| Texto: J.I.B.C.
Olvidado entre las páginas de la revista Cruz de Guía, un poema de Francisco del Castillo se erigió en himno del Dolor y Sacrificio en sus primeros años, al encarnar en su sencillez mucho del sentido que los fundadores querían para la hermandad, aunque versos como los del final hoy no se entenderían. Se publicó en la edición de la revista de 1965 con el título “Si tú la vieras” y la acotación “(dialoguillo del barrio alto)”:
Que no m’acuesto, Manué, / que ha de pasá por la puerta / y yo la tengo que vé…
Tú dirá lo que tú quiera / con toa tu ciencia infundá; / pero, Manué, si la viera / aquí en la puerta ar pasá…
Si tú la viera subí / y arrevorve por la esquina / un Marte Santo de Abrí… /Jasta carne de gallina / se te pondría. Como a mí, / que no se explicá que siento / al verla de madrugá… / eso no se pué contá / como la que cuenta un cuento. / Hay que vivirlo y namá.
Si tú la viera, Manué, / vení pisando las flores / del paso que es to un clavé / blanco entre cuatro faroles… / y que cuando está a tu lao / la ve tan cerca der suelo, / que duda si la han bajao / o si tú ha subío par cielo…
Y si en la noche de carma / viera su boquita abierta, / que pa mí que esa es la puerta / por donde te dá el’arma. / si tú la viera llorá / y ar mismo tiempo mirarte / diciéndote en su mirá: / “He venido a perdonarte / y pa escucharte rezá.”
Entonces, Manué, te juro / Comprendería tú to esto / y, de verdad, te aseguro / que entendería porque he puesto / una lú aquí en la ventana / y el tiesto con el clavé, / que reventó el otro día, / por si la Virgen María / al verlo lo quie cogé.
Y porque he barrio la acera, / porque la calle he regao / y porque habré colocao, / pa que ar pasá Ella la viera, / la foto que der servicio / me mandó tu hijo José. / ¡La Madre der Sacrificio / sabrá cuidarme de él!...
¿Lo comprende ahora, Manué? / sí, mujé, sí, lo comprendo. / ¡Yo también la voy a ve ¡…
Todavía hoy, algunos pocos “antiguos” que siguen entre nosotros, aunque ya no puedan salir con el esparto, por Espelete o por Yerba, casi de incógnito, se arriman al paso de la Virgen y escuchan cómo le late su corazón: “Que no m’acuesto, Manué; que va a pasá por la puerta y yo la tengo que vé”.