El cuadro “El Juicio Final” volvió la semana pasada a la Iglesia Mayor, después de haber estado seis años en un bodegón de la Plaza de Toros. Allí ha sido restaurado por un equipo de voluntarios encabezado por el licenciado en Bellas Artes José Ramón Villar.
La noticia es estupenda si solo reparamos en su vertiente estética. Una obra del siglo XVIII, que estaba situada junto a la puerta principal de la iglesia, ha vuelto al escenario en el que ha sobrevivido a tres siglos ante la mirada alucinada de miles de ojos alumbrados por su belleza. Pero a un servidor, intrépido reportero al que le gusta husmear siempre detrás del lienzo que cada mañana nos ofrece la vida, le surgen algunas cuestiones inquietantes que me tienen sin vivir en mí.
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