Durante siglos permaneció olvidada como una apartada meseta solitaria, en la que asomaban trozos de muros, habitáculos y oquedades de piedra, donde el ganado podía alimentarse y buscar cobijo sin que sus dueños tuvieran que preocuparse de vigilarlo. El enclave no obstante corrió riesgos de destrucción: los monjes quisieron construir la Cartuja sobre esa elevación silenciosa y apartada, pero finalmente se decidieron por otro lugar. Se libró también de ser cantera para las ciudades vecinas, debido a la cercanía de otras explotaciones mineras de piedra. Quizá la existencia de una ermita con planta de Cruz Griega en su solar, una torre donde se rindió culto a Santa María de Sidueña y en la que sufrió cautiverio Blanca de Borbón, ayudó también a su conservación.
El olvido fue a la vez maldición y bendición para Doña Blanca, cuyo nombre nunca se ha hallado inscrito en piedra, pero que el catedrático de Prehistoria Diego Ruiz Mata identifica con Gadir, ya que Cádiz era entonces una isla con un poblamiento fenicio ínfimo en comparación con la pujante metrópolis de tierra firme, situada entonces en la orilla del estuario del Guadalete, al pie de la Sierra de San Cristóbal.
Hoy el paisaje es muy distinto al que conocieron los Bárcidas, pero la ciudad fenicia ha sobrevivido a los siglos, al igual que la gran necrópolis que se conserva junto a ella, y naturalmente su antiguo puerto, que yace enterrado en la marisma. También, una parte de los vestigios arqueólógicos de la actividad industrial que se generó en la Sierra de San Cristóbal para mantener y alimentar la segunda guerra púnica.
Se trata por lo tanto de la única ciudad completa de época fenicia que se conserva intacta: “Es la única que nos queda del mundo fenicio y fue el motor de la formación de Occidente”, afirma el catedrático y arqueólogo Diego Ruiz Mata, el único que ha dirigido las excavaciones que se han realizado en ella. Este hecho, unido a la conservación de la bodega completa más antigua del mundo en una cima de la Sierra, también de época fenicia, y a la valiosa necrópolis de 100 hectáreas, transforman este yacimiento, declarado Bien de Interés Cultural (BIC) desde 1991, en un auténtico incunable dentro de la arqueología. | Fuente Texto: Diario de Cádiz.