No puedo llamarte más, me lo han prohibido"
| Texto: Pepe Mendoza * | Foto: Pablo Juliá.
Nadie nos ha invitado. Ni tan siquiera nos hemos enterado del acontecimiento. Pero en El Puerto estamos de boda. La mañana del 13 de julio de 1990, Rafael Alberti Merello, de 87 años, vecino de El Puerto de Santa María, de profesión poeta, y María Asunción Mateo Puig, de 47 años, natural de Valencia, secretaria de su todavía novio, se suben a un coche que los lleva al Juzgado nº 3 de El Puerto de Santa María.
Él viste camisa floreada. Ella, un traje de chaqueta marrón. La familia de Rafael tampoco sabe nada sobre el enlace. Su sobrina María Teresa, que lo cuida desde su retorno a España, se entera por la prensa. Al diario El País le llega el día anterior la primicia y se pone en contacto con la novia, que desmiente la información. “Son rumores. Desde la muerte de María Teresa León todos nos quieren casar”. Rafael está viudo desde que en diciembre de 1988 murió María Teresa, su primera esposa, con la que tuvo una hija, Aitana. María Asunción es divorciada y tiene dos hijos de su anterior relación: David y Marta. El poeta había asegurado que no se volvería a casar.
Son rumores. Desde la muerte de María Teresa León todos nos quieren casar”
Sólo cuatro invitados les acompañan en la ceremonia. Su amigo Carmelo Ciria, y los testigos, Lourdes Roselló, esposa de este, y el poeta Luis Muñoz Montero. También asiste Manuel González Piñero, director de la Fundación Rafael Alberti. En el acto civil, oficiado por un juez, acompañado de un funcionario, no hay flores ni intercambios de alianzas. A la salida, los nuevos esposos se dirigen a la Iglesia Mayor Prioral a visitar a la Patrona. Desayunan café con churros en un bar cercano al templo. Carmelo Ciria se encarga de las fotos. Cuando se acaba el carrete, se dirige a una tienda cercana y elige la opción revelado en una hora.
Tras difundirse la noticia, el Ayuntamiento se pone un telegrama a los ya esposos. Periodistas de distintos medios de comunicación los esperan a las puertas del Hotel Puerto Bahía, donde la pareja se aloja. Llegan alrededor de las cinco de la tarde y salen por separado del coche, sin dar opción a ser retratados por primera vez juntos como marido y mujer. Algunos medios aseguran que la pareja ha vendido la exclusiva de la boda a una revista del corazón.
No quiero que vengas”
Poco tiempo después, su sobrina María Teresa le contó al poeta Benjamín Prado que a ella la boda le pilló en Italia, ocupándose del patrimonio de su tío. Cuando regresó a España, lo llamó por teléfono y este le dijo: “No quiero que vengas”. Al día siguiente, un notario acudió a su casa para exigirle que devolviera los poderes que Rafael le había otorgado. Beatriz Amposta, con la que el poeta tuvo una relación sentimental en Roma que acabó en 1981, declaró que siguieron siendo muy amigos después de la ruptura, que hablaban por teléfono todos los días. Pero que la última vez que conversaron, él le dijo: “No puedo llamarte más, me lo han prohibido”. Su hija Aitana, al recibir el último testamento de su padre, que había cambiado ocho veces, declaró: “Es un expolio y una burla”. Sólo le donó lo que le había regalado en vida a lo largo de los años. Cosas que, obviamente, ya le pertenecían
Es un expolio y una burla”
Así que visto lo visto, y pensándolo bien, con ese mal rollo en la familia, menudo marrón hubiera sido que nos hubieran invitado al bodorrio. Porque además, ya lo han leído, la cosa estuvo cortita, un chocolate con churros y adiós muy buenas. A pesar de todo, tontos que somos, los portuenses les hicimos un regalo de categoría, del que también nos enteramos tarde: una casa en la Urbanización Las Viñas, con todos los gastos pagados. Ni que fuéramos el Conde de Osborne. Fue idea de nuestro alcalde de entonces, Juan Manuel Torres, y del equipo de gobierno del Ayuntamiento, en el que convivían juntos y revueltos el PSOE y el PP. Yo creo que con un buen detalle hubiéramos cumplido de sobra. Una gorra marinera chula de Náuticas Banderas, la tienda de José María Máiquez, para él. Y para ella, no sé, una caja registradora potente. O una contadora de billetes de última generación.
*| Extracto del libro “Aquellos días azules. Crónicas coquineras (1976-2000)”
Un día después, Marta y David estaban en casa de mis padres, donde recibían clases de Inglés y Latín respectivamente. Mi padre me llamó, y me enseñó del Diario de Cádiz la noticia de que Rafael se había casado. Les acerqué el periódico a los niños, que declararon asombrados:"Anda, la mamá se ha casado!".