La memoria sigue viva en el aula C de EGB (1982-1990)

| Texto: Rafael Morro Rascón.
Treinta y cinco años después, los veteranos de la clase C del Colegio San Luis Gonzaga (promoción 1982–1990 de la EGB, la última de solo varones) volvimos a pisar esos pasillos donde se forjaron más de mil días de aprendizaje, juegos y episodios inolvidables.
El reencuentro no hubiese sido posible sin el esfuerzo colectivo de toda una comunidad: todo comenzó cuando Borja y Rafalín, en el verano de 2024, se cruzaron en el Hospital Santa María del Puerto (para nosotros Frontela) y, a partir de ahí, comenzó esta aventura. Primero se logró reunir a todos los excompañeros en un grupo de WhatsApp; lo segundo fue formar una comisión organizadora representativa de la clase.

Esta comisión --integrada por Borja Enríquez Luque, Miguel Ángel Muñoz Camacho, Raúl Menor Serradilla, Daniel López Hucha, Raúl Martín Murga y Rafael Morro Rascón--sostuvo varias reuniones de trabajo con la dirección del Centro, liderada por Rosario Rosety (subdirectora) y Mauricio Martínez (director gerente), hasta conseguir cerrar la fecha del esperado encuentro, realizado el pasado 5 de abril de 2025.
Para facilitar el recorrido, se diseñó además un díptico con el programa del evento, que acompañó cada momento del reencuentro. Durante todo el día estuvo presente el fotógrafo portuense Antonio Ceballos, cuyo lente capturó de manera inigualable cada emoción y detalle de esta cita inolvidable.

La jornada arrancó en la iglesia, donde se celebró una emotiva eucaristía cargada de sentimientos y gratitud. Durante el rito se rindió un sentido homenaje a nuestro querido Alfonso Peralta, el único compañero que ya no está, cuyo retrato estuvo presente mientras su hermana Isabel, con cada abrazo y lágrima, acompañaba el recordatorio de su ausencia. Alfonso estuvo presente, en espíritu y en imagen, durante todo el día.

En la entrada --la misma que recorríamos en nuestra infancia-- se desataron los primeros abrazos y recordatorios de aquellos días. Tras una cálida acogida por parte de la dirección del centro, se inició la visita al museo de Ciencias, de la mano de la señorita Isabel López, que nos llevó a recorrer los pasillos que nos vieron crecer.
El punto álgido del reencuentro se vivió en nuestra antigua aula de Octavo EGB. Allí, en un silencio cargado de nostalgia, los actuales alumnos dejaron mensajes en la pizarra y cartas personalizadas; mientras, de fondo, sonaba Un Perrito que huyó. La señorita Mari Tere, quien nos enseñó a “abrir los oídos para aprender” en primero y segundo, y Telesforo, con su regla mágica voladora que marcó el compás en tercero, cuarto y quinto, evocaron con humor y ternura la esencia de aquellos años.

El ambiente se impregnó de recuerdos, y en un instante cargado de emoción, la puerta se abrió para dar paso a Manuel Sierra, nuestro entrañable profesor de la última etapa. Su entrada cojeante fue recibida con un estruendoso aplauso, y sentado en el mismo pupitre de antaño, comenzó a pasar lista, invitando a cada uno a relatar las huellas de sus trayectorias. Cada testimonio --desde la historia de quien se convirtió en abuelo hasta el relato de logros inesperados-- se transformó en un vibrante recordatorio de la inquebrantable conexión forjada en aquellas aulas.
La jornada continuó recorriendo patios y campos, verdaderos escenarios de recreos y aventuras. Se rememoraron aquellos momentos en que los encuentros fortuitos, los partidos de baloncesto y fútbol, e incluso un inesperado encierro en el patio --cuando, en medio de una travesura, quedamos temporalmente atrapados tras una puerta cerrada sin darnos cuenta-- nos arrancaron carcajadas y renovaron viejos lazos.

La despedida oficial tuvo lugar en el Salón de Actos, donde se conmemoraron los lazos inquebrantables de la época. Durante este episodio se llevó a cabo la entrega de botellas conmemorativas que, lejos de ser cualquier detalle, se convirtieron en un guiño a nuestros orígenes: el vino detalle era Coquinero Osborne y se brindó con Fino Quinta, en un gesto cargado de simbolismo. Los discursos y agradecimientos --algunos de los cuales quedan abiertos para futuras aportaciones-- se entrelazaron en un emotivo relato, sellado con la tradicional foto grupal en el emblemático patio de arcos.

El reencuentro culminó con el almuerzo, celebrado en la Subasta del Muelle, ubicada en la calle Luna y propiedad de nuestro querido Raúl Menor, integrante de la clase. Allí, entre platos, risas y conversaciones, se cerró con broche de oro un día que no solo revivió memorias, sino que reafirmó la esencia de lo que realmente importa: el valor de la amistad, la conexión con nuestras raíces y la influencia de esos primeros años en nuestra vida.
Este reencuentro no fue solo una fiesta de recuerdos; fue una oportunidad para tomar conciencia de lo que verdaderamente enriquece la existencia. Al volver a sentarnos en nuestros pupitres, entendimos que los primeros años de un niño son sagrados: ahí se gesta la autoestima, la mirada hacia el otro, el sentido del deber y la posibilidad de soñar.
En esos pasillos aprendimos que cada historia cuenta, que la vida no es una competición de logros, sino una suma de trayectorias diversas, todas valiosas. Que el esfuerzo académico importa, pero también la bondad, el respeto y la camaradería. Que los profesores no solo enseñan asignaturas: siembran valores, marcan destinos y, en colegios como el nuestro --con alma jesuita-- forman ciudadanos con conciencia y compasión.
Hoy más que nunca, entendemos que reconciliarse con la propia infancia no solo sana heridas, sino que dignifica el presente. Ojalá esta experiencia sirva para recordar a todos que ningún encuentro con quienes fuimos es inútil, y que toda escuela debería aspirar a dejar una huella que trascienda lo académico. Porque al final, lo que sobrevive no es el boletín de notas, sino el eco de una clase inolvidable.
Gracias a los Jesuitas por haberlo hecho posible.
Mi felicitación y enhorabuena por el encuentro que habéis tenido, y que sería bueno repetir cada año. Es un auténtico placer y alegría reencontrarse con antiguos compañeros.
Desde Barcelona os envío un cordial saludo
Preciosos recuerdos de una infancia y juventud vividas con cariño y una siembra fructífera que nos ha llevado a ser personas de orden y valores que nos acompañan en el día a día . Gracias a nuestros profesores que nos enseñaron representados en nuestro insigne D.Manuel Sierra al que tanto le debemos y nunca olvidaremos