¿Cuánto cabe en doscientos cincuenta años?
En doscientos cincuenta años caben ocho generaciones, cientos de vendimias y millones de toneladas de uva. En dos siglos y medio caben la ilusión, los sueños, las tragedias, los dramas, la historia de muchas familias portuenses y el legado centenario de una de ellas. Caben muchos éxitos y también, por qué no, algunos fracasos.
En doscientos cincuenta años de trayectoria, cabe el orgullo de la tradición, el amor propio a nuestra identidad y la alegría de poseer la certeza de que en esta tierra envejecen los mejores caldos del mundo, aunque el mundo y sus modas no estén preparados para nuestras joyas.
En doscientos cincuenta años cabe una forma de entender la vida, donde las tertulias iban en ritual con un catavino, los muelles se vestían de roble y bullicio y transitar la calle de La Palma suponía embriagarse con aromas vinateros.
En doscientos cincuenta años caben las podas en enero, las vendimias de septiembre, las fermentaciones mimadas, los suelos de albero, las persianas de esparto, los seiscientos litros de la bota, las 40 arrobas del bocoy, los brazos de los arrumbadores, las narices de los capataces, el paladar de los enólogos, la saca de los venenciadores, la parte de los ángeles, las claras de huevo, las duelas de roble, las pajuelas de azufre, los aros de acero, el fuego de los toneleros, el velo de flor, los canutos de trasiego, las jarras de arroba, el moho de las paredes, los carros de saca, los envejecimientos lentos, las rociadas a su tiempo, el fino de la Quinta criadera, las 10 de la Reserva Familiar, un Conde que se bebe a tragos cortos, un logotipo internacional y la historia de un gremio.
En doscientos cincuenta años, por caber, cabe —incluso— la hipocresía de proclamar el amor a su (nuestro) vino y no beberlo nunca. Pecado en esta tierra, parecido al original, no condenable en estos tiempos díscolos.
Son tantos los elementos que caben en doscientos cincuenta años de relación y trabajo compartidos entre la familia Osborne y los portuenses, que es imposible vislumbrar hasta dónde se hunden sus raíces vinateras en nuestra identidad local. Bueno, ahí va un intento:
Muchas gracias y muchísimas felicidades.
A por otros doscientos cincuenta más.
—Y que yo los vea (llamadme optimista)—
| Viñeta y texto: Alberto Castrelo.