| Texto: Soledad Ruiz Guerrero.
Te dije “—Buenos días Dolores”. Y tu respondiste “—No me llames Dolores, llámame Lola”. “—Como la copla”, respondí yo. Y tú sonreíste, con la serenidad que dan los años y la experiencia. Incansable, me regabas la acera por el verano cuando la calima de la mañana se presentía intensa. Y yo escuchaba el rebotar del agua en el cubo sostenido por tu mano firme. Era tu ritual persistir ante la derrota de los años, porque las demás batallas las habías ganado todas.
Incansable como el levante que azota nuestras costas, conocí de ti esas mismas batallas que te habían desgastado, cuando visitabas a Paco en las múltiples cárceles que el gobierno franquista designó por capricho para su condena. Y es que la gente no sabe, o no quiere conocer, pero esta es la vida que te tocó, que le tocó vivir a muchos como tú y como Paco. Tener ciertas ideologías o ideas en aquella época era motivo de castigo, no me imagino cómo, siendo tu mujer, te lo harían pasar en aquellos tiempos.
Alguna cosa me contaste cuando, de paso hacia la calle cada día, nos cruzábamos en el portal y nos daba por charlar sobre la historia de esta España nuestra. Nos sonreíamos cuándo recordabas los palos recibidos en cualquier calle por manifestaros en contra de la ausencia de libertades. Te llevé una maceta, pequeña, de capullitos de rosa color grana. Pensé que era todo un símbolo del sacrificio, la sensibilidad y la delicadeza con la que habías contribuido a ganar para todos, ese espacio de libertad que ahora disfrutamos.
Ayer entré a verte, a pesar de estar presente ya te sentí perdida en otro espacio. En ese espacio donde no sabemos ni conocemos cuál será nuestra suerte. Un tiempo detenido, donde la añoranza y los sentimientos se mezclan para darnos una lección, un diálogo secreto que quiere explicarnos los acontecimientos. Pero hoy que ya tu cuerpo paró su cometido (año 2009), sigue presente en mi memoria y en mi corazón tu fibra de mujer sensible y luchadora. No te marchas, Lola, tan solo te alejas de la materia que nos envuelve, pero sigues en la memoria de estas calles de El Puerto, donde dejaste sembrada la simiente de tu empeño por dignificar la libertad y la vida.