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Encarnación Martínez Pérez, “Jani”. En su jubilación #5.203

| Texto: Juan Rincón Ares.

Y hoy, la que se despide del barco de la Educación de Personas Adultas, la que va a llorar mucho, pero en secreto - porque es de las de llorar, pero de llorar para ella -, la que se jubila, aparta un poco la tiza y la libreta es la Encarna, la Jani, mi Jani. Parecía imposible que llegara este día para la benjamina del comando primigenio – Tere, Jani, Pepe y Juan, un servidor -, la misma jovencita que hace poco, cuando empezaba el verano nos dio un susto de los gordos, gordos, por culpa de esas gripes tan modernas. Y qué alegría verla sana y riendo y llorando solo por esto de la jubilación, qué alegría, joder.

De Jani dije hace unos años en mi libro “Cardito de Puchero. (III) La Pringá”: “Teníamos, tenemos, una escuela donde las relaciones humanas entre el personal se fomentan y se cuidan sobre todo gracias al tesón de Carmen, Tere, Jani, Lola y Vicente. En estos últimos cursos, hemos buscado citas para encontrarnos de manera relajada en las fiestas de fin de año con la ceremonia de los regalos del amigo invisible, “con una notita de humor, por favor”, o en las comidas de fin de curso para brindar en pantalón y manga corta, finalizado el trabajo antes de la diáspora veraniega, o en cualquier fin de semana de buen tiempo celebrando con una “güena berza” o con una barbacoa grasienta el hecho de seguir creyendo en que la educación cambia el mundo, trabajando y sonriendo a partes iguales.

Y detrás de casi toda esta infraestructura del encuentro humano, siempre estaba mi eterna compañera Jani ofreciendo su acogedora casa y su indispensable furgoneta. La Jani, “Yojani”, como la llamábamos últimamente entre risas, ella sabe por qué. Siempre la recuerdo apoyando mis locuras, pero capaz a la vez de lanzarme, mirándome a los ojos, las preguntas clave, hacerme evaluar los riesgos que mi optimismo obviaba, fiel a sus ideas y a sus amigos. Infatigable Jani, más tímida aún para lo público que Carmen, pero incansable en el trabajo colectivo, asumiendo los retos que se le fueron planteando. Artífice de la libreta y el lápiz como la directora emérita y también como ella un poco refractaria a las nuevas tecnologías porque “los ordenadores de mi casa no hacen las cosas como los de aquí”.

Pocas veces perdía la sonrisa, pero cuando eso pasaba me hacía pensar que estaba a punto de pasar algo que no debía dejarme indiferente. “

La Jani indispensable, Jani insustituible, Jani de mi corazón. La Jani que se fue a Nicaragua y volvió transformada a mis ojos, con muletillas verbales – “¡Va, pues!”- y pilas de conciencia que le durarían toda la vida. La Jani que me abrió la puerta a la solidaridad saharaui y que me contagió del amor por “Chejali” y la tropa infantil que venía a sacudir nuestras almas desde la nostalgia del Sáhara Occidental y el desierto argelino. La Jani que, en algunos momentos, conoció mejor que nadie los secretos de mi corazón y fue cómplice de ellos compartiendo hasta su casa. La Jani que me enseñó, a un ateo como yo cínico con las creencias religiosas, como las cristianas de verdad pueden darnos lecciones sobre el camino de la utopía. La Jani.

Siempre tuve la sensación de que ella puso bastante más en la balanza de nuestra amistad de los que yo, ocupado en menesteres más generales, podía poner. Siempre tuve, y tengo, la sensación de no haber agradecido bastante su amistad. Mi amistad con Pepe era evidente – tampoco a él le agradecí en su tiempo tanta cercanía – pero la amistad de Jani, que existió desde el primer momento se hacía menos evidente. La comunión afectiva con Tere, ya lo he explicado en otro sitio, vendría más tarde y se quedaría para siempre. Pero Jani estuvo a mi lado desde el minuto uno de todo esto.

Se va una gran maestra. Una de las mejores. Sericícola, El Molino, El Tejar, Graduado, Secundaria, cualquier persona que haya pasado por su cercanía como maestra puede dar fe de mis palabras. Con el paso lento de la vejez, muchas mujeres de la zona norte aún recuerdan la labor alfabetizadora y dinamizadora de la “Ani” con ellas y con sus barrios.  Las mujeres del taller de lectura de la Asociación ‘Los Geranios’, con las que tanto y tan bien trabajó, echarán de menos su voz semanal a la vez temblorosa, dulce y firme. Cuántos libros, cuántas risas, cuánto carnaval juntas.

Sólo se abstuvo de impartir de manera continuada el Plan de Informática porque como decía arriba “los ordenadores de mi casa no hacen las cosas como los de aquí”. Y claro, así, con ordenadores insumisos, pues no se puede.

Gracias a la vida. Gracias por colocarme a la Jani, Juanita, Janita, Janición, Marijani, Encarna…, tan cerquita de mi vida y de mi corazón. Sin ella, mi vida habría sido mucho más cuesta arriba y difícil. Ahora espero impaciente su sonrisa en el café de los últimos jueves del mes, ese en el que el grupo de los y las jubiletas que tanto hemos vivido y compartido nos vemos para renovar nuestros votos de amistad. Y espero caminar con ella es cada paso de los tantos que nos quedan por dar en la busca de esas utopías con las que soñamos.

2.285. MANUEL SÁNCHEZ ROMATE. La Educación de Adultos en los 70.

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