En la imagen, José Grant, en el centro su tío Manolé --Manuel Pérez Layrant-- abuelo materno de José Luis Parra ‘Peli’, junto a éste Rafael Martínez Velázquez. Manolé era hermano de la esposa de Grant y de la esposa de Ciria. El séptimo por la izquierda es Antonio Bueno Ojeda. En la fila de abajo, con la botella en la mano, Vicente Alfaro Gallardo. Agradecemos a los lectores de GdP la identificación que nos ofrecen. Años 50 del siglo pasado /Fotos: Colección J.L.G.
Categoría: Antiguos
2.445. EL CUARTO DE CAÍLLA.
El cuarto que vemos tiene historia. Se encuentra en la calle Cadenas, --en el Palacio de Vizarrón (ver nótula núm. 1.632 en Gente del Puerto) que hogaño presenta un cierto estado de ruina y es propiedad del Banco de Santander-- en lo que fue un antiguo cuarto de redes.
José Caílla Real, en el que fue un antiguo cuarto de redes.
La covacha, acaso antiguo almacén del Palacio (ver nótula núm. 1.945 en Gente del Puerto), la compartían José Luis Álvarez Sevilla ‘Gavina’, redero que fuera presidente del grupo de viviendas de Marineros Estrella del Mar y José González Narváez, Pepe ‘el Panadero’ del Horno de las Cañas, armador en sociedad de algún barco y avituallador de muchos pesqueros para los periodos de pesca.
Un buen día, José Caílla Real, allá por los años 70 le puso la instalación eléctrica al cuarto, pidió formar parte de la sociedad que guardaba sus enseres en dicho habitáculo --Cailla tenía equipos de sonido y algún instrumento musical-- y fue el último en conservarlo, ya como lugar etnográfico de la reciente historia de El Puerto, cuando los barcos y sus tripulaciones iban a ‘bajarse al moro’, apenas cruzando la calle y unos metros, hasta el cantil del muelle, para vivir treinta o cuarenta días en la mar.
2.443. LA FERIA. Una visión de Antonio Muñoz Cuenca.
Leamos los sabios comentarios que el profesor Antonio Muñoz Cuenca hace de la Feria: De entre los muchos significados que la palabra feria tiene, creo que el que mejor le cuadra es el de fiesta.
En la imagen, tomada en la Feria de Ganado, vemos entre otros a la izquierda de la imagen a Felipe Bononato, en el centro a Eleuterio Ferrera Díaz, químico de la fábrica de bebidas carbónicas local 'Volpa' --el refresco antised--Director del Departamento de Enología que fue de Bodegas Terry, profesor de SAFA y del Instituto Laboral; Javier Osborne Domecq, Michel Corzo Ganaza, Carmen Pinilla, María Teresa Alba, Manolo Santiago y Tily Santiago Cossi, y la mujer de Lopete, entre otros. Lourdes Poullet Ramírez, Ana María Brea, Conchita Poullet, Milagros Alba Medinilla, María del Carmen Briceño Herraste, José Luis Poullet Ramírez y Luis Alba Medinilla. A la derecha de la imagen, en el suelo, vemos la sombra del fotógrafo, desconocido para nosotros. /Foto: Colección Ana María Brea Fernández.
Sin embargo, no siempre nuestra Feria ha tenido este significado exclusivo. En los años cuarenta cuando se reinicia la Feria en los pinares del Coto fue una feria modesta, ganadera y expositiva y es que El Puerto de los entonces era mas ganadero que ahora y sacó a exposición lo que había.
La familia de José Fernández Villegas en la Feria de Ganado de 1952. En el centro, sentado con sombrero de ala ancha, Paco Fernández, ‘el Torero’. /Foto: Colección J.F.V.
En los años cincuenta sigue manteniendo su carácter ganadero, pero aparte de que la población va creciendo y por lo tanto también su Feria, esta se traslada desde los pinares del Coto a una nueva ubicación en la carretera de Jerez enfrente del actual centro comercial El Paseo en un prado magnífico que le va a aportar a esta feria un carácter único y singular que nunca debió perder pues es la causa principal de que en aquellos tiempos vinieran a disfrutar de nuestra feria muchos ciudadanos del entorno.
Manuel de Jesús Viñas, ‘el Poli’, conocido activista vecinal en una imagen de 1956, con poco mas de cinco años, en la Feria de Ganado, con su padre Manuel de Jesús Benítez y su hermana.
Me refiero a que aquella feria, además se convirtió en una romería y era de ver como la gente iba en romería al borde de la carretera cantando y bailando camino de la feria de ganado con su modesto cestito de comida, sus ganas de vivir y su alegría. El llegar al ferial, era llegar al séptimo cielo o al oasis.
A la izquierda, Juan y su esposa Loli Ramírez, desconocida, amiga de Loli de hermana de Mercedes Suárez --ambas hermanas cantaban muy bien-- y Pilar Lacarta Lagunas /Foto: Colección María Jesús Vela Durán.
La gente tomaba posesión de aquella especie de pradera de San Isidro y se iba poquito a poco adentrando en el corazón de la feria con sus cantes, sus bailes, su vinito rebujao y su comida casera. Por la noche, había otra feria esencialmente distinta: Era la Velada, la feria de los Enamorados, la feria de las ascuas de luz en el paseo de la Victoria que era el paseo más romántico de El Puerto.
En la imagen en el interior de una caseta de Feria, aparecen de izquierda a derecha, Juan Luis Carrillo Lucero; Vicente Arniz Arévalo, conocido como ‘Vivi’; Pepe ‘Bigote Jiménez’, durante muchos años ‘embajador oficioso’ de El Puerto en Madrid; Pepe Romero Zarazaga, de Mariscos Romerijo y Manuel Gutiérrez, Manolito ‘el Cochino’. El camarero es posible que sea Luis Merino. Aparecen las hijas de Pepe de Romerijo y Manolito ‘el Cochino’. No cabe duda de que, entre las viandas que se degustaron, se encontraban los mariscos.
No quiero establecer comparaciones entre los distintos periodos históricos que la feria de El Puerto ha tenido. Su evolución es fruto de los cambios de la vida y su incidencia en la forma de divertirse colectivamente los pueblos. También nuestra Feria durante cierto periodo de tiempo tuvo carácter marinero por asomarse a la popular playa de La Puntilla y un carácter taurino que no debió perder nunca.
Delante de la portada de la Caseta de la Peña ‘El Binomio’, en 1969, el año de su fundación en los terrenos de Crevillet. La portada representaba la Fuente de las Galeras Reales.
Lo de la novillada de este año ya es el colmo del descaro y la desfachatez. Con razón el gran maestro El Juli ha dicho que la fiesta de los toros es responsabilidad de todos: toreros, empresarios, ganaderos y autoridades y que entre todos deben salvarla. Estas palabras son perfectamente aplicables a El Puerto de Santa María y a su histórica y bellísima plaza. /Texto: Antonio Muñoz Cuenca.
El sastre de moda flamenca, torera y española que está triunfando en Europa, Salvador Egea, en una instantánea con su familia en la Feria de El Puerto hace unos años.
2.440. LOS HOMBRES DE LA MAR EN LA FERIA. Caseta ‘La Ostrea’.
El desaparecido hostelero muy vinculado con el mundo de la mar, Juan Espinosa Palacios instaló durante años, en la década de los setenta y principio de los ochenta, la caseta de Feria ‘La Ostrea’, de la sociedad ’Ostras del Sur', tanto en la de El Puerto de Santa María, como en la de Jerez, con su compadre y amigo Carmelo (el taxista que acompañaba a Manolito Gutierrez 'el Cochino' en sus desplazamientos a Madrid, un hombre legal ya jubilosamente jubilado, --de confianza--, amigo también de Luis Fernández Chulian, también Exportador de Pescados y Mariscos) y un portugués que se llamaba José Manuel Seixas Dos Anjos; era también un tipo grande de carácter este portugués y portuense de toda la vida que nos dejó no hace muchos años. Juani se reunía con buena gente... Juan Espinosa, que nos dejó para siempre en junio de 1999 --con 57 años--, se aventuró también en la Feria del Campo de Madrid, llevando los productos de la zona. Eran famosos los concursos de apertura y presentación de ostiones, que él preparaba y conocía como nadie.
En la imagen tocado con gorra vemos al portugués José Manuel Seixas Dos Anjos, José Antonio Romero Zarazaga y Manuel Gutiérrez 'El Cochino' y su inseparable puro, en la caseta de la Ostrea. Al fondo, en la otra mesa, vemos a José Luis Gómez Bermudo, Jefe de Publicidad de Osborne.
Manuel Vázquez León en el centro de la imagen y su hijo José con sombrero de ala ancha, delante de la caseta ‘La Ostrea’ de la Sociedad ‘Ostras del Sur’. Junto al primero, Pepín Camacho Negreira, hilador de toda la vida con su cuarto de redes.
De izquierda a derecha, el que fuera concejal de Fiestas con IP Jaime Gutiérrez Perea, José Antonio Burgueño, abogado de la Asociación de Exportadores, Luis Fernández Chulian, Cuevas’, Manuel Perez Pichaco (Manolo Montero) y Juan Nimo.
De izquierda a derecha, desconocido, Juan Crespo, Diego Mora, Luis Fernández, Juan Nimo, Manolo Montero, Jaime Gutiérrez Perea y su padre Pepe Gutíerrez ‘el Chofer’.
De izquierda a derecha, Javier Rendón, d, Paco ‘Chupito’, sobrino de Cristóbal Romero, Juani ‘Jilguero’ (+) y Lechuga.
Otra numerosa reunión de hombres de la mar entre armadores, marineros y rederos. El ciudadano con la gorra y el puro que aparece a la izquierda de la imagen era patrón de pesca, conocido como Pepito Jamón, Ventura, Pepe 'el Chofer', Eloy, Gabriel sobrino de Manolito 'el Cochino', Javier Rendón, Javier Romero 'el Abuelita'. Agachados, 'Kiki' jugador que fue del Racing Club Portuense que se nos fue siendo joven y Jarilla. /Fotos: Colección AP.
2.437. CUANDO LAS MOTOS RUGÍAN EN LA ARENA. Las carreras de Valdelagrana (1956-1965)
Salida de una prueba de 125 c.c. hacia 1960, recién inaugurado enfrente los vestuarios públicos de Valdelagrana /Foto: Bar Tadeo-Nani Delgado Poullet.
