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‘La Burra’. Los orígenes de la tienda que conocimos con dicho nombre #6.037

De Domingo Barreda a Norberto Sordo de la Borbolla

Fachada de La Burra, en 2009 | Foto: J.M.M.

| Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz.

Una de las cosas más curiosas que, como investigador, me han ocurrido en los casi 15 años en que me dediqué con cierta intensidad a ello, fue la que protagonizó una, para mí anónima solicitante, aunque tenía nombre y apellidos, que me hizo llegar un correo desde Irlanda donde me solicitaba le aportase información sobre un cántabro llamado Miguel Felices Camino, que tuvo un negocio en El Puerto de Santa María. Acepté el desafío de esta casi segura estudiante y posiblemente familiar y me puse a investigar. Comparto hoy con vosotros un fragmento del texto que le envié, totalmente inédito.

Conviviendo, si es aplicable este verbo, con los criadores de vino en estos mismos años que estamos refiriendo, estaban los fabricantes de licores y aguardientes que también exportaban sus productos a las colonias americanas que por aquel entonces quedaban.  Los datos más antiguos que figuran en mis fichas de investigador se remontan a 1841. Anteriormente, por los padrones municipales de 1836 conocemos que el Sr. Gay, que a la sazón tenía 30 años, era ya fabricante de licores, que estaba casado con Josefa Núñez, de Cádiz y que tenía una hija de corta edad, llamada Micaela. 

Destilería en la esquina de las calles Cielo y Ganado

En esa fecha anteriormente citada, 1841, estaban dados de alta o matriculados en el subsidio industrial y del comercio de El Puerto de Santa María como “Destiladores de Aguardiente y Licores” nueve empresarios. De ellos, el que ocupaba el primer lugar por su producción y volumen de negocios era el catalán José Canal, seguido de José Luis Gay, de ascendencia francesa, que se había independizado de su padre, Juan Gay, el cual también explotaba en esa fecha una pequeña destilería. La ubicación de esta fábrica de José Luis Gay se localiza en la “calle del Cielo, esquina a la del Ganado, número 108” según reza en una publicidad impresa en 1864 en la que además de informar haber sido premiados sus productos con la Medalla de Plata en la Exposición Provincial de 1860, afirmaba: “En este establecimiento, el más antiguo de España en su clase, siguen elaborándose los exquisitos licores que tanta aceptación tienen en todo el reino y en América.”

La calle Cielos se cruza con la calle Ganado. Al fondo a la izquierda, el Mercado, continuando con la calle Vicario | Foto: Google Maps

Esta casa, de las llamadas “esquinera” por tener su fachada a dos calles estaba situada frente al mercado público lo que le confería un plus más, si cabe, desde el punto de vista comercial. Tenía varias accesorias en las que estaban instaladas una zapatería y una taberna.  En realidad, definir como un solo inmueble esta casa palacio, de la que desgraciadamente solo queda el vestigio de su portada, no sería correcto puesto que el espacio que ocupaba la destilería y la taberna que era el ala derecha de la casa, posiblemente las cuadras y bodegas de la casa palacio adaptadas para esos fines, en donde se erigiría posteriormente una casa de tres plantas que sería la casa que identificamos modernamente con el nº 108 (106 antiguo y 104 actual).  

Domingo Barreda

La parte principal del edificio, cuyo propietario era Domingo Barreda, estaba dedicada a posada. En Cádiz tenía una sucursal, en calle Plocia nº 9, denominada “La Gaditana” en la que también se elaboraban anisados de todas las graduaciones y diversos licores, especialmente ginebra, de 2ª clase. En el ejercicio 1869-70 solicitó la baja en el epígrafe de fabricante de aguardiente. Su edad, 63 años, así lo recomendaba y también la actividad que en los últimos años venía desarrollando como regidor municipal, desempeñando el cargo de Teniente de Alcalde 3ª en el bienio 1865/66 nombrado por Isabel II y, en esas fechas, el de vicecónsul de la República Argentina.  Una década después lo hemos localizado, ya viudo, compartiendo domicilio y criada con un presbítero llamado Mariano del Toro, censado en la calle San Sebastián, muy cerca de la iglesia Mayor Prioral.

