Ambientada en la época del Descubrimiento, para lectores que gusten la Historia y la participación de El Puerto en ella
| Texto: J.M. Morillo-León.
La historia que conocemos es la que nos han querido contar. A medida que avanzamos en nuevas técnicas y conocimientos algunos de los hechos históricos universales son cuestionados en diversos aspectos de como lo conocíamos inicialmente. De reducida tirada, pueden encontrarse en las librerías locales: Babel, Casiopea, Zorba y Ferla.
Uno de los hechos históricos sobre el que más se escribe actualmente, es el del Descubrimiento para la civilización europea del continente americano. Juan Coig Díaz de Arcaute y Antonio Gutiérrez Ruiz aportaran una hipótesis, contando la historia de un pergamino templario que, tras numerosas incidencias, es encontrado en la sierra de San Cristóbal por un trabajador de la cantera y entregado al duque de Medinaceli, Señor de El Puerto de Santa María.
Es una hipótesis de tantas que nacen casi a diario, hipótesis diversas y diferentes tanto del origen del descubridor como de su conocimiento de tan lejanas tierras.
La novela contiene, además, una documentada y rigurosa exposición histórica de hechos y circunstancias que precedieron al Descubrimiento, el protagonismo de nuestra Ciudad y de los conocidos personajes que en esa fecha aquí se encontraban.
Para introducirnos en la trama nada mejor que leer el mal llamado prólogo, puesto que se trata realmente de un preámbulo informativo, que reproducimos a continuación:
PRÓLOGO
El Puerto de Santa María, mayo del 2015
Acababa de llegar a casa, un viernes, después de mis ocho horas de oficina, cuando sonó el teléfono.
--Hola Joaquín, soy José Fajardo. Tú investigaste para mí la historia de la casa de la calle Larga cuando la compré.
—Buenas tardes José, ¿Qué hay de nuevo? ¿Quieres comprar otra casa?
—No. Hoy se me ha presentado un israelí con una carta de presentación, de un conocido de Tel Aviv con el que hago negocios. Habla muy bien castellano. Me ha preguntado si conozco alguien culto, con conocimientos de historia, que le pueda guiar aquí en El Puerto y he pensado inmediatamente en ti. ¿Te apetece y tienes tiempo? Por descontado está dispuesto a pagar por el servicio.
—Tengo el fin de semana libre. Por lo menos puedo entrevistarme con él para ver de qué se trata.
—En ese caso puedes llamarle al hotel Monasterio. Se llama Jacobo Ávila y se aloja en la habitación 117.
—Muchas gracias José, por acordarte de mí.
—No hay de qué Joaquín. Hasta la próxima.
Cuando localicé al sefardí me preguntó por un buen restaurante, me invitó a cenar y nos encontramos en el local que yo le había recomendado.
—Buenas tardes señor Lorca. Vamos a sentarnos y mientras tomamos un aperitivo, antes de cenar, le explico lo que me trae a El Puerto de Santa María.
Nos sentamos en una mesa y después de encargar unas cervezas y unas tapas fue directo al grano.
—Somos descendientes de judíos españoles que salieron de este país en 1492. Mi madre conserva la llave de la casa de sus antepasados en esta ciudad, que tuvieron que abandonar en 1483, trasladándose a Badajoz, cuando los Reyes Católicos decidieron dejar Andalucía libre de hebreos. También tiene un escrito de algo que dejaron enterrado antes de salir de aquí. No me ha permitido traer ninguna de las dos cosas, pero tengo una fotocopia del escrito.
—Con la llave no creo que pudiera localizar la casa. Lo más probable es, que la derrumbaran hace siglos y si todavía existiera tendría una cerradura nueva.
Me enseñó la fotocopia. Era una descripción de un lugar en la cantera de la sierra de San Cristóbal, basada en árboles y otros puntos de referencia. También mencionaba que lo enterrado era un pergamino enrollado e introducido en un hueso de vaca con los dos extremos cerrados con cera.
Yo le dije:
—¿Se da cuenta que han pasado más de quinientos años? Los árboles ya no existirán y en esa época trabajaban allí, sin interrupción, sacando piedra para la catedral de Sevilla y otros edificios. Considero casi imposible, faltando los árboles, con las otras indicaciones, encontrar el punto exacto.
—Yo también he pensado en eso, pero vengo desde Israel aquí, porque me intriga saber que era de tanto valor, como para enterrarlo, en vez de oro y joyas. Tuvo que ser algo muy importante.
Acabada la cena le acompañé a su hotel, donde le recogí la mañana siguiente. En un taxi fuimos a la cantera de la sierra de San Cristóbal. Nos quedamos con el número del móvil del taxista para llamarle cuando hubiéramos terminado.
Aunque resulte increíble, en menos de una hora, encontramos, fuera de la zona militar donde nos estaba vedada la entrada, un punto que bien podría ser el buscado. La descripción del lugar, aun prescindiendo de los árboles, era muy precisa. Llevábamos una azada y cavando con ella, después de media hora, encontramos un hueso, que bien podría ser de vaca, con restos visibles de cera, pero vacío.
Jacobo Ávila, muy desilusionado, voló desde Jerez a Madrid, pues quería conocer la capital de España, Salamanca, León, Villafranca y algunas ciudades más.
Yo quedé obsesionado buscando una explicación de lo sucedido.
Haciendo un enorme derroche de fantasía se me ocurrió una y pensé: "Esto da de sí para escribir una novela".