador y mercantil de productos de la zona, y en intermediario entre el interior de la península y el continente europeo con las tierras americanas.

Torre mirador de Bodega de Mora, en la calle de Los Moros, propiedad de Bodegas Osborne.

Torre mirador de una vivienda de propiedad particular, en la calle Santa Lucía, muy cerca de la Iglesia Mayor Prioral.

Torre octogonal del antiguo colegio de los Jesuitas en El Puerto, situada en la esquina de las calles Luna y Nevería. De propiedad particular, es un lugar excepcional para colocar una cámara oscura.

El colectivo de Cargadores a Indias se hizo fuerte en el siglo XVII cuando las entonces favorables perspectivas atrajeron a esta zona a un buen número de comerciantes que hicieron de la ciudad un centro comercial y cosmopolita. Estos procedían en buena parte de la aristocracia de origen vasco-navarra y del norte peninsular, aunque no faltaron italianos, flamencos o personas procedentes de otras regiones españolas. La vasco-navarra era una aristocracia de dinero y sangre que ocupó un lugar privilegiado en la sociedad local, participando incluso en el gobierno municipal. En general todos estos comerciantes persiguieron ennoblecerse, cosa que su rápido enriquecimiento haría posible en la mayoría de los casos, uniéndose al grupo de nobles hidalgos o miembros de órdenes militares.

Torre mirador del Palacio de Villarreal y Purullena. Fundación Goytisolo y Ayuntamiento. Confluencia de las calles Cruces y Federico Rubio.

Torre mirador de vivienda particular, calle Cielos.

Torre mirador de vivienda particular, calle Cielos esquina con Javier de Burgos.

En 1.717 se produjo el traslado de la Casa de Contrataciones de Sevilla a Cádiz, ofreciéndo un nuevo protagonismo comercial a la Bahía del que El Puerto no quedaría privado. Pero a partir de los últimos años del siglo XVIII y debido, entre otras razones al decreto de libertad de comercio con las colonias (Carlos III, 1.788), nuestra ciudad se debilitó frente a Cádiz en lo que al tráfico ultramarino se refería, comenzando una decadencia comercial que se fue sustituyendo por nuevos horizontes económicos.

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Juan Segura Lobo, nace el 20 de Septiembre del 1913 en El Puerto de Santa María, hijo único de Manuel Segura Pérez natural de Puerto Real y Carmen Lobo Rodríguez de ésta. Su padre, Manuel, trabajaba de guardagujas en la línea Jerez-La Parra y allí vivía la familia hasta que decide dejar este trabajo y abrir una taberna de vinos en el centro de El Puerto. A partir de aquí, existen dos versiones: , según un informe de la policía, Manuel abre el bar ‘El Chorro’ el 19 de Mayo de 1922 y según la mutua laboral de trabajadores autónomos el 20 de abril de 1921. Sobre esa fecha Manuel alquila la casa situada en la calle Ganado núm. 23  -entonces calle de Calvo Sotelo-- para vivir en ella y también alquila el local situado en el número 9 de la mísma calle, donde comienza la aventura del bar.

El nombre ‘El Chorro’ creemos es debido a una fuente que había un poco más arriba donde hoy esta Bankia, antes Banco Central, esquina con la calle Larga. Juan tiene por entonces 7/8 años y estudia en el colegio de Ricardo Alcón situado en la planta superior del bar, también va a Bellas Artes y da clases de Francés en la calle Larga, hasta que cierra el colegio (no sabemos por qué ni el año) y su padre lo pone a trabajar en el bar ya que este va marchando bien y lo necesita para que le ayude.

En el interior del Bar El Chorro, el padre de nuestro protagonista, Rafael Álvarez Santander, suegro de Ricardo 'el de las gomas' y Juan con su hija mayor en brazos, María del Carmen.

Fruto de este periodo fructífero, el 28 de Mayo de 1941 Manuel compra la casa completa a la dueña: Vicenta Serrano; esta casa da a dos calles, Ganado y Ricardo Alcón, decidiendo entonces la familia irse a vivir a la planta superior y dejar la de abajo para el bar que aumenta el espacio a casi toda la planta colocando mesas y sillas en un patio interior; también alquila un local situado enfrente justo del bar que utiliza como almacén y donde coloca varios toneles de vino.

Juan, en Sevilla, con algunos compañeros de hostelería.

Entre el año 40 y 50 del siglo pasado, nuestro protagonista, Juan comienza a llevar el peso del bar y le vemos en algunas fotografías con otros empresarios de la hostelería de El Puerto en reuniones que hacían en Sevilla todos los años.

También, en estos años, en un desplazamiento a Málaga, Juan conoce a la que sería su esposa, Magdalena Mercader Pérez, una mujer maravillosa, guapa, simpática y querida por todos. Magdalena deja su Málaga natal y se casa con Juan el 17 de Junio de 1951 y en Diciembre de 1952 nace su primera hija María del Carmen, en 1955 Victoria, en 1957 Manoli y en 1961 el único varón, Enrique.

Durante cuatro décadas, el bar se llenaba de clientes sobre todo a la salida de los trabajadores de los bancos y comercios y también los domingos, cuando había toros, era un trasiego de gente entrando y saliendo.

En el año 1952 Manuel, ya mayor, pasa todos los poderes  del bar a nombre de su hijo. Pero en la década de los sesenta la venta de vino en estos locales empieza a decaer y en el año 1961 Juan pide permiso para poner un futbolín; más adelante, en 1967 también solicita permiso para poner un televisor, para animar un poco las ventas pero estas siguen bajando y el cierre era ya inevitable, creemos que entre 1972 y 1975 el bar ‘el Chorro’ cierra sus puertas.

De derecha a izquierda vemos a los hijos de Juan y Magdalena: Manoli, Victoria, Carloti (una prima) María del Carmen y Enrique. A la madre, Magdalena, la vemos situada entre una pareja amiga, al parecer en feria.

Juan alquila parte del local para ganar algún dinero a una tienda de electrodomésticos con el nombre de "La casa de los Martínez". Aunque Juan sigue vendiendo vino algún tiempo más en el local que tiene enfrente de su casa hasta que en el año 1982 aproximadamente cesa toda actividad. Ya en su jubilación Juan se dedica a dar largos paseos por la ciudad y no había obra que se estuviese realizando en El Puerto que él no conociera.

Juan al fondo de la imagen, con algunos clientes en primer término.

