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Juan Valentín Fernández de la Gala y Gabriel García Márquez #5.986

‘Los médicos de Macondo’, del antropólogo forense Juan Valentín Fernández de la Gala, aborda la presencia de la medicina en la obra del autor colombiano.

Juan Valentín Fernández de la gala, autor del libro 'Los médicos de Macondo'. FUNDACIÓN GABO

| Texto: Kirvin Larios.

Sabemos por el propio García Márquez que la farmacia de su infancia en Aracataca despedía un aroma a valeriana, un olor habitual en las estanterías abarrotadas con los frascos y recipientes farmacológicos de la época. Las sustancias balsámicas que solían usarse derramaban fragancias a yodoformo, creosota, sahumerios, hierbas y otros productos curativos. “Las ficciones de Gabriel García Márquez están bien impregnadas del olor balsámico de los viejos remedios de botica”, escribe el médico y antropólogo forense Juan Valentín Fernández de la Gala (1961), [vecino de El Puerto de Santa María] que ha identificado esos olores en su rastreo sobre los pormenores y personajes médicos en la obra del escritor colombiano. En el libro Los médicos de Macondo, que lanzó el pasado julio la Fundación Gabo en el festival del mismo nombre, sostiene una idea que lo llevó a una investigación de más de seiscientas páginas: “Macondo no solo comenzó en una farmacia –la vieja Farmacia Barbosa de Aracataca– sino que contiene una gran farmacia en su seno”.

De la Gala era un estudiante de medicina de la Universidad de Sevilla que asistía a clases por las mañanas y en sus ratos libres leía literatura. Su pueblo natal, Campillo de Llerena, Badajoz, es para él una especie de Macondo de menos de 2.000 habitantes localizado en la Extremadura profunda. A García Márquez llegó por los cuentos de Los funerales de la Mamá Grande y La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada. Influido por sus estudios, empezó a detectar escenas y fragmentos clínicos descritos con especial precisión en las novelas del autor de La hojarasca, que además parecía corresponderle su interés introduciendo personajes médicos en sus páginas. “Cuando eso sucedía, como buen estudiante metódico, ponía una pequeña señal en el margen, un signo de admiración, una interrogación o un subrayado”, dice el autor, entrevistado en Cartagena de Indias, a donde viajó en abril pasado por una serie de eventos conmemorativos por los diez años del fallecimiento del Nobel. Con el tiempo, sus anotaciones se extendieron y convirtieron en una tesis doctoral que lo mantuvo siete años entreverando conocimientos clínicos y literarios.

Un par de páginas del libro presentan un diagrama de la autopsia de Santiago Nasar. FUNDACIÓN GABO

En las obras de García Márquez desfilan igualmente dentistas, farmaceutas, enfermeros, comadronas, sanadores indígenas, sobanderos, teguas, curanderos, merolicos, blacamanes y culebreros nómadas”, como se lee en la sinopsis del libro hecho en alianza con Coosalud y Fundación Coontigo. El origen del olor a almendras amargas en El amor en los tiempos del cólera –una consecuencia del suicidio por intoxicación de cianuro del personaje Jeremiah de Saint Amour–, la prueba de diabetes en El coronel no tiene quien le escriba, los signos del ahorcado en La hojarasca, la autopsia de Santiago Nasar en Crónica de una muerte anunciada, los menjurjes y bebedizos de Úrsula Iguarán en Cien años de soledad, la historia clínica recogida sobre Simón Bolívar en El general en su laberinto, así como hallazgos forenses, procedimientos médicos, pestes de cólera o insomnio, remedios caseros de raíz indígena o productos de la medicina europea sobresalen en este estudio novedoso por su amenidad y exhaustividad.

Un retrato del Dr. Barbosa en el que se basó García Márquez para el médico de 'La hojarasca'. FUNDACIÓN GABO

La relación de García Márquez con la medicina –o, más ampliamente, con los saberes humanos y la porosidad entre los distintos campos– es más que evidente para muchos lectores (otros autores se han detenido en aspectos astronómicos, psiquiátricos, geográficos, etcétera). Y como es sabido, en los estudios literarios nunca han faltado análisis de su obra de carácter académico o especializado, dirigidos por lo general al lector universitario. Lo que propone De la Gala, como antropólogo forense cuyas actividades se han centrado en el estudio de restos óseos de sepulturas antiguas, es ir a la fuente –o una de las tantas–, tocando las puertas de las personas y pisando algunos lugares detrás de los personajes y las ficciones, en una labor de cronista y de historiador (De la Gala también ha sido profesor de historia de la medicina y la enfermería), de ensayista y lector detective.

| Fuente: El País.

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