| Texto: Manuel Cruz Vélez
Cuánta hambre quitó este lugar a tantos niños del Puerto. Era uno de esos lugares que resultaba santificado, pero que en vez de incienso se impregnaba por todos lo rincones de los olores de las berzas, de los cocidos y cómo no de aquellos potajes bien coloráos que, aunque no llevaran toda la pringá que uno quisiera, eran un lujo.
Como eran tiempos de apreturas, el comedor era para muchos una oportunidad para tener conversaciones silenciosas de tu a tu entre la cuchara y el plato. Despistar los crujíos del estómago y echar garbanzos, lentejas y habichuelas calentitas pá dentro.
Un lamparón era una condecoración, la huella de que aquellos caldos te resbalan por la barbilla y quedan fijados en el baby azul de ribetes blancos. Mientras las Merello, las Cuvillo, las Osborne, las Sánchez Cosió paseaban sonrientes y amables por el comedor en sus labores de caridad con los más desfavorecidos.
Era también el comedor lugar de celebraciones, punto de encuentro para conmemorar eventos puntuales, cómo no, el sagrario de la leche en polvo y del queso americano que ayudó a desarrollar nuestras lenguas, no con idiomas, sino intentando despegarlo del cielo de la boca.
Os dejo unas poquitas fotos del comedor, encontrándome en dos de ellas, celebración tras una entrega de premios y el día de la Comunión con mi otro yo.
Mi tío Manolo Cruz , siempre ha sabido escribir y las fotos me dan mucha nostalgia por mi abuela Milagros a la que perdimos muy pronto. Es bonita esta notula. Escripa manent.