Era muy buen amigo de los dos hermanos Roque --el de la zapatería, ver nótula num. 675 en GdP-- y el de la droguería --ver nótula núm. 280 en GdP--, así como de Manolo Carrillo el vendedor de periódicos --ver nótula núm. 076 en GdP--. Aficionado a los toros, la playa, andar y el vino. Falleció el 21 de diciembre de 1999.

Nuestro agradecimiento a José Cordón Quintana.

Tal día como hoy, el 16 de diciembre de 1281, martes, Alfonso X ‘el Sabio’ rey de Castilla, concedió a la antigua aldea musulmana de al-Qanate, los privilegios de su fundación como ciudad con el nombre de El Gran Puerto de Santa María. El repartimiento de tierras entre sus pobladores se había hecho en años anteriores. Con la nueva Carta Puebla se establecieron privilegios e instituciones. Más de 40 testigos, nobles y obispos del reino y ante los notarios de Andalucía y León, rubricaron el documento. Ya vamos por 731 años… Y desde entonces a nuestros días, El Puerto ha vivido momentos de esplendor y momentos de penuria. Siempre ha salido adelante, unas veces mermado en sus fuerzas con secuelas de los malos momentos, otras fortalecido y con nuevos bríos para conquistar el futuro, que no es sino trabajar duro en el presente. En este vaivén de momentos cumbres y momentos valles, parece que nos ha tocado vivir unos tiempos de un valle prolongado del que no se saldrá si no es con la voluntad, el entusiasmo y el trabajo de todos. Nada va a venir regalado por mecenas frente a la competencia de otros municipios cercanos. Recogeremos lo que sembramos e independientemente de las ‘glorias de campanario’, que haberlas hailas. Pero es que, además, a la ya secular característica del porteño de desapegado a sus cosas se une, también que mas del cincuenta por ciento de sus habitantes no hayan nacido aquí y no sientan El Puerto como propio, sino como un solar donde simplemente viven, sin implicarse en su realidad. ¡Líbrenme los Mengues de ser tachado de localista! Tengo acreditado por escrito mi afirmación de que muchos no nacidos aquí se implican muchísimo mas que los nativos de varias generaciones. Pero esa es otra cuestión. Vaya mi recuerdo en este día para un descendiente del Rey Sabio quien, a sus 46 años el destino quiso que fuera alcalde de El Gran Puerto: Juan Melgarejo Osborne. 688 años y 18 antepasados, le unían de forma directa con el fundador de El Puerto. (Texto: José María Morillo) twitter: @JoseMariMorillo

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Según parece, el famoso escritor francés Alejandro Dumas (1802-1870) no pasó por Jerez [pero si estuvo en El Puerto de Santa María]. Así es al menos lo que se puede concluir si se lee su libro de viajes por España, De Paris a Cádiz, escrito entre 1847 y 1848. Aunque no llegó a pisar tierras jerezanas, las referencias a los vinos de la zona están presentes, no sólo en esta publicación de viajes sino en algunas de sus novelas más populares y conocidas.

De seguro que esta inspirada frase de Dumas, «Jerez, símbolo de la alegría y del espíritu español», pronunciada por él o puesta en boca de algún personaje de ficción nacidos de su imaginación recoge fielmente la percepción que tenían otros famosos paisanos suyos que disfrutaron de la magia de la Campiña y la Bahía de la provincia, como el pintor Gustave Doré y los escritores Theophile Gautier y Pierre Louys, entre otros.

En cambio, describe su paso por Sanlúcar y El Puerto de Santa María, otras dos de las poblaciones que conforman el actual Marco de vinos del Jerez, además de Cádiz, a donde le trae su itinerario desde Sevilla a través del Guadalquivir y el Guadalete.

En el grabado del siglo XIX podemos ver en el agua, el Vapor; a la izquierda la antigua Real Fábrica de Aguardientes y Licores, luego Aduana, s u lado el Resbaladero y detrás, el Castillo de San Marcos con otra configuración arquitectónica.

En los últimos capítulos del libro podemos leer: «El vino de Jerez se extiende por el mundo gastronómico desde El Puerto de Santa María. Ya conoce el famoso jerez, el jerez de los caballeros que tanto le gusta encontrar a don César Bazán junto al rey de los patés. Por eso El Puerto de Santa María es un verdadero lugar de peregrinación para los ingleses. El barquito de vapor que cada hora hace el recorrido de Santa Maria a Cádiz lleva en cada viaje, si no un cargamento completo, sí por los menos una buena muestra de gentlemen viajeros que, tras haberse detenido en Sanlúcar, quieren comparar el pajarete con el jerez».     

Pero Dumas ya conocía y apreciaba el jerez antes de probarlo en su mismo origen. Al menos así nos lo hace saber por boca de algunos de los aristocráticos personajes de su novela, El conde de Montecristo (1844): "...votre vin d'Espagne est excellent" (vuestro vino de España es excelente). Igualmente, va a estar presente en otras tres de sus obras, en las que queda patente que el jerez era muy conocido en otros períodos de la historia de Francia. (Texto: José Luis Jiménez García).

Desde 1838, este casco de bodega se encuentra en la desembocadura  del río Guadalete a la Bahía de Cádiz atlántica. Los vientos secos de Levante y húmedos de Poniente provenientes del Oeano Atlántico regulan la humedad ambiental manteniendo las condiciones óptimas para los vinos. /En la imagen, cuando era propiedad de A & A Sancho.

La estabilidad y calidad de los vinos Gutiérrez-Colosía están garantizadas por una esmerada crianza por el sistema de criaderas y soleras, siguiendo la mejor tradición de la comarca. La estructura de las bodegas es conocida en la zona como "nave de catedral". Son edificios de gran altura y numerosos arcos que exponen los vinos a la influencia del clima especial del que goza la comarca del Jerez.

Herederas de una larga tradición vitivinícola: La primera nave fue construida en 1838 y se conserva prácticamente igual que entonces. Pasó por varios propietarios hasta que a principios del siglo xx la compró José Gutiérrez Dosal, bisabuelo de la última generación de la familia Gutiérrez-Colosía.

Imagen aérea de las actuales bodegas Colosía, con el vapor al fondo.

En 1969, la familia Gutiérrez-Colosía compró las ruinas del Palacio del Conde de Cumbrehermosa -cargador de Indias-, que ya tenía una bodega, y en su lugar hicieron construir dos naves más, hoy en desuso bodeguero. Las Bodegas Gutiérrez-Colosía son las únicas que actualmente dan directamente al río Guadalete lo que le aporta la humedad perfecta para la crianza biológica de los vinos finos bajo el velo "en flor" (microorganismos que se reproducen en la superficie del vino).

