Durante siglos permaneció olvidada como una apartada meseta solitaria, en la que asomaban trozos de muros, habitáculos y oquedades de piedra, donde el ganado podía alimentarse y buscar cobijo sin que sus dueños tuvieran que preocuparse de vigilarlo. El enclave no obstante corrió riesgos de destrucción: los monjes quisieron construir la Cartuja sobre esa elevación silenciosa y apartada, pero finalmente se decidieron por otro lugar. Se libró también de ser cantera para las ciudades vecinas, debido a la cercanía de otras explotaciones mineras de piedra. Quizá la existencia de una ermita con planta de Cruz Griega en su solar, una torre donde se rindió culto a Santa María de Sidueña y en la que sufrió cautiverio Blanca de Borbón, ayudó también a su conservación.
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