| Texto: J.M. Morillo-León.
El consumo moderado de vino blanco reduce la tensión arterial, permite respirar mejor a quienes tienen problemas de ventilación, aumenta el colesterol bueno gracias a los antioxidantes de la pulpa de la uva, previene las enfermedades cardiovasculares e incluso diversos tipos de cáncer; todo ello asociado a un consumo moderado y a una dieta sana y equilibrada; vamos, a una dieta mediterránea que diríamos por aquí. Al menos eso dicen los estudios de la prestigiosa Universidad Católica de Chile o el Brighan and Women’s Hospital de Boston, pasando sus conclusiones a los Anales de Medicina Interna de la Sociedad Médica Americana, entre otros trabajos de investigación.
Aquí parece que eso se ha olvidado, a la vista del casi inexistente consumo de nuestros vinos finos, y al goteo constante en la desaparición de las Bodegas, que durante los siglos XIX y XX más de 70 firmas se dedicaban en El Puerto a la cuestión vitivinícola y a la exportación de nuestros caldos a Europa y el mundo mundial.
Y es que las bodegas sobreviven con los licores, brandies y bebidas de origen foráneo, ante la crisis permanente de la producción, comercialización y consumo de nuestros Vinos Finos. En la ciudad vecina de Jerez, el Salón Vinoble ha venido a buscar otra veta de salvación de nuestros mejores vinos, los de más de 30 años, como iniciativa bianual en el Planeta de los Vinos. Ante un mundo globalizado, con ofertas internacionalizadas, otras son las formas y los productos que se enfrentan al mercado mundial. En Francia, las estadísticas ponen de manifiesto la baja densidad de enfermedades coronarias y es que tienen el índice más alto de consumo de vino per cápita de Europa. Chinos y japoneses, avispados, ya se están interesando por nuestros productos.
Pero ¿qué pasa con nuestros vinos? ¿Qué ha pasado siempre? La crianza biológica del Vino Fino, la acción de las levaduras que conforman nuestros caldos, se están revelando como unas eficaces coadyuvantes que retrasan el envejecimiento, actuando como antioxidantes. Esa es la hipótesis que quieren demostrar los estudios encargados por el Consejo Regulador del Montilla-Moriles, al que parece ser, también se sumó el del Marco del Jerez-Xérès-Sherry. Un estudio a largo plazo que vendría a demostrar –o al menos eso pretende- que el consumo moderado de nuestros vinos, criados con nuestras levaduras y en nuestros microclimas, alarga la vida. Que le pregunten si no a los que conocieron a aquellos tres célebres vinateros, los ‘Tres Manueles’: Manuel Barbadillo, Manuel Argüeso y Manuel María González Gordón, quienes superaron con creces los ochenta y muchos años de vida y alguno hasta cruzó el umbral de los noventa. El último de ellos, genio y figura, iba al Rocío, a caballo, con sus ochenta y muchos años, siendo un responsable consumidor de los vinos de nuestra zona de producción.
Seguro que, Juan Carlos Gutiérrez, de Bodegas Colosía; Edmundo Grant, de la Bodega de su apellido; Alvaro González y su hermano, de Bodegas Obregón, y las grandes marcas como Osborne, Caballero, ya Terry no... están esperando como agua en época de sequía, que los investigadores demuestren esas tesis. Que esos estudios vengan a sacar de la situación casi agónica por la que atraviesa el mercado de los Vinos Finos, que permanecen ahí, gracias al tesón y al mantenimiento de la tradición de unos, y al empuje empresarial de otros. Nuestro vino, nuestra cultura, nuestra historia y nuestra gente se merecen que las levaduras sacaromyces vengan a corroborar lo que ya sabían aquí los antiguos: que una copa de vino fino, alarga, entre otras cosas, la vida.