Los toneleros son, en realidad, los sastres del vino. Todo gira alrededor de él, los maestros toneleros moldean el cuerpo de la bota, para que el vino esté lo más cómodo y elegante, dentro de su traje. | En la imagen, trabajadero de la Tonelería Lores | Foto: Colección Carmen Lores.
El Puerto de Santa María fue cuna de grandes tonelerías. Cabe recordar algunas de ellas: Hermanos Lores, familia Botija, José Huerta, Manolo ‘el Perejil’. La más importante de todas fue la de la familia Lores.
| José María Cruz, a la izquierda, de aprendiz en la Tonelería Lores. | Foto: Colección María Jesús Vela.
Don José Lores nacía en El Puerto de Santa María en 1896 y, fruto de su experiencia, fundaría la Tonelería Lores poniendo al frente de ella a uno de sus hijos, Manuel, el mayor de seis varones, hombre emprendedor, con visión de futuro y con ganas de trabajar. Se especializó en vasijas de roble español, procedentes de los bosques del norte de España.
| Taller de tonelería de bodegas Osborne.
Bodegas exportadoras
Gracias al auge del comercio del vino, consiguió que la tonelería creciera y pudiera dar trabajo a casi 35 obreros. En esa época, hablamos de 1910, El Puerto de Santa María contaba con varias bodegas exportadoras de vino muy importantes en el Marco de Jerez. Algunas de ellas contaban con su propio taller [trabajadero] para fabricar sus vasijas. Entre las bodegas podemos señalar a Pedro Hernández, Serafín Campana, Marco Gutiérrez, A. Harmony y Cía, Ramón Jiménez Dávila y Cía, Peñasco Hermanos, Portillo Aramburu, Juan Guillermo Burdon, Exportador de Vinos Antonio de la Orden, Merellos y Hermanos, Miguel Felices, Belo Merino y Juan Manuel Gutiérrez Bordón, además de Osborne, Sancho, Caballero, Jiménez Varela, Terry y Cuvillo.
Como vemos, los talleres de tonelería tenían una gran demanda de botas. El vino y la pesca fueron los motores propulsores de la economía de El Puerto.
Tonelería Lores
La tonelería de la familia Lores estaba ubicada en la calle Diego Niño, 7. Era un edificio de una sola planta con la siguiente estructura: el casco tenía una superficie rectangular con techo a dos aguas y sostenida por tres arcadas, la del centro más alta que las laterales que estaban flanqueadas por grandes ventanales cubiertos de esterones de esparto, hechos a medida para que el aire circulara y diera frescor en verano.
| De izquierda a derecha: Oreni Mayi ‘el Mangua’, Manuel Fernández Galloso, Francisco Fernández Villegas, Antonio ‘el Minuto’ y Julio Fernández Galloso| Foto: Colección José González Villegas.
En la entrada principal, junto al portón de entrada, estaba el Cuarto del Capataz y el excusado. Al aire libre un gran patio que servía como lavadero y secadero, al fondo estaba el taller donde se montaban las botas y en el centro del patio un hermoso pozo medianero. Casi encima del pozo, un molino de viento perfectamente anclado para sacar agua y elevarla a un depósito en alto que, a su vez, estaba dotado de un conducto que trasladaba agua a una alberca, donde se almacenaba el preciado líquido para regar un pequeño huerto con frutales, rodeado de buganvillas, rosales trepadores y jazmines, lugar agradable para la hora del descanso y bocadillo de los obreros –quien lo podía llevar–, ya que muchos de ellos no llevaban nada y se quedaban sin comer.
Los salarios
Los salarios eran muy bajos, se ganaba muy poco y todo el dinero era necesario para mantener a sus familias; la de muchos de ellos, numerosa. En esta época no existían nóminas ni seguros sociales. La pobreza era tal, que algunos peones no podían llevar bocadillos y, algunos compañeros de alma bondadosa, le daban un pellizco de lo que llevaban. Algunos propietarios les daban una ración de pan, aceite, sal y vinagre, que tenían que comer mientras trabajaban.
| De izquierda a derecha: Serafín Iñiguez, Manuel Pérez Feria, Manuel Fernández Galloso y José Oreni Mayi. | Foto: Colección José González Villegas.
Los eventuales y sus recursos
Los trabajadores eventuales lo pasaban aún peor ya que no tenían peonadas diarias y tenían que recurrir a otras ocupaciones: albañilería, el campo y la charanga. Este último era el más socorrido: El Puerto era muy rico en esta materia; en la playa se recogían cáscaras de ostiones para molerlas para las gallinas. O la madera que el mar echaba fuera y servía de leña, combustible de las cocinas económicas. Otra de las muchas actividades era la pesca de los sábalos, que se adentraban en el río para desovar; se cogían coquinas, almejas y ostiones grandísimos; cangrejos o coñetas y bocas. En el campo se recolectaban cardillos, caracoles y espárragos.
Indumentaria
Cabe destacar la indumentaria de los trabajadores. Algunos llevaban harapos; algunos menos vestidos con monos azules muy descosidos debido a su uso y tantos lavados a mano con jabón verde y sosa; los que podían los compraban de estraperlo. Fueron tiempos muy difíciles y llenos de pobreza. La mayoría de ellos acudían a la Beneficencia en solicitud de ayuda para poder alimentar a sus hijos.
| Vista aérea de la Tonelería de Huerta, con las duelas de las futuras botas expuestas a la intemperie, en primer plano a la izquierda de la fotografía, donde hoy se encuentran las viviendas de Santa Clara; el Hospitalito y la Prioral, en el casco antiguo. Valdelagrana no se había expandido aún, ni el muelle comercial estaba ampliado. | Foto: González y Hernández. 19 de junio de 1970.
