| Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz. [*]
El concepto de alumbrado público es relativamente moderno ya que antes de 1800, salvo las antorchas impregnadas de resina, protegidas por un fanal metálico, que se colocaban en las fachadas de algunos edificios públicos a la que sustituyeron faroles acristalados con gruesas velas de sebo, de mínima potencia lumínica, durante la primera mitad del siglo XIX, nada más había. Al menos en esta Ciudad solamente existían, espaciados en las principales calles del casco urbano, faroles de aceite, atendidos por un empleado -el farolero- que encendía y apagaba manualmente cada uno de ellos de acuerdo con un horario establecido según la época del año.
En 1829 en París ya utilizaban el gas de hulla, al que denominaron con el nombre de su descubridor: Lebón, para el alumbrado público. A El Puerto llegaría cuatro décadas después esta innovación tecnológica, al construirse en 1870 una fábrica de gas en el extrarradio de la ciudad, monopolizando durante un cuarto de siglo el alumbrado público de la población.
José Ramón Barros Caneda, en su obra “El Puerto de Santa María. La ciudad renovada”, editada en 2001, reseña así este momento: “Hasta 1870 no se inició la construcción de la fábrica de gas para el suministro del alumbrado de la ciudad. Esta fecha resulta bastante tardía, habida cuenta que en otros núcleos urbanos del entorno próximo o del resto del país se habían construido con bastante antelación. Así, por ejemplo, en Cádiz, la primera fábrica se construyó en 1842, en Sevilla se constituyó una sociedad para la explotación de una fábrica de gas en 1846, mientras que en Burgos se hizo en 1859. La ubicación, dadas las características de peligrosidad de la industria, se estableció en las afueras del casco urbano, en el llamado Campo de Guía, más allá del tejido fabril creado en esta zona por la industria bodeguera y en la prolongación de las calles Aurora y Sol, formando una manzana exenta, en un área aún sin urbanizar”.
Los antecedentes de la misma se remontan a 1866, concretamente al día 15 de mayo de ese año. En el punto 9º de la sesión ordinaria de la Corporación que presidía Francisco de Paula Vergara se trató una propuesta del alcalde: establecer el alumbrado público por gas canalizado en la ciudad, instruyéndose, después de aprobarse por unanimidad, el correspondiente expediente, emitiéndose un edicto anunciando la recepción de propuestas durante los 3 días siguientes a su publicación en la Gaceta de Madrid, hecho que tuvo lugar 28 de julio de ese año. Ninguna oferta surgió en esta primera tentativa.
Visita de la Reina
Desde que la Reina visitara la ciudad, en 1862, acompañada de un nutrido séquito, las autoridades locales eran conscientes de lo deficiente del alumbrado público, puesto de manifiesto cuando al anochecer la caravana real partió hacia Jerez desde el Palacio del Marqués de Villarreal de Purullena, en calle Cruces, donde descansó unas horas y hubo una recepción oficial, besamanos incluido. A pesar de que cruzaron las vías más céntricas hasta salir al Camino Real, paralelo al Monasterio de la Victoria, y por tanto, las más iluminadas, debieron solicitar la colaboración de los vecinos y comercios para que el gentío que salió a presenciar el acontecimiento pudiera distinguir a los desfilantes. Dada la complejidad del proyecto, hasta entonces nadie había podido o querido coger “el toro por los cuernos”.
En enero del año siguiente, 1867, el concejal José Luis Gay en escrito remitido a la Alcaldía anunciaba haber realizado gestiones al respecto con una empresa denominada “Puiggener y Cia.”, trasladando el pliego de condiciones que ofertaba la misma. Para decidir al respecto se formó una comisión integrada por el alcalde Vergara y los concejales Gay, Toro y Puente que emitió informes favorables, aprobándose en la sesión del 22 de febrero de 1867. Sin embargo, el gozo municipal cayó en un pozo, al denegar el negociado de Construcciones Civiles, dependiente de Fomento la obligada autorización de S. M., exigiendo se adaptase el pliego de condiciones a los proyectos ya terminados de canalización de gas de Barcelona o Sevilla.
