| Texto: Jesús María Serrano Romero
Parece que fue ayer y sin embargo, lo recuerdo perfectamente, eran años de sabañones en las orejas, pupas en las rodillas por los pantalones cortos y las caídas en los patios de los colegios, el nuestro porticado, inmenso donde se jugaba varios partidos de fútbol a la vez, se gritaba y corría, todo bajo la atenta mirada de algún cura con un breviario en las manos y cara como si se hubiese tragado varias tizas. También la mirada displicente de los maestros por si había peleas.
Parece que fue ayer cuando se procedía a la entrada al colegio y las órdenes de formen filas para la izada de bandera y el canto unánime del Cara al sol y los tres vivas de rigor. Se nos conducía “daros prisa que estáis pisando huevos y no tenemos todo el día" de los maestros.
Así, en fila mirando al suelo hasta alcanzarlas, entrábamos a las aulas, allí un decorador actual habría salido espantado por el mobiliario: pupitres de dos asientos requeteviejos con unos taladros para los tinteros y al frente, siempre y en todas las clases exactamente el mismo escenario: un entarimado que cubría toda la pared, a la izquierda del mismo la mesa del docente, un encerado negro o verde, y presidiéndolo todo un crucifijo y a la izquierda de éste una fotografía del dictador Franco y a la derecha la cara del introductor del fascismo e hijo a su vez de otro dictador José Antonio Primo de Rivera. Pero no acababa ahí el escenario porque en el extremo superior izquierdo estaba escrito con tiza roja primorosamente la palabra “MÁXIMA” dejando un buen espacio para encontrarnos con otra que decía “CONSIGNA”.
Todos permanecíamos de pie muy derechitos y serios porque se nos obligaba a rezar y ello se cumplía a rajatabla, ay de aquel que moviese los labios y no rezase, tras ello se no permitía sentarnos para esperar qué se le ocurría a nuestro manantial de sabiduría escribir y tras copiar de un cuaderno que guardaba en algún lugar de su mesa sin llave, delineaba más que escribía con tiza de color frases como: Si no hay esfuerzo no habrá recompensa y España está situada magistralmente en el centro del mundo. Se nos dejaba unos breves minutos para leerlas y comenzaban las clases. No entendíamos nada.
El patio permanecía vacío, las columnas comenzaban a proporcionar sombra hacia Poniente y así cualquiera que lo viese desde los pórticos admiraba dos patios distintos, uno real y otro dibujado por el sol, dentro escuchábamos las explicaciones, las asignaturas consideradas difíciles siempre a primera hora, Matemáticas, Lengua y Geografía. Primero la explicación de la lección del día y casi siempre, cuando faltaban poco más de 10 minutos, se llamaba a ciertos alumnos para que respondiesen a las preguntas de lo explicado anteriormente, se debía responder de pie desde los pupitres.
A mi compañero este momento se le convertía en una tortura por ser algo lento en aprender, no es que fuese torpe, razonaba perfectamente cuando se le explicaban bien las cosas. Temblaba porque temía que le abofeteasen y ese miedo, ese pavor hacía que no respondiese seguro a las preguntas que se le formulaban y tartamudeaba. Los maestros desconocían las técnicas de pedagogía y la suplían con la disciplina a rajatabla y en ocasiones la tiranía, los gritos, los empujones e insultos.
Ha pasado tanto tiempo y recuerdo perfectamente cómo algunos de aquellos maestros que se consideraban los faros del conocimiento, se acercaban lentamente al alumno que no contestaba correctamente y le agredía. Toda la clase sentía la bofetada en las propias mejillas, en cierto modo no eran otra cosas que la prolongación del Cara al sol, de Franco, José Antonio y el cura que desde un rincón nos observaba muy serio con su breviario, aquellos seres despreciables ya muy mayores los veo que son homenajeados, cuando en cierto modo y en su ámbito no eran otra cosa que torturadores muy mal preparados, un bachillerato elemental y tres cursos de en la Escuela Normal, el equivalente a un bachillerato superior, sin embargo algunos de ellos se consideraban dioses.
Evoco esto y ya entonces siendo un niño intuía quienes de aquellas clases abigarradas con 40 y 50 alumnos no llegaría a nada, seguirían los pasos de sus padres, abandonarían, a veces porque sus padres los necesitaban como aprendices o huían de aquella tiranía. Espero que esos que hablan de la patria y han convencido a un notable profesor de economía nonagenario y gagá, para una moción de censura, no lleguen de nuevo, esa gente que piensa en la disciplina como una materia pedagógica, en la formación como una actividad para obedecerles y la libertad y el progreso como flores marchitas.
Cuando los nostálgicos crean redes para volver a poner de pie aquella época terrible, deben pensar en toda la dimensión de la historia y su contexto, porque la palabra patria no la tienen patentada en exclusiva.