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“No era de mi familia, pero sin ser nadie, era un personaje popular, digno de haber sido Rey Mago, en una Noche de Reyes en El Puerto. Un día, fuí a trabajar a la Residencia de Ancianos de ‘Las Banderas’ y al verlo pensé: ‘--Ahí está Romualdo’. Inmediatamente me hice una fotografía con él porque, era para mí un Grande del Pueblo. De verdad, ya quisieran muchos políticos y gente de El Puerto, tener la popularidad, y el cariño, que le teníamos a Romualdo Peña Montes (ver nótula núm. 1.310 en GdP). ¡Viva tú, allá donde estés, Romualdo!”. /Texto: Antonio Gutiérrez Navarro.

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Imagen de Romualdo (Remujardo) con Antonio Gutiérrez. Romualdo nos dejaba el 17 de febrero de 2012, con casi 92 años.

 

El pasado mes de diciembre un azulejo de la Escuela Holandesa tipo ‘Delft’, que representa la Epifanía: los Tres Reyes Magos, fue la pieza del mes del Museo Municipal y que nos aproxima a la fiesta de la religión católica que se celebra el próximo día 6 d enero.

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Azulejo de barro vidriado, decoración de estarcido. Monasterio de la Victoia. 13x13x0,7 cm. S. XVII. Museo Municipal.

El azulejo es comentado por Mercedes García Pazos, del Centro Municipal de Patrimonio Histórico: “Las relaciones comerciales entre la Bahía de Cádiz y los Países Bajos y la presencia de holandeses en la zona gaditana pueden explicar la aparición, al parecer, del mayor conjunto de azulejos holandeses importados en España. Estas piezas eran fabricadas en varias ciudades holandesas reproduciendo la apreciada loza de China, aunque sería Delft, al ser sede de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, la que impondría su nombre al estilo, que se desarrolló desde mediados del siglo XVII. El Puerto llegó a fabricar loza azul sobre blanco desde finales de este siglo.

La técnica del dibujo azul (cobalto) sobre fondo blanco (estaño), en ocasiones sustituido por otro color, era el estarcido, y gracias a un esmerado proceso se obtenían piezas de gran calidad. El modelo, como el de esta pieza, sele ser una sola escena inscrita en un círculo doble, tangente al cuadrado del azulejo, con sencillos dibujos en las esquinas.

Este azulejo representa la Epifanía o la presentación de los Magos de Oriente ante Jesús, aunque no en el momento de la Adoración, pues los tres magos aparecen aislados ante un típico paisaje holandés, lo que era habitual.”

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manuelpalacios1_puertosantamariaDel matrimonio entre Miguel Palacios y Guillén, conocido y querido Maestro mayor titular de Obras que fue del Ayuntamiento de El Puerto de Santa María, y Elena de Winthuyssen y Urruela, nacía a las once y media de la noche del 12 de octubre de 1881, en el nº 14 de la calle Diego Niño, Manuel Palacios y Winthuyssen. Con tres días de edad fue bautizado por Antonio Crespo Andrade, cura de la Iglesia Mayor Prioral y fue apadrinado por Manuel Fernández Coria, capitán de navío de la armada y por la esposa de éste, Olimpia García de Polavieja y Urruela, prima de su madre. Fue el mayor de seis hermanos; le seguirían Juan José, Miguel, Antonio, Pedro Nolasco y María del Pilar.

LA ESCUELA.
En su etapa escolar, pasó por el colegio San Luís Gonzaga de El Puerto de Santa Maria, al igual que sus hermanos Juan José y Antonio. Con ocho años, pertenecía a la 4ª División de alumnos con el nº 80, nivel en el que se calificaban tres aspectos: Deberes Religiosos, Urbanidad y Conducta General; además de las notas de clase que calificaban la Doctrina Cristiana,  Conducta en Clase, Aplicación y Aprovechamiento. Las calificaciones de Manuel Palacios no salían del 1 (muy bien) o el 2 (bien), sin que apareciera en su expediente calificaciones inferiores: 3 que es mediano; 4 que es mal y 5, muy mal. También pasó por el colegio de San Cayetano, situado en el nº 81 de la calle Larga de El Puerto, que abrió sus puertas en 1874 y cuyo director y fundador fue Baldomero Ruiz Lizano. Se conserva además su expediente y un examen de ingreso en el instituto jerezano “Padre Luís Coloma”.

Unos años después, exactamente el 26 de Noviembre de 1899 y recién cumplidos los 18 años,  fallecía su abuela materna, Inés de Urruela y Barreda, en su domicilio de la calle Diego Niño a las ocho de la tarde. Esta distinguida señora, gaditana pero de origen guatemalteco, era hija de Julián de Urruela y Casares (ver nótula) y de la onubense Pastora Barreda y Ortiz de Zárate.  Tan solo tres años después, un 27 de marzo de 1902, moriría, a los 84 años, su abuelo, viudo de Inés, Juan de Winthuysen Martínez de Baños (ver nótula).

antoniamunozseca_puertosantamariaLA HERMANA DE MUÑOZ SECA.
En estos primeros años del recién estrenado siglo XX, Manuel conoció a la que se convertiría en su esposa, la señorita Antonia Muñoz Seca, hija de José Joaquín Muñoz Césari,  natural de Cádiz y de la portuense María de las Mercedes Seca Miranda. El matrimonio Muñoz Seca vivió en la calle Castelar nº 44, en la actualidad, calle  Pedro Muñoz Seca.  Antonia era la séptima de diez hermanos, éstos eran María Teresa, Ana, Francisco, Pedro, Concepción, Josefa, Milagros, Carmen y José Muñoz Seca; algunos de los cuales optaron por la vida religiosa, otros por la medicina y Pedro, tras sus estudios universitarios de filosofía y letras además de derecho, escribió teatro, su gran pasión que le llevaría a un rotundo éxito.

LA BODA.
Manuel y Antonia decidieron casarse el 12 de octubre de 1906, día de la Virgen del Pilar y cumpleaños de Manuel. Los esponsales se verificaron días antes en el domicilio de la familia de la novia coincidiendo éstos con  los de una hermana de Antonia, Concepción y su prometido Pedro Luís de Lassaletta. El sacerdote que les asistió fue don Bartolomé Carro y los testigos, los señores condes de Casa Segovia, Juan Fadrique Lassaletta, José Jácome, Arturo Marenco, Luis Bela, José María Heredia, Plácido Navas (ver nótula) y Felipe Rigozzi. Al acto se acercaron familiares y amigos de ambas familias: Los Lassaletta, los señores de Palacios, Cruzzoe, Thuillier, González y Heros, Juan de Dios Dasti, Andrés Rodríguez, don Jorge Thuillier (ver nótula), don Rafael Marenco. Los señores de Muñoz Césari celebraron el evento ofreciendo una merienda a sus familiares e invitados.

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La familia de los Muñoz Seca. Arriba, el segundo por la izquierda, el comediógrafo Pedro Muñoz Seca.

El sábado 13 de octubre de 1906 y con el encabezamiento de “UNA BODA”, se dio a conocer la noticia del enlace en “Revista Portuense”: “Ayer a las cinco de la mañana se celebró en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, la boda de la bellísima señorita Antonia Muñoz Seca, con el joven Manuel Palacios Winthuyssen, perteneciente a la Jefatura de Obras Públicas de la provincia de Huelva.

El acto tuvo carácter íntimo y a él asistieron la familia y amigos de ella. A la hora indicada llegó la comitiva a la citada Iglesia. Apadrinaron a los novios la distinguida señora doña Elena Winthuyssen de Palacios, y el ilustrado facultativo don Francisco Muñoz Seca.

La novia radiante de hermosura vestía rico traje negro y velo blanco adornando su figura interesante con los simbólicos ramos de azahar. Es unánime la admiración de cuantos la contemplan. El novio viste levita. Ambos se postran en lujosos reclinatorios, colocados frente al altar de la Virgen del Perpetuo Socorro, que ostenta nutrida iluminación.

Poco después el Capellán de las RR. MM. de la Purísima Concepción, don Bartolomé Carro da principio a la ceremonia religiosa que se efectúa ante la artística Gruta de la Virgen de Lourdes, que existe en la misma iglesia.

La escena resulta conmovedora. A un lado los novios, acompañados de sus padrinos que escuchan las religiosas palabras de la Epístola de San Pablo. Al fondo de la iglesia y sumamente conmovidos sus padres, y hermanos que no pueden contener la emoción que les producía la separación de seres tan queridos, y todos rodeado de ese ambiente de misticismo y suprema religiosidad, con que la Iglesia Católica consagra sus actos más solemnes.

Después vuelven los novios a sus reclinatorios y el mismo sacerdote, dice la Misa de velaciones. El armonium acompaña la misa con sus místicos arpegios. Al consumir reciben la comunión los desposados. Terminada la ceremonia la comitiva sale de la iglesia. Entonces cesa aquel silencio que parece dominar y los novios abrazan a sus padres, y los amigos les estrechan las manos deseándoles mil venturas y felicidades.

Pueden llamarse estos instantes, momentos supremos de la vida, en que todo habla al alma: a unos le evoca recuerdos de tiempos mejores y a otros les hace entrever dichas inacabables.

En el domicilio de los padres de la novia se verifica la ceremonia civil. Representan al juzgado, el Fiscal suplente don Ramón Varela Campos y secretario don Lorenzo González Villagrán. Firman el acta como testigos don Luis Bela Nerini, don Felipe Rigozzi, don Pedro Luis Lassaletta, don José Luis García, don José Luis y don Manuel González Agreda hijos del señor Marqués de Bonanza, y don Luis Pérez Gutiérrez. Después la alegre fiesta de familia; sirviéndose un espléndido desayuno.

Además de los señores de Muñoz Césari y Palacios Guillén asisten al acto los señores doña Concepción Muñoz Seca, de Lassaletta; doña Elisa Bela, de Muñoz Seca; doña Inés Gil, de García; doña Pastora Winthuyssen, viuda. De González, y doña Carmen Heros. Srtas. De Muñoz Seca, Iribarren, González y Palacios Winthuyssen.

Sres. De Pedro Luis Lassaletta, don Felipe Rigozzi, don Manuel y don José Luis González Agreda, don Luis Bela Nerini, don José Luis García, don Luis Pérez, don Emilio Lorite, don Guillermo Alberti y Sánchez Bustamante, y don Miguel, don Antonio y don Pedro Palacios.

Trocadas las galas de los desposados por el traje de viaje, los ya señores de Palacios (don Manuel) marcharon a la estación, acompañándoles sus hermanos políticos don Pedro Luis Lassaletta y don Felipe Rigozzi.

La despedida fue cariñosísima deseándoles mil venturas y parabienes en su nuevo estado. Los señores de Palacios (don Manuel) marcharon en el tren correo a Sevilla donde pasarán los primeros días de su luna de miel, trasladándose después a Huelva donde fijarán su residencia.”

DESTINADO A HUELVA.
Efectivamente se trasladaron a Huelva, donde Palacios llevaba un tiempo trabajando en la jefatura de Obras Públicas de esa. Vivían en el número 18 de la calle General Azcárraga. En 1907 nacía el primero de los ocho hijos que tuvieron: Manuel, seguido de Elena, María, Mercedes, Miguel, José Carlos, Javier y Jesús:

“En Huelva, donde reside, ha dado a luz felizmente una niña la señora doña Antonia Muñoz Seca, esposa de nuestro muy querido amigo don Manuel Palacios Winthuyssen. Fue bautizada el pasado Martes 8, oficiando en la ceremonia religiosa el señor cura don Pedro Román Clavero que impuso a la recién nacida los nombres de Elena, María de la Concepción y Elisa.

Fueron padrinos D. Francisco Muñoz Seca y doña Elisa Bela y Marchena, de Muñoz Seca, representados por don José Paz y Caspe y la señorita María Muñoz Seca. Terminada la ceremonia, pasaron los invitados al domicilio de los señores de Palacios, siendo obsequiados con un lunch.

Asistieron a la ceremonia las señoras Caire de Medina y Haynes de Ages, y Srtas. Mora (C. y A.), Blanco Vargas (L. y M.), y Esparducer (María Teresa). Del sexo feo recordamos a los señores Sánchez, Caspe, Barredo, Vargas (D.C.), Merello y Medina.