Petróleo por aceite
Transcurrió 1867 sin avanzar en el proyecto. El día 3 de diciembre un vecino de esta ciudad llamado Rafael Atané se ofrece para sustituir el aceite de oliva por aceite de petróleo “que proporciona una luz mucho mayor y más clara” siendo su intención, según indicaba, “tratar de mejorar el alumbrado, evitando estén tan tristes las farolas, pues a ciertas horas de la noche no se puede pasar por algunas calles que están enteramente a obscuras.” El dictamen de la comisión de hacienda municipal fue favorable, firmando ambas partes el contrato el 1 de julio de 1868. Así pues, un cierto progreso –cambiar el novísimo petróleo por el arcaico aceite-tuvo lugar escasas fechas antes de la Revolución que destronó a Isabel II.
Paralelamente a esta mejora, que no solucionaba al nivel deseado el alumbrado público, el alcalde constitucional de ese momento, Juan de Mata Sancho convocó una nueva subasta para adjudicar el alumbrado público a la que se presentó Alfonso Carlos Beghin, Ingeniero director de la fábrica de gas de Cádiz, que suscribía y aceptaba las condiciones del concurso, ofertando facturar el servicio por 0,135 escudos/m3 de gas. El remate fue aprobado por S. M. la Reina, (a la que sólo le quedaban meses en el trono) y, en consecuencia, se le otorgó la concesión, formalizándose el contrato en la notaría de José María Palou el 15 de julio del año citado, debiendo ingresar en la Depositaría que regentaba el padre del historiador Hipólito Sancho, de igual nombre, la cantidad de 60.000 reales (6.000 escudos) como fianza o garantía.
Condiciones del contrato de gas para alumbrado público
Las condiciones que destacaríamos del contrato para fabricar y vender gas canalizado suscrita con Beghin fueron: 40 años de duración de la concesión; 300 farolas como mínimo, instaladas en un plazo de un año, que deberían arder 200 horas anuales al menos cada una de ellas, las cuales se instalarían en los puntos designados por el ayuntamiento, distanciadas 40 metros unas de otras. El ayuntamiento, asimismo, fijaría los horarios de encendido y apagado, siendo de cuenta de la parte contratada la reparación de averías y daños y el mantenimiento en buen uso de las instalaciones, salvo “casos excepcionales como fuegos, tumultos o conmoción popular.” El ayuntamiento facilitaría terrenos para establecer la fábrica de gas con sus dependencias alejada al menos cien metros de la población en paraje no edificado, otorgando un plazo de 6 meses para su construcción y normas que garantizaran una prevención primaria de posibles accidentes. Se utilizarían candelabros en los paseos y calles anchas y, en las restantes, pescantes adosados a la pared, con farolas acristaladas en todos los casos, que debían numerarse, instalándose un contador por cada 50 farolas.
El gas suministrado
Especial atención se prestaba a las características técnicas del gas suministrado: “El gas será lo más puro posible y dará la llama blanca y brillante, sin producir humo ni olor cuando se queme. Su poder luminoso será tal que un mechero o pibón que consuma 110 litros por hora a la presión ordinaria del alumbrado, dé una luz por lo menos igual a la que arroje una lámpara-cárcel que consuma en una hora 42 gramos de aceite de oliva, puro y filtrado, o la obtenida por siete bujías llamadas de la estrella” La presión exigida en todos los puntos de la tubería era de 15 mm. y estas deberían ser de hierro colado de la mayor calidad.
Primera modificación al proyecto
Una de las primeras peticiones de modificar las condiciones pactadas se produjo tempranamente, al solicitar en enero de 1869 el cambio de las tuberías de hierro fundido por otras denominadas “de chapa y betún”, alegando mayor seguridad, más duración y menos escape. En sesión del Ayuntamiento Popular del 18 de febrero de ese año, presidida por Manuel Valdeavellano, se denegó el cambio. Sin embargo, posteriormente volvió a solicitarse la sustitución de las tuberías de hierro colado por otras, de extendida implantación en otras ciudades, realizadas con planchas de hierro abetuminado en los empalmes, más resistentes a la humedad y por tanto a la oxidación, así como mayor seguridad para las fugas. Esta nueva proposición fue estudiada por la comisión creada al efecto que la componían los ediles Ángel Aramburu, José Luis Gay, Bernardo Mac Costello y Pedro A. Pacheco que prestó su conformidad, con la condición de que no se variasen los diámetros consensuados. De tal suerte que, al no encontrarse tubos de tales medidas, se realizó con los de hierro colado previstos.