Juan de la Portilla

El continuador en la fabricación de licores sería el propietario de la taberna existente en el mismo edificio, un montañés de 44 años llamado Juan de la Portilla, miembro de un extenso clan familiar en el que los hermanos eran extractores, propietarios, tenderos o taberneros y licoristas como él. De hecho, aunque en 1861 la licencia de licorista estaba a nombre del mencionado Sr. Gay, todo parece indicar que ya desde esa fecha era él, Juan de la Portilla, ayudado por sus cinco dependientes de confianza, todos de la Montaña, los que llevaban adelante la licorería y la taberna.

Miguel Felices Camino

Uno de los sirvientes o dependientes de Juan de la Portilla, cuyo segundo apellido era Jareda, llamado Miguel Felices Camino,  estuvo casado en primeras nupcias con Manuela Jareda, pariente sin duda del primero, aunque no conozco en qué grado, del propietario de la taberna y licorería. Tampoco conocemos con precisión la fecha en que llegó Miguel Felices a El Puerto de Santa María. Aquí nos atrevemos a especular. Conocemos que casó en 1856, tal vez en la colegiata de Santa Juliana, en la “Villa de las Tres Mentiras” como es conocida Santillana del Mar (Santander) pues ni es santa, ni llana, ni tiene el mar a la vista. Esta ciudad  parece ser era la natal de Miguel Felices, trasladándose los esposos después de la boda a El Puerto, donde Juan de la Portilla Jareda, cuyo parentesco con la desposada no hemos podido determinar, ofrecía un buen empleo a su marido, aprovechando para realizar su luna de mil cruzando España de Norte a Sur.  Cuando Manuela Jareda quedó encinta volvió a sus lares para dar a luz junto a su familia, naciendo de ese matrimonio un hijo, sobre 1862 o 1863, bautizado como Alfredo en la parroquia de San Juan Bautista de Villapresente, una aldea de poco más de mil habitantes en la actualidad, integrada en el municipio de Reocín, situada entre Santillana del Mar y Torrelavega.  Después del nacimiento de Alfredo Felices Jareda la madre, bien a consecuencia del parto o por alguna enfermedad contraída poco tiempo después falleció. Un hombre joven, con poco más de treinta años, como era Miguel Felices, viudo y con un hijo bebé al que no podía atender, debió dejar al recién nacido al cuidado de su abuela o sus tías, retornando a su trabajo en El Puerto, ocupándose de enviar periódicamente dinero para su manutención y, con toda probabilidad, realizando alguna que otra visita cada cierto tiempo.

No tardaría mucho tiempo Miguel Felices en reunir una pequeña fortuna, pues cuando, en 1867, once años después de su primera boda, volvió a contraer matrimonio, en esta ocasión con una señora llamada Teresa Gutiérrez-Hoyos y Díaz, en… Vìllapresente (municipio de Rocín, Cantabria), de donde era ella. Suscribió un documento ante testigos en el que se especificaba que su nuevo cónyuge no aportaba dote alguna al matrimonio y él un capital consistente en fincas por valor de 14.600 reales, muebles valorados en 6.600  y 30.800 reales más, provenientes del sueldo y participación que tenía en la fábrica de licores de Don Juan de la Portilla, cantidades de las que le correspondía a su hijo Alfredo, por su legítima materna la cifra de 26.060 reales, de la que dispondría al cumplir la mayoría de edad. El documento, suscrito y rubricado por ambos cónyuges, está fechado el 30 de mayo de 1867.

Fachada de La Burra, fotografiada en 2009. | Foto: J.M.M.

Alfredo Felices, con cuatro años de edad, llegó a El Puerto de Santa María con su padre y la nueva esposa, viviendo con ellos en el piso principal de la casa de Cielo 108, que tenía cinco amplias habitaciones o estancias y el desahogo de una segunda planta, que por estas tierras se llama “mirador” utilizada para hacer la colada, dormitorio del servicio y trastero. En el bajo, que tenía una gran profundidad pues ocupaba una superficie cercana a los quinientos metros, estaba la tienda de vinos, con dos puertas de acceso y la fábrica de licores.