Este verano se cumplirá medio siglo de la última vez que la playa de Valdelagrana acogió la celebración de carreras de motos. La primera, un tanto especial, fue una gimkhana que el Ayuntamiento organizó para la mañana del 25 de julio (festividad de Santiago) de 1956, en la que los pilotos participantes debían sortear una serie de obstáculos llevando de ‘paquete’ a señoritas. Se otorgaron premios de 500, 300 y 200 pesetas a los tres primeros pilotos clasificados, recibiendo un detalle las acompañantes. Ganó tan suculento primer premio el gaditano Carlos Bernal, mientras que su acompañante, la señorita Esquilino, fue distinguida con una polvera. Aquel año, en enero, el Ayuntamiento había aprobado el ‘Plan Parcial de Ordenación de Valdelagrana’, el primer paso para la ocupación turística y urbanística de la playa y su marisma.
Preparándose la salida de una prueba de 75 c.c.
Mirando al juez de salida, en 1958.
En 1957 no hubo carreras. Al verano siguiente sí, de velocidad, que comenzaron una vez que a la playa llegaron los motoristas participantes en una carrera de regularidad entre Sevilla y El Puerto, organizada por el Moto Club sevillano.
Francisco Pacheco (1917-2010), alma máter de las carreras de Valdelagrana, con su Derbi, en Jerez.
Desde entonces las carreras se sucedieron de forma continuada hasta 1965, cuando dejaron de celebrarse. Todas las patrocinó la Delegación de Deportes del Ayuntamiento con la organización y asesoramiento técnico del Moto Club Jerezano, el que en 1954 fundó su alma máter, Francisco Pacheco Romero, toda una vida dedicada a las motos a quien también se debe la idea y los primeros pasos dados para la construcción del circuito de Jerez (1985).
El jerezano Luis Sáez virando en el circuito. Enfrente, el primer kiosco de Tadeo Sánchez.
En nuestra playa, todas las carreras se disputaron bajo el nombre oficial de ‘Gran Premio Motorista de la playa de Valdelagrana’, durante las mañanas de los domingos –variables según las mareas- de la segunda quincena de agosto. Lo acostumbrado fue disputar las pruebas en un circuito de 2 kms de ida y vuelta que giraban entre 10 y 40 veces según las cilindradas: velomotores de 50 y 75 c.c. y motos de 125, 250 y de ‘fuerza libre’ (hasta 350 c.c.). Siendo la norma en la época que las arrancadas se hicieran a empujón con el motor parado, en Valdelagrana, por la inestabilidad de la arena y el agua, las salidas se hacían con las motos encendidas.
En la imagen de la izquierda, uno de los grandes de la época: Ramón Torrás en 1962, con su Bultaco de 125 cc. /Foto: Colección Tomás Rivero.
Por tan peculiar circuito corrió lo más granado de los pilotos andaluces y nacionales de la época: los catalanes Jordi Sirera y Ramón Torras (que murió en el 65 en su tierra durante una carrera), el alicantino José Medrano (siete veces campeón de España, fallecido en 2014), José María Añón, Manuel Román… o los jerezanos Luis Sáez ‘el Ubbiali de Jerez’, Juan Gallego, Ricardo Contador y, destacadamente, Antonio Sánchez Garrido ‘Peluqui’, que si no se le hubiera cruzado la muerte en el jerezano “circuito” de La Constancia en el 63, dicen los entendidos que hubiera subido a los más altos pódiums del motociclismo mundial.
En la imagen de la izquierda, otro de los grandes, el jerezano Antonio Sánchez ‘Peluqui’ (1932-1963), un clásico de las carreras de Valdelagrana.
Y hasta un piloto extranjero corrió en las arenas de Valdelagrana; bueno, era de Gibraltar, ‘llanito’, de nombre Juan Gracia, pero se hacía llamar John Grace (que tuvo una destacada vida deportiva en Bultaco). Pilotos que todos montaban con marcas nacionales: Montesa (1944), Derbi (1949), Motobic (1949), Gimson (1955), Bultaco (1958), Lube-Renn (1960)…
Según las crónicas deportivas, la competición más interesante y reñida fue la de 1960, el domingo 28 de agosto, con recorridos en sus tres pruebas de 10, 25 y 30 vueltas al arenoso circuito y premios de 500, 2.000 y 3.000 ptas y trofeos.
2.436. COMUNIONES EN EL PUERTO.
Esta nótula de María Jesús Vela Durán, recoge alguna de sus vivencias y recuerdos de la Primera Comunión, así como alguna comparativa con las actuales. E igualmente imágenes de grupos, de los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado, pertenecientes a su colección.
Grupo mixto en la fachada de la Iglesia Mayor Prioral. A la izquierda, Nati Oncala Merino, hija de Melchor, propietario de la desaparecida Carbonería Las 7 Esquinas./Foto: María Mateos.
Ya llegó mayo, y con él, aromas de azahar de los naranjos en flor, y el blancor de la pureza, en las caritas de los que por primera vez, van a recibir la sagrada forma consagrada.
Esta, clarísimo, que mucho han cambiado las cosas, desde aquel 10 de mayo del 63 hasta nuestros días. Yo no tuve ni castillo hinchable, ni viaje a Disney Paris, ni ágape en algún restaurante ni nada parecido, pero si viví con mucha intensidad mi comunión.
Fila superior, de izquierda a derecha, Juani García Caraballo, Ana Martínez, Merche Cañas Bejarano, Milagros, Ana, Antonia Yuste Quiñones, Fila segunda, Milagros González Gómez, Teresa Gallardo, Paqui Revuelta, Inmaculada Díaz, en el centro, María del Carmen Herrera, Requena. Primera fila. Concepción Yuste Quiñones, la autora de la nótula María Jesús Vela Durán, Nieves, Manuela, Carmen Gago Rodríguez. Los angelitos son Ángeles Gómez Galán y Marta Cárave Ruiz.En las escalinatas del altar mayor de la hoy Basílica Menor de Ntra. Sra. de los Milagros Coronada, vulgo Iglesia Mayor Prioral. 22 de mayo de 1963.
Por no tener, no tuve ni vestido nuevo, pero anda que... ¡ no estaba guapa ni na! Permítaseme, la licencia de echarme flores, no por vanidad, sino porque ¿que importancia tenia? Ninguna, el mío estaba impecable a mis ojos, a pesar de haberle servido a mis cuatro hermanas mayores y prestado a una amiga de la familia. Un buen lavado y almidonado además del can can, hizo el milagro de que casi pareciera que estaba estrenándolo. A mí me parecía precioso y de verdad me sentía como una princesita, con mis guantes, mi limosnera, mi muda nueva, mi rosario, mis recordatorias y mi cadenita al cuello, como primer regalo del día; ¿que más se podía pedir?
Delante de la puerta de la iglesia de Las Capuchinas. 30 de mayo de 1959.
Pues, un buen desayuno, y lo tuve, en el que no faltaba ni Gloria. Después, visita obligada a familiares y amigos y vuelta a casa eso sí, con la limosnera repleta. ¡Ay! que ilusión. Mis hermanos revoloteando a mi alrededor: “--¿Te han echado mucho dinero?” “--A mi me echaron, tal cantidad, y el otro…” “--Ah, pues a mi más que a ti”. Normal, lo propio.
El Colegio de la Merced, en el atrio del Convento de las Capuchinas, el 24 de mayo de 1956.
Tengo entendido, que el colegio de la Merced, que dirigía Antonio García Flores celebraba la misa y el desayuno de los niños, en el Convento de las Capuchinas --hoy Hotel Monasterio--, me imagino que con ayuda de los padres, pero... ¿imaginan lo que debieron sentir aquellas criaturas, ante tamaña belleza?
Otra de las cosas que han cambiado --a mi entender para bien-- son los peinados de las niñas. Aunque se siguen llevando las tiaras, hoy van más naturales, con su melenas bien peinadas, con adornos discretos y sin velo. Me imagino, que era costumbre o tradición peinar a las niñas con rodetes, trenzas, e incluso con un poquitín de cardado. No solo yo, más de una compañera, tuvimos que dormir la noche anterior con esos incómodos tubos. Lo peor, fue salir a la calle con ellos, desde casa de mis abuelos, me daba una vergüenza... pero ¿como iba a protestar? Además, para nada, porque al levantarme, la mayoría de los tubos estaban colgando. Anda que... la nochecita que había pasado, tratando de adivinar, como poner la cabeza sin pincharme, cosa harto difícil y al levantarme, ver aquel estropicio. Frustrante, muy frustrante.
El presbítero Carlos Román Ruiloba administrando la comunión a Kika Vela en 1959.
2.435. LA CASA DEL FARO DEL GUADALETE. La condesa de Valdelagrana.
Frente a Bahía Mar, donde está el aparcamiento de un supermercado, en 1891 el Estado expropió a la condesa de Valdelagrana, María del Carmen Fernández de Córdoba, propietaria desde 1886 del Coto de la Isleta y Valdelagrana por herencia de su padre el XV duque de Medinaceli, una parcela donde se encontraba, ya a comienzos de la década de 1870, unas luces de enfilación del Guadalete para la orientación de los barcos que entraban en la ría (entonces aún sin murallas de canalización, que no se construyeron hasta 1951), en una casa inmediata a la carretera nacional. Fueron conocidas como las luces del Guadalete, el faro, casa del faro y casa del farista, cuyas últimas ruinas -antaño tres edificaciones de desigual tamaño- fueron demolidas en 1998. /En la imagen de la izquierda, retrato de la condesa de Valdelagrana y de Gavia, Mª del Carmen Fdez. de Córdoba y Pérez de Barradas (1865-1949).
La otra banda en 1962: la flecha marca la situación de la Casa del Faro. Enfrente, al otro lado de la carretera, la fábrica de cemento y la del guano. / Foto cedida por Miguel Sánchez Lobato.
La otra banda en 1962: la flecha marca la situación de la Casa del Faro. Enfrente, al otro lado de la carretera, la fábrica de cemento y la del guano. / Foto cedida por Miguel Sánchez Lobato.
Acerca de estos terrenos que ahora han urbanizado parcialmente en ‘la otra banda’, Mariano López Muñoz escribió en 1926 este espléndido –y aún actual- testimonio: “Fijemos nuestra atención en esa desconsoladora calva del terreno, desde el puente aquel [San Alejandro] al faro que está allá. Habrá quien crea que el espectáculo no debe interesarnos; que no debemos esforzarnos en gastar ahí dinero, entusiasmos, energías, sólo por el placer de que vengan nuestros descendientes a disfrutar lo que ahora les preparemos. [...] ¿Dónde nos sentamos en este camino que cruza la injustificable ería junto al río de los blandos rumores, frente a una Ciudad tan bella? Ni un banco, ni una fuente; seis u ocho poyos mal cuidados, hundidos y hendidos en tan largo trecho. […] Este es un paseo natural y magnífico de invierno, frente a una Ciudad meridional. Ni un grupo de árboles frondosos, ni un rústico y tranquilo acomodo para sentarse a leer. Ya sólo en la extensa explanada se encuentra un lugar amable, en torno de la Caseta del Faro, cosa de civilización y de hombres modernos; sitio que, si también no lo abandonan, pronto será oasis apacible en el camino... [...] Hasta el huertecillo del Faro llega el vocerío de los chiquillos que juegan en la plaza del Polvorista.” /En la imagen de la izquierda, Mariano López Muñoz.