Más información de Bodegas Colosía: nótula 707 en GdP, Juan Carlos Gutiérrez Colosía

4

(continuación)

Calles del centro, escenarios de recorridos de procesiones del Corpus y de la Virgen de los Milagros, olores a romero y nardos que anunciaban el comienzo y el final del verano. Olor a primavera, a azahar, a Semana Santa, a cera, incienso y a naftalina de las dalmáticas de los monaguillos. /En la imagen, el arcipreste de la Ciudad, Manuel Salido y el miembro de la Archicofradía del Santísimo, Ramón Jiménez Loma, en una procesión del Corpus de los años sesenta.

A veces, siempre en compañía de mi hermano, me aventuraba para explorar nuevos límites, nuevas calles hasta lo que hoy llamamos Barrio Alto. Nuevas sensaciones, gitanos de la calle de la Rosa y un olor nuevo, el de alhucema quemada (parece que para favorecer el sueño), miré a mi hermano y le dije: "¡Huele a vieja!". Recuerdo el olor de otra aventura, me intrigaba un indigente al que veia algunas veces sentado en una casapuerta comiendo pan y pescado frito (o "mijitas", no lo sabía). Quise experimentar esa sensación de "ser pobre" comprando su misma comida en el freidor de la calle Nevería y adentrarnos en calles oscuras, donde nadie nos viese, y vivir a fondo la sensación de ser mendigo por un instante. Tal vez fue mi forma de ser solidario con su injusta desventura.

Muchos adolescentes de mi edad frecuentaban el salón de juegos de la calle Palacios, billares y futbolines a los que mis padres me prohibían el acceso, pero no pusieron pega para apuntarme a Acción Católica, donde había un futbolín y una mesa de ping-pong. Nuevos olores de comida benéfica los domingos, donde se instalaba un comedor (con acceso,por la calle Diego Niño) gestionado por las Damas de la Caridad y donde colaborábamos instalando y sirviendo las mesas. A partir de ahí, mi hermano se integró en una pandilla de amigos y me cambió por los guateques de azotea.

La pubertad llegó al mismo tiempo que el turismo. Olor a coco del bronceado de las guiris del "Cangrejo Rojo", las niñas de mi pandilla preferían sin embargo un preparado de aceite de oliva, Inma y Carlota olían a ensalada en el Club Náutico. /En la imagen de la izquierda, publicidad del Cangrej Rojo, luego Club Mediterráneo.

Los olores de la plaza no formaron parte de mi primera infancia. Algunos recuerdos de ver a animales disfrazados, creo que por Todos los Santos o la Inmaculada. Funesto y grotesco. Nada que ver con el olor a chicharrones y manteca colorá, tan poderosos como el de los puestos de pescado. Olor a hierbabuena, apio y fruta del Vela en la Placilla.

El tiempo vuela y el otoño del 68, el otoño de las nuevas ideas y ansias de libertad, me lleva al último Preu de los Jesuítas (luego sería Cou), Pepe Buhigas, Miguel León, Javier Díaz, Tony Castillo, Emilio Flor, compañeros, amigos. Colegio de los Jesuítas y la casa de Faelo en la calle Larga, puntos opuestos en la distancia y tal vez en la mente de los curas, pero genialmente complementarios para comprender que la cultura es hermana de la libertad. Olores denlas calles Santa Lucía, Durango, Conejitos, San Francisco. Visita por las tardes a casa de Faelo, olor a jazmines y dama de noche, embriaguez de perfumes, de música clásica, poesía y de alguna copita del barrilito de fino. Placer infinito y paz interior en las puestas de sol de Fuentebravía.

Sopa de Tomate, hecha con pan duro a fuerza del Levante.           

A todo esto, ¿y el Levante?. De entrada, el Levante huele a Estrecho, a los Alcornocales y a las colinas de Vejer, a Valdelagrana y a Guadalete, a sirena del vapor en la azotea y a gaviotas que se adentran en tierra. El dolor de los juanetes de mi abuela, los brincos repentinos de los gatos, el "pato" de las niñas de la pandilla y los delirios de más de cuatro anunciaban su llegada. Para saber más sobre la influencia del viento de Levante recomiendo el opúsculo escrito por el bueno de Enrique Bartolomé. Y si el Levante pone el pan duro, bienvenidos sean la sopa de tomate, el ajo caliente y las torrijas, todo tiene su parte buena, para eso somos del Puerto.

Vivir en Francia me aportó innumerables beneficios ideológicos, culturales, profesionales y familiares. Cuando veníamos de vacaciones dejábamos la autopista en Jerez y no en Puerto Real para buscar un sentimiento apoteósico: divisar El Puerto desde lo alto de la cuesta de Matajaca, el mar, las salinas... y oler, oler El Puerto, porque los olores de lo vivido son eternos.

Pisa de la uva por el sistema tradicional.

¿Qué diferencia puede existir entre el olor a vino fino en una calle bodeguera de El Puerto y en otra de Jerez? La respuesta merece detenerse un instante. Cuando los 20 o 30 millones de células olfativas captan un olor, la información llega al sistema límbico y al hipotálamo, que son las regiones cerebrales responsables delasmemociones, sentimientos, instintos e impulsos. Ese olor va a modificar directamente nuestro comportamiento y las funciones corporales (producirá emociones, sentimientos de adhesión, rechazo). Sólo más tarde, parte de la información olorosa alcanza la corteza cerebral y se torna consciente.

Al tornarse consciente, el olor se racionaliza, se cataloga y se generaliza: en todas las calles bodegueras del marco de Jerez el olor a vino fino es el mismo, pero el que percibo en El Puerto es el mío, el que descubrí, el que generó en mí determinadas emociones antes de aprenderlo y guardarlo en la memoria para reconocerlo en otros lugares. Donde quiera que huela a vino fino, mi memoria dirá: "¡El Puerto!"

En base a esta premisa he pretendido describir olores que, desde la infancia, jalonaron mi vida, crónica del conocimiento, emociones y vínculos que estructuraron y definieron mi personalidad afectiva y mi conciencia de pertenencia a esta tierra. (Texto: Diego Utrera Sánchez)

Después de la publicación hace un par de meses, en este mismo espacio, de mi colaboración sobre la estancia en nuestra ciudad de la condesa de Chinchón (nótula 1527 de GdP) en la que dejé constancia de mi desconocimiento sobre el tiempo que pudo estar alojada esta noble dama, que acompañaba a su hermano, Don Luis María de Borbón, Cardenal Primado de las Españas. A raíz de ese artículo, decíamos, el inefable y gentil archivero municipal, José Ignacio Buhígas, me mostró  uno de los numerosos relicarios culturales que allí se custodian, que en el caso que nos ocupa se trata de un pequeño libreto, impreso en Cádiz, en febrero de 1809, en la imprenta de Quintana, cuyo contenido no solo confirma la presencia de la nieta de Felipe V en El Puerto meses antes de que fuera ocupado por el ejército francés sino que nos proporciona fundamentos para establecer que su estancia duró más de siete u ocho meses. /En la imagen de la izquierda, el cardenal Luis de Borbón.

