Mari Santi Morillo Martínez (nótula 667 en GdP) es consultora deportiva, profesora de Educación Física en las Carmelitas y formadora de la Federación Andaluza de Vela. El pasado fin de semana subió a 5.000 metros para realizar un salto en tándem en caída libre, cumpliendo así uno de sus más anhelados sueños. “En algún sitio leí que a partir de los cuarenta empezaba el declive, por lo que pensé: habrá que declinar entonces desde muy alto, porque me quedan muchísimas experiencias que vivir“.
Mari Santi tiene la actividad física y el deporte no solo como medio de vida, sino también como modo de vivir. “La actividad física y el deporte son mi medio, no concibo mi vida de otra manera“.
No muchas personas se atreven con esta experiencia que, en esta ocasión ofrece Skydive Spain. Confiesa que no estaba nada nerviosa. En el aeródromo La Juliana de Bollullos de la Mitación, a 20 minutos de Sevilla capital, se respiraba muy buen ambiente, adrenalina, aventura… “Cuando ves acercarse la avioneta sabes que empieza la aventura soñada. Despegar, mirar por la ventanilla, ver alejarse el suelo…”
Al abrirse la compuerta de la avioneta y ver saltar a los primeros paracaidistas sabes que ha llegado el gran momento, tu momento. Ni el miedo ni la incertidumbre se apoderaron de mí. Ya había realizado ese recorrido mentalmente muchas veces. Verte frente al ‘abismo’ y doblegarlo te eleva a vivirlo entre las sonrisas y las lágrimas de la incredulidad. Salir airosa del envite es el premio que no por esperado te hace más libre.
Después todo pasa muy rápido, el momento del salto. Tempus fugit. Gran impresión al saltar al vacío, perdí la orientación, que tras un par de segundos recuperé. Siendo consciente entonces de lo que estaba sucediendo, ¡volaba!
Durante un minuto volamos en caída libre, el aire se enfrenta a mi cuerpo como queriendo impedir que bajase. Sobrecoge su fuerza, pero le gano la batalla. No percibo sensación de caída.
Al estar tan altos las referencias en las que fijarse desaparecen, lo que me permite disfrutar del vuelo como si me transformara en un quetzal de las culturas precolombinas.
Una vez se abre el paracaídas, gritas, gritas de emoción, ‘de subidón’, y todo se calma. En ese momento eres realmente consciente de donde estás, te permite disfrutar de las vistas e incluso puedes manejar el paracaídas con un poco de autonomía. Aterrizo suave y en paz conmigo misma.
Ya en tierra la sonrisa se instala en tu cara como reflejo de la felicidad que impregna tu cuerpo de arriba abajo, y de dentro a fuera.
Volvería a hacerlo una y mil veces. Cuando terminas piensas que todo ha pasado muy rápido y quieres más para poder saborearlo de otra manera, sin la impresión de la primera vez. El mejor regalo de cumpleaños que me podían hacer”. Carpe diem, memento mori.