| Ilustración: Curiosas firmas de marineros de El Puerto de Santa María (c.1509) | Fuente: Archivo Ducal de Medinaceli.
En el tránsito de la Edad Media a la Edad Moderna, El Puerto de Santa María era una emprendedora villa mercantil en poder de la Casa Ducal de Medinaceli, con título de condado, que se encuentra inmersa en un claro proceso expansivo de crecimiento económico y diversificación productiva. Volcada al mar, su principal actividad económica era la pesca, el negocio de la sal, la venta del vino de la comarca jerezana y el tráfico marítimo especialmente con Berbería. Por sus calles deambulaba gente de la más dispar procedencia, la mayoría descendiente de los antiguos pobladores, no solo castellanos de diferente origen sino también de los distintos reinos de la corona de Aragón y de muchas «naciones» europeas —fundamentalmente genoveses, venecianos, flamencos, bretones, ingleses, franceses y portugueses—.
Junto a esa heterogénea población autóctona, otra gente de aquí y de allá recalaba en este puerto de la margen derecha del Guadalete, principalmente comerciantes y marineros. Dentro y fuera de la urbe convergían gentes de todo tipo de condición social, de distinta raza —por la presencia de esclavos negros— y religión, conviviendo en diferentes barrios tanto cristianos como mudéjares o judeoconversos. Una urbe cada vez más ensanchada, distribuyéndose sus calles longitudinalmente en plano hipodámico, a modo de tablero de ajedrez, que —con algunas inflexiones— partía desde el centro neurálgico de la villa donde se ubica el castillo-santuario de San Marcos y la plaza, y que toma por base el curso del Guadalete o la arteria principal que viene a ser la ya entonces denominada calle Larga.
Con todo este bullir de gente, la villa condal portuense conoció durante esas últimas décadas del siglo XV una de sus etapas históricas más esplendorosas y de mayor pujanza económica. Este territorio y esta gente —con el favor del duque de Medinaceli, su conde— encontraron el modo de ser productivo de la única manera que podía hacerlo, es decir, cara al mar. El conde debió darse perfecta cuenta de que aquel denominado Gran Puerto, para serlo de veras, debía desarrollar su propia flota construyendo modernas embarcaciones; debía adaptarse a los nuevos negocios e implicarse en los grandes circuitos comerciales del momento aprovechando su situación envidiable; debía también potenciarse la importancia de su muelle, con almacenes y depósitos de mercancías; y había que favorecer a dos sectores productivos como el marinero —patrones, pilotos, marinos,…— y el mercantil —de los comerciantes o mercaderes locales y de los agentes y factores extranjeros que allí operaban o podían operar—, pues ambos grupos proporcionalmente representaban un contingente muy superior al del resto de la población portuense.
De este modo, aquel rincón de la bahía gaditana pudo convertirse entonces en un foco de singular importancia en el desarrollo de las actividades marítimas y en uno de los puertos más importantes del litoral andaluz, el «puerto por antonomasia» en el decir del cura de los Palacios Andrés Bernáldez, pues queda claro que aquel seguro puerto fluvial de galeras, situado al abrigo de la bahía gaditana, aparte de ser un centro pujante de pesquerías, ejercía un importante papel como invernadero de flotas y surgidero naval. | Texto: Antonio Sánchez González | Fuente: Identidad e Imagen de Andalucía en la Edad Moderna.