Tengo la impresión de que la nueva esposa en los primeros años de casado ayudaba a Miguel Felices en la tienda de bebidas, bien a cargo de la caja o de la cocina porque en los padrones no se indica “ama de casa” o “sus labores” sino “del comercio”. La casa, fábrica de licores y taberna seguían siendo propiedad de Juan de la Portilla en 1870, fecha en la que figura Miguel Felices como encargado de ambos negocios y con una participación mayor en ellos debido a que buena parte del sueldo, como era costumbre entre los montañeses, se pagaba con alojamiento y manutención así como participación en el fondo de capital de la empresa en cuestión. De hecho, toda la gestión estaba a cargo de Manuel Felices porque Juan de la Portilla, otra tradición mantenida como veremos más adelante, formaba parte del consistorio municipal, ocupando incluso la alcaldía, de la que cesó en 1879.  

La propiedad de la casa, industria y negocio, ya de Manuel Felices

Para esa fecha, en la década de los ochenta del siglo XIX, la casa, la industria y el negocio que contenía eran propiedad exclusiva de Miguel Felices. El matrimonio tenía en esa fecha, 1880, tres hijos: Laura, de diez años; Octavio, de cuatro y Matilde Felices Gutiérrez, de dos. Desgraciadamente, el varón, Octavio falleció poco tiempo después, en el verano de 1882, con sólo seis años de edad. El mayor, Alfredo, único hijo del primer matrimonio de Miguel Felices que contaba en esa fecha 17 años, estaba incorporado plenamente a las múltiples actividades laborales desarrollada por la familia  con la ayuda de otros dos montañeses, primos de Miguel Felices, ambos de Santillana, llamados Miguel y Martín Felices Ruiz que no estuvieron mucho tiempo, según reflejan los padrones de vecindario.

Reforma de la taberna tal y como la conocimos

Detrás del despacho de vinos de La Burra | Foto: Fito Carreto

Miguel Felices, una vez estabilizado comercial y económicamente, reforma la taberna, cuyo nombre comercial desconocemos y realiza obras de mejora y ampliación en la misma, transformándola en una de las mejores de la ciudad, con 14 compartimentos tipo camarote  separados por mamparas de madera unos de otros y puerta batiente que al cerrarse mantenía en completa intimidad el cubículo. Después de la Guerra Civil una orden gubernativa ordenó el desmontaje de  dichas puertas, que nunca más volvieron a su lugar original.

Los camarotes de La Burra, ya sin puertas | Foto: Fito Carreto

Como hemos ya indicado, su privilegiada situación urbana, muy próxima al mercado público, centro de reunión matinal de buena parte de la población y la discreción de sus “reservados”, amén del buen servicio que se prodigase, suponemos, convirtieron la tienda de vinos en una mina de oro, lo que le permitió ampliar su patrimonio, invirtiendo en bienes inmuebles, especialmente. Después,  hizo sus pinitos municipales, cómo no podía ser menos y parece ser toda una tradición entre estos laboriosos montañeses. Hemos localizado el siguiente comentario al respecto: “Debió ser Miguel un tipo espabilado y de buenas luces pues en 1883, cuando ya explotaba la tienda y la destilería era regidor del ayuntamiento, desempeñando una fecunda labor municipal.” (PÉREZ FERNÁNDEZ, Enrique. “Tabernas y Bares con solera) 

Otro aspecto de los camarotes | Foto: Fito Carreto

Compra de la finca de Cielo 106

Miguel Felices Camino culminó su cima empresarial, por definirlo de una manera gráfica, en 1879, al comprar a su antiguo patrón, Juan de la Portilla la casa de Cielo 108 en 16.000 pesetas, compraventa que se escrituró ante el notario local Esteban Paullada con fecha 30 de marzo del año antes citado. Así pues, en el verano de 1880, (año en el que se inaugura la actual Plaza de Toros) redactó su testamento, en el que nombraba por albacea a su esposa, a la que igualmente dejaba como tutora y curadora de sus menores hijos, adjudicándole el tercio de libre disposición, nombrando, como era obligado hacerlo, como herederos del remanente de sus bienes a sus cuatro hijos por iguales partes. Posteriormente, como ya hemos señalado, falleció uno de los cuatro hijos, en edad párvula. No nos consta modificase el testamento, ni tampoco que, años después, su viuda y madre del fallecido iniciara un expediente abintestato para proclamarse heredera de la legítima del fallecido, pero no lo podemos tampoco descartar aunque en la investigación no haya salido este hecho. 

