Sabemos que nadie suele ser profeta en su tierra ni aunque las cosas le vayan bien. La envidia, la dentera, la pelusa e incluso los celos ejercen tal poder en el personal que, a veces, consiguen cambiar la percepción real que tengamos a mano por amistad, vecindad o admiración por cualquier talentoso relativamente cercano. Y esta tara tan común a muchos de los mortales, se hace especialmente significativa en esta tierra en la que los talentos emergen de debajo de las piedras, y en donde las altas capacidades restan más que suman. Es El Puerto una ciudad que obra muy cainitamente con los suyos, situando curiosamente la contrapartida en la excesiva magnificencia que se otorga a cualquier mendrugo foráneo que se deje caer por estos lares. | Foto: Kiko Sánchez. Hacia 1910.