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Ángeles Siles Escobar. Angelita ‘la de las inyecciones’ #5.973

| Texto: Rafael Gálvez Siles

Ángeles Siles Escobar nació el 15 de diciembre de 1923 en Hornachuelos (Córdoba), hija de Rafael y Josefa. Llegó con 17 años a El Puerto de Santa María en 1939, para trabajar en el servicio doméstico en el Recreo de los Milagros, propiedad de los Marqueses de la Candia. De carácter benefactor, durante años se dedicó a poner inyecciones médicas en casas con pocos recursos. También fue conocida por la venta de loterías no regladas. Nos dejaba el 21 de abril de 2021 a la edad de 97 años. Una mujer que derrochó educación, humildad, corazón, discreción y que supo transmitirlo a cuantas personas tenía a su alrededor.

Vista aérea de Hornachuelos Córdoba y su castillo | 1932 | Centro Cartográfico y Fotográfico (CECAF) - Ejército del Aire

Rafael, el padre de nuestra protagonista era agricultor, porque no había otra cosa y cazador furtivo porque había que arrimar algo más de sustento a una familia compuesta de dos varones y cuatro mujeres. Su esposa dedicada, como era de esperar en aquellos tiempos, exclusivamente al hogar y a las labores del campo.

Ángeles Siles Escobar en 1936

En aquellos tiempos era habitual en las familias de pocos recursos el poner a trabajar a las hijas como internas en el servicio doméstico en casas de familias adineradas, y a trabajar como aprendices a los varones, de esa forma se obtenía en la familia una ayuda económica que se agregaba al exiguo sueldo del marido. Corría la década de 1930-1940. | En la fotografía de la izquierda, Ángeles Siles Escobar en 1936.

A mi madre, con 17 años la colocaron en El Puerto de Santa María, en el Recreo de Nuestra Señora de los Milagros, propiedad de los Marqueses de la Candia.

La casa de los marqueses de a Candia, en la plaza de España, hoy sede de la Academia de BBAA y del Museo Municipal.

Corrían los años de la guerra “incivil”, cuando mi padre, José Gálvez Arévalo, después de recorrer varios frentes, llegó el 1 de julio de 1937 al de Córdoba, Sector de Villarta, siendo licenciado el 2 de octubre de 1939 y comenzó a ganarse el jornal en la agricultura que era el negocio familiar, conociendo a mi madre y contrayendo matrimonio el 26 de febrero de 1942 en Hornachuelos, después de un largo noviazgo como era preceptivo.

José Gálvez Arévalo y Ángeles Siles Escobar, en 1953

Los hijos del matrimonio formado por Ángeles y José fueron cinco: María del Carmen, José, Ángeles (1946-), Manuel y Rafael. A ellos nos referiremos más adelante.

Vidrieras Palma, VIPA, frente a la actual Casa de la Cultura.

Durante el tiempo en que todos los hermanos residen en El Puerto, Angelita se dedica exclusivamente a las labores de la casa, mientras que su marido hacía dos turnos de trabajo en la fábrica de botellas VIPA (Vidrieras Palma), llegando incluso a descansar a ratos sobre los sacos de sosa que se amontonaban en esta.  Era encomiable ver como José cuando llegaba a su casa después del turno de noche, esperaba sentado en el escalón de la calle para no despertar a sus hijos, hasta que Angelita le abría la puerta.

Las inyecciones

Angelita, consciente de las estrecheces económicas por la que se pasaba en aquellos tiempos y con el afán de ayudar adquiere, no sé cómo, el instrumental necesario para poner inyecciones, dedicándose a esta temeraria actividad durante varios años. Ni que decir tiene que esta labor no solo no le produjo beneficio alguno, sino al contrario algún que otro disgusto, aunque gracias a Dios sin llegar a mayores. Tal era el carácter benefactor de ella que se le veía salir al atardecer y llegar andando a alguna vivienda del Camino del Caracol, hoy carretera de las Nieves, y volver incluso de noche, sin cobrar ni una peseta, dado el estado de miseria absoluta de las personas a las que ayudaba.