El largo enunciado del folletito, que tiene un formato aproximado de 15x21 cms. y 24 páginas, reza así: “Descripción circunstanciada de las Exequias que en virtud de Real Orden el Ilustrísimo Ayuntamiento de esta Ciudad y gran Puerto de Santa María en unión y acuerdo del Ilustre y Venerable Clero de su Iglesia Mayor Prioral celebró el día 21 de enero del presente año de 1809 por el Serenísimo Señor Conde de Floridablanca.”

José Moñino y Redondo, que ese era el nombre del I conde de Floridablanca, había fallecido en Sevilla tres semanas antes, el 30 de diciembre de 1808, al poco tiempo de haber sido nombrado presidente de la Junta Central Suprema que gobernaba los reinos de España y las Indias.

El ayuntamiento, en cabildo celebrado el 9 de enero, acató gustosamente la  real orden de celebrar el funeral y exequias por tan ilustre difunto, al que se aplicaría el rango de Infante de Castilla, coordinando el acto con el Venerable clero de la Prioral “y que mediante hallarse en esta Ciudad el eminentísimo Señor Cardenal Arzobispo de Toledo y administrador del de Sevilla, su digna hermana, la Serenísima Señora Condesa de Chinchón, el Excelentísimo Señor Arzobispo de Nicea, Monseñor Nuncio Apostólico de Su Santidad y el Señor marqués de Pontejo, pariente y doliente principal del Señor presidente difunto, pasasen las diputaciones a cumplimentar y convidar a tan dignas y respetables personas, con cuya asistencia tendría la función todo el lustre y decoro que era debido y deseaban los dos respetables cuerpos” –el capitular y el del Venerable Clero- señalándose las diez horas del sábado 21 de enero para la celebración del acto.

Con ser importante, que lo es, la confirmación de la estancia de Don Luis de Borbón, cardenal de la iglesia romana, del título de Santa María de Scala, Arzobispo de la diócesis de Toledo, Primado de las Españas, administrador y dispensador perpetuo en lo espiritual y temporal de la iglesia metropolitana y patriarcal de Sevilla, visitador y reformador apostólico, Grande de España de primera clase, Caballero Gran Cruz de la real y distinguida Orden de Carlos III y de las de San Fernando y San Genaro de Nápoles, y del Consejo de Su Majestad, el objeto principal de esta colaboración es dar a conocer la excelente descripción fotográfica que se relata en esa especie de acta testifical de las exequias que es el opúsculo que comentamos, cuya redacción o autoría creo debemos atribuirla a  uno de los diputados del clero, el presbítero Tomás José de Saelices, catedrático de Filosofía en el Colegio de Nuestra Señora de la Aurora.

El impresionante mausoleo funerario que se dispuso, superaba los once metros de alto. Se colocó bajo la bóveda del crucero principal de las tres naves de la iglesia Mayor y estaba “compuesto de tres cuerpos de orden toscano, con adornos propios de su estructura, finalizando en una aguja, todo de color negro y porcelana. En el frente del segundo cuerpo que miraba al pueblo se colocó el escudo de armas del difunto, primorosamente esmaltado, sostenido por dos genios que recibían en sus manos los extremos de una orla enlazada en dicho escudo con el mote: <VIRTUTI, ET MERITO>. Bajo el escudo, en el espacio del primer cuerpo, se colocaron cuatro cojines de terciopelos color carmesí, guarnecido de galones y borlas de oro, pendientes desde el primero la banda y Gran Cruz de Carlos III, el collar de la Orden del Toisón y, en el medio, la placa de distinción de la Junta central gubernativa y, sobre ellos, la espada, bastón y sombrero. En los cuatro ángulos de la superficie de la basa se pusieron cuatro hachones y en el pavimento de la iglesia, rodeando los cuatro lados, dieciséis de la misma clase, todos con cera de grueso calibre.” /En la imagen de la izquierda, el Conde de Floridablanca.

En el plano del presbiterio se colocaron en los dos lados de evangelio y epístola dos doseles de damasco de color carmesí con guarniciones a puntas, flecos y borlas de seda de dicho color; bajo de ellos sobre tarimas alfombradas dos sillas de brazos de caoba preciosamente embutidas de varias  maderas, con remates y guarniciones doradas, asiento y espaldares de terciopelo color carmesí y escudos de la iglesia bordados de oro, plata y piedras, reclinatorios cubiertos de paños grandes de seda y cojines todo  de color morado; a los lados de dichas sillas se situaron banquillos sin respaldo con asientos de terciopelo para los asistentes y cerca de las barandas del presbiterio, inmediatos a estos, escaños con respaldos cubiertos con damasco carmesí para los familiares, y delante de la grada del altar dos cojines morados para la adoración al tabernáculo del Santísimo Sacramento.

Interior de la iglesia Mayor Prioral.

...continúa leyendo "1.574. EL CARDENAL DON LUIS DE BORBÓN. Y las exequias del Conde de Floridablanca."

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Francisco de la Milla y Aliaño nació en El Puerto el 12 de agosto de 1912, hace 100 años. Su padre, maestro de escuela, lo observó desde pequeño en sus estudios, buscando para él una carrera profesional que le resultara natural, que no fuera contraproducente a sus condiciones.

No era buen estudiante Paquito Milla, y así lo demostró en la escuela portuense. Con ocho años, su padre fue trasladado a una escuela nacional de Vejer de la Frontera y allá que se fue nuestro eterno niño. Hasta los catorce años, es decir, durante su infancia y primera adolescencia. Milla recorrí la bellísima población vegeriega, se enamoró de sus niñas y escudriñó su cielo azulísimo, reafirmando a su padre que era un desastre en los estudios pero que, sin embargo tenía una gran facilidad con las manos, sobre todo para dibujar y modelar todo aquello que le llamara la atención.

De nuevo trasladan al padre, con los 14 años de nuestro protagonista, a otro municipio, Puerto Real y será, precisamente, una decisión paterna lleva a Milla a Jerez de la Frontera, a viro con una tía y a comenzar los estudios de Artes y Oficios, acercándose al arte, su obsesión. Ya, con 19 años, su padre le matricula en Madrid, en la facultad de Bellas Artes, hospedándose en casa de otro tío que era director del Banco Industrial Mercantil.

