Si El Puerto de Santa María olía antes por la Bajamar a brea y creosota, a pescado fresco y también a restos expuestos al sol, al algodón mezclado con sal de las redes,… esos olores van quedando en el recuerdo de los mayores, de cuando nuestra Ciudad vivía, en un gran porcentaje, de la pesca. Hoy, todavía al coger por la calle Los Moros, por las Siete Esquinas, por Zarza a la altura de Ganado, detrás de la Piscina Cubierta, en los alrededores de la Plaza de los Jazmines, por Valdés todavía, digo, huele intensamente en algunos de estos rincones al aroma del vino Fino. | En la foto, Charo Venegas, la churrera.
Por la calle Albareda, un penetrante olor a vinagre de yema ocupa casi totalmente la pituitaria, acaso dejando un resquicio para el olor de las montañas de sal que, al otro lado del Guadalete se cosechan en las Salinas cuando la trae la brisa fresca.
Un fuerte olor a masa frita, por las mañanas, en la esquina de las calles Vicario y Sierpes, provenientes del puesto de churros de Charo Venegas. Y en el Parque de Ruiz Calderón, su hijo y la sobrina de la Tere, fabricando otro apetitoso aroma: el de las papas fritas que ya no les vende Faelo ‘el Papi’.
Y entre las riberas del Río y del Marisco, mezclados los intensos olores a pescaíto frito, gambas blancas de El Puerto --¡ay, aquellos langostinos de Valdelagrana!-- y los olores propios de la desembocadura del Guadalete, en pleamar, bajamar, con Levante o Poniente.
Volviendo al mercado, a la Placilla, las temporadas se adivinan por los efluvios de los caracoles y las yerbas que se usan para cocinarlos, los higos chumbos, las tagarninas y otros frutos de la tierra cosechados desde siempre. No lejos, el café del Bar Vicente y, a mediodía, el suculento olor a la tapa de higaditos que llevan años perfeccionando.
Donde estaba el Tiro de Pichón en 1912, hoy Bodega El Tiro, el olor a alcohol destilado para brandy se deja notar en esta zona en expansión, entre viviendas e industrias. Quizás ya se adivinan los olores del anís catalán, que se ha hecho vecino nuestro.
Acaso en algún canastero del Parque, carrillo, o ventana que todavía quedan, el olor atrapado, --de regaliz, pipas de calabaza, tabaco suelto--, puede evocar nuestros más intensos olores de El Puerto de Santa María y la infancia. | Texto: José María Morillo.
Si pudiera leer este artículo con los ojos cerrados, disfrutaría aún mas de estos olores, que la memoria despierta. He disfrutado muchisimo leyendolo.Gracias José MAría.
Magnífico texto, José María. Un disfrute.