| Texto: Victoria Flores *
Jaime García-Máiquez es investigador del gabinete de documentación técnica del Museo del Prado y visitó Sevilla para celebrar el 425 aniversario del nacimiento de Diego de Velázquez. El historiador de arte portuense analiza científicamente las obras de arte mediante las técnicas de la reflectografía infrarroja y la radiografía.
-- Es usted uno de los investigadores más importantes del Museo del Prado e intenta descubrir las técnicas que utilizaban los grandes pintores. ¿Qué secretos le han revelado las obras de Diego Velázquez?
-- Le voy a decir una cosa que pocos le dirían, y es que Velázquez fue un discípulo bastante obediente. Sigue las pautas que le dio su primer maestro, Pacheco. Cuando Rubens le convenció de hacer algunos cambios técnicos, lo hizo inmediatamente. El secreto de Velázquez es que con unos medios sencillos y sin alardes de pirotecnia efectista, hizo milagros. Milagros silenciosos, es verdad, pero milagros.
-- ¿Cómo definiría la obra del pintor?
-- El término de calidad artística se le queda siempre un poco corto a Velázquez. Lo que uno puede encontrar en su obra es una de las representaciones más líricas, emocionantes y discretas del misterio de la vida. Uno sale de ver su obra sabiendo que la vida es una aventura que merece la pena. Y que los protagonistas no son los héroes ni los dioses sino la gente corriente. Lo que uno puede encontrar en su obra es una de las representaciones más líricas, emocionantes y discretas del misterio de la vida
-- Con 24 años llegó a la corte, esto fue determinante en su obra, que se centró a partir de este momento en los retratos, ¿echa de menos el costumbrismo del Velázquez de los primeros años?
-- Muy buena pregunta. Yo soy un defensor absoluto del primer Velázquez. Sus temas costumbristas de su etapa sevillana son insólitos. Probablemente, fue un niño prodigio y un genio precoz, y en Sevilla dio muestras de ello. La etiqueta de la Corte madrileña le obligó a no modificar los temas ni los modelos ni casi nada. Su genio creativo volvería a relucir de una manera insólita y genial en los últimos años de su vida, cuando pintó Las Hilanderas o Las Meninas.
--Dicen que el artista se tomaba su tiempo para realizar sus obras, ¿se puede percibir esto en el resultado final?
--No. Al contrario. Su pintura parece realizada deprisa, con impaciencia. Él intentó desde muy pronto disimular lo que le costaba hacer su trabajo, para demostrar facilidad, soltura. Eso era lo más elegante, como sucede hoy. Además, hay que admitir que es probable que le costara ponerse "manos a la obra". Ortega y Gasset llegó a decir que no le gustaba pintar, lo que es un disparate. Lo que no le debía gustar es tener plazos, encargos que atender, exigencias que le vinieran de las altas instancias. Él intentó desde muy pronto disimular lo que le costaba hacer su trabajo, para demostrar facilidad, soltura
-- El uso de los claroscuros del genio sevillano es una de sus mayores aportaciones a la pintura mundial, ¿qué otras características marcan su obra?
--Creo que una de las aportaciones de Velázquez es su elegancia natural, sin la rigidez de un Leonardo o las poses palaciegas de un Van Dyck. Es una elegancia técnica, pero también moral. No alardea de esta superioridad, ni de su inteligencia. Parece que se encoge de hombros. Tan solo en Las Meninas, ya al final de su vida, vino a decir: "Aquí estoy yo, y esta es mi obra".
-- A día de hoy se conservan menos de 150 obras de Velázquez, ¿cree que todavía hay cuadros del pintor por descubrir?
-- Sí, por favor. Ojalá haya nuevas obras por descubrir. En el Museo de Bellas Artes de Sevilla el pasado jueves 7 de junio hablé de una pintura atribuida a Martínez del Mazo en la National Gallery de Londres que creo que es del mismo Velázquez.
-- Se cumplen 425 años del nacimiento de Velázquez, ¿quedan todavía detalles por conocer del autor?
-- Sí. Acabamos de incorporar nuevo equipamiento técnico al Museo del Prado que desvelará nueva información sobre sus pinturas, sin duda. Además, una de las muestras de la inteligencia de este sevillano ilustre es que supo ser lo suficientemente ambiguo en algunos aspectos para que nos pasemos hablando de su obra toda la eternidad.
-- ¿Cuál es la principal herencia que deja el artista en Sevilla?
-- Las Meninas. Las Meninas es la joya de su herencia. Ahí está todo: la técnica genial, la visión del artista como un aristócrata de la sociedad de su tiempo (de cualquier tiempo), el encanto y la poesía de la vida diaria o el misterio que se oculta a veces en la realidad.
-- ¿Y en el arte universal?
-- Pues como Tiziano o Rubens, como Van Gogh o Picasso, Velázquez ha dejado una manera de ser artista. Inconfundible. Pintor y cortesano por decirlo en dos palabras que fueron el título del libro que le dedicó Jonathan Brown. Alguien que vivió en su tiempo, pero que lo superó, siendo él mismo.
-- Sevilla es una ciudad dual, ¿se queda con Velázquez o con Murillo?
-- Sevilla es más Murillo que Velázquez. Sevilla es más dulce, más piadosa, más salerosa, tiene la pincelada suelta de un Murillo o un Herrera el joven. Hay una Sevilla velazqueña, por supuesto, pero no es tan común. Una Sevilla, o una Andalucía, de la profundidad, de una hondura luminosa… como la de Juan Ramón Jiménez, por ejemplo. Murillo es más Sevilla, sí, pero quizá Velázquez no se podría entender si no fuera sevillano.
-- Puede que esta sea de las últimas semanas en las que la entrada al Museo de Bellas Artes de Sevilla sea gratuita, ¿qué opina de la propuesta de la Junta de Andalucía de cobrar por entrar sus museos?
-- El Bellas Artes de Sevilla es una joya, y el mantenimiento de uno de los museos más importantes de España es muy costoso. Supongo que la Junta ayudará todo lo que puede, pero debe ser una sociedad orgullosa de su patrimonio y un turismo sediento de su cultura el que ayude económicamente a salvaguardarlo. La verdad es que me parece bien.
* Fuente: El Correo de Andalucía