Afiche de la película 'Gracia y Justicia', con Morena Clara, rodada en los Estudios Cinematográficos Roptenses, donde trabajó De la Milla.

Relacionado con la ‘buena sociedad madrileña’ y el mundo de los negocios, su tío lo colocó en los Estudios Cinematográficos Roptenses, de donde era accionista, donde vivirá su primera experiencia con el mundo del cine y contactó con la profesión que, le iba a servir para ganarse la vida. Como ayudante de cabina de proyección en los estudios, Milla pasó sus primeros meses madrileños esperando a que comenzara su primer curso de Bellas Artes, un curso que nunca iba a iniciarse para nuestro protagonista, por el estallido de la Guerra Civil.

Por lo que se llamaba entonces ‘estrecho de pecho’ Milla quiso esquivar el conflicto y salirse de la guerra, pero la guerra terminó reclamándolo a un puesto casi de cine: la UGT creó, en los Estudios Roptenses, una unidad de defensa antiaérea y metió a milla en la contienda. Desde la azotea tenía que escudriñar el cielo con los reflectores del Estudio para alumbrarlo, un destino peligroso. Así pasó la guerra y así la terminó, compaginando la defensa de los cielos con su trabajo en los estudios. Tanta confianza había despertado en los cineastas, y tanto se creía avanzado en el mundo del séptimo arte, que hasta tuvo tiempo de imaginar una escenografía, fijarla en una maqueta y presentarla al productor, que a punto estuvo de aceptársela para una película.

Al finalizar la guerra se colocó en la Academia Majón, como profesor de dibujo para los bachilleres. Pero hubo de reincorporarse a filas --no sirvió de nada el anterior servicio militar al servicio de la república-- y, aunque lo hizo con celeridad ante la carta amenazante que recibió, fue declarado prófugo por lo que hubo de resolver como pudo con la ayuda paterna, presentándose en un Cuartel de Osuna: contó su aventura madrileña, hizo valer su argumento de ‘estrecho de pecho’ para librarse del servicio, y consiguió tras jurar bandera, volver a casa.

Una vista de la plaza del Altozano, de Utrera, a donde llegó nuestro protagonista en 1943.

En 1943 su padre trabajaba como maestro nacional en Utrera había había sido trasladado forzoso por el Ministerio de Educación Nacional, y allí llegará Francisco por vez primera. Pronto encontrará trabajo en un cino de verano de Sevilla, y en años sucesivos en un cine de Jerez, Vejer, El Palmar de Troya, Los Molares y vuelta a Utrera donde donde pasó, ya en un puesto fijo, en el cine Avenida, de invierno, hasta que se jubiló.

Hasta que se casó ya mayor, vivió en la utrerana calle Porras con su madre, África. Cine por las noches y cine vespertino los sábados y domingos. Pero mucho tiempo libre para matar el gusanillo de su existencia: el arte. Milla pintaba cuadros, modelaba objetos, restauraba crucifijos viejos, nacimientos de barro, imágenes de escayola de la Virgen, juguetes antiguos, jarrones… Esa parte de su vida se la pasaba en su estudio. El que disfrutó la mayor parte de su tiempo estaba en la calle Sevilla, en dos habitaciones repletas de cachivaches, despojos antiguos, cuadros, objetos destrozados, pinturas, pinceles, estanterías repletas y una bombilla desnuda de la que Milla sacaba toda la inspiración.

Como el pueblo de Utrera tampoco estaba sobrado de esta clase de artesanos, pronto le llegaron encargos importantes. Encargos para los que no estaba demasiado preparado pero que él trataba de solventar de la mejor manera posible: Cristo de los Gitanos, Virgen del Rosario de Santiago, Camarín de la Virgen de la Consolación de Utrera, Sagrario de Santa María, frescos y pinturas de las hermanas de la Cruz… con resultados desiguales y, en ningún caso nada que no pudiera subsanarse en los que Milla ponía su vida y su tiempo, y de ellos sacaba lo justo para vivir, para seguir llevando la vida humilde que llevaba, ya casado y sin hijos. /En la imagen, Cristo de la Buena Muerte. El artista Miñarro ha recuperado la encarnadura del Siglo XVIII, eliminando la intervención realizada en 1.956 por el artista portuense afincado en Utrera y hermano de dicha corporación  Francisco de la Milla y Aliaño

Antigua Cabalgata de Reyes.

Este portuense se volcó, de forma desinteresada, en la organización y construcción de carrozas de la Cabalgata de Reyes de Utrera desde los años cincuenta hasta casi el día de su muerte, participando activamente en todas las etapas de este desfile de la ilusión. Ya con unas cataratas, en 1996, no pudo colaborar con el evento, pero iba  las naves donde se construían a oler y respirar aquel mundo de pinturas, de papeles, de pegamentos y prisas. Siempre al lado de la Cabalgata hasta el día de su muerte.

Paco de la Milla, junto a las carrozas.

Ahí terminó la historia vital de este chiquillo de El Puerto que no servía para los estudios pero que tenía muchas habilidades manuales. Hoy la asociación utrerana que organiza el cortejo real se llama ‘Asociación Cultural Francisco de la Milla y Aliaño’. Y una plaza lleva desde el 2006, el nombre de ‘Maestro Milla’ y se ubica en la Avenida del Matadero, junto a la barriada que lleva su nombre, en Utrera, la ciudad que lo acogió y donde vivió hasta el fin de sus días. (Texto: Salvador de la Quinta Garrobo).

Nuestro agradecimiento al utrerano Jesús Fernández Lobillo.

1

¡Mi plata aquí en el sur, en este sur,
conciencia en plata lucidera, palpitando
en la mañana limpia,
cuando la primavera saca flor a mis entrañas !

Mi plata, aquí, respuesta de la plata
que soñaba esta plata en la mañana limpia
de mi Moguer de plata,
de mi Puerto de plata,
de mi Cádiz de plata,
mi Sevilla de plata,
niño yo triste soñeando siempre
el ultramar, con la ultratierra, el ultracielo.

Y el ultracielo estaba aquí
con esta tierra, la ultratierra,
este ultramar, con este mar;
y aquí, en este ultramar, mi hombre encontró,
norte y sur, su conciencia plenitente,
porque ésta le faltaba.

