| Texto y foto: José Antonio Tejero.
Según el escritor Caballero Bonald, la casa del torero Rafael de Paula es un "diagrama de su personalidad… y puede hacer las veces de réplica de su laberinto privado". Cuando leí esta definición de un jerezano sobre otro jerezano, quise atraer como un imán el sugestivo aserto 15 kilómetros a la bahía, de un portuense a otro portuense, entendiendo que le encajaba a la perfección a un personaje entrañable como es el caso de Ramón Bayo Valdés (1992-2007).
Puede que sólo sea una pincelada gruesa para definir la extraordinaria personalidad del coleccionista, pero en términos generales no he conocido a nadie donde su casa sea una extensión noble de sí mismo.
Aunque la convertida año tras año, objeto tras objeto en museo más que en una vivienda al uso de la calle San Francisco, lejos de ser un "laberinto privado" era un racimo de estancias y pasillos formidablemente público, dada la naturaleza campechana de la familia Bayo-De Miguel, donde de forma cuasi enmarañada podías encontrar las innumerables series y colecciones que nuestro protagonista cosechó durante más de medio siglo; botellas de vino, fotografías, postales, etiquetas con firmas de toreros, artículos de guerra, carteles… y una larga lista que a veces sorprendía por la condición de objeto contemporáneo.
Cenceño, de pelo blanco octogenario y voz amable, este retrato de Ramón Bayo tomado con gato rejuntado incluido y la pobre luz de una bombilla en uno de esos pasillos de citaras cargadas de recuerdos y paredes decoradas como los lienzos de fachada de una iglesia del barroco, consigue retrotraerme a las entusiasmadas y memorables conversaciones que el impenitente coleccionista tenía con el visitante espontáneo, el amigo forastero, el paisano de a pie o el periodista curioso. Lástima que todo su legado terminara disperso por los lares de la ignominia.