Hay voces que claman contra ese Tenorio legendario que, popularmente se nos presenta como inteligente y divertido, y que cada primero de noviembre aparece tradicionalmente por nuestros escenarios para escenificar su acto final en la noche de Todos los Santos. Voces que, tachándolo de psicópata integrado, exterminador social, y como poco, personaje altamente peligroso y narcisista, están por la labor de desmontar al mito. Y claro, cuando la sociedad profundiza en este personaje tan conocido y vitoreado removiendo sus entrañas al albur de las enseñanzas del pedagogo teatral Constantin Stanislavski, es cuando aparecen colgando al otro lado de sus tripas, en escaparates y casapuertas, calabazas huecas con luces de reverbero en su interior. Es lo que tiene la modernidad o la exagerada admiración por todo lo foráneo. Puro esnobismo de andar por casa.
Inquisiciones aparte, la convivencia entre lo autóctono y lo extraño es singularmente llamativa en una población tan creída de sí misma como es El Puerto y sus ciudadanos. Los porteños, tan ufanos que somos de lo nuestro, de ‘nuestro Puerto bonito que rebosa de alegría’, no somos capaces de tener el amor propio suficiente, ni los arrestos necesarios para conservar lo que otros quisieran tener ubicado entre sus vastas lindes. Somos especialistas en querer recuperar, poner en valor y enseñar al mundo lo que hemos dejado morir poco a poco a lo largo de los años.
Que no está mal por otra parte que alguien ponga el grito en el cielo para al menos remover conciencias, pero no es de recibo que mientras unos levantan la voz y apuntan con el dedo, otros se dediquen a la autopromoción personal descuidando gestiones, trámites y preocupaciones que debieran ir implícitas en las responsabilidades asumidas en cada momento. Dentro de unos días, multitud de Maléficas criaturas con las caras pintarrajeadas querrán suplantar al Don Juan de Zorrilla, alter ego de tantísimos vanidosos como transitan por nuestras calles. Pero que no se despisten mucho porque esa noche las ánimas del purgatorio van a por ellas. Vive Dios. | Texto: Manolo Morillo