Conversaciones en la casapuerta

Charlas en la casapuerta

Era frecuente en los meses de verano, allá por los años 60, ver a los vecinos tomar el fresco sentados a la puerta de las casas. Mi madre y sus vecinos no lo eran menos. Se elaboraban las mallas para las botellas de Terry. Y entre malla y malla Angelita contaba como su padre estuvo a punto de ser fusilado en la guerra, aunque se libró. Como falleció joven su hermano Manuel y como su hermano Rafael estuvo perdido durante la contienda civil. También contaba como en su juventud tuvo que estar muchas horas subida a un olivo huyendo de un toro que se había echado al pie del mismo. Como su padre se escondía en un hoyo al paso de los jabalíes para obtener una pieza de caza, o como este estuvo a punto de ser pasto de los lobos, y fue salvado por su esposa con un simple candil.

Haciendo mallas para las botellas de Bodegas Terry en el patio de vecinos de una casa

Eran historias que repetía una y otra vez, y que lo hacía cada vez de una forma distinta, de forma que dejaba boquiabierto a los oyentes, así como de recitar a sus noventa años la lista de los reyes godos. Era increíble. Se hacía oír sin levantar la voz. Nunca se le conoció pintura en la cara, labios o uñas, sin embargo tenía la piel como la de una joven.

Un trozo de pan

También decía que ella no había pasado hambre en la guerra, puesto que trabajó en una panadería y siempre llevaba un trozo de pan en el bolsillo del delantal. Esa costumbre la siguió manteniendo durante toda la vida.

Ángeles, en la Feria de 1960, con sus hijas

El disparo fortuito

La historia de su hermano Rafael era singular. Resulta que durante la guerra se crearon los somatenes que se componían en los pueblos de un miembro de cada familia, a los que les entregaba un arma larga y se encargarían de la defensa del pueblo, tocándole en la suya a su hermano Rafael, el cual sin conocimiento del manejo de armas produjo un disparo fortuito que alcanzó a Angelita en la pantorrilla derecha y que no tuvo mayor trascendencia que una cura sin mayor consecuencia.

Rafael, asustado, se va corriendo del pueblo y desaparece, porque casualmente una hermana de Angelita, Amalia, fallece por enfermedad súbita. Esta noticia llega a oídos de Rafael y cree que quién ha fallecido es Angelita a consecuencia del disparo, por lo que decide no volver hasta que termina la guerra. Lógicamente, a su regreso se deshace el entuerto sin consecuencia alguna.

Los hijos se independizan: la lotería clandestina

Estamos en septiembre de 1975. Los hijos se independizan y quedan en El Puerto únicamente José y Ángeles.

Angelita deja de poner inyecciones y se pone a vender lotería clandestina en la Plaza de Abastos, iniciándose con ello otra época de su vida en la que se recibe más disgustos que alegrías y de la que no se sale con facilidad. José, su esposo fallece de forma fulminante el 16 de septiembre de 1978.

En el año 1989, el menor de sus hijos, Rafael, regresa a vivir al Puerto, pero destinado a Cádiz, y pasaron tres o cuatro años los que tardó en dejar de vender lotería tras la insistencia y presión de este y tener ya mermada su salud.

Su hijo Rafael, junto con su esposa, comienzan a vivir con Angelita una nueva vida, llevándola a todas las actividades, festividades, celebraciones familiares y eventos que les era posible, procurando hacerle la vida lo más fácil posible e intentar recuperar en lo posible el tiempo perdido. Su hijo consiguió contagiarle su afición por las hermandades en las que este ejerció multitud de cargos y del cual ella se sentía tan orgullosa.

De la peseta al euro: una generosidad… sin límites

En enero de 2001 en el cambio de moneda al euro, su hijo se empeñó en enseñarle el manejo de la nueva moneda. Tarea poco menos que imposible. Hasta el momento de su fallecimiento seguía pensando en pesetas, dándole al euro el valor de una moneda de cien pesetas y a un billete de 50 euros el de uno de cinco mil, lo que no dejó de pasarle factura y ponerle algunos meses en una situación comprometida.