Los invitados salieron muy complacidos de las atenciones que para con ellos tuvieron los señores de Palacios. Reciban estos nuestra mas cordial enhorabuena por tan fausto suceso de familia.” Revista Portuense”12/12/1908

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Claustro de la Escuela de Artes y Oficios de Jerez. 

PROFESOR EN JEREZ.
En 1911, por Real Decreto de 14 de octubre de 1910  y tras años de espera, abría sus puertas la Escuela de Artes y Oficios de Jerez bajo la dirección de Nicolás Soro Álvarez. Entre el profesorado propuesto había ya algunos que pertenecieron a la recién clausurada Academia de Santo Domingo y también se encontraba Manuel Palacios que ocuparía la plaza de profesor de Dibujo Lineal.  Más tarde, en 1916, sería admitido para examinarse de unas oposiciones a la plaza de profesor de Dibujo Artístico en la Escuela de Artes e Industrias de Jerez, según la Revista General De Enseñanza y Bellas Artes.

En 1922, trabajó Palacios como ayudante interino en asignaturas como dibujo artístico, modelado y vaciado, elementos de Historia del Arte y carpintería artística. Asignaturas que formaban parte de la sección artística habiendo otra sección denominada técnica y cuyas asignaturas eran dibujo lineal, gramática y caligrafía y elementos de mecánica.

AUXILIAR DE OBRAS PÚBLICAS.
En 1912, trabajó como auxiliar de Obras Públicas y ayudante del ingeniero director de las obras del pantano de Guadalcacín, por aquel entonces, Pedro Miguel González Quijano. Este señor fue ingeniero y matemático de reconocida reputación que participó además en proyectos como en el del sifón en la junta de los ríos y en la realización del trazado de la línea férrea Jeréz-Almargen. Además fue profesor de Hidrología en la Escuela de Ingenieros de Caminos y obras Hidráulicas de Madrid y fue autor de una veintena de estudios sobre temas de Obras Públicas e Hidráulicos.

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Imagen del Pantano de Guadalcacín.

EL PANTANO DE GUADALCACÍN.
En este mismo año, en un establecimiento llamado “Casa Chivas” situado en la calle Duque de Almodóvar esquina a la de Algarve, en Jerez, se expuso un plano de Palacios que representaba el embalse del Pantano de Guadalcacín con las dos vistas principales de la presa tal como mas adelante quedaría cuando estuviera terminada. Además, añadió anotaciones muy interesantes, tales como que la presa tendría treinta y un metro de altura desde la solera del túnel de fondo a la parte superior del pretil y que su altura total hasta la coronación, treinta metros y que su capacidad total sería de ciento once millones, seiscientos cuarenta y ocho mil ciento cuarenta y cuatro metros cúbicos.

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Pantano de Guadalcacín.

...continúa leyendo "2.339. MANUEL MARÍA PALACIOS WINTHUYSSEN. Ayudante de Obras Públicas.  "

Andaba el otro día por el Parque Calderón y pasé por el “servicio público” que está frente a la Herrería, uno de esos artefactos horrorosos de imposible uso para una emergencia y que parecen que de un momento a otro van a despegar, que es lo que deberían hacer.

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Los servicios que se emplazaron entre la Ribera del Río y la del Marisco, en 1974. / Foto, Rafa. Archivo Municipal.

Y me acordé de aquel otro evacuatorioque existió frente al Parque y a la Casa de la Munición (ver nótula núm. 2.301 en GdP), donde hoy está la fuente de la plaza Pedro el de los Majaras.

Se construyó en 1956. Si tiene edad para ello, seguro que lorecuerda. Entrando en los servicios de señoras, a la izquierda, dos water-closet con asientos y tapas de madera esmaltada en blanco, y a la derecha un lavabo de porcelana. Para los caballeros, al frente dos W.C. y el lavabo, y a la izquierda, en semicírculo, cinco urinarios de pared. Todo de Roca, claro. Cumplieron su higiénica función hasta 1979, y a los dos años, para mejorar la densidad del tráfico en la zona, se derribó el socorrido edificio que tantos apretones alivió.

Que tenía delante, como se ve en la foto adjunta, la figura de un guardia urbano de mentirijillas, uniformado de punta en blancocomo los de verdad (recordarán a los que se ponían en el centro de la plaza de las Galeras, en verano con sombrilla) y que distribuía a uno y otro lado de la Ribera del Río y del Marisco el paso de los automóviles y los de cargas pesadas. Eficiente servidor del orden que también tenía la virtud de que no ponía multas y no te echaba una bronca si incumplías las normas de las buenas conductas al uso.

En el 79 también se quitó el transformador anejo que se construyó al tiempo que los servicios, que al año siguiente se puso de nuevo en el Parque, junto al puente de San Alejandro, donde sigue.

Una vez despejado el solar –donde se pensó levantar un monumento al Arrumbador, que no cuajó-, se ajardinó, hasta que en 1983 se colocó el monumento dedicado al Pescador, obra de Javier Tejada Prieto (1929-2009)(ver nótulas núm. 020 y 790 en GdP)hasta que a mediados de los 90 se trasladó al paseo del río, frente al muelle del Vapor.

Y ahora que recordaba los servicios públicos que tiraron en el 79 me vuelvo a acordar de los que vi el otro día en el Parque. Y qué quieren que les diga…(continuará)./ Texto: Enrique Pérez Fernández.

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Aspecto anterior de la calle Santa María desembocando a la plaza de Juan Gavala. Albergó, en el último tercio del siglo XX la Ferretería Zaragoza y el Bazar Plastimar. Actualmente existe un solar en dicha esquina, una vez derribado el edificio de la izquierda.

Estas foto plumillas, originales del investigador Antonio Gutiérrez Ruiz  y comentadas por él, recogen, a excepción de la última, imágenes que no pueden verse en la actualidad tal como figuran en ellas, siendo realizadas en diferentes épocas.

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Anterior estación de ferrocarril y los muelles de carga de mercancías. Todo ha desaparecido, dando paso a una moderna estación.

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Hace unos años que se acabó de derribar esta capillita existente en el Camino Viejo de Rota, ya ruinosa en la época en la que se realizó la fotografía y que muchos portuenses tuvieron uso de razón de su existencia, por ser uno de los accesos al recinto ferial de Las Banderas.

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En el lugar donde estaba la Fábrica de Hielo, en el antiguo muelle pesquero de esta margen del Guadalete,  se hizo este moderno edificio para bar discoteca que ya ha desaparecido, igualmente, dando paso a otro negocio de hostelería.

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Aspecto que presentaba esta parte de la iglesia de San Francisco, en la calle del mismo nombre, cercada de tapias y sin la garita-campanario que fue añadida por el párroco del templo hace una década.

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Este encuadre fotográfico aún puede realizarse en las lindes del terreno de la feria, suponemos que por poco tiempo.

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La Asociación Cultural Puertoguía ha editado un nuevo libro de la serie 'Mansiones y Linajes de El Puerto de Santa María', del que es autor, como de todos los anteriores, Antonio Gutiérrez Ruiz. Se trata del volumen VI, con el título de: 'Cuatro rosas de piedra' que, manteniendo la misma línea y estilo de los otros volúmenes, reseña la historia de la casa número 76 actual de calle Larga, casas principales de la familia Fleming, de origen irlandés, en el siglo XVIII, y primera fábrica eléctrica a fines del XIX.

Esta saga familiar de los Fleming portuenses fue fundada por John Fleming y Elena Geynan que se establecieron en El Puerto abriendo una casa de comercio en la que participarán posteriormente todos sus hijos, bajo la dirección del mayor de ellos, Domingo Fleming, fundador de un Mayorazgo familiar. Se incluyen en las 280 páginas y 61.282 palabras que componen el texto, semblanzas biográficas de todos y cada uno de los hermanos y un seguimiento de los descendientes de Antonio Fleming Geynan, que se ordenó presbítero cuando enviudó, originando dos ramas perfectamente definidas y diferenciadas, la de los Fleming alicantinos y la portuense. No es habitual conseguir ensamblar miembros contemporáneos de un mismo apellido con sus orígenes, alejado en este caso más de tres siglos, detallando todas y cada una de las generaciones que le precedieron. En este trabajo de intensa investigación, el autor lo ha conseguido, desarrollando además algunas biografías cargadas de interés humano, en algunos casos, emociones que intenta trasladar a los lectores en su relato de la historia familiar de este 'linaje', principales moradores de la 'mansión' protagonista.

 

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En un segundo capítulo relaciona y da a conocer a los que fueron propietarios de dos casas situadas en la esquina de las calles Descalzos y Diego Niño, que se fusionarán posteriormente con la casa de los Fleming, personajes de apellidos conocidos en la localidad como son los Barreda, Ruiz-Tagle, Febrés, y otros, haciendo una sinopsis de su evolución como casa habitación hasta que fue adquirida por la compañía que la transformó en una fábrica eléctrica, junto con la casa y jardines de los Fleming.

 

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Y, finalmente, en un tercer capítulo aborda el nacimiento del alumbrado eléctrico en El Puerto, una breve reseña de los comienzos y trayectoria de “Electra Peral Portuense” y de su absorción por la que fuera su competencia, la Compañía de Gas Lebón, cerrándose así el ciclo histórico de este amplio inmueble con fachadas a las calles Larga y Diego Niño y todo el lateral en calle Descalzos, en el tramo entre las dos anteriormente citadas.

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Copia de comienzos del s. XVI de la Carta-puebla que Alfonso X otorgó a nuestra ciudad. Archivo Municipal. / Foto, Centro Municipal de Patrimonio Histórico.

Hoy, 16 de diciembre de 2014, El Puerto de Santa María cumple 733 años. Tal día como hoy de 1281, Alfonso X (ver nótula núm. 1.000 en Gente del Puerto) otorgó, rubricada en Sevilla, la carta-puebla fundacional de la ciudad que hoy habitamos, su ‘partida de nacimiento’; de la que el rey en ella decía: “…el Puerto que llaman de Santa María, que solía haber nombre Alcanatín en tiempo de moros, que es entre Xerés y la ciudad de Cádis, y tiene de la una parte la Grand Mar que cerca todo el mundo y que llaman Océano, y el gran río de Guadalquivir, y de la otra el mar Mediterráneo y el río de Guadalete, que son dos aguas dulces por donde vienen grandes navíos, es lugar más conveniente que otros que nosotros sepamos ni de que oyésemos hablar para hacer noble ciudad. Toda una declaración de principios del monarca a un lugar que bien conoció y por el que sintió verdadero afecto. Fue la última carta-puebla que en vida firmó.

islacartare8_2_puertosantamariaEn el gráfico de la izquierda, localizaciones de las 13 alquerías andalusíes en el término portuense. En verde, la aldea de Al-Qanatir.

La definitiva conquista y repoblación alfonsí de las aldeas andalusíes que poblaron las tierras del actual término portuense, que fueron parte de Cádiz hasta 1272 y de las que hicimos memoria en anteriores entregas (ver nótulas 2.294 y 2.308 en Gente del Puerto), se llevó a cabo en 1264, salvo las casas y solares de Al-Qanatir, que serían repartidas en 1268 a 300 repobladores. Pero al paso de nueve años, en septiembre de 1277, la recién poblada villa de Santa María del Puerto fue atacada y asolada por huestes benimerines procedentes del norte de África, al mando de Abu Yusuf Yaqub, hijo del emir meriní.

Tras la desolación, el rey decidió en 1281 avivar en la carta-puebla una nueva repoblación y marcar las bases económicas para el desarrollo de la villa, otorgando concesiones y privilegios a quienes se asentaran en su solar –extranjeros incluidos- y eximiéndoles del pago de impuestos. También se fijó su gobierno bajo la autoridad de alcaldes de la villa y del mar y un juez, se marcó su término municipal –grosso modo el actual- y, entre otras reglas, para el correcto abastecimiento de la población se establecieron mercados los miércoles y sábados y ferias a celebrar al comienzo de la Cuaresma y en octubre.

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Alfonso X el Sabio representado en las Cantigas de Santa María, en su corte.

