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George Thomas Landmann. La corrida de toros que a principios del siglo XIX ofreció El Puerto a unos militares ingleses #.5730

Fue inevitable la calificación de “salvaje espectáculo”

| Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz | A.C. Puertoguía.

Un regimiento de tropas inglesas, aliados en esta ocasión con los españoles contra la invasión francesa de 1808, “aterrizó” en nuestra ciudad. Era su comandante el teniente general George Thomas Landmann quien, en su retiro en Londres, en 1842, escribió sus memorias con el título “Recollections of my Military Life”.Posteriormente, Carlos Santacana incluyó parte de su texto en el libro: “La Guerra de la Independencia vista por los británicos 1808-1814” y de él hemos recogido el texto que sigue:

Nos cuenta en sus memorias sus experiencias en El Puerto de Santa María y la primera corrida de toros en honor de los británicos: “Mi regimiento y otros desembarcaron y ocuparon Santa María, una ciudad situada a 15 kilómetros de Cádiz, en la parte opuesta de la bahía. Nuestros alojamientos eran excelentes, pero el calor era excesivo. Aun así, nuestra gente andaba de un sitio para otro a todas las horas del día, como si estuvieran en su propio país, y para sorpresa de los españoles, quienes decían, que nadie más que los ingleses y los perros se exponían a semejante sol de esa manera.

Descubrimos que la Alameda, --los actuales jardines de la Victoria-- bajo la sombra de grandes árboles, es un paseo de lo más agradable. Es mucho más frecuentado por las tardes por personas de todo tipo, y para cuya conveniencia se colocan sillas a intervalos regulares.

| "La Gruta del Paseo de la Victoria". Acuarela. Luis Suárez Rodríguez. 1965.

La plaza de toros puede acomodar tres mil espectadores. Se nos notificó que si se prolongaba nuestra estancia traerían toros de Aragón, donde se crían los más bravos, para nuestra diversión. Como estábamos ansiosos de ver una corrida sin demora, y al no estar seguros de nuestros movimientos futuros, acordaron seleccionar de las manadas de sus propios pastos aquellos animales que podían dar más juego, y se fijó una fecha para el espectáculo.

Cuando los asientos del anfiteatro estaban llenos de nativos y británicos salió a la arena, entre las aclamaciones del público, un alto y delgado español, montado en un pequeño corcel gris y armado con una lanza. Este caballero iba a recibir 20 dólares por ejecutar la parte destinada a él en esta exhibición; al contrario de sus antiguos predecesores en este combate nacional, quienes voluntariamente buscaban el peligro para ganar una sonrisa, cada uno de su amada. Luego oímos el toro, que empezaba a dar rienda suelta a su cólera con sus mugidos, excitado, como se vio después, por los pequeños dardos, adornados con banderas, que le clavaban en la piel.

Dos toreros, quienes peleaban a pie, hicieron su entrada, llevando capotes escarlatas en sus manos izquierdas. Después se abrió una puerta, el toro salió salvajemente y, sin controlar su velocidad, se dirigió directamente hacia el caballo, el cual temblaba de miedo. Los toreros se interpusieron inmediatamente, y arrastrando sus capotes por el suelo atrajeron la atención del furioso animal, que les siguió ávidamente, embistiendo frecuentemente el trapo escarlata.

Cuando se veían presionados se metían detrás de unas barreras de madera de aproximadamente metro y medio, las cuales se habían colocado para su protección. Mientras tanto, el picador estaba alerta para agarrar la primera oportunidad favorable para un ataque y por fin clavar la punta de su lanza en el cuello de su desprevenido antagonista, pero hubiera sido arrollado si no hubiera sido por los activos toreros, quienes efectuaron otra distracción a su favor.

El combate continuó de esta manera hasta que el pobre bruto, jadeando, empañado con su propia sangre y exhausto por el dolor de sus heridas y sus infructuosos esfuerzos para vengarse de sus verdugos, estaba demasiado agotado para poder dar más juego. Era entonces despedido y sustituido por uno de sus compañeros más fresco.

Cuando el segundo toro era puesto fuera de combate de esta manera, se dejaba entrar a un tercero, y después a un cuarto, que era el último. Ni picador, corcel o toreros sufrieron el menor daño. Tampoco los toros recibieron una herida mortal, al no ejercer el matador la suerte suprema. Pero esta no era una corrida de primera categoría, habiéndose organizado solamente para darnos una idea de la diversión favorita de los españoles. Cuando se mata al toro se hace generalmente con una estocada en el espinazo, la cual, naturalmente, produce la muerte instantánea.

| Corrida de Toros en la plaza de la Herrería | Óleo de Juan Lara.

En las grandes corridas, contra mayor carnicería de estos animales, mayor es el aplauso… La muerte incidental de un hombre o un caballo sirve para variar la diversión, y generalmente se considera muy entretenida.

Considero una barbaridad extrema los combates peleados entre hombres y bestias de una especie tan útil para nosotros, sin una necesidad real y acompañado de tantos sufrimientos. Nunca, en mi opinión, pierden los brillantes ojos negros de las damas de España más de sus poderes mágicos que cuando brillan con placer poco femenino, contemplando el salvaje espectáculo de una corrida de toros…”

1 comentario en “George Thomas Landmann. La corrida de toros que a principios del siglo XIX ofreció El Puerto a unos militares ingleses #.5730

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