En la imagen de la izquierda, el niño Rafael Alberti Merello.
Evocaré los nombres de los empleados que en el faro trabajaron y en la casa aneja vivieron. En 1870 ya estaban aquí asentados, con sus esposas e hijos, Eugenio Franco, un pontevedrés de Marín, y el jiennense Isidro Zafra. El ‘oficial de faros’ que debió conocer López Muñoz cuando escribió el texto reproducido era Manuel Pirnat, de 46 años, roteño, como su mujer María Liaño y su hija Teresita. Estuvieron aquí entre 1916 y 1927. Lugar y farero –o acaso el precedente- que Rafael Alberti conoció antes de 1917 -cuando con su familia marchó a Madrid- y plasmó en estos versos de Marinero en tierra (1925):
“¡Torrero, que voy perdido
y está apagado tu faro!
Noroeste. Nada claro
por el cielo, ¡y te has dormido!
¡Que se ha dormido el torrero
y nadie del astillero
talar su sueño ha querido!
Corre, ve, viento marero
y dile a algún marinero
que el faro no está encendido! ”
El Puerto desde ‘la otra banda’ que conoció López Muñoz. / Foto, Gaspar Veneroso.
En 1928 comenzó a trabajar en el faro el ceutí Antonio Cabezas Martos, casado con Josefa Martos, acaso su prima y tal vez hija de farero dado que nació en las melillenses islas Chafarinas. Cuando estalló la guerra civil aquí continuaban, pero tras la contienda se deshabitó. Fue, propiamente dicho, el último farero.
A fines de los 40 habitó la casa el canario Mamerto Robaina, que era patrón del barco-remolcador Guadalete, propio de la Junta del Puerto. En los años 60 vivía en la Casa del Faro, con su familia, el guarda del muelle, Francisco Torres Parra, y a comienzos de los 70, con el mismo oficio, el segoviano Luis García.
Cuando se canalizaba el Guadalete en 1951 y la Casa del Faro perdió su enclave ribereño. / Foto cedida por Luis Serrano.
El Puerto de Santa María nunca tuvo su particular Triana. Ahí sigue la orilla de ‘la otra banda’, la ‘desconsoladora calva del terreno’ que escribió el bueno de don Mariano hace 88 años, a la espera de no sé qué. Y mejor no mirar enfrente, donde sigue abandonado a su mala suerte el Adriano III en el abandonado varadero del abandonado río del Olvido, al que El Puerto le debe su propia existencia, su antiguo esplendor y que hoy sigue siendo la viva imagen y el espejo de su decadencia.
Desde luego, más de uno ha hecho méritos para que le ocurra lo que le ocurrió a uno –lo contó mi amigo Luis Suárez- con el fantasma de Clemente, el inclemente guarda de la plaza Peral. / Texto: Enrique Pérez Fernández.
Esta noche, a las 20:00 horas, inauguración de la exposición 'Flamenca' de la pintora Manuela Callealta (ver nótula núm. 1.883 en Gente del Puerto) , en el ZEC Espacio Creativo (Larga, 83). Manuela, sketcher de la bahía de Cádiz, nos muestra su visión del flamenco en acuarelas. La exposición comienza el día 1 y termina el 31 de mayo.
2.432. UNA RIFA DE HERMANDAD. Finales de los años cincuenta.
La hermandad de Nuestro Padre Jesús Cautivo y María Santísima del Dolor y Sacrificio fue fundada en 1958. Para recaudar fondos para dotarse de enseres y los elementos propios de una corporación que recorrería las calles de El Puerto durante la Semana Santa, así como para sus obras sociales, se organizaron desde el principio diversas acciones. En este caso una sorteo o rifa, que más parecía una cesta de Navidad, por la cantidad de regalos que lo componían.
En la imagen vemos de izquierda a derecha, fila superior, a Chano Colón Herrera, R. Corzo, J. Rendón, Felipe Bononato Saez (ver nótula núm. 187 en GdP), Pablo Cerdá, P. Beltrán, Agustín Fernández, P. Acosta, desconocido, y sentados, de izquierda a derecha, Luis Osborne, Juan Quiñonero y el desaparecido José Luis Poullet Ramírez. /Foto: Colección Juan Quiñonero Anguiano.
La entrega se efectuó en el domicilio del agraciado, en la calle Cielos, Chano Colón , que aparece a la izquierda de la imagen --ya fallecido--, padre del candidato a la alcaldía por el partido ‘Queremos El Puerto’ en los próximos comicios municipales, que posiblemente sea el niño que aparece sentado en el centro de la imagen en el tresillo. El año, posiblemente sea 1958 o 1959.
La lista de objetos se nos hacía interminable, aunque no para los agraciados, desde el tresillo donado por Muebles Pantoja, hasta cajas de vinos y brandies de las bodegas de El Puerto: Terry, Osborne, Caballero; de Jerez, Williams & Humbert cuyo gerente era el portuense González Bruzón, padre del Jefe de Fotografía de GdP Vicente González Lechuga; cajas de cerveza, de refrescos espumosos, lámparas, ropa de casa, galletas Fontaneda que tiene uno de los niños entre sus manos, un colchón, cartones de tabaco Chesterfield, maletas y cestas, etc. etc. Se observa el envasado de las cajas de cervezas y refrescos, en cajas de madera, lo usual en la época.
2.430. SAN CRISTÓBAL, LA SIERRA SAGRADA (2). Isla Cartare (X)
La Sierra de San Cristóbal o del Acebuche desde las marismas del Guadalete. /Foto, Juan José López Amador, 2014.
Escribimos en la anterior entrega (ver nótula 2.416) acerca del carácter sacro de la Sierra de San Cristóbal desde su más antigua ocupación –datada, por radiocarbono, en el 3.300 antes de nuestra era en Las Beatillas- hasta la fundación fenicia de la ciudad y necrópolis del Castillo de Doña Blanca en los siglos IX-VIII a.C. Continuamos ahora apuntando esa naturaleza sagrada inherente a la Sierra en el transcurso de la Historia a partir de los tiempos romanos.
EL BOSQUE SAGRADO DEL ACEBUCHE
Busto en bronce de Pomponio Mela en Ceuta, obra de Ginés Serrán. /Foto, web diariosur.es.
Hacia el año 43 después de Cristo, el geógrafo gaditano Pomponio Mela (natural de la costera Tingentera, cerca de Algeciras), situando en el marco de la bahía de Gades al Puerto Gaditano que medio siglo antes fundó Balbo el Menor (en el espacio que ocupa la ciudad de El Puerto, (ver nótula 2.000 en GdP), decía: ‘En el primero de los golfos hay un puerto, llamado Gaditano, y el bosque sagrado, que llaman del Acebuche’; ‘in proximo sinu Portus est, quem Gaditanum, et lucus, quem Oleastrum adpellant’. (Chorographia: III, 4)
A nuestro juicio, en la topografía de la zona ese bosque sagrado del Acebuche inmediato al Portus no puede ser sino la Sierra de San Cristóbal en su primer nombre conocido. Arqueológicamente está plenamente atestiguada en las excavaciones de Doña Blanca la existencia en su entorno de abundantes oleastros o acebuches (y también pinos, alcornoques, sauces…).
Tronco de acebuche carbonizado hallado en un alfar de El Palomar. Museo Municipal de El Puerto. /Foto, José I. Delgado Poullet ‘Nani’.
Acebuches que en época romana eran la principal fuente de alimentación de los hornos alfareros que poblaron la bahía gaditana, como se constató, en El Puerto, durante la excavación de un horno (siglo I d.C., contemporáneo a Mela) que en 1994 dirigió Esperanza Mata en El Palomar, próximo a la Sierra y lindero al Camino de los Romanos, hallándose en el interior del corredor de alimentación del horno un tronco de acebuche de 60 cm de largo (que este mes es la Pieza del Mes del Museo Municipal) y huesos de aceitunas o acebuchinas.
Anillo-sello de plata con la figura de Hércules (y su maza), hallado en el río Guadalete a su paso por El Puerto. Museo Municipal. / Foto, J.J.L.A.
Probablemente ese bosque sagrado poblado de olivos silvestres ya lo era en tiempos fenicios y púnicos. No hay que olvidar que la isla mayor del archipiélago gaditano, la que los griegos llamaron Kotinoussa, significa ‘isla de los Acebuches’; que el acebuche era el árbol sagrado del templo de Melkart-Heracles que se levantaba en su extremo oriental, en el actual islote de Sancti-Petri, y que la mítica maza de Heracles-Hércules era de acebuche.
Se conoce que la falda de la Sierra que cae a las marismas, a la derecha e izquierda de la carretera de El Portal, estaba cubierta de olivares, al menos, desde la Edad Media a fines del siglo XIX, siendo los más extensos –del s. XVIII- el ‘olivar de la Compañía’ (de Jesús) en el entorno de El Madrugador y en el Pinar de Coig el propio del cosechero y comerciante a Indias Juan Pedro Coig. Olivos que fueron herederos de los que los fenicios introdujeron en Occidente –también en San Cristóbal-, cuyo carácter sagrado, por sincretismo cultural o religioso, mantuvo, según apuntó Mela, tras la llegada de los romanos a la bahía gaditana.
Yacimientos romanos en la Sierra San Cristóbal: 1.- Castillo de Doña Blanca; 2.- Las Leonas; 3.- necrópolis de La Dehesa; 4.- necrópolis de incineración; 5.- cantera; 6.- San Cristóbal (depósito de agua); 7.- Cueva del Civil; 8.- Buenavista; 9.- Las Beatillas; 10.- Cerro Verde; 11.- San Ignacio.
LA SIERRA ROMANA
En lo que hoy conocemos, no fue San Cristóbal un lugar densamente poblado durante la época romana. Existieron, por supuesto, asentamientos rurales e industriales dispersos por su suelo, principalmente entre los siglos II a.C. y II d.C., pero no un núcleo urbano que sucediera a la ciudad fenicia de Doña Blanca, que fue abandonada poco antes del arribo romano a Gadir en 206 a.C.
Los intereses de Roma en la Sierra se encaminaron, fundamentalmente, a la intensiva explotación de dos recursos básicos: la piedra de sus canteras y el agua de sus manantiales. Con la calcarenita de San Cristóbal están construidos, por ejemplo, los recios muros de sillería del Portus Gaditanus que se hallan en el entorno del Castillo de San Marcos, y durante siglos (o milenios) los manantiales de la Sierra suministraron del líquido elemento a El Puerto y a Cádiz hasta tiempos muy recientes, y así debió ser en época romana, principalmente para el abastecimiento de las flotas comerciales fondeadas en el Puerto Gaditano. /En la imagen, depósito de agua romano-republicano en el perfil de la cantera del Cerro de San Cristóbal, en 1984, ya desaparecido. / Foto, J.J.L.A.
