En este retrato, pintado por el joven sevillano Valeriano Domínguez, hermano del poeta Gustavo Adolfo que añadió, igual que él, a su nombre de pila el apellido Bécquer para configurar sus nombres artísticos y que entonces tenía 25 años, bien podía haberse realizado en la finca “El Cerrillo”, donde Fernán Caballero, ya consagrada literariamente y con el marido ausente en la lejana Australia, pasaba temporadas junto a su hermana Aurora, su cuñado Tomás Osborne y sus sobrinos, los hijos de estos, Tomás, Juan Nicolás, María Manuela, Cecilia y Francisca Xaviera Osborne Böhl | En la imagen, retrato de Cecilia Böhl de Faber, --Fernán Caballero--, por Valeriano Domínguez Bécquer 1858. Óleo sobre lienzo, 50,30 x 37,50 cm, Madrid, Museo del Romanticismo.
Si la data del cuadro es correcta, aún no estaba viuda, aunque lo parece, tanto por su vestimenta como por la expresión de su rostro. La mirada triste, pero limpia y serena, el semblante serio y algo ausente, deja la sospecha de un posado algo forzado, de compromiso. También es posible que posara en la finca “La Palma”, de Dos Hermanas y fuese la portada de esta la que aparece en el fondo del cuadro, coincidiendo con una última visita que realizó su marido en 1858 antes de fallecer. Pero si el año de creación del lienzo fuese 1859, meses después del suicidio en Londres de su tercer marido, tendría sentido que la pose se hubiese realizado en la primavera de ese año, durante el mes que pasó en El Cerrillo y, en ese hipotético caso, la portada reflejada en el cuadro fuese la de dicha hacienda.
En una carta dirigida a su amiga Elisa, fechada el 12 de julio de 1859, Cecilia le cuenta “que estuve en El Cerrillo, hacienda de recreo de mi hermana Aurora, a la que a la fuerza me llevaron, ella y mis sobrinos. Estuve un mes, pero me volví, ansiando por mi soledad y mi rincón.”
A sus 63 años, Cecilia –-Fernán Caballero-- después de poco más de 36 años de matrimonio, repartidos entre tres cónyuges: un capitán de Infantería, Antonio Planell, del que enviudó apenas un año de casada; el marqués de Arco Hermoso, Francisco de Paula Ruiz, que sería su segundo marido, con el que convivió felizmente 13 años. Tras un romance en Londres con un joven aristócrata llamado Federico Cuthgert, enlazaría por tercera vez con otro joven rondeño, Antonio Arrom, al que achacan dilapidó un capital de 135.000 reales que recuperó de la excelente dote de 200.000 reales que aportó a su anterior matrimonio y que por estos fracasos en los negocios y la tisis que soportaba decidió abandonar este mundo. Estuvo 22 años casada con Antonio, de derecho, aunque de hecho serían algunos menos, debido a las desavenencias y sus viajes de negocios.
Por eso decía más arriba que, siendo ya sexagenaria, con lo complicado que debía resultar alcanzar esa edad en su época, la ausencia de descendencia y el añadido de la trágica pérdida de su pareja, amén de la ruina económica que padecía, no es de extrañar la melancolía que padecía, de la que daba cuenta a la citada amiga Elisa, en el mismo escrito: “Yo no puedo hallar felicidad ya, ni en mi rincón ni en parte alguna, pero en este hallo la paz, el silencio y el desahogo.”
Habiendo fallecido sus padres, la familia que le quedaba estaba fuera: “…mis dos sobrinas, niños y el marido de Aurora, en El Cerrillo”. La amarga pena que sentía en su alma la condensa en los dos último versos de la cuarteta que reproduzco, que son los que cita en su misiva a su amiga. Tengo que morir cantando/ ya que llorando nací:/ Que las penas de este mundo/ no son todas para mí.
Y ella escribe: “yo creo, al contrario, que todas las penas de este mundo son para mí, y si alguna vez me pregunto si soy insensible o soy roca que pasan sin matarme ni enfermarme, como Dios todo lo dispone, y como a otros les da salud para criar a sus hijos, a mí me la da para sobrellevar tanta pena.”