Los concesionarios podían suministrar gas a particulares y facturarlo libremente con la única condición de que las paredes de establecimientos y casas aspirantes a este servicio no estuviesen a más de ocho metros del trazado de la tubería principal de suministro.
Escuela de Adultos San Casiano
Uno de los usuarios particulares pioneros en utilizar el gas para iluminación, sería la escuela de adultos de San Casiano. El presidente de la Junta Local de Instrucción, miembro también de la comisión municipal que se ocupaba de este asunto, Pedro Antonio Pacheco, solicitó para este centro diez puntos de luz: uno en el corredor bajo, otro en la meseta de la escalera, otro en el corredor alto, seis, distribuidos en tres aparatos en el aula y uno más sobre el entarimado o plataforma del profesorado.
Multas y sanciones
Se regulaba un sistema de multas o sanciones por faltas del servicio y se advertía que no podría incrementarse unilateralmente el precio convenido durante la duración del contrato. Igualmente se especificaba que, si durante el periodo de vigencia del mismo, se consiguieran mejoras en la fabricación del gas, tanto técnicas como económicas, deberían adaptarse a ellas las condiciones estipuladas. La cláusula nº 35 resultaría decisiva, transcurridas un par de décadas. Decía textualmente: “En el caso de descubrirse o inventarse un sistema diferente del alumbrado por gas, se reserva el Excmo. Ayuntamiento el derecho de adoptarlo sin otorgar para ello indemnización alguna a la empresa que tuviere a su cargo el alumbrado de este contrato, pero ello no podrá tener efecto sino al principio de cada quinquenio y tratándose de sistemas que lleven por lo menos tres años funcionando con reconocido buen éxito en alguna capital de provincia y, en tal caso, el concesionario ser preferido en igualdad de circunstancias.” Por último, se acordaba que la facturación del consumo se realizaría por meses vencidos.
Con la Revolución de 1868
El cambio de corporación motivado por la revolución militar en septiembre de ese año, dando paso a un nuevo ayuntamiento que se autodenominó “Popular” no paralizó este importante proyecto pues el 1 de octubre se celebró subasta pública de una manzana en el Campo de Guía que reunía las condiciones exigidas para construir la fábrica, parcela que fue rematada por el Sr. Maldoqui, apoderado de Beghin. El 12 de noviembre se le hizo entrega, oficialmente, del terreno, iniciándose la construcción del muro o tapial que protegería el amplio perímetro de casi seis mil metros cuadrados en mayo de 1869.
Los terrenos adquiridos para la instalación de la fábrica de gas ocupaban exactamente 5.894,59 m2. Era de forma rectangular, con 83,40 metros de largo en su fachada de calle Aurora y 70,73 m. de ancho. La parte posterior daba a la prolongación de calle Sol, actual Avda. de Menesteo , su costado derecho a la actual Avda. de la Constitución y el izquierdo a una calle nueva, hoy calle Vidrios.
Las obras de tan compleja instalación, ni que decir tiene que no llevaron el ritmo previsto y exigido. Incluso, durante su realización y la de instalación de la red de tuberías se produjeron varias incidencias y denuncias realizadas por el Maestro Mayor del ayuntamiento Ángel Pinto. La víspera de la Nochebuena de 1870, se despachaba con un crítico informe: “… he encontrado infinidad de defectos, unos que afectan particularmente al público y otros a los propietarios de las fincas particulares…” Realmente no hemos encontrado incidencias graves, sin que ello signifique que no las hubiese. Si hemos tenido conocimiento de un problema puntual, que se presentaba periódicamente, en el cruce de la calle Chanca con la Ribera, donde se obstruía la matrona debido a las tuberías.
Un año después aún no estaban finalizadas totalmente, pero antes, en marzo de 1870, se produjo un hecho importante: el cambio de titularidad de la empresa contratada. Con fecha 3 de marzo de 1870 un vecino de Madrid llamado Ignacio Sabater dirigió un escrito al ayuntamiento indicando ser representante en España de la Compañía Central de Alumbrado por Gas domiciliada en París bajo la razón social “Lebón, Padre, Hijo y Cia.” para informarles que había adquirido el servicio del gas rematado por el Beghín y, en consecuencia, sus derechos y obligaciones. Además de solicitar una entrevista pedía también una prórroga para poder terminar la construcción que, finalmente, concluyó ese verano.