Y estoy alegre de alegría llena,
con mi mitad allí, mi allí, complementándome,
pues ya tengo mi totalidad,
la plata mía aquí en el sur, en este sur.
___________________________________
Juan Ramón Jiménez, "Con mi mitad allí", Animal de fondo (1949), Obra poética I.


1. Juan Ramón Jiménez; 2. Pedro Muñoz Seca; 3. Fernando Villalón; 4. Dionisio Pérez.  Al lado de Villalón, a la derecha de la Virgen,  Francisco Ciria y Vergara de la Concha. En la fila de abajo, segundo por la derecha,  Juan Ávila González. (Foto Colección LSA).

2

Gentes de El Puerto, laicos y seglares, fundaron en el siglo XVI una hermandad a la que denominaron de la Misericordia, rigiendo un hospital que daría nombre a la calle donde se ubicaba. Era, conjuntamente con la hermandad de la Vera-Cruz, que ocupaba la capilla del hospital de la Sangre, en calle Palacios, la hermandad más antigua de las conocidas. En esa época, primer tercio del siglo XVI, el hospital de la Encarnación, situado cerca del primero citado, en la misma calle, donde después labrarían los Agustinos su convento, completaba la terna de establecimientos benéficos a los que acudían los enfermos pobres y la gente desvalida.

Desarrollando una amplia labor social que no solo comprendía atender a los enfermos, sino dar cobijo, sustento y  enterrar con decoro a los más necesitados, la hermandad se mantuvo, dentro de sus medios y posibilidades hasta que el Señor de la ciudad, el Duque de Medinaceli, en el año 1661 realizó con el Hospital, iglesia (la actual de las Esclavas) y solar de dicha hermandad, una fundación hospitalaria con todos sus bienes, muebles, derechos y acciones que cedió a la orden del Señor San Juan de Dios, debiendo posteriormente los hermanos de la Misericordia  trasladarse a una  ermita de  calle Larga, llamada de San Andrés, que estaba situada en lugar que hoy ocupa la Óptica Díaz, cortos de equipaje, según ellos mismo relatan: “… con aquella pobres alhajas que habían quedado a nuestra Hermandad, reducidas a un féretro, una Cruz, dos campanillas, otras tantas tazas para pedir limosna, el libro de las Constituciones, otro de asientos de hermanos y un pequeño cuaderno de sus cortas entradas de limosnas…” /Portada de la actual iglesia de Las Esclavas.

En 1668, para que no se confundiesen los hermanos con los religiosos que ocupaban el Hospital de la Misericordia, en cabildo del 1 de noviembre decidieron cambiar el nombre de la hermandad por el de Santa Caridad, definiendo en un manifiesto renovar lo básico de sus fines: “La humilde Hermandad de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesu-Christo de esta Ciudad y gran Puerto de Santa María, empleada heroicamente desde su origen y en cumplimiento de sus Constituciones, en el alivio y socorro de las necesidades espirituales y corporales de su prójimo.”

Un grupo de hermanos disidentes fundó una efímera hermandad llamada de los Desamparados, pretendiendo obtener la exclusividad del entierro de los ajusticiados, labor que realizaban tradicionalmente los de la Misericordia, ahora de la Santa Caridad, perdiendo aquellos el pleito que se siguió con tal motivo.

Gracias al  ordenado registro que la hermandad mantenía de sus actividades conocemos que en los primeros cien años de actividad como Hermandad de la Santa Caridad habían realizado 4.405 entierros de personas desamparadas, mitad hombres y mitad mujeres, aproximadamente, de los cuales 185 habían fallecido ahogados, 15 ejecutados, 166 de muerte violenta y el resto de muerte natural, por cuyas almas se aplicaron 37.153 Misas, lo que supone un promedio de 8 misas por individuo.

Pero lo que verdaderamente resultó ejemplar y admirable, de entre las muchas obras de caridad y de misericordia ejercida por los portuenses que eran hermanos de esta piadosa obra, fue el comportamiento seguido en la terrible epidemia de peste que asoló la ciudad en 1680. Conociendo las virtudes y abnegada entrega de los hermanos de eta cofradía, demostrada ampliamente en situaciones similares, el Gobernador de la ciudad, Diego Antonio de Viana, pide su ayuda por escrito el 9 de noviembre de 1860.  En contestación al mismo, la Hermandad “le propuso que el único medio de atajar el mal en lo posible, era apartar los apestados de los que no lo estaban, formando un hospital para ambos sexos, que se ofrecía la hermandad a tomar a su cargo, con intervención del Ilustre Ayuntamiento. Que para cercenar gastos era también medio a propósito el que nuestros hermanos, inflamados como verdaderamente lo estaban del más fervoroso celo, se dedicasen a servir voluntariamente y por amor de Dios, a los pobres enfermos”

Retablo de la antigua Hermandad de la Santa Caridad, en la capilla del antiguo Hospital de San Juan de Dios.

Una semana después se había acondicionado varios sitios en el que acoger a los apestados aún con vida, intentando su curación, especialmente de los que se denominaban “tocados”, termino que, teniendo en cuenta lo terriblemente mortal que resultaba esta epidemia, enterrándose diariamente entre 40 y 80 personas, y lo peligroso y extendido que resultaba su contagio, estos así designados eran los que habiéndose contagiado sus defensas habían aguantado el primer embate.  Para los convalecientes se habilitó otros hospitales. Los números aportados por el redactor del “Manifiesto Ingénuo” que publicó la hermandad en 1787, documento reproducido en el número 20 de la Revista de Historia de El Puerto, son sumamente reveladores, tanto de la magnitud del esfuerzo realizado, como de la grandeza de espíritu de los voluntarios seglares y de los religiosos que le acompañaron.

El equipo humano que se dispuso a atender a los contagiados lo formaron un total de 77 personas, 68 de ellas seglares, de las cuales 48 se internaron en los hospitales de curación y 10 en el de convalecientes, quedando 19 de ellas en el exterior para suministrar alimentos, hacer recados y otros servicios de intendencia.

En los hospitales de curación fueron atendidos 1.256 enfermos, de los cuales fallecieron 859. (68%)  Los 397 restantes más otros tres sospechosos de contagio pasaron al hospital de convalecientes. No conocemos el número exacto de estos 400 convalecientes que salvaron la vida, porque algunos de ellos recayeron y fueron devueltos al otro hospital pero parece que la mayor parte sobrevivió y fueron dados de alta paulatinamente hasta que, después de cuatro meses se cerró el hospital, dando por finalizada la epidemia.