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| Santiago Montoto de Sedas
¿Por qué sería Valeriano Bécquer el autor de su retrato? Sobre este hecho me atreveré a exponer mi propia teoría, yo diría que casi intuitiva, porque aparte de los datos que aportaré al respecto, recogidos casi todos ellos de un trabajo del académico sevillano Santiago Montoto publicado en ABC y mi propia investigación, no tengo información ni oral ni escrita sobre el hecho en sí.
Valeriano Bécquer, huérfano adolescente, fue criado y educado por parientes de los padres, siendo su tío Joaquín Bécquer el que le inició en el oficio de la pintura, que también lo ejerció su padre, el Maestro Pepe Bécquer. Se especializó en retratos en esos primeros años, ejerciendo profesionalmente para ganarse la vida y suponemos que se desplazaría a diversas poblaciones para realizar encargos de familias desahogadas económicamente, y entre otras, posiblemente la de Osborne.
En El Puerto de Santa María, en 1855, conoció a una joven de la quedó rápida y ardientemente enamorado. Era inglesa, tenía 17 años y se llamaba, según los documentos manejados “Winifreda” aunque yo la tengo registrada en mis fichas como Ruvina Coghan Murphy, ignorando si este era el nombre con el que se le llamaba familiarmente, y así consta en los padrones, dejando sin uso el nombre tan arcaico y medieval que se le impuso en la pila bautismal, cuando se bautizó en julio de 1838 en la iglesia católica de Santa María, en Liverpool.
Había llegado desde Inglaterra a El Puerto de Santa María siendo una niña de 9 años, junto a dos hermanos más y su padre, viudo, David Coghan, que aquí lo registraran como Cogán, que parece vino para trabajar de maquinista del vapor “El Veloz” que hacía el servicio entre El Puerto y Cádiz. Pronto volvió a casarse David Cogan con una portuense, Virginia Gay González, una de las dos hijas del licorista Juan Bautista Gay.
El matrimonio, que vivía en la penúltima casa de la acera impar de la calle Cielo, tuvo cinco hijos: Carlos, Julia, Virginia, Eduardo y David Coghan Gay, según podemos comprobar en los padrones municipales de 1860/61, indicándose como ocupación del cabeza de familia la de ingeniero. En estos padrones ya no figuran ningunos de los hermanos Coghan Murphy. Winifreda se había fugado hacía cuatro años con el novio pintor, ante la negativa del padre de aprobar ni consentir dichas relaciones considerando que Valeriano “no tenía medios económicos seguros para sostener una familia”, y vivían en Sevilla, en la calle Botica, donde ya tenían una hija, Julia Bécquer Cogan, ahijada del poeta Gustavo Adolfo. Y estando embarazada de su segundo hijo, nuestra Ruvina Cogan obtuvo el deseado permiso paterno y pudieron casarse el 8 de febrero de 1861, en la parroquia sevillana de Omnium Santorum, siendo el oficiante de este “matrimonio en clase de secreto, ya que se les tiene por casado viviendo unidos con prole” el Padre Bernardino Lobo.
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Un año después la familia Bécquer Coghan se trasladó a Madrid, fecha en la que Valeriano gozaba de una estimable reputación como pintor. Y aquella obra de juventud que hemos querido comentar hoy, no dudamos la realizó en calidad de conocido de Fernán Caballero por varias vías y conductos. Tomás Osborne se desplazaba con mucha frecuencia a Cádiz en el vapor donde el maquinista era compatriota. Es más que probable que, tanto él como su familia, fuesen invitados a visitar El Cerrillo, y si coincidió el pintor cuando realizaba algún encargo con la hija de David, ahí pudo surgir la chispa que pronto se convirtió en fuego. Considerando la frecuencia con que Fernán Caballero también visitaba a su hermana y sobrinos, el conocimiento de Valeriano es presumible. Y tanto, si se pintó en Dos Hermanas, como si lo fue en El Cerrillo, la amistad venía de antes. | Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz | A.C. Puertoguía.