| Texto: Manuel Cruz Vélez | Fotos: Archivo Municipal.
…Y en el camino nos encontraremos. La de veces que lo hemos oído, pero no todo el mundo ha podido verlos día sí y el otro también. No había mañana o tarde, de entrada o salida al cole que no te cruzaras con una ristra de burros por la calle Santa Lucía. El arriero con su gorra o boina encasquetá y con el cigarro liáoen la mano, vara en la sobaquera, iba abriendo la marcha, era como si fuera una “Cruz de Guía” de una procesión silenciosa y cansina que, aunque cumpliera con su cometido, eran explotados.
Iban bien ataviados y con sus cerones vacíos a la ida, cargados de arena de la playa de la Puntilla a la vuelta, resoplando, cruzándose con otros “borricos” por las aceras que eran más burros que ellos. Porque los burros no son borricos, dicen que son muy listos, solo son asnos.
No eran pequeños ni peludos, tampoco blandos como para decir que eran de algodón, y sus ojos tampoco era espejos de azabache duros cual dos escarabajos de cristal negro, no eran Platero, no. Eran de la calería de Jesús Cautivo.
Por eso se les veían en línea de a uno por las calles Larga, Ganado, Vicario, Santa Lucía, Palacios, Camino de los Enamorados, ... enfilando a su destino, tristes y sudorosos, por delante y por detrás. Y menos mal que eran muchos, lo dice el dicho: “arriero de una bestia, no gana lo que le cuesta”.
Ya ha llovido, mas de 40 años, desde que dejé de ver los burros cargados con sus serones de arena desde la playa de la Puntilla, por la calle Comedias, hasta la calería o las obras, que de esto no tenía yo entonces, ni ahora , buena información.
Frente a mi casa había una gran parcela baldía, hoy llena de chalets, donde "Miguelito el de los burros" anclaba a los suyos para que descansaran de la dura faena de acarrear arena y pacieran hierba fresca que allí abundaba. Y para que mi madre, siempre atenta a todos, les sacara varios cubos de agua fresca para saciar la sed de los borricos.
A cambio de estas atenciones, los burros depositaban sus cacas en tan extensa parcela, lo que contribuía a que siguiera creciendo fresca hierba para poder seguir pastando allí.
Y mi madre, gran conocedora del ciclo ecológico, nos hacía pasar a la parcela de los burros, pertrechados de cubo y palaustre para recoger cagajones frescos, que ella con gran maestría mezclaba con tierra para abonar el pequeño y precioso jardín del que siempre presumió.
Con estas letras, mi recuerdo a Miguelito, a sus burros y como no, a mi madre,