El balance de los heroicos hermanos voluntarios fue el siguiente: En el interior del hospital de curación había seis franciscanos descalzos, de los que solo sobrevivieron dos. Un franciscano de la Observancia también falleció, saliendo ileso un religioso agustino y otro dominico. Había seis mujeres que sobrevivieron todas y 32 seglares, de los cuales fallecieron contagiados 9 de ellos;  en el hospital de convalecientes de los diez voluntarios fallecieron tres, dos seglares y una mujer. También hubo una fallecida  y seis seglares en el personal asistente desde el exterior a ambos hospitales. En total 24 victimas (31%) a las que tres siglos y pico después seguimos admirando por su tremenda humanidad.

Portada de la actual capilla de San Juan de Dios.

Una década después de estos hechos se inauguraban las instalaciones que fueron la base del Hospital al que llamamos de San Juan de Dios, del que solamente está en uso actualmente su iglesia capilla, que es la sede de otra hermandad, también formada por gentes de El Puerto hace poco más de medio siglo, la Hermandad de N.P. Jesús de los Afligidos y María S. del Rosario en sus Misterios Dolorosos, capilla en la que mañana viernes, a las nueve,  se una charla conferencia de libre entrada sobre la historia de la capilla y de la Hermandad de la Santa Caridad, impartida por Mercedes García Pazos, Licenciada en Historia del Arte y técnico de Patrimonio Municipal. (Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz. A.C. Puertoguía).

2

Papas en escándalo. /Foto: Universo Cádiz.

La primera mitad del siglo XX es el periodo histórico en el que se desarrolla el fenómeno del que les quiero hablar: la cocina de la posguerra en la Bahía de Cádiz y tratar de demostrar que esta es la base de muchos de los platos estrella de la gastronomía actual de la zona.

He bautizado a este fenómeno gastronómico y cultural con el nombre de la cocina de los tiesos, porque creo que es la mejor forma de definir a la gastronomía que se inventó en España después de la Guerra Civil, cuando se veía por la calle un muslito de pollo y la gente se ponía de rodillas ante el y le rezaba tres avemarías porque era un milagro, era como las caras de Belmez, pero en pollo.

Después de que Jesús de Nazaret multiplicara panes y peces, en la España de la Posguerra habría que hablar de otro milagro similar y fue el de la multiplicación de la leche de vaca, cuando se conseguía en las vaquerías, donde por entonces se compraba este producto, que un litro de leche, tras una masiva incorporación de agua del grifo, se convirtiera en siete u ocho. Aquella leche no era rica en Omega 3, en lo único que era rica era en H2O y tenía menos sabor que un huevo duro del Macdonalds. No me extrañaría a mi que aquellas vacas, cuando vieran lo que le sacaban de sus ubres, se convirtieran del tirón en vacas locas.

Estamos hablando de una España en la que el sinvergonzonerio de chiste se llevaba a su máximo expresión. La gente llevaba unos pantalones con una campana como las que cuelgan en la Catedral de Cádiz y con ello no buscaban que les diera el aire, sino que cupieran o cupiesen en su interior 20 o 30 kilos de garbanzos... Andando parecían Mazinger Zeta.

La guerra había provocado que muchas de las infraestructuras de España se vinieran abajo. Para colmo, Franco le dijo a los demás países ante la Segunda Guerra Mundial que el era neutral. Era la versión fina del caudillo que en el fondo le decía al mundo mundial: A mi plin que yo duermo en pikolin. Ante ello el mundo mundial desarrollado: europeos, comunistas y estadounidenses, cantaron a coro: A Paquito ‘el Chocolatero’ y todos sus españoles no le vamos a dar ni pan rallao para liar las croquetas.

España estaba aislada en lo político y en lo que son las cosas que llevarse a la boca. Surgen las cartillas de racionamiento, una fórmula de administrar los pocos víveres que había que el gobierno de Franco mantuvo hasta 1952 cuando España firma con Estados Unidos un acuerdo de cooperación que incluía la utilización de bases militares españolas. A cambio de dejarles aterrizar los aviones en Rota para que los americanos hagan sus putadas nos dieron leche en polvo, mantequilla y queso Cheddar que por lo visto les sobraba y ya no se lo comía ni la novia de Superman. Asimismo Argentina, también se apiadó de nosotros y nos mandaron algunos víveres. Luego también nos han mandado algún vivo.

Juan Eslava Galán, en su magnífico libro Tumbaollas y Hambrientos señala que a partir de ese momento, el acuerdo de 1952, se produce una mejora en la alimentación de los españoles, ya que finaliza el bloqueo a que lo habían sometido los países que habían intervenido en la Segunda Guerra Mundial.

Pero todos estos años de hambre real, en el que la gente se comía un mendrugo de pan duro con la misma rapidez que nosotros nos comemos un kilo de chocos del freidor, han dejado verdaderas joyas gastronómicas en la Bahía de Cádiz.

Es una cocina de pocos ingredientes en el que las especias y las verduras juegan un papel fundamental. La imaginación funciona a las mil maravillas y con tres papas, un pimiento, agua del grifo, un chorreón de algo parecido al aceite de oliva y media cebolla se crean platos con un nombre tan bonito, tan poético y tan definitorio de la situación como las papas en escándalo.

Como estaría la cosa que unas pocas papas aderezadas con el tripartito mediterráneo: cebolla, pimiento y tomate, eran tal alegría que se consideraban un escándalo. Era como la definición natural del andaluz: tieso pero contento. El Cádiz, la ciudad que sonríe, pero con más hambre.

Las papas en escándalo eran un plato humilde, pero con mucho color, como un día de feria en El Puerto, como si los trocitos de tomate y pimiento fueran los farolillos que cuelgan de las casetas y las papas estuvieran bailando unas sevillanas con un traje de faralaes de capas de cebolla y lunares de sal de las salinas.

Es la versión feliz, porque un hombre ya setentañero de El Puerto de Santa María me dio otro nombre para este plato y era el de las papas en columpio y se llamaban así porque en el plato de lo hondos había mucho caldo y tan sólo dos papas que se columpiaban en el medio.

...continúa leyendo "1.558. TIESOS. (I). Las papas al escándalo, al columpio, a la cachonda, o a la cochambrosa."

Hoy visita El Puerto de Santa María el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos Calderón, participante en la Cumbre de Jefes de Estado de Iberoamérica que se está celebrando en Cádiz, con motivo de la conmemoración del Bicentenario de las Cortes de 1812. Precisamente una nieta del portuense protagonista de la nótula de hoy María Antonia Ferrero Atalaya fue la esposa del que fuera presidente de la república de Colombia, Ramón González Valencia, entre 1909 y 1910.

