VERBIGRACIA GARCÍA L.
Fue hace 34 años. Hernán Díaz Cortés (AP) antes de ser alcalde por IP, quien, como concejal de Vías y Obras del gobierno de coalición con Juan Manuel Torres Ramírez (PSOE), decidió el 15 de febrero de 1988 retirar la Cruz de los Caídos “por Dios y por España” de la plaza de Colón antes de que se promulgara la Ley de Memoria Histórica de 2007 y su traslado, ya desmontada, al Cementerio Municipal donde nunca se reconstruyó. Hernán Díaz, quien afirmó que "las cruces, donde deben estar, son en el cementerio" recibió por ello numerosas amenazas por escrito, alguna de muerte, en su domicilio y en el propio Ayuntamiento. | Foto: Colección Mata | Centro Municipal Patrimonio Histórico
Una Comisión Nacional de Estilo en las Conmemoraciones de la Patria se constituyó en febrero de 1938, --50 años antes del desmontaje—mientras España seguía en Guerra y fue la que estableció la primera memoria histórica de estética nacionalcatólica y con tintes fúnebres. En El Puerto de Santa María, en 1938, el alcalde Antonio Ribes Bret y el general Queipo de Llano, vecino de la Ciudad donde cumplía condena de destierro, inauguraban la plaza de Colón.
Esta comisión vigilaba la estética que habían de tener las cruces, en las que solo podían figurar los nombres de los caídos del bando ganador de la Guerra Civil, nunca mujeres, donde el slogan ‘Caídos por Dios y por España’ era la única frase permitida en dichos monumentos, junto al “¡Presentes!”.
|
| Ficha fotográfica perteneciente al antiguo Museo Ramón Bayo, Sección Guerra Civil.
En la placa de la cruz de la plaza de Colón, suplementada a la plaza de Colón tiempo después de inaugurada la plaza, figuraba el nombre del primer muerto portuense durante la contienda, del bando rebelde, luego llamado ‘nacional’: “Gaspar Elvira Fernández. + Palma del Río. 29 de agosto de 1936, del Regimiento de Cádiz”.
El historiador Miguel Ángel del Arco Blanco, director del departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada, en su libro de ensayo ‘Cruces de memoria y olvido’ (Editorial Crítica. 456 pgs.), se sumerge en el papel que representaron aquellos monumentos fúnebres dedicados a los caídos, en plazas y lugares principales.
Podemos leer en la solapa del libro: “El franquismo nunca quiso olvidar la guerra civil y, desde el inicio de la dictadura, ese recuerdo se concretó en miles de monumentos erigidos en pueblos y ciudades de todo el país. Bajo el control de las autoridades, el mito de los «caídos por Dios y por España» fijó la dicotomía entre los buenos y los malos españoles, sometió y unificó la memoria a unos fines políticos partidistas y nacionalizadores, enalteció y legitimó al dictador, determinó el espacio público e incluso los materiales a utilizar, y estableció en el mausoleo del Cuelgamuros su ideal estético, político e ideológico. A través de una ingente y diversa documentación, el historiador Miguel Ángel del Arco Blanco reconstruye tanto la historia concreta de aquellos monumentos diseminados por toda la geografía, como su papel en la propagandística y manipuladora memoria franquista sobre la guerra civil, cuyos vestigios –físicos e ideológicos— han condicionado el relato, el recuerdo y el paisaje de la historia contemporánea de España”.
Para el periodista Paco Cerdá, el volumen es “Un descenso a la España negra de posguerra. Al país con alacenas vacías, ráfagas en el paredón y unas viudas enlutadas y otras rapadas. Un viaje simbólico que asienta una idea: la memoria dice poco del pasado, mucho del presente y todo del futuro deseado”.