Texto: Daniel Marín Gálvez
Pensaste que nunca te engancharías porque tú no eras tonta «—Yo controlo». Pero un día, sin darte ni cuenta, ya necesitabas tu dosis diaria. «—Sí, pero yo sólo tomo porque me lo puedo permitir». Pensaste que nunca lo harías, pero metiste la mano en la caja. Te pillaron y perdiste el trabajo. Pensaste que nunca meterías la mano en el monedero de tu madre y la metiste. Pensaste que nunca venderías tu medalla de la Comunión y la vendiste. Y la cadena con medalla con la Virgen del Carmen de tu madre y la vendiste. Tu madre, sabiéndolo, nunca te preguntó para ahorrarte una mentira. Callaba y sufría.
Pensaste que nunca lo harías y una mañana cogiste los regalos de reyes que tu madre había comprado para tu hija y los cambiaste por una papela. Te maldeciste, lloraste amargamente mientras te ponías la goma en el brazo para coger tu maltrecha vena y dijiste: «—Basta, ya no puedo caer más bajo, quiero morir ahora». Pero aún quedaba bajar más al infierno para tocar fondo.
Pensaste que nunca llegarías a ese extremo. Que antes de hacerlo, dejarías el caballo o te quitarías la vida de una sobredosis. Pero esta mañana llegó tu momento. Toda la noche sin dormir. Ni cuatro mantas te han quitado el frio a pesar de estar en agosto. Ni las pastillas de Nolotil pinchadas te han quitado el dolor de huesos y de riñones. Las diarreas te han hecho ir al retrete cada media hora. La noche interminable, mirando el reloj cada cinco minutos.
Ya no sabes donde recurrir para conseguir la próxima dosis. En tu casa ya no queda nada que vender. No tienes a quien pedir. Se te cerraron todas las puertas. Ni fuerzas para robar. Te levantas --te acostaste vestida--, te medio peinas y sales a la calle camino a donde juraste y perjuraste que nunca irías. Arrastras tu cuerpo y tu mirada opaca hacia esa carretera a ninguna parte, donde algún baboso sin escrúpulos pagará para degradarte aún más, para que tu puedas acercarte una dosis más a tu muerte.
Ya has tocado fondo. Ya solo piensas que este sea el último chute. E el chute que te mate. Ojalá sea este mientras sientes como la heroína entra por tus venas y vuelves a tocar el cielo para en unas horas volver a bajar a los infiernos. Y volverás a esa carretera a cerrar los ojos mientras te arrodillas ante unos pantalones bajados. Arrastrarte hasta la casa del camello, preparar tu dosis en un chutadero infectado y a desear que, de nuevo, este sea el ultimo chute: el que te mate.
Terrible, Dani. Te lo he dicho muchas veces. Tus historias merecen un sitio destacado en la historia de nuestras gentes, de nuestro pueblo y de nuestros barrios. Y tú sabes contarlas muy bien. Ya sabes dónde me tienes si quieres hacerlo de manera más constante. Un abrazo, amigo.
Un abrazo Dani.
Lo he vivido y me sigue dejando mal cuerpo...
Dios ayude a esas criaturas,de seguro abocadas por quien sabe los motivos.
Humanamente humano...ahí queda