Era extremadamente generosa, no podía ver a nadie pasando penurias a su alrededor, y así tenía siempre a su alrededor a algún gitanillo conocido, marroquíes, inmigrantes, vecinos a los que ayudaba sin mirar primero su propia situación económica.

En la calle Sierpes, junto a la Plaza de Abastos, puesto ambulante | Foto: Francisco Soto 'Misterio'.

Pero a Angelita había algo que no le podía faltar, y era su diaria visita a la Plaza de Abastos, donde tomaba su café y como no, compraba su numerito; eso sí, con la sana y clara intención de repartirlo entre sus hijos y amigos necesitados en el caso de resultar agraciada.

Ante la muerte de tres de sus hijos

Siempre se ha oído decir que los hijos estamos preparados para sufrir la ausencia de nuestros mayores, porque por ley natural estos se marcharán antes que los más jóvenes. Pues, para mayor sufrimiento Angelita tuvo que ver como se marchaban para siempre tres de sus hijos: María del Carmen, José y Manuel, víctimas de una maldita enfermedad. Con ello comenzó su decadencia anímica. Su edad: 93 años.

Pero, aún así, intentaba demostrarse todos los días que era una gran luchadora y que no se dejaba amedrentar por las adversidades, continuando viviendo sola y haciendo su visita diaria a la Plaza de Abastos y a comprar de vez en cuando su botellita de vinagre en Bodega Obregón.

Desgraciadamente, un día del mes de abril de 2021, hubo que ingresarla en el Hospital de Santa María del Puerto, donde falleció el día 21 del mismo mes, a la edad de 97años.

Los frutos del matrimonio

Los hijos del matrimonio formado por Ángeles y José fueron cinco: María del Carmen, José, Ángeles (1946-), Manuel y Rafael.

María del Carmen Gálvez Siles en 1960

María del Carmen  (1943 –2015), nacida en el Recreo de Nuestra Señora de los Milagros, de la Marquesa de la Candia, trabajó en el servicio doméstico como interna en casa de Luis Cuvillo, en calle Luna, frente a “La Bota de Oro”. Se casó con José Jiménez Jiménez, malagueño, ditero de los del Barrio Alto, en la calle San Juan, y se traslada a Larrabezúa (Vizcaya), donde permaneció hasta su fallecimiento, víctima de una grave enfermedad, dejando cuatro hijos casados.

José Gálvez Siles en 1966

José Gálvez Siles (1944-2018), nacido en el mismo Recreo, con nótula número 3719 de Gente del Puerto, terminó el servicio militar en la Sierra San Cristóbal y contrajo matrimonio con María Dolores Caraballo Ponce, trasladándose también a la misma localidad vizcaína donde permanecieron por poco tiempo, al no superar la añoranza de nuestra tierra y regresar a su Barrio Alto en El Puerto, donde permaneció hasta varios años antes de su fallecimiento por enfermedad, en que se trasladó a un piso cerca de la Playa de la Puntilla. Dejó tres hijos casados y tres nietos. No hay un rincón en El Puerto en los que José, “Garve” para los amigos, donde sus manos de albañil no hayan tocado.

Ángeles Gálvez Siles en 1964

María de los Ángeles (1946), nacida también en el citado Recreo, trabajó en la misma casa con su hermana María del Carmen, si bien no salió nunca de El Puerto, ni de la cercanía de su madre, viviendo en la calle Arena hasta comienzos de la década de los 80, en que cambió de domicilio con motivo de sus segundas nupcias. Tiene dos hijos y dos nietos.

Poco después del nacimiento de Ángeles, el cabeza de familia, José, consigue encontrar un puesto de trabajo en la fábrica de botellas VIPA y fijar su domicilio en la calle Santa Fé.