Otros privilegios otorgaría el monarca en marzo de 1283 –un año antes de fallecer-, con el Guadalete como principal activo del porvenir de la población:Por hacer bien y merced a los pobladores del Puerto de Santa María, y porque se pueble mejor el lugar, tengo por bien que todos los bajeles cargados que pasaren por el río de Guadalete para ir a Xerés que se descargue y el tercio, también de vianda como de madera o de otras cosas que ellos mester hubieren”; “mando a todos los marineros mercaderes que por í pasaren que descarguen y el tercio de lo que llevaren en sus bajeles, y que lo vendan y también de vianda como de las otras cosas.

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Figuración de un barco del siglo XIII en las Cantigas.

Ciertamente, en el río y por el mar le llegó al Gran Puerto de Santa María –como Alfonso X también tituló a la población- el esplendor comercial que conoció la villa durante toda la Baja Edad Media y la Edad Moderna. Pero los pilares de su desarrollo –el aceite, trigo y vino de su fértil campiña, las vías comerciales abiertas y conocidas de antiguo, los avezados marineros, pescadores y carpinteros de ribera, la imprescindible sal de sus inmensas salinas, la piedra de las canteras de San Cristóbal, el agua de los manantiales de La Piedad…- se cimentaron mucho tiempo atrás.

LA ANDALUSÍ AL-QANATIR

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Inscripciones islámicas sobre mármol de Al-Qanatir.

Fue Santa María del Puerto heredera de la alquería andalusí que ya en el siglo X, en tiempos del próspero califato de Córdoba (929-1031), se había establecido en la ribera del wadi Lakka, dependiente en su fiscalidad y administración de Saris (Jerez), la capital de la cora de Sidonia hasta la conquista castellana. A su vez, Al-Qanatir fue sucesora del Portus Gaditanus que Balbo el Menor fundó a fines del siglo I a.C. y del Portum tardorromano y bizantino (ver nótula núm. 2.000 de Gente del Puerto). Su ubicación a orilla del Guadalete y de la bahía de Cádiz, estratégico puerto de comunicación entre continentes, propició que Al-Qanatir fuera la única alquería de las trece que existieron en el término portuense que ha perdurado hasta nuestros días.

Del urbanismo de la alquería andalusí destacaremos aquí y ahora dos elementos arquitectónicos: su muralla y la mezquita, de las que a continuación haremos memoria.

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La cimentación de la muralla excavada en Ricardo Alcón en 1993. /Museo Municipal.

LA MURALLA ALMOHADE.

En 1993, el Museo Municipal excavó en linde a la calle Ricardo Alcón (hoy Centro de Salud ‘Federico Rubio’) un tramo de la cimentación de la muralla (14 m de largo por 2’5 m de anchura) que circundó Al-Qanatir, y a ella adosada al exterior una torre defensiva (4’5 m x 2’5 m). La muralla, construida en sus paramentos con piedra arenisca y ostionera y al interior de mortero de cal y arena con guijarros y fragmentos de ladrillos, ha de datarse, según informaron arqueólogos medievalistas, en algún momento del periodo en que los almohades dominaron al-Andalus durante cuatro décadas (1172-1212), coetánea a la Giralda de Sevilla.

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Dibujo de planta de la cimentación de la muralla excavada en Ricardo Alcón en 1993 y su planta en dibujo. / Museo Municipal.

Este lienzo exhumado y otros eran conocidos de antiguo. De hecho, en el Libro del Repartimiento alfonsí (1268) se mencionan –con la voz de pared y paredes- en varias partidas del reparto, mencionándose el frente de la muralla donde se excavó en éstas: Comiença otra tabla de fuera del valladar e de la cárcava, del majuelo de Pero Ganzana fasta el cabo [extremo, esquina] de las paredes.”; otra tabla “cerca la noria en los espinos, de los solares que están en las espaldas de la casa de Pero Ganzana, la carrera del pozo en medio, de parte de Xerez, en el prado, como van al pozo hasta la pared que está levantada.”; y “Copo la punta entre las dos carreras en cabo del valladar del majuelo de Pero Ganzana con el corral y el figar, que está de fuera del valladar, y con los dos de dentro de las paredes sobre sí, que son cuatro solares para cuatro moradores, para hacer casas

Esa cárcava citada era el curso de agua que documentos de comienzos de la Edad Moderna llamaban arroyo de la Zangarriana, que transcurría –y aún transcurre en el subsuelo- desde su nacimiento en la finca El Caracol del cerro de la Belleza, a cuyo pie se asienta la ciudad. Y es preciso el documento alfonsí, porque una cárcava más que un arroyo debió ser el aspecto que presentaría su cauce en tiempos de fuertes lluvias, un torrente de agua bajando por la hoy calle Ganado para desaguar, por la plaza de la Herrería, en el Guadalete. Esta vía fluvial –una frontera natural- determinó el trazado urbano –su límite norte– de las villas andalusí y cristiana, y también la del Puerto Gaditano. En 1735 se procedió a canalizar su curso bajo tierra en la obra, reformada en varias ocasiones, que llamaron Caño de la Villa.

islacartare9_8_puertosantamariaEn la imagen de la izquierda, el Caño de la Villa, antiguo curso del arroyo de la Zangarriana, cuando apareció al hacerse obras en los 60 frente a la plaza de la Herrería. / Foto, Archivo Municipal.

La presencia de la muralla medieval en Ricardo Alcón –la antigua calle del Muro y de la Tripería (por el Matadero público que aquí existió hasta 1699, con acceso desde Ganado)- se puede rastrear en el Archivo Municipal. Así, el Cabildo acordó en 1641 “reparar el muro de la calle de la Tripería” (empleándose en ello diez carretadas de cantillos, nueve de ripios, arena y ocho cahíces de cal). Y en 1698, un vecino adquirió al municipio el solar para edificar en él: “se aplican 200 reales que dio Juan Rendón, por un pedazo de sitio y muralla propio de la ciudad en la calle de la Tripería, linde de sus casas.” Lienzo de muralla que aún era visible en 1764, según anotó el historiador Anselmo Ruiz de Cortázar, y subsistía en 1880, en testimonio de Joaquín Medinilla: “todavía se conservan restos de estas murallas en la calle Jesús de los Milagros casa sin número junto al uno [frente a la plaza de la Herrería], y en la del Correo, antes Muro, en la casa donde están los graneros del señor Camacho”; inmueble éste, más abajo del tramo excavado, entre Nevería y Larga, donde ciertamente se conserva en 2’5 metros de altura el lienzo de la muralla, como muy probablemente suceda en otros inmuebles en todo el perímetro de su recorrido, enmascarados bajo la cal y los repellados de las fachadas.

Es singular la mención en el Libro del reparto en dos partidas a cruces dispuestas en las paredes de la muralla: otra tabla como van al Pozo Santo, hay calle hasta la pared, que está la cruz en el canto (en un ángulo o esquina de la muralla); “…hasta la plazuela otra, donde está una cruz en la pared”. Cruces que parecen marcar la sacralización, desde los primeros momentos de la ocupación cristiana de Al-Qanatir, de una construcción –el cerco de la villa- levantada por moros.

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Reconstrucción ideal de Santa María del Puerto a fines del siglo XIII, con el recorrido de la cerca y el arroyo de la Zangarriana (que en castellano viejo es decir de la Tristeza o, en su acepción andaluza, de la Borrachera).

...continúa leyendo "2.324. DE AL-QANATIR AL PUERTO. 733 Aniversario de la Fundación de El Gran Puerto de Santa María. Isla Cartare (VIII)."

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El puente colgante de San Alejandro en 1867, fotografiado por Jean Laurent. Biblioteca Nacional de España.

Mal acabó el año 1839 para El Puerto. El 1 de diciembre, el puente de barcas de San Alejandro, el que se construyó a iniciativa del Capitán General Alejandro O’Reilly sesenta años atrás, se desplomó y la corriente del río se lo llevó. Pero para día aciago, el de su inauguración, el 14 de febrero de 1779, cuando la aglomeración de gentes sobre el puente fue tal que provocó que las compuertas móviles cedieran y se precipitaran al río numerosas personas, falleciendo 115.

De inmediato, el Ayuntamiento comenzó a gestionar la cons­trucción de un nuevo puente en el mismo lugar, decantándose en marzo de 1840 por el proyecto de un puente colgante que tenía presentado al Gobierno de la nación el francés Jules Seguin, aunque las obras se retrasaron varios años.

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Los hermanos Jules Seguin (1796-1868) y Marc Seguin (1786-1875), artífices de los puente de San Alejandro y San Pedro.

Era Jules Seguin empresario y hermano del prestigioso ingeniero francés Marc Seguin, el inventor en 1824 de los puentes colgantes suspendidos de cables de acero y también de la caldera tubular, entregada a la industria en 1827 y aplicada a la primera locomotora de Stephenson. Su ingenio le venía de familia: era sobrino de los hermanos Montgolfier, los inventores del globo aerostático.

El nuevo puente que sustituyó al de barcas –todo un alarde técnico para la época-, se conformó con un tablero de madera (95 metros de largo por 6’40 m) suspendido de cables que pendían de cuatro cilindros de fundición y retenidos a otros tantos pozos de amarra. Para su construcción se aprovecharon las calzadas de acceso y los estribos del puente de barcas. La obra la ejecutó la empresa de Jules Seguin, previéndose sufragar su coste con la reimplantación durante treinta años de un antiguo arbitrio de carreteras, debiendo pagar el Ayuntamiento como rédito anual 12.178 reales. Luego su propiedad quedaría en manos del Estado por situarse el puente en el tránsito de una carretera nacional de primer orden.

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Litografía del puente y la Ribera de 1864, de la ‘Guía del viagero por el Ferrocarril de Sevilla a Cádiz’, de Eduardo Antón Rodríguez.

Se inauguró el 18 de enero de 1846, a partir de las dos de la tarde. El programa de actos quedó fijado con el boato propio de la época… la presencia de las autoridades, los invitados y el clero portando la Cruz Parroquial; la música de dos bandas militares, situadas a cada extremo del puente; su bendición por el Vicario y la entonación del tedeum; la salva de la Brigada de Artillería dispuesta del lado del arrecife de Puerto Real; de nuevo las músicas militares; y el puente adornado con vistosas guirnaldas y banderas para marcar tan señalado día, pues el puente era la única vía de acceso terrestre a Cádiz y a las demás poblaciones de la bahía. Cinco meses después, el 30 de junio de 1846, también según proyecto de Marcos Seguin, quedó inaugurado otro puente colgante sobre el río San Pedro (que se hundió a fines de 1880, tres años después de hacerlo el de San Alejan­dro).

SE VEÍA VENIR…

Pese a los alardes técnicos empleados, el nuevo puente de San Alejandro (si los romanos levantaran la cabeza) no tendría una larga vida: a los 31 años de construirse se vino abajo. Según refleja la documentación conservada en el Archivo Municipal, era algo que se veía venir hacía años…

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Lámina del puente en 1864.A su lado, un pequeño astillero, lugar donde entonces se permitía bañarse a las mujeres –sólo a las mujeres- de noche.  

En mayo de 1855 el alcalde portuense elevó un oficio al gobernador civil de la provincia solicitando que se verificara un reconocimiento del puente (no realizado desde su inaugura­ción), especialmente en los cables no visibles de los pozos de amarra, pues se contaba con el antecedente reciente de cuando se tuvo que descolgar el tablero del puente del San Pedro para efectuar algunas reparaciones, se comprobó que los cables de suspensión embutidos en sus muros de mampostería tenían cortados las tres cuartas partes de los hilos. A tal requerimiento, el gobernador dispuso que pasase a inspeccionarlo el Ingeniero civil de la provincia, pero éste contestó que el alcalde tenía excesivo celo e incurría en un acto de injerencia y desconfianza al ser a él a quien correspondía juzgar si era necesario o no reconocer su estado. Al mes siguiente, el Ayuntamiento reiteró al gobierno civil lo solicitado, pero no consta que se obtuviera respuesta. Días antes, un dictamen de los síndicos portuenses recordaba que por Real Orden de 25-XII-1843, mientras no concluyese la concesión del puente a la empresa constructora, ésta tenía la obligación, no cumplida, de mantenerlo en buenas condiciones, teniendo que pintar la madera y los hierros al menos una vez cada tres años, y recomponerlos o reemplazarlos cuando lo exigiese la seguridad del tránsito, al igual que los cables de suspensión y retención que se rompieran. Otros intentos para reconocer el estado de conservación del puente se repitieron con el tiempo, pero siempre en vano. En julio de 1858 ardió el tablero en su totalidad, posteriormente repuesto a costa del Estado

Pasaron los años. En noviembre de 1873, la comisión de Obras Públicas del Ayuntamiento, aun a sabiendas de que no era asunto de sus atribuciones, pasó a reconocerlo. Se encontraron las maderas del pavimento podridas, así como la mayor parte de las transversales sobre las que descansaban, no siéndoles posible comprobar las amarras por encontrarse los pozos en que se sujeta­ban cubiertos de agua; días antes, el guarda del puente vio en ellos pedazos de alambres podridos. Y así, de momento, quedaron las cosas.

