| Texto: Verbigracia García L.
La tauromaquia, con su rica historia y su profunda conexión emocional, ha sido testigo de innumerables figuras que han dejado una huella imborrable. Entre ellas, destaca Gregorio Cruz Vélez, nacido el 24 de febrero de 1954, un hombre de plata que supo convertir su pasión por el toreo en una carrera de excelencia y entrega absoluta.
Formado en la escuela taurina "Pedrucho" de Barcelona, Cruz Vélez forjó sus primeras suertes con la misma dedicación que caracteriza a los más grandes. De novillero pasó a desempeñarse como banderillero, haciendo su debut en 1979. Desde entonces, su capote y sus banderillas se convirtieron en pinceles con los que trazaba obras de arte en los ruedos más exigentes.
A lo largo de su trayectoria, formó parte de las cuadrillas de auténticos colosos del toreo como Emilio Oliva, Paco Ojeda, José María Manzanares, Emilio Muñoz, Finito de Córdoba y Francisco Rivera “Paquirri”. Fue junto a este último que vivió una de las jornadas más trágicas de la tauromaquia, el fatídico 26 de septiembre de 1984 en Pozoblanco, un día que marcó para siempre la memoria de todos los aficionados.
La tauromaquia es un arte de luces y sombras, y Cruz Vélez brilló en las plazas más emblemáticas del circuito: Madrid, Sevilla, Pamplona, Zaragoza y también en el exigente público francés. Cada tarde, su entrega con el capote y su precisión en las banderillas arrancaban ovaciones y, en más de una ocasión, lágrimas de admiración.
Sin embargo, como todo torero, el tiempo y el cuerpo le marcaron un alto. En la feria de San Isidro de 2003, ofreció una actuación memorable que, aunque colmada de aplausos, marcó el final de su carrera debido a problemas cervicales. Aquella tarde en Las Ventas quedó como un epílogo digno de un torero que siempre supo honrar el ruedo.
Hoy, la Plazuela Gregorio Cruz Vélez se erige como un homenaje a un hombre que dedicó su vida a la tauromaquia. Su legado, construido con valor, profesionalidad y un amor infinito por su oficio, sigue siendo ejemplo para las nuevas generaciones.
Cruz Vélez no solo fue un torero; fue un artista, un luchador y, sobre todo, un hombre que supo darle sentido a la frase: "El toreo es grande porque grande es el corazón de quienes lo viven". Un orgullo eterno para El Puerto de Santa María y un nombre que quedará grabado con letras de oro en la historia de la tauromaquia.