La Caja de Pensiones a la Vejez o Sociedad de Toneleros
Ya a mediados de 1918, se puso en marcha la ‘Caja de Pensiones a la Vejez’ y se consiguió una pensión de 7 pesetas semanales a los socios que hubieran cumplido 60 años, con más de 20 de afiliación a la Caja de Pensiones, sin interrupción, además de estar al corriente de sus cuotas ordinarias y extraordinarias y, gracias a esta Caja de Pensiones se consiguió un pequeño sostén de supervivencia para este gremio que, ante circunstancias como la enfermedad, el paro o la vejez, sólo les quedaba el recurso de la Beneficencia pública o privada. Ante estas situaciones de gran desamparo, primero tenían que estar cubiertas sus propias necesidades para poder prestar ayuda a sus compañeros. Esta Caja de Pensiones se llamaría mas tarde ‘Sociedad de Toneleros’.
Faenas de la Tonelería: la bota
El maestro capataz, a temprana hora de la mañana, distribuía la faena y, a cada cuadrilla, le encargaba su labor. El noventa por ciento de las botas que fabricaban eran del tipo jerezana, con capacidad de 500 litros, 1,30 metros de altura y 112 kilos de peso. El grosor de las duelas y fondo medían 32 mm. Primero se comenzaba con la ducha para que la madera se ablandara. Previamente las duelas habían estado en el secadero alrededor de 18 meses expuestas a la intemperie: sol, viento y lluvia.
| Bota de vino. Perfil | Consejo Regulador del Marco del Jerez.
Partes de una bota
Duelas, son las piezas que componen todo el exterior de la bota, excepto los fondos que son las partes planas de las cabeas,
Aros de bojo, aros de fondear las duelas, que son las piezas que componen el fondo.
Las cabezas, tienen dos nombres: una de batir y otra de mole. De batir, por fuera y hay que serrarlas.
Una vez distribuido todo el material, lo primero que hace la cuadrilla es llevar las duelas al batidero donde, por medio del fuego, se consiguen doblar y moldear dichas duelas.
| El 'tostao' de la bota, durante su elaboración.
Cuando observamos al maestro tonelero iniciando el proceso de fabricación de una bota, el sonido puede parecer ensordecedor. El martillo es una herramienta fundamental con la que se van ajustando las duelas en torno a los aros metálicos, los flejes que envuelven la bota de vino, que más tarde se humedece para facilitar que la madera ceda y se someta a altas temperaturas, llegando a alcanzar los 240 grados centígrados, para que vaya tomando forma curva. Es un proceso peligroso que se conoce como ‘tostao’.
La fabricación del tonel es un arte que se ha ido forjando a través de los siglos, gracias al trabajo de los toneleros. Hemos de señalar que la mecanización ha ido, poco a poco, relegando la producción artesanal pura y dura. Sin embargo, la forma de realizar una bota no ha variado mucho con el paso del tiempo.
| Empresarios de la tonelería de El Puerto y Jerez, de visita en Sevilla. De izquierda a derecha, desconocido, Juan Corchado, Lolo Flores, Agustín Álvarez Garzón (padre del que fuera alcalde Antonio Álvarez Herrera), Francisco Fernández Galloso , el Pery taxista, José Román "el Morenito" | Foto: Colección José Fernández Villegas.
Curiosidad histórica
Con anterioridad a la incorporación de El Puerto de Santa María a la corona en 1729, el gremio de toneleros de nuestra Ciudad, venía rigiéndose por las Ordenanzas de Toneleros del reino de Sevilla, lo que viene a demostrar la importancia de este gremio en El Puerto. No se permitía la entrada de botas de otras poblaciones, para evitar ciertas prácticas de competencia. Estas ordenanzas también prohibía taxativamente a todos los oficiales de tonelería, trabajar fuera del taller de sus maestros.
La importancia de trabajar como tonelero
Desde que en las décadas centrales del siglo XIX se consolidó la moderna industria bodeguera, tres fueron los oficios relacionados con el mundo del vino, que alcanzaron su pleno desarrollo: el viticultor, el arrumbador y el tonelero.
4.913. Los arrumbadores: la aristocracia de los que chorrean sudor
Así lo entendía el articulista del periódico portuense ‘El Sudor del Obrero’. “Los tres gremios están muy unidos, el viticultor, el arrumbador y el tonelero. El gremio de toneleros es el mejor de los tres. [...] Esto de tener un vaso de vino o diez cuando se les antoja, ya que este gremio goza de un jornal algo más decente en comparación con otros, ya que son los señoritos del gremio de la vid; nada más que hay que verlos cuando salen a Jerez o Sanlúcar, se hospedan en pensiones o fondas. Claro es que el jornal diario de los toneleros es de 5 pesetas, mientras que los demás gremios cobran las peonás a 3 pesetas”
Ya en el siglo XX, nadie podía imaginar que los toneles donde se macera el vino iban a sobrevivir gracias al whisky. Actualmente, el noventa por ciento de la producción de botas, se la llevan los escoceses para envejecer su whisky. | Texto: Manuel Mata.