Hay voces que claman contra ese Tenorio legendario que, popularmente se nos presenta como inteligente y divertido, y que cada primero de noviembre aparece tradicionalmente por nuestros escenarios para escenificar su acto final en la noche de Todos los Santos. Voces que, tachándolo de psicópata integrado, exterminador social, y como poco, personaje altamente peligroso y narcisista, están por la labor de desmontar al mito. Y claro, cuando la sociedad profundiza en este personaje tan conocido y vitoreado removiendo sus entrañas al albur de las enseñanzas del pedagogo teatral Constantin Stanislavski, es cuando aparecen colgando al otro lado de sus tripas, en escaparates y casapuertas, calabazas huecas con luces de reverbero en su interior. Es lo que tiene la modernidad o la exagerada admiración por todo lo foráneo. Puro esnobismo de andar por casa.
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