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Imagen captada en mayo de 1877, mientras el puente se reparaba, poco antes de derrumbarse. / Foto, colección de Manuel Pacheco Albalate.

…Y SE CAYÓ

El 15 de mayo de 1877, de uno de los pozos de amarra se safó uno de los cables o calabrotes (cabo grueso de 9 cordones corchados de izquierda a derecha, en grupos de 3 y en sentido contrario al reunirlos) que sostenían el tablero. Como precau­ción, se cerraron los accesos al puente con vallas y se reali­zaron algunas reparaciones menores. Entonces fue cuando se captó la imagen adjunta, en la que se observa a un operario encaramado a horcajadas a uno de los calabrotes, comprobando su estado o reparándolo. No pierda el detalle de la escalera por la que subió.

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Una vez venido abajo, aún con algunos cables de acero colgando. Fotografía de J. Laurent, 1879.

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Composición del puente derribado a partir de otra instantánea de Laurent, 1879.

El 2 de octubre, al paso de un carro cargado con losas de Tarifa que conducía el portorrealeño Diego Carrera, se asti­llaron completamente dos vigas madre del pavimento, hasta que definiti­vamente, el 16 de noviembre de aquel 1877, a las cuatro y media de la tarde, cuando cruzaban el puente en dirección a Puerto Real tres carros sin carga tirados por tres mulas cada uno, se desprendieron de sus amarras los tres calabrotes que colgaban del lado izquierdo de la orilla de la otra banda; los que (en la foto) revisaba el operario. Bestias y arrieros se precipitaron al río, resultando tan sólo herido leve uno de los arrieros, Manuel Romero. Como remedio provisional, se construyó una barca de pasaje, arrendada para su explotación a Francisco Vaca, y se habilitaron en ambas orillas sendos muelles.

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El puente de hierro de San Alejandro (1884-1977) desde ‘la otra banda’. En la orilla, el espacio que ocupó el pequeño carenero que en 1906 estableció José María Ponce. (Ver nótula núm. 2.311 en Gente del Puerto).

Y al colgante le sucedió el tercer puente de San Alejandro, el de hierro, que se construyó, con diseño del ingeniero Emilio Iznardi, en 1884 y fue desmontado, salvo sus pilas, que siguen aflorando en el río, en 1977. Justo un siglo después de que se hundiera, por dejación de las autoridades competentes, el colgante. / Texto: Enrique Pérez Fernández.

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Antonio Fernández Galloso y su cuñado Luis Feria, padre del torero José Luis Galloso, vendiendo caramelos y pipas --y algún tabaco de contrabando como Chester y Camel-- en el carrillo que instalaban durante la Semana Santa y otras fiestas. Antonio, tonelero y Luis, panadero, juntaron algo de dinero para crear, en 1958, las Destilerías Galloso (ver nótula núm. 92 en Gente del Puerto). /Foto: Colección Antonio Fernández Feria.

 

El varadero de los Hermanos Pastrana que en 1954 se estableció en Pozos Dulces (ver nótula 713 de Gente del Puerto) tuvo un antecedente medio siglo antes, justo enfrente, en la otra orilla.

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Entre los puentes del Guadalete, el carenero de José María Ponce. / Foto, Centro Municipal de Patrimonio Histórico.

Fue en febrero de 1906 cuando José María Ponce Pérez presentó un proyecto a la Jefatura de Obras Públicas de la Provincia (presupuestado en 600 pesetas) con el fin de habilitar un modestísimo carenero “para la gente trabajadora” –decía en su solicitud- dedicado a la reparación de embarcaciones menores y ‘parejas’, a emplazar en la orilla limitada entre el puente de hierro de San Alejandro (1884) y el del Ferrocarril (1862), en los 37 metros existentes entre ambos y 30 m adentro a contar desde la línea de plea­mar.

La obra a ejecutar era un pequeño muelle sobre estacas de madera, una calzada de madera donde varar las embarcaciones, una palizada (defensa de estacas) para protegerlo de las aguas y una caseta de madera para taller y almacén de las herramientas. Posteriormente, según refleja la foto primera de esta nótula, se levantó otra caseta, lindera al puente, de mampostería. No sé cuándo comenzó a funcionar ni cuándo cerró el carenero, pero consta que fue en junio de 1908 cuando el Ingeniero Jefe de la provincia fijó sus tarifas.

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Imagen del 29 de agosto de 1930, primeras regatas organizadas por el recién fundado Club Náutico, junto a sus instalaciones. Al fondo, el transbordador de sal de La Tapa y a la izquierda la caseta eléctrica del Guadebro. / Foto, Autoridad Portuaria en copia del CMPH.

En su proyecto Ponce dio cuenta de su intención, aunque fue en vano, de establecer junto al carenero, al otro lado del puente de San Alejandro, una “industria del automovilismo náutico”, iniciativa que de haberse llevado a cabo hubiese sido una de las primeras creadas en España. Al paso de los años, en julio de 1930, quedaron inauguradas, en el terreno que pretendió Ponce, las primeras instalaciones del Club Náutico.

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El espacio inmediato al Náutico, junto al puente, acogió, al menos a mediados del siglo XIX, un pequeño astillero, como refleja la lámina de 1864 y consta en unos edictos de alcaldía en los que se permitía a las mujeres -no a los hombres- bañarse de noche, sólo de noche, junto al estribo del puente -el colgante- de la parte del Coto, “en el sitio de el Astillero” (1850), “donde se está construyendo el bergantín” (1854). / Texto: Enrique Pérez Fernández.

rafaelgomezelgallo__puertosantamariaAquella tarde Rafael Gómez Ortega ’el Gallo’, Juan Belmonte y Francisco Vega de los Reyes ‘Gitanillo de Triana I’, o ‘Curro Puya’, alternaron en la Plaza de Toros de El Puerto de Santa María el 28 de agosto de 1927, día que recibió la sagrada investidura ‘Gitanillo de Triana I’, al cederle ‘el Gallo’  el toro de nombre ‘Vigilante’, berrendo en negro, de don D. Tomás Pérez de la Concha. Un testigo presencial del aquel doctorado, el portuense Juan Marchán Garcia –abuelo de nuestro amigo Francisco Varo Marchán- le contó a su nieto «...haber vivido la alternativa más larga de la historia del toreo, que duró 8 minutos.»

Juan Marchan era amigo de los tres matadores y era común en él que fuese de muy pocas palabras. A Juan Belmonte le caía personalmente muy bien por esa «virtud», y porque, además, era Marchan muy discreto, amable, bondadoso y noble. Jamás solía violentar una conversación y aceptaba las propuestas. Fue un modelo de condición humana: después de que sus cuñadas se quedaron viudas, él crió a todos sus sobrinos huérfanos. Todo lo asimilaba con frases taurinas. En cierta ocasión vio a un jubilado ya achacoso y dijo: «...tiene media estocá y se está acercando a las tablas.»

La histórica anécdota dice: En cierta ocasión, de las muchas que Rafael (Gallo) venía a El Puerto de Santa María y se quedaba a vivir en casa de los González (los Villegas) –cuando tenía que torear en nuestra plaza llegaba a la ciudad al menos tres días antes-, solía asistir a las peleas de gallos que entonces se celebraban, en el reñidero ubicado en la esquina de la  calle Santa Clara, al lado derecho donde hoy está el cementerio y desde donde se veía la finca de los Gallardo, en la que pastaban los toros de la primitiva casta de Miura. Rafael siempre recordaba una de las peleas de gallos de las que se ofrecían junto a los corrales –viviendas comunitarias de aquella época- en un local situado en la esquina de las calles sevillanas de Pagés del Corro y Costilla, en Triana.

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Reñidero de la calle Santa Clara. /Foto: Fernando Herraz

De todos es conocido la afición de la mayoría de los toreros a la crianza de los gallos de pelea, especialmente los de la raza calé. Así que entre ambos matadores se creó una especie  de competencia por tener el gallo negro, del que según Juan Marchán  se había enamorado Rafael ‘el Gallo’. Y en esa situación llegó el día en que ambos se vieron en la plaza de El Puerto de Santa María... la hora de que Rafael iba a imponer su investidura de doctor a ‘Gitanillo’. Los segundos transcurrían y ambos entablaron una amistosa y divertida charla de compra-venta, estando los tres lidiadores en el ruedo bajo el Palco. Lo que ambos se dijeron podía fácilmente interpretarse por los gestos y movimientos que hacía Juan Belmonte, que una y otra vez se separaba de ambos riéndose a carcajadas, poniéndose las manos en la cabeza y separándose de ellos... seguro que Rafael, al seguir oponiéndose ‘Gitanillo’ a venderle el gallo, le dijo: «O me lo vende, o te queas sin el sayo de mataó... y ahí te sigue de novillero...», durando aquella conversación los 8 minutos señalados,  mientras los peones no hacían otra cosa que detener a ‘Vigilante’ lejos de la ceremonia... y el respetable impacientándose. ‘El Gallo’ pasó a ser el propietario del gallo en litigio y ‘Gitanillo’ recibió la investidura. /Texto: Juan Zaldivar.

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Este epitafio se lo escribió Pedro Muñoz Seca al matrimonio que tenia la portería donde él vivió y que murieron con muy pocos días de diferencia:

Fue tan grande su bondad,
tal su laboriosidad
y la virtud de los dos,
que están con seguridad
en el Cielo, Junto a Dios.

El Obispo de la diócesis de Madrid que tenia que dar su consentimiento lo rechazó con el argumento de que Muñoz Seca no era nadie para asegurar que los porteros estaban en el Cielo, y junto a Dios. Muñoz Seca escribió otro:

Fueron muy juntos los dos,
el uno del otro en pos
donde va siempre el que muere...
Pero no están junto a Dios,
porque el Obispo no quiere.

El Obispo envió una carta a Don Pedro en la que decía "Ni yo, ni ningún otro representante de la Santa Iglesia, intervinimos para nada en el destino de los difuntos, por tratarse de un misterio inescrutable que ni usted, a pesar de su buena voluntad, ni nosotros estamos capacitados para aclarar", y Muñoz Seca escribió el siguiente epitafio:

Flotando sus almas van
por el éter, débilmente,
sin saber qué es lo que harán,
porque desgraciadamente
ni Dios sabe dónde están.

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Estos días pasados le han ‘lavado la cara’ parcialmente a la fachada de la Casa de la Munición, el singular edificio que divide la Ribera del Río de la del Marisco y que es el escaparate de entrada por Pozos Dulces al casco histórico. Pero yo, que ando frecuentemente por ahí y sabiendo que las estructuras interiores del edificio están mal, por si acaso, paso por la acera de enfrente, porque este histórico inmueble –como tantos otros- necesita más que un chapú, que sólo enmascara su lamentable estado.

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Frente a esta casa, por la Ribera del Río, nació Luis del Pino Robles, conocido como Luis 'el de los huevos' (ver nótula núm. 203 en Gente del Puerto).

