| Texto: Enrique Bartolomé.
Los que vivimos nuestra infancia en las inmediaciones de la Barriada de La Playa, sí conocimos y tratamos a Chicharito. Detrás de su nombre, Manuel y de su apellido, Jarque, quedará siempre, sin duda, en nuestra memoria ese ser humano, de cuerpo pequeño, pero de gran corazón que cariñosamente llamábamos Chicharito.
Era de esas personas que conformarán en el tiempo, por derecho propio, la nómina de portuenses célebres. Insignes, diría yo, si no fuera por esas estúpidas interpretaciones que suelen producirse en esta nuestra sociedad portuense, que ponen en entredicho y sopesan todas y cada una de las acepciones que utilizamos los que circunstancialmente nos dedicamos a escribir columnas de opinión.
Y es que destacar el buen hacer de Chicharo por la sociedad portuense que lo tuvo entre sus conciudadanos, siendo fácil, es absolutamente necesario, entre otras cuestiones porque lo mucho o poco que somos de ciudad en el contexto en el que nos movemos, se lo debemos a gente como él que creyó en lo que hacía, y día tras día empeñó sus esfuerzos en aportar su grano de arena.
A quién si no le debemos buena parte de la historia del Racing Club Portuense, incluso con sus encuentros y desencuentros con sus incondicionales seguidores. Esos que sienten sus colores, como bien dice el slogan que han tenido a bien vocear por los rincones más insospechados de nuestra ciudad. A quién si no le debemos su buen hacer en el zaguán del Ayuntamiento, donde era más fácil encontrarlo que en su propia casa. A quién si no, los que cada año montan y desmontan las casetas de feria y contribuyen en su aderezamiento, le deben su grata acogida, potaje de por medio.
A Chicharito lo veía a menudo desde su jubilación, era de esas personas que pululaban, motorizado o andando, por las calles de El Puerto. Su discurrir era pausado, a pesar de su constante movimiento. Y es que no podía ser de otra manera, éramos muchos los que queríamos disfrutar de su amena charla y de sus alegatos en pro del Club de su vida o de todo aquello que fuese sentirse portuense.
No he conocido a nadie que defendiese con más vehemencia a nuestra Ciudad. Pese a los tristes acontecimientos protagonizados por nuestros políticos y a la dejadez municipal en muchos asuntos relacionados con la calidad de vida de los portuenses, Chicharo siempre sacaba la cara por El Puerto, siempre le veía esa arista positiva a lo mucho negativo. Su amor por nuestra ciudad estaba, sin duda, por encima de dimes y diretes, de políticos de tres al cuarto, o incluso de directivos que tuvieron la osadía de apartarlo de los campos de juego.
Hace ya unos años murió Chicharito. Nos dejó en fin el vecino con quien, en interminables charlas sobre imaginarias sillas de anea, nos miraba sentado en el zaguán.
gran persona enhorabuena por recordar su historia