
| Texto: Juan José López Amador y Enrique Pérez Fernández
Vamos a tratar de un documento histórico excepcional, una joya que durante siglos ha dormido el sueño de los justos. Es conocido, por publicado, pero creemos que su contenido –-mal interpretado-– no se ha enmarcado correctamente ni espacial ni cronológicamente.
Pese a su brevedad, por su trascendencia debería ser considerado uno de los tres o cuatro documentos más destacados de la Historia de El Puerto, a la altura del Libro del Repartimiento (1268), la Carta–Puebla (1281), que es el documento fundacional de la ciudad que hoy habitamos, o el decreto de 1729 por el que la ciudad se incorporó a la Corona.
El documento es de mediados del siglo XII, y viene a ser, entreverado por la leyenda, otra ‘carta fundacional’: la del Portus Gaditanus. El texto se vertió al castellano por primera vez en el siglo XIV. Fue “resucitado” por Martínez Montávez en 1974 y por Juan Abellán en 2005.
Su autor es Muhammad al-Zuhri, a quien se tiene por natural de Almería y por fallecido entre los años 1154–1161. La obra donde recoge el texto, Libro de Geografía. Sobre ella y su autor, Rachel Arié escribió: “Muchos de los datos contenidos en la obra fueron recogidos por el propio al-Zuhri, ya fuera de visu o de boca de algunos informadores. El autor visitó personalmente diversas regiones de al-Andalus y contempló la estatua de la cumbre del faro de Cádiz.” Conociéndose que cuando al-Zuhri visitó Cádiz el faro ya había sido derribado --en 1145--, su presencia es posterior: entre 1146–1154/61.

En un pasaje del Libro decía: “Al este de Cádiz se halla el gran río, llamado Guadalete [wadi Lakka], cuya agua se utiliza para beber y para lavar. Según cuentan los cristianos en sus crónicas, había sobre él un puente de treinta arcos. Dicho río desemboca en el Océano a través de una boca llamada Sancti Petri [en el original, Sant Batar]”. Sant Batar... Volveremos a este nombre.
También el geógrafo andalusí recogió, a modo de leyenda, la existencia de la conducción de agua que desde la Sierra de Cádiz --desde El Tempul--, en un recorrido de más de 75 kilómetros, suministró de agua a Cádiz, a la Gades romana, colosal obra --constatada arqueológicamente-- que habitualmente se atribuye a Balbo el Menor, el fundador del Portus Gaditanus hacia el año 19 a.C. Decía al-Zuhri: “El rey de Cádiz era un godo llamado Sanb.tarin [en edición de Martínez Montávez, Sanbitirín] que fue el que trajo el agua desde la serranía de Ronda hasta Cádiz. La hizo pasar por Sancti Petri, por esta montaña y por los arcos del acueducto hasta el alcázar gaditano, hasta las famosas cisternas cubiertas.” (en Puerta de Tierra)