La Casa de la Munición o de la Provisión se construyó en 1781 –dos años después de levantarse enfrente el puente de barcas de San Alejandro- para servir de almacén de víveres para las tropas acantonadas en la ciudad, en los cuarteles de la plaza del Polvorista y en el del Alamillo, junto a la Plaza de Toros. Para su uso exclusivo, pero se conoce que al año siguiente, en 1782 y a petición de Juan Pérez de Mena, arrendador de las rentas de los arbitrios municipales, se formó un auto contra Tomás de Goyechea, administrador de la Provisión, para “que no consienta que por el muelle al pie de la casa de la Provisión embarque o desembarque géneros de dueños particulares, pues la ciudad tiene para ello el muelle de madera y surtidas bajas [en la plaza de la Pescadería y aledaños], ya que éste es sólo para la provisión”; hecho que ocultaba, como venía siendo habitual, la ‘picaresca’ de evitar el pago de los aranceles fijados sobre los géneros y productos embarcados y desembarcados en el río.

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Se levantó el inmueble militar junto a una pequeña ensenada que la corriente del río formó de antiguo, orillada en los portales de la ribera, los que, según escribió en 1764 Anselmo J. Ruiz de Cortázar “sirven de no menor utilidad que hermosura los portales que se registran inmediatos a la orilla del río a cuyo amparo trabajan los calafates en la carena de las embarcaciones y pescadores en el aderezo de sus redes.” Lugar donde existió, frente a la calle Chanca, el humilladero conocido como Cruz de los Calafates, sufragado por el gremio de los carpinteros de ribera que de siglos atrás aquí habitaban y trabajaban.

federeicorubiogali___puertosantamariaY para el particular uso de los militares se levantó el referido muelle, de madera sobre pilotes, el que al paso de los años Federico Rubio (1827-1902) mencionó en sus Memorias recordando una travesura que de niño vivió en el río, en 1840, que a punto estuvo de costarle la vida. De su testimonio extraigo estos fragmentos: “El lugar de mi partida fue como a mitad de la distancia que media entre el puente [el de barcas] y un almacén que hay a la derecha, construido sobre pilotes, y que tiene a modo de un muellecito, que el río cubre en las crecientes y lame en las menguantes.

Cuando dueño de mí quise ganar el trecho perdido, hallábame como a dos cuerpos de edificio más allá del almacén. Tomar la orilla fangosa en el punto más próximo y seguir por ella a pie hasta el lugar de mis vestidos, era imposible; adelantar a nado, más imposible aún. […]

Lacerado cual se puede suponer, casi exhausto, llegué al punto donde, sobresaliendo el muelle del almacén, vi cortada mi carrera de caimán o de hipopótamo. Era preciso volver a convertirse en pez. Empresa vana: el cansancio extremado, el río veloz en opuesto sentido, hacíanme retroceder lo avanzado con tan penoso arrastre. Tenté a ver si agarrándome a las junturas de los cantos de la construcción podía pasar; y ¡oh, ventura!, casi a nivel de agua toqué, una magnífica hilera de estacas o defensa de pilotes que corrían por todo lo largo de la pared [estacada que se recompuso en 1854]. Ganada ya la última estaca, volví a nadar sobre la orilla; y fuese porque el estribo del puente cortase la fuerza de las aguas, fuese por haber terminado la bajamar, vi que adelantaba regularmente y sin obstáculos que vencer.”

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La fachada de la casa que da a la Ribera del Marisco, en 2012, el año del Bicentenario de las Cortes de Cádiz.

La ensenada del muelle de la Munición subsistió hasta que en 1873 comenzó a cegarse para construir una muralla de encauzamiento del río entre el puente colgante de San Alejandro y la plaza de la Herrería (138 años después de la que se levantó –en 1735- desde las Galeras a la Herrería).

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En este espacio inmediato a la Munición, cuando el río no estaba canalizado, sus aguas, durante las crecidas, golpeaban las fachadas de las viviendas situadas en primera línea. Así, en 1622, los franciscanos descalzos del convento de San Antonio de Padua, ubicado hacía dos años en la esquina de la calle Sardinería (hoy Javier de Burgos), decidieron trasladarlo de lugar (a la hoy plaza Peral), entre otros motivos y según alegaron, “por tener de la una parte el río de Guadalete que llega hasta las paredes de la dicha casa cuando crece el agua”.

Pero los trabajos de la nueva muralla comenzada en 1873 –por eso de que las cosas de palacio siempre fueron despacio y las del ayuntamiento más lento-, desde su inicio estuvieron cuajados de problemas técnicos, financieros y burocráticos, fueron paralizados en varias ocasiones y repetidamente motivaron la crispación en la ciudad, no culminándose las obras hasta fines de 1884, once años después de iniciarse.

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Con todo, el resultado dejó mucho que desear, por lo que de inmediato fue preciso acometer nuevas obras –conocidas en la época como ‘la Canalización’- que se prolongaron hasta 1895 (otros once años más), cuando el entorno del muelle y de la Casa de la Munición quedó definitivamente habilitado con la fundación del Parque Calderón. / Texto: Enrique Pérez Fernández. /Fotos: C.M.P.H.

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infantaluisafernandadeborbon_puertosantamariaHace unos días se cumplió el 166º aniversario de la visita y estancia de cuatro días de la Infanta María Luisa Fernanda a nuestra Ciudad, una pequeña efeméride de la historia local que vamos a contar para aquellos que no la conozcan. En la fecha que nos vamos referir, noviembre de 1848, hacía 16 años que, tanto sus tíos los Infantes Francisco de Paula Antonio y su esposa Luisa Carlota de Borbón como su primo y cuñado, el rey consorte Francisco de Asís habían abandonado El Puerto, tras pasar todo el verano y bañarse en el río. Ella, que en la fecha que hemos referido, 1832, tenía tan solo unos pocos meses de vida, hacía dos años que había contraído matrimonio en Madríd con Antonio María de Orleans, en una “ceremonia dúplex”, celebrada en el Salón del Trono del Palacio Real, pues se casó también su hermana, Isabel II, con su primo Francisco de Asís de Borbón y Borbón-Dos Sicilias. Vivian en el Palacio de San Telmo, en Sevilla. /En la imagen de la izquierda, la infanta Luisa Fernanda de Borbón. Óleo de Federico Madrazo. Año 1847, un año antes de su estancia en El Puerto. Museo Romántico de Madrid. Reproducción de R. Puig.

En la primavera de 1848 los Duques de Montpensier mostraron su deseo de visitar El Puerto de Santa María, dirigiéndose el jefe de su Casa a las autoridades municipales para organizar la estancia oficial en la ciudad de Dª María Luisa Fernanda de Borbón, hermana de Isabel II, Infanta de España por tanto, hija de Fernando VII y de María Luisa de Borbón Dos Sicilia, conocida como María Luisa de Nápoles, a la que acompañaría su esposo, el Duque de Montpensier. En el municipio la noticia fue bien acogida, teniendo relativamente reciente el precedente de la estancia de su hermano menor, el Infante Francisco de Paula Antonio, su esposa Luisa Carlota y varios de sus hijos, en 1832, como antes apuntamos. Y a efectos prácticos, el ayuntamiento nombró una comisión que se ocupara de organizar, además del alojamiento, la intendencia necesaria para los cuatro días que duraría la visita de los duques y sus acompañantes y un programa de actos adecuado a la categoría de los huéspedes.

casacallelarga_-PuertosantamariaLa comisión inició de inmediato sus actividades, dirigiéndose a los administradores o responsables de diversos edificios públicos para que procediesen al blanqueo y adecentamiento de sus fachadas, a la capitanía de marina solicitándoles las banderas que tuviesen en existencia en los almacenes del arsenal de Las Carraca y la de los buques que estuviesen en carena, convocando una reunión con el empresario taurino para determinar las “funciones de toros”, alertando a la banda música para que am- pliasen su repertorio y solicitando por escrito a don Francisco Javier García de Velasco ofreciese su casa de calle Larga para el hospedaje de los Infantes. /El inmueble escogido, hoy sede de  la Delegación Territorial de Hacienda, en la calle Larga.

Realmente nos ha extrañado la elección de este inmueble, la casa número 123 antiguo y 76 moderno, edifico que alberga actualmente las oficinas de la delegación de Hacienda, casa de 263 metros cuadrados de superficie y dos plantas, que en aquella época tenía 6 habitaciones y cochera en el bajo y diez habitaciones en la planta alta, considerando la gran cantidad de inmuebles existentes en esa misma calle, de mayor capacidad e instalaciones. Pero esta fue, sin duda, la primera opción que barajó la comisión, tal como consta en el escrito que remitieron a su propietario con fecha 10 de junio de 1848. La única explicación que encontramos a esta decisión es que la casa no estuviese ocupada, salvo temporadas, por la familia de este ilustre anciano que en esa fecha tenía 73 años. Era Caballero Supernumerario de la Orden de Carlos III y Maestrante de la de Ronda y tenía su residencia habitual, desde 1825 en Alcalá de los Gazules. La respuesta negativa fue inmediata, dirigiéndose entonces, con fecha 14 de junio a Juan José Zapata, residente en Arcos que tenía arrendada la casa número 4 de calle Ganado, un enorme caserón situado en donde actualmente están el colegio de Nuestra Señora de la Merced y la escuadra de la calle Doctor Muñoz Seca. A vuelta de correos el Sr. Zapata escribió negando la cesión, indicando que el inmueble no estaba desocupado y que la necesitaba para su esposa enferma.

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Arco triunfal instalado en honor de Isabel II, años mas tarde a esta visita, que bien pudo ser similar al que se levantó para la visita de la infanta Luisa Fernanda.

La comisión proponía, asimismo, saliesen a recibir a los ilustres huéspedes al termino de esta ciudad con la de Sanlúcar y “que se elevase un arco triunfal a la entrada de San Juan, con un asta y su bandera nacional y música militar colocada en dicha plaza que toque a su llegada” así como la colocación de banderas en ventanas bajas y colgaduras en los balcones por todo el trayecto, es decir, las calles San Juan, Luna y Larga, hasta el alojamiento de SS.AA. “y que se adornen los palcos de la plaza de toros y teatro sin que falten los refrescos de toda clase en uno y otro lugar” sin olvidar una iluminación especial y extraordinaria de los paseos públicos en los días que durase la estancia. Los gastos previstos se tasaron en 27.600 reales de vellón. De esta cantidad el ayuntamiento aportaría 3.000 reales, abriéndose una suscripción voluntaria entre los demás miembros de la corporación y el colectivo de comerciantes a los que especialmente les beneficiara la visita: extractores y al- macenistas de vinos, panaderos, mercaderes de ropa, etcétera…
El 18 de junio anunciaron que habían pospuesto el viaje (posiblemente por el estado de gestación de la Infanta, que debía estar de cinco meses en esa fecha) y el 2 de noviembre de ese mismo año volvieron a anunciar la visita para el 13 de ese mes. Volvió a formarse una nueva comisión, en esta ocasión mixta, formada por los munícipes Rodríguez de Guillén, Críspulo Martínez, García Valdeavellano y los comerciantes Carlos Carrera, Luis Urruela, José Antonio O’Neale y José Delgado. En vista de lo anteriormente ocurrido, el propio Sr. Alcalde Corregidor tuvo el detalle de ofrecer su casa de la plaza de la Iglesia para el hospedaje de SS.AA. El arco que habían preparado para el verano se instaló en la entrada de San Juan, se exornaron los edificios públicos, programándose funciones de teatro, se dotó de iluminación especial la plaza de la iglesia y los puentes de San Alejandro y San Pedro y se empavesaron los barcos surtos en el río. Del coto de Valdelagrana se trajeron cinco carretadas de lentisco para adorno de las plataformas y tablados instaladas en los paseos para las dos bandas de música que actuarían esos días: la del Regimiento de León y la del cuerpo de Artillería. Finalmente, para acompañar a SS.AA. y séquito en sus desplazamientos y velar por su seguridad. Desde Jerez llegaron dos compañías de Infantería y cincuenta caballos.

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El Libro del Repartimiento de El Puerto, donde se recogen los nombres y propiedades de los primeros repobladores. / Foto, Centro de Patrimonio Histórico.

El año 1264 marcó para El Puerto el fin de una época y el comienzo de la historia de la ciudad que hoy habitamos. Fue entonces cuando nuestro entorno geográfico –la bahía y las campiñas gaditanas- definitivamente pasaron a manos castellanas a raíz del sometimiento de las poblaciones hispanomusulmanas por las tropas de Alfonso X. (Este año se han cumplido 750 de aquel decisivo acontecimiento.)

