Así lo viví yo aquel 13 de febrero de 1963. Tendría unos 8 años, estaba en los Jesuitas en la clase de don Juan —un maestro atípico a los que los niños no hacíamos caso—, de vez en cuando tenía que ir don Diego Mora a poner orden porque este pobre maestro soltero y criador de palomos no tenía autoridad ninguna.
Ese día el ambiente estaba un poco raro. Ya en el recreo los maestros hacían corrillo y hablaban entre ellos murmurando en voz baja y con el gesto serio y triste. Don Juan en tono serio, nos comunico que por la tarde no habría colegio y mañana tampoco, que fuéramos a nuestras casas sin entretenernos en el Lejío [ejido] ni en los bodegones de la Plaza Toros.
Salimos como siempre gritando y corriendo con nuestros babis azules (las bolitas de añil nos llamaban los envidiosos del colegio El Mercado). Yo me paré en la plaza del Ave María a comer del árbol (mezitas), pero alcancé corriendo a Julio Suárez y a Manuel Lojo.
«—Quillo —grito el Lojo— algo pasa en tu casa Marin o en el freidor: hay tela de gente, está la calle llena».
Corrimos y en la esquina estaba toda la calle de gente llena. Gritaban «¡Ay, Dios mío, ay Dios mío!». Lloraban y en la calle Postigo, en la casa de ‘el Baba’, los gritos y los llantos llegaban al cielo. Solo se oían lamentos y llantos. «—A Ramoncito ‘el Gallego’, el niño del freidor [esquina de Postigo y Cruces] y a la Carmen, la sobrina de ‘el Baba’, que la matao un camión sin frenos». «—Dani, Dani, —me gritó Antonio— vente conmigo. Tu abuela se ha ido corriendo a casa de tu tío Joaquín, el de la Calería».
«—Pero ¿que ha pasado Antonio?»
«—Venga, vámonos pa casa que aquí no hacemos nada».
Por el camino me contó que un camión se había quedado sin frenos en la calle San Juan. Había sido algo horrible. Seis personas murieron, entre ellas la hija de una prima de mi padre, con mi edad; el Ramoncito, un chaval gallego del freidor ‘La Gloria’, que me llevaba siempre en su bici para hacer los mandados, y el tío de mi madre, Joaquín Gálvez.
Ya mas tarde, Antoñín de Juana, ‘el Casca’ y yo fuimos buscando los dos cadáveres hasta el edificio de la Falange. Allí estaban el resto de los cuerpos donde los velarían toda la noche. Yo creo que casi todo El Puerto estaba allí.
| Interior de la casa de la Falange en 1972, durante la inauguración de una exposición. El edificio había sido expropiado al filántropo Elías Ahuja durante la dictadura y, en la actualidad, alberga el Centro Alfonso X ‘el Sabio
Me llamó la atención ver a todas las compañeras del colegio de las niñas fallecidas, con su maestra, sin parar de rezar. Allí se contaron —de mil maneras—, el accidente. Incluso escuché que el conductor se quiso cortar el cuello con un cristal. Nosotros nos subimos con mi madre y mi abuela se quedó velando a nuestro tío. Mi padre también se quedó.
A la mañana siguiente, Camacho, el monaguillo de la Prioral vino a buscarnos al Vega y a mí, por si queríamos subir al campanario a repicar las campanas tocando a muerto. ¡Como no íbamos a querer subir al campanario! Era de las aventuras que mas me gustaban y, de camino, nos traeríamos alguna cría de palomo.
Con un cacho de pan y una onza de chocolate llegamos a la Prioral, subimos la escalera de caracol que nos llevó al campanario y, allí arriba, me creí un todopoderoso superhombre, con todo El Puerto a mis pies. «—Dani, tu coge ‘la Chica’. Antoñín, tu ‘la Mediana’, mi hermano ‘la Grande’ y yo la que redobla, cuando cuente tres ¿vale?» [Los nombres de las campanas son La Esquila, La Prima, La Gorda, San Pedro y Santa Maria].
En el momento que el primer féretro dobló la calle Larga con Palacios, empezamos todos a una a repicar campanas. La vista era impresionante. Nunca jamás antes vi a tanta gente junta. Toda la calle Palacios era un hormiguero de gentes. Conté, una detrás de otra, hasta 6 cajas. Nunca olvidaré ese día. Por muy pequeño que fuese, la vista desde allí arriba era impresionante.
Cuando todo acabó y salieron de la Prioral, camino del Cementerio a hombros y seguido de todo El Puerto, ya en la sacristía, Camacho nos dio tres pesetas y nos fuimos. Siempre pensé que el Camacho nos daba coba. Si algún día, cuando lo vea por la calle, le preguntaré. Ese día, todos los establecimientos de El Puerto cerraron, en señal de duelo. | Texto: Daniel Marín Gálvez.
Dani si vuelves a leer el texto que has publicado los años que dices que ha pasado el accidente se van a cumplir 59 años