El faro de Cádiz existió, incluida la gran estatua que lo coronaba. La gran obra hidráulica del acueducto, el mayor de los construidos en Hispania, también. Y del mismo modo creemos cierta otra historia que nos legó al-Zuhri, en la que refiere, envuelta en un halo de leyenda, otra obra, escrita en dos versiones. Dice el primer texto:
“Volvamos ahora a hablar de Cádiz y de cómo fue arrasada: en ella estaba la ‘casa de los Atunes’, a la orilla de la gran cisterna, con una puerta por la que entraba un brazo de río. Tenía un encantamiento que atraía a los atunes durante el mes de mayo. Pero la mujer del rey Sant Batar [San Pedro] dijo a su marido:
“Si abrieras una puerta en la base de este monte, le entrarían al río, desde el mar, dos brazos; nuestro río seria aún mayor y se meterían en él los peces y atunes del mar”. Él le respondió: “No lo haré porque no quiero que nuestro país quede separado”. Ella entonces lo abandonó durante unos días hasta que le dio permiso para hacerlo. Ella mandó entonces a técnicos y operarios que abrieran la entrada por donde ahora entran los barcos y los cárabos [pequeños barcos de vela y remo musulmanes] entre Rota y Cádiz; pero cuando entraron las aguas y se juntaron con el río llamado Guadalete, crecieron hasta casi cubrir el puente, desbordándose por la ciudad de Cádiz y sumergiéndola. Por esto quedó una isla pequeña. En este río, llamado Guadalete, tuvo lugar el encuentro entre los musulmanes de Tariq y las tropas de Rodrigo (Ludriq), rey de los cristianos.”
La otra versión de la leyenda aún es más farragosa en su exposición (o traducción). Justo antes de ella, escribe: “Y de esta ciudad [Cádiz] era Rey un hombre de los alicotes, y otros dicen de los alcosares, llamado Sobratim. Y este rey trajo el agua del monte de Tarasena a la ciudad de Cádiz a una pila muy grande que estaba en el alcázar.” Al-Zuhri, sin saberlo, está nombrando a Balbo el Menor, de ser éste, como la mayor parte de los historiadores sostienen, el promotor del acueducto de El Tempul a Gades. En cualquier caso, probablemente también sin conocerlo, está datando la obra a fines del siglo I a.C., cuando se construiría la obra hidráulica. Y también el Portus Gaditanus. Ese rey Sobratim --de oscuro y cambiante nombre-- es quien protagoniza, junto a su esposa, esta segunda versión de la leyenda (cuya ortografía actualizamos para su mejor comprensión):
“Y diremos ahora de qué manera se yermó [deshabitó] la ciudad de Cádiz. En ella había una casa que la llamaban de los atunes y era a la orilla del dicho río [Guadalete]. Y tenía una gran puerta que entraba por ella un pedazo del río. Y la mujer del dicho Rey [Sobratim] dijo a su marido: Si pudiésemos hacer una puerta en el cimiento de este monte iba a entrarnos una rama de la mar. E iba a hacerse este nuestro río mucho mayor. Y entrarán muchos más atunes de los que entran. Y el Rey dijo que no lo quería hacer, que sería ocasión para que se sumergiese la ciudad. Y ella se volvió a quejar sobre ello hasta que le dio licencia para ello. Y ella hizo venir muchos maestros e hizo cavar en el monte una gran cava por donde entrase el agua. Y creció tanto el agua hasta que el puente se cubrió todo de agua. Y rebasó el agua toda la ciudad de Cádiz hasta que se cubrió toda la ciudad de agua. Y no fincó ende [no quedó allí] salvo una isleta pequeña que está toda cercada de la mar en derredor. Y es ahora toda la ciudad de Cádiz toda hecha mar [...] Y la llaman la mar de Cádiz. Y el puente se desbarató todo y fincaron [hincaron] algunos pilares en la mar. Y sobre este río es otra ciudad llamada Xadona [Sidonia, Doña Blanca]. Y ahora está yerma.”
Aparentemente, la oscura leyenda narrada transcurre en Cádiz, pero sólo como telón de fondo. La obra se realiza en la costa de enfrente. En nuestra lectura, el texto refiere los trabajos que se realizaron previos a la fundación del Portus Gaditanus, para lo cual tuvo que abrirse un canal o ría donde establecer el puerto. En otras palabras, que la actual desembocadura del Guadalete, el tramo recto que pasa frontero a la ciudad, es un curso fluvial artificial, excavado en la flecha litoral del Coto de la Isleta (ya existente hace 4800 años) y abierto a fines del siglo I a.C. Los estudios geológicos realizados así lo confirman.

A continuación, desglosamos y analizamos ambos textos de la leyenda que al-Zuhri recogería de la tradición oral en Cádiz. En nuestra lectura, al-Zuhri recoge en ambas versiones del texto dos leyendas distintas, haciéndolas pasar por una; las funde y las confunde. Encabeza el pasaje haciéndose eco de cuando Cádiz, en un tiempo impreciso, fue arrasado por las aguas y se despobló, se yermó.
Al final, tras exponer la causa que provocó la inundación --la subida del nivel de las aguas de dos bocas del Guadalete-- incide en que la ciudad quedó sumergida, permaneciendo en superficie una isla pequeña. Aquí está el origen historiográfico del mito del Cádiz hundido que, tras al-Zuhri, rescató el cronista de Felipe II Ambrosio de Morales en 1575 y siguieron algunos historiadores gaditanos como Pedro de Abreu en 1596 o Suárez de Salazar en 1610. Hasta nuestros días ha llegado el mito. El resto del breve relato de al-Zuhri cuenta otra historia, una leyenda referida a la ejecución de una obra hidráulica en la tierra frontera a Gades.

Dice que en Cádiz “estaba la ‘casa de los Atunes’, a la orilla de la gran cisterna, con una puerta por la que entraba un brazo de río.” Y en la otra versión: “había una casa que la llamaban de los atunes y era a la orilla del dicho río [Guadalete]. Y tenía una gran puerta que entraba por ella un pedazo del río.” La mención a la ‘casa de los Atunes’ (dar al–Tunn) es confusa y complicado discernir con certeza a qué se refiere. En cualquier caso, ubica el topónimo a orilla del Guadalete y, en la otra versión, a orilla de la gran cisterna. Hoy por hoy, se desconoce la existencia de factorías de salazones en El Puerto de época romana. Sí existieron, en un total de 26 pequeños núcleos detectados, en época prerromana --siglos V al III a.C.--, distribuidos a lo largo de la costa portuense, hasta el Salado de Rota.

Un tsunami hacia el 209 a.C.
Las factorías habían desaparecido a la llegada de los romanos a Gades en 206 a.C., radical cambio económico que es probable que pueda ponerse en relación con los efectos devastadores que causaría en la bahía el tsunami que se conoce se produjo hacia el año 209 a.C., que probablemente también motivó el definitivo abandono de la población del Castillo de Doña Blanca (y tal vez el nacimiento del mito del Cádiz hundido). Tras la caída del Imperio romano, la producción de salazones de pescado se retomó con cierta pujanza entre los siglos IV al VI d.C. en El Puerto, según demuestran las excavaciones arqueológicas realizadas en el casco histórico. De cualquier manera, digamos que al–Zuhri nombraría con la ‘casa de los Atunes’ ubicada junto al Guadalete el frente de la costa norte frontera a Cádiz, de larga tradición en la pesca y elaboración de la salazón del pescado; hasta 1957, cuando desapareció la última almadraba, la de Arroyo Hondo, en Rota.

Se emplazaba la casa de los Atunes, decía el geógrafo andalusí, “a la orilla de la gran cisterna, con una puerta por la que entraba un brazo de río.” En nuestra interpretación este río era el Guadalete romano en su antigua desembocadura por las inmediaciones de Las Aletas de Puerto Real (hoy San Pedro). Y la ‘gran cisterna’, el agua acumulada en lagunas, tal vez con intervención antrópica, y circulando entre la marisma por numerosos caños que existieron en el entorno de la desembocadura del río, en la flecha litoral del Coto de la Isleta-Valdelagrana y las marismas, formando un paisaje deltaico, al modo que lo representó Pedro Texeira en 1634.

Sant Batar-San Pedro
Y continuaba al-Zuhri diciendo que “la mujer del rey Sant Batar [San Pedro, el nombre con que se conoció al principal emisario del Guadalete o Salado de Puerto Real] dijo a su marido: “Si abrieras una puerta en la base de este monte, le entrarían al río, desde el mar, dos brazos; nuestro río seria aún mayor y se meterían en él los peces y atunes del mar.” Ese segundo brazo es el que creemos que es hoy la desembocadura del Guadalete. El monte, bien el cerro de La Belleza (cota de 42 m) a cuyo pie se asienta El Puerto o la Sierra de San Cristóbal. El amplio campo visual abarca ambos enclaves. De referirse a San Cristóbal, hay que recordar que Pomponio Mela, hacia el 43 d.C., al situar el Portus Gaditanus en la bahía de Cádiz, lo hace ubicándolo en relación al “bosque sagrado, que llaman del Acebuche”, que no puede ser sino San Cristóbal. Aún hoy, si nos situamos en Cádiz, el punto de referencia hacia El Puerto y la boca del Guadalete es la Sierra, que queda, en lontananza, inmediatamente detrás. Es la misma referencia, al pie de la Sierra, que toma al–Zuhri al concluir una de las versiones: “Y sobre este río es otra ciudad llamada Xadona [Sidonia = Sidueña = Castillo de Doña Blanca]. Y ahora está yerma.” Como Cádiz en la primera parte de la leyenda. El rey San Pedro le respondió a su esposa: “No lo haré porque no quiero que nuestro país quede separado.” En otras palabras: Si se abriese esa segunda boca del río, ¿cómo cruzar a la otra orilla? (donde se levanta El Puerto). Respondemos: construyendo un puente en seco, bajo las arenas del Manto Eólico Litoral.

Se enojó la mujer. Pero al paso de unos días el rey San Pedro le dio permiso para que la obra se realizara. (Sin comentarios.) Tras lo cual, “Ella mandó entonces a técnicos y operarios que abrieran la entrada por donde ahora entran los barcos y los cárabos entre Rota y Cádiz”. En la otra versión: “hizo venir muchos maestros e hizo cavar en el monte una gran cava [hoyo]”. Aquí está, en nuestra lectura, la apertura de la actual desembocadura del Guadalete, excavada en las arenas de la flecha litoral del Coto de la Isleta-Valdelagrana, obra que se realizaría a fines del siglo I a.C. a iniciativa de Balbo el Menor con el fin de habilitar un puerto dedicado a la exportación a los principales puertos del Mediterráneo de los productos de las tierras fronteras a Gades: el Portus Gaditanus.

Y concluye al–Zuhri: “pero cuando entraron las aguas y se juntaron con el río llamado Guadalete crecieron hasta casi cubrir el puente”. Ya están abiertas y comunicadas las dos bocas del río, pasando la de la actual desembocadura a espalda de la barra de La Isleta, abriéndose en la marisma por caños unidos entre sí. Y el puente, construido, con la inusual ventaja que pudo levantarse en seco antes de abrirse el Canal de Balbo. Es el puente del paso de la Vía Augusta; el puente sobre el que al-Zuhri, en otro pasaje de su Libro decía que “según cuentan los cristianos en sus crónicas, había sobre él [el wadi Lakka = Guadalete = Sant Batar = San Pedro] un puente de treinta arcos.” Un puente singular y extraordinario por construirse en la misma desembocadura de un río. Este doble hecho de levantarse en seco y su ubicación le confiere al portuense unas características inéditas y sin par en la ingeniería de los puentes. Esta es nuestra lectura e interpretación de la misteriosa y espléndida leyenda que nos legó al-Zuhri. Interpretación, por supuesto, que queda abierta a cualquier otra que el lector plantee.