No habían dado ni las ocho y desde mi ventana podía ver cómo la plaza se comenzaba a llenar de coches, el mío hacia tiempo que lo había sacado de la Plaza Elías Ahuja, era mejor prevenir. Poco a poco el calor se fue disipando, la noche se adueñó del paisaje, y un murmullo ensordecedor, mezcla de mil músicas inundó todo el ambiente. Por suerte, como ocurría siempre, justo cuando comenzaba el principio de aquel final, me marché. Apenas sentí molestias y la fiesta duró, pero al regresar sobre las tres de la mañana aquello era el mismo infierno, pero con mucha mas gente. Eran finales de los noventa, pero la fiesta duró hasta bien entrado el siglo XXI.| Foto: Francisco Bonilla.
De nada sirvieron los miles de protestas de quienes no podían dormir, algunos con mas suerte tenían las casas dando a San Bartolomé, pero para una amplia mayoría, la impotencia de aquel ensordecedor revuelo parecía no tener fin. Eran los tiempos en que conducir con copas solo estaba mal visto; los tiempos de los almacenes licorerías, que vivieron momentos que nunca esperaron; los años de los bares vacíos; los años de los amaneceres de vertedero; los años del todo vale sin toque de queda, sin hora de cierre, sin limitación al ruido; los años, que, para algunos, nos aproximaban al fin del mundo.
Pero todo pasó, aquel botellódromo se diluyó, igual que la generación que con él, dando paso a personas responsables, maduró para cambiar la bolsa de hielo por la cerveza fresquita en la Skol, y algunas de las cuáles hoy no dan crédito a los momentos que se viven. Pero si volvemos la vista atrás, incluso más atrás, no ha existido generación desde la fundación del mundo, que no haya sido objeto de crítica, de escarnio, de rotura de vestiduras, los acontecimientos vividos.
Curiosamente, con cada moda, con cada momento, con cada nueva forma de disfrutar, se justifica la anterior, viendo que no era tan mala, porque lo último, lo último siempre es lo peor de lo peor. Quién sabe que nos deparará el destino, pero a veces, reviviendo aquellos momentos, pocas situaciones podrán superar el Botellodromo improvisado de la Plaza de Toros. | Texto: Joaquín García de Romeu Ruiz.
Dos toneladas de basura cada fin de semana en los botellones de la plaza de toros. Agosto del año 2000.
Los vecinos de los alrededores
de la plaza de toros, unas quinientas familias, pudieron descansar
este fin de semana sin el ruido de
otras ocasiones. El cierre a los coches a los cuadrantes de aparcamientos de la plaza Elías Ahuja redujeron bastante el nivel de ruido
que genera la concentración de
miles de jóvenes en este lugar
hasta altas horas de la madrugada. La medida emprendida por la
Policía Local ha tenido éxito, ya
que hasta ahora cientos de vehículos tomaban el lugar, incluso en las
aceras de la propia plaza de toros.
Sin embargo, el cierre con vallas
fijas del recinto conlleva un problema nuevo: cientos de motoristas tomaron las aceras del lugar,
accediendo por las rampas de minusválidos, circulando a gran velocidad. Por supuesto que en toda
la noche no se vio ni un solo casco.
Lo más penoso queda después,
con los restos de la batalla. En la
movida de la plaza de toros, casi
institucionalizada, pasan a lo
largo de la noche, viernes y sábados, unos cinco mil jóvenes, dejando un rastro de dos toneladas de
basuras, entre vidrios, plásticos y
líquidos sin beber. Esto sólo en la
plaza de toros.
La movida apura la zurrapa de
personal sobre las cinco de la madrugada. A las siete llega la patrulla de limpieza, con una docena de
hombres, un camión contenedor y
una máquina barredora. La imagen que ofrece el turístico rincón
cada madrugada de verano es
sencillamente vergonzoso. La movida en estos días también se extiende de lunes a jueves, sin que el
Ayuntamiento haya tomado medidas en estas jornadas, por lo que
aunque se arrojan menos basuras
en estos días, ha permanecido
hasta pasado el mediodía.
En defensa de quienes dejan impunemente los restos de su juerga
en la plaza, no existe ningún bidón
donde depositar tanta basura, ya
que los contenedores quedan a rebosar. Dejarla en cualquier parte
se ha convertido en ‘costumbre’.
Para el servicio de limpieza la resaca matinal es peor aún en materia de olores. Pese a que se dispuso
de urinarios en la misma plaza,
para desahogo de los participantes de la movida, la micción libre
se sigue ‘practicando’ con fruición.
Calles por donde no pasa la manguera como Vencejos o la plaza
Miguel del Pino descubren el
apestoso rastro.