Nada queda hoy a la vista de las infraestructuras que el Estado romano implantaría en la Sierra para la toma del agua. Sí localizamos en los años 80 en el perfil de la cantera del Cerro de San Cristóbal las ruinas –ya desaparecidas- de un depósito de agua (recubierto con cal hidráulica) que se construyó, según las cerámicas embutidas en el mortero, en época republicana (ss. II-I a.C.).
En los perfiles, cantera explotada en época romana en la necrópolis de Las Cumbres. / Foto, J.J.L.A., 1983.
Pero las mayores infraestructuras debieron de situarse junto a Doña Blanca, donde brota el manantial de La Piedad, junto al lugar en que en el siglo XVIII se levantó la ermita de su nombre y por último estuvo la venta Los Álamos y donde acaso existió una oficina estatal para el control del agua. Al respecto, el jesuita y erudito sevillano José del Hierro en 1750 apuntó que “en la Ermita de la Piedad se conservan aún algunas piedras de romanos.” Los embarques se harían en un muelle situado abajo del manantial, donde secularmente atracaron los barcos –hasta fines del siglo XIX- que remontaban la ‘madre vieja’ del Guadalete para cargar las aguadas. Y también las piedras de las canteras, de las que se han detectado –por los materiales cerámicos asociados a ellas- dos de época romana: en el Cerro de Buenavista y frente a Doña Blanca, en la necrópolis de Las Cumbres.
LA NECRÓPOLIS DE LA DEHESA
Excavación en la necrópolis de La Dehesa en 1982 con la tumba de incineración tardorromana. / Fotos, J.J.L.A.
Junto a Doña Blanca, en el espacio que ocupó (como referimos en la anterior nótula) el poblado de la Edad del Cobre de La Dehesa, existió una necrópolis de gente que habitó la Sierra del Acebuche en tiempos imperiales (ss. I-II d.C.) y tardorromanos (ss. III-IV). En 1982 el Museo Municipal excavó aquí dos enterramientos tardorromanos: uno, la incineración de un joven depositado en un dolium (tinaja oval) y el otro la inhumación de un adulto cubierto con lajas de piedra, tégulas (tejas planas) e ímbrices (tejas curvas), sin contener ambos ajuares funerarios.
Esta necrópolis era conocida desde el siglo XVIII. Según vio y contó el historiador jerezano Bartolomé Gutiérrez, en 1756, cuando se construía el arrecife entre Jerez y El Puerto –la carretera de El Portal– se descubrieron en el paraje de Las Cruces, a unos 700 m de Doña Blanca, 5 inhumaciones cubiertas con piedras de la Sierra y presentando, a modo de humildes ajuares, algunas vasijas (una de ellas repleta de caracoles) y una moneda.
Tumba hallada en el entorno de La Dehesa en 1756, dibujada entonces por Bartolomé Gutiérrez.
Nuevas tumbas tardorromanas volvieron a ver la luz en 1991 con motivo de una obra de canalización realizada en paralelo a la carretera de El Portal, realizándose entonces una excavación de urgencia dirigida y estudiada por Francisco Barrionuevo, Carmen J. Pérez y Carlos Huertas. Se exhumaron 4 tumbas de inhumación (dos cubiertas con ímbrices) que no tenían ajuar. Y con ellas, 7 incineraciones en fosas simples excavadas en la arena rojiza del lugar, fechadas por sus excavadores entre la segunda mitad del s. I d.C. y la primera mitad del II d.C.
La necrópolis podría prolongarse hacia la falda de la Sierra inmediata a la necrópolis de Las Cumbres, junto al camino que sube a la Sierra, donde hace años hallamos huellas de incineraciones romanas. Y acaso en época imperial también se extendía al otro extremo de Doña Blanca, junto al manantial de La Piedad, donde se conoce, según contó en 1764 el historiador portuense Ruiz de Cortázar, que en 1728, cuando comenzó las obras de la conducción de agua a El Puerto, se halló una tumba cubierta de tégulas que como ajuar tenía algunas monedas de plata.
Dibujo y nota manuscrita que en 1924 realizó Ventura Fdez. de la cabeza de carnero hallada en la Sierra. / Real Academia de la Historia (Madrid).
Aunque al día de hoy no existe registro arqueológico de tumbas anteriores a las descubiertas en La Dehesa, es probable que la zona ya acogiese una necrópolis en época republicana (ss. II-I a.C.). En linde a La Dehesa, en terrenos inmediatos a la marisma hay un lugar nombrado de antiguo Las Leonas, que puede aludir –siendo como es la toponimia un buen aliado de la arqueología y la historia- al hallazgo de esculturas de leonas de factura turdetana-romana (ss. III-II a.C.), con un claro simbolismo funerario y apotropaico (protector ante el mal), como el león que se descubrió al otro margen de las marismas del Guadalete, en el cortijo jerezano de Roa la Bota; o el que se halló, en el ámbito de Isla Cartare, en la romana Hasta Regia.
Vinculado a esas “leonas” en su función mortuoria y mágica, aunque no en su cronología, es el prótomo (busto) de un carnero tallado, al parecer, en diorita –de unos 25 cm de longitud por 20 cm de altura, cuyo paradero se desconoce- que dio a conocer en 1924 Ventura Fdez. López –un presbítero residente en Jerez aficionado a la arqueología- como procedente del entorno de Doña Blanca. Seguramente, añadimos nosotros, de la necrópolis de Las Cumbres, donde debió formar parte de una tumba o un monumento funerario de los primeros fenicios asentados y muertos en Doña Blanca. La pequeña escultura, no obstante, por su factura en diorita (negra) y su figuración, sería importada por comerciantes fenicios desde Egipto y representaba al dios tebano Khnum, creador de la vida y protector de las crecidas del Nilo. De lugar inmediato a Roa la Bota, de la finca Las Quinientas, procede otro prótomo de carnero, facturado en caliza y de época turdetana-romana (que se conserva, como el león de Hasta, en el Museo Arqueológico de Jerez).
VILLAS Y ALFARES
En la imagen, moneda de bronce de Filipo I (244–249 d.C.) procedente del yacimiento de Cerro Verde. Museo Municipal.
Y junto a la cultura de la muerte, la de los vivos. En la década de los 80, cuando en nombre del Museo Municipal prospectamos el término municipal junto a José Ignacio Delgado y José Antonio Ruiz, localizamos ocho asentamientos romanos rurales –villas y alfares- diseminados por la Sierra, mayoritariamente de época imperial (que situamos en el plano general que acompaña a esta nótula): De este a oeste, Cerro de San Cristóbal, Castillo de Doña Blanca, Las Leonas, Buenavista, Cueva del Civil, San Ignacio, Las Beatillas y Cerro Verde; yacimientos de los que destacaremos, por no ser prolijos, tres, pero no sin antes decir que la explotación de las dos grandes canteras a cielo abierto que se abrieron en el siglo XX a cada extremo de la Sierra (en torno a un 20%-25% de su superficie original) conllevó, con toda seguridad, la pérdida de no pocos núcleos habitados, romanos y no romanos.
En la imagen, Oscillum de mármol hallado en Las Leonas, junto al Castillo de Doña Blanca, del siglo I d.C. Museo Municipal.
En Las Leonas existió una villa romana cuyos vestigios (muros y suelos de opus signinum), también desaparecidos, aún eran visibles a comienzos de la última década de los 80. De aquí procede un oscillum fragmentado que se conserva en el Museo Municipal. Es una pieza decorativa facturada en mármol de las que solían colgarse, como ofrendas a las divinidades, en los intercolumnios o suspendidos en los peristilos y jardines de villas lujosas o en edificios públicos: en una de las caras se aprecia el rostro de un sátiro con máscara teatral y en la otra un conejo corriendo. Puede datarse a fines del siglo I d.C.
En el yacimiento de San Ignacio, en la falda que cae a las marismas y en linde a la cañada del Verdugo, se localizaron 7 tambores de columnas en piedra ostionera de los que habitualmente se disponían en las cámaras de cocción de los hornos alfareros, así como restos de muros y pavimentos de opus. El material cerámico prospectado, clasificado por Lázaro Lagóstena, datan el alfar entre los siglos I y II d.C. En la imagen de la izquierda, plano de la excavación del yacimiento de Buenavista. / Esperanza Mata y Lázaro Lagóstena, 1997.
El único asentamiento que ha sido excavado –por vía de urgencia con motivo de la construcción de la carretera Jerez-Puerto Real- fue el nombrado Buenavista, en el cerro de su nombre, bajo la dirección de Esperanza Mata y estudiado y publicado en coautoría con Lázaro Lagóstena.
Muros del asentamiento romano de Buenavista. / Foto, J.J.L.A.
Resultó ser un asentamiento rural que fue habitado entre el siglo II a.C. y fines del I d.C., cuando se abandonó. Contaba con un alfar dedicado a la fabricación de ánforas para el envasado de vino y salazón de pescado y sus derivados. En el yacimiento, que parcialmente había sido destruido por antiguas canteras, se exhumaron muros a ras del suelo natural –habitacionales o industriales- y asociado a ellos un sistema de canalización –en parte conservando una tubería de cerámica- que convergía y vertía el agua a tres pozos o aljibes.
LA PILASTRA VISIGODA
Pilastra visigoda (1’18 m de altura x 23 cm de ancho) del Castillo de Dª Blanca (Museo Arqueológico de Jerez). / Foto, M. Esteve Guerrero, 1963.
En los tiempos del reino visigodo (624-711 d.C.) la Sierra y El Puerto –el Portum que entonces llamaban- apenas estuvieron poblados. Sólo se tiene constancia de la presencia en la zona de contingentes militares por el hallazgo de armas (dagas, punta de lanza y podones) en tumbas aparecidas bajo la ermita de Santa Clara y en la finca El Barranco, junto al Camino de los Romanos. Y también la presencia de la todopoderosa iglesia hispano-visigoda se puede vislumbrar por el hallazgo en el Castillo de San Marcos de un bajorrelieve que formaría parte del cancel de un recinto religioso, y en el entorno del Castillo de Doña Blanca de una pilastra visigoda.
Esta pieza la dio a conocer en los años 60 Manuel Esteve, entonces director de la Colección Arqueológica Municipal de Jerez. De su procedencia dijo que se halló en 1936 reutilizada como escalón en una casa en ruinas, “en las proximidades del Castillo de Doña Blanca, pero en tierras del término de Jerez”. Que no era verdad, porque Esteve ‘barrió para casa’ para que la pilastra no pasara al Museo Provincial de Cádiz (el mismo caso, por cierto, que el casco griego del Museo de Jerez).