Hasta la conquista alfonsí, trece eran las pequeñas aldeas o alquerías (del árabe al-qarya) que se distribuían por el actual término municipal. De la existencia de estos núcleos rurales diseminados se tiene constancia por la arqueología y por el Libro del Repartimiento, esa joya histórica que se conserva y custodia en el Archivo Municipal, en una copia de fines del siglo XIII.

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Localizaciones de las aldeas andalusíes en el término portuense. En verde, las que se rememoran en esta nótula.

En 1268 se procedió al reparto de las casas y tierras de las alquerías –incluida la recién fundada Santa María del Puerto, la sucesora de la andalusí Al-Qanatir- a repobladores procedentes de tierras castellanas, en mayor número de la cornisa Cantábrica. Recoge el Libro una interesante información para conocer algunos pormenores de las alquerías: los nombres con los que las bautizaron los castellanos, en algunos casos de origen mozárabe; la mención a inmuebles andalusíes: los palacios grandes, torres defensivas, corrales, pozos…; los caminos que enlazaban las aldeas, así como los nombres y procedencias de los repobladores cristianos y las superficies de las tierras que les entregaron para su explotación agrícola.

Cuándo se fundaron las alquerías es cuestión que se desconoce. No obstante, la presencia musulmana en tierra portuense se remonta a los primeros tiempos de su entrada en la Península. En Doña Blanca se han excavado los materiales culturales islámicos más antiguos de la provincia, incluyendo alguna moneda del siglo VIII. El enfrentamiento armado que abrió las puertas de Hispania a los musulmanes se libró en el Guadalete. Y en el entorno de Doña Blanca y la falda sur de la Sierra de San Cristóbal se estableció la primera capital de la provincia o cora (unidad territorial político-administrativa) de Siduna, entre los años 743 y 845, cuando fuerzas normandas la atacaron y desolaron. De esto viene escribiendo en los últimos años nuestro amigo Miguel Ángel Borrego, excelente arabista jerezano que está abriendo nuevos caminos de investigación sobre la verdadera realidad histórica del Islam en nuestra tierra. Pero de este importante núcleo histórico andalusí de Siduna –la cristiana Sidueña- escribiremos en otra entrega de esta serie, al tratar de la Sierra de San Cristóbal.

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Almenas del Castillo de las Ánimas en 1986, pocos antes de su desaparición. / Foto, Juan José López Amador.

En ésta y la próxima nótula toca escribir de las alquerías que se ubicaron en la campiña, probablemente fundadas a partir del siglo X, en tiempos del próspero califato de Córdoba (929-1031) y al tiempo que nació la alquería de Al-Qanatir (de la que escribiremos dentro de dos entregas). De la de Casarejos, situada en la boca del arroyo Salado de Rota, ya lo hicimos en la nótula 2.231 de Gente del Puerto. Los nombres de las restantes que se repoblaron en 1268 eran Grañina, Campix, Fontanina, Poblanina, Finojera, Bayna, Villarana, Bollullos, Machar Grasul y Machar Tamarit.

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Entrada principal y parte trasera del Castillo de las Ánimas, hacia el camino de Campín. Aunque se reconstruyó en 1857, sus estructuras originales datan de los tiempos de la alquería de Grañina. / Foto, J.J.L.A.

Los abajo firmantes, en compañía de José Ignacio Delgado ‘Nani’ y José Antonio Ruiz, en la década de los 80, con el Libro del Repartimiento y la toponimia como norte y guía y las prospecciones arqueológicas como método, localizamos sobre el terreno los enclaves que ocuparon aquellas viejas alquerías en la campiña, la mayor parte situadas próximas al curso del arroyo Salado de Rota y, en número de cinco, en el entorno de la laguna del Gallo; espacios, como ya escribimos, que fueron habitados por sucesivas poblaciones desde la Edad del Cobre (hace unos 4.500 años) y sin solución de continuidad en algunos de los asentamientos hasta comienzos de la romanización, a fines del siglo II antes de Cristo, cuando Roma comenzó a imponer otra organización del territorio con la explotación intensiva de las tierras –vino, aceite y cereales- desde las villae (antecedentes de los cortijos). Desaparecieron entonces las últimas aldeas (turdetanas), hasta que renacieron al paso de los siglos, bajo el poder del Islam.

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Fotografía aérea de Grañina y Grañinilla, con la toponimia en torno a los yacimientos y su correspondencia con los hitos mencionados en el Libro del Repartimiento.

GRAÑINA Y GRAÑINILLA
Según se infiere del Libro del Repartimiento y de las prospecciones arqueológicas, la alquería de Grañina debió de ser, con la inmediata de Campix, la población andalusí más importante de cuantas se distribuían por la campiña portuense; y con ellas, Al-Qanatir en la desembocadura del Guadalete y Casarejos en la del Salado.

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Detalle del recuadro de la imagen anterior del entorno de Grañinilla y la situación de las estructuras exhumadas en las excavaciones de Pocito Chico.

Era Grañina una población dividida en dos áreas separadas por un espacio exento de construcciones: la menor, que el documento llama Grañinilla, al pie de la laguna del Gallo –en las salinas, dice el documento-, de cuyos restos se exhumaron en 1998, al excavarse el yacimiento de Pocito Chico, viviendas, una fragua y silos (ver nótula 2.259 en Gente del Puerto). En uno de éstos se hallaron dos dírhams de plata del siglo X (califales) y otra interesantísima moneda (conocida y publicada por los mejores especialistas en numismática musulmana),

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un fals de bronce de la serie nafaqa acuñada probablemente en Tánger hacia los años 709-711 y seguramente traída por algún soldado que participó en la conquista de Hispania en 711. Su aparición en un contexto del siglo X ha de entenderse como un recuerdo familiar conservado durante generaciones para rememorar el tiempo en que el Islam tomó posesión de estas tierras.

En la imagen de la izquierda, moneda de los inicios del siglo VIII (fals de bronce) excavada en un silo de Pocito Chico. / Foto, J.J.L.A.

Tenía Grañinilla, refiere el Libro, dos torres defensivas a las que se adosaban algunas casas. La sal de la laguna, que aún aflora al evaporarse sus aguas, sin duda sería un importante recurso aprovechado por la comunidad andalusí que habitó estos parajes, junto a la ganadería y la agricultura (unas 628 hectáreas se repartieron en 1268).

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Estructuras antiguas del interior del Castillo de las Ánimas una vez que comenzó su demolición. / Foto, J.J.L.A.

El hábitat principal de Grañina se encontraba enfrente, en la falda y cima del actual cerro de su nombre, en el entorno de Cuadrado y –sugerentes nombres- del Castillo de las Ánimas y Medina. Al menos otras dos torres se levantaban en Grañina, probablemente no aisladas sino formando parte de un recinto protector, que fueron repartidas a dos repobladores: “Cupo a García Pérez la torre chica, que está de parte de Grannina, con esas casas que se tienen con el corral de las vacas”; “Cupo a Juan Pérez, escribano, la torre que está de suso [arriba] con el pozo que tiene con el medio corral”. Acaso este pozo y esa torre fueron los que tuvimos ocasión de conocer en el derribado --a comienzos de los años 90-- Castillo de las Ánimas. Seguramente el mismo pozo que un documento de 1603 menciona como pozo morisco. Y por supuesto, la alquería tenía una mezquita: “Cupo la mezquita que está y con las casas que se tienen cerca de sí a la veintena de Pedro García de Argomedo.

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Excavaciones arqueológicas en Pocito Chico (Grañinilla) en 1998, exhumándose estructuras de una vivienda andalusí y un gran silo. / Foto, J.J.L.A.

Sin tener certeza de ello, creemos que la cristiana Grañina podría ser la musulmana Ghaliana que mencionan algunas fuentes árabes (Ibn Abi Zar, Ibn Jaldun…) al narrar que fue saqueada por 3.000 soldados al mando de Abu Yusuf Yaqub, hijo del emir meriní, en septiembre de 1277, cuando, tras arrasar Jerez (Saris) y su alfoz, atacaron las alquerías y fortalezas de El Puerto, Sanlúcar y Rota. Fuera Grañina o no Ghaliana, lo más probable, por su ubicación entre estas poblaciones, es que fuese atacada por las huestes benimerines, ya en el año indicado o en 1285, cuando se verificó un nuevo asalto a El Puerto y Rota.

islacartare_6_10_puertosantamariaDe ser así, pocos años disfrutaron los 76 repobladores de Grañina de sus propiedades. Pero pasadas las razias meriníes les sucedieron otros…, hasta convertirse, ya a mediados del siglo XV, en un importante núcleo agrícola en manos de potentados terratenientes: a partir de 1458, de Pedro Jiménez Camacho, que heredaría su nieto Pedro Camacho Villavicencio, al que apodaban ‘el Rico’, miembros de uno de los linajes más importantes de Jerez y de los mayores hacendados de Andalucía, dueños también, entre otras propiedades rurales, del inmenso pago de Balbaina que se extiende por las campiñas de El Puerto y Jerez. A comienzos del XVIII las de Grañina eran tierras de García José Dávila Ponce de León, I Señor de Grañina, mientras que su hijo

En la imagen de la izquierda, enterramiento andalusí en fosa de Pocito Chico: arriba, estratigrafía vertical; abajo, en planta, dispuesto el difunto en posición de decúbito lateral y el rostro mirando a La Meca. / Foto, J.J.L.A.

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Días antes de comenzar en Sevilla el Salón Internacional del Caballo --SICAB 2003-- nos dejaba en El Puerto de Santa María Sebastián García Nieto, ‘Chano’, mayoral durante medio siglo de la ganadería caballar de los Terry Merello (ver nótula núm. 583 en Gente del Puerto), conocida como ‘Hierro del Bocado’.

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De 'Descarado' decía su mayoral, Sebastián García Nieto -"Chano" para todos los que le conocían- que "a la fuerza había que tenerle cariño"; que "él solo se convidaba"; que, cuando le tocaban las palmas en una presentación, "parecía el doble de caballo".

Tenía Sebastián porte y perfil de senador romano si no lo hubiese delatado su gorra de a cuadros de paño inglés. Y, respecto de los caballos, atesoraba una filosofía mitad senequista, mitad en base a proverbios al modo de “Les Pensé”, de Pascal.

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Chano, conduciendo un coche de caballos en el patio porticado del Sagrado Corazón de Bodegas Terry

En los pastizales y en las cuadras, y aún luego de jubilado --se nos fue con 81 años de edad--, mantuve con él un sinfín de intercambios de puntos de vista sobre los caballos y su mundo, que cristalizarían en un libro, ‘El caballo, orígenes, razas y aptitudes’ (Instituto Geográfico de Novara-Teide, Barcelona, 1982). en colaboración con el veterinario milanés Nereo Lugli.

caballerizasterry_ext_puertosantamariaCuando muere una autoridad en una materia que nos es afín y que, además, es amigo, se nos produce un vacío que nos hace sentir un poco más huérfanos. Y por nuestra memoria discurre, como en una película, los momentos restrospectivos más sobresalientes del finado. A final de la primavera de 1970 recaló Luis María Ansón en El Puerto y me solicitó ver las cuadras de Terry. Y como postre le hice sacar del ramal a ‘Descarado II’, que en la Semana del Caballo de 1956, celebra en Jerez y auspiciada por Alvaro Domecq y Díez, obtuvo el premio, el Caballo de Oro, de Campeón de Campeones. Ansón se llevó para los suplementos dominicales de ABC un original titulado ‘Descarado’ que salió a toda plana. Con los años vi que Sebastián guardaba el artículo enmarcado. También Sebastián guardaba como oro en paño una foto a color de ‘Descarado II’ montado por la actual duquesa de Alba en el recinto ferial hispalense, seguido por Jacqueline Kennedy a lomos de otro singular caballo ‘Nevado’ de la misma ganadería. /En la imagen de la izquierda, fachada de dicho edificio en la calle Cielos.

Sebastián se pavoneó con estos caballos poniendo la pica en Londres, Viena, Venecia y París. En Londres llovía a cántaros y como quiera que, aislados, él y los mozos no tendían nada que comer, aprovechó un descampado para ir a la City a las provisiones. Como no disponía de otro medio de locomoción que los caballos, enganchó a ‘Descarado’ y a ‘Nevado’ en una araña y causaron tal sensación, de admiración, entre el aplauso de los viandantes, que la BBC retransmitió en directo lo que entendía como una exhibición espontánea.

