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| Texto: Verbigracia García L.
La concesión de la Carta Puebla a Santa María del Puerto, la antigua aldea de al-Qanatir, rebautizada como la ciudad de El Gran Puerto de Santa María --otorgándole la condición de concejo autónomo de realengo-- por Alfonso X ‘el Sabio’ en 1281, respondió a un conjunto de razones estratégicas, políticas, económicas y sociales. Este acto se enmarcaba dentro de la política de consolidación del poder cristiano en los territorios del sur de la Península Ibérica tras el avance de la Reconquista.
Estrategia de repoblación tras la reconquista
Después de la conquista cristiana de territorios que antes pertenecían a Al-Ándalus, había un "pequeño detalle": muchas zonas estaban despobladas o con una población insuficiente para garantizar el control cristiano. La Carta Puebla permitía atraer colonos de otras partes de la península e incluso del extranjero, ofreciendo incentivos como tierras y beneficios fiscales en 1268. En otras palabras, era el ‘Black Friday’ medieval para atraer nuevos vecinos.
Seguridad y control del territorio
Santa María del Puerto tenía un valor estratégico por su ubicación en la desembocadura del río Guadalete, en la bahía de Cádiz. Controlar esta zona significaba dominar rutas comerciales y marítimas clave, además de establecer un ‘escudo’ defensivo contra posibles ataques, ya fueran de piratas, corsarios o de los siempre molestos intentos de reconquista por parte de los musulmanes del sur.
Impulso económico: las dos Ferias anuales
Conceder el derecho a dos ferias anuales no era un capricho real para animar la agenda social del medievo. Las ferias eran auténticos motores económicos que atraían comerciantes, artesanos y mercaderes de diferentes regiones, organizando la trashumancia ganadera y el establecimiento de las cañadas. Esto no solo dinamizaba la economía local, sino que también llenaba las arcas del rey a través de impuestos y tasas comerciales. Una especie de ‘Amazon Prime Day’ pero con trueque y sin carrito de compras.
Diversidad de la población: un experimento social avant-garde
Alfonso X tenía una mente abierta y pragmática. Repoblar con gente de diversas zonas del reino (y del extranjero) no solo solucionaba el problema demográfico, sino que creaba un entorno multicultural que favorecía el comercio, la innovación y la estabilidad. ¿Problemas de integración? Quizá, pero el intercambio cultural y económico compensaba los posibles choques.
Repartimiento de tierras: premios y castigos
El repartimiento de tierras era la forma medieval de decir: 'gracias por participar en la Reconquista' o 'ven a vivir aquí y tendrás tu propio terreno'. Así se premiaba a soldados, nobles y colonos leales, asegurando que quienes habitaran la región tuvieran un fuerte compromiso con su defensa y desarrollo.
Alfonso X no solo estaba pensando en consolidar una ciudad, sino en crear un centro neurálgico de comercio, defensa y cultura que asegurara la presencia cristiana y el crecimiento económico en el sur de la península. Y, de paso, dejar su nombre grabado en la historia, algo que nunca viene mal ya metidos en el ego real de la época.