Las características y decoración de la pilastra son propias de las edificaciones religiosas visigodas. Al pie de una de las caras presenta dos rebajes circulares, seguramente para el encaje de una puerta. La decoración es típicamente visigoda y heredera del mundo paleocristiano: estrías verticales que dividen el fuste en dos mitades y separadas con motivos acordonados, rematando la pieza un ornamento –mal conservado– a modo de capitel.
La pilastra indicaría la presencia al pie de la Sierra de San Cristóbal de una ermita del siglo VII que sería abandonada o destruida tras la llegada de los musulmanes a comienzos del VIII. Probablemente se situaría en el lugar que está la torre de Doña Blanca, donde al paso de los siglos, mediado el XIII, se levantaría la ermita de Nuestra Señora de Sidueña.
En la siguiente entrega escribiremos de la época –cinco siglos y medio- en que la Sierra permaneció bajo el poder del Islam: el tiempo de Siduna, la ciudad que entre mediados de los siglos VIII y IX fue la capital administrativa y espiritual de un extenso territorio. / Texto: Enrique Pérez Fernández y Juan José López Amador.
2.428. PEÑA GALLÍSTICA. Los Mollatosos Portuenses.
“Como te coja, te quito la cabeza”. La afición a las peleas de gallos, muchas veces con apuestas, una cruenta afición que España exportó a América y que tuvo mucha afición en nuestra Ciudad hasta bien entrada la segunda mitad del siglo pasado.
Lo demuestra esta reunión de amigos de una peña gallística local: ‘Los Mollatoso Portuense’, así, mezclando el plural con los singulares y mostrando con el cuchillo, como acaba la vida del volátil, junto a la afición por el vino o mollate. Actualmente, se producen detenciones por maltrato animal en diversos reñideros de Andalucía la Baja, tales como la Operación ‘Espolón’ en Sanlúcar, Trebujena, La Barca y El Cuervo en 2013. La imagen está tomada en el año 1953.
2.427. CASA NICANOR.
Entrañable foto de Casa Nicanor, Ultramarinos y Bazar de Loza y Cristal de finales de los años 50. En la imagen vemos a Curro, Servando, Ascensión, Marina, ... de una Placilla, de un entorno, que ya no volverá, pero que pervive aún en el recuerdo de muchos. (Ver nótula núm. 080 en GdP). / Foto: Colección Bar Vicente.
2.418. FIESTA EN EL CENTRO ASISTENCIAL ‘EL MADRUGADOR’.
En 1976, la Diputación Provincial de Cádiz gestionaba el Complejo Asistencial El Madrugador: Hospital Psiquiátrico, Centro de Educación Especial y Residencia de Ancianos, hoy en desuso. Si bien parte de las instalaciones se reconvirtieron en un Centro de Hostelería y Turismo, pendiente de inaugurar hace ya algo más de cuatro años.
En las fotografías, tomadas el 19 de septiembre de 1976, vemos una fiesta a la usanza de la época, con reina, damas y acompañantes, con el alcalde de la Ciudad, Manuel Martínez Alfonso.
En esta imagen, durante el ágape vemos, escoltados por las damas y acompañantes, a la izquierda a Juan Martín Vélez, secretario particular del Alcalde; el pregonero Francisco Montero Galvache, el alcalde Martínez Alfonso, el director del Hospital Psiquiátrico, Antonio López, el juez de la Ciudad, y el director administrativo del centro, Enrique García Paz. /Fotos: Archivo Municipal.
2.416. SAN CRISTÓBAL, LA SIERRA SAGRADA. (Isla Cartare IX)
Que la Sierra de San Cristóbal sólo tiene de sierra el nombre es tan cierto como que el espacio que ocupa (5’8 kms de longitud y 2 de anchura máxima) entre las campiñas de Isla Cartare y las marismas del Guadalete –a orilla de la antigua bahía de Cádiz-, propició, junto a la abundancia de recursos naturales (suelo agrícola, manantiales de agua, piedra, madera, caza, pesca), que este privilegiado y estratégico enclave fuese habitado por sucesivas comunidades humanas que durante más de cinco mil años dejaron, de punta a punta, de Cerro Verde al Cerro de San Cristóbal, las huellas de sus vidas y sus improntas culturales.
Ubicación de la Sierra de San Cristóbal y en la zona ampliada los yacimientos arqueológicos de la Antigüedad: 1.- Ciudad del Castillo de Doña Blanca. 2.- Acrópolis del siglo IV. 3.- Poblado de Las Cruces. 4.- Necrópolis de Las Cumbres. 5.- Poblado de La Dehesa. 6.- Posible ubicación del puerto de la ciudad. 7.- Plataforma de cazoletas (Cobre
Pese a que el conocimiento de la historia de su ocupación es muy limitado por la falta de actuaciones públicas que hayan apostado por su protección y conservación, por su estudio integral multidisciplinar y su progresiva adecuación para el disfrute de los ciudadanos, la Sierra de San Cristóbal acumula y guarda en sus entrañas, como una de las cunas urbanas de Occidente que es, una historia destacadísima en la que lo sagrado, espiritual, religioso, trascendente o como se le quiera llamar, estuvo siempre presente. Sobre ello queremos incidir en ésta y las dos próximas entregas de Isla Cartare, marcando este carácter sagrado vinculado a la vida, a la muerte y al más allá que impregnó a la Sierra de San Cristóbal en el transcurso de la Historia, y que aún hoy, pateándola sin prisas y con los sentidos atentos, aún se percibe.
Vista parcial de la Sierra de San Cristóbal desde las marismas. / Foto, Juan José López Amador, 2014.
Escribimos en otro lugar (ver nótula 2.245) que la primera comunidad humana que de forma estable se asentó en el actual término portuense lo hizo hace unos seis mil años en el pago de Cantarranas, cerca del mar y del arroyo Salado de Rota, hasta que el poblado fue abandonado durante la primera mitad del III milenio antes de nuestra era, cuando se desarrollaron nuevos hábitats –de la Edad del Cobre- en dos áreas: en los márgenes del Salado, principalmente en el entorno de la laguna del Gallo, y en la Sierra de San Cristóbal, donde a cada extremo se ha detectado la presencia de un poblado, en Las Beatillas y junto a Doña Blanca. Y entre ellos, en el yacimiento Buenavista (junto a la carretera Jerez-Puerto Real), un taller estacional donde manufacturaban útiles de piedra.
Ubicación de La Dehesa y Doña Blanca con la reposición de la antigua bahía de Cádiz (marismas) a partir de una foto aérea tomada por José Ignacio Delgado ‘Nani’.
EN LA DEHESA
Cuando los fenicios arribaron a la bahía de Cádiz a fines del siglo IX antes de Cristo y fundaron al pie de la Sierra de San Cristóbal la ciudad del Castillo de Doña Blanca –la que los griegos llamaron Puerto de Menesteo-, su espacio y su entorno inmediato, a orilla del mar, había sido habitado por comunidades indígenas desde mucho tiempo atrás.
José Ignacio Delgado y José Antonio Ruiz sobre la huella de un fondo de cabaña de La Dehesa, en 1982. / Foto, J.J.L.A.
En linde a Doña Blanca, en el paraje conocido como La Dehesa, en 1982 y 1985 se realizaron sendas campañas arqueológicas dirigidas por Diego Ruiz Mata que sacaron a la luz (en 1.000 m2 excavados) las huellas parciales de un poblado del Cobre, de mediados del III milenio a.n.e. Conformaban el hábitat cabañas circulares (de 3’20 m de diámetro la mayor) agrupadas en núcleos dispersos, ligeramente excavadas en el suelo y levantadas con zócalos de piedra, paredes de tapial y cubierta vegetal, teniendo algunas delante zanjas en las que seguramente se encajaban mamparas para protegerlas del viento de Levante; y entre las cabañas, silos excavados para el almacenaje del sustento de la población y otras pequeñas estructuras de desconocida función.
Poblados como el de La Dehesa, cuyas características formales perduraron hasta la llegada de los fenicios, cimentaron las bases sociales y económicas que dieron lugar a la eclosión de la cultura tartésica (ver nótula 2.273 en Gente del Puerto).
Nani accediendo al hipogeo del Sol y la Luna el día que lo descubrimos, abril de 1983. / Foto, J.J.L.A. y Nani.
EL HIPOGEO DEL SOL Y LA LUNA
Enfrente de Doña Blanca, en la zona nombrada Las Cumbres y ocupando más de 100 hectáreas de la falda de la Sierra se encuentran, prácticamente desconocidas por no excavadas, las necrópolis de quienes habitaron estos parajes durante la Antigüedad.
Abajo, Juan José en el interior colmatado del hipogeo. A la izquierda, la columna central de la cámara funeraria.
En 1983, José Bermúdez, querido amigo ya fallecido y entonces obrero en las excavaciones de Doña Blanca, nos informó de la existencia de una pequeña “cueva” frente a la ciudad fenicia. Personados en el lugar en compañía de José Ignacio Delgado ‘Nani’ y José Antonio Ruiz, constatamos la presencia de un hipogeo excavado en la roca, colmatado de tierra, en el que en 1987, bajo la dirección de Diego Ruiz Mata, se intervino arqueológicamente, resultando ser el enterramiento colectivo de unos 25 individuos que vivieron –seguramente en el entorno de La Dehesa- durante la Edad del Bronce Pleno, hacia los años 1700-1500 antes de nuestra era, según dató su excavador. No obstante de esta cronología, los enterramientos exhumados corresponden a una reutilización del recinto mortuorio, que en su origen fue excavado en la piedra calcarenita a fines del tercer milenio, en los tiempos postreros de la Edad del Cobre.
Acceso al hipogeo durante su excavación en 1987. En el dintel, los símbolos del Sol y la Luna. / Foto, J.J.L.A.
Al recinto se accedía por un pequeño pozo escalonado que daba a la puerta de acceso a la cámara funeraria, teniendo grabada al centro del dintel la figuración de los símbolos astrales del Sol y la Luna Creciente. Al exterior de la cámara quedaban los receptáculos donde se realizaban las libaciones sagradas, y a un lado un nicho sepulcral. Al interior la cámara presentaba una planta circular de 3 m de diámetro, techo plano a 1’80 m, una columna central y, al fondo, un amplio nicho conteniendo los restos óseos (muy destrozados por la acidez del terreno) de quienes aquí tuvieron su última morada. Y con ellos, los ajuares funerarios, de los que se pudo recuperar –conociéndose que la tumba ya fue expoliada en época romana- cuencos y vasos de cerámicas y objetos personales de oro, plata y bronce.