Andalucía Occidental, con tres mil años de grandes culturas superpuestas, dispone de una cantera singular de criadores y exportadores de caballos de raza. La historia del caballo de Jerez, parcialmente, incluida por Hipólito Sancho de Soprranis (ver nótula núm. 780 en GdP) y por mí, en nuestros tres volúmenes de la historia de la también Ciudad del Vino, reclama una obra aparte. Después del árabe, el caballo andaluz ha sido el gran colonizador del virreinato de Nápoles y antes, desde 1543, en México sobre todo.

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Chano intervino en los rodajes de los spots de televisión con Margit Kocsis y el caballo tordo corriendo por la playa o el campo (ver nótula núm. 568 en GdP). Contaba Chano la anécdota de que la modelo, al ir montada a pelo sobre el caballo y con el sudor de éste resbalaba y, a veces, caía al suelo, por lo que le pedía al mayoral que hiciera algo, a lo que éste le respondía “que no era su paracaídas”.

Sebastián García Nieto representó un eslabón firme en esa historia y quien sabe si desde el andarivel de las estrellas él continúa vigilando el retozar de esos caballos, que pastan a la margen izquierda de la autovía de El Puerto a Jerez. /Texto: Juan de la Lastra y Terry.

Luis Suárez Ávila, escribía en noviembre de 2003: "Yo no sé por qué razón el mes de noviembre y la cuesta de enero cogen desprevenidas a las personas y la muerte arrebata a muchos conocidos y entrañables amigos. Yo, la verdad, es que no sé por qué. En esa situación me ha cogido la noticia de la muerte de Sebastián García Nieto (Paterna de Rivera 1922- El Puerto 2003).

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En la imagen superior, interior de las Caballerizas de Bodegas Terry. 

Y mucho más porque hacía una semana me lo encontré en la Plaza de la Iglesia y estuvimos mi mujer y yo saludándolo y charlando. Sebastián había echado los dientes con Don Luis de la Calle y fue un gran conocedor de los caballos, un excelente jinete, un magnífico garrochista y, finalmente, mayoral expertísimo. Desde que llegó a El Puerto, a la jubilación de Joselito Buhigas, en la casa Terry, a Sebastián le tuve una gran estima, porque era nada menos que sobrino de Sebastián Jiménez Nieto (Chano también y de Paterna de Rivera) que fue cochero de mi abuelo Juan. Y esos lazos familiares con quien había puesto en mis manos unas riendas con apenas siete años, me hacían muy estimable a Sebastián.

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En la imagen, Nemesio.

Sebastián, heredó en Terry la dirección de la ganadería de los hierros del "bocado", la única de estirpe cartujana que, desde el XVIII no había estado contaminada con cruces de caballos germánicos ni napolitanos y en las manos privilegiadas de los Cartujos de Jerez, de los Zapata de Arcos, de Don Vicente Romero, de los Hermanos Domínguez, hasta dividirse en dos: una punta fue de Don Juan Pedro Domecq y luego de Don Roberto Osborne. Otra punta la adquirió Curro Chica y, ambas, en 1948, fueron a las manos de Don Fernando C. de Terry y del Cuvillo.

noticias_file_foto_386079_1321443256A Joselito Buhigas le tocó ver nacer a ese estelar y perfectísmo caballo, Descarado II, hijo de Descarada que venía preñada del Novato y a Sebastián le tocó verlo morir a los treinta y dos años. Toda la zaga de Destinados, Bilbainos, Hoscos, Nevados, Habaneros... estuvo al cuidado de Sebastián, desde 1961 hasta su jubilación sobre 1985. Lejos han quedado sus triunfos en las Ferias del Campo, en las Ferias comarcanas, en el Concurso de Enganches de Jerez y en cuantos certámenes concurrió. Varios Campeón de Campeones entre los caballos de la yeguada de Terry. Infinidad de trofeos. Pero una cosa fue constante en Sebastián: la virtud de la fidelidad a su Señora, la Excelentísima Señora Doña Isabel Merello, Viuda de Terry, a la que tuvo el honor de pasear en triunfo, en el pitter rojo, el de los magníficos faroles antiguos, a la media potencia, por la pista del II Depósito de Sementales, cuando a su Señora le otorgaron el trofeo Caballo de Oro. Una fidelidad roqueña la de Sebastián en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, hasta su muerte este mes de noviembre. Descanse en paz".

 

De siempre, al ahora llamado 'Vaporcito' se le llamó 'el Vapor'. Alguien, en Cádiz y que Dios lo haya perdonado, se le ocurrió en exceso de cariño familiar -hay cariños que matan- llamarlo 'Vaporcito', y se le quedó.

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"La soledad del Vapor de El Puerto. ¿Volverá a navegar? Juzguen ustedes..." /Pié y foto de José Antonio Tejero.

La motonave Adriano, conocidísimo barco de pasajeros del Puerto a Cádiz y viceversa, siempre ha sido referido como el Vapor; el Vapor del Puerto, sin el 'cito'. Nada de 'Vaporcito'.

Dicen que un día, un grupo de amigos, sentados en la terraza del Bar Lucero de Cádiz, estaban muy desocupados viendo pasar a la gente. Ocurrió que uno de ellos le dijo a otro: "ahí viene tu amigo Manolo". Un segundo apostillo: "si, Manolito". Y así se le quedó. Pues igual ocurrió con el Vapor. Uno de los amigos comentó: "estoy viendo llegar al Adriano, esto es, al Vapor del Puerto". Y otro, amigable, amorosa y generosamente, lo completó: "Si, el Vaporcito del Puerto". Y también se le quedó el nombrecito. Luego pasó a ser el Vaporcito, sin más connotaciones geográficas; porque Cádiz siempre ha sido así de cariñoso y prohijador.

Yo admito con reticencias lo del diminutivo benevolente. Siempre me ha parecido lleno de sentimiento cariñoso pero algo conmiserativo, el llamarlo el Vaporcito. De toda la vida se ha hablado del Vapor; del Vapor del Puerto, de esa Ciudad, envejecida, que sigue siendo la muy Noble y Muy Leal Ciudad del Gran Puerto de Santa María; por mucha anciana y respetable decadencia en su Centro, que le quieran criticar algunos.

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El Vapor, en su delicada situación actual, en la UCI de su varadero, sigue aspirando a cruzar la Bahía, a desdén de Ponientes y de Levantes. Yo me permito creer que desea que lo sigan añorando y llamando el Vapor, con su rotundo nombre de modesto orgullo de siempre. También, que Pepe, Eduardo y Juan -en su descanso eterno- se sentirán confortados con la actualización de su nombre, en espera de que sea transitoria la muy delicada y difícil situación actual de la motonave.

Nada más grato para la Gente de El Puerto si volviésemos a oír su ronco característico pitido de salida. (Avisando a los rezagados que lo escuchaban, corriendo todavía por las Cuatro Esquinas. Pepe esperaba). El Vapor siempre salía pero siempre esperaba.

Todos los portuenses deseamos añorantes ver navegar de nuevo, bajo su imperecedera silueta -elevada hoy estérilmente a icono turístico-, al Vapor. (Sin el 'cito'). /Texto: José López Ruiz.

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eugenioruizandreu_puertosantamariaEn mi tiempo de estudiante en las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia, tuve la oportunidad de conocer a grandes profesores que algún día habrá que hacerle una nótula para mostrarle nuestro agradecimiento y a jesuitas entregados a su vocación sacerdotal, auténticos forjadores de hombres, preocupados por la formación integral de la juventud, preparando a hombres y mujeres para el futuro, reflejo de la visión de San Ignacio de Loyola tiene del Evangelio, amar y servir.

A algunos de estos sacerdotes, tuve la oportunidad de ayudarles a misa, recuerdo a los padres González Bueno, Bermudo, Martínez, Guerrero y Ruiz Andreu entre otros. Al padre Eugenio Ruiz Andreu quiero dedicarle esta semblanza de su paso por El Colegio Noviciado de San Luis Gonzaga de nuestra ciudad referida a los años mil novecientos cincuenta y tantos del siglo pasado.

Eugenio Ruiz Andreu nació en Málaga el 25 de Octubre de 1918, recién cumplido los quince años ingresó como novicio en la Compañía de Jesús, concretamente el 26 de Octubre de 1933, año difícil para los seguidores de San Ignacio, los jesuitas fueron expulsados de España por el gobierno de la República e incautados sus bienes. Trasladaron a Bélgica el noviciado y la casa de formación que tenían en El Puerto. Ruiz Andreu, una vez terminado los habituales estudios de humanidades, filosofía y las prácticas de magisterio, cursó teología en la Facultad que los jesuitas tienen en Granada (Cartuja) donde fue ordenado sacerdote el 15 de Julio de 1.948.

LLEGADA A EL PUERTO.
Fue destinado como profesor de oratoria de los jóvenes jesuitas al noviciado y casa de formación de San Luis Gonzaga en El Puerto. Allí permaneció once años desde 1950 a 1961, impartiendo sus clases y ejerciendo con gran aceptación de sus oyentes el ministerio de la Palabra (conferencias, homilías, ejercicios espirituales); aún se recuerda un ciclo de conferencias para hombres en el Instituto Santo Domingo. Hizo la Profesión solemne en la Compañía de Jesús en la Iglesia de San Francisco el 2 de Febrero de 1952.

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Antiguas escaleras de acceso al Colegio, hoy sede de oficinas municipales.

Recuerdo una vez que un amigo me dejó una túnica de la Hermandad de la Flagelación, para poder salir el Domingo de Ramos con ésta hermandad, la indumentaria consistía en una túnica blanca, un escapulario y un cíngulo. Cuando me probé la túnica y el escapulario pude comprobar que me quedaba muy holgada y no me veía bien vestido, mi madre me dice: “Una capa todo lo tapa”. ¿ Y dónde busco yo una capa hoy domingo ¿, le contesto, pregunta en los jesuitas, me sigue diciendo, quizás tenga algunas de los estudiantes. Fui a la Iglesia de San Francisco, estaba el padre Ruiz Andreu, que había terminado su misa y le conté lo que me ocurría, sin decirme nada, ni corto ni perezoso fue al perchero donde tenía colgado su capa y me la entrego y me dijo: “Toma quédate con ella el tiempo que haga falta”. Hoy al recordarlo todavía me emociono.

Recuerdo sus sermones y homilías; una vez, creo, que fue la primera misa del jesuita Joaquín Carretero Gálvez en la Iglesia Mayor Prioral, era un espectáculo escucharlo con la cantidad de metáforas que enriquecía sus homilías y sermones desde el púlpito y sin micrófono. Sus homilías eran claras, densas y profundas; era un orador que practicaba el arte de hablar bien y sobre todo la manera persuasiva y convincente de transmitir con una elocuencia poco común. Sus misas en latin eran perfectamente audibles y sentidas, como si el latín fuese su idioma vehicular. El P. Eugenio Ruiz Andreu impartía clases de oratoria y latín, en ambas materias era un experto y las dominaba perfectamente.

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Una de las clases en el antiguo edificio de los Jesuitas.

Uno de sus alumnos fue el P. Luis Conde Pérez de la Blanca (autor de “La biblioteca del Colegio de San Luis Gonzaga en el Puerto de Santa María 1901-1961”), me cuenta su satisfacción cuando le tuvo como profesor desde 1950-1952 y que juntamente con su competencia enseñando, el entusiasmo que ponía en su tarea de forjar a futuros predicadores del Evangelio. Eran los años preconciliares y apuntaba inquietudes de renovación. Con motivo de la incorporación definitiva a la Compañía de Jesús, le ofrecieron un acto de homenaje en uno de los patios de juego del antiguo colegio de San Luis Gonzaga. Para este acto me dice el P. Luis Conde compuso un soneto; en él, plasmaba de metáforas poéticas, pretendía diseñar su figura de entusiasta formador de jóvenes jesuitas. Con permiso del P. Conde me atrevo a transcribirlo.