Manuel Gálvez Siles en 1970

Manuel (1947-2020), ya nació en la calle Santa Fé, el cual una vez cumplido su servicio militar en el Cuartel de Infantería de Marina de San Fernando y en el Portaaviones “Dédalo”. Inmediatamente después de licenciarse del Ejército marchó a Sevilla, a aprender el oficio de mecánico tornero en los Talleres “Vázquez Velázquez” de la calle Espinosa y Cárcel, en el Barrio Nervión, propiedad del marido de María Siles Escobar, hermana mayor de Angelita, y donde permaneció hasta su matrimonio con María, residiendo siempre en Castilleja de la Cuesta, donde fue vencido por una terrible enfermedad. Dejó cuatro hijos y cuatro nietos. Trabajó hasta su jubilación en la fábrica de aviones CASA, llegando a venir a Puerto Real en repetidas ocasiones para formar al personal de nuevo ingreso en la misma.

Rafael Gálvez Siles en 2002

Rafael (1953), nació en el número 14 de la calle Arenas --Arzobispo Bizarrón--, hoy número 20. En esa casa unos dieciséis años después llegó a vivir el malogrado torero Curro Luque. Rafael fue muy conocido en el ambiente del comercio textil y de confección al trabajar durante mucho tiempo en los conocidos establecimientos Casa Enríquez y Boyman, ambos en calle Larga (el edificio de este último lo ocupa actualmente una óptica). Hizo el servicio militar como voluntario en la Base Aérea de Jerez (La Parra) y al poco de su licenciamiento ingresó en el Cuerpo de la Guardia Civil donde permaneció desde el 1 de septiembre de 1975 hasta el 13 de marzo de 2018. Después de numerosos destinos (Aranjuez, Madrid, de nuevo Aranjuez, San Sebastián, Aranjuez otra vez, Osuna (Sevilla) y Cádiz, y especialidades, estando en Policía Judicial (el origen de la actual UCO) desde el 1979 hasta 2009, pasó a la situación de Reserva Activa con destino, permaneciendo en la Sede Judicial de los Juzgados del Puerto desde 2009 a 2018 en que pasó a la situación de retiro por cumplir la edad reglamentaria. Actualmente vive en El Puerto en compañía de su esposa. Tiene dos hijos y cuatro nietos. Pero eso es otra historia.

A mi madre.

“Querida madre,

Hoy quiero dedicarte unas palabras desde lo más profundo de mi corazón, palabras que espero lleguen hasta el cielo, donde ahora habitas. Aunque ya no estés físicamente conmigo, tu presencia sigue siendo una luz que guía mis días y una fuente inagotable de amor y fortaleza.

Gracias, mamá, por todo lo que me diste. Por tu cariño incondicional, por tus enseñanzas y por ser mi refugio en los momentos difíciles. Recuerdo cada consejo, cada sonrisa y cada abrazo que me diste, y esos recuerdos me llenan de paz y alegría. Fuiste y siempre serás mi ejemplo a seguir, una mujer fuerte, amorosa y llena de sabiduría.

Agradezco cada sacrificio que hiciste por mí, cada noche en vela, cada esfuerzo silencioso para que yo pudiera tener una vida mejor. Tu amor era y es el motor que me impulsa a ser una mejor persona cada día. Tu legado vive en mí, en cada decisión que tomo, en cada acto de bondad que realizo.

Extraño tu voz, tu risa y tus abrazos, pero sé que tu espíritu está siempre conmigo. Siento tu presencia en los momentos de calma, en los pequeños detalles de la vida cotidiana, y eso me da la certeza de que nunca te has ido del todo. Tu amor trasciende el tiempo y el espacio, y eso me da la fortaleza para seguir adelante.

Hoy, quiero que sepas cuánto te amo y cuánto te extraño. Tu ausencia deja un vacío inmenso, pero también una profunda gratitud por haber tenido la fortuna de ser tu hijo. Te llevo en mi corazón, mamá, y allí siempre vivirás.”

 Rafel Gálvez Siles

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