Del autor antes citado Barros Caneda, y en la misma obra, encontramos una excelente referencia a la fábrica de gas: “Del inmueble proyectado, hoy desaparecido, solo se conoce su fachada. Esta presentaba tres pabellones, el central de doble altura que los laterales. Aquél mostraba tres calles articuladas con pilastras a modo de contrafuerte, una planta y un ático. Los otros dos de una sola planta cubierta a dos aguas. Todos iban abiertos en sus frentes por vanos adintelados, siendo dominados por la presencia de una chimenea, elemento esencial para la fábrica. De su disposición interior no se conoce nada. Sin embargo, es probable, que cada pabellón formase una nave, que correrían paralelas, situando en su interior los elementos habituales para este tipo de fábricas: sala de hornos, sala de purificación, almacenes, regulador, contador, etc… El proyecto, obra de un ingeniero apellidado Terrell, presenta una simbiosis de fórmulas que se funden con el propio funcionamiento del inmueble. Su presencia es muy semejante a la que Aníbal González realizó en Sevilla en 1912 para la Compañía Catalana de Gas y Electricidad.”
La canalización del gas por la ciudad
La canalización, siguiendo instrucciones municipales, se realizó formando un cinturón alrededor del casco urbano, con una extensión de 14.000 metros líneales de tuberías. Formaba un polígono que, partiendo de la actual Plaza de España o de la Iglesia, recorría Vicario, Cielo, Paseo de la Victoria, Ribera del Río, Vergel, Aurora, San Francisco la Nueva (Fernán Caballero) y Pagador. Desde este armazón externo se trazaban nuevos canales horizontales y verticales, formando una especie de parrilla, con lo que se cubrían las calles céntricas; Palma (parcialmente) Pozuelo (parcialmente), Santo Domingo, Palacio, Luna, Ganado (parcialmente), etc... hasta Espíritu Santo y, en el sentido contrario San Bartolomé, Nevería. Victoria y Larga. Inicialmente quedaron fuera del servicio de alumbrado por gas, vías tan importantes como Santa Lucia o Cruces y, prácticamente, todo el Barrio Alto. De momento estas calles seguirían alumbrándose con farolas de aceite de petróleo, menos luminoso y ecológico, como diríamos hoy. Para marcar los puntos exactos de colocación de las farolas se constituyó una comisión técnica formada por los ingenieros Beghin y Edmundo Terrell, por parte de la Compañía Lebón y Ángel Pinto, Maestro Mayor, Bernardo Costello y Pedro A. Pacheco, ediles, por el municipio. Se dirigieron primeramente a la calle Larga, señalando 56 puntos, distanciados 40 metros como anteriormente hemos citado y después a otras zonas, repitiendo la misma operación. En dos de ellas se instalaron similar número de farolas: 53 en las calles Aurora, Ribera, Vergel, Plazas de la Herrería, Pescadería y Camino de Urdax; 55 en las calles Cielo, Vicario, Plazas de los Jazmines y de la Iglesia (Pl. de la Constitución) y calle Pagador. El resto hasta 325, repartidas en el perímetro indicado del casco urbano.
Libro de Registro de Pruebas
Para controlar el buen cumplimiento de la normativa pactada y la calidad del servicio, el ayuntamiento realizaba diariamente pruebas en distintas zonas cuyo resultado se asentaba en un “Libro de Registro de Pruebas” en el que se anotaba la fecha, presión, calidad de la luz y las condiciones de purificación, vigilando de forma especial las posibles fugas y emanaciones de sulfhídrico, que se detectaban por su olor. Los comentarios sobre la calidad que hemos visto anotados señalaban: “Regular color y brillo” cuando eran deficiente, “Bien” si la llama era aceptable y “luz blanca y brillante” para definirla como optima.
Creemos que hemos tocado todos los aspectos referidos al alumbrado público por gas que, durante un cuarto de siglo, en el XIX, alumbró las calles de nuestra ciudad. En diciembre de 1894 se inauguró el alumbrado público eléctrico. Pero eso es otra historia.
[*] Asociación Cultural Puertoguía