Yo le he visto limpiando los abetos
de sus ramas salvajemente prietas,
recortando picudas las siluetas
sobre fondos brumosamente inquietos.?
Yo le he visto por viejos vericuetos,
entusiasta entre jóvenes atletas,
señalando tajante nuevas metas
a mesnadas que bruñen ya sus petos.

Es que quiere forjar un mensajero
con Palabras de siempre en su mensaje,
con bravura de Ignacio caballero

Es que quiere injertar en el ramaje
Vino viejo que brote placentero
Con pujante verdor en el paisaje.

Cuando los jesuitas de El Puerto trasladaron el noviciado y juniorado a Córdoba el P. Eugenio, estuvo algún tiempo en esta ciudad impartiendo las mismas disciplinas que en El Puerto; pero fue destinado al colegio San Estanislao de El Palo (Málaga), donde permaneció desde 1961 hasta su muerte el 15 de Junio de 1996.

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Celebración de los 50 años en la Compañía de Jesús del P. Ruiz Andreu

En 1983 se cumplió los 50 años en la Compañía de Jesús. En el colegio San Estanislao desempeñó diversos cargos: Profesor de varias asignaturas, prefecto de estudios, director técnico del colegio Mayor, consiliario de las asociaciones de padres de familia y antiguos alumnos. En Málaga consiliario de hermandades, predicaciones muy apreciadas, pregones y presentación de carteles de Semana Santa, bodas, y donde quiera que pudiera ser llamado para cualquier colaboración desinteresada. El P. Ruiz Andreu, se fue con una asignatura pendiente, la de no aprender jamás a decir que no a cuanto se le pidiera. A los demás, a los que le conocimos su paso por El Puerto nos queda el grato recuerdo de este hombre, generoso, vitalista, dispuesto, sencillo, lleno de fé, amigo y consejero; un jesuita ejemplar.

Termino esta semblanza, con la transcripción de un trozo de la presentación de un cartel de Semana Santa de la muy Ilustre Hermandad Sacramental de la Sentencia de Málaga, presentado por el Rvdo. Padre Don Eugenio Ruiz Andreu. Podemos ver la elegante forma de expresar sus ideas con una memoria capaz de retener todos los argumentos. Dice así: ¿ Y los cirios…¿ Sólo quedan unos pequeños, humildes cirios que se han encaramado por los brazos de oro de los arbotantes y desde sus tulipas lloran lágrimas rojas de amor, que riman con esos dos macizos de claveles, surtidores de sangre de sus jarrones de oro… Los demás cirios han quedado apagados por el resplandor del Verdadero Cirio Morado de la Sentencia que desde el borde del trono vuelve a gritar: “ Yo soy el Rey porque Yo soy la única Luz del mundo.” /Texto: Francisco Bollullos Estepa.

Este trabajo fue presentado en unas Jornadas en El Puerto de Santa María,  con motivo de los 25 años de las excavaciones arqueológicas en el Castillo de Doña Blanca en el año 2004, realizado por la Junta de Andalucía y dado que aún no han sido publicadas las actas, hemos decidido publicarlo, cuando se cumplen los 35 años.

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Excavaciones de 1981.

Todo gran yacimiento arqueológico del mundo, y más de una ciudad como la que esta enterrada en Doña Blanca, cuando es iniciada su excavación e investigación comienza a poseer desde nuestra visión actual dos historias paralelas. La primera, y, naturalmente, la más importante, es la referida a las personas que durante milenios la habían habitado. La segunda en la mayoría de los casos pasa inadvertida, tal vez durante siglos, hasta que por sí misma es historia. Nos referimos a las personas que han dedicado y dedican su vida a intentar saber a través de la investigación, en cualquiera de sus formas, la manera de vivir y hasta de sentir de sus antiguos moradores. Personas que a veces sin quererlo, por la implicación y el conocimiento adquirido, pasan a formar parte indisoluble del yacimiento, cargando con la exigencia y el reclamo, muchas veces injustas, no sólo de la razón y el conocimiento, sino que también nos apoderamos del pensamiento, para juzgar lo bueno, y en la mayoría de los casos lo malo hecho por los investigadores. Sin valorar que algunas de las aportaciones realizadas son de un calado histórico de tal dimensión que sobrepasan nuestros propios conocimientos y pensamientos.

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Personal de la excavación de 1981, a la izquierda de la fotografía en pie D. Emilio Barrera, y agachado D. José Bermúdez.

Este yacimiento fue conocido desde la Antigüedad, según los datos que nos ofrecen sus investigadores en distintas publicaciones. Pero, por motivos que desconocemos no se comenzó a excavar de forma sistemática hasta 1979, aunque siempre hemos sabido que A. Schulten a mediados de los cuarenta en su busca de Tartesos tropezó con él. De boca de uno de los trabajadores que tuvimos durante años en Doña Blanca, Emilio Barrera, supimos que para ver su estratigrafía A. Schulten realizó la voladura de una zona situada al sur del yacimiento siendo visible aun el corte estratigráfico, y esto nos lo contó porque él, Emilio, participó como trabajador bajo las órdenes de A. Schulten. Con el tiempo algunos investigadores pasaron por Doña Blanca, pero fue el erudito local Ciria y Vergara quien más escribiría sobre el yacimiento y sus imponentes ruinas.

siduena-3_puertosantamaria No fue hasta que D. Diego Ruiz Mata profesor entonces de la Universidad Autónoma de Madrid, visitara y conociera el yacimiento, guiado por uno de sus alumnos, nuestro amigo D. Juan Ramón Ramírez Delgado, quien iniciara en 1979 las investigaciones sistemáticas, de las que celebramos los 25 años.

En la imagen de la izquierda, entrada a una Cueva Cantera.

El motivo que hoy nos trae [a estas Jornadas] es contar algunas de nuestras experiencias y aportaciones personales vividas durante los comienzos. Así pues, es para nosotros un honor y un orgullo participar en estas Jornadas, que celebran nada más y nada menos que los 25 años de intervenciones arqueológicas en el Castillo de Doña Blanca. Y lo es porque, precisamente, es en este yacimiento donde se nos dio la oportunidad de participar por primera vez junto a un grupo de investigadores en una excavación arqueológica. Sin duda todo gracias a nuestro profesor y amigo D. Diego Ruiz Mata, que en esta primera experiencia de 1979 y en adelante, no solo nos enseñó lo que es una excavación, los materiales, o las épocas, sino que despertó en nosotros la necesidad de aprender, la sensibilidad y el respeto para valorar y comprender la importancia de la protección de nuestro Patrimonio. Suponiendo para nosotros el comienzo de esta auténtica aventura, que ya desde que dio comienzo nuestra amistad en el año de 1969 sabíamos que llegaría.

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Grabados antropomorfo en una Cueva Cantera.

El impacto socio-cultural que sobre nuestra ciudad suponía la excavación arqueológica de Doña Blanca, año tras año, crea la ilusión por salvaguardar este Patrimonio, siendo el germen de una autentica revolución institucional respecto al Patrimonio Histórico de la ciudad de El Puerto de Santa María. Todas las fuerzas políticas que componían la corporación municipal comprendieron la importancia de estos valores, comprometiéndose en buscar procesos respetuosos para su cautela y protección, creando desde ahora y en el futuro distintos centros, que, dentro del organigrama municipal, creara modelos de recuperación, conservación e investigación de nuestro Patrimonio. Nuestra colaboración en esta primera campaña en Doña Blanca, nos proporcionó poder continuar hasta la actualidad formando parte de los nuevos organigramas, ejerciendo como trabajadores municipales desde entonces.

Son muchas las anécdotas que sucedieron durante estos primeros años de campañas de excavaciones y prospecciones, y es posible que si no las contamos en este foro nunca sean parte de la historia que, sin ser archivística o arqueológica, es una parte ya de ella.

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Interior de la denominada “Cueva de la Mujer”.

En el año 1979 curiosamente el equipo de investigación se hospedó en una vivienda cuyas ventanas daban al patio de la casa de la Marquesa de La Cándia, que varios años después se convertiría en la sede del Museo Municipal. En una cajita de cartón de color gris se guardaban aquellas piezas más significativas encontradas durante la excavación. Contenía fragmentos de cerámica que por estar decorada o pertenecer a un periodo concreto tenían una singular importancia. Nosotros la llamábamos la caja del tesoro. Por supuesto que no sabíamos que esta denominación nos traería algún que otro problema, pues una mala interpretación por algunas personas, les llevó a solicitar en compañía de su letrado sus derechos sobre el cofre del tesoro que al parecer habíamos hallado. Deshacer el entuerto fue una larga conversación no exenta de humor por nuestra parte, aunque el tema fue bastante serio. Sin duda fueron muchas las personas que visitaron el yacimiento, pero para nosotros fue inolvidable la tarde que vino D. Juan de Mata Carriazo, que además quiso que su hijo le hiciera una fotografía con nosotros, que nunca llego a nuestro poder, con la cámara de gran formato que traían. Algo que llenaba de orgullo a unos eruditos locales como éramos, o somos, y que se encontraban junto a una de las personas que realmente admiraban.

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Gran galería a cielo abierto con acceso a varias Cuevas Canteras, aprovechadas como vivienda y corral.

Una vez finalizada la campaña de 1979, el profesor D. Diego Ruiz Mata, que entonces daba clases en la Universidad Autónoma de Madrid, nos autorizó para seguir trabajando. En aquel momento el centro de operaciones se encontraba situado en la Casa de la Cultura, donde de la mano del Concejal de Cultura D. Antonio Muñoz Cuenca, de D. Enrique Bartolomé y D. Ventura Lozano, comenzamos una andadura institucional totalmente ligada al trabajo en Doña Blanca.

Como hemos dicho, con la autorización de Diego comenzamos a trabajar. Se nos hicieron unos contratos de colaboradores. Nuestra actividad consistía en prospectar el entorno de Doña Blanca, y realizar labores para la Concejalía relacionados con el Patrimonio. A través de la concejalía de cultura y de la asociación Alcanatif se realizó una larga campaña pública para salvar nuestro Patrimonio. A la vez y de manera personal nosotros comenzamos una campaña para dar a conocer las lagunas endorreicas. De pronto se nos abrió un mundo que cada vez nos absorbía más. Los edificios, las áreas medioambientales, los yacimientos arqueológicos, todo era nuevo para nosotros y todo nos interesaba y queríamos proteger. Estábamos inmersos en los cambios que en poco tiempo afectarían a nuestra ciudad. Nada mas finalizar la excavación se nos convocaba en el Ayuntamiento a reuniones que tenían como fin la creación de un museo en la ciudad.

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Uno de los registros del Acueducto de la Piedad.

En el año de 1980 comenzamos a prospectar toda la Sierra San Cristóbal. La necrópolis, que sabíamos que estaba allí, se negaba a que la viésemos, pasábamos por encima y no la descubríamos. Sí localizamos los fondos de cabañas de la Edad del Cobre de la Dehesa, y una serie de tumbas romanas, junto a Doña Blanca, tras las vaquerías de Lavi. Así mismo comenzamos a ver la verdadera importancia de las cuevas, algunas de las cuales nosotros conocíamos desde niños. Pero ahora se nos mostraba como algo sorprendente, y no solo por sus dimensiones o monumentalidad, algunas cubiertas por grabados y esculturas, o el uso como viviendas que aún tenían. Todo esto era totalmente desconocido para la mayoría de los ciudadanos. A la vez que las íbamos descubriendo, intentábamos enseñárselas al público, realizando montajes de diapositivas que exponíamos, como por ejemplo “El Puerto y su Entorno”. La gente se sorprendía de la riqueza del patrimonio de su ciudad, sensibilizado de la importancia de protegerlos.

Durante estos primeros años llevamos a cabo un seguimiento de los distintos factores que alteraban las lagunas Salada, Chica y Juncosa, así como de la fauna que la habitaba o utilizaba. Durante el día o la noche prospectábamos el exterior o interior para realizar fotografías de animales o vegetación, que enseñábamos por toda la ciudad como parte del Patrimonio. Hoy por suerte estas lagunas están protegidas y declaradas como reservas integrales.

...continúa leyendo "2.280. COMO PIONEROS POR SIDUEÑA. A los 35 años de Doña Blanca."

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