La muerte de Felices, en plena efervescencia empresarial

La muerte le sorprendió cuando estaba en plena efervescencia de sus negocios. Conocemos que falleció el 23 de septiembre de 1885. Pocos meses después se realizó el reparto de bienes de su testamentaría, cuyo inventario resumimos seguidamente. Los inmuebles, además de la casa de Cielo 108 eran: una casa, enfrente de la anterior, en Cielo nº 97, que le servía de depósito y almacén. Esta casa, de tres pisos de altura, la adquirió en marzo de 1880 a los hermanos Teresa y Manuel Pico Lobo, en el precio de 12.000 pesetas; otra casa en la misma calle, con el número 32, de una sola planta, que adquirió a Joaquin Olivenza en 1885; otra casa en calle Larga nº 59, que había adquirido en el verano de 1884 para explotar su alquiler. En esta ocasión la compra la realizó a Juana Poggio Andrey, una familia de confiteros genoveses. y, finalmente, la última que adquirió, meses antes de fallecer, situada en la calle Palacio número 32. La fecha exacta de la compraventa fue el 4 de mayo de 1885, siendo la propietaria vendedora María del Carmen González de la Cotera y Malagamba.

También tenía una pequeña bodega en la calle de la Ternera, (calle Curva actual) que correspondía a la parte trasera de la casa de Larga. En este lugar y en la casa depósito tenía existencias de diversas clases de anisados, ginebras y licores surtidos embotellados. Manzanilla, vinos blancos, dulces, Valdepeñas y también vinagre, 168 arrobas de aguardiente y 40 botas de mosto.

En la fábrica, el alambique, caldera y accesorios necesarios para la destilación y diversas partidas de palo de azafrán, matalahúva, (anís) estrella, canela, azúcar y caña blanca, así como carbón, leña y botellas vacías y en la tienda de vinos los mostradores, mesas, bancos y enseres diversos de la taberna y de la cocina, botas, barriles y garrafones. 

Una imagen de la fachada de La Burra, en la actualidad | Foto: Google Maps

El reparto de la herencia

Valorados los bienes inventariados, el caudal se cifró en 95.000 pesetas, de las que 37.000 correspondían al capital del giro del negocio. Deducidos las mandas y los gastos del sepelio, considerando el régimen de gananciales del matrimonio, por el que le correspondía a la esposa la mitad del líquido caudal, quedó para el reparto de los tres hermanos el otro 50% restante que ascendió a la cantidad de 43.200 pesetas. Y a Alfredo Felices Jareda correspondió, en consecuencia, la tercera parte de dicha suma, 14.400 ptas., cantidad a la que se le añadió 6.600 ptas. más, líquido pendiente de su legítima materna, de la que debió percibir en una o varias entregas anteriores las casi 20.000 pesetas restantes. Esta cantidad global de 21.000 pesetas se le adjudicó de la siguiente forma: 1. Una participación de 10.000 pesetas en el capital del negocio (27%). 2.La mitad de las existencias de la bodega de calle Ternera, valoradas en 6.450 pesetas, y 3. Una cantidad en efectivo (4.650) que completaba su parte, entregada por su madrastra.

La viuda, por ella y como tutora de sus dos menores hijas, quedó con el resto de los bienes, algunos en calidad de propietaria de los mismos y como usufructuaria de otros hasta que cumpliesen la mayoría de edad las hijas o tomasen estado.  

2.046. LA BURRA. La taberna revivida por Adrián Ferreras.

Norberto Sordo de la Borbolla 

Evidentemente, Alfredo Felices era la única persona que podía continuar con la dirección de negocio, a pesar de su juventud: 22 años y así parece que fue, al menos durante el siguiente lustro, pues encontramos en los padrones municipales de 1890 censados en la casa de Cielo 108 a Teresa Gutiérrez, Viuda de Felices, que tiene en esa fecha 42 años, sus hijas Laura y Matilde de 19 y 12 años, respectivamente, varios dependientes montañeses, de los que vamos tan solo a mencionar a uno de ellos, llamado Norberto Sordo de la Borbolla, el cual ya figuraba en el padrón de 1885, con solo 14 años, en la lista de empleados al servicio del padre de Alfredo. La misma persona que será, varias décadas después, siguiendo la tradición comentada, el continuador del negocio hasta la década de los 90 del siglo pasado, en esos años ya en manos de uno de sus hijos.

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