Juan Atalaya y Pizano, hijo de Juan Jose Atalaya y María Dolores Pizano, naturales de Jerez y Cádiz, respectivamente, casados en Cádiz y posteriormente residenciados en El Puerto de Santa María. En nuestra Ciudad nace en 1784, bautizado en la Iglesia Mayor Prioral, donde vivirá su infancia, adolescencia y juventud. Su partida de bautismo, que transcribimos, dice como sigue:  “En la ciudad y Gran Puerto de Santa María el viernes catorce de mayo de mil setecientos ochenta y cuatro, Yo, don Diego Felipe de Vergara cura de la Iglesia Mayor Prioral de esta ciudad, bauticé a Juan Manuel José María Francisco de Paula Pedro Regaldo, hijo de don Juan de Atalaya y de doña María Dolores Pizano que dijeron ser casados en Cádiz, nació a trece de dicho mes y año, fueron sus padrinos don Manuel Tocado y doña Faustina de Cañas, a quien advertí el parentesco espiritual y su obligación y lo firmé. Diego Felipe de Vergara. (Libro 91 folio 11 vuelto)”.

EMBARCA PARA VENEZUELA.
A principios del año 1815 embarca para América y llega a Maracaibo (Venezuela) en donde se relaciona con la familia Rodríguez Butrón que tenía seguramente amistad y conocimiento de los Atalaya de Cádiz.  Nuestro protagonista contrae matrimonio en Maracaibo el 23 de octubre de 1815 con  Antonia Josefa Paula María del Carmen Rodríguez Butrón, nacida en Maracaibo el 15 de enero de 1795. y muerta cuatro días después del terremoto de Cúcuta (Colombia) el 22 de mayo de 1875.? ?Juan era un hombre emprendedor. Primero en Maracaibo y después en Cúcuta en donde se radicó en el año de 1835, siendo propietario de extensas haciendas en las vecindades de Cúcuta, entre las que sobresalía la de Aguasucia, donde se elaboraba panela. San José de Cúcuta, conocido como Cúcuta, es una ciudad colombiana perteneciente al departamento del Norte de Santander, situada al nordeste de dicho país sudamericano, en la frontera con Venezuela y a orillas del río Pamplonita.

Vista aérea del actual municipio de San José de Cúcuta.

DONACIÓN EN COLOMBIA.
Atalaya fue generoso al donar al Municipio de Cúcuta el 21 de septiembre de 1850, cuatro estancias de ganado mayor para que fueran propiedad del Cabildo. Hoy día esos terrenos constituyen el Barrio de Juan Atalaya de la ciudad de Cúcuta. Al distribuir la cuantiosa fortuna dejó ricos a sus herederos, el ilustre peninsular fue generoso y expresivo con su patria adoptiva, pues le donó, para futuros ensanches, la pintoresca sabana donde hoy se desarrolla la populosa ciudad cucuteña que con justicia lleva su nombre. También forman parte de esta donación, las tierras donde hoy se asientan los barrios de Chapinero, Barrio Nuevo, Tucunaré, Doña Ceci, Claret, Los Motilones y Comuneros. En el gesto de Atalaya se advierte unclaro fin altruista, pues él adquirió estos terrenos exclusivamente para obsequiarlos al Cabildo, para que le sirviesen de ejidos, según reza la respectiva escritura.  Los regaló al mes de haberlos adquirido.

COSTUMBRES PECULIARES.
Tenía raras costumbres: se hacía siempre la corbata de lazo sobre la quijada y luego la dejaba caer sobre el blanco cuello de la camisa; cuando en su hogar se servía la comida, los que llegaban retardados, se sentaban a la mesa, pero sólo podían comer del manjar que en ese momento se estaba comenzando a servir; tenía por todas sus siete hijas y frecuentemente les obsequiaba telas finas para que hicieran vestidos, pero exigía que para lucirlos, estrenaran todos a la vez; como su hija Adelaida era algo despaciosa para la costura y las demás hubieran terminado sus crinolinas, deseando usarlas prontamente, convenían en salir todas al salón, ataviadas con sus hermosos y amplios trajes y Adelaida por detrás de todas sacaba la cabeza, entre sus hermanas que la tapaban con amplias faldas, nuestro personaje  no reparaba el engaño filial; cuando sus hijas estaban en el salón recibiendo las visitas de los jóvenes que las pretendían, al sonar en el reloj las 10 de la noche, don Juan les decía a los pretendientes «--Son las diez, deja la calle para quien es».

Ferrocarril de Cúcuta a finales del siglo XIX. Fue la principal obra realizada después del terremoto de 1875, a causa del cual fallecería la mujer de nuestro protagonista, cuatro días después el 22 de mayo de dicho año. /Foto: Cámara de Comercio de Cúcuta.

CONCEJAL Y SÍNDICO.
Juan Atalaya, fue concejal de Cúcuta, en aquella época en que los nombrados debían reunir cualidades excepcionales de dignidad ciudadana, condiciones morales y todo un decálogo de virtudes y requisitos de ley, donde se exigía no ser deudores al fisco o la Real Hacienda y no tener causa criminal pendiente y el juramento era solemne y se le entregaban las varas o credenciales y juraban fidelidad. Fue Síndico del Hospital San Juan de Dios durante varios años, posesión a la que sirvió cívica y generosamente.

UNA DESCENDIENTE, ESPOSA DEL PRESIDENTE DE COLOMBIA.
Hijos del matrimonio Atalaya Rodríguez fueron: Antonia Josefa, María Ramona, Josefa Amelia, Juan Manuel, Petra Estefana, Adelaida, José Antonio, Carmen Francisco Antonio y Edelmira Paula. Sólo los dos últimos nacieron en Cúcuta. Los restantes son oriundos de la ciudad de Maracaibo. Todos se casaron con colombianos, excepto Adelaida, quien lo hizo en San Cristóbal con el español Domingo Martínez. Su nieta María Antonia Ferrero Atalaya fue la esposa del expresidente de la república, General Ramón González Valencia.

?Juan Atalaya falleció en Cúcuta el 15 de enero de 1860, a la edad de setenta y seis años. En uno de los llamados cuartos de “San Alejo” en la Iglesia de San Antonio de Cúcuta, una lápida de mármol de Carrara, de un metro diez centímetros de alto por noventa centímetros (1.10 x 90) con la siguiente inscripción : “JUAN ATALAYA. Nació el 13 de mayo de 1784 en el Puerto de Santa María en España. Murió el 15 de Enero de 1860. (Textos: Luis A. Medina y Carlos S. Ferrero).

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