A la izquierda, interior de la cámara funeraria con la columna central y el nicho de las inhumaciones. / Foto, J.J.L.A. En la imagen de la derecha, parte de un ajuar hallado en el hipogeo: collar de plata con cuentas, pendientes de oro, espirales de plata, cuchillos -de sierra y curvado- de bronce y remaches de plata, agujas y punzones de bronce, placa de arquero, concha… / Foto, Museo Municipal de El Puerto de Santa María.
Es conocido un segundo hipogeo en Las Cumbres, no excavado, de mayores dimensiones, que tiene tras su puerta de acceso un amplio habitáculo central al que se abren, a derecha, izquierda y enfrente, tres grandes nichos mortuorios.
Desde la cima del Cerro de San Cristóbal, vista parcial de la necrópolis de Las Cumbres (más de un millón de m2), Doña Blanca, las marismas, El Puerto, Valdelagrana, la Bahía y Cádiz. / Foto, J.J.L.A.
EL TÚMULO FENICIO
La única excavación arqueológica realizada en la necrópolis de quienes habitaron Doña Blanca durante 600 años (fines ss. IX-III a.C.) se verificó en 1984-85, también dirigida por Ruiz Mata, en un túmulo que acogió las tumbas de un clan familiar durante todo el siglo VIII a. C.
El montículo artificial, de 22 m de diámetro y altura máxima de 1’80 m, tenía en su centro, enmarcado por un muro de adobes y excavado en la roca, el ‘ustrinum’, la fosa donde se incineraron los cadáveres. Y en su entorno, en cavidades practicadas en la roca y en resquicios naturales, 63 cremaciones depositadas en urnas que también contenían objetos personales de los difuntos (broches de cinturón, fíbulas, anillos, pendientes, cuchillos, cuentas de collar…); y junto a las urnas, quemaperfumes y copas de libación empleados en los rituales y otros recipientes cerámicos de ofrendas. Finalmente, cada tumba se sellaba con piedras y arcilla roja.
Excavación del túmulo fenicio en 1984. / Foto, J.J.L.A.
Una vez amortizado el espacio funerario a fines del s. VIII, el enterramiento colectivo se cubrió con un potente estrato de piedras y tierra, creándose una estructura tumular de forma troncocónica y delimitada en su contorno con piedras medianas y grandes espaciadas.
La tumba nº24 del túmulo fenicio, de fines del siglo VIII a.C. / Foto, J.J.L.A.
El túmulo, cuyas características son netamente semitas en sus rituales y en los materiales culturales, denota, por la coexistencia con cerámicas indígenas, la aculturación y la bien avenida interrelación de ambas comunidades –fenicia y tartesia- desde los primeros momentos de la fundación de Doña Blanca.
Parte del ajuar de la tumba nº24: dos urnas, una ampolla, un soporte, fragmentos de una cazuela y dos vasitos de alabastro. / Foto, Museo Municipal de El Puerto.
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2.415. EL CLASUSTRO DEL MONASTERIO DE LA VICTORIA. Año 1908.
Vista parcial del claustro del Monasterio de la Victoria, durante su uso como Centro de Cumplimiento Penitenciario. Año 1908. /Foto 219 del Catálogo Monumental de la Provincia de Cádiz.
En una anterior nótula (núm. 2.066 de GdP), recogimos una reseña ilustrada del Catálogo Monumental de la Provincia de Cádiz, con imágenes de El Puerto de Santa María fotografiado en 1908, y publicado en 1934 realizado por Enrique Romero de Torres, hermano del pintor Julio. Aunque sin completarse, dicho catálgo se considera la empresa colectiva más importante realizada en la España contemporánea, para dar a conocer su patrimonio histórico artístico.
2.413. FRANCISCO PÉREZ PASTOR. Último adiós de la Revista Portuense.
Francisco Pérez Pastor nos dejaba e Madrid el miércoles 13 de enero de 1988, a primera hora de la tarde, el tiempo y el espacio dejaron de tener sentido para él, porque estaba penetrando serenamente en lo eterno y en lo ilimitado.
El Puerto de Santa María, desde hace muchos años atrás, tuvo en él una especie de embajador oficioso en la Villa y Corte. Muchos son también los portuenses que saben de su actividad receptiva , de su consejo amistoso, de su gestión eficaz, en tantas y tantas entrevistas mantenidas en su despacho de la Sociedad de Autores o en su propio domicilio de Fernando el Católico, ineludiblemente rematads con unas amigables copas de vino de su tierra.
El Puerto, siempre latente en el corazón de Paco Pérez Pastor. Una ciudad y un entorno permanentemente sentidos con él con cariños de hijo fiel y sensibilidades de fino escritor. Sin lejanías, sin nostalgias, porque sus visitas eran frecuentes y su vivencia continúa. Se añora lo que no se tiene; y él no podía añorar a El Puerto, porque El Puerto siempre estaba con él.
Desde mucho tiempo atrás. Desde su infancia asomada a los azules de la Bahía. Desde su juventud con inquietudes intelectuales, en que por tradición familiar y propia vocación periodística participara tan activamente en la publicación de esda doble hojilla diaria que se llamaba la “Revista Portuense”.
Casi medio siglo de información local, desde los penúltimos años del siglo XIX hasta el año 1939. Un periódico breve, sencillo, coridal; para una ciudad cordial, sencilla y breve, como era El Puerto de por entonces. Luis y Dionisio Pérez Gutiérrez (ver nótula núm. 812 en GdP) lo habían traído al mundo, y una nueva generación --Luis y Paco Pérez Pastor-- recogió la antorcha de la continuidad.
La fotografía tiene 108 años. En ella aparece la redacción de la Revista Portuense, sentados de izquierda a derecha: Mariano López Muñoz, andalucista y socio fundador de Racing Club Portuense; Luís Pérez Gutiérrez, propietario de la publicación; Manolo Soto, Javier Caballero, Antonio Peñasco y de pie junto a éste, el comediógrafo Pedro Muñoz Seca. /La foto es del año 1907 y pertenece a la Colección Pérez Pastor.
Cuando, por las circunstancias que el paso del tiempo trae consigo, hubo de cerrar sus puertas la Imprenta Pérez Pastor, hogar y taller de la entrañable publicación, todo un tesoro de datos, anécdotas y curiosidades locales de la vida del Puerto de Santa María, permanecía reunido en treinta o cuarenta grandes tomos alineados en una vieja estantería en las penumbras de la ya desaparecida imprenta: la colección completa única e insustituible de la Revista Portuense. Francisco Pérez Pastor tuvo el gesto noble y generoso de donarla al Ayuntamiento de su pueblo. De sus manos la recibí, para depositarlas en la Casa de la Cultura, y hoy forma parte del Archivo Municipal.
Cuando Paco se nos fue, callada, serenamente, sin la oportunidad de una despedida cuando su vida cerrada dejó atrás la triple cosecha de su familia, de su trabajo y de su amor por El Puerto, parecía como si las páginas amarillentas de la Revista Portuense nos dijeran su adiós definitivo, el adiós que Paco Pérez no nos pudo decir. /Texto: Manuel Martínez Alfonso.
2.406. ANTONIO SUCINO LORCA. Tonelero y socialista. Escritor y poeta.
Con esta nótula tratamos de sacar a la luz y dar a conocer a su pueblo, el legado literario de este poeta y escritor portuense, que fue una víctima más del tiempo que le tocó vivir, condenándolo al olvido. Esperamos que esta lectura, al menos sirva para rescatarlo de ese olvido histórico, a él y a su obra, de forma que pueda tener de ahora en adelante, un más que merecido rincón en las estanterías de la historia literaria portuense y gaditana.
A pesar del olvido al que él mismo y su obra fueron sometidos por los tiempos oscuros que los sucedieron, quizás algunos portuenses, sobre todo los de más avanzada edad, puedan aportar algún dato sobre este autor, que pudiera ayudar a sacar a la luz toda su obra literaria.
El 19 de noviembre de 2014, se cumplieron 110 años desde el estreno, en nuestro recordado Teatro Principal, de la obra de teatro en verso Nobleza… en el corazón, una de las cinco obras de mayor extensión que aún se conservan de Antonio Sucino Lorca, olvidado escritor y poeta portuense.
Conde ¿Y para qué sirves tú,
di, qué mérito es el tuyo?
Simón …
los zapato e charó
Que sus poneis tan bonito
¿los jace argún zeñorito
o un probe trabajao?
Yo les cudio su ganao,
yo sus campos jelaboro,
yo soy quien le mete el oro
en su carpeta apuñao
¡Y me llama osté inorante!
¿Y osté que sabe jacé?
Unicamente comé
lo que le ponen delante.
(Uno de los fragmentos de la conversación entre el conde y Simón, un jornalero del campo casi analfabeto, al servicio del primero, que forma parte del texto de Nobleza… en el corazón. Versos que alcanzaron gran popularidad y que, memorizados por gentes de todas las edades, formó parte de la memoria colectiva de varias generaciones, como si se tratara de un refranero).
Llegó a publicar y estrenar, que sepamos con seguridad hasta la fecha, cuatro obras más de teatro; Entre su madre y el rey…, en verso (1904), El legítimo heredero, en prosa (1929), Voz del corazón, en prosa (1929) y La recompensa, en prosa (1930). Salvo Voz del corazón, los otros cuatro libros se conservan en la Biblioteca Nacional. Además, entre 1903 y 1914, publicaba, sobre todo, pequeños artículos también en verso en la revista socialista de la época El Sudor del Obrero. Posteriormente en 1920, también colaboró con la revista de igual signo político El Obrero Portuense. La primera incursión literaria que sabemos de él, fue la letra en 1897 de una agrupación carnavalesca: Los cocineros de la época. /En la imagen de la izquierda, firma manuscrita de Antonio Sucino Lorca, al pié de la letra compuesta para la agrupación carnavalesca 'Los cocineros de la época'.
También fue autor de varios sainetes que no se llegaron a editar, pero que sí se representaron; El suplente honorario, La cruz del matrimonio, Las flores de Andalucía, La primada de un primo, Amor por amor y Las novias burladas, todos en prosa, así como el juguete cómico en tres actos El billete falso. Suya es la letra de una zarzuela titulada La gitanilla, con música del maestro Francisco Javier Caballero (ver nótula núm. 2.350 GdP), que se estrenó en el Teatro Principal de Sanlúcar de Barrameda por la compañía de Moya y Galán, en 1906.
CONCEJAL Y PRESIDENTE DE LOS TONELEROS.
Nació Antonio Sucino en 1858, según consta la inscripción de su nacimiento en el Registro Civil de El Puerto. Tonelero de profesión, autodidacta, ferviente socialista y un apasionado de la literatura. Muy comprometido políticamente, fue presidente de la sociedad de toneleros, y concejal por el Partido Socialista en 1909.
Este compromiso político, también se dejó traslucir en casi toda su obra, sobre todo en sus dos primeros libros. En Nobleza… en el corazón, sin duda su obra más popular, denuncia la miseria y precariedad del pueblo en contraste con la opulencia de las clases más pudientes y poderosas, enalteciendo el trabajo, la honradez y el amor (que será una constante en toda su obra), sobre el dinero y la cuna. Consigue hacerlo sin demasiada estridencia, casi de forma romántica, ya que el amor sorteará todas las barreras, aunque dejando en evidencia a una sociedad tan injusta como jerarquizada. El hecho de que fuera reeditada en 1924 y en 1935, veinte y treinta y un años después de su primera publicación, dice mucho de lo que caló esta obra en el pueblo, con el mérito añadido de que estaba escrita en verso (redondilla). En su segunda obra, Entre su madre y el rey…, ambientada “…en un pueblo de la región catalana.”, vaticina cuatro años antes de que ocurrieran, los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona.
TABERNERO.
En la primera década del siglo XX, Antonio Sucino abre una taberna llamada Gurugú en la calle Pozuelo, y sobre los años veinte, otra frente al mercado de abastos, más conocida en nuestro tiempo por su siguiente propietario, Juan Rábago.
Los hechos devenidos tras la guerra civil, hicieron que a lo largo de nuestra historia reciente, Antonio Sucino Lorca haya pasado prácticamente desapercibido para la mayoría de sus paisanos. Sus libros fueron quemados, sin embargo, algunos pocos ejemplares se salvaron, escondidos en algunas casas de familiares y correligionarios, a sabiendas incluso que de haber sido encontrados, sus propietarios se arriesgaban a ser detenidos por las autoridades franquistas.
ESTUDIO DE SU OBRA.
La obra de Antonio Sucino Lorca actualmente, además de haber sido nombrada y referida por autores y estudiosos locales como veremos más adelante, también lo ha sido a nivel nacional. Concretamente se hace referencia a ella en el libro El teatro menor en España a partir del siglo XVI, editada por el Instituto Miguel de Cervantes del C.S.I.C. Todavía, algunos ejemplares de sus obras se pueden encontrar en lugares tan lejanos como la Universidad Northwestern de Chicago, la Universidad de Toronto y en la Biblioteca Pública de Nueva York, en ésta última, cohabitando con dos libros de otro paisano nuestro casi tan desconocido como él, José Navarrete y Vela-Hidalgo (ver nótula núm. 1.996 en GdP). Curiosamente, en la calle José Navarrete número 44 estuvo situado durante un tiempo el local social de la Agrupación Socialista a la que pertenecía entre otros, Antonio Sucino Lorca.
Pero, como ya hemos señalado, cuando realmente tuvo verdadero éxito este autor, fue desde principios de siglo hasta el comienzo de la Guerra Civil. Se podía leer en el Diario de Cádiz el día 28 de noviembre de 1904 la siguiente crónica: “La segunda representación del melodrama 'Nobleza… en el corazón' llevó anoche al teatro gran concurrencia. La obra de Sucino tuvo muy buena interpretación, mucho mejor que en la noche del estreno. El autor fue llamado a escena a la terminación del primer acto y al final de la obra.” En la Revista Portuense, diario católico y conservador de la época y por lo tanto poco sospechoso de vinculaciones socialistas, se publicaba el 24 de abril de 1929 lo siguiente: “Hoy jueves, despedida de la compañía con el estreno del drama en cuatro actos y en prosa, original de nuestro paisano el aplaudido autor don Antonio Sucino 'El legítimo heredero'. El estreno de esta obra ha despertado verdadero interés entre los muchos aficionados al arte escénico, lo que hace suponer que esta noche se verá el coliseo concurridísimo”. /En la imagen de la izquierda, cartel del estreno de 'Nobleza en el corazón' en el desaparecido Teatro Principal.
Murió con 82 años, el 18 de mayo de 1940. Está enterrado junto a su mujer María Aquilina Barrera y uno de sus hijos, Antonio, en el cementerio de El Puerto.
AGRADECIMIENTOS.
Queremos agradecer a Antonio Gutiérrez su ayuda, por aportarnos todos los datos de los que disponía de Antonio Sucino, que han sido muchos e importantes, por su ánimo y apoyo. A Enrique Pérez, de cuyas obras también hemos obtenido datos muy valiosos. A Javier Maldonado, por ser el primero que hizo de Antonio Sucino protagonista de una de sus ponencias: Reformismo en escena: la obra teatral de Antonio Sucino. A Ana Becerra y José Ignacio Buhigas, del archivo municipal, por su dedicación y entrega hacia cualquiera que se interesa por nuestro pasado. No sería justo dejar de mencionar a los nietos de Antonio Sucino, que en mayor o menor medida, siempre han sabido mantener en nuestra memoria el recuerdo de sus versos. /Texto: B. y J. Caraballo Sucino
2.405. JOSÉ OVANDO MERINO. Tallista y escultor, autor del Cristo de la Misericordia
Paso del Cristo de la Misericordia.
Hace un par de semanas se cumplieron catorce años del fallecimiento de este artista portuense nacido en 1912, que murió a la edad de 89 años, el 18 de marzo de 2001 en Cádiz, donde residía desde pocos años después de traspasada la mitad del siglo pasado. Autor de numerosos trabajos de tallado de pasos e imágenes en diversas poblaciones de nuestra provincia, entre los que figura y destaca el Titular de la Hermandad y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Misericordia y Nuestra Señora de la Piedad que procesiona este martes santo. Esta imagen, con Jesús clavado en la cruz, sujeto por tres clavos, de tamaño natural, inspirada en la escuela barroca sevillana, fue tallada en 1950 en el taller que abrió en el sevillano barrio de la Barzola, con la madera de dos cipreses del cementerio de San Fernando de la capital hispalense.
Retablo de la Parroquia de San Joaquín
Otra obra importante que podemos contemplar en nuestra ciudad, de la que también es autor, es el retablo del altar mayor de la parroquia de San Joaquín, tallado en madera de pino gallego barnizada de color caoba, realizado en varias piezas en el mismo taller sevillano antes citado que se terminaron de ensamblar en 1947, siendo bendecido por Don Manuel Salido Gutiérrez (ver nótula num. 2.219 en GdP), el 19 de marzo de ese año. La obra, costeada por la hermandad de la Veracruz gracias a los fondos percibidos por la venta de su anterior sede, la capilla de la Sangre, situada en una de las esquinas de Palacio y Nevería, fue diseñada para contener las tres imágenes que componen el Misterio de dicha cofradía, la cual se estableció en esta iglesia y comenzó hace ahora sesenta y ocho años una nueva etapa de su dilatada existencia, saliendo por primera vez desde allí en 1946 en el mismo paso con el que actualmente procesiona, de madera de cedro y estilo barroco confeccionado también por él.
Paso del Cristo de la Hermandad de la Veracruz.
También se le atribuye la autoría del paso antiguo del Nazareno, de madera de caoba y la de una Virgen de la Piedad por encargo de Juan Ávila, quien la regaló a la hermandad de la Misericordia y con la que procesionó algunos años, siendo sustituida por la talla actual. No ha sido esta obra suya la única repudiada, palabra esta que se utiliza para definir cambios de imágenes en las cofradías y que no me gusta nada. Utilizaré el verbo sustituir, y dada la propensión de algunos capillitas a realizar cambios y mudanzas no siempre justificados y necesarios, las “sustituciones” suelen estar a la orden del día. Cercana en el tiempo tenemos varias.
Imagen 'repudiada' o sustituida del Resucitado.
La sustitución de la imagen primitiva de la asociación parroquial del Resucitado, obra suya también; la del Cristo de la Sed, de la hermandad gaditana de las Siete Palabras, en cuyo paso de Misterio figuraban asimismo un soldado romano, la Dolorosa al pie de la cruz y María Magdalena, asimismo de su autoría, y en Chiclana la imagen del titular de la hermandad de los Afligidos de aquella población, que tiene su sede en la iglesia de San Telmo de la Santísima Trinidad también ha sustituido la talla labrada por Ovando que suele proporcionar rasgos duros, excesivamente dramáticos a sus figuras, causa y motivo, tal vez, de algunas de estas sustituciones.
En la imagen de la izquierda, antigua imagen de Jesús de las Penas, de Cádiz.
Antes de relacionar el resto de obras artísticas y artesanales que hemos podido reunir queremos dejar algunas pinceladas biográficas de este emérito artesano que estuvo en activo más de sesenta años, desde que terminó su servicio militar hasta cumplir los 85 años. Nació, como antes indicamos, en El Puerto de Santa María el 9 de enero de 1912. Su padre, albañil de profesión y empleado municipal no consiguió que siguiera su oficio, pues su precoz vocación artística que se iniciaría en la niñez con el dibujo y la pintura, en la academia de Bellas Artes de Santa Cecilia, iría derivando hacia la modelación y la escultura en madera. Antes de marchar al servicio militar, cuando tenía veinte años, participó en la exposición de fin del curso 1931-32 de la academia y sobre él se cita en la Revista Portuense el siguiente comentario: “…en la obra de Ovando hay un mérito indiscutible del artista que quiere crear, y ello lo demuestra el capitel que ha expuesto, que ha de formar parte de una obra estilo renacimiento que tiene proyectada.” Cuando es llamado a filas y su destino fue Sevilla comenzó a frecuentar el taller que Castillo Lastrucci tenía en la calle San Vicente, convirtiéndose en uno de sus más aventajados discípulos y encargado del taller en la decena de años que pasó allí hasta que decidió independizarse, mediada la década de los cuarenta del pasado siglo, estableciendo su propio taller en la barriada de la Barzona. De esa primera época en el taller de Castillo Lastrucci data la realización del caballo que formó parte del paso de Misterio de las Tres Caídas de la hermandad de la Esperanza de Triana
En la imagen de la izquierda, Cristo de la Buena Muerte, de Conil.
En este taller propio sevillano estuvo casi diez años realizando numerosos encargos, y cuando el trabajo empezó a escasear se trasladó a Cádiz, abriendo inicialmente un taller cerca del antiguo cementerio en la calle Arcángel San Miguel y mediado los sesenta se instaló definitivamente en la calle Rosario Cepeda donde trabajará, como antes dije, hasta 1997, ya octogenario, no solo madera sino también mármol. Con independencia de este trabajo autónomo, y considerando que junto con su esposa Ana Clo Barrera, criaron seis hijos, se empleó en la empresa “Construcciones Tovar” que realizaba la mayoría de las obras del obispado, siendo responsable de numerosas restauraciones realizadas en la iglesia de San Francisco y otros conventos gaditano. Citaremos dos retablos en mármol de los que es autor y se encuentran en Cádiz: el Divino Niño, rey de los Corazones, en la iglesia de las Reparadoras y un retablito de la Virgen en el Hospital de Mujeres. También de esa última etapa gaditana data la remodelación de la antigua imagen de Jesús de las Penas, obra de Cosme Velázquez.
En la imagen de la izquierda, Jesús Cautivo, de San Roque.
Finalmente, reseñamos las obras más importantes que continúan vigentes, aparte las dos indicada en El Puerto. En Jerez es autor de la talla de los pasos de Misterio de las hermandades de la Flagelación (1945), Jesús de la Vía Crucis (1952), de las Tres Caídas (1953) y de la Entrada Triunfal en Jerusalén y también de dos que procesionaron hasta la década de los ochenta: el paso de Misterio de la Sagrada Lanzada y el de la Coronación de Espinas. En Conil, la imagen del Cristo de la Buena Muerte, realizado en 1981 y en San Roque, la de Jesús Cautivo de Medinaceli, realizado en 1985. /Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz - A.C. PUERTOGUÍA.
2.404. HOMENAJE A JOSÉ BAILARO. Jugador del Racing Club Portuense en 1965.
Hace 50 años, el 11 marzo de 1965, la revista Cruzados, firmada por su director Domingo Renedo la información que daba cuenta del homenaje que recibía el jugador del R.C. Portuense Ernesto Fernández Pérez, (nacido en Avilés-Asturias, en 1941) conocido en el mundo deportivo como José Bailaro,
José del Cuvillo Sancho, se dirige a los asistentes, en presencia de José Bailaro, directivos, aficionados y jugadores. El acto se celebró en el Cine Macario.
El acto se realizó a iniciativa de un grupo de aficionados que quisieron hacerle entrega de un emblema de oro del Club racinguista, como reconocimiento a al labor que por aquel entonces desarrollaba como defensa central del mismo.
En el acto estuvieron la Junta Directiva de la entidad presidida por José del Cuvillo Sancho, el entrenador Guerrero, jugadores y un nutrido grupo de aficionados, junto a los promotores del homenaje. En nombre de éstos, José Roselló Bertomeu, pronunció unas palabras para, a continuación del Cuvillo, imponerle la insignia al jugador.
Momento de la imposición de la insignia de oro del Club a Bailaro.
El presidente del Club rojiblanco, afirmaba entonces que era la primera vez que un grupo de aficionados tomaban dicha iniciativa “claro exponente de que afición, directiva y equipo marchan al unísono. Este homenaje es parte de la recompensa que Bailaro merece por su comportamiento, por su cariño al Club y su honradez profesional, lo mismo que el resto de sus compañeros de equipo”.
Rafael Fenoy Alonso, en la fotografía, capitán del equipo, en nombre de los compañeros le hizo entrega al homenajeado de un presente.
El imprescindible 'hombre para todo' de el Club, Manuel Jarque 'Chicharito' (ver nótula núm. 292 en Gente del Puerto), a la derecha de la imagen.
Bailaro jugaría en las temporadas 1967-78 y 1971-72 como defensa en el Xerez C.D. /Fotos: Colección V.G. L.
2.403. FEDERICO FERRER SAHUERVAIN. Dos veces diputado por El Puerto.
Federico Ferrer Sahuervain fue diputado por el distrito de El Puerto de Santa María por dos veces en el marco de las elecciones de noviembre de 1864: la primera elección se declaró nula, pero volvió a resultar electo en una segunda elección de carácter parcial escrutada el 27 de marzo de 1865. /En la imagen de la izquierda, escena del Congreso de los Diputados en el siglo XIX.
Federico Ferrer Sahuervain (indistintamente escrito con r y con l así como con b y con v) nació en Cádiz posiblemente hacia 1825. El único dato sobre su fecha de nacimiento procede de un poder para testar que otorgó en octubre de 1865 en el que indicaba, tan sólo, que era “mayor de cuarenta años”. Hijo legítimo de Benito Ferrer y Antonia Sahuervain, desconocemos sus raíces y la profesión paterna, pero el conjunto de información disponible no deja lugar a dudas sobre la solvente posición económica de su entorno familiar. Federico se dedicó al mundo de los negocios y de la empresa y muy pronto se situó en una sólida y sobresaliente posición, dueño de una casa mercantil, Federico Ferrer, que en el momento de su muerte abarcaba múltiples negocios en Cádiz y en el resto de España y movía un ingente capital.
Ferrer quizás contó con un punto de partida y de apoyo en el ámbito familiar, aunque nada dicen al respecto los diversos documentos testamentarios. Sí cuentan que su padre le dio un adelanto de su legítima con ocasión de la celebración de su matrimonio, que tuvo lugar en Cádiz el 16 de diciembre de 1843. Se casó con María del Carmen Rabech López, también natural de la capital gaditana e integrante, como Federico, de una familia acomodada. Ella aportó al consorcio en concepto de dote 270.000 reales de vellón que se sumaron a los casi doscientos mil con los que contribuyó Federico. Con este capital inicial, a los que se añadieron más adelante otros 400.000 donados por una tía de María del Carmen, la pareja levantó una empresa de dimensiones muy considerables. Un patrimonio material al que agregaron otro, humano, aún más importante: seis hijos, Francisca, Federico, Onofre, Jaime, María del Carmen y Benito Ferrer Rabech.
La calle Aurora, donde vivió nuestro protagonista en El Puerto. A la izquierda la plaza del Polvorista, a la derecha la casa de Roque Aguado.
Federico fue, indudablemente, el alma de esa empresa, que en 1865 se ocupaba en negocios tan amplios y diversos como los que muestra esta relación: desde actividades mercantiles comunes de la zona, como la venta de vinos, y actividades bancarias también habituales en los hombres de negocios gaditanos (Federico Ferrer fue accionista del segundo Banco de Cádiz, que se creó en 1846, así como del Crédito Comercial de Cádiz, fundado en 1860), hasta otros afanes menos usuales, como diversos negocios de transportes por carretera en el marco provincial y entre Cádiz y Madrid. También obras de construcción de altos vuelos, que edificaban, por ejemplo, carreteras tanto en la provincia de Cádiz como en otros puntos dispares de la geografía nacional. Asimismo, y sólo por señalar los quehaceres más destacados, la contrata de servicios con el Estado, ya fuera la participación en el suministro a presidios, la provisión de utensilios para las tropas o la construcción de un hospital provincial.
Tal despliegue de operaciones permitió a Federico Ferrer Sahuervain acumular un patrimonio mueble e inmueble verdaderamente importante. Múltiples acciones invertidas en diferentes sociedades bancarias, billetes hipotecarios, valores nominales, títulos del tres por ciento y diferentes depósitos a los que se añadía la propiedad sobre numerosas fincas. Ochenta y una en total, divididas entre rústicas y urbanas, adquiridas muchas a particulares pero otras muchas procedentes de Bienes Nacionales, que se repartían por toda la provincia de Cádiz, la mayoría en El Puerto de Santa María y en la capital, y el resto distribuidas por Jerez, Arcos, Rota, San Fernando, Chiclana, Medina, Conil, Vejer y Algeciras.
DIPUTADO POR EL DISTRITO DE EL PUERTO.
El empresario gaditano también se interesó a partir de un momento dado por el mundo de la política. Fue en los años sesenta. Más concretamente, cuando concluyó el extenso periodo unionista liderado por O’Donnell. En octubre de 1863 concurrió por primera vez a las elecciones generales. Lo hizo como candidato a Diputado a Cortes por el distrito de El Puerto de Santa María, la población en la que residía desde bastante tiempo atrás, al menos desde principios de los años cincuenta. A pesar de su amistad con el ministro de Hacienda, Manuel Moreno López, el candidato de la Unión Liberal, Francisco Barca, le superó en número de votos y no pudo pisar el hemiciclo. Debió surgirle entonces la oportunidad de ser diputado provincial y no la rechazó. Y en las siguientes elecciones a Cortes de noviembre de 1864 volvió a presentarse por el distrito portuense, esta vez como candidato apoyado por el Gobierno, en manos del Partido Moderado. Ahora sí la relación de votos se invirtió y fue Francisco Barca el que se quedó sin poder pisar la Carrera de San Jerónimo.
El Congreso de los Diputados a finales del siglo XIX.
Sin embargo, tampoco Federico Ferrer llegó a hacerlo. Su acta electoral, sobre la que existían protestas y reclamaciones, pasó el primer trámite de admisión –el beneplácito de la Comisión de Actas- pero fue impugnada en la sesión del 19 de enero de 1865 por el diputado Posada Herrera, que denunció numerosas presiones y manipulaciones en el proceso electoral portuense y puso el dedo en la llaga sobre el propio Federico Ferrer por su condición de diputado provincial y, sobre todo, de contratista de diferentes obras y servicios públicos. Tan potente fue su discurso que, a pesar de que hubo diversas intervenciones a favor de la admisión de Ferrer, la Cámara rechazó el dictamen favorable de la Comisión por 78 votos contra 57. Una nueva votación resolvió que la comisión dictaminara de nuevo, cosa que hizo un mes después, el 21 de febrero, proponiendo que el acta se declarara nula. El dictamen, no obstante, iba acompañado de dos votos particulares, uno que sostenía que nada había cambiado para modificar la primera resolución, y otro que pedía que se ampliase la información que pudiera contribuir a validar o a anular el acta. Nuevamente se desencadenó un debate que se prolongó durante las dos sesiones siguientes y finalmente, el día 23 de febrero, se aprobó la propuesta presentada por la mayoría de la comisión. La anulación del acta dio lugar a una elección parcial que revalidó el triunfo electoral de Federico Ferrer en su tierra portuense. El 27 de marzo fue confirmado el escrutinio y el 26 de abril siguiente el Congreso pasó a la Comisión correspondiente la nueva acta de El Puerto de Santa María.
Ilustración de una sesión en las Cortes en el S. XIX.
Todo quedó ahí. El Diario de Sesiones del Congreso no registra más noticias sobre qué pasó a continuación. Y Federico Ferrer nunca tomó posesión, ni siquiera presentó su credencial. Ignoramos los motivos. Quizás el durísimo ataque de Posada Herrera le hizo reflexionar y abandonar. Aunque es más probable que fueran otras las razones: Federico Ferrer murió el mismo año 1865, el 27 de octubre, tras una enfermedad que no sabemos cuándo comenzó ni cuánto duró. Falleció en su casa de la calle Aurora, en El Puerto de Santa María. Dejaba una joven viuda y seis hijos menores de edad. A ella le hizo un encargo especial: que cuando constituyera de nuevo su casa mercantil mantuviese la denominación Federico Ferrer. /Texto: Lola Lozano Salado. Universidad de Cádiz
Fuente: Diego Caro Cancela (dir.): Diccionario Biográfico de Parlamentarios de Andalucía (1810-1869), Sevilla, Centro de Estudios Andaluces, 2010, tomo I, pp. 486-488.