| Texto: Manuel Cruz Vélez | Fotos: Archivo Municipal.
…Y en el camino nos encontraremos. La de veces que lo hemos oído, pero no todo el mundo ha podido verlos día sí y el otro también. No había mañana o tarde, de entrada o salida al cole que no te cruzaras con una ristra de burros por la calle Santa Lucía. El arriero con su gorra o boina encasquetá y con el cigarro liáoen la mano, vara en la sobaquera, iba abriendo la marcha, era como si fuera una “Cruz de Guía” de una procesión silenciosa y cansina que, aunque cumpliera con su cometido, eran explotados.
Iban bien ataviados y con sus cerones vacíos a la ida, cargados de arena de la playa de la Puntilla a la vuelta, resoplando, cruzándose con otros “borricos” por las aceras que eran más burros que ellos. Porque los burros no son borricos, dicen que son muy listos, solo son asnos.
No eran pequeños ni peludos, tampoco blandos como para decir que eran de algodón, y sus ojos tampoco era espejos de azabache duros cual dos escarabajos de cristal negro, no eran Platero, no. Eran de la calería de Jesús Cautivo.
Por eso se les veían en línea de a uno por las calles Larga, Ganado, Vicario, Santa Lucía, Palacios, Camino de los Enamorados, ... enfilando a su destino, tristes y sudorosos, por delante y por detrás. Y menos mal que eran muchos, lo dice el dicho: “arriero de una